jueves, 12 de julio de 2018

Un héroe llamado José María Arguedas...






Una vez apareció un héroe cultural en  nuestro país. Pero como todo héroe llego tarde al campo de batalla y se sumió en la pesadumbre y  en el testimonio más inverosímil. Un día de niño pasaba con su padre por un lugar donde habían muchas piedras y le confesaba a su padre que la piedra dura y maciza le cantaba. A lo que su padre un abogado ilustre le corregía que no podía ser porque las piedras no tienen vida. El niño juraba oír voces que le cantaban y se entercaba en testimoniar que las piedras le cantaban, pero todo ello sucedió como por un arte de magia. Ese niño acucioso y rebelde ante la desaparición de los Andes creció amando esas indómitas montañas tutelares y el ciclo peligroso y sonámbulo de la naturaleza andina. Creció escuchando las historias de los campesinos y de los labriegos de aquellas lejanas comarcas, y en las bruces de su caballo acompañando a su padre conocía y sentía el silencio inmaculado pero a la vez misterioso del otrora imperio de los incas. Era un tipo leído como todo aquel que tiene hambre de respuestas y conocimiento, y en su interior llameaba un fuego ardiente por conservar y dar refuerzo espiritual a unos Andes que ya se estaban alterando. En ese sentido estudio antropología en La Universidad Nacional Mayor de San Marcos y creyó como todo joven ingenuo en que el vehículo para liberar a los pueblos de la opresión y de la infelicidad era el socialismo. De seguro leyó a Mariátegui y con el tiempo se convirtió en otro Amauta, un educador e investigador, un conservador de las costumbres y de las potencialidades ancestrales de esas frías alturas.

El creía en la ciencia como todo aquel que le da su savia vital para intervenir con racionalidad y planificación en la realidad, pero  por motivos internos y de euforia personal se adentro en la narrativa para que la literatura no desfigurara el retrato nebuloso y ladino que los escritores de aquel entonces urdían del indio. El veía al campesino indígena como una cultura que vivía en equilibrio natural con el ecosistema de su entorno, y que descifraba un enorme cariño y generosidad con la tierra y sus elementos adyacentes. El entro en la narrativa porque supuso, como yo percibo que los aportes sistemáticos de la cultura peruana diseñados por reputadas autoridades de la inteligencia social desvirtuaban y por lo tanto ensombrecían las profundidades civilizatorias del mundo andino. La novela era el terreno para resarcirle al quechua el honor a ser un lenguaje de proceso vital para la identidad peruana, tal como lo es el castellano. Y trataba en sus piruetas dramáticas de que el peruano construyera una realidad dialógica animando la vida con el uso del quechua y el castellano. Por eso en su esfuerzo cultural de repintar los Andes y sus permanencias culturales, se esforzó por dar fuerza al arte serrano, al mundo artesanal, a la música del mundo serrano, y a toda manifestación cultural que supusiera la pervivencia de un principio de realidad que empezaba a difuminarse.

José María  Arguedas era tan orgulloso de su origen que no tenía reparos en decir desde el Perú cuando viajo a Europa, que los ingenieros y arquitectos europeos esconden tras su megalomanía cultural de piedras y ciudades avanzadas un gran temor, un gran olvida metafísico de lo que realmente son. Y que ahí en los desolados Andes, en la mirada huidiza del indio peruano, y en sus indescifrables cordilleras subsistía encerrado un nuevo principio de realidad que testimoniar y hacer lenguaje por mor de la conservación del planeta. No conozco del todo los Andes, y menos he sentido el quechua, pero en mis aventuras sensoriales por la selva he percibido ese mismo potencial detenido, dispuesto a ser liberado en cualquier momento. Es la modernización de la que se sienten orgullosos incendiarios y saqueadores la que resulta una amenaza de entropía cultural y sensorial para las comunidades alto-andinas y selváticas. Aunque Arguedas se concentro en los Andes, pues el locus de manejo estructural y ecosistémico del país reside en como regulemos la vida social en aquelllas alturas, y desde  ahí hacia la Costa y la selva, no dejo de percibir que el mundo andino que tanto amaba se trastocaría y se extraviaría en la aventura nunca ganada de la individualización racionalista. El  no deseaba negar a la modernidad, pero su temor era que el indio al desear la realidad de sus opresores, terminara por dejar mas desoladas las cumbres alto-andinas y de ese modo buscara ser aquello que por naturaleza no es: un ciudadano de un sistema de metrópolis que siempre lo rechazara. A pesar del orgullo cifrado a sus empresas y progreso material y educativo el migrante es un advenedizo en una ciudad donde el criollo de pura sepa ya no existe, pero en donde todo el que llega a estas ciudades grises se encandila con ser como el.

 El criollo es un experimento, un caleidoscopio de identidades que intento dar convivencia armoniosa  y estética al habitante de las categorías populares con los aventureros oligarcas, pero que fue frustrado por la escisión de la cultura de las elites en manos de la expansión de los medios de comunicación de primera y segunda generación , y por la carga de alienación y huachafería que resulta hasta hoy en día la construcción de la cultura profesional en el Perú oficial. Nunca hemos tenido una síntesis en el seno de las ciudades donde la individualización y el mandato generacional de la educación prosperan porque todos los esfuerzos etno-mentodológicos de hallarle sentido de integración a la peruanidad han colisionado con una cultura de la supervivencia escéptica que ha utilizado todo lo aprendido en contra de la articulación de intereses o de la armonía de culturas diversas. Arguedas sabía que el muro ontológico sobre el cual se construyo  la peruanidad no podría ser vulnerado si sólo se hacía reposar la fuerza de la secularidad para deshacer los enclaves tradicionales del atraso estructural en la mera conducta racional y legal,  si no además esta secularidad no iba acompañada del despliegue de un espíritu andino y sabio que le diera contenido, sustancia y control colectivo a esa modernización que se terminó desbocando.

Las pinturas de creolización y sincretismo audaz que Arguedas dibujo para hallarle a su espíritu  atormentado una salida autoconsciente que además sirviera para hacer predominar y evolucionar a la cultura andina sin que esta perdiera su trascendencia, lo llevaron a una aporía, donde el lenguaje utilizado para recrear a la cosmovisón andina se pego fuerte con la metafísica criolla a la que las migraciones del campo a la ciudad deseaban innoblemente.  El despertar por la tierra y la escalada de movilizaciones que se gestaron en el campo como síntomas de cambios estructurales hacia el progreso social no eran sino búsquedas reaccionarias de hallarle individualidad  a una identidad que renuncio a su origen, y se autodesprecia como forma de sentirse reconocida por un mundo cada vez mas ingrato. Hallarse ha sido la complicidad de las culturas y etnias por no reconocerse en si mismas, y si a cuestas de cuestionar la dominación del otro. Nuestra alteridad no ha servido para incrementarmos como cultura referencial sino para anularnos con las justificaciones de la pobreza estructural que afecta a todos. Hoy los muros raciales y de clase que se levantan para enfrentarnos entre persuanos hallan su origen en la actitud de trasgresión y desidia empírica que ha atravesado a los peruanos. Arguedas sabía que esta química violenta y de agresión fundamental que no nos permite integraranos debía ser barrida por una katarsis milenarista o por el acuerdo de mestizaje social que caracteriza al mundo peruano en su totalidad. Hoy la falta de un entendimiento reificado en el lenguaje que nos procesa como sistemas de vida, obstacuiliza el acaecimiento de un saber cada vez mas consciente de las complejidades y abismos que identifican a nuestra formación sociocultural. Nuestra lengua y el modo como escondemos lo que somos en el olvido acordado de nuestra locura económica  hace que cada grupo étnico por mor del interés y de la sibrevivencia cultural  se deje inocular el rencor hacia su propio origen, y  con esto adore con resentimiento y desorden esquizofrénico todo lo que se le niega, pero a la vez ansía con un afán enfermizo.

Aunque antropólogo e incansable testimoniador de un mundo que prefería la ignominia como vehiculo de rendencion material, Arguedas supo como ningún otro que la generosidad del hombre andino y hoy de los amazñonicos culminaría en la contaminación y en la adoración pacharaca a la bazofia criolla. Y por ello inmortalizo en sus novelas, pero sobre todo en el zorro de arriba y en el zorrro de abajo el modo como la anécdota y la narrativa eran más poderosas que la negligente y reduccionista explicación desarrollista de su tiempo. Su careo de crueldad con intelectuales promocionados por la revolución latinoamericana alcanzo los limites de la intransigencia y la desaprobación mas desubicada, tan sólo porque Arguedas en su responsabilidad y siucidio seguro, buscaba una forma de lenguaje y de comunicación al fin y al cano que interviniendo en la realidad social también reanimara de amabilidad y querencia a esta tierra que ya no habla el lenguaje de los antiguos. Muy fiel al que lo deje trabajar jamás le perdonaron que siendo simpatizante del socialismo coolaborara con Belaúnde en la Casa de la cultura, y que en cierto modo desaprobara la denuncia y el proselitismo político como formas de rencor y revanchismo innecesario que le importaba un comino la inmarcesible tradición telúrica de los andinos. Igual esta sucediendo en la Amazonia: Con las ínfulas de los antiguos misioneros, y colonos desechadores del diablo e idiolatría,  el activismo de las ONGs esta en son de la búsqueda de mas sociedad civil desmantelando con ello,  la restauración y las formas tan increíbles de procesar la vida en la selva, sin que por ello se sientan responsables de la alienación que cae sobre el migrante amazónico hacia las principales ciudades.

En cierto sentido la dialéctica del empoderamiento rebelde descompuso y averió toda una forma de comunicación alegórica con la naturaleza y sus tesoros, y adelanto como siempre lo hace la visión materialista y explotadora de un mundo cultural al que consideran atrasado y un obstáculo para la tan innecesaria como laudable industrialización. Las desconexiones arbitrarias que provoca el mundo de los ideólogos y capacitadores sociales ayer como hoy crean una situación de desestabilización ontológica que desencanta el amor de los comuneros con la naturaleza circundante y le introyectan el miedo a lo desconocido que hace posible el yugo de los publicistas y los grandes amantes del consumo liberal. Nunca el uso de las armas de la democracia representativa para hacerla implosionar  por parte del pensamiento dialectico desde el interior han logrado desgarrar la habilidad con la que cuenta el capitalismo y la avaricia del dinero para recolocarse y mutar sin ningún problema.  El problema no es la habitual movilidad espiritual y panteísta con la que experimenta el mundo el indígena de las comunidades sino la torpe idea que su saber ancestral es una rémora, y una total falta de libertad ante modelos y escenarios que se dicen avanzados y llenos de calidad racional. En la alegoría el mito comunica y alimenta un todo orgánico que es libre y prospero sin percibirlo.  Al despertar al comunero de su estado de inocencia auto-culpable lo que hacen las culturas que apuestan por la modernización es emancipar un problema de socialización y de voracidad que la gestión del actual sistema de consumo urbano y técnico es incapaz de resolver o gerenciar.  Todo lo que olvida el comunero se convierte en necesidad y problema de salud mental que el Estado de cosas no sabe resolver porque cree que la igualdad ante la ley es lo mas preventivo y necesario para que las diversidades se entiendan y lleguen a acuerdos de progreso social. Lo que no quieren darse cuenta es que estas charlas de empoderamiento y desarrollo de capacidades, y de inteligencia emocional sino son redefinidas según nuestra savia panteísta de amor por la tierra consiguen el efecto contrario de manipular las armas del sistema para exigir derechos y bloquear con violencia lo que por naturaleza se les ha dado por añadidura. El problema del país no es sólo de entendimiento conociendo las bases emocionales del Perú sino de estrategia para depurar todas las impurezas y accidentes culturales que el origen heterónomo de la República despertó ante una enorme responsabilidad.

 Lo que haría Arguedas sería deshacerse de esa mala visión reduccionista y violenta de la modernización y su dialéctica perversa, y sustituirla por un autodescubrimiento del carácter festivo y cálido que acompaña al peruano a todas partes. Antes que vestir y revestir de pompa al santo hay que saber rezarle con optimismo en búsqueda de un espíritu de aprobación de todo lo que la modernización  no aprueba. Arguedas se quedo preso de la melancolía de ver como la migración hacia explosionar a la cultura de las alturas que el engullo con amor. Se quedo en una cosmovisión nostálgica y triste del mundo, sin advertir que el aplastamiento del consumo desmesurado lo que hace es frenar y convertir en productos todo lo que  acecha como alegría y festividad creciente. El mundo para Arguedas era reencontrar se con la naturaleza y revivificarla, y por otra  parte. era el repensar al migrante como ciudadano del mundo político.  Ninguno de los dos  caminos se cumple hoy y si estamos pésimo como nivel de organización y de respuesta espiritual es porque las categorías y las propuestas de índole proclamado que se vendieron como Pensamientos profundos  al desbaratarse la feudalidad en el Perú terminaron siendo un fiasco de arrogancia cuando eran un chicle mascado y arrojado en la calle. El haber confiado el pensamiento del país a quien en parte lo desorganizo es anarquizar y aniquilar en la barbarie de la envidia y la conveniencia interesada  lo que es el desarrollo de los talentos innatos desde tempranas edades. Es querer echarle siempre la responsabilidad del atraso y la desobligación a las condiciones intertextuales de la vida social, y  no querer darse cuenta que justicia es lo que uno busca para si mismo.

Hoy Arguedas resuena como nuestro maldito que escribía para hacer catarsis de un mundo cuyo mensaje no fue comprendido. El se suicido a mi entender porque se le hizo sentir que su obra y vida la había vivida en vano, porque una chilena joven que era su pareja le engañaba en su cara y lo desmoralizó y porque en cierta medida no creció, se detuvo en el tiempo de las rocas parlantes y de su amor incondicional por una lugar que no tiene patriotas. Moraleja: Nunca sean deshonestos con la vida que les ha dado el creador, por sacrificarse por mal agradecidos. Primero cúrate a ti mismo y luego con redoble de energía sana a otros. Los liberales y marxistas no entienden esto pues viven adictos al mundo, mientras que Arguedas trataba de hacer que su escritura hablara en el aire.  El buscaba a Dios en sus versos.  Hoy las estrategias que el inmortalizo en sus pinturaas literarias van aun muy pegadas al  lengaje, de lo que se trata es de inclinarse a despertar el no lenguaje…. Pero esto es otra historia, Ficción o realismo? Usted decide…


2 comentarios:

  1. Nuestro Amauta es tan grande que todavía tardaremos mucho en descifrar todo su inmenso legado. Hay, hermanos, muchísimo que hacer como dijo Cesar Vallejo, nuestro mejor poeta, como José María Arguedas es sin ninguna duda nuestro mejor narrador.

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  2. EL FUE UN EPICO DE NUESTRA ESENCIA EXTRAVIADA. UN GUARDIAN DE NUESTRO ESPIRITU. ES UNA LASTIMA QUE PENSEMOS CON LOS OJOS. QUIEN DESEA CAMBIAR UNA REALIDAD DEBE FLUIR EL PRIMERO, SINO ESTA ENVENENANDO AL MUNDO Y A SI MISMO

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