miércoles, 17 de marzo de 2021

Sociología del chisme.



El exhibicionismo lingüístico que se apodera de las interacciones cotidianas representa un hecho significativo de enorme importancia que no ha sido indagado con acuciosidad por le razonamiento social. Si por una parte la creatividad semiótica de la conciencia individual es aprovechada gentilmente por la reproducción sistémica de la sociedad, por otra parte, esta prolijidad y abundancia de productos lingüísticos aperturan el ingenio semiótico a un variado mosaico de dispositivos criminales, y tergiversaciones comunicativas que provocan una desnaturalización comprometedora del lenguaje social, lo cual ocasiona a la larga severos espacios vacíos de descomunicación y violencia simbólica. Si bien la ductilidad del significado consigue reproducir la vida cotidiana hasta en las situaciones más crudas y peligrosas de la realidad global, el estado al cual es conducida la energía gramatical hace que su reproducción garantice la permanencia del sentido pero en situaciones tan insignificantes que la vida coquetea riesgosamente con la entropía y el vacío sistémico.

 

Este estado de estupidez latente implica que la interacción comunicativa utilice un lenguaje excesivamente desvalorizado, que tiende a la formación de desviaciones semióticas en función del infinito uso instrumentalizado y  cínico que suponen la realización de las redes comunicativas individuales. En la medida que se arriesgan excesivamente los repertorios culturales con la escasez relativa de intercambio comunicativos relevantes se apertura la inevitable amenaza de que el lenguaje degenere y se subordine a la creación de subculturas criminales y marginales que colindan con la informalidad y la corrupción informativa. 

No es nada extraño que al arrebatarle a los saberes subalternos la posibilidad de integración sociosimbólica en los límites estrechos de la cultura oficial, esta recurra a una recreación subversiva del lenguaje que por la ductilidad y capacidad que expresan para ser consumidos y asimilados sutilmente por todos los sectores de la sociedad, se propagan y apoderan de las matrices culturales centrales, produciéndose una subalternización  y una pragmatización de los saberes generales. Esta es al razón de que si bien por el discurso sabemos que existe una búsqueda desesperada de ser considerados parte incuestionable de la cultura legítima, en la práctica se propaga la existencia de un sincretismo y depravación lingüística que invade de modo clandestino todos los nichos culturales y ámbitos domésticos, debido al aflojamiento de los códigos formales que son considerados como rutinarios y aburridos por una cultura exageradamente oscura.

 

Una de estas desviaciones gramaticales que implica el exceso de una oralidad que dejada a su propia suerte comporta le despliegue de un libertinaje y degradación material y simbólica que impregna el lenguaje de una racionalidad transgresora y cínica es le chisme. Entendido este como el intento compulsivo de averiguar agresivamente la intimidad de las identidades privadas como una estrategia cultural para rehacer los lazos comunicativos deshechos por la exagerada privatización de la individualización de la experiencia social. Al desmantelarse toda posibilidad de diseño histórico de una cultura democrática, lo cual quiere decir la disolución pronunciada de una moral publicitadota o de  transparencia pública, la única manera que encuentra la heterogeneidad  para evitar el acecho de la entropía comunicativa es elaborar y desarrollar una ética del discurso que suponga la conservación audaz de los secretos vitales de la individualidad pero tergiversados en la edificación de una cultura del susurro y de la sospecha para ridiculizar y envidiar la felicidad o el éxito que no se tiene.

 La razón de que la subjetividad urbana se interese en hurgar con meticulosidad en la vida privada del otro no es sólo convertir en risible y en menospreciar la nobleza del que sí la práctica valientemente, definiéndola como ingenua, sino sobre todo combatir la persecución despiadada y cruel del discurso criollo, que se autodefine como un estilo ilustre y aristocrático que sentencia como distorsionado toda expresión personalizada que proviene de la cultura popular. El chisme sería aquella técnica comunicativa que logra comerciar, agigantar y tergiversar las informaciones dispersas y rumores que sobrevuelan en un mundo crecientemente anónimo con el propósito de resucitar en él todo el romanticismo y los reales encuentro cara a cara que empiezan a escasear o a cosificarse brutalmente. En la medida que el diálogo como procedimiento demasiado aburguesado, que exige una respuesta civilizada de una realidad subalternizada y carente de transmutación educativa, el chisme se presenta como una estrategia grotesca para volver cómico el mundo, cuando este se vuelve despóticamente estandarizado y jerarquizado.Es el medio de comunicación mas antiguo que posee el ser humano.

 

El recurso subalterno de democratizar y de parodiar los contornos formalizados de los monopolios culturales, que se autodefinen como ghetos retirados de la vida pública, induce a las identidades populares a desarrollar una moral del delito que por verse autoexcluida de una cultura del diálogo impracticable se avienta a cosificar al otro más cercano y a convertirlo en espacio de instrumentalización y de transgresión anómica. La violencia del mercado por la cual todo se impregna de una utilidad económica que produce atomización y silencio sistémico obliga a la subjetividad popular a combatir el caos cultural que ésta provoca con la propalación de una conciencia degradada que consigue la integración irónicamente con el desarrollo de una gramática perversa que caracteriza desde antaño al individualismo peruano, y que es difícil de ser deconstruida porque ha alcanzado el estatus metafísico.

Desde este planteamiento el chisme no es sino aquel régimen de la palabra oral que iguala todo a la categoría de caricatura, de payasada esnobista, como aquel criterio ideológico al cual es arrastrada el susodicho elector racional, cuando su vestimenta racionalista lo conduce a la práctica de una lenguaje erotizado y grotesco, con el que convierte todo en objeto de burla y escándalo hermenéutico

 En la medida que este trastorno del saber social sirva para integrar y desintegrar la totalidad, paradójicamente hablando,  será muy difícil contrarrestar un vicio ontológico que justifica el asedio policíaco y represivo de la oligarquía cultural, y sus prejuicios conceptuales con los cuales determina y legitima su dominación social. El hurto sistémico del poder de la palabra y de los espacios participativos donde se contrabalancean los sistemas de exclusión cultural, empuja a las categorías populares a embadurnar sus reservorios de significación tradicional con la redefinición de una oralidad práctica que rechaza la ilustración pero que se articula patológicamente con una proyección mediática que exhibe y hace espectáculo público de las depravaciones culturales del conocimiento popular. No hay en nuestra particular forma de producir el registro electronal algo negativo que justifique su reprobación total, sino fuera porque la espacial conectividad con el capitalismo informacional y al sociedad de flujos, expone tranquilamente nuestros males sociales a la universalidad, extrapolándolos de tal forma que resulta muy complicado domesticarlos civilizadamente; uno de estos males que se transforma en una costumbre de desprestigio publico es la epidemia del chisme, una práctica cultural que dificulta cualquier experiencia programada de democratización porque esta sentencia al fracaso hasta al más sofisticado proyecto educativo nacional.

 

Al parecer el callejón sin salida en el que se halla la subjetividad popular, actualmente es utilizado vilmente por los monopolios mediáticos, que amplían su poder sobre las mentalidades más desprovistas de base económica, para mantener un negocio que reinterpretado correctamente ha provocado el despertar increíble de la voluntad popular, pero que además ha liberado, deslocalizado y ha vuelto incontrolable todo el carácter impulsivo y catártico de la cultura popular, despojándola de la suficiente racionalidad comunicativa y sensatez para orquestar un control histórico y material de la mentalidad nacional. Sólo el valor plebeyo para sublevarse de la creciente estandarización con los atributos espontáneos de la historicidad subalterna logrará modificar sustancialmente una gramática del susurro y del cálculo deshumanizante que nos pone el uno en contra del otro. 

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