jueves, 12 de julio de 2018

La Cocinita y los juegos de video





Los días de catecismo eran aburridos. Tenía que salir en días lluviosos o húmedos hacia la parroquia de Santiago Apóstol del cercado e inmiscuirme entre chibolos desconocidos y hostiles que me veían de pies a cabeza sólo por ir bien bañadito, perfumado y con mis útiles nuevecitos. Ya antes esa sensación de descortesía brutal la había sentido en mi cuadra cuando mis padres en las Navidades nos compraban juguetes nunca vistos entre los niños/as, y tenía que soportar los abusos y las muestras de ofensas que a veces un niño/a envidioso puede manifestar. Mi tía Cuca sabia en ello me aconsejaba que lo pasara todo por alto, y que compartiera mis regalos con los niños/as de mi barrio, total eran mis amigos.

Un buen día cuando frisaba en los 8 años, salí a jugar con un pelotón amarillo a la cuadra y uno de los majaderos del grupo me punteo el balón cuadrado de Quico, y se escurrió hacia el techo. No deseaba armar alboroto pues era  todo un grupo parado en la puerta de la quinta San José, así que me trague mi cólera y subí trepándome por las ventanas de fierro y madera en búsqueda de mi balón de Quico. Lo baje y estaba otra vez chivateando cuando de repente un palomilla mas grande y que era pariente de  la patota de la cuadra le metió cuchillo sin que nada tuviera que ver con él. El grupo se rio en mi cara y yo con las mejillas rojas de cólera sólo atine a darme la vuelta y meterme en mi casa. Mi madre me preguntó por la pelota: “No madrecita se me cayó por el techo, muy difícil sacarla”.

Era con mi hermano los mas chibolos de esa cuadra, y la mayoría eran de tres a cuatro años  mayores y peloteaban en la puerta de fierro de mi colegio. Desde muy niño yo ya mostraba señales de darle con cariño a la pelota, así es que esa tarde nos pusimos a  rematar penales desde la berma contraria. A los manganzones de 11 años les salía chueco el remate casi siempre y a mi la puntería en el ángulo del travesaño casi no fallaba. Uno de los palomillas que tanta mala fe nos dispensaba me busco la bronca por las puras, sólo porque acerté mas penales que el, y sus amigos de su edad le decían que había perdido con un nene. Me cogió del cuello, yo aun un niño y sino fuera por el Papa de un amigo llamado Raúl, me tocaba catana aquel día.. No éramos bienvenidos a esa cuadra sólo porque nuestros padres nos engreían con buena ropa y juguetes a todo dar. Un sábado que mi tío Rolo, taxeaba y venía a comer con la familia, yo y  mi hermano salimos a jugar canicas. De pronto unos hermanos casi idénticos, en sus dientazos, consistencia física y mirada de truhanes se nos acercaron a retarnos a jugar pelota. Jugamos hasta 10 goles, y quien pierde se lleva la pelota. Trato hecho dije!. Lo puse de ultimo y arquero a mi hermano menor, que por entonces frisaba en los seis, y luego de una innata condición para el juego, llevadas, huachitas, quimba y salero para jugar le logramos ganar 10 a 7.  Como correspondía debían pagarnos algo, pero los muy despiertos nos dieron chicle, y nos invitaron a jugar todos los fines de semana a la vuelta en Coronel Zubiaga.

Así es como luego de un ambiente hostil pase a jugar a una cuadra mas ancha, e hice amigos que hoy perduran para toda la vida. En épocas de vacaciones jugábamos pistazo, y si nos aburríamos jugábamos callejón oscuro, trompo, o canga canga. En las esquinas habían un grupo de jóvenes acomodados entre ellos Foe, un joven que sufría de poliomielitis, pero que era diestros para jugar paletas, o tenis de calle. O hacíamos travesuras en jornadas de carnavales, levantando a cuanta chiquilla bonita pasaba por esos suburbios. Recuerdo, que en invierno jugábamos en plena humedad, y ante la garúa teníamos que saber driblear la porquería de perro, que se asentaba en las aceras y pistas. Ya desde aquel tiempo, digo como 9 años de edad, mi hermano era un perro de aquellos, y yo por las condiciones técnicas que había desarrollado un 8 con llegada, pase y gol. No tardaron en vernos “Misterio” el  jefe de la Trinchera Norte, que además cazaba talentos. Tenía una hembrita por estos lares pues él era de Mangomarca Las flores, y siempre se refería a unos zambitos de Alianza como promesas para el futbol. Yo era recuerdo de Unión Huaral, por aquellos años un buen equipo del descentralizado, pero luego de la U.  Mi hermano y padre se burlaban cuando decía que los zambos de Unión Huarala ganarían la copa Libertadores. Cuando mi amigo de cole Gabriel que era zaguero en las divisiones menores de Universitario me llamo para probarme le pedi permiso a mis padres y ellos frustraron mi solicitud: “Tal vez luego blanqui, estas muy chibolo”

Como dije iba al catecismo de la parroquia todo los sábados en la tarde a escuchar a un seminarista de nombre Rodrigo las lecciones del catecismo bíblico de aquella época. Yo era católico y creyente en Jesucristo desde que lloraba su muerte en las películas de semana santa, y cuando mis padres me llevaban todos los meses morados  a ver la procesión del Señor de los Milagros. Iba en mi camisa blanca y mi casacón de gamuza, zapatillas de lona, y mi pantalón jean bien aplanadito. Al entrar en la casa del señor un aroma húmedo y frugal se apoderaba de mis sentidos, y requería algo de serenidad pues percibía que el me daba la bienvenida. Me acercaba al grupo de 20 o mas adolescentes que recibían educación para la primera comunión, y luego de educarnos en  base a las lecciones de la catecismo nos dejaban plana para desarrollar nuestra fe de servicio  al señor. Ahí fue donde escuche que el como hijo del altísimo era capaz de hacer cosas extraordinarias, como curar enfermos con las manos, despachar demonios, y  sacar de la muerte a cualquier persona. Y entonces mi imaginación volaba y asentía el mensaje de sabiduría y salvación que transmitía el catolicismo. Deseaba en mis alucinaciones palaciegas tener un tanto de su poder para remediar la tanta muerte y desconsuelos que se veían en TV nacional. Mi madre siempre decía como no soy superman para acabar con tanto delincuente que asesinan madres y niños. Yo sólo en mi inocencia salía de la casa del señor, y me compraba unos mísperos acaramelados o los deliciosos sanguitos de Don Turrón.  Llegaba a mi casa por desaguadero y en una parte de la berma arruinada veía a mis yuntas jugar a la cocinita con el trompo.

-          Y que tal Diosito, no te ha mandado tarea.
-          Si pero la hare mas tarde,  que están haciendo.
-          Este huevetas de Narciso que quiere que le quiñe su trompo, ni usar la huaraca sabe.
-          Ahora le hago la cocina al nero.

Y bien lo dicho jalo al trompo hacia su mano y bailoteando en ella le dio tal sacudida al trompo del Nero que cayo redondito en la caja de agua potable destapada. Ahora te toca chantarse.  “Y que es eso pregunte”…. Mira y lo sabrás me dijo Narciso. O también el popular sapito. Agarro el trompo medio rojo del Nero, lo fijo en una hendidura del sardinel y con la punta de su trompo como si fuera cincel le dio tal golpe con una piedra que ahí yacía que esa obra de arte de madera se partió en dos. “Esto es jugar ala cocinita, me debes” Nero no le pago nada, “Date por bien servido, te ha gustado encular mi trompo”… Sapito se fue a su casa y me dijo que para la próxima jugamos con apuesta y me invito a comprarme un trompo.

Me incline tanto a aprender este juego que de mis propinas diarias me compre un trompo multicolores en la plaza de 1º de Julio, y una huaraca que yo mismo hice con una chapita de cerveza Pilsen, y una pita de pabilo que guardaba cuando volábamos cometas mis amigos en verano. Empecé a practicar, y  tenía como sensei a mi tío Víctor chico, quien sabia hacer la voladita, el columpio, la puntería con la jalada, y otras figuras donde el trompo baila en el pabilo que nunca me salieron. Regresaba del catecismo por la tarde, almorzaba mi arroz a la cubana, con zarza picantosa y luego de hacer la tarea del padre rumioso salía a buscar pleito con el trompo de mi jarana. Siempre hallaba a Sapito y a Coco metidos en la vereda cerca a la casa de los Taipe, jugando y apostando. Esa tarde medio humeda y con un sol tenue inicie mis andanzas en el mundo del trompo. Jugue lo mejor que me enseño mi tio, a darle en prima al hacerlo bailar, pero Sapito y Coco eran mas duchos que yo. Sólo recuerdo que me cocinaron en media hora,  y mi trompo que me había costado cinco intis de millón era dos pedazos de madera inservibles. Me enfurecí, y me volví a comprar otro trompo, uno mas sedita, y llevadero con mi mano. Jugaba y jugaba y volvía a perder, hasta que un Domingo, una mancha de Huamalíes bajo hacia la cuadra a retarnos a jugar pistazo. 

Yo me había enviciado tanto en este juego de la cocinita, que había olvidado que hacía algunos centavos jugando al mete gol gana. Uno de ellos Peloya al verme como un colegial  se burlo de mi y lo desafié a jugar conmigo…. Ya era lo suficiente ducho para partir un trompo, asi que el medio azaroso saco su trompo todo despintado y con una puntaza de verduguillo  y en un dos por tres me lo cocine…. Cuando se lo iba a partir con una piedra su mancha se nos fue pa encima y me partieron el trompo sedita de mi tío en varios pedazos…. Su risa de drogo me calentó tanto que cuando retiraron sus manos de nosotros le apunte con el trompo de Sapito en la cara y le di en prima en la mollera….. Solo atinamos a escapar eran demasiados y seguro con verduguillos. Esa noche rezándole al Todopoderoso  jure nunca jamás volver a jugar trompo, era demasiado vicio…. Pasaba por ahí luego del Cole, y después del catecismo y seguía viendo a sapito perdiendo su dinero con los palomillas de Huamalies…. Peloya no se metía conmigo, nunca supe porqué.

En esos años hacia el 90, las calles infestadas de chiquillos y peloteros se vaciaron. Me decía habrá sido el frio o es que no hay ni siquiera una lata de atún para jugar. Pero la verdad era otra en una esquina de Teniente Rodríguez, en la casa de un tal muchachon; en una quinta cerca a Centro Escolar habían llegado las primeras consolas de video juegos. El Hatari, y el max play eran la comidilla de chiquillos viciosos jugando Mario Bross o Zelda, o Juegos de pinboll llevados a la manija que sacaba callos en las manos…. Mi hermano se escabullía con los conejos a jugar siquiera una horita, y eran tantos los mirones con los ojos de huevo tibio, y la boca con saliva cerca de las ventanas que ya nadie quería jugar ni siquiera callejón oscuro, o canga canga…. No entendí porque tanto vicio asi que un día que me enviaron a buscar pan tolete y jamonada de pollo, me traslape el dinero de mi madre y me alquile una consola de hatari…. Jugué recuerdo Pacman, un juego de aviones de guerra que era bien yuca, y Mario Bross, el fontanero de la suerte. Así estuve como cuatro horas con la lengua afuera y los ojos inyectados de ansiedad que mi tía cuca con el chicote  en mano me saco a chicotazos de la casa de Muchachon. Igual me escapaba de mi casa e iba a enviciarme…. 

Mis padres viendo que podía bajar mis notas en el cole, me compraron el hatari y el max play, y la diversión con mi hermano menor tres años fue bacán. Jugábamos horas y horas, a veces sin comer, y nos desenchufaban el aparato pues gastábamos mucha luz. Los juegos tradicionales de mata gente, trompo, canga canga, canicas, siete pecados, las chapadas con hembritas, y encantado pasaron a mejor vida. Sólo quedo libre de la desviación de los juegos las m muñecas de las niñas, su Ken y Barbie y los chichobelos llorones….. Sino mal recuerdo seguimos jugando  al pistazo  hasta mi salida en el año 96 de Barrios Altos, pero no se porque empezaron a  aparecer los niños gordos y afiebrados. Cuando salí de Barrios Altos y la seguí en Wilson ya habían llegado otras consolas de videojuego mas avanzadas y con juegos alucinantes como mientan los tucos…. Me envicie y ganaba plata en campeonatos de carrera de autos,  wining leveng, y mario card…. Deje de jugar a los 20 añós, ya otros intereses y pasiones abrigaban mi ser..pero no dejo de reconocer que con el nintendo aprendí a dar pases en cortada en los pistazos. Aún en la selva a la que conozco desde su embrujo veo sobrevivir los juegos de canicas, y el baile del trompo, pero a la vez no faltan los juegos de video actuales que extraen al niño/a de su ambiente natural y te predisponen a la desobediencia y a la no transmisión de saber comunal. Yo viví esa época como un cliente  más, solo ahora me doy cuenta que fue una gran conspiración para acabar con el niño aventurero y sin adrenalina, y volvernos mansos y a la vez autodestructivos….

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