miércoles, 19 de diciembre de 2018

Amor y revolución.





Resumen:

En las líneas que siguen se hace un recorrido apasionado  y meditabundo de un pensamiento sobre el amor no correspondido, una subjetividad que piensa la pasión como enorme necesidad frívola,  y que ve en el amor salvífico una empresa condenada a la patología y al desentendimiento de la totalidad sufriente. La salida que propone estas tesis no es una ambigüedad o un relativismo de los sentimientos sino la glorificación de darnos en la solidaridad y en lo cooperativo como una manera de arrojar todo aquel amor y placer que a veces desperdiciamos.

Abstract:

In what follows is a tour of a passionate and thoughtful thinking about unrequited love, a subjectivity that think the passion and enormous need frivolous, and that sees the company's saving love doomed to pathology and to ignore the all suffering. The output of this thesis proposes is no ambiguity or relativism of feelings but the glorification of us in solidarity and as cooperative as a way to throw all that love and pleasure that sometimes wasted.
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Palabras claves: Amor romántico, sexualidad, vínculos familiares, cambio cualitativo, amor colectivo, revolución


Desesperación, soledad y amor individual.

Al escapar de la instrumentalización nos refugiamos en el subsuelo reparador de los vínculos sentimentales. No sólo el afecto que recibimos de otro rehace los lazos rotos por la individualización abstracta, sino que además toda la corporalidad subjetiva que exponemos en el territorio cínico de los signos sistémicos se regenera de una manera renovada, aprendiendo a deambular cosificadoramente en la superficie compleja de las ideologías sensoriales. El adiestramiento biopolítico que recibe la subjetividad a costa de las figuras oníricas que desplazamos cruelmente mientras maduramos, es la lógica silenciosa que ponemos en práctica cuando se trata de luchar por bienes escasos sin los cuales es imposible reconstituir nuestra identidad. Para conquistar  un territorio donde desplegar los tesoros de la interioridad es necesario dejarse invadir por una microfísica del poder previamente, aprendizaje sin el cual sería complicado asegurarse un hábitat sincero y traslúcido donde ser uno mismo y tejer nuestra privada felicidad. Tal vez el problema de garantizar un espacio doméstico donde brille nuestra íntima legalidad es que para que este evento ocurra se han cometido silenciosamente un número indeterminado de infamias y vejaciones simbólicas sobre el fondo inocente y honesto de otras biografías vitales[1].

Para defender el amor que nos llena debemos ejercitar una violencia simbólica contra el exterior corrupto que amenaza con arrebatarnos el delicioso fruto de la felicidad doméstica; pero tal agresividad a pesar de ser fabricada con el mayor de los detalles arquitectónicos no borra la sospecha misteriosa de que el amor que tanto cuidamos nos desgarra con su desequilibrio y violenta sagacidad. Al abrir los brazos y sólo con ellos esperar una digna amistad uno nunca está seguro de si esa vida interior que tanto anhelamos no nos dará un golpe psicológico del cual nunca nos recobraremos. Lo cierto es que la transferencia de afecto nunca es armónica como para estar seguro de que se nos ama en realidad. La desconfianza que nos inculca un mundo de ideologías nos siembra la duda de que no merecemos en realidad el romanticismo del instante amoroso, pues todo es tan absurdo e irracional, ahí en el espacio infinito de la intersubjetividad, que lo mejor sería seguir agrediendo para defender nuestro sagrado mundo de la vida[2]. Cuanto más expulsamos de nuestra interioridad un abanico interminable de violentas ideologías, con la esperanza de construir una identidad auténtica, tanto más recibimos el golpe enajenante del discurso instrumentalizador que invade, por último, nuestro inmaculado sentimiento personal. La vida golpeada por una exterioridad deletérea, reacciona huyendo a las profundidades de la pulsión y lo soberanamente sensorial[3].

Hoy la frivolidad que desata el discurso de un capitalismo cínico e irrefrenable, que coagula en un biopoder cultural, cancela en la oscuridad del olvido todos lo sueños secretos del alma individual, destruyendo en un santiamén la benignidad o buena voluntad que los sujetos esperan desbordar en una realidad social desencantada. El principio de autoconservación que convierte al amor en una lucha despiadada por apoderarse de su disfrute espiritual socava los cimientos duraderos de un amor como experiencia certera, trocándolo en una actividad desestabilizada donde cada individuo deposita sus esperanzas de sosiego, pero donde la sola expugnación desata la sensación de una duda atronadora por no estar a la altura de su beneplácito. La inmadurez cultural de los sometidos alcanza para entregarse a la ensoñación de un amor rebelde y corporal, pero no basta para mantenerlo a flote, sobre todo cuando las evidencias de una personalidad degradada o desafiliada de la competencia cultural corrompen las ilusiones románticas de un sentimiento que no se mantiene sólo como ingenuidad cultural.

El hechizo de un romanticismo aparencial que sólo dura lo que la actuación consiga edificar, se sostiene sobre la base de una corporalidad histriónica y amigable, que se derrumba a medida que se rebelan los motivos personales que arrojan a la subjetividad a los brazos del amor. Si la razón de enamorarse reposa en el perfilamiento independiente de un amor por necesidad, seguramente la costumbre de su escudo protector garantizará el amor en la convivencia desacelerante; pero ahí donde los motivos de enamorarse no coinciden con la misma intensidad pues la experiencia amorosa es preferible al aburrimiento de la convivencia, se producirá una asimetría emocional que terminará por socavar la fuerza de la pasión[4]. Ahí donde la armonía del amor crece con cada detalle anecdótico e historia íntima que la relación ayuda a florecer, en verdad el hechizo de estar enamorados cubre toda el alma, al punto que expande la sensación del ser a todos los rincones de la realidad, que cobra sin proponérselo una existencia mágica. El golpe de la repetición rutinaria a todo lo que es frío y calculador, van derritiendo las bases estructurales de un amor que nace con la ilusión de la juventud, y aún cuando se tenga la deliciosa seguridad de estar disfrutando de su expansión espiritual siempre queda la duda de su inestabilidad y seductor desgarramiento.

El amor cura el cáncer de la separatidad[5]. Las convulsiones cosificadoras de una identidad sumergida en una complejidad organizativa, encuentran en el amor burgués el motivo salvífico para el desgaste individual. En contextos desrealizados o profundamente desmantelados por la fuerza de la atomización mercantil, el amor trascendental funge de aquel destino ontológico donde se halla cobijo y existencia armónica, pero es el desmembramiento sistémico que desarrolla la lógica racionalizadora la que convierte aquellos mitos existenciales en nichos ideológicos donde se percibe cierto aire doméstico, pero que pueden ser barridos objetivamente por el torbellino de la temporalidad capitalista. La soledad es ciertamente combatida por el jovial romanticismo de una experiencia sobrecogida por el amor trascendental, pero tal engaño no deja de probarnos lo inmaduros que somos para calificar y controlar los arrebatos ilógicos de un amor ideológico que nos sacude como títeres. La insignificancia del ser, la imposibilidad de orientarnos con  significados acrecentadores, con los que educar el alma interior, nos arroja por el deseo de ser individuos tempranamente a las garras ideológicas  de una pasión que desnuda nuestros defectos y limitaciones personales[6].

Y es el dolor de ver como se nos escapa la otredad, en la que depositamos la proyección infantil de nuestro espíritu,  la que destruye la constitución psicológica del sujeto arrojado a la facticidad y desilusión del mundo estandarizado. Aquella ingenua espiritualidad que entregue sus esperanzas de redención a la tecnología de un amor individual invadido por la instrumentalidad del ser, no se le permitirá descubrir realmente el carácter dialéctico de la historicidad personal, que va más allá de los reduccionistas caminos de una seducción capitalista, y que hace del amor una virtud solidaria capaz de reconciliarse con la energía subalterna de la vida social. Si el amor es el bien escaso que la personalidad vacía no consigue hacer florecer, y al que neciamente otorga su alma exhausta en búsqueda de una repotenciación idílica, entonces debemos comprender que es una falsedad genérica que nos promete el completamiento cultural, en una realidad donde todo no transita hacia tal utopía emancipadora, y donde la ferocidad del romance burgués nos devuelve al origen tradicional más que de un modo artificial y relativo. El amor en un ámbito donde todo lleva la marca de  un existencialismo regresivo e irracional, sólo puede ser un melifluo enceguecimiento asumido de modo decisivo, para no ver el bombardeo enajenante que produce heridas objetivas, que sólo la terapia regeneradora de la entrega romántica logra aliviar o simplemente pasar inadvertida[7].

Si bien la modernización sólida vincula autoritariamente a la individualidad a un entramado rígido donde interactuaban bruscamente la sociedad totalitaria y las delicias de la libertad negativa, lo cierto es que la modernidad si otorgaba sistemas sociales de amortiguamiento cultural que se preocupaban del desarrollo genérico de la persona. Cuando la aceleración histórica de la modernidad perdió su legitimidad democrática para representar a las intenciones del espíritu, la rigidez  socializadora de los marcos institucionales de la modernidad heterodoxa se deshicieron y perdieron su  atractivo para moldear la subjetividad biográfica de una individualidad nominal que se agigantaría a raíz de la plasticidad ontológica que le otorgaría la mediatización cultural. Es  el acrecentamiento plástico e híbrido de la personalidad individual, a manos de la prolongación mediática, lo que le diría al individuo que todo vale en tanto se desarrolle en los límites de la reafirmación biográfica, y en tanto se oculte audazmente los acomplejamientos y empobrecimientos socio-psicológicos de la inmadurez objetiva.

 El amor burgués absorbido por la fragmentación ontológica de una realidad compleja que sentencia todo a la licuación caotizante, hace de éste una experiencia golpeada por el ardid de la instrumentalización, trocando la felicidad paradójica en una necesidad acorazada de proteccionismo ideológico que en verdad atrapa a la subjetividad en una miseria moral y ahistórica que sufre la detección masoquista al valor de compartir socialmente aquel amor solitario y empequeñecido que nos aleja de la sociedad[8]. Si el mito de conquistar el amor salvífico en realidad convence a la personalidad de que nada hay de más valor en esta realidad enferma que encapsularse en los brazos del subdesarrollo axiológico, entonces se habrá consumado la victoria de la ideologización rizomática y democrática, cuya basura de signos mediáticos es necesaria para fortalecer la absurda felicidad paradójica, y para mantener la fortaleza  de un capitalismo cínico en donde todo vale para sobrevivir. El dolor de aceptar una existencia racional que lo único que hace es coercer la expresión de una sensoriedad emancipada, es peor a ser sustituido por la animalidad agresiva de una sensoriedad erradamente sobre estimulada que nos hace víctimas de nuestras propias ideologías.

Atrincheramiento cultural y amor colectivo.

En la medida que crecemos y vamos renunciando a nuestros sueños originales, vamos también dejando de lado por infantiles rostros del ser social que antes nos daban seguridad ontológica pero que en una etapa posterior al ser empecinadamente sostenidos coaccionan el desarrollo de la iniciativa individual[9]. No es una terquedad transgresora la que empuja a la personalidad a atrincherarse en lenguajes arcaicos de la historia psicológica, sino el alivio amortiguante y reparador que impacta en el ser individual lo que le decide a mantener estructuras y regímenes de producción culturales que ofrecen  certidumbre y un afecto social incondicional. El onirismo inicial y sublevante que toda psicología demuestra cuando resiste el embate estresante de la racionalidad tecnológica es deconstruido y confinado en áreas primitivas del principio de realidad, áreas de almacenaje a donde recurrimos plásticamente para iluminar la existencia hedonística de una improvisación cosmética que hace agradable a la persona[10]. El sueño por el cual vibramos hasta la saciedad es guardado estratégicamente en las interioridades pulsionales  del subconsciente y desconocido paradójicamente por nuestra conciencia social cuando se trata de interactuar en las instalaciones organizativas de la realidad administrada. Es  la expoliación y desprecio metafísico que soporta nuestro secreto vital las que sólo sublimamos cuando estamos seguros de que nuestras virtudes morales y que no serán ridiculizadas por la ironía individualizadora.

Ahí donde se exige al individuo comportarse como una máquina traductora de señales económicas y financieras es descalificador reconocer las fracturas y traumas ontológicos de una existencia individual que avanza silenciosamente a pedazos y desmembrada; por lo que es más lógico ocultar de los abismos de la plasticidad diplomática, aquellas ensoñaciones sensibles que nos debilitan y nos ablandan objetivamente. Demostrar que se es una individualidad que está constantemente preparada para la acción comunicativa, en un mundo de huracanes organizacionales, es hinchar el alma de aptitudes dramáticas e ideologías con las que aplastamos en el ridículo de la mojigatería nuestras verdades esenciales, tan desfiguradas por el principio de autoconservación[11]. Ir por la calle exterior gritando a todo pulmón la espontaneidad de nuestra disconformidad con la frivolidad del ser es sencillamente echarse la soga al cuello en un terreno donde la hipocresía y la crueldad del alma devoran las buenas intenciones y bloquean todos los marcos insurgentes que se proponen alternativas a la hostilidad capitalista.

El liquidamiento permanente de todas nuestras metas oníricas, distintas a la lucha por el éxito empresarializado, delata lo avanzado que se halla la racionalización sensorial de la vida social como para intentar desencadenar la receta de un amor sólo dirigido hacia la alteridad de una sola persona. El  relegamiento de la subjetividad hacia las clandestinidades de un ser arrinconado en la inercia del sentimiento, lo único que genera es el despliegue de un mundo de la vida fuertemente impactado por la adicción de las ideologías. Cuando ser víctimas de las injurias de un sistema fuertemente competitivo nos obliga a refugiarnos en las cercanías de lo doméstico, aun cuando sabemos que dicha decisión es peligrosa, lo único que hacemos es legitimar la colonización de nuestro entorno cotidiano por una lógica irracional que desata rivalidades y violencia. El fundamentalismo de lo cotidiano, a donde llega a descansar un individualismo derrotado por la violencia del mercado, no consigue más que desarrollar una vida habituada a la pobreza del espíritu, miseria que crece con cada golpe que recibe  de la amenazante exterioridad capitalista y que representa un mecanismo de evasión desenvuelto por la inteligencia cínica del ser. La regresión de un alma verdaderamente arrojada de la creatividad laboriosa de la producción sistémica para no ser expurgada de la insospechada relajación cultural y consumista, crea y reproduce un espacio cultural de sosiego y descanso simbólico que sabe que es falso, pero que aún así sostiene hasta evaporar la consecuencia ética de la reflexión[12]. La contención ideologizada del ser individual varado entre una intimidad manipulada y extrapolada por la mediatización simbólica, y un mundo exterior que accede a los secretos del alma, ocasiona el progreso de una personalidad sumamente hábil para desenvolverse en los espacios de la seducción maquinal, pero verdaderamente incapacitada para responder ante la hostilidad segregante de la razón instrumental, a la que considera natural e infinita.

El amor que se consigue con salirse tácticamente de las cárceles humanoides del existencialismo personal, en realidad implica escapar al hechizo de una intimidad amedrentada y temerosa. Cuanto más la seducción de la alteridad del amante presupone proyectarse exteriormente para lidiar intersubjetivamente con las corazas culturales de la identidad, tanto más no se sabe si en realidad tal empresa está llena de arbitrariedades y abismos simbólicos que sólo conocen lo que en apariencia deja mostrar la interacción romántica. La convergencia armónica de la corriente vital en el enamoramiento es desfigurada a cada paso que se da en exteriorizar la relación amorosa, pues los frutos de un idilio soñado son desgastados por el entumecimiento cosificador del dinero y de los intereses sociales. El deterioro del amor romántico no se da por una cuestión de separación accidentada, o por una cadena de prejuicios personales solamente, sino porque la expresión de la aventura idílica sufre la prueba ideológica de un mundo cargado de diferencias sociales y de nociones vacías de estatus que conforman la identidad social de los amantes y  cuya relevancia ideológica depredan la pureza del amor sincero. Es la vulgaridad  del enamoramiento o su sólo subordinamiento a una tensión de poderes cosificadores lo que desdibuja el voluntarismo de proceder con el corazón abierto, pues la sola bondad y honradez del espíritu para enamorar, erosionan la contundencia del cortejo o sencillamente arruinan las señales de un choque delicioso de subjetividades amantes.

En la medida que el cortejo amoroso está infectado de relaciones de poder donde hierven calculadoramente capas de apariencias y de insospechada insinceridad, sólo una personalidad avasalladora o con una  impecable y exitosa trayectoria cultural será capaz de romper con los prejuicios de clase e imponer seductoramente una experiencia fraguada en un duro entrenamiento amoroso[13]. En si adiestrarse para sobrevivir en una real microfísica del poder, que infecta el amor romántico va sembrando la duda de cuándo acabar con la estrategia de no enamorarse, y cuando dejar de jugar con los sentimientos de la otredad. Esa confusión, esa desubicación hedonista por no saber reconocer las señales de un amor verdadero, porque se prefiere el suculento bocado de lo furtivo y cosificador va paulatinamente construyendo una cultura indiferente y frívola, encargada de reproducir valores antiheroicos que se ríen del amor y de su imaginario, aun cuando se desea fervientemente estar a la altura de su trascendencia mística. Mientras el amor sea una capacidad ejercida con el mayor aplomo e inmutabilidad posible no se podrá reconocer en la ternura de lo armónico y de la transmisión de caricias corpóreas que el amor provoca, más que el choque placentero de músculos y osamentas hambrientas de éxtasis e intensidad sensorial[14].

La sigilosa calma que sigue a una espiritualidad intransigente, que sale bien librada de la guerra de los amores, es en realidad  la inmadurez que se procesa cuando se vive del amor, de su oralidad efervescente, aún cuando en realidad no se sabe concretamente lo que es estar enamorado. Aquel que va por ahí seduciendo con la mentira del verdadero amor, para sólo sentir la calidez desiquilibrante del amor y no su materialización cautivadora va en realidad descomprometiéndose con la  salud de todo lo espiritual que hay en el mundo. Buscar la reconciliación con el origen que hemos abandonado en la pluralidad de lo fáctico es arriesgarse a no comprometerse con lo vital que hay en la existencia de este tránsito que es la vida, no comprender que si la instrumentalización hace añicos nuestras verdades esenciales entonces hay que luchar por escapar a las miserias de un amor absurdo que involucra  todo lo que somos y seremos. Cuando se trata de vivir y alcanzar la plenitud del ser entonces hay que aprender a democratizar ese saber que nos hace felices mediante un amor a todo lo que la vida es, en términos colectivos y universales, porque de otro modo no se lograría romper con la dualidad de ser  o hombre o Dios en una realidad que nos confisca el derecho de ambas cosas[15].

Sólo el conocimiento desafiante de un amor verdadero que se expande más allá de la fijación o sentido de pertenencia de un amor que nos sacude violentamente puede en realidad enseñarnos el inmenso valor de un cosmos o espiritualidad que abandonamos cuando decidimos vivir la torpe ilusión de la individualidad. Ser feliz en esta realidad vaciada de razón sustantiva es querer demostrar nuestro cariño públicamente por la vida, derrotando a las infelices ideologías que nos fabrican la inmunda caricatura de tal cosa, aun sabiendo lo impúdico que es la seducción de una pasión consumista. No se puede depositar en el amor romántico nuestros deseos de salvación, porque confiar en su ideologización desbordante es abrir al corazón a lo que de mentiroso tiene el mundo de lo biopolítico, es incrustar en nuestra sensoriedad la voracidad de un régimen de producción social que nos vende pequeños momentos de felicidad engañosa. Hay que se como Juan Salvador gaviota que se internó en sí para confeccionar su capacidad de vuelo y su individualidad, mientras las otras gaviotas permanecían atrapadas en la necesidad de ser sólo gaviotas. En tanto emancipaba su saber de su condición animal pudo a través del saber del vuelo conocer la libertad y la real trascendencia de lo cosmológico, pero el no se quedo ahí, regreso a la tierra  y después de ser pleno quiso compartir y socializar su saber con las desdichadas gaviotas, con lo que demostró que ser un individuo completo es una ilusión en tanto no superemos el afán de separación y de la opresión natural[16].

A cerca de la abnegación  y de los vínculos parentales:

Cuando  tratamos de indagar las condiciones de producción de una determinada individualidad nos remontamos al marco de socialización familiar. En el espacio protector de la familia no sólo se ubica la formación del individuo sino que además se dan cita las relaciones sociales más pretéritas de un amor solidario del cual es complicado desengancharse cuando la vacuidad y la atomización del rol individual amenazan con expandirse. En líneas generales se podría decir que el deseo de inmortalizarse a través de la crianza de los hijos se corrompe en la medida que las tentaciones libertarias de la individualidad sustraen a la subjetividad de los rígidos brazos de la familia, la cual es considerada en un determinado momento del desarrollo de la personalidad como un rezago sentimentaloide que detiene la consolidación ontológica[17]. Al arrojarse la subjetividad  a los paisajes de una liberación negativa en donde la promesa de una aventura emancipatoria seduce la individuo, se descubre lo tradicional y remoto que es el espacio familiar, en la medida que uno como hijo es adscrito al cumplimiento de determinadas reglas que ahogan la independencia de la personalidad. Cuando por la fuerza de una promesa libertaria se desemboca en el terreno estéril de los desequilibrios identitarios que implica la evaporación individual, uno siente verdaderamente la añoranza por el cálido refugio de los lazos familiares, donde la protección si bien bloquea el desarrollo individual ofrece un mundo inmaculado de simbolizaciones solidarias donde la vida se siente comprendida y acogida febrilmente[18].

La subjetividad que es transformada en plusvalor de una conciencia competitiva, olvida que el nicho familiar no es retraso, y que si bien la inevitabilidad de la muerte nos empuja a sobrevivir en el mundo fáctico, no hay después de convertirnos en individuos nada más injusto que dejar atrás el amor y el entendimiento de  un mundo que nos dio cobijo y nos rehizo después del dolor objetivo. Actualmente que el mundo familiar está siendo desestructurado por la invasión temprana de otros marcos de socialización más sofisticados, se observa  la tensión emocional de las relaciones de protección familiar presentándose un fenómeno de incomunicación y de violencia interna que expulsa a un individuo no formado ni totalmente preparado y que lleva la marca de una educación doméstica empobrecida o sencillamente inexistente. Al deteriorarse las relaciones existenciales de solidaridad de la familia no sólo se busca liberar individuos incompletos, sino que además se busca combatir todo  residuo de socialismo vital subalterno con el cual se puede repeler el cáncer disciplinario de la atomización mercantil; evitar el aprendizaje de vínculos humanitarios, barrer con toda fuente de resistencia solidaria, significa apoderarse de una individualidad inmadura expuesta ante los abusos e incertidumbres de un mundo ideologizado que sólo consume productos y bienes banales[19].

A pesar que se observa la mutación psicológica de las relaciones familiares en todo el mundo que ha recibido la influencia de la modernidad occidental, produciendo formas híbridas de familias conciliadas con la soledad individual y con el mercado cultural, se observa el resurgimiento en las sociedades periféricas de formas tradicionales de familia preparadas socio económicamente para resistir los embates de la mercantilización, y donde convergen una serie de mutaciones socioculturales preparadas para traducir y amortiguar los efectos represivos de la sociedad capitalista. Las familias con todos sus problemas de adaptación real en la sociedad de mercado representarían el nicho  doméstico donde se depositan las esperanzas de un mundo alternativo; unidades productivas donde se rehace después de la crisis económico-cultural los lazos disueltos por la pobreza estructural, con la emergencia de una identidad progresista y una cultura del trabajo capaz de leer afirmativamente el impacto de la mercantilización y constituir una personalidad del esfuerzo y la noción empresaria[20]l.

En este sentido, si bien las relaciones afectivas de la familia están siendo resquebrajadas por una lógica individualista que arruina la cohesión emocional del nicho doméstico, lo cierto es que la reacción de las existencias subalternas es constituir una economía moral[21] con que  resistir las turbulencias del discurso neoliberal y con lo cual se está diseñando una base material y simbólica capaz de autonomizarse de las relaciones autoritarias del capital. El egoísmo metafísico con que funciona el mercado está siendo sustituido por una moralidad del bien común, que no obstante, recibir la invasión de personalidades desprovistas de una ética del esfuerzo y de la iniciativa empresarial (producidas por la sociedad de consumo) lo cierto es que representa un resguardo objetivo con que amortiguarse de las crisis recesivas y de los torbellinos de la complejidad organizada.  Es  a través de las organizaciones vecinales y populares del tercer sector que la vida domesticada huye culturalmente de la dominación unidimensional y de  las maniobras espasmódicas de la mass media, creando una subpolítica en la sociedad civil capaz de controlar los efectos insospechados del sistema anarquizado global, contrarrestando localmente y productivamente los vaivenes caóticos del cosmopolitismo global[22].

La revolución que en ciernes se avecina es que el ser global si bien no cuenta con la sofisticación tecnológica de las trasnacionales si que cuenta con la legitimidad de una economía solidaria alternativa adiestrada para sobre su base material diseñar un modelo de desarrollo y una institucionalidad democrática con que transculturizar las infamias inmorales de la sociedad de mercado. La persecución sistémica del mundo capitalista a la vida productiva de los sometidos se reconvierte en una lógica comunitarista y anarquista donde el poder simbólico y  tecnoadministrativo se fusiona con la inmanencia de las culturas populares. Desactivar el poder desorganizado del capitalismo desde las inmanencias intersubjetivas significaría contener el ritmo frenético de la maquinaria social, con una productividad popular que controle soberanamente el desarrollo de las culturas locales y regionales, hábil para interceder por la disconformidad simbólica del mundo de la vida y de los subalternos[23].

A pesar de que las familias no son sólo unidades de consumo encargadas de modelar la conducta de los futuros individuos, sino además robustas economías populares donde reposan  mutaciones culturales imprevisibles, este mundo popular recibe la invasión de un fascismo social que destruye la base sensorial de los mundos de la intimidad familiar, poniendo en grave riesgo la formación psicológica de los niños y adolescentes, que ante el difuminamiento del entorno familiar se ven arrojados a una vida atomizada donde sólo vale la reafirmación instrumental. El hecho que se busque acomodar las psicologías infantiles a la costumbre de prevalecer en una modernización desbocada, lo único que generan son existencias preparadas para naturalizar la competencia despiadada, e incapaces al mismo tiempo de ver en la vida inmediata algo extraño y cruel, a pesar que las quejas y padecimientos hablan de un mundo agotado y golpeado por la estandarización economicista[24]. La disolución de una cultura familiar en la búsqueda incierta de subordinar todo conocimiento juvenil y lúdico a las instalaciones postmodernas del capitalismo produce un estado de metástasis social donde todo rincón o vínculo afectivo es dejado atrás, por injusto que parezca, calificando la protección esperanzadora de la abnegación materna o la orientación  paterna en una debilidad mental con la que se debe romper subjetivamente para sobrevivir. La imposición de una ley natural en donde se justifica que todo individuo para realizarse debe abandonar el nido familiar en realidad es la absurda prevalencia de un mecanismo racionalizador y fáctico que embeleza al individuo con una cultura apátrida o de reafirmación solitaria que lo único que garantiza es la autodestrucción de todo vínculo certero de familiaridad y de apoyo doméstico.

Sexualidad y amor individual.

En forma tradicional y por una cuestión de salud mental se ha vinculado estrechamente la pasión amorosa al estrecho y ordenado recinto de reproducción familiar[25]. Al eliminar el carácter erótico de la sexualidad  encerrándolo en los estrechos márgenes del amor oficial, la espiritualidad racional tendió a protegerse de los efectos incontrolables de la pasión desbocada, sobre todo cuando la individualidad expulsada halla en ella incorrectamente el sentido perdido por el desequilibrio social. Ahí donde la imaginación erótica es liberada del orden familiar por subordinarse la afectividad corporal a un diseño represivo y conservador de la energía sexual, se produce en la sociedad una transformación multifacética de la sexualidad, desprendiéndose como deseo autónomo de  la superestructura ingenua del amor romántico, y desatándose, con ella, una cultura subterránea y ritualizada de colisiones corporales. La sexualidad ya no sería aquella necesidad vergonzosa que detenía la perfección trascendental o que se oponía tajantemente a la transformación historicista, sino con la emancipación de una sociedad personalista se convertirá en la actividad terapéutica y de religiosidad sensorial que  renueva al ser y lo ubica como practicante de una pasión telúrica donde uno se reencuentra con los orígenes arcaicos[26]. Más allá de que la sexualidad despierta motivos de regreso a una vida natural e inmanente que terminó por divorciar a la subjetividad de empresas excesivamente reflexivas y burocratizantes, hay que reconocer que la proyección sensorial que despierta la imaginación sexual compromete al individuo con la lógica de un mundo un poco más humano, donde cada cosa es más cercana, familiar y sensitiva.

Con la prohibición moralista de evitar toda sexualidad maquínica se tendió a estimular un submundo que hallaba en la prohibición el pretexto perfecto para dirigir la excitación romántica y vehicular un amor en correspondencia con la transmisión espiritual; cuando amor trascedental y pasión corporal se separan cada uno con su saber vivencial específico el vínculo ontológico que había consolidado un sentimiento de completamiento cosmológico se deteriora, en la medida que al no hallar una imagen sempiterna que canalice nuestro hinchamiento corporal uno se deja arrastrar por la química de un placer efímero y animal que es identificado como la felicidad paradójica[27]. El amor romántico en realidad sobrecoge nuestra real y sincero interés pero es el poder tentador y más seguro de la fugacidad erótica la que anima y  moviliza nuestra superficial osamenta, pues al no involucrar un real conocimiento del otro, pues sólo se busca poseer y poseído por instante trémulo, se busca protegerse de la responsabilidad romántica que implica asumir el oficio idílico. Mientras la pasión desbordada se siga ligando a una estimulación arrolladora por parte de una realidad objetiva cargada de simbolizaciones sexuales, uno no podrá responder sino limitadamente a la insaciabilidad ilimitada del choque de cuerpos, que oculta un mundo interior de acomplejamientos y de disfunciones sexuales, en donde se delata que la relajación de la prohibición y de la represión moral ha desatado un profundo mar de soledad sexual y de incapacidades eróticas. En tanto la sexualidad resalte un ámbito pornográfico del sexo máquina las relaciones de pareja ideologizadas no se sentirán conformes  con la real crisis de la sensualidad humana, en donde la exigencia cibernética de disfrutar un amor automático destruye los pocos intentos sublimes de realizar un amor sincero[28].

Asimismo, el amor romántico golpeado por la incidencia grotesca del placer amoroso, sin embargo, conserva el domino de los anhelos emancipatorios y salvíficos de la espiritualidad profunda. Cuando el encuentro corporal se produce acompañado de la simetría y armonía de los afectos, cuando se realiza el coito impulsado por materializar el amor recíproco uno en realidad siente  la transferencia de espíritus y de otredades que se aman infinitamente; no hay cuerpos y pasión violenta, no hay pasión interesada y agresiva, sólo dos corrientes vitales que coinciden sagradamente y que escapan inocentemente a las relaciones de fuerza del principio de realidad, donde las arbitrariedades del biopoder plástico arrasan con la intencionalidad saludable del amor romántico. Cada furtivo encuentro no es sólo evidencia del descontrol carnal de un amor vertical, sino además el hechizo de una atracción espiritual mediante la cual se sujecciona a las almas a una convivencia biopolítica donde cada cuerpo se entrega con todas sus creencias y saberes implícitos. A veces la desigualdad en la madurez sexual torna disconforme el placer amoroso,  por  lo que generalmente aquel que se entrega al choque furtivo esperando recibir una sobredosis honrada de amor recíproco, en verdad es sólo una osamenta temeraria con la que se está jugando. La esperanza de que las huellas de una deliciosa colisión corporal logren engatusar la voluntad del amante y éste así se enamore de uno, sólo se trastocan en el dolor de dejar en cada arremetida el objeto amoroso. La pérdida del lazo afectivo, en  el que proyectó uno las riquezas de una amable interioridad, lo único que generan es la melancolía de una biografía que se decide a ejercer violencia frívola sobre el mundo desencantado, entrando en una lógica de la seducción sin enamorarse que a lo único a que conduce es a derribar los significados legítimos de un amor trascendental,  porque el desengaño de las buenas intenciones precipitan al espíritu juvenil a una descarada cosificación que asume como acción habitual.

El dolor de una ilusión erosionada por la imprevisible complejidad de lo que uno espera encontrar en el ser amoroso,  hunden a la subjetividad en el gélido abismo de una fantasía solitaria, que crece a medida que nos negamos a amar o a rehacer en la cosecha de otra ilusión nuestro corazón herido. Cuando la soledad de un espíritu concentra una enorme capacidad de amor que se deshace con al decepción amorosa,   por lo general redirige ese cariño hacia la inmensidad de la vida común, en donde cultiva una narración en defensa de toda naturaleza y la sociedad a las cuales espera repotenciar y representar con el  cambio histórico. La corrupción del amor desolado prefiere las alturas abstractas del cariño genérico, aunque tal dialéctica desgarradora anula y hace estallar los apoyos objetivos donde reposa la seguridad cotidiana del amor a la vida sensorial. Cuanto más levanta la mano contra sí mismo el amante de la vida, aguardando con ello la insurgencia de los nuevos valores, tanto más esta vida apartada logra penetrar los muros ideológicos de una vida de ficción. Ubicarse en los márgenes de lo que no ha sido racionalizado por el reduccionismo moderno es revalorar y rescatar de los desperdicios de las vidas que transitan solamente, un saber de frontera capaz de revolucionar la gramática de un biopoder capitalista, retejiendo una vida que se ha desecho de los horrores del principio genealógico.

Es en el corazón de lo subalterno, de lo que por un desliz administrativo expulsamos  de las socializaciones ejecutivas, donde vibra el carácter de una sexualidad ardiente y arcaica, no influenciada por las distorsiones regresivas de la estandarización criminal, una sexualidad que proyecta culturalmente símbolos de un erotismo desgarbado y grotesco que ontogenizan con la visión sublime y aristocrática del oficio sexual. Acaso donde todo es desmadrado y vulgar late con energía una corporalidad agresiva y maquinal con respecto a la transgresión sexual, sin embargo, incapaz de contar con residuos reflexivos de un amor romántico que en el caso de las culturas populares es trenzado de grosería y de un enamoramiento chabacano y regresivo que no conoce el encumbramiento dialéctico de la pasión amorosa[29]. Si bien el desborde de la sexualidad encuentra mejor oportunidad de ser practicada ahí donde el racionalismo depresivo no  invade con sus tentáculos corporativos, la verdad es que la invasión tecnomediática de los signos eróticos, unida a un deseo que  no halla identidades reflexivas por donde canalizarse, produce una diversidad flexible y desfijada de rostros sexuales que no pueden llamarse desviaciones psicológicas, sino transmutaciones en curso de una sexualidad despojada de sus apoyos objetivos. El deseo desmesurado no halla ya en el amor romántico un espacio concreto para su institucionalización identitaria, no se sublima en saber reflexivo, sino que se divorcia de su lógica espiritual para nutrir un existencialismo carnal agresivo que quita a la vida individual sensatez y coherencia racional. Uno es maniatado violentamente por los desequilibrios incontenibles de una fuerza pasional para la que surge  una inteligencia sexual desarrollada y autonomizada de la psicología reflexiva, una vida sensorial que escapa al tejido organizativo  y represivo pero que se acostumbra a una rutinariedad con que tal que se utilice a la vida normativa como pretexto para transgredirlo placenteramente con la fuerza de un cinismo corrompido[30]. A raíz de un micropoder sexual invadido por la naturalidad de las relaciones de fuerza, hoy lo más sensible  e íntimo está determinado por una tecnología de lo hedonístico que expulsa por incapaces de ser maliciosas a todas aquellas sensibilidades desadaptadas por la  guerra competitiva de los significados eróticos.

Pasión y revolución social.

Ya que ser individuos en esta estructura repleta de cosificaciones no conduce a ninguna parte, porque el individuo ideológico sólo reproduce las falencias culturales de una formación social atascada en la involución ontológica, entonces es lógico redirigir toda aquella energía emotiva que desplegamos en busca del verdadero amor hacia aquellas facetas de la realidad empobrecida que necesitan nuestro concurso y aprobación emancipatoria[31]. En tanto se busque desesperadamente avivar la llama de la felicidad individual, que sólo se consigue dándole la espalda a la miseria social, no se logrará en realidad superar las mistificaciones y objetivaciones alienantes que impone el sistema productivo, por lo que la sacralidad  de la vida cotidiana que se defiende de las infamias  de la instrumentalización, se pulveriza sin acabar de entender porque sucedió tal evento. Por eso en vez de hundir la creatividad psicohistórica de la individualidad en las fauces enajenantes de la ideología consumista es mejor salirse un instante de la selva negativa de los signos mediáticos y observar el verdadero paisaje de una inmanencia sometida que recibe el impacto de la opresión y manipulación capitalista. Cuando el esfuerzo descodificador de la conciencia se deshaga de las contingencias tecnosemánticas  de un mundo exterior ingobernable, podrá, a la vez deshacerse de las seducciones privatizadoras de un mundo plagado de discursos digitales, para de ese modo abrirse a una experiencia del cambio permanente, de una historicidad evanescente capaz de devolverle a la vida el control antropológico por sobre la esfera tecnocientífica[32].

El atrevimiento humanista de condensar una mentalidad transmutada ahí donde se reproduce una humanidad determinada por las extrapolaciones tecnológicas, es también la promesa de expandir una individualidad cultural que vea en la técnica no sólo la tarea de hacer más cómoda la vida- lo que se deforma en enajenación objetiva- sino también hallar en la técnica la oportunidad  de acrecentar la existencia, de vivir sin miedo, de amar cada parte infinita del universo como si fuera lo más íntimo y constitutivo del ser individual. A pesar que la experiencia ha enseñado que por el fenómeno de la alienación terminamos siendo engranajes de un macro sistema de organizaciones inteligentes que succionan todo el producto del trabajo social, se sigue confiando en que la técnica nos dotará de la mediatización suficiente como para superar la tendencia existencial del hombre a resguardarse en un subsuelo de culturas extrañadas y mistificadas[33]. Pero la verdad es otra: tanto es la desestabilización relativista que imprime la tecnología que la subjetividad manipulada no consigue sobreponerse al desconcierto de una modernización desbocada que termina rindiendo culto a contrarrevoluciones reaccionarias en el terreno de la cultura, incapaces de leer con acierto las señales caóticas del mundo exterior.

Multiplicado el poder omnímodo de un personalismo organizativo conciliado con las turbulencias de un mundo  tecnologizado es difícil desarrollar una vida rebelde capaz de escapar auténticamente a las trampas de un organismo complejo que todo lo produce y determina. Aún cuando se percibe interiormente que se pude escurrir un proyecto alternativo, desde el cual extraer una conciencia incontaminada y rebosante de honradez, siempre queda la sensación de que se ha neutralizado cualquier oposición ontológica a la inmensidad del sistema anarquizado global, por lo que la identidad antagonista queda también expuesta ante las descomposiciones hibridantes de un sistema social que arranca orden y estabilidad a todo un organismo infectado de caos y desorganización[34]. A pesar de esto el único abismo a donde es perseguida la vida por obra de las maquinaciones biopsiquiátricas de la dominación instrumental, es la interioridad del ser, a donde las excursiones policíacas de la socialización racional destruyen cada oportunidad del espíritu de deshacerse del poderío estandarizado de la lógica capitalista. Cuanto más es el estado de repetición fáctico que desperdiga la maquinaria capitalista en pos de neutralizar todo vestigio de disidencia social en las profundidades de la interioridad, tanto más se sumerge la vitalidad de la esperanza en los abismos sensoriales del ser, como la manera de proteger la única esfera simbólica cargada de sentido que le arrebata la tecnificación[35].

Al ser la vida un proceso de existencias organizativas cargadas de flujos vitales y de rostros sensoriales, la auténtica vida rebelde debe nacer de la decisión testimonial de salir del sí mismo existencial no sólo utilizando las psicoproyecciones del mundo de signos mediáticos sino además ejerciendo un amor valeroso y representativo de todo lo que sufre el impacto de la cosificación rebajante. Rescatar  los residuos de una vida subalternizada, cuyos saberes son relegados al mundo de lo que no tiene lenguaje, de lo inteligible, es sacar la cara por una vida enclaustrada en el patio trasero de los discursos hegemónicos para que por un amor que comparte y se sacrifica se consiga desactivar aquel reduccionismo occidental y liberar ontológicamente, así, toda la vida de los espíritus desperdiciados que son narrativas de vencidos[36]. No todo lo que sufre y padece la exclusión del pensamiento sumamente abstracto deber ser el hervidero de donde nazca un saber de revancha, sino que todo lo que moviliza al ser emancipado debe ser un amor completo hacia la totalidad de la sociedad y la naturaleza oprimida, que debe cuidarse de corroerse por las desviaciones del rencor y del resentimiento. Sólo un amor honesto y cuidadoso de la vida del otro, que no se limite a los linderos mezquinos del ser individual, podrá entender que defender los sueños de un ideal revolucionario es llevar el desarrollo del espíritu social hasta sus últimas consecuencias, con el resultado de constituir un individuo capaz de estar acostumbrado a mutar ante el cambio  desprevenido e inesperado.

Conclusiones.

En estos recorridos esencialistas que he  trazado sobre la temática del amor he intentado hacer una defensa cerrada de lo que de espiritual conserva la  interacción amorosa, en un momento donde las mutaciones postmodernas del goce confiscan al amor individual toda capacidad de desarrollo reflexivo y de crecimiento ontológico. También he llamado la atención sobre el hecho de que el amor cuando es buscado como destino salvífico a lo único que conduce es a un atrincheramiento egotista que socava la energía y diferencialidad de la cultura amorosa, y engarrota, por consiguiente el desarrollo pleno de la personalidad. En la medida que la destrucción de los grandes relatos de la modernidad clásica producen una individualidad aferrada inmadura sin reales apoyos objetivos desde donde aferrarse a lo que de sistémico queda en la realidad, se produce por contrapartida una relación comunicativa empobrecida e insignificante incapaz, por lo tanto, de maniobrar con los bienes desequilibrados de un amor romántico para el cual la personalidad no está preparada[37]. Cuanto más se hace reposar en el amor romántico toda percepción de redención y felicidad, más se es maniatado y desintegrado por una posición plástica que nos halla como soñadores discapacitados para arrancar a una sensación tremendamente inestable momentos de quietud y de paz cultural. No sólo la sexualidad desbocada es utilizada como una opción inmanente para contrarrestar los desgarramientos simbólicos del amor individual, sino que esta subordinación y regresión material a los submundos del placer desmesurado a lo único que conduce es a desarrollar una idolatría adictiva hacia un erotismo clandestino para el cual se está limitado depresivamente. El descontento por no poder controlar una maquinaria del  biopoder amoroso que nos expulsa como agentes infectados de burocratización, delata el hecho de que actividades tan concretas y alegóricas como el amor y la sexualidad están siendo deterioradas por los procesos de racionalización cultural donde todo padece el golpe de lo desfijado y relativo[38].

No obstante, saberse que la satisfacción del amor romántico y del erotismo exasperado padecen el cáncer de la instrumentalización socrática, la cultura cotidiana sigue depositando toda esperanza de cosuelo y destino redentor en una actividad ontológica  golpeado por el accidente y la escasez cultural. Es el hechizo de un proceso de individualización que desconfigura irremediablemente todo origen  tradicional y filogenético de donde procede previamente la vida socializada, lo que anima  a la subjetividad cautivada a arrojarse a los encantos cosméticos y aventureros del mundo administrado, sin darse cuenta que todo éxito individual es parcial e incompleto. El amor que debería ser aquella experiencia espiritual que amortigua las turbulencias de la realidad estandarizada y explotadora, está golpeada de raíz por una vacilación maliciosa que no está acostumbrada a detectar la presencia del verdadero amor al cual clichetea de debilidad y de cursilería de personalidades dominadas. Es tal la rareza del amor individual, en el sentido de que emerja una correspondencia recíproca que se prefiere vivir de su indumentaria retórica antes que entregarse a los brazos de una ilusión que desfigura cualquier ambición objetiva que nos planifiquemos como porvenir.

El hecho es que el encogimiento de un mundo plagado de pobreza cultural nos quita el disfrute de una sensibilidad para la cual hay que salir bien librado de la caotización de los signos objetivadores. En tanto se busque desesperadamente remedios románticos para la soledad fáctica, incubados en una pasión desequilibrada que desestabiliza los tesoros de la identidad biográfica, se estará ciego para ver que si la individualidad quiere disfrutar de la gloria de la auténtica emancipación tiene que deshacerse de los prejuicios genealógicos de una identidad negativa que celebra las miserias de una felicidad tecnoconsumista. Cultivar una existencia individual fantasmagórica que sólo vivencia los errores ideológicos de una creencia individual apegada a la sociedad de consumo, es no abrirse ante los anhelos místicos del espíritu social, vejado y manipulado, no ver que para ser feliz hay que salirse de la mezquindad de la vida atomizada. Hoy más que nunca el destino de todo lo que conocemos como auténticamente humano depende de la fuerza de un amor rebelde que se abre paso ante las cosificaciones capitalistas del mundo complejo y construye una sociedad conciliada con la naturaleza y consigo mismo[39].

Bibliografía

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  • BENJAMIN Walter. Tesis sobre filosofía de la historia.
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  • LUHMANN Niklas. El amor como pasión
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  • MARCUSE Herbert. Eros y civilización
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  • MUSIL Robert. El hombre sin atributos
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  • QUIJANO Aníbal.
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  • SARTRE Jean-Paul. Crítica de la razón dialéctica
  • SARTRE Jean-Paul Ser y la nada.
  • SENNET Richard. La autoridad.
  • SHOPENHAHUER Arthur. Parerga y Paralipomena
  • SIMMEL George. Sobre la Aventura
  • SLOTERDIJK Peter. Crítica de la razón cínica.
  • SODRE Muñiz.
  • ZIZEK Slavoj. El espinoso sujeto.













[1] Estos argumentos han sido tomadas a modo de corolarios de las reflexiones de Sartre en su libro de crítica a la razón dialéctica, en donde cuestiona la imposibilidad de hallar en el desconocido una experiencia que no sea previamente cosificadora. Argumento que cuestiona la visión fenomenológica de Schutz. SARTRE Jean-Paul. Crítica de la razón dialéctica
[2] Estas observaciones escépticas son desarrolladas en el pesimismo de Shopenhahuer, sobre todo en su texto de sobre la felicidad: Parerga y Paralipomena
[3] Este argumento proviene del Libro de Safransky El mal o el drama de la libertad en alusión a Rousseau, como descubridor de la interioridad.
[4] Estos argumentos están en clara oposición a las ideas de Fromm y su visión salvífica depositada en el amor, FROMM Erich, El arte de amar.
[5] Esta idea le pertenece a Simmel, en su libro sobre la Aventura. En el habla de un posición teleológica en el amor, un  rezago nostálgico de lo que hoy ya no existe.
[6] SENNET Richard. La autoridad.
[7] Argumentos desarrollados en el libro de Adorno y Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración
[8] Estas observaciones también contradicen las piruetas seductoras del libro de Octavio Paz sobre el erotismo  y el amor romántico, La llama doble.
[9] Esta tesis la desarrollan pensadores conservadores críticos a la sociedad masificada, como Arendt. En su libro la condición humana, y Ortega y Gasset
[10] Esta idea se desarrolla de mis lecturas dualistas de Marcuse y su libro de Eros y civilización, donde lo sistémico atrapa y pulveriza a lo subjetivo y a la energía libidinal.
[11] Ideas recogidas de mis lecturas del Ser y la nada, de Sartre.
[12] Este derrotero es similar a las concepciones sobre el cinismo y la hipocresía de Sloterdijk, en Crítica de la razón cínica.
[13] Reflexiones cercanas  a una optimista visión de la etnometodología.
[14] FOUCAULT Michael. Historia de la sexualidad.
[15] FROMM Erich. El arte de amar, y en contraste con las ideas de Bauman en Amor líquido.
[16] BACH Richard. Juan Salvador Gaviota. Y su mirada hegeliana.
[17] MUSIL Robert. El hombre sin atributos.
[18] HORKHEIMER Max. Autoridad y familia.
[19] BAUMAN Zygmunt. Amor líquido.
[20] Ideas producto de observaciones y escritos sobre economía popular de Quijano.
[21] BAUMAN Zymunt. Vidas en consumo.
[22] Este respaldo de una economía moral es lo que no tiene las tradiciones individualistas del mundo eurocéntrico en relación a sociedades con religiosidad y tradiciones comunitarias como China, India y Perú. BABHA. El lugar de la cultura
[23] Pensamientos en torno a Walter Mignolo y Enrique Dussel.
[24] DE SOUSA Buenaventura. Conocer desde el Sur
[25] Visión recogida en las versiones educativas de la Iglesia católica como bien lo señala  ALBERONI
[26] FOUCAULT Michael. Historia de la sexualidad.
[27] LIPOVESTKY Giles. La felicidad paradójica.
[28] ZIZEK Slavoj. El espinoso sujeto.
[29] BRAUDILLARD Jean. De la seducción.
[30] ZIZEK Slavoj. El espinoso sujeto.
[31] HORKHEIMER Max. Anhelo de justicia
[32] LYON David.
[33] Mac LUHAN Marshall. 
[34] SODRE Muñiz.
[35] MARCUSE Herbert. El hombre unidimensional
[36] BENJAMIN Walter. Tesis sobre filosofía de la historia.
[37] LUHMANN Niklas. El amor como pasión
[38] BAUMAN Zygmunt. Amor líquido
[39] ADORNO Theodor W. Minima Moralia

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