Ni frívolos ni aburridos. Un diagnóstico filosófico de la facultad de ciencias sociales.
Contrariamente a lo que idealmente debería estar
sucediendo en la facultad de ciencias sociales; es decir, un encuentro de
visiones del saber social en disputa, cuya dinámica conseguiría despertar
conciencias políticas y académicas a cerca de los principales problemas
sociales del país, lo que vemos es el despliegue de una lucha irracional y
pragmática de facciones y de grupos de interés político. En vez que el botín de
este conflicto irresoluble sea generar las condiciones institucionales más
laudables para el resurgimiento de una producción teórica y aplicada, lo que se
ve es un conato desesperado de broncas y líos coyunturales por el control
burocrático de las drenadas arcas de la institución educativa, y lo que el
renombre ideológico arroja a nivel de la promoción social y la gestión
administrativa del conocimiento social.
La verdad es que cada vez que se abre un período de
elecciones, y el sabotaje campea, se evidencia una conflagración ridícula por las migajas de un centro de estudios que
ha perdido el brillo ideológico y cognoscitivo que obtuvo antaño. Y este
comentario a pesar de no alcanzar a la sensibilidad creativa de varias
generaciones que han visto y ven resignados sus esperanzas de reconocimiento
intelectual y político a lo largo de las últimas cuatro décadas, no deja de ser
acertado para personajes politiqueros que creen estúpidamente que la
consagración reflexiva de las ideas elevadas tiene algo que ver con esparcir
argucias y artimañas para imponer de forma autoritaria ideologías trasnochadas e intereses de poder
que arruinan y salan toda empresa académica.
No sólo estas disputas nauseabundas por el corazón de
una facultad que ya no respira ni vanguardia ni fecundidad política dejan
evidencia lo podrido que se haya la psicología biográfica de operadores
políticos y sacerdotes canibalescos, sino que además confirman la hipótesis que
ahí donde la utopía envejece o simplemente ha fracasado en su intento de
transformar el mundo esta arrastra a las conciencias intelectuales al lado de
la corrupción y la delincuencia. Y no estoy hablando de un delito literal-
¡Dios los coja confesados!- pero si hablo de todo el perjuicio académico y
político que han ocasionado la reproducción dictatorial de cuadros que a la
larga han destruido las condiciones intelectuales donde debería asentarse una
cultura de humanistas y de investigadores sociales.
Su terquedad política para aferrarse a cargos
administrativos y a la noble tarea pedagógica de formar conciencias, a las cuales
envenenan y les transmiten toda su bestialidad social, sería comprensible si es
que estos gendarmes de las ciencias sociales hubieran generado una verdadera
revolución científica, pero lo que vemos es la reproducción de consignas e
ideas escleróticas, prejuicios y complejos dogmáticos que no tienen ningún
asidero en la realidad, y que a lo único que
han conducido es a una crisis inexorable de las ciencias sociales;
crisis teórico-metodológica que se expresa en su obstinación por no redefinir
el marxismo de “manual” y así salvarlo de la pseudocrítica, o no refrescarse
con idearios teóricos nuevos, a los cuales tildan de inmorales o simplemente
postmodernos, sin siquiera leerlos o explorarlos. Al no haber cimientos
epistemológicos serios y arraigados en el cambio social y cultural que se
percibe en las últimas tres décadas, todos sus diagnósticos y tesis anacrónicas
no son capaces de ofrecer una comprensión y explicación de las grandes
transformaciones ontológicas de la estructura social, por lo cual se acelera la
fragmentación de los idearios y de toda gestión operativa que vive en la
improvisación de la ceguera técnica.
Si bien la realidad por escuelas es radicalmente
diferente, todas en común padecen de tres problemas importantes:
- Al no deshacerse de edificios conceptuales
zoombies que intentan subordinar la realidad cambiante a constructos
teóricos harto obsoletos y petrificados, lo que se establece es una
regresión cognoscitiva, un aprisionamiento intolerante que tiene el
propósito de perennizar un activismo político violentista y manipulatorio
que no desea el real cambio social, pues su idea escolástica de revolución
esta por encima de la producción de enfoques creativos.
- Al carecer de filosofía, pues el prejuicio
cientificista la considera un trabalenguas especulativo con el cual hay
que romper para alcanzar la tan anhelada objetividad sistémica, se cae en
una ceguera metódica que convierte la verdad en un resultado
lógico-aristotélico, cuando lo que se requiere es una desarrollada
intuición categorial o instinto reflexivo, una empatia sensorial con lo
que se analiza, y no ese distanciamiento cartesiano que anula la
racionalidad y pervierte el pensamiento.
- Al no haber teoría acorde con la realidad nos
acercamos a una pastoral tecnocrática unilateral e improvisada, que fuerza
el tejido sociocultural a una prueba arbitraria de indicadores
preestablecidos, cuyas conclusiones son del todo ajenas a una complejidad
organizada de identidades y estructuras en red. El descripcionismo afecta
severamente la realidad, e impone un autoritarismo conceptual que
disecciona torpemente la realidad de los entramados culturales.
En líneas generales, lo que se intenta demostrar es
que el control político de la facultad, por eternizar la hegemonía de grupos
políticos que intentan a su modo de reproducir sus ideologías de activistas y
pragmáticos de izquierda, lo que ha
provocado es el devaluamiento ontológico de las producciones científicas y
sociales, ahí donde el momento histórico urge de visiones constructivas y holísticas, que se
han abandonado por sembrar el odio y el arribismo político. Al creer con
torpeza que un buen intelectual es el resultado de haber sido un buen mercenario
político o un asaltante o buen estafador de las ideas, lo que se causa es la
desvinculación dramática de todos los
buenos talentos y nobles pensadores que se ven empujados a sobrevivir en la
redes del asistencialismo tecnocrático y de las mafias populistas del tercer
sector.
Es esta triple separación entre una teoría de
cadáveres, una metodología y tecnocracia que ha hecho de la pobreza y la
desigualdad un negocio de supermercado, y una política llena de inmorales y
arribistas, lo que infecta el porvenir de las ciencias sociales. En la medida
que esta enfermedad del conocimiento de izquierda (llámese resentimiento o
abandono existencial de la promesa
revolucionaria) y me atrevería a decir de sus alternativas hedonistas,
se apodera institucionalmente de nuestras cátedras y organizaciones sociales de
base se llega a comprender la enorme
pobreza cultural que atraviesan la canteras del pensamiento negativo; situación
de miseria fáctica que no ha permitido la renovación de cuadros políticos e
intelectuales, y que facilita la reproducción de una idea totalitaria que es
sólo repertorio proselitista de sobones, rajones y de toda una fauna criolla de
enclasamientos incapaces de una auto examen crítico.
Pero esta escoria ideológica que examino no es sólo
consecuencia de una sarta de pendejos aprovechadores que han sido expectorados
de la vida, y que por lo tanto, en su afán de revancha se sienten estúpidamente
una propuesta de cambio alternativo, nada más insensato e irresponsable. Es
también el producto condescendiente de una arquitectura neoliberal a la cual le
conviene ver como se desangra la universidad pública, pues así halla,
astutamente, los enemigos emocionales apropiados para justificar la represión y
su admitida construcción aristocrática y estilística. No quiero ver este
atolladero netamente político de la
facultad y de las ciencias sociales como
responsabilidad inherente a la necedad política de unos cuantos mandarines y
bohemios de la teoría – ¿¡si la hay!?- ; en gran parte todos los que hemos
vivido tangencialmente este problema y
no lo hemos enfrentado por simple conveniencia económica y profesional, somos
también parte del mismo cáncer social, por nuestro apoliticismo privatista. Sin
embargo, soy de la idea que un verdadero
esfuerzo arqueológico de los orígenes culturales de esta brutal violencia
simbólico-dogmática arrojaría algo de luz a un dilema enraizado en la manera
como la izquierda ha enfrentado su acercamiento a las sociedades populares, de
cómo fue consentida inicialmente como los sacerdotes del cambio social, y hoy
en día como rezagos de épocas oscuras y desquiciadas donde la pérdida de
centralidad política fue castigada con
genocidio y asesinato ideológico y físico.
No quiero entrar en detalle acerca de los traumas del
carácter social, pero en gran parte el rencor y la desidia ideológica que
arrastra a nuestras vanguardias es un producto de la forma asimétrica e injusta
como ha sido construida nuestra formación social. No sólo la agresión y la
intransigencia son rasgos de una mentalidad relegada y subalternizada, incapaz
de deshacerse de la falsa seguridad y
certidumbre de los dogmas ahistóricos, sino que además esta forma de protesta y
reivindicación es el canal empleado usualmente por los excluidos doctrinarios
para imponer sus visiones sin negociación, aduciendo principios fundamentalistas
o fórmulas erráticas impracticables en la realidad polifacética. A la larga, si
bien me he ido por las ramas, lo que quería es describir el carácter cultural
de nuestras energías políticas, inhabilitadas históricamente para llevar a la
concreción vital toda la promesa de la emancipación social, pues se piensa
torpemente que el abandono de posiciones principistas traicionaría utopías
idealistas oleadas y sacramentadas. No se trata de ser un aguafiestas, pero en
tanto no se alteren estos pragmatismos políticos en todos los niveles de la
educación superior, y más en todo el tejido organizativo de los sindicatos,
movimientos y instituciones barriales, se seguirá permitiendo el daño a las
bases morales de la investigación social y de la creatividad política,
condicionando el despliegue de la corrupción y del delito social como si fuera
algo natural y normativo, sostenido en manuales venerables donde se aprende el
abecedario de la toma de poder.
Hay que acabar con la mentalidad criolla en el seno de
nuestra comunidad universitaria. Esta cultura criolla no sólo es propia de
visiones hegemónicas de la oligarquía urbana que expanden la sabiduría
escéptica y la viveza mercantilista a todos los rincones de la sociedad; está
también instalada vivamente en el núcleo ideológico de las fuerzas de izquierda
al sentirse víctimas dolientes del excluyente patrón de acumulación, y por lo
tanto, los únicos equipados con la reserva ética para cambiar la sociedad
inundada de aberración e instrumentalización, de la cual no se sienten
influenciados. Mientras no predomine la exigencia de hacer concretos y
factibles las ideas de una economía democrática-participativa, y a la
vez que no renuncie a la acumulación capitalista, mientras la confusión de los epígonos del marxismo siga bloqueando la expresión
inmanente, descolonizada y plural de nuestras identidades sociales, no se podrá
entender que la utopía marxista y revolucionaria, tal como se ha sembrado en el
país equivocadamente durante décadas de doctrinarismo y politiquería, es sólo
un idealismo incompatible con nuestras raíces histórico-culturales, un
contrasentido objetivo que nos hundiría aún más en la metástasis social y la
violencia. Se hace necesario imponer dialogadamente y desplegar una visión de
país, por encima de esquemas románticos impracticables – que a veces han sido
vendidos como la panacea del desarrollo-. Ser de izquierda, en este sentido, es
relativizar las creencias e idolatrías del marxismo y rendirse ante la
imaginación de construir una sociedad plural, real y nacional, capaz de enfrentar la globalización con
realismo y la vez con pasión solidaria.
Bajo una forma crítica, en un contexto social en que
la izquierda ha llegado al poder, es necesario no sólo hacer una observación al
radicalismo ciego de la izquierda, sino también, como es preciso, al narcisismo
intelectual que se ha apoderado de las condiciones reflexivas de nuestro
pensar, y que ha herido la dignidad de todos aquellos actores sociales que no
pueden ser redimidos en los intersticios de la bohemia y del estilismo, a
medida que avanza la elitización de los sentidos. Más allá de
que esta sea una época donde el fenómeno estético se apodera de todas
las interacciones sociales al precio de enmascarar y hacer más llevadera la
hostilidad del mundo capitalista, no deja de ser verosímil que subsisten raíces
coloniales en torno a las reclasificaciones estéticas y raciales del contexto
actual; monopolios del poder sensorial que edifican espacios, cuerpos, sentidos
y territorios culturales liberados de la presencia “grotesca” y dizque
vulgarizada de las multitudes a las que perciben como el cuadro patético del cual hay necesidad de rescatar una
individualidad aristocrática y auténtica.
En vez que esta
dominación de las apariencias cosméticas sea denunciada por nuestra
sensibilidad intelectual es equivocadamente celebrada como un mosaico insospechado de prácticas y
rituales, sabidurías populares y multivoces que son sólo descritas, sin que de
estos recorridos superficiales se desprenda una crítica reconstructiva de los
complejos y atolladeros micro-culturales de la cotidianidad criolla, la cual
permanece intacta en este empirismo ahistórico e irresponsable. Si bien es
comprensible y hasta saludable la evolución intelectual última de nuestros pensadores
hermenéuticos y eclécticos en su afán de ofrecer una lectura cualitativa e
interdisciplinaria de la realidad, de ahí al compromiso de intervenir en la
realidad para reeducarla o reconstruirla existe un gran abismo político; abismo
entre el pensamiento y la realidad cosificada que acrecienta la
irresponsabilidad del dandy criollo, que sólo escribe para divertir y alcanzar
reconocimiento, o para presentarse más cautivador ante una juventud, ahí donde
la vida jovial ha sido desperdiciada en el activismo político de antaño. Más
allá de que el intelectual deba demostrar una conducta intachable en relación a
lo que postula o defiende con ardor pensante, creo yo que el ser reflexivo
tiene derecho a vivir y tropezarse en la relaciones humanas, después de todo es
un ser humano, pero de ahí a utilizar el saber social para politizar su
biografía y obtener algunos favores en la guerra de los sentidos con suma
astucia, rebela su poca disconformidad con los submundos sensoriales de la
cultura criolla a la cual dice enfrentar.
Si el vacío existencial del intelectual es domesticado
con la politización radical o con este esteticismo seductor, que sólo vomita
elitismo y discriminación étnico-racial, entonces el conocimiento social estará
colonizado por un imaginario anómico que el mismo pensamiento declara querer
reconstruir. En verdad hay que asumir la tesis de que un real cambio ontológico
de la sociedad se producirá ahí donde se modifique axiológicamente los valores
de la trasgresión criolla, que es paradójicamente, el fundamento cultural que
hace posible un sistema político clientelar y autoritario, y una formación
socioeconómica improvisada y elemental. Mientras cada aporte de la ciencia
social sólo sirva en el mejor de los casos para edificar una formalidad administrativa,
en la cual se deposita las esperanzas del recambio generacional, no querrá ver
que los graves desencuentros culturales que padece la sociedad peruana se deben
a la manutención hipócrita de un imaginario degradado y violento, que todos
decimos querer disolver, pero que contradictoriamente conservamos con placer.
No es la crisis del capitalismo eurocéntrico, ni una
atmósfera de transición hacia un nuevo estadio histórico más complejo e
indescifrable, ni siquiera los complots del neoliberalismo en su afán de
erosionar la investigación en la universidad pública, los que han decidido la
crisis de las ciencias sociales en el Perú; es sin lugar a dudas la incapacidad
para pensar el Perú sin ataduras doctrinarias de ayer y de hoy, y sin atavismos
irracionales y dizque vitalistas, lo que ha provocado el trastorno moral de las
bases sociopsicológicas del pensamiento crítico, el cual se ha convertido
innoblemente en discurso de activistas
manipuladores, o en “piñata” de la
frivolidad de algunos presocráticos esclarecidos que han hecho del razonamiento
social una diversión egocéntrica.
Digámoslo con todas su letras. No hagamos de Pilatos a
la hora de dar un diagnóstico de este enfermo doliente que es el pensar social
en el susodicho foco de las ideas sanmarquino. Si bien hay expectativas de que este politeísmo de los enfoques
teóricos y visiones metodológicas de los últimos años retorne al pensar a una
tradición netamente peruanista y madure en una lectura descolonizada y
multidisciplinaria de la realidad peruana, es necesario superar esta visión
fragmentaria, empirista y ahistórica de la producción social, (que es fiel
reflejo de nuestros desencuentros culturales), y avanzar hacia una posición de
síntesis histórico- cultural expresada en teorías, paradigmas científicos y
divulgación de las ideas sociales.
De hacer todo lo contrario, y rendirse olímpicamente
ante la oferta turística de referencias teóricas y sofisterías conceptuales no
daremos señales morales de haber roto con la cultura autoritaria reticular y
heterónoma que infecta nuestro tejido social. Frente a la heterodoxia de la
realidad la unidad de la teoría. Sólo de este modo el hiperrealismo de los
prejuicios y prenociones totalitarias que infectan ideológicamente la vida
cotidiana, no hará mella en la objetividad lógica de lo que noblemente puede
renovarlo y enriquecerlo. Y me refiero a un sistema de representaciones
contingente y en construcción continua que atrape la rica heterogeneidad del
cuerpo social, y no sea condicionado absurdamente por el juego de apariencias
de una vida que grita existencialismo y miseria. Salvemos a la vida de sí misma,
y esto se empieza con la imaginación racional.
Basta ya de que los intelectuales sean un saber
sometido de ermitaños aislados o vedettes extravagantes. Es quizás hora de
demostrar ante la sociedad que podemos ser una comunidad científica que
produzca ideas originales con aplicación práctica, que se interese por los
temas estructurales -tontamente olvidados- y las preocupaciones cotidianas y
que socialice el saber abstracto y lo vuelva instintivo, que rompa con el
distanciamiento serio y dogmático con el pueblo y los otros discursos sociales.
Producir teoría y socializarla es reeducar estéticamente y racionalmente a los
desamparados y a los cínicos, atrapados en una realidad rutinaria y
empobrecida, y de esta manera enriquecer culturalmente, emancipar y
comunicarnos entre nosotros mismos, así
de este modo hallar una ubicación para nuestra escribalidad militante y a veces
esquizofrénica. Solo este nuevo pensamiento será el resultado de la lucha de
las bases juveniles, rompiendo las cadenas de la marginación generacional y
política, sepultando todas las ideas momificadas y recicladas que durante
cincuenta años nos han enfrentado entre hermanos. ¡OTRA REFORMA DE CÓRDOVA!
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