miércoles, 17 de marzo de 2021

Fútbol, deporte y sociedad peruana

 

 



Resumen:

 

En los límites de esta propuesta se reflexiona sobre los procesos de socialización que diseñan al disciplina deportiva con el objetivo de suscribir la idea de que estructuras reificadas y mercantilizadas no consiguen desarrollar individualidades deportivas exitosas, pues la cultura del deseo y de avaricia que desperdigan en el escenario del individualismo puro a lo único que conducen es a la coacción de una cultura del deporte competitiva acorde con nuestras especificidades culturales.

 

 

Este ensayo que se disfraza de cuestionamiento constructivo, pero sin  dejar el alegato despiadado, me parece que puede contribuir a despejar el escenario de invectivas y comentarios ácidos que se han venido tejiendo alrededor de los magros resultados del deporte social, y ofrecer a partir de los datos dispersos y agresivos, una síntesis rescatable de las interacciones entre la disciplina deportiva y las condiciones sociales en la cual esta se gesta. El propósito es desarrollar la hipótesis que el condicionamiento de la desestructuración social que padece la experiencia social peruana, aunado al peso arrollador de estructuras cotidianas que cohíben y desorientan la acción exitosa,  está dibujando el posicionamiento de un ciclo perverso de fracasos deportivos, que reflejan el poco compromiso dinámico de la individualidad con metas gratificantes y decorosas en términos nacionales, lo cual se explica por el pobre desarrollo de una cultura deportiva.

 

En los límites de este ensayo creo que una sociología del deporte que centre su análisis en el fenómeno futbolístico es clave, porque se concentra en el proyecto de desarrollar automatismos y resultados colectivos todas las eternas falencias que existen para condicionar la aparición de proyectos comunes que representen el reflejo periódico de una textura social orgullosa de su autenticidad y riqueza sociocultural. No hay que dejar de lado el resultado profesional de las demás disciplinas deportivas, pero creo que fijar la reflexión de la sociedad en proyectos de reeducación cultural que introduce el entrenamiento atlético y psicológico, puede ayudar a entender porque la cultura mediocre de las personalidades típicas no es vulnerada, en este caso, por la incentivación y crecimiento de naturalezas deportivas exitosas[1].

 

En sus orígenes históricos el desarrollo del deporte se asoció a una práctica de disciplinar el cuerpo para fines bélicos, en contextos históricos donde el grado de civilización escaso condicionaba que el imperio de la violencia bárbara exigiera la necesidad de movilizar a las poblaciones sociales en función de una estructura militar con que controlar los motines y maniobras desestabilizadoras de los enemigos internos y externos del embrionario Estado. En cierta medida también la necesidad de disponer de grandes proporciones de fuerza de trabajo – movilizar productivamente la sociedad en su conjunto- predispuso que los pocos adelantos tecnológicos legitimaran el uso de oficios y cuerpos adiestrados en trabajos pesados e infrahumanos, lo cual evidenció una disciplina indirecta y esclavista del cuerpo que iba en contra del bienestar del organismo, dados la poca existencia de una seguridad alimentaria masificada. Es con la aparición de la estructura estatal más estable, con el control aristocrático del excedente social, y con el surgimiento de enclaves cortesanos, que desarrollaron hábitos y costumbres elitistas y disforzadas, que el cuidado del cuerpo es liberado de sus matices subhumanos y esclavistas, y es asociado al nacimiento de una disciplina deportiva y ritualezca que es empezada a sentirse como una actividad autónoma, un fin en sí misma. Es en la sociedad griega donde la génesis de los juegos olímpicos, con manifestaciones ceremoniales y estéticas, otorga un carácter nuclear a la actividad deportiva relacionando el cultivo del alma y la sabiduría a un desarrollo corporal y hedonista de la estructura fisiológica, con una añadido de ribetes exhibicionistas e individualistas, que aún no permitían la evolución de una mentalidad deportiva en sí misma.

 

Es con la aparición de la sociedad moderna en un contexto de tensión entre la lógica privada y los esfuerzos socialistas que la insurgencia paulatina del disipamiento deportivo iría dándole al deporte los rasgos de una industria del entretenimiento sobre bases disciplinarias, presuntamente puritanas, que subordinaban la consecución de laureles deportivos a la constante burocratización de la corporalidad del deportista. Es tal vez una paradoja aparente el hecho de que el fin recreativo del deporte y la formación rigurosa del deportista este entrelazados inicialmente en el escenario de una cierta coherencia socializadora; si bien la práctica socializada del deporte, en especial el fútbol anima reuniones y da cohesión social, la verdad es que este fin sólo lúdico no llega a inscribir al talento deportivo al interior de una cierta mentalidad competitiva, porque este siguiente aprendizaje es el que da validez a una cierta profesionalización del deporte que sólo se adquiere cuando los marcos de socialización logran ensamblar exitosas individualidades[2].

 

 Es la contradicción que existe en ver sólo la práctica del deporte como una recreación ocasional al interior de una determinada tradición subalterna lo que obstruye el desarrollo de una mentalidad del éxito en cuanto a resultados deportivos. Es decir, el entrelazamiento del deporte en un mundo festivo y consumista bloquea la entrega de la existencia singular del deportista a una adecuada secularización de la instrucción y del aprendizaje de ciertas técnicas y procedimientos disciplinarios, aún cuando el aprovechamiento de la imaginación y riqueza técnica es el producto de una vida insertada en un mundo rico en sabidurías tradicionales. Según lo dicho esto se constata abiertamente en la práctica del fútbol donde en cierto momento de control del conocimiento imaginativo del fútbol está imbuido de una metafísica romántica y artística del deporte, pero es cuando los resultados eficaces del deporte exigen una mayor disposición atlética del jugador y el aprendizaje de recursos tácticos y de posicionamiento estratégico que se subordina el despliegue de la fantasía futbolística en función de la consecución de logros deportivos[3]

 

Tal vez las sociedades que organizan su cultura popular en función del nacimiento y profesionalización de genialidades deportivas son aquellas que ostentan un grado civillizatorio sumamente rico en disposiciones organizativas que les permiten brindar condiciones sociales para que la riqueza técnica del jugador no se divorcie de su actitud competitiva que debe expresar la disciplina deportiva. Aquella organización social que no construya una infraestructura social acorde con el reconocimiento institucional de sus potencialidades deportivas no conseguirá que la práctica del deporte introduzca en las mentalidades colectivas una sabiduría del cuidado del cuerpo a través de la salud deportiva. En líneas generales, el paso de un prototipo del deporte romántico e influenciado por el carácter festivo de las cultura populares, a una racionalización de las condiciones sociales del deporte en manos de los agentes privados ha hecho que la industria del deporte este controlada por una exigencia administrativa y procedimental que sacrifica el carácter lúdico de la experiencia deportiva a una cuestión de resultado eficientista que sólo consiguen aquellas estructuras sociales que logran constituir una experiencia civilizada de organización deportiva a salvo de las confusiones simbólicas de la complejidad capitalista[4].

 

En función de lo expresado en líneas más arriba arrojamos la hipótesis de que nuestra sociedad no consigue resultados deportivos laudables - aunque si algunas experiencias aisladas- porque el carácter anómico y empobrecedor de la conciencia colectiva desanima y sirve como obstáculo para el desarrollo de racionalidades organizativas que sostengan e incentiven el crecimiento de una planificación deportiva estable que respalde el despegue de singularidades competitivas. Creemos, por lo tanto, que dejar que los éxitos deportivos lleguen como resultado de experiencias aisladas y sacrificadas, más que demostrar la magia de voluntarismos individuales – que a pesar de todas las inclemencias inscriben su nombre en la pobre historia del deporte – lo único que se evidencia es la precaria organicidad y el abandono material del deporte por parte de la sociedad, el Estado y la empresa privada. Una de esas experiencias deportivas aisladas que ha resultado  exitosa ha sido el futbol peruano con su llegada al mundial Rusia 2018, y su subcampeonato en la Copa América Brasil 2019.

 

Empresa privada y deporte:

 

Para el personaje de a pie no es un secreto de que el deporte, sobre todo el fútbol, mueve millonarias cantidades de dinero. Que la industria del deporte que apasiona a multitudes concibe crecientemente flujos de inversiones destinados a crear y fortalecer una industria que amasa utilidades jugosas y paga millonadas por descubrir y desarrollar talentos deportivos que reproduzcan y den legitimidad al espectáculo deportivo. No sólo se globalizan corporaciones empresariales especializadas en organizar las sociedades en función del crecimiento de identidades deportivas, sino que además alrededor de la empresa futbolística se teje una cultura e imaginarios simbólicos que integran poblaciones y configuran referentes idóneos para diseñar personalidades afines con la reproducción mediática del deporte. En especial la empresa privada utiliza las disposiciones exitosas de figuras deportivas con la finalidad de agenciar y construir estereotipos de consumo que faciliten la venta de sus productos y el arraigo de una cultura de estilos de vida apegados al deporte. No sólo es un cometido de la política nacional desarrollar una saludable organización proclive a ocasionar una cultura y una industria  del deporte – fiel reflejo de su desarrollo humano y civilizatorio-  sino que además el agente privado invierte en este fenómeno de masas, porque en relación a la moda y el erotismo y otros, el deporte sirve para legitimar un estilo de consumo que cohesiona identidades y construye una cultura nacional pero en diálogo con la globalidad[5].

 

A excepción de los otros dispositivos culturales que bordean con la desviación cultural, inclinados a desarrollar subjetividades transgresoras y patológicas, la identidad del deportista respira un escenario de promoción del bienestar cultural y material, que asegura el equilibrio emocional y reconforta la salud individual. Más allá de que exista un creciente fenómeno de pandillaje juvenil asociado a una etnocultura de tribus y barras bravas que crían una cultura del delito mafioso e incontrolable, y más allá de que las personalidades del deportista alcancen espectacularidad y bochornoso libertinaje bohemio – gracias a la inmediata movilidad social que significa la profesionalización del deporte – creemos que  la proyección competitiva y de mentalidad ganadora que ofrece la práctica del deporte otorga  validez a la constitución de una psicología del porvenir y de la completad realizadora que no deja  de aprovechar la empresa privada[6].

 

Es con todo acierto la incompatible relación que se teje entre la lógica de la  mercantilización del deporte y las ramificaciones públicas de la política estatal, en materia de promoción del deporte, las que están obstruyendo el desarrollo de condiciones ideales para la explosión de la genialidad y creatividad del deportista. No sólo no existe una congruente y sólida política deportiva en el escenario nacional, sino que además la disposición monopólica y aristocrática de la inversión privada – que ve el deporte desde el punto de vista estricto de la rentabilidad corporativa – paralizan el apropiado desarrollo de una cultura del deporte con arraigo subalterno que logre establecer la creencia ciega en el éxito y la gloria deportiva. Es tal vez la separación abismal que existe entre una gramática de la pobreza, mediocre y derrotista, y la escasa valoración de singularidades con sólida voluntad de poder, que buscan escapar del empobrecimiento desmercantilizado, lo que facilita el fracaso de toda iniciativa organizacional desde el Estado – a través de los sectores democráticos de la sociedad civil -  y la que apertura el apoderamiento gansteril de los consorcios privados que sólo promueven la aventura del éxito deportivo en la medida que ello le sufraga enormes riquezas económicas y asegura su control monopólico.

 

A no dudarlo, el escaso compromiso de los empresarios privados por institucionalizar reglas transparentes para el desarrollo de una política deportiva, que surta beneficios tantos privados como sociales, el hecho de que se manejen las endebles administraciones deportivas del Estado en función de criterios   de rentabilidad y de eficiencia económica – sin considerar los contextos de significado fervoroso que arrastra la práctica del deporte en las mentalidades colectivas- facilita el modelamiento irreparable y particularizado de una empresa deportiva que debe combinar apropiadamente el desarrollo de una política pública democrática y heterodoxa en materia de deporte, con escalonadas inyecciones de capital privado que respeten y promocionen el origen popular de la vocación por el deporte.

 

El inmediato acaparamiento caudillesco de los lobbys deportivos por parte de una clase empresarial que desestructura y manipula irresponsablemente los referentes sociales, de donde el deportista adquiere su creativa quimba y estilo futbolístico, genera que la profesionalización de la experiencia deportiva sea cultivada y reservada a ciertas capas elitistas, que cuentan con los medios económicos para desarrollar una simpatía y disciplina asociada a una mentalidad competitiva. No quiero negar que la práctica del deporte tienda a una monopolización antidemocrática por parte de los sectores con estilos de vida oligárquicos – casos que pueden ser relevantes son el tenis, la natación, etc – pero en sí el impacto de una cultura del consumo en los sectores populares y mesocráticos disminuye la expresión de una coherente profesionalización del deporte, porque esta es percibida como un lujo narcisista del cuerpo, incompatible con la ética del trabajo y de la espiritualidad que olvida la conciencia de lo psicosomático y que esta muy difundida en la cultura conformista y holgazán de la pobreza social. Aun así creemos que  la definición patrimonialista, oligárquica y gamonal de los sectores empresariales internos, que visualizan el tejido social como una despensa de recursos inagotables, susceptibles de explotación y manipulación, sin ninguna consideración ética que valga, coopera (además de otros factores implícitos) para que no exista una adecuada industria y organicidad deportiva con un aprovechamiento responsable del capital humano de los mundos subalternos. Es el carácter particularista con que se ayuda a la formación y posterior explosión competitiva del deporte lo que bloquea el control comunitarista y democrático del deporte, lo cual daría un respaldo tradicionalista a la mentalidad ganadora del deporte, para no verla como una empresa solitaria o una quimera sin oportunidades. El colgarse con desparpajo de alguna hazaña deportiva en la cual sus mezquinos subsidios no tienen nada que ver, demuestra crudamente el abandono y los desencuentros que existen en la sociedad para avivar y enriquecer con laureles deportivos las enormes contradicciones sociohistóricas que padece nuestra realidad asistemática[7].

 

Estructura negativa y disciplina deportiva:

 

Las continúas desconcentraciones en plena competencia que padecen las disciplinas deportivas, cunado más se necesita de una personalidad sólida y segura de sí misma para mantener o conseguir un resultado favorable, revelan las escandalosas compensaciones psicológicas y desajustes emocionales a los que nos tiene acostumbrada la subjetividad individual en la medida que las estructuras negativas de la inacción y del empobrecimiento moral atacan y ensombrecen los impresionantes instantes de lucidez y éxito dignificante que la biografía individual se atreve a diseñar. De cierto modo la incertidumbre que golpea hasta alma más preparada, debilita los acordes de armonía que un desarrollo integral logra fortificar porque el incentivo de capital humano no depende en última instancia del estrecho voluntarismo que una conducta endeble logra desplegar, sino del desarrollo genérico que la particularidad recibe en una formación sociohistórica donde ser individuo es deteriorar los escasos enclaves de socialización que son imprescindibles para el desarrollo de una conciencia colectiva típica[8].

 

En cierto sentido  la decadencia de la formación sociohistórica, es decir, la pérdida de control sobre la reproducción social central equivale a que el impacto de una realidad licuada y con un escaso margen de maniobra de sus particularidades específicas sea incapaz frontalmente de deshacerse del impacto negativo de la mediocridad estructural, que confina los avances de realización individual a meros desenfrenos festivos y esquizofrénicos de un ethos transgresivo. El dominio de un carácter social que recoge su equilibrio emocional de conductas eminentemente transgresoras -de un registro autoritario que celebra la fragmentación de los significados, porque de ello depende el incremento de su totalitarismo sociocultural-  conduce necesariamente a que la reacción eficaz de la subjetividad no enriquezca las empresas y aventuras exitosas que se plantea, porque las envolturas conformistas de una realidad empobrecedora las desactivan en  proyectos mitomaníacos que envuelven el escenario de fantasías y falsedades subjetivas.

 

El influjo que el rendimiento deportivo percibe al relacionarse con una cultura mediocre, que enfatiza sólo la expresión de ciertos rasgos particulares de la personalidad, bloquea la transmisión de una subalternidad deportiva, convirtiendo la profesionalización del deporte en una actividad que es sólo trabajo y no una destreza personal en la que uno logra la felicidad. Es el relativo difuminamiento del ethos popular que otorgaba imaginación a la creatividad deportiva, por irse mediatizando y tornándose híbrido a consecuencia del discurso del consumo, es lo que obstaculiza que la recepción de un relato del éxito y de la calidad total, pueda estar amortiguado por un colchón de ideologías subalternas que pueden hacer posible vivir el deporte como algo pasional y no mediado por la naturaleza cosificadora del dinero. En otras palabras, el derrotismo y precariedad que atraviesan nuestras principales disciplinas deportivas es un resultado del poco compromiso y desafección que la producción de las subjetividades típicas demuestran frente a una realidad social que torna el trabajo en equipos solidarios en una rareza infectada de ambiciones monetarias y de poderío mercantil. Es el debilitamiento de un acercamiento simbólico con el medio social en el que se forma y crece, lo que obstruye la manifestación de una urgente hazaña de disciplina individual, pues el deportista se concentra para adiestrarse pero no se mentaliza para ganar, “no se la cree”.

 

Creo con firmeza que una psicología no acostumbrada a los triunfos, todo cuanto más el entrampamiento de las relaciones sociales los obstaculiza, ve con perplejidad la consecución de ciertos resultados deportivos, por que la historicidad interna de la trayectoria individual jamás ha logrado tener el control de los escenarios múltiples que lo determinan, es decir, el avance de estructuras afirmativas es complicado en un contexto en donde toda empresa genérica está condenada a la degradación ontológica. Es la actividad deportiva en estos medios desestructurados un conato dialéctico contra las murallas ideológicas que impiden el logro de la voluntad, un sacrificio solitario por superar las esferas infecciosas de una cultura anómica que “raja” perversamente de toda mentalidad vencedora que asimile convenientemente la magia de la autodeterminación axiológica. Tal vez el hecho de que el despliegue y vida del deportista esté relacionado con estilo licencioso, con un prototipo somático de capacidad sensorial, favorece la desconcentración y la irresponsabilidad deportiva. Sin embargo, creo que las tentaciones de una vida desaforada no son pretextos suficientes para desacelerar el ritmo de competencia que el perfil ganador debe demostrar en todos los aspectos de la existencia cultural.

 

En líneas generales, el predominio de un ethos negativo y profundamente ideológico, que desanima la pericia caracterológica del deportista y de toda individualidad que desee perforar la cultura del fracaso, es el principal motivo de que hasta la mejor predisposición empresarial no consiga resultados auspiciosos. Sabiéndose que la identidad general es el producto de un proceso histórico en donde hemos carecido de autonomía y autenticidad autoconformativa, entonces toda iniciativa de  devolverle al deporte la gloria de antaño pasará necesariamente por generar un híbrido organizacional que reconozca la idiosincrasia del deportista para en base a esa premisa reconocer nuestra ventajas y limitaciones, así avanzar. En tanto subsista aferrado a nuestro mundo de la vida una ideología neoliberal que promociona una plantilla del hombre cosificador y mercantilista será muy difícil confeccionar un respaldo subalternizado a los diversos proyectos de existencia deportiva, porque hay que entender que la sinergia colectiva, la mentalidad ganadora, sólo es ocasionada por una vida que tenga hambre de superación y gloria, más allá del burdo interés del dinero. De cierto modo el protagonismo de ciertas personalidades deportivas  en los últimos años, habla acertadamente de una asimilación afirmativa del discurso del éxito mercantil, pero hay que aclarar que tal destacamiento individual es el producto de la convergencia de ciertas condiciones favorables unidas a un talento cuidadoso y paulatino, lo cual está muy lejos de la realidad de las mayorías empobrecidas que ven el deporte – sobre todo el fútbol- como una oportunidad de movilidad social o de salvación económica, y no como una actividad realizadora.

 

Conclusiones: El deporte como revolución de la personalidad.

 

Es característico de la sociedad peruana no contar con la extensión de una cultura deportiva profesional. Este defecto estructural evidencia el hecho de que el proceso de personalización periférico que se desarrolla en las sociedades populares compromete severamente la expresión de una mentalidad competitiva capaz de desactivar una ideología del consumo que sólo visualiza el cuerpo como un campo de expresión hedonista y del deseo. Más allá que el deporte sea concebido sólo como una distracción, un pasatiempo barroco que endilga festividades populares, creemos que justamente la no modernización de las ideas deportivas, su no profesionalización atlética, es lo que dificulta la expansión de una individualización más racional y disciplinada, capaz de servir de cimiento psicológico a la práctica del deporte de alta competencia. No obstante la popularidad que alcanzan algunas disciplinas deportivas (como el fútbol) no se visualiza en las sociedades populares una coexistencia afirmativa entre el talento creativo que la cultura popular ayuda a germinar, y la actitud racionalizadora que un estado civilizatorio superior ubica en las subjetividades deportivas, lo cual ocasionaría la configuración de una sólida cultura del deporte como expresión real de una sociedad saludable y civilizada. Creo ciertamente que convertir la práctica del deporte en una actividad organizada y democrática que logre canalizar la riqueza técnica que aflora festivamente en las clases populares es parte de una política de Estado, cuya eficacia a largo plazo lograría movilizar a la sociedad hacia una cultura del deporte conciliada con una ética del éxito y de la iniciativa individual.

 

Si no existen medidas públicas y legislativas para convertir el deporte en una práctica fomentada descentralizadamente, que sirva para salvar a la juventud de los peligros de la pobreza y de la parálisis consumista, será muy difícil insertar en el tejido autoritario de las clases populares una ideología voluntarista que esparza una mentalidad ganadora  al fin y al cabo resultado de que las singularidades logren procesar los peligros de la complejidad organizada. El estado debe ingeniosamente mitigar los efectos dramáticos de la pobreza extrema y de la desigualdad social con el control de semilleros, de clubes deportivos, y de gimnasios populares que capten los talentos deportivos en congruencia con la empresa privada, que gestiona de la mejor manera la inversión en el mercado de los genios deportivos. El deporte no es sólo algo recreativo sino una actividad que puede cooperar en la creación  de una mentalidad con más liderazgo y efectividad, frente a la oscuridad del conformismo y de la pobreza moral.

 

 

Bibliografía.

 

  • BARBERO José martín. De los medios a las mediaciones. G Pili Barcelona. 1987.

·         BECK Ulrich. La sociedad del riesgo. Alianza editorial. Madrid. 1992

·         BERGER y LUKHMANN. La construcción social de la realidad. Amorrortu. 1975

·         BOURDIEU Pierre.  La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus 1988.

·         ELÍAS Norbert. Deporte y ocio en el proceso de la civilización. FCE. México 1992

·         GIDDENS Sociología. Alianza editorial. Madrid 1989

·         GINER, S. Sociología. Barcelona, Península. 1979

·         WEIS, K.  Sociologia del deporte. Valladolid; Miñón. 1979

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] BECK Ulrich. La sociedad del riesgo. Alianza editorial. Madrid. 1992

[2] ELÍAS Norbert. Deporte y ocio en el proceso de la civilización. FCE. México 1992

[3] BOURDIEU Pierre.  La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus 1988.

[4] BARBERO José martín. De los medios a las mediaciones. G Pili Barcelona. 1987.

[5] GIDDENS Sociología. Alianza editorial. Madrid 1989

[6] GINER, S. Sociología. Barcelona, Península. 1979

[7] WEIS, K.  Sociologia del deporte. Valladolid; Miñón. 1979

[8] BERGER y LUKHMANN. La construcción social de la realidad. Amorrortu. 1975

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