Amor y revolución.
Resumen:
En las líneas que siguen se hace un recorrido
apasionado y meditabundo de un
pensamiento sobre el amor no correspondido, una subjetividad que piensa la
pasión como enorme necesidad frívola, y
que ve en el amor salvífico una empresa condenada a la patología y al
desentendimiento de la totalidad sufriente. La salida que propone estas tesis
no es una ambigüedad o un relativismo de los sentimientos sino la glorificación
de darnos en la solidaridad y en lo cooperativo como una manera de arrojar todo
aquel amor y placer que a veces desperdiciamos.
Abstract:
In what follows is a
tour of a passionate and thoughtful thinking about unrequited love, a
subjectivity that think the passion and enormous need frivolous, and that sees
the company's saving love doomed to pathology and to ignore the all
suffering. The output of this thesis proposes is
no ambiguity or relativism of feelings but the glorification of us in
solidarity and as cooperative as a way to throw all that love and pleasure that
sometimes wasted.
.
Palabras
claves: Amor romántico, sexualidad, vínculos familiares, cambio cualitativo,
amor colectivo, revolución
Desesperación,
soledad y amor individual.
Al escapar de la instrumentalización nos refugiamos en
el subsuelo reparador de los vínculos sentimentales. No sólo el afecto que
recibimos de otro rehace los lazos rotos por la individualización abstracta,
sino que además toda la corporalidad subjetiva que exponemos en el territorio
cínico de los signos sistémicos se regenera de una manera renovada, aprendiendo
a deambular cosificadoramente en la superficie compleja de las ideologías
sensoriales. El adiestramiento biopolítico que recibe la subjetividad a costa
de las figuras oníricas que desplazamos cruelmente mientras maduramos, es la
lógica silenciosa que ponemos en práctica cuando se trata de luchar por bienes
escasos sin los cuales es imposible reconstituir nuestra identidad. Para
conquistar un territorio donde desplegar
los tesoros de la interioridad es necesario dejarse invadir por una microfísica
del poder previamente, aprendizaje sin el cual sería complicado asegurarse un
hábitat sincero y traslúcido donde ser uno mismo y tejer nuestra privada
felicidad. Tal vez el problema de garantizar un espacio doméstico donde brille
nuestra íntima legalidad es que para que este evento ocurra se han cometido
silenciosamente un número indeterminado de infamias y vejaciones simbólicas
sobre el fondo inocente y honesto de otras biografías vitales[1].
Para defender el amor que nos llena debemos ejercitar
una violencia simbólica contra el exterior corrupto que amenaza con
arrebatarnos el delicioso fruto de la felicidad doméstica; pero tal agresividad
a pesar de ser fabricada con el mayor de los detalles arquitectónicos no borra
la sospecha misteriosa de que el amor que tanto cuidamos nos desgarra con su
desequilibrio y violenta sagacidad. Al abrir los brazos y sólo con ellos
esperar una digna amistad uno nunca está seguro de si esa vida interior que
tanto anhelamos no nos dará un golpe psicológico del cual nunca nos
recobraremos. Lo cierto es que la transferencia de afecto nunca es armónica
como para estar seguro de que se nos ama en realidad. La desconfianza que nos
inculca un mundo de ideologías nos siembra la duda de que no merecemos en
realidad el romanticismo del instante amoroso, pues todo es tan absurdo e
irracional, ahí en el espacio infinito de la intersubjetividad, que lo mejor
sería seguir agrediendo para defender nuestro sagrado mundo de la vida[2].
Cuanto más expulsamos de nuestra interioridad un abanico interminable de
violentas ideologías, con la esperanza de construir una identidad auténtica,
tanto más recibimos el golpe enajenante del discurso instrumentalizador que
invade, por último, nuestro inmaculado sentimiento personal. La vida golpeada
por una exterioridad deletérea, reacciona huyendo a las profundidades de la
pulsión y lo soberanamente sensorial[3].
Hoy la frivolidad que desata el discurso de un
capitalismo cínico e irrefrenable, que coagula en un biopoder cultural, cancela
en la oscuridad del olvido todos lo sueños secretos del alma individual,
destruyendo en un santiamén la benignidad o buena voluntad que los sujetos esperan
desbordar en una realidad social desencantada. El principio de autoconservación
que convierte al amor en una lucha despiadada por apoderarse de su disfrute
espiritual socava los cimientos duraderos de un amor como experiencia certera,
trocándolo en una actividad desestabilizada donde cada individuo deposita sus
esperanzas de sosiego, pero donde la sola expugnación desata la sensación de
una duda atronadora por no estar a la altura de su beneplácito. La inmadurez
cultural de los sometidos alcanza para entregarse a la ensoñación de un amor
rebelde y corporal, pero no basta para mantenerlo a flote, sobre todo cuando
las evidencias de una personalidad degradada o desafiliada de la competencia
cultural corrompen las ilusiones románticas de un sentimiento que no se
mantiene sólo como ingenuidad cultural.
El hechizo de un romanticismo aparencial que sólo dura
lo que la actuación consiga edificar, se sostiene sobre la base de una
corporalidad histriónica y amigable, que se derrumba a medida que se rebelan
los motivos personales que arrojan a la subjetividad a los brazos del amor. Si
la razón de enamorarse reposa en el perfilamiento independiente de un amor por
necesidad, seguramente la costumbre de su escudo protector garantizará el amor
en la convivencia desacelerante; pero ahí donde los motivos de enamorarse no
coinciden con la misma intensidad pues la experiencia amorosa es preferible al
aburrimiento de la convivencia, se producirá una asimetría emocional que
terminará por socavar la fuerza de la pasión[4].
Ahí donde la armonía del amor crece con cada detalle anecdótico e historia
íntima que la relación ayuda a florecer, en verdad el hechizo de estar
enamorados cubre toda el alma, al punto que expande la sensación del ser a
todos los rincones de la realidad, que cobra sin proponérselo una existencia
mágica. El golpe de la repetición rutinaria a todo lo que es frío y calculador,
van derritiendo las bases estructurales de un amor que nace con la ilusión de
la juventud, y aún cuando se tenga la deliciosa seguridad de estar disfrutando
de su expansión espiritual siempre queda la duda de su inestabilidad y seductor
desgarramiento.
El amor cura el cáncer de la separatidad[5].
Las convulsiones cosificadoras de una identidad sumergida en una complejidad
organizativa, encuentran en el amor burgués el motivo salvífico para el
desgaste individual. En contextos desrealizados o profundamente desmantelados
por la fuerza de la atomización mercantil, el amor trascendental funge de aquel
destino ontológico donde se halla cobijo y existencia armónica, pero es el
desmembramiento sistémico que desarrolla la lógica racionalizadora la que
convierte aquellos mitos existenciales en nichos ideológicos donde se percibe
cierto aire doméstico, pero que pueden ser barridos objetivamente por el torbellino
de la temporalidad capitalista. La soledad es ciertamente combatida por el
jovial romanticismo de una experiencia sobrecogida por el amor trascendental,
pero tal engaño no deja de probarnos lo inmaduros que somos para calificar y
controlar los arrebatos ilógicos de un amor ideológico que nos sacude como
títeres. La insignificancia del ser, la imposibilidad de orientarnos con significados acrecentadores, con los que
educar el alma interior, nos arroja por el deseo de ser individuos
tempranamente a las garras ideológicas
de una pasión que desnuda nuestros defectos y limitaciones personales[6].
Y es el dolor de ver como se nos escapa la otredad, en
la que depositamos la proyección infantil de nuestro espíritu, la que destruye la constitución psicológica
del sujeto arrojado a la facticidad y desilusión del mundo estandarizado.
Aquella ingenua espiritualidad que entregue sus esperanzas de redención a la
tecnología de un amor individual invadido por la instrumentalidad del ser, no
se le permitirá descubrir realmente el carácter dialéctico de la historicidad
personal, que va más allá de los reduccionistas caminos de una seducción
capitalista, y que hace del amor una virtud solidaria capaz de reconciliarse
con la energía subalterna de la vida social. Si el amor es el bien escaso que
la personalidad vacía no consigue hacer florecer, y al que neciamente otorga su
alma exhausta en búsqueda de una repotenciación idílica, entonces debemos
comprender que es una falsedad genérica que nos promete el completamiento cultural,
en una realidad donde todo no transita hacia tal utopía emancipadora, y donde
la ferocidad del romance burgués nos devuelve al origen tradicional más que de
un modo artificial y relativo. El amor en un ámbito donde todo lleva la marca
de un existencialismo regresivo e
irracional, sólo puede ser un melifluo enceguecimiento asumido de modo
decisivo, para no ver el bombardeo enajenante que produce heridas objetivas,
que sólo la terapia regeneradora de la entrega romántica logra aliviar o
simplemente pasar inadvertida[7].
Si bien la modernización sólida vincula
autoritariamente a la individualidad a un entramado rígido donde interactuaban
bruscamente la sociedad totalitaria y las delicias de la libertad negativa, lo
cierto es que la modernidad si otorgaba sistemas sociales de amortiguamiento
cultural que se preocupaban del desarrollo genérico de la persona. Cuando la
aceleración histórica de la modernidad perdió su legitimidad democrática para
representar a las intenciones del espíritu, la rigidez socializadora de los marcos institucionales
de la modernidad heterodoxa se deshicieron y perdieron su atractivo para moldear la subjetividad
biográfica de una individualidad nominal que se agigantaría a raíz de la
plasticidad ontológica que le otorgaría la mediatización cultural. Es el acrecentamiento plástico e híbrido de la
personalidad individual, a manos de la prolongación mediática, lo que le diría
al individuo que todo vale en tanto se desarrolle en los límites de la
reafirmación biográfica, y en tanto se oculte audazmente los acomplejamientos y
empobrecimientos socio-psicológicos de la inmadurez objetiva.
El amor burgués
absorbido por la fragmentación ontológica de una realidad compleja que
sentencia todo a la licuación caotizante, hace de éste una experiencia golpeada
por el ardid de la instrumentalización, trocando la felicidad paradójica en una
necesidad acorazada de proteccionismo ideológico que en verdad atrapa a la
subjetividad en una miseria moral y ahistórica que sufre la detección
masoquista al valor de compartir socialmente aquel amor solitario y
empequeñecido que nos aleja de la sociedad[8].
Si el mito de conquistar el amor salvífico en realidad convence a la
personalidad de que nada hay de más valor en esta realidad enferma que
encapsularse en los brazos del subdesarrollo axiológico, entonces se habrá
consumado la victoria de la ideologización rizomática y democrática, cuya
basura de signos mediáticos es necesaria para fortalecer la absurda felicidad
paradójica, y para mantener la fortaleza
de un capitalismo cínico en donde todo vale para sobrevivir. El dolor de
aceptar una existencia racional que lo único que hace es coercer la expresión
de una sensoriedad emancipada, es peor a ser sustituido por la animalidad
agresiva de una sensoriedad erradamente sobre estimulada que nos hace víctimas
de nuestras propias ideologías.
Atrincheramiento
cultural y amor colectivo.
En la medida que crecemos y vamos renunciando a
nuestros sueños originales, vamos también dejando de lado por infantiles
rostros del ser social que antes nos daban seguridad ontológica pero que en una
etapa posterior al ser empecinadamente sostenidos coaccionan el desarrollo de
la iniciativa individual[9].
No es una terquedad transgresora la que empuja a la personalidad a
atrincherarse en lenguajes arcaicos de la historia psicológica, sino el alivio
amortiguante y reparador que impacta en el ser individual lo que le decide a
mantener estructuras y regímenes de producción culturales que ofrecen certidumbre y un afecto social incondicional.
El onirismo inicial y sublevante que toda psicología demuestra cuando resiste
el embate estresante de la racionalidad tecnológica es deconstruido y confinado
en áreas primitivas del principio de realidad, áreas de almacenaje a donde
recurrimos plásticamente para iluminar la existencia hedonística de una
improvisación cosmética que hace agradable a la persona[10].
El sueño por el cual vibramos hasta la saciedad es guardado estratégicamente en
las interioridades pulsionales del
subconsciente y desconocido paradójicamente por nuestra conciencia social
cuando se trata de interactuar en las instalaciones organizativas de la realidad
administrada. Es la expoliación y
desprecio metafísico que soporta nuestro secreto vital las que sólo sublimamos
cuando estamos seguros de que nuestras virtudes morales y que no serán
ridiculizadas por la ironía individualizadora.
Ahí donde se exige al individuo comportarse como una
máquina traductora de señales económicas y financieras es descalificador
reconocer las fracturas y traumas ontológicos de una existencia individual que
avanza silenciosamente a pedazos y desmembrada; por lo que es más lógico
ocultar de los abismos de la plasticidad diplomática, aquellas ensoñaciones
sensibles que nos debilitan y nos ablandan objetivamente. Demostrar que se es
una individualidad que está constantemente preparada para la acción
comunicativa, en un mundo de huracanes organizacionales, es hinchar el alma de
aptitudes dramáticas e ideologías con las que aplastamos en el ridículo de la
mojigatería nuestras verdades esenciales, tan desfiguradas por el principio de
autoconservación[11].
Ir por la calle exterior gritando a todo pulmón la espontaneidad de nuestra
disconformidad con la frivolidad del ser es sencillamente echarse la soga al
cuello en un terreno donde la hipocresía y la crueldad del alma devoran las
buenas intenciones y bloquean todos los marcos insurgentes que se proponen
alternativas a la hostilidad capitalista.
El liquidamiento permanente de todas nuestras metas
oníricas, distintas a la lucha por el éxito empresarializado, delata lo
avanzado que se halla la racionalización sensorial de la vida social como para
intentar desencadenar la receta de un amor sólo dirigido hacia la alteridad de
una sola persona. El relegamiento de la
subjetividad hacia las clandestinidades de un ser arrinconado en la inercia del
sentimiento, lo único que genera es el despliegue de un mundo de la vida
fuertemente impactado por la adicción de las ideologías. Cuando ser víctimas de
las injurias de un sistema fuertemente competitivo nos obliga a refugiarnos en
las cercanías de lo doméstico, aun cuando sabemos que dicha decisión es
peligrosa, lo único que hacemos es legitimar la colonización de nuestro entorno
cotidiano por una lógica irracional que desata rivalidades y violencia. El
fundamentalismo de lo cotidiano, a donde llega a descansar un individualismo
derrotado por la violencia del mercado, no consigue más que desarrollar una
vida habituada a la pobreza del espíritu, miseria que crece con cada golpe que
recibe de la amenazante exterioridad
capitalista y que representa un mecanismo de evasión desenvuelto por la
inteligencia cínica del ser. La regresión de un alma verdaderamente arrojada de
la creatividad laboriosa de la producción sistémica para no ser expurgada de la
insospechada relajación cultural y consumista, crea y reproduce un espacio
cultural de sosiego y descanso simbólico que sabe que es falso, pero que aún
así sostiene hasta evaporar la consecuencia ética de la reflexión[12].
La contención ideologizada del ser individual varado entre una intimidad
manipulada y extrapolada por la mediatización simbólica, y un mundo exterior
que accede a los secretos del alma, ocasiona el progreso de una personalidad
sumamente hábil para desenvolverse en los espacios de la seducción maquinal,
pero verdaderamente incapacitada para responder ante la hostilidad segregante
de la razón instrumental, a la que considera natural e infinita.
El amor que se consigue con salirse tácticamente de
las cárceles humanoides del existencialismo personal, en realidad implica
escapar al hechizo de una intimidad amedrentada y temerosa. Cuanto más la
seducción de la alteridad del amante presupone proyectarse exteriormente para
lidiar intersubjetivamente con las corazas culturales de la identidad, tanto
más no se sabe si en realidad tal empresa está llena de arbitrariedades y
abismos simbólicos que sólo conocen lo que en apariencia deja mostrar la
interacción romántica. La convergencia armónica de la corriente vital en el
enamoramiento es desfigurada a cada paso que se da en exteriorizar la relación
amorosa, pues los frutos de un idilio soñado son desgastados por el
entumecimiento cosificador del dinero y de los intereses sociales. El deterioro
del amor romántico no se da por una cuestión de separación accidentada, o por
una cadena de prejuicios personales solamente, sino porque la expresión de la
aventura idílica sufre la prueba ideológica de un mundo cargado de diferencias
sociales y de nociones vacías de estatus que conforman la identidad social de
los amantes y cuya relevancia ideológica
depredan la pureza del amor sincero. Es la vulgaridad del enamoramiento o su sólo subordinamiento a
una tensión de poderes cosificadores lo que desdibuja el voluntarismo de
proceder con el corazón abierto, pues la sola bondad y honradez del espíritu
para enamorar, erosionan la contundencia del cortejo o sencillamente arruinan
las señales de un choque delicioso de subjetividades amantes.
En la medida que el cortejo amoroso está infectado de
relaciones de poder donde hierven calculadoramente capas de apariencias y de
insospechada insinceridad, sólo una personalidad avasalladora o con una impecable y exitosa trayectoria cultural será
capaz de romper con los prejuicios de clase e imponer seductoramente una
experiencia fraguada en un duro entrenamiento amoroso[13].
En si adiestrarse para sobrevivir en una real microfísica del poder, que
infecta el amor romántico va sembrando la duda de cuándo acabar con la
estrategia de no enamorarse, y cuando dejar de jugar con los sentimientos de la
otredad. Esa confusión, esa desubicación hedonista por no saber reconocer las
señales de un amor verdadero, porque se prefiere el suculento bocado de lo
furtivo y cosificador va paulatinamente construyendo una cultura indiferente y
frívola, encargada de reproducir valores antiheroicos que se ríen del amor y de
su imaginario, aun cuando se desea fervientemente estar a la altura de su
trascendencia mística. Mientras el amor sea una capacidad ejercida con el mayor
aplomo e inmutabilidad posible no se podrá reconocer en la ternura de lo
armónico y de la transmisión de caricias corpóreas que el amor provoca, más que
el choque placentero de músculos y osamentas hambrientas de éxtasis e
intensidad sensorial[14].
La sigilosa calma que sigue a una espiritualidad
intransigente, que sale bien librada de la guerra de los amores, es en
realidad la inmadurez que se procesa
cuando se vive del amor, de su oralidad efervescente, aún cuando en realidad no
se sabe concretamente lo que es estar enamorado. Aquel que va por ahí
seduciendo con la mentira del verdadero amor, para sólo sentir la calidez
desiquilibrante del amor y no su materialización cautivadora va en realidad
descomprometiéndose con la salud de todo
lo espiritual que hay en el mundo. Buscar la reconciliación con el origen que
hemos abandonado en la pluralidad de lo fáctico es arriesgarse a no
comprometerse con lo vital que hay en la existencia de este tránsito que es la
vida, no comprender que si la instrumentalización hace añicos nuestras verdades
esenciales entonces hay que luchar por escapar a las miserias de un amor
absurdo que involucra todo lo que somos
y seremos. Cuando se trata de vivir y alcanzar la plenitud del ser entonces hay
que aprender a democratizar ese saber que nos hace felices mediante un amor a
todo lo que la vida es, en términos colectivos y universales, porque de otro
modo no se lograría romper con la dualidad de ser o hombre o Dios en una realidad que nos
confisca el derecho de ambas cosas[15].
Sólo el conocimiento desafiante de un amor verdadero
que se expande más allá de la fijación o sentido de pertenencia de un amor que
nos sacude violentamente puede en realidad enseñarnos el inmenso valor de un
cosmos o espiritualidad que abandonamos cuando decidimos vivir la torpe ilusión
de la individualidad. Ser feliz en esta realidad vaciada de razón sustantiva es
querer demostrar nuestro cariño públicamente por la vida, derrotando a las
infelices ideologías que nos fabrican la inmunda caricatura de tal cosa, aun
sabiendo lo impúdico que es la seducción de una pasión consumista. No se puede
depositar en el amor romántico nuestros deseos de salvación, porque confiar en
su ideologización desbordante es abrir al corazón a lo que de mentiroso tiene
el mundo de lo biopolítico, es incrustar en nuestra sensoriedad la voracidad de
un régimen de producción social que nos vende pequeños momentos de felicidad
engañosa. Hay que se como Juan Salvador gaviota que se internó en sí para
confeccionar su capacidad de vuelo y su individualidad, mientras las otras gaviotas
permanecían atrapadas en la necesidad de ser sólo gaviotas. En tanto emancipaba
su saber de su condición animal pudo a través del saber del vuelo conocer la
libertad y la real trascendencia de lo cosmológico, pero el no se quedo ahí,
regreso a la tierra y después de ser
pleno quiso compartir y socializar su saber con las desdichadas gaviotas, con
lo que demostró que ser un individuo completo es una ilusión en tanto no
superemos el afán de separación y de la opresión natural[16].
A
cerca de la abnegación y de los vínculos
parentales:
Cuando tratamos
de indagar las condiciones de producción de una determinada individualidad nos
remontamos al marco de socialización familiar. En el espacio protector de la
familia no sólo se ubica la formación del individuo sino que además se dan cita
las relaciones sociales más pretéritas de un amor solidario del cual es
complicado desengancharse cuando la vacuidad y la atomización del rol
individual amenazan con expandirse. En líneas generales se podría decir que el
deseo de inmortalizarse a través de la crianza de los hijos se corrompe en la
medida que las tentaciones libertarias de la individualidad sustraen a la
subjetividad de los rígidos brazos de la familia, la cual es considerada en un
determinado momento del desarrollo de la personalidad como un rezago
sentimentaloide que detiene la consolidación ontológica[17].
Al arrojarse la subjetividad a los
paisajes de una liberación negativa en donde la promesa de una aventura
emancipatoria seduce la individuo, se descubre lo tradicional y remoto que es
el espacio familiar, en la medida que uno como hijo es adscrito al cumplimiento
de determinadas reglas que ahogan la independencia de la personalidad. Cuando
por la fuerza de una promesa libertaria se desemboca en el terreno estéril de
los desequilibrios identitarios que implica la evaporación individual, uno
siente verdaderamente la añoranza por el cálido refugio de los lazos
familiares, donde la protección si bien bloquea el desarrollo individual ofrece
un mundo inmaculado de simbolizaciones solidarias donde la vida se siente
comprendida y acogida febrilmente[18].
La subjetividad que es transformada en plusvalor de
una conciencia competitiva, olvida que el nicho familiar no es retraso, y que
si bien la inevitabilidad de la muerte nos empuja a sobrevivir en el mundo
fáctico, no hay después de convertirnos en individuos nada más injusto que
dejar atrás el amor y el entendimiento de
un mundo que nos dio cobijo y nos rehizo después del dolor objetivo.
Actualmente que el mundo familiar está siendo desestructurado por la invasión
temprana de otros marcos de socialización más sofisticados, se observa la tensión emocional de las relaciones de
protección familiar presentándose un fenómeno de incomunicación y de violencia
interna que expulsa a un individuo no formado ni totalmente preparado y que
lleva la marca de una educación doméstica empobrecida o sencillamente
inexistente. Al deteriorarse las relaciones existenciales de solidaridad de la
familia no sólo se busca liberar individuos incompletos, sino que además se
busca combatir todo residuo de
socialismo vital subalterno con el cual se puede repeler el cáncer
disciplinario de la atomización mercantil; evitar el aprendizaje de vínculos
humanitarios, barrer con toda fuente de resistencia solidaria, significa
apoderarse de una individualidad inmadura expuesta ante los abusos e
incertidumbres de un mundo ideologizado que sólo consume productos y bienes
banales[19].
A pesar que se observa la mutación psicológica de las
relaciones familiares en todo el mundo que ha recibido la influencia de la
modernidad occidental, produciendo formas híbridas de familias conciliadas con
la soledad individual y con el mercado cultural, se observa el resurgimiento en
las sociedades periféricas de formas tradicionales de familia preparadas socio
económicamente para resistir los embates de la mercantilización, y donde
convergen una serie de mutaciones socioculturales preparadas para traducir y
amortiguar los efectos represivos de la sociedad capitalista. Las familias con
todos sus problemas de adaptación real en la sociedad de mercado representarían
el nicho doméstico donde se depositan
las esperanzas de un mundo alternativo; unidades productivas donde se rehace
después de la crisis económico-cultural los lazos disueltos por la pobreza
estructural, con la emergencia de una identidad progresista y una cultura del
trabajo capaz de leer afirmativamente el impacto de la mercantilización y
constituir una personalidad del esfuerzo y la noción empresaria[20]l.
En este sentido, si bien las relaciones afectivas de
la familia están siendo resquebrajadas por una lógica individualista que
arruina la cohesión emocional del nicho doméstico, lo cierto es que la reacción
de las existencias subalternas es constituir una economía moral[21]
con que resistir las turbulencias del
discurso neoliberal y con lo cual se está diseñando una base material y
simbólica capaz de autonomizarse de las relaciones autoritarias del capital. El
egoísmo metafísico con que funciona el mercado está siendo sustituido por una
moralidad del bien común, que no obstante, recibir la invasión de
personalidades desprovistas de una ética del esfuerzo y de la iniciativa
empresarial (producidas por la sociedad de consumo) lo cierto es que representa
un resguardo objetivo con que amortiguarse de las crisis recesivas y de los
torbellinos de la complejidad organizada.
Es a través de las organizaciones
vecinales y populares del tercer sector que la vida domesticada huye
culturalmente de la dominación unidimensional y de las maniobras espasmódicas de la mass media,
creando una subpolítica en la sociedad civil capaz de controlar los efectos
insospechados del sistema anarquizado global, contrarrestando localmente y
productivamente los vaivenes caóticos del cosmopolitismo global[22].
La revolución que en ciernes se avecina es que el ser
global si bien no cuenta con la sofisticación tecnológica de las trasnacionales
si que cuenta con la legitimidad de una economía solidaria alternativa
adiestrada para sobre su base material diseñar un modelo de desarrollo y una
institucionalidad democrática con que transculturizar las infamias inmorales de
la sociedad de mercado. La persecución sistémica del mundo capitalista a la
vida productiva de los sometidos se reconvierte en una lógica comunitarista y
anarquista donde el poder simbólico y
tecnoadministrativo se fusiona con la inmanencia de las culturas
populares. Desactivar el poder desorganizado del capitalismo desde las
inmanencias intersubjetivas significaría contener el ritmo frenético de la
maquinaria social, con una productividad popular que controle soberanamente el
desarrollo de las culturas locales y regionales, hábil para interceder por la
disconformidad simbólica del mundo de la vida y de los subalternos[23].
A pesar de que las familias no son sólo unidades de
consumo encargadas de modelar la conducta de los futuros individuos, sino
además robustas economías populares donde reposan mutaciones culturales imprevisibles, este
mundo popular recibe la invasión de un fascismo social que destruye la base
sensorial de los mundos de la intimidad familiar, poniendo en grave riesgo la
formación psicológica de los niños y adolescentes, que ante el difuminamiento
del entorno familiar se ven arrojados a una vida atomizada donde sólo vale la
reafirmación instrumental. El hecho que se busque acomodar las psicologías
infantiles a la costumbre de prevalecer en una modernización desbocada, lo
único que generan son existencias preparadas para naturalizar la competencia
despiadada, e incapaces al mismo tiempo de ver en la vida inmediata algo
extraño y cruel, a pesar que las quejas y padecimientos hablan de un mundo
agotado y golpeado por la estandarización economicista[24].
La disolución de una cultura familiar en la búsqueda incierta de subordinar
todo conocimiento juvenil y lúdico a las instalaciones postmodernas del
capitalismo produce un estado de metástasis social donde todo rincón o vínculo
afectivo es dejado atrás, por injusto que parezca, calificando la protección
esperanzadora de la abnegación materna o la orientación paterna en una debilidad mental con la que se
debe romper subjetivamente para sobrevivir. La imposición de una ley natural en
donde se justifica que todo individuo para realizarse debe abandonar el nido
familiar en realidad es la absurda prevalencia de un mecanismo racionalizador y
fáctico que embeleza al individuo con una cultura apátrida o de reafirmación
solitaria que lo único que garantiza es la autodestrucción de todo vínculo
certero de familiaridad y de apoyo doméstico.
Sexualidad
y amor individual.
En forma tradicional y por una cuestión de salud
mental se ha vinculado estrechamente la pasión amorosa al estrecho y ordenado
recinto de reproducción familiar[25].
Al eliminar el carácter erótico de la sexualidad encerrándolo en los estrechos márgenes del
amor oficial, la espiritualidad racional tendió a protegerse de los efectos
incontrolables de la pasión desbocada, sobre todo cuando la individualidad
expulsada halla en ella incorrectamente el sentido perdido por el desequilibrio
social. Ahí donde la imaginación erótica es liberada del orden familiar por
subordinarse la afectividad corporal a un diseño represivo y conservador de la
energía sexual, se produce en la sociedad una transformación multifacética de
la sexualidad, desprendiéndose como deseo autónomo de la superestructura ingenua del amor
romántico, y desatándose, con ella, una cultura subterránea y ritualizada de
colisiones corporales. La sexualidad ya no sería aquella necesidad vergonzosa que
detenía la perfección trascendental o que se oponía tajantemente a la
transformación historicista, sino con la emancipación de una sociedad
personalista se convertirá en la actividad terapéutica y de religiosidad
sensorial que renueva al ser y lo ubica
como practicante de una pasión telúrica donde uno se reencuentra con los
orígenes arcaicos[26].
Más allá de que la sexualidad despierta motivos de regreso a una vida natural e
inmanente que terminó por divorciar a la subjetividad de empresas excesivamente
reflexivas y burocratizantes, hay que reconocer que la proyección sensorial que
despierta la imaginación sexual compromete al individuo con la lógica de un
mundo un poco más humano, donde cada cosa es más cercana, familiar y sensitiva.
Con la prohibición moralista de evitar toda sexualidad
maquínica se tendió a estimular un submundo que hallaba en la prohibición el
pretexto perfecto para dirigir la excitación romántica y vehicular un amor en
correspondencia con la transmisión espiritual; cuando amor trascedental y
pasión corporal se separan cada uno con su saber vivencial específico el
vínculo ontológico que había consolidado un sentimiento de completamiento
cosmológico se deteriora, en la medida que al no hallar una imagen sempiterna
que canalice nuestro hinchamiento corporal uno se deja arrastrar por la química
de un placer efímero y animal que es identificado como la felicidad paradójica[27].
El amor romántico en realidad sobrecoge nuestra real y sincero interés pero es
el poder tentador y más seguro de la fugacidad erótica la que anima y moviliza nuestra superficial osamenta, pues
al no involucrar un real conocimiento del otro, pues sólo se busca poseer y
poseído por instante trémulo, se busca protegerse de la responsabilidad
romántica que implica asumir el oficio idílico. Mientras la pasión desbordada
se siga ligando a una estimulación arrolladora por parte de una realidad
objetiva cargada de simbolizaciones sexuales, uno no podrá responder sino
limitadamente a la insaciabilidad ilimitada del choque de cuerpos, que oculta
un mundo interior de acomplejamientos y de disfunciones sexuales, en donde se
delata que la relajación de la prohibición y de la represión moral ha desatado
un profundo mar de soledad sexual y de incapacidades eróticas. En tanto la
sexualidad resalte un ámbito pornográfico del sexo máquina las relaciones de
pareja ideologizadas no se sentirán conformes
con la real crisis de la sensualidad humana, en donde la exigencia
cibernética de disfrutar un amor automático destruye los pocos intentos
sublimes de realizar un amor sincero[28].
Asimismo, el amor romántico golpeado por la incidencia
grotesca del placer amoroso, sin embargo, conserva el domino de los anhelos
emancipatorios y salvíficos de la espiritualidad profunda. Cuando el encuentro
corporal se produce acompañado de la simetría y armonía de los afectos, cuando
se realiza el coito impulsado por materializar el amor recíproco uno en
realidad siente la transferencia de
espíritus y de otredades que se aman infinitamente; no hay cuerpos y pasión
violenta, no hay pasión interesada y agresiva, sólo dos corrientes vitales que
coinciden sagradamente y que escapan inocentemente a las relaciones de fuerza
del principio de realidad, donde las arbitrariedades del biopoder plástico
arrasan con la intencionalidad saludable del amor romántico. Cada furtivo
encuentro no es sólo evidencia del descontrol carnal de un amor vertical, sino
además el hechizo de una atracción espiritual mediante la cual se sujecciona a
las almas a una convivencia biopolítica donde cada cuerpo se entrega con todas
sus creencias y saberes implícitos. A veces la desigualdad en la madurez sexual
torna disconforme el placer amoroso,
por lo que generalmente aquel que
se entrega al choque furtivo esperando recibir una sobredosis honrada de amor
recíproco, en verdad es sólo una osamenta temeraria con la que se está jugando.
La esperanza de que las huellas de una deliciosa colisión corporal logren
engatusar la voluntad del amante y éste así se enamore de uno, sólo se
trastocan en el dolor de dejar en cada arremetida el objeto amoroso. La pérdida
del lazo afectivo, en el que proyectó
uno las riquezas de una amable interioridad, lo único que generan es la
melancolía de una biografía que se decide a ejercer violencia frívola sobre el
mundo desencantado, entrando en una lógica de la seducción sin enamorarse que a
lo único a que conduce es a derribar los significados legítimos de un amor
trascendental, porque el desengaño de
las buenas intenciones precipitan al espíritu juvenil a una descarada cosificación
que asume como acción habitual.
El dolor de una ilusión erosionada por la imprevisible
complejidad de lo que uno espera encontrar en el ser amoroso, hunden a la subjetividad en el gélido abismo
de una fantasía solitaria, que crece a medida que nos negamos a amar o a
rehacer en la cosecha de otra ilusión nuestro corazón herido. Cuando la soledad
de un espíritu concentra una enorme capacidad de amor que se deshace con al
decepción amorosa, por lo general
redirige ese cariño hacia la inmensidad de la vida común, en donde cultiva una
narración en defensa de toda naturaleza y la sociedad a las cuales espera
repotenciar y representar con el cambio
histórico. La corrupción del amor desolado prefiere las alturas abstractas del
cariño genérico, aunque tal dialéctica desgarradora anula y hace estallar los
apoyos objetivos donde reposa la seguridad cotidiana del amor a la vida
sensorial. Cuanto más levanta la mano contra sí mismo el amante de la vida,
aguardando con ello la insurgencia de los nuevos valores, tanto más esta vida
apartada logra penetrar los muros ideológicos de una vida de ficción. Ubicarse
en los márgenes de lo que no ha sido racionalizado por el reduccionismo moderno
es revalorar y rescatar de los desperdicios de las vidas que transitan
solamente, un saber de frontera capaz de revolucionar la gramática de un
biopoder capitalista, retejiendo una vida que se ha desecho de los horrores del
principio genealógico.
Es en el corazón de lo subalterno, de lo que por un
desliz administrativo expulsamos de las
socializaciones ejecutivas, donde vibra el carácter de una sexualidad ardiente
y arcaica, no influenciada por las distorsiones regresivas de la
estandarización criminal, una sexualidad que proyecta culturalmente símbolos de
un erotismo desgarbado y grotesco que ontogenizan con la visión sublime y
aristocrática del oficio sexual. Acaso donde todo es desmadrado y vulgar late
con energía una corporalidad agresiva y maquinal con respecto a la transgresión
sexual, sin embargo, incapaz de contar con residuos reflexivos de un amor
romántico que en el caso de las culturas populares es trenzado de grosería y de
un enamoramiento chabacano y regresivo que no conoce el encumbramiento
dialéctico de la pasión amorosa[29].
Si bien el desborde de la sexualidad encuentra mejor oportunidad de ser
practicada ahí donde el racionalismo depresivo no invade con sus tentáculos corporativos, la
verdad es que la invasión tecnomediática de los signos eróticos, unida a un
deseo que no halla identidades
reflexivas por donde canalizarse, produce una diversidad flexible y desfijada
de rostros sexuales que no pueden llamarse desviaciones psicológicas, sino
transmutaciones en curso de una sexualidad despojada de sus apoyos objetivos.
El deseo desmesurado no halla ya en el amor romántico un espacio concreto para
su institucionalización identitaria, no se sublima en saber reflexivo, sino que
se divorcia de su lógica espiritual para nutrir un existencialismo carnal
agresivo que quita a la vida individual sensatez y coherencia racional. Uno es
maniatado violentamente por los desequilibrios incontenibles de una fuerza
pasional para la que surge una
inteligencia sexual desarrollada y autonomizada de la psicología reflexiva, una
vida sensorial que escapa al tejido organizativo y represivo pero que se acostumbra a una
rutinariedad con que tal que se utilice a la vida normativa como pretexto para
transgredirlo placenteramente con la fuerza de un cinismo corrompido[30].
A raíz de un micropoder sexual invadido por la naturalidad de las relaciones de
fuerza, hoy lo más sensible e íntimo
está determinado por una tecnología de lo hedonístico que expulsa por incapaces
de ser maliciosas a todas aquellas sensibilidades desadaptadas por la guerra competitiva de los significados
eróticos.
Pasión
y revolución social.
Ya que ser individuos en esta estructura repleta de
cosificaciones no conduce a ninguna parte, porque el individuo ideológico sólo
reproduce las falencias culturales de una formación social atascada en la
involución ontológica, entonces es lógico redirigir toda aquella energía emotiva
que desplegamos en busca del verdadero amor hacia aquellas facetas de la
realidad empobrecida que necesitan nuestro concurso y aprobación emancipatoria[31].
En tanto se busque desesperadamente avivar la llama de la felicidad individual,
que sólo se consigue dándole la espalda a la miseria social, no se logrará en
realidad superar las mistificaciones y objetivaciones alienantes que impone el
sistema productivo, por lo que la sacralidad
de la vida cotidiana que se defiende de las infamias de la instrumentalización, se pulveriza sin
acabar de entender porque sucedió tal evento. Por eso en vez de hundir la
creatividad psicohistórica de la individualidad en las fauces enajenantes de la
ideología consumista es mejor salirse un instante de la selva negativa de los
signos mediáticos y observar el verdadero paisaje de una inmanencia sometida
que recibe el impacto de la opresión y manipulación capitalista. Cuando el
esfuerzo descodificador de la conciencia se deshaga de las contingencias
tecnosemánticas de un mundo exterior
ingobernable, podrá, a la vez deshacerse de las seducciones privatizadoras de
un mundo plagado de discursos digitales, para de ese modo abrirse a una
experiencia del cambio permanente, de una historicidad evanescente capaz de
devolverle a la vida el control antropológico por sobre la esfera
tecnocientífica[32].
El atrevimiento humanista de condensar una mentalidad
transmutada ahí donde se reproduce una humanidad determinada por las
extrapolaciones tecnológicas, es también la promesa de expandir una
individualidad cultural que vea en la técnica no sólo la tarea de hacer más
cómoda la vida- lo que se deforma en enajenación objetiva- sino también hallar
en la técnica la oportunidad de
acrecentar la existencia, de vivir sin miedo, de amar cada parte infinita del
universo como si fuera lo más íntimo y constitutivo del ser individual. A pesar
que la experiencia ha enseñado que por el fenómeno de la alienación terminamos
siendo engranajes de un macro sistema de organizaciones inteligentes que
succionan todo el producto del trabajo social, se sigue confiando en que la
técnica nos dotará de la mediatización suficiente como para superar la
tendencia existencial del hombre a resguardarse en un subsuelo de culturas
extrañadas y mistificadas[33].
Pero la verdad es otra: tanto es la desestabilización relativista que imprime
la tecnología que la subjetividad manipulada no consigue sobreponerse al
desconcierto de una modernización desbocada que termina rindiendo culto a
contrarrevoluciones reaccionarias en el terreno de la cultura, incapaces de
leer con acierto las señales caóticas del mundo exterior.
Multiplicado el poder omnímodo de un personalismo
organizativo conciliado con las turbulencias de un mundo tecnologizado es difícil desarrollar una vida
rebelde capaz de escapar auténticamente a las trampas de un organismo complejo
que todo lo produce y determina. Aún cuando se percibe interiormente que se
pude escurrir un proyecto alternativo, desde el cual extraer una conciencia
incontaminada y rebosante de honradez, siempre queda la sensación de que se ha
neutralizado cualquier oposición ontológica a la inmensidad del sistema
anarquizado global, por lo que la identidad antagonista queda también expuesta
ante las descomposiciones hibridantes de un sistema social que arranca orden y
estabilidad a todo un organismo infectado de caos y desorganización[34].
A pesar de esto el único abismo a donde es perseguida la vida por obra de las
maquinaciones biopsiquiátricas de la dominación instrumental, es la
interioridad del ser, a donde las excursiones policíacas de la socialización
racional destruyen cada oportunidad del espíritu de deshacerse del poderío
estandarizado de la lógica capitalista. Cuanto más es el estado de repetición
fáctico que desperdiga la maquinaria capitalista en pos de neutralizar todo
vestigio de disidencia social en las profundidades de la interioridad, tanto
más se sumerge la vitalidad de la esperanza en los abismos sensoriales del ser,
como la manera de proteger la única esfera simbólica cargada de sentido que le
arrebata la tecnificación[35].
Al ser la vida un proceso de existencias organizativas
cargadas de flujos vitales y de rostros sensoriales, la auténtica vida rebelde
debe nacer de la decisión testimonial de salir del sí mismo existencial no sólo
utilizando las psicoproyecciones del mundo de signos mediáticos sino además
ejerciendo un amor valeroso y representativo de todo lo que sufre el impacto de
la cosificación rebajante. Rescatar los
residuos de una vida subalternizada, cuyos saberes son relegados al mundo de lo
que no tiene lenguaje, de lo inteligible, es sacar la cara por una vida
enclaustrada en el patio trasero de los discursos hegemónicos para que por un
amor que comparte y se sacrifica se consiga desactivar aquel reduccionismo
occidental y liberar ontológicamente, así, toda la vida de los espíritus
desperdiciados que son narrativas de vencidos[36].
No todo lo que sufre y padece la exclusión del pensamiento sumamente abstracto
deber ser el hervidero de donde nazca un saber de revancha, sino que todo lo
que moviliza al ser emancipado debe ser un amor completo hacia la totalidad de
la sociedad y la naturaleza oprimida, que debe cuidarse de corroerse por las
desviaciones del rencor y del resentimiento. Sólo un amor honesto y cuidadoso
de la vida del otro, que no se limite a los linderos mezquinos del ser
individual, podrá entender que defender los sueños de un ideal revolucionario
es llevar el desarrollo del espíritu social hasta sus últimas consecuencias,
con el resultado de constituir un individuo capaz de estar acostumbrado a mutar
ante el cambio desprevenido e
inesperado.
Conclusiones.
En estos recorridos esencialistas que he trazado sobre la temática del amor he
intentado hacer una defensa cerrada de lo que de espiritual conserva la interacción amorosa, en un momento donde las
mutaciones postmodernas del goce confiscan al amor individual toda capacidad de
desarrollo reflexivo y de crecimiento ontológico. También he llamado la
atención sobre el hecho de que el amor cuando es buscado como destino salvífico
a lo único que conduce es a un atrincheramiento egotista que socava la energía
y diferencialidad de la cultura amorosa, y engarrota, por consiguiente el
desarrollo pleno de la personalidad. En la medida que la destrucción de los
grandes relatos de la modernidad clásica producen una individualidad aferrada
inmadura sin reales apoyos objetivos desde donde aferrarse a lo que de
sistémico queda en la realidad, se produce por contrapartida una relación
comunicativa empobrecida e insignificante incapaz, por lo tanto, de maniobrar
con los bienes desequilibrados de un amor romántico para el cual la
personalidad no está preparada[37].
Cuanto más se hace reposar en el amor romántico toda percepción de redención y
felicidad, más se es maniatado y desintegrado por una posición plástica que nos
halla como soñadores discapacitados para arrancar a una sensación tremendamente
inestable momentos de quietud y de paz cultural. No sólo la sexualidad
desbocada es utilizada como una opción inmanente para contrarrestar los desgarramientos
simbólicos del amor individual, sino que esta subordinación y regresión
material a los submundos del placer desmesurado a lo único que conduce es a
desarrollar una idolatría adictiva hacia un erotismo clandestino para el cual
se está limitado depresivamente. El descontento por no poder controlar una
maquinaria del biopoder amoroso que nos
expulsa como agentes infectados de burocratización, delata el hecho de que
actividades tan concretas y alegóricas como el amor y la sexualidad están
siendo deterioradas por los procesos de racionalización cultural donde todo
padece el golpe de lo desfijado y relativo[38].
No obstante, saberse que la satisfacción del amor
romántico y del erotismo exasperado padecen el cáncer de la instrumentalización
socrática, la cultura cotidiana sigue depositando toda esperanza de cosuelo y
destino redentor en una actividad ontológica
golpeado por el accidente y la escasez cultural. Es el hechizo de un
proceso de individualización que desconfigura irremediablemente todo origen tradicional y filogenético de donde procede
previamente la vida socializada, lo que anima
a la subjetividad cautivada a arrojarse a los encantos cosméticos y
aventureros del mundo administrado, sin darse cuenta que todo éxito individual
es parcial e incompleto. El amor que debería ser aquella experiencia espiritual
que amortigua las turbulencias de la realidad estandarizada y explotadora, está
golpeada de raíz por una vacilación maliciosa que no está acostumbrada a
detectar la presencia del verdadero amor al cual clichetea de debilidad y de
cursilería de personalidades dominadas. Es tal la rareza del amor individual,
en el sentido de que emerja una correspondencia recíproca que se prefiere vivir
de su indumentaria retórica antes que entregarse a los brazos de una ilusión
que desfigura cualquier ambición objetiva que nos planifiquemos como porvenir.
El hecho es que el encogimiento de un mundo plagado de
pobreza cultural nos quita el disfrute de una sensibilidad para la cual hay que
salir bien librado de la caotización de los signos objetivadores. En tanto se
busque desesperadamente remedios románticos para la soledad fáctica, incubados
en una pasión desequilibrada que desestabiliza los tesoros de la identidad
biográfica, se estará ciego para ver que si la individualidad quiere disfrutar
de la gloria de la auténtica emancipación tiene que deshacerse de los
prejuicios genealógicos de una identidad negativa que celebra las miserias de
una felicidad tecnoconsumista. Cultivar una existencia individual fantasmagórica
que sólo vivencia los errores ideológicos de una creencia individual apegada a
la sociedad de consumo, es no abrirse ante los anhelos místicos del espíritu
social, vejado y manipulado, no ver que para ser feliz hay que salirse de la
mezquindad de la vida atomizada. Hoy más que nunca el destino de todo lo que
conocemos como auténticamente humano depende de la fuerza de un amor rebelde
que se abre paso ante las cosificaciones capitalistas del mundo complejo y
construye una sociedad conciliada con la naturaleza y consigo mismo[39].
Bibliografía
- ADORNO
Theodor W. Minima Moralia
- ADORNO
y HORKHEIMER. Dialéctica de la Ilustración
- ALBERONI
- ARENDT
Hannat. La condición humana,
- BABHA.
El lugar de la cultura
- BACH
Richard. Juan Salvador Gaviota
- BAUMAN
Zygmunt. Amor líquido
- BAUMAN
Zymunt. Vidas en consumo
- BENJAMIN
Walter. Tesis sobre filosofía de la historia.
- BRAUDILLARD
Jean. De la seducción.
- DE
SOUSA Buenaventura. Conocer desde el Sur
- FOUCAULT
Michael. Historia de la sexualidad.
- FROMM
Erich, El arte de amar.
- HORKHEIMER
Max. Anhelo de justicia
- HORKHEIMER
Max. Autoridad y familia.
- LIPOVESTKY
Giles. La felicidad paradójica.
- LUHMANN
Niklas. El amor como pasión
- LYON
David.
- MAC LUHAN Marshall.
- MARCUSE Herbert. Eros
y civilización
- MARCUSE
Herbert. El hombre unidimensional
- MUSIL
Robert. El hombre sin atributos
- PAZ
Octavio. La llama doble.
- QUIJANO
Aníbal.
- SAFRANSKY Rudiger. El mal o el drama de la
libertad
- SARTRE Jean-Paul. Crítica de la razón
dialéctica
- SARTRE Jean-Paul
Ser y la nada.
- SENNET
Richard. La autoridad.
- SHOPENHAHUER
Arthur. Parerga y Paralipomena
- SIMMEL
George. Sobre la Aventura
- SLOTERDIJK
Peter. Crítica de la razón cínica.
- SODRE
Muñiz.
- ZIZEK
Slavoj. El espinoso sujeto.
[1] Estos argumentos han sido
tomadas a modo de corolarios de las reflexiones de Sartre en su libro de
crítica a la razón dialéctica, en donde cuestiona la imposibilidad de hallar en
el desconocido una experiencia que no sea previamente cosificadora. Argumento
que cuestiona la visión fenomenológica de Schutz. SARTRE Jean-Paul. Crítica de
la razón dialéctica
[2] Estas observaciones
escépticas son desarrolladas en el pesimismo de Shopenhahuer, sobre todo en su
texto de sobre la felicidad: Parerga y Paralipomena
[3] Este argumento proviene
del Libro de Safransky El mal o el drama de la libertad en alusión a Rousseau,
como descubridor de la interioridad.
[4] Estos argumentos están en
clara oposición a las ideas de Fromm y su visión salvífica depositada en el
amor, FROMM Erich, El arte de amar.
[5] Esta idea le pertenece a
Simmel, en su libro sobre la Aventura. En el habla de un posición teleológica
en el amor, un rezago nostálgico de lo
que hoy ya no existe.
[8] Estas observaciones
también contradicen las piruetas seductoras del libro de Octavio Paz sobre el
erotismo y el amor romántico, La llama
doble.
[9] Esta tesis la desarrollan
pensadores conservadores críticos a la sociedad masificada, como Arendt. En su
libro la condición humana, y Ortega y Gasset
[10] Esta idea se desarrolla
de mis lecturas dualistas de Marcuse y su libro de Eros y civilización, donde
lo sistémico atrapa y pulveriza a lo subjetivo y a la energía libidinal.
[12] Este derrotero es similar
a las concepciones sobre el cinismo y la hipocresía de Sloterdijk, en Crítica
de la razón cínica.
[22] Este respaldo de una
economía moral es lo que no tiene las tradiciones individualistas del mundo
eurocéntrico en relación a sociedades con religiosidad y tradiciones
comunitarias como China, India y Perú. BABHA. El lugar de la cultura
[25] Visión recogida en las
versiones educativas de la Iglesia católica como bien lo señala ALBERONI
[39] ADORNO Theodor W. Minima Moralia
Comentarios
Publicar un comentario