La Cocinita y los juegos de video
Los días de catecismo eran
aburridos. Tenía que salir en días lluviosos o húmedos hacia la parroquia de Santiago
Apóstol del cercado e inmiscuirme entre chibolos desconocidos y hostiles que me
veían de pies a cabeza sólo por ir bien bañadito, perfumado y con mis útiles nuevecitos.
Ya antes esa sensación de descortesía brutal la había sentido en mi cuadra
cuando mis padres en las Navidades nos compraban juguetes nunca vistos entre
los niños/as, y tenía que soportar los abusos y las muestras de ofensas que a
veces un niño/a envidioso puede manifestar. Mi tía Cuca sabia en ello me
aconsejaba que lo pasara todo por alto, y que compartiera mis regalos con los
niños/as de mi barrio, total eran mis amigos.
Un buen día cuando frisaba en los
8 años, salí a jugar con un pelotón amarillo a la cuadra y uno de los majaderos
del grupo me punteo el balón cuadrado de Quico, y se escurrió hacia el techo.
No deseaba armar alboroto pues era todo
un grupo parado en la puerta de la quinta San José, así que me trague mi cólera
y subí trepándome por las ventanas de fierro y madera en búsqueda de mi balón de
Quico. Lo baje y estaba otra vez chivateando cuando de repente un palomilla mas
grande y que era pariente de la patota
de la cuadra le metió cuchillo sin que nada tuviera que ver con él. El grupo se
rio en mi cara y yo con las mejillas rojas de cólera sólo atine a darme la
vuelta y meterme en mi casa. Mi madre me preguntó por la pelota: “No madrecita
se me cayó por el techo, muy difícil sacarla”.
Era con mi hermano los mas
chibolos de esa cuadra, y la mayoría eran de tres a cuatro años mayores y peloteaban en la puerta de fierro
de mi colegio. Desde muy niño yo ya mostraba señales de darle con cariño a la
pelota, así es que esa tarde nos pusimos a
rematar penales desde la berma contraria. A los manganzones de 11 años
les salía chueco el remate casi siempre y a mi la puntería en el ángulo del
travesaño casi no fallaba. Uno de los palomillas que tanta mala fe nos
dispensaba me busco la bronca por las puras, sólo porque acerté mas penales que
el, y sus amigos de su edad le decían que había perdido con un nene. Me cogió
del cuello, yo aun un niño y sino fuera por el Papa de un amigo llamado Raúl,
me tocaba catana aquel día.. No éramos bienvenidos a esa cuadra sólo porque
nuestros padres nos engreían con buena ropa y juguetes a todo dar. Un sábado que
mi tío Rolo, taxeaba y venía a comer con la familia, yo y mi hermano salimos a jugar canicas. De pronto
unos hermanos casi idénticos, en sus dientazos, consistencia física y mirada de
truhanes se nos acercaron a retarnos a jugar pelota. Jugamos hasta 10 goles, y
quien pierde se lleva la pelota. Trato hecho dije!. Lo puse de ultimo y arquero
a mi hermano menor, que por entonces frisaba en los seis, y luego de una innata
condición para el juego, llevadas, huachitas, quimba y salero para jugar le
logramos ganar 10 a 7. Como correspondía
debían pagarnos algo, pero los muy despiertos nos dieron chicle, y nos
invitaron a jugar todos los fines de semana a la vuelta en Coronel Zubiaga.
Así es como luego de un ambiente
hostil pase a jugar a una cuadra mas ancha, e hice amigos que hoy perduran para
toda la vida. En épocas de vacaciones jugábamos pistazo, y si nos aburríamos jugábamos
callejón oscuro, trompo, o canga canga. En las esquinas habían un grupo de
jóvenes acomodados entre ellos Foe, un joven que sufría de poliomielitis, pero
que era diestros para jugar paletas, o tenis de calle. O hacíamos travesuras en
jornadas de carnavales, levantando a cuanta chiquilla bonita pasaba por esos
suburbios. Recuerdo, que en invierno jugábamos en plena humedad, y ante la
garúa teníamos que saber driblear la porquería de perro, que se asentaba en las
aceras y pistas. Ya desde aquel tiempo, digo como 9 años de edad, mi hermano
era un perro de aquellos, y yo por las condiciones técnicas que había
desarrollado un 8 con llegada, pase y gol. No tardaron en vernos “Misterio”
el jefe de la Trinchera Norte, que además
cazaba talentos. Tenía una hembrita por estos lares pues él era de Mangomarca
Las flores, y siempre se refería a unos zambitos de Alianza como promesas para
el futbol. Yo era recuerdo de Unión Huaral, por aquellos años un buen equipo
del descentralizado, pero luego de la U. Mi hermano y padre se burlaban cuando decía que
los zambos de Unión Huarala ganarían la copa Libertadores. Cuando mi amigo de
cole Gabriel que era zaguero en las divisiones menores de Universitario me
llamo para probarme le pedi permiso a mis padres y ellos frustraron mi
solicitud: “Tal vez luego blanqui, estas muy chibolo”
Como dije iba al catecismo de la parroquia
todo los sábados en la tarde a escuchar a un seminarista de nombre Rodrigo las
lecciones del catecismo bíblico de aquella época. Yo era católico y creyente en
Jesucristo desde que lloraba su muerte en las películas de semana santa, y
cuando mis padres me llevaban todos los meses morados a ver la procesión del Señor de los Milagros.
Iba en mi camisa blanca y mi casacón de gamuza, zapatillas de lona, y mi
pantalón jean bien aplanadito. Al entrar en la casa del señor un aroma húmedo y
frugal se apoderaba de mis sentidos, y requería algo de serenidad pues percibía
que el me daba la bienvenida. Me acercaba al grupo de 20 o mas adolescentes que
recibían educación para la primera comunión, y luego de educarnos en base a las lecciones de la catecismo nos
dejaban plana para desarrollar nuestra fe de servicio al señor. Ahí fue donde escuche que el como
hijo del altísimo era capaz de hacer cosas extraordinarias, como curar enfermos
con las manos, despachar demonios, y
sacar de la muerte a cualquier persona. Y entonces mi imaginación volaba
y asentía el mensaje de sabiduría y salvación que transmitía el catolicismo.
Deseaba en mis alucinaciones palaciegas tener un tanto de su poder para
remediar la tanta muerte y desconsuelos que se veían en TV nacional. Mi madre
siempre decía como no soy superman para acabar con tanto delincuente que
asesinan madres y niños. Yo sólo en mi inocencia salía de la casa del señor, y
me compraba unos mísperos acaramelados o los deliciosos sanguitos de Don Turrón. Llegaba a mi casa por desaguadero y en una
parte de la berma arruinada veía a mis yuntas jugar a la cocinita con el trompo.
-
Y que tal Diosito, no te ha mandado tarea.
-
Si pero la hare mas tarde, que están haciendo.
-
Este huevetas de Narciso que quiere que le quiñe
su trompo, ni usar la huaraca sabe.
-
Ahora le hago la cocina al nero.
Y bien lo dicho jalo al trompo
hacia su mano y bailoteando en ella le dio tal sacudida al trompo del Nero que
cayo redondito en la caja de agua potable destapada. Ahora te toca
chantarse. “Y que es eso pregunte”….
Mira y lo sabrás me dijo Narciso. O también el popular sapito. Agarro el trompo
medio rojo del Nero, lo fijo en una hendidura del sardinel y con la punta de su
trompo como si fuera cincel le dio tal golpe con una piedra que ahí yacía que
esa obra de arte de madera se partió en dos. “Esto es jugar ala cocinita, me
debes” Nero no le pago nada, “Date por bien servido, te ha gustado encular mi
trompo”… Sapito se fue a su casa y me dijo que para la próxima jugamos con
apuesta y me invito a comprarme un trompo.
Me incline tanto a aprender este
juego que de mis propinas diarias me compre un trompo multicolores en la plaza
de 1º de Julio, y una huaraca que yo mismo hice con una chapita de cerveza Pilsen,
y una pita de pabilo que guardaba cuando volábamos cometas mis amigos en
verano. Empecé a practicar, y tenía como
sensei a mi tío Víctor chico, quien sabia hacer la voladita, el columpio, la puntería
con la jalada, y otras figuras donde el trompo baila en el pabilo que nunca me
salieron. Regresaba del catecismo por la tarde, almorzaba mi arroz a la cubana,
con zarza picantosa y luego de hacer la tarea del padre rumioso salía a buscar
pleito con el trompo de mi jarana. Siempre hallaba a Sapito y a Coco metidos en
la vereda cerca a la casa de los Taipe, jugando y apostando. Esa tarde medio
humeda y con un sol tenue inicie mis andanzas en el mundo del trompo. Jugue lo
mejor que me enseño mi tio, a darle en prima al hacerlo bailar, pero Sapito y
Coco eran mas duchos que yo. Sólo recuerdo que me cocinaron en media hora, y mi trompo que me había costado cinco intis
de millón era dos pedazos de madera inservibles. Me enfurecí, y me volví a
comprar otro trompo, uno mas sedita, y llevadero con mi mano. Jugaba y jugaba y
volvía a perder, hasta que un Domingo, una mancha de Huamalíes bajo hacia la
cuadra a retarnos a jugar pistazo.
Yo me había enviciado tanto en este juego de
la cocinita, que había olvidado que hacía algunos centavos jugando al mete gol
gana. Uno de ellos Peloya al verme como un colegial se burlo de mi y lo desafié a jugar conmigo….
Ya era lo suficiente ducho para partir un trompo, asi que el medio azaroso saco
su trompo todo despintado y con una puntaza de verduguillo y en un dos por tres me lo cocine…. Cuando se
lo iba a partir con una piedra su mancha se nos fue pa encima y me partieron el
trompo sedita de mi tío en varios pedazos…. Su risa de drogo me calentó tanto
que cuando retiraron sus manos de nosotros le apunte con el trompo de Sapito en
la cara y le di en prima en la mollera….. Solo atinamos a escapar eran
demasiados y seguro con verduguillos. Esa noche rezándole al Todopoderoso jure nunca jamás volver a jugar trompo, era
demasiado vicio…. Pasaba por ahí luego del Cole, y después del catecismo y seguía
viendo a sapito perdiendo su dinero con los palomillas de Huamalies…. Peloya no
se metía conmigo, nunca supe porqué.
En esos años hacia el 90, las
calles infestadas de chiquillos y peloteros se vaciaron. Me decía habrá sido el
frio o es que no hay ni siquiera una lata de atún para jugar. Pero la verdad
era otra en una esquina de Teniente Rodríguez, en la casa de un tal muchachon;
en una quinta cerca a Centro Escolar habían llegado las primeras consolas de
video juegos. El Hatari, y el max play eran la comidilla de chiquillos viciosos
jugando Mario Bross o Zelda, o Juegos de pinboll llevados a la manija que
sacaba callos en las manos…. Mi hermano se escabullía con los conejos a jugar
siquiera una horita, y eran tantos los mirones con los ojos de huevo tibio, y
la boca con saliva cerca de las ventanas que ya nadie quería jugar ni siquiera
callejón oscuro, o canga canga…. No entendí porque tanto vicio asi que un día
que me enviaron a buscar pan tolete y jamonada de pollo, me traslape el dinero
de mi madre y me alquile una consola de hatari…. Jugué recuerdo Pacman, un
juego de aviones de guerra que era bien yuca, y Mario Bross, el fontanero de la
suerte. Así estuve como cuatro horas con la lengua afuera y los ojos inyectados
de ansiedad que mi tía cuca con el chicote en mano me saco a chicotazos de la casa de
Muchachon. Igual me escapaba de mi casa e iba a enviciarme….
Mis padres viendo
que podía bajar mis notas en el cole, me compraron el hatari y el max play, y
la diversión con mi hermano menor tres años fue bacán. Jugábamos horas y horas,
a veces sin comer, y nos desenchufaban el aparato pues gastábamos mucha luz.
Los juegos tradicionales de mata gente, trompo, canga canga, canicas, siete
pecados, las chapadas con hembritas, y encantado pasaron a mejor vida. Sólo
quedo libre de la desviación de los juegos las m muñecas de las niñas, su Ken y
Barbie y los chichobelos llorones….. Sino mal recuerdo seguimos jugando al pistazo
hasta mi salida en el año 96 de Barrios Altos, pero no se porque empezaron
a aparecer los niños gordos y
afiebrados. Cuando salí de Barrios Altos y la seguí en Wilson ya habían llegado
otras consolas de videojuego mas avanzadas y con juegos alucinantes como
mientan los tucos…. Me envicie y ganaba plata en campeonatos de carrera de
autos, wining leveng, y mario card….
Deje de jugar a los 20 añós, ya otros intereses y pasiones abrigaban mi ser..pero
no dejo de reconocer que con el nintendo aprendí a dar pases en cortada en los
pistazos. Aún en la selva a la que conozco desde su embrujo veo sobrevivir los
juegos de canicas, y el baile del trompo, pero a la vez no faltan los juegos de
video actuales que extraen al niño/a de su ambiente natural y te predisponen a
la desobediencia y a la no transmisión de saber comunal. Yo viví esa época como
un cliente más, solo ahora me doy cuenta
que fue una gran conspiración para acabar con el niño aventurero y sin
adrenalina, y volvernos mansos y a la vez autodestructivos….
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