Fútbol, deporte y sociedad peruana
Resumen:
En los límites
de esta propuesta se reflexiona sobre los procesos de socialización que diseñan
al disciplina deportiva con el objetivo de suscribir la idea de que estructuras
reificadas y mercantilizadas no consiguen desarrollar individualidades
deportivas exitosas, pues la cultura del deseo y de avaricia que desperdigan en
el escenario del individualismo puro a lo único que conducen es a la coacción
de una cultura del deporte competitiva acorde con nuestras especificidades
culturales.
Este ensayo que se disfraza de cuestionamiento
constructivo, pero sin dejar el alegato
despiadado, me parece que puede contribuir a despejar el escenario de
invectivas y comentarios ácidos que se han venido tejiendo alrededor de los
magros resultados del deporte social, y ofrecer a partir de los datos dispersos
y agresivos, una síntesis rescatable de las interacciones entre la disciplina
deportiva y las condiciones sociales en la cual esta se gesta. El propósito es
desarrollar la hipótesis que el condicionamiento de la desestructuración social
que padece la experiencia social peruana, aunado al peso arrollador de
estructuras cotidianas que cohíben y desorientan la acción exitosa, está dibujando el posicionamiento de un ciclo
perverso de fracasos deportivos, que reflejan el poco compromiso dinámico de la
individualidad con metas gratificantes y decorosas en términos nacionales, lo
cual se explica por el pobre desarrollo de una cultura deportiva.
En los límites de este ensayo creo que una sociología del
deporte que centre su análisis en el fenómeno futbolístico es clave, porque se
concentra en el proyecto de desarrollar automatismos y resultados colectivos
todas las eternas falencias que existen para condicionar la aparición de
proyectos comunes que representen el reflejo periódico de una textura social
orgullosa de su autenticidad y riqueza sociocultural. No hay que dejar de lado
el resultado profesional de las demás disciplinas deportivas, pero creo que
fijar la reflexión de la sociedad en proyectos de reeducación cultural que introduce
el entrenamiento atlético y psicológico, puede ayudar a entender porque la
cultura mediocre de las personalidades típicas no es vulnerada, en este caso,
por la incentivación y crecimiento de naturalezas deportivas exitosas[1].
En sus orígenes históricos el desarrollo del deporte se
asoció a una práctica de disciplinar el cuerpo para fines bélicos, en contextos
históricos donde el grado de civilización escaso condicionaba que el imperio de
la violencia bárbara exigiera la necesidad de movilizar a las poblaciones
sociales en función de una estructura militar con que controlar los motines y
maniobras desestabilizadoras de los enemigos internos y externos del
embrionario Estado. En cierta medida también la necesidad de disponer de
grandes proporciones de fuerza de trabajo – movilizar productivamente la
sociedad en su conjunto- predispuso que los pocos adelantos tecnológicos
legitimaran el uso de oficios y cuerpos adiestrados en trabajos pesados e
infrahumanos, lo cual evidenció una disciplina indirecta y esclavista del
cuerpo que iba en contra del bienestar del organismo, dados la poca existencia
de una seguridad alimentaria masificada. Es con la aparición de la estructura
estatal más estable, con el control aristocrático del excedente social, y con
el surgimiento de enclaves cortesanos, que desarrollaron hábitos y costumbres
elitistas y disforzadas, que el cuidado del cuerpo es liberado de sus matices
subhumanos y esclavistas, y es asociado al nacimiento de una disciplina
deportiva y ritualezca que es empezada a sentirse como una actividad autónoma,
un fin en sí misma. Es en la sociedad griega donde la génesis de los juegos
olímpicos, con manifestaciones ceremoniales y estéticas, otorga un carácter
nuclear a la actividad deportiva relacionando el cultivo del alma y la
sabiduría a un desarrollo corporal y hedonista de la estructura fisiológica,
con una añadido de ribetes exhibicionistas e individualistas, que aún no
permitían la evolución de una mentalidad deportiva en sí misma.
Es con la aparición de la sociedad moderna en un contexto
de tensión entre la lógica privada y los esfuerzos socialistas que la
insurgencia paulatina del disipamiento deportivo iría dándole al deporte los
rasgos de una industria del entretenimiento sobre bases disciplinarias,
presuntamente puritanas, que subordinaban la consecución de laureles deportivos
a la constante burocratización de la corporalidad del deportista. Es tal vez
una paradoja aparente el hecho de que el fin recreativo del deporte y la
formación rigurosa del deportista este entrelazados inicialmente en el
escenario de una cierta coherencia socializadora; si bien la práctica
socializada del deporte, en especial el fútbol anima reuniones y da cohesión
social, la verdad es que este fin sólo lúdico no llega a inscribir al talento
deportivo al interior de una cierta mentalidad competitiva, porque este
siguiente aprendizaje es el que da validez a una cierta profesionalización del
deporte que sólo se adquiere cuando los marcos de socialización logran
ensamblar exitosas individualidades[2].
Es la
contradicción que existe en ver sólo la práctica del deporte como una
recreación ocasional al interior de una determinada tradición subalterna lo que
obstruye el desarrollo de una mentalidad del éxito en cuanto a resultados
deportivos. Es decir, el entrelazamiento del deporte en un mundo festivo y
consumista bloquea la entrega de la existencia singular del deportista a una
adecuada secularización de la instrucción y del aprendizaje de ciertas técnicas
y procedimientos disciplinarios, aún cuando el aprovechamiento de la
imaginación y riqueza técnica es el producto de una vida insertada en un mundo
rico en sabidurías tradicionales. Según lo dicho esto se constata abiertamente
en la práctica del fútbol donde en cierto momento de control del conocimiento
imaginativo del fútbol está imbuido de una metafísica romántica y artística del
deporte, pero es cuando los resultados eficaces del deporte exigen una mayor
disposición atlética del jugador y el aprendizaje de recursos tácticos y de
posicionamiento estratégico que se subordina el despliegue de la fantasía
futbolística en función de la consecución de logros deportivos[3]
Tal vez las sociedades que organizan su cultura popular
en función del nacimiento y profesionalización de genialidades deportivas son
aquellas que ostentan un grado civillizatorio sumamente rico en disposiciones
organizativas que les permiten brindar condiciones sociales para que la riqueza
técnica del jugador no se divorcie de su actitud competitiva que debe expresar
la disciplina deportiva. Aquella organización social que no construya una
infraestructura social acorde con el reconocimiento institucional de sus
potencialidades deportivas no conseguirá que la práctica del deporte introduzca
en las mentalidades colectivas una sabiduría del cuidado del cuerpo a través de
la salud deportiva. En líneas generales, el paso de un prototipo del deporte
romántico e influenciado por el carácter festivo de las cultura populares, a
una racionalización de las condiciones sociales del deporte en manos de los
agentes privados ha hecho que la industria del deporte este controlada por una
exigencia administrativa y procedimental que sacrifica el carácter lúdico de la
experiencia deportiva a una cuestión de resultado eficientista que sólo
consiguen aquellas estructuras sociales que logran constituir una experiencia
civilizada de organización deportiva a salvo de las confusiones simbólicas de
la complejidad capitalista[4].
En función de lo expresado en líneas más arriba arrojamos
la hipótesis de que nuestra sociedad no consigue resultados deportivos
laudables - aunque si algunas experiencias aisladas- porque el carácter anómico
y empobrecedor de la conciencia colectiva desanima y sirve como obstáculo para
el desarrollo de racionalidades organizativas que sostengan e incentiven el
crecimiento de una planificación deportiva estable que respalde el despegue de
singularidades competitivas. Creemos, por lo tanto, que dejar que los éxitos
deportivos lleguen como resultado de experiencias aisladas y sacrificadas, más
que demostrar la magia de voluntarismos individuales – que a pesar de todas las
inclemencias inscriben su nombre en la pobre historia del deporte – lo único
que se evidencia es la precaria organicidad y el abandono material del deporte
por parte de la sociedad, el Estado y la empresa privada. Una de esas
experiencias deportivas aisladas que ha resultado exitosa ha sido el futbol peruano con su
llegada al mundial Rusia 2018, y su subcampeonato en la Copa América Brasil
2019.
Empresa privada
y deporte:
Para el personaje de a pie no es un secreto de que el
deporte, sobre todo el fútbol, mueve millonarias cantidades de dinero. Que la
industria del deporte que apasiona a multitudes concibe crecientemente flujos
de inversiones destinados a crear y fortalecer una industria que amasa
utilidades jugosas y paga millonadas por descubrir y desarrollar talentos
deportivos que reproduzcan y den legitimidad al espectáculo deportivo. No sólo
se globalizan corporaciones empresariales especializadas en organizar las
sociedades en función del crecimiento de identidades deportivas, sino que
además alrededor de la empresa futbolística se teje una cultura e imaginarios
simbólicos que integran poblaciones y configuran referentes idóneos para
diseñar personalidades afines con la reproducción mediática del deporte. En
especial la empresa privada utiliza las disposiciones exitosas de figuras
deportivas con la finalidad de agenciar y construir estereotipos de consumo que
faciliten la venta de sus productos y el arraigo de una cultura de estilos de
vida apegados al deporte. No sólo es un cometido de la política nacional
desarrollar una saludable organización proclive a ocasionar una cultura y una
industria del deporte – fiel reflejo de
su desarrollo humano y civilizatorio-
sino que además el agente privado invierte en este fenómeno de masas,
porque en relación a la moda y el erotismo y otros, el deporte sirve para
legitimar un estilo de consumo que cohesiona identidades y construye una
cultura nacional pero en diálogo con la globalidad[5].
A excepción de los otros dispositivos culturales que
bordean con la desviación cultural, inclinados a desarrollar subjetividades
transgresoras y patológicas, la identidad del deportista respira un escenario
de promoción del bienestar cultural y material, que asegura el equilibrio
emocional y reconforta la salud individual. Más allá de que exista un creciente
fenómeno de pandillaje juvenil asociado a una etnocultura de tribus y barras bravas
que crían una cultura del delito mafioso e incontrolable, y más allá de que las
personalidades del deportista alcancen espectacularidad y bochornoso
libertinaje bohemio – gracias a la inmediata movilidad social que significa la
profesionalización del deporte – creemos que
la proyección competitiva y de mentalidad ganadora que ofrece la
práctica del deporte otorga validez a la
constitución de una psicología del porvenir y de la completad realizadora que
no deja de aprovechar la empresa privada[6].
Es con todo acierto la incompatible relación que se teje
entre la lógica de la mercantilización
del deporte y las ramificaciones públicas de la política estatal, en materia de
promoción del deporte, las que están obstruyendo el desarrollo de condiciones
ideales para la explosión de la genialidad y creatividad del deportista. No
sólo no existe una congruente y sólida política deportiva en el escenario
nacional, sino que además la disposición monopólica y aristocrática de la
inversión privada – que ve el deporte desde el punto de vista estricto de la
rentabilidad corporativa – paralizan el apropiado desarrollo de una cultura del
deporte con arraigo subalterno que logre establecer la creencia ciega en el
éxito y la gloria deportiva. Es tal vez la separación abismal que existe entre
una gramática de la pobreza, mediocre y derrotista, y la escasa valoración de
singularidades con sólida voluntad de poder, que buscan escapar del
empobrecimiento desmercantilizado, lo que facilita el fracaso de toda
iniciativa organizacional desde el Estado – a través de los sectores
democráticos de la sociedad civil - y la
que apertura el apoderamiento gansteril de los consorcios privados que sólo
promueven la aventura del éxito deportivo en la medida que ello le sufraga
enormes riquezas económicas y asegura su control monopólico.
A no dudarlo, el escaso compromiso de los empresarios
privados por institucionalizar reglas transparentes para el desarrollo de una
política deportiva, que surta beneficios tantos privados como sociales, el
hecho de que se manejen las endebles administraciones deportivas del Estado en
función de criterios de rentabilidad y
de eficiencia económica – sin considerar los contextos de significado fervoroso
que arrastra la práctica del deporte en las mentalidades colectivas- facilita
el modelamiento irreparable y particularizado de una empresa deportiva que debe
combinar apropiadamente el desarrollo de una política pública democrática y
heterodoxa en materia de deporte, con escalonadas inyecciones de capital privado
que respeten y promocionen el origen popular de la vocación por el deporte.
El inmediato acaparamiento caudillesco de los lobbys
deportivos por parte de una clase empresarial que desestructura y manipula
irresponsablemente los referentes sociales, de donde el deportista adquiere su
creativa quimba y estilo futbolístico, genera que la profesionalización de la
experiencia deportiva sea cultivada y reservada a ciertas capas elitistas, que
cuentan con los medios económicos para desarrollar una simpatía y disciplina
asociada a una mentalidad competitiva. No quiero negar que la práctica del
deporte tienda a una monopolización antidemocrática por parte de los sectores
con estilos de vida oligárquicos – casos que pueden ser relevantes son el
tenis, la natación, etc – pero en sí el impacto de una cultura del consumo en
los sectores populares y mesocráticos disminuye la expresión de una coherente
profesionalización del deporte, porque esta es percibida como un lujo
narcisista del cuerpo, incompatible con la ética del trabajo y de la
espiritualidad que olvida la conciencia de lo psicosomático y que esta muy
difundida en la cultura conformista y holgazán de la pobreza social. Aun así
creemos que la definición
patrimonialista, oligárquica y gamonal de los sectores empresariales internos,
que visualizan el tejido social como una despensa de recursos inagotables,
susceptibles de explotación y manipulación, sin ninguna consideración ética que
valga, coopera (además de otros factores implícitos) para que no exista una adecuada
industria y organicidad deportiva con un aprovechamiento responsable del
capital humano de los mundos subalternos. Es el carácter particularista con que
se ayuda a la formación y posterior explosión competitiva del deporte lo que
bloquea el control comunitarista y democrático del deporte, lo cual daría un
respaldo tradicionalista a la mentalidad ganadora del deporte, para no verla
como una empresa solitaria o una quimera sin oportunidades. El colgarse con
desparpajo de alguna hazaña deportiva en la cual sus mezquinos subsidios no
tienen nada que ver, demuestra crudamente el abandono y los desencuentros que
existen en la sociedad para avivar y enriquecer con laureles deportivos las
enormes contradicciones sociohistóricas que padece nuestra realidad asistemática[7].
Estructura
negativa y disciplina deportiva:
Las continúas desconcentraciones en plena competencia que
padecen las disciplinas deportivas, cunado más se necesita de una personalidad
sólida y segura de sí misma para mantener o conseguir un resultado favorable,
revelan las escandalosas compensaciones psicológicas y desajustes emocionales a
los que nos tiene acostumbrada la subjetividad individual en la medida que las
estructuras negativas de la inacción y del empobrecimiento moral atacan y
ensombrecen los impresionantes instantes de lucidez y éxito dignificante que la
biografía individual se atreve a diseñar. De cierto modo la incertidumbre que
golpea hasta alma más preparada, debilita los acordes de armonía que un
desarrollo integral logra fortificar porque el incentivo de capital humano no
depende en última instancia del estrecho voluntarismo que una conducta endeble
logra desplegar, sino del desarrollo genérico que la particularidad recibe en
una formación sociohistórica donde ser individuo es deteriorar los escasos
enclaves de socialización que son imprescindibles para el desarrollo de una
conciencia colectiva típica[8].
En cierto sentido
la decadencia de la formación sociohistórica, es decir, la pérdida de
control sobre la reproducción social central equivale a que el impacto de una
realidad licuada y con un escaso margen de maniobra de sus particularidades
específicas sea incapaz frontalmente de deshacerse del impacto negativo de la
mediocridad estructural, que confina los avances de realización individual a
meros desenfrenos festivos y esquizofrénicos de un ethos transgresivo. El
dominio de un carácter social que recoge su equilibrio emocional de conductas
eminentemente transgresoras -de un registro autoritario que celebra la
fragmentación de los significados, porque de ello depende el incremento de su
totalitarismo sociocultural- conduce
necesariamente a que la reacción eficaz de la subjetividad no enriquezca las
empresas y aventuras exitosas que se plantea, porque las envolturas
conformistas de una realidad empobrecedora las desactivan en proyectos mitomaníacos que envuelven el
escenario de fantasías y falsedades subjetivas.
El influjo que el rendimiento deportivo percibe al
relacionarse con una cultura mediocre, que enfatiza sólo la expresión de
ciertos rasgos particulares de la personalidad, bloquea la transmisión de una
subalternidad deportiva, convirtiendo la profesionalización del deporte en una
actividad que es sólo trabajo y no una destreza personal en la que uno logra la
felicidad. Es el relativo difuminamiento del ethos popular que otorgaba
imaginación a la creatividad deportiva, por irse mediatizando y tornándose
híbrido a consecuencia del discurso del consumo, es lo que obstaculiza que la
recepción de un relato del éxito y de la calidad total, pueda estar amortiguado
por un colchón de ideologías subalternas que pueden hacer posible vivir el
deporte como algo pasional y no mediado por la naturaleza cosificadora del
dinero. En otras palabras, el derrotismo y precariedad que atraviesan nuestras
principales disciplinas deportivas es un resultado del poco compromiso y
desafección que la producción de las subjetividades típicas demuestran frente a
una realidad social que torna el trabajo en equipos solidarios en una rareza
infectada de ambiciones monetarias y de poderío mercantil. Es el debilitamiento
de un acercamiento simbólico con el medio social en el que se forma y crece, lo
que obstruye la manifestación de una urgente hazaña de disciplina individual,
pues el deportista se concentra para adiestrarse pero no se mentaliza para
ganar, “no se la cree”.
Creo con firmeza que una psicología no acostumbrada a los
triunfos, todo cuanto más el entrampamiento de las relaciones sociales los
obstaculiza, ve con perplejidad la consecución de ciertos resultados
deportivos, por que la historicidad interna de la trayectoria individual jamás
ha logrado tener el control de los escenarios múltiples que lo determinan, es
decir, el avance de estructuras afirmativas es complicado en un contexto en
donde toda empresa genérica está condenada a la degradación ontológica. Es la
actividad deportiva en estos medios desestructurados un conato dialéctico
contra las murallas ideológicas que impiden el logro de la voluntad, un
sacrificio solitario por superar las esferas infecciosas de una cultura anómica
que “raja” perversamente de toda mentalidad vencedora que asimile
convenientemente la magia de la autodeterminación axiológica. Tal vez el hecho
de que el despliegue y vida del deportista esté relacionado con estilo licencioso,
con un prototipo somático de capacidad sensorial, favorece la desconcentración
y la irresponsabilidad deportiva. Sin embargo, creo que las tentaciones de una
vida desaforada no son pretextos suficientes para desacelerar el ritmo de
competencia que el perfil ganador debe demostrar en todos los aspectos de la
existencia cultural.
En líneas generales, el predominio de un ethos negativo y
profundamente ideológico, que desanima la pericia caracterológica del
deportista y de toda individualidad que desee perforar la cultura del fracaso,
es el principal motivo de que hasta la mejor predisposición empresarial no
consiga resultados auspiciosos. Sabiéndose que la identidad general es el
producto de un proceso histórico en donde hemos carecido de autonomía y autenticidad
autoconformativa, entonces toda iniciativa de
devolverle al deporte la gloria de antaño pasará necesariamente por
generar un híbrido organizacional que reconozca la idiosincrasia del deportista
para en base a esa premisa reconocer nuestra ventajas y limitaciones, así
avanzar. En tanto subsista aferrado a nuestro mundo de la vida una ideología
neoliberal que promociona una plantilla del hombre cosificador y mercantilista
será muy difícil confeccionar un respaldo subalternizado a los diversos proyectos
de existencia deportiva, porque hay que entender que la sinergia colectiva, la
mentalidad ganadora, sólo es ocasionada por una vida que tenga hambre de
superación y gloria, más allá del burdo interés del dinero. De cierto modo el
protagonismo de ciertas personalidades deportivas en los últimos años, habla acertadamente de
una asimilación afirmativa del discurso del éxito mercantil, pero hay que
aclarar que tal destacamiento individual es el producto de la convergencia de
ciertas condiciones favorables unidas a un talento cuidadoso y paulatino, lo
cual está muy lejos de la realidad de las mayorías empobrecidas que ven el
deporte – sobre todo el fútbol- como una oportunidad de movilidad social o de
salvación económica, y no como una actividad realizadora.
Conclusiones: El
deporte como revolución de la personalidad.
Es característico de la sociedad peruana no contar con la
extensión de una cultura deportiva profesional. Este defecto estructural
evidencia el hecho de que el proceso de personalización periférico que se
desarrolla en las sociedades populares compromete severamente la expresión de
una mentalidad competitiva capaz de desactivar una ideología del consumo que
sólo visualiza el cuerpo como un campo de expresión hedonista y del deseo. Más
allá que el deporte sea concebido sólo como una distracción, un pasatiempo
barroco que endilga festividades populares, creemos que justamente la no
modernización de las ideas deportivas, su no profesionalización atlética, es lo
que dificulta la expansión de una individualización más racional y
disciplinada, capaz de servir de cimiento psicológico a la práctica del deporte
de alta competencia. No obstante la popularidad que alcanzan algunas
disciplinas deportivas (como el fútbol) no se visualiza en las sociedades populares
una coexistencia afirmativa entre el talento creativo que la cultura popular
ayuda a germinar, y la actitud racionalizadora que un estado civilizatorio
superior ubica en las subjetividades deportivas, lo cual ocasionaría la
configuración de una sólida cultura del deporte como expresión real de una
sociedad saludable y civilizada. Creo ciertamente que convertir la práctica del
deporte en una actividad organizada y democrática que logre canalizar la
riqueza técnica que aflora festivamente en las clases populares es parte de una
política de Estado, cuya eficacia a largo plazo lograría movilizar a la
sociedad hacia una cultura del deporte conciliada con una ética del éxito y de
la iniciativa individual.
Si no existen medidas públicas y legislativas para
convertir el deporte en una práctica fomentada descentralizadamente, que sirva
para salvar a la juventud de los peligros de la pobreza y de la parálisis
consumista, será muy difícil insertar en el tejido autoritario de las clases
populares una ideología voluntarista que esparza una mentalidad ganadora al fin y al cabo resultado de que las
singularidades logren procesar los peligros de la complejidad organizada. El
estado debe ingeniosamente mitigar los efectos dramáticos de la pobreza extrema
y de la desigualdad social con el control de semilleros, de clubes deportivos,
y de gimnasios populares que capten los talentos deportivos en congruencia con
la empresa privada, que gestiona de la mejor manera la inversión en el mercado
de los genios deportivos. El deporte no es sólo algo recreativo sino una
actividad que puede cooperar en la creación
de una mentalidad con más liderazgo y efectividad, frente a la oscuridad
del conformismo y de la pobreza moral.
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GIDDENS Sociología. Alianza editorial. Madrid 1989
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WEIS,
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[1] BECK Ulrich. La sociedad
del riesgo. Alianza editorial. Madrid. 1992
[2] ELÍAS Norbert. Deporte y
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[3] BOURDIEU Pierre. La distinción. Criterio y bases sociales del
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[4] BARBERO José martín. De
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[7] WEIS, K. Sociologia del deporte. Valladolid; Miñón.
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[8] BERGER y LUKHMANN. La
construcción social de la realidad. Amorrortu. 1975
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