domingo, 21 de marzo de 2021

Dos viejecillos van por la calle.


En República Alemana de San Juan de Miraflores vivían dos viejecillos que pasaban los 80 años. Eran amigos desde chiquillos, de la escuela, del colegio y de la misma carrera universitaria. Ambos eran contadores y habiendo tenido hijos cada uno lograron solventar la educación de ellos en una universidad privada.


Habían sido graduados de la universidad técnica del Callao. Con méritos suficientes por espacio de casi 45 años trabajaron en la misma empresa y sufragado los estudios de sus hijos y construir sus casas en el barrio de Alemana.

Uno de ellos se llama Don Aurelio y el otro Don Acudió, ambos de 86 años. Don Aurelio era más bajo pero macizo con una pelada pronunciada y con cataratas en los ojos que le dificultaba la visión. Había sido muy deportista en su juventud. Mientras que Don Acudió era alto y desgarbado con una cabellera blanca y unos ojos incisivos en una cara arrugada pero con ciertas llamas de juventud y fulgor.  Ambos se reunían en un restaurante a tomarse su pisco acholados y sus tamales de chancho y reírse de sus recuerdos y de cómo se iba muriendo la gente de su generación. Ellos eran de una salud inquebrantable aunque de problemas un tanto diferentes en su hogar. Hay que recalcar que ambos eran viudos. Don Aurelio perdió a su corazoncito Doña Amalia a los 82 años. Y don Acudió perdió a su esposa Doña Micelina a los 84 años. Lloraron la partida de sus compañeras pero les quedaron sus hijos y los nietos que ya habían llegado hacia poco.

Don Aurelio luego de dejar a su nieto de seis años en el colegio, se iba a leer su periódico de la mañana y hacer sus quehaceres en el hogar. El había perdido a su hija y al esposa de ella en un accidente automovilístico por una borrachera en la panamericana sur. El tenía una pensión nada valiosa pero le servía para su nieto y el cuidado de su corazón y riñones. Siempre que recibía a su nieto en el colegio el le daba un abrazo tan efusivo que lo llenaba de vida, para seguir más y ver por el futuro de su nieto Francisco.
Hacia sus trabajitos a veces e iba mensualmente a visitar el sepulcro de su esposa para recordar y conseguir fuerzas. A veces sentía que le faltaba la respiración y la angustia se apoderaba de él porque pensaba en la muerte y en un pasado rico de bendiciones pero que era solo eso pasado.

Don Acadio tenía dos hijos. Una mujer llamada Abigail y un hijo casado llamado Pedro. Ambos no se podían ni ver entre sí y sólo esperaban la muerte de Don Acadio para hacerse de la casa de cuatro pisos. Pero no hacían más que hostigar y maltratar a su padre a pesar que Don Acadio cuidaba con el mayor de los amores a su nieta Sabalina, que era hermosa y que era la viva imagen de su abuela. Tenía solo tres años y ya cantaba Karaoke y bailaba las viejas guardias de su abuelo.

Don Acadio un día fue arrojado a la calle por sus hijos. Y a pesar que el abuelo pidió la intervención de la policía no tuvo más remedio que llegar llorando a la casa de su compadre con todas sus chivas. A pesar que les reclamo y pretendió hacer entrar en razón a sus hijos estos se valieron de argucias ilegales a para apoderarse de la casa. Don Acadiio no podía creerlo. Después de haber criado con todo su cariño a sus hijos en ese instante los sentía irreconocibles y perfidos.  Su compadre Don Aurelio lo recibió pero le aconsejo que le metiera juicios a sus ingratos hijos.

- no vale la pena. Apesar que son unos desagradecidos son mis hijos y no haría nada contra ellos.
- pero no volverás a ver a tu nieta. Ni eso te dejaran hacer.
- espero que Dios ablande sus corazones y pronto no sea más que un malentendudo- y decía esto mientras mascullaba con su dentadura postiza el pan con chicharrón de Don Aurelio.

Don Aurelio había conocido a una trabajadora social que hacía reforzamiento de capacidades a los ancianos del barrio de Alemana. Les dirigía charlas sobre empoderamiento y liderazgo e intentaba convencerlos que no eran ancianos inútiles y con baja autoestima sino alguien que vivía una etapa más de la vida donde podían ser útiles y autosuficientes A ambos la charla e invitación de la joven Soraya les cayó con una levantado de ánimo, pues conocieron a otras ancianos y ancianas y departiendo fines de semana e viajes subvencionados por una ONG sin fines de lucro. Ambos amigos empezaron a hacer ejercicios y practicar el tai Chi en zonas de campo abierto. Ahora tenían más amigos y podían manifestar sus sentimientos y dolores sin vergüenza y con mucha empata.

Cuando Don Acadio fue echado de la casa que con tanto sacrificio le había costado, se entero que sus hijos la habían vendido y que se habían repartido el dinero sin considerar al padre. Se fueron de Alemana para no saber más de ese viejecillo que tanto amor y consejos les había dado. Nunca supo porque se  comportaron así con el. Sus sentimientos afloraron y en charlas grupales lloraba emotivamente recibiendo el consuelo de sus nuevos amigos.

Ambos Don Aurelio y Don Acadio volvieron a sentirse útiles en los talleres de carpintería que aprendieron de esta ONG y ganaban su dinerito para salir de viaje o simplemente tomarse su pisco acholado. No esta demás decir que se fijaron en dos ancianas del grupo menores en 10 años que ellos, que también habían recibido el desprecio de sus hijos y que en esta asociación de adultos mayores habían encontrado consuelo y autoestima.

Un buen día Don Aureluo y Don Acadio invitaron a ambas ancianas a su casa en Alemana. El amor entre estas parejas fue el resultado de la compañía y la comprensión de sentimientos. Ya no era algo alborotado o intenso, sino un cortejo de caballeros ante damas con toda una historia que contar..Ya no ere ese clásico irse a vivir juntos sino un más venerable silencio de miradas y entendimiento puro.  Aprendieron jardinería y muy pronto los cuatro ancianos empezaron a vivir juntos en la casa de Don Aurelio, donde el consentido era Pancho.

Sus siguientes años fueron sosegados y sin contramarchas. Murieron con la mente en paz y de un modo valiente. En toda República Alemana fueron queridos y buscados por su consejo y experiencia. Y esta es la historia de resilencua de dos viejecillos que lograron reconstruir sus vidas e irse en paz con Diios Padre. En su última voluntad  desearon que sus hijos se volvieran a unir y que Pancho ya con 18 años se volviera en exitoso hombre. Las ancianas se ocuparon de el como se lo habían prometido a ambos amigos. En el velorio de ambos compañeros no se aparecieron sus hijos pero si toda la multitud del barrio, hasta los rateros.  Fueron enterrados con olor a multitud en el cementerio Del Angel. No dejaron más que un ejemplo de vida. 

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