La izquierda conservadora.
Cuanto más el irreversible
mecanismo de la historia transforma implacablemente las condiciones materiales
de la civilización, y con ello, trastoca los múltiples sistemas de
significación de la cotidianidad, tanto más los espectros de la izquierda se
entercan en no cambiar sus esquemas de interpretación del mundo, y por tanto,
son incapaces de reconocer en su justa medida la preeminencia de fenómenos
sociales que escapan a su raquítica sensibilidad. En su intento de fortalecer
las bases sociales que soportan la represión del sistema, tanto más envenenan
de discursos harto envejecidos, que convierten la impetuosa acción política de
sus categorías más jóvenes, en acciones irracionales, incapaces de transgredir
concretamente la inmensidad de la maquinaria social. La retórica rebelde, el
casete odiosamente repetido, los mismos íconos maquillados una y otra vez, no
hacen sino cansar el ánimo de los explotados que dicen defender, porque no
reconocen que las prácticas sociales que define el actual patrón de poder se divorcian
de los estamentos clásicos de la lucha política y se centran en la búsqueda
obsesiva de espacios culturales, que den sentido a sus experiencias
individuales.
La izquierda radical al no
entender que existen mutaciones aceleradas en el seno de las relaciones
sociales, no llega a desarrollar una estrategia efectiva de representación de
las clases disminuidas, porque no conocen a cabalidad la estructura de
mentalidades que rigen los desenvolvimientos cotidianos de las categorías
populares. El hecho de desconocer las motivaciones semánticas que constituyen
el mundo simbólico hace que todas las tácticas doctrinarias y proselitistas,
que ensayan con el propósito de generar conciencia colectiva, colisionen
terriblemente contra el cuerpo de conocimientos ideológicos de la realidad
social. Insisto, la razón de su repliegue político hacia algunos sectores de
resistencia de las clases populares, el hecho de que sus iniciativas políticas
no encuentren profusión en la sociedad, no es ocasionada por los efectos de una
ofensiva autoritaria en contar de las ideologías que orientaban la acción
socialista. Es en el fondo la intransigencia de no aceptar los contenidos
subjetivos de la cultura popular, la terquedad de no adaptar el esquema de
reivindicaciones sociales a las nuevas necesidades que surgen en escena, lo que
ha determinado el fracaso de los movimientos de izquierda en la actualidad del
mundo contemporáneo.
La obligación de
reestructurar los contenidos normativos de la ideología socialista,
encuentra a la izquierda en una
situación de empecinamiento dogmático; enfermedad del pensamiento que evita que
los intelectuales de izquierda abandonen las trincheras doctrinarias, desde las
cuales siguen interpretando erróneamente la realidad peruana, y enfermedad que
convence al hombre de izquierda que la única lectura correcta de la totalidad
social es la marxista, y que los otros discursos que surgen son distorsiones
academicistas, estupideces estéticas que distraen la atención de los problemas
esenciales. El culto a los ídolos proféticos de la ideología contestataria
vuelven en ignorantes resentidos a los espíritus libres, pues, no son capaces
de intentar una superación dialéctica de los referentes de conocimiento de la
herencia marxista, porque hacer esto sería profanar la verdad absoluta de un
genio, que vio, curiosamente en el fanatismo a su discurso, la posible
petrificación de las fuerzas históricas que habían despertado sus enseñanzas.
La parálisis de un discurso que se resiste a variar la lógica de su diagnóstico,
porque argumenta que ya todo esta dicho de antemano, solamente puede desnudar
la ineptitud de los sectores de vanguardia para instituirse en una real
alternativa de desarrollo a la infamia del capital.
Pero ensayemos una
explicación estructural del porqué de este rezago histórico con respecto a las
verdaderas fuerzas sociales que hoy modelan la realidad social. Mi discurso
intentará desarrollar una comprensión económico-cultural de la evolución de la
izquierda peruana, transitará por un somero análisis de la regresión cultural
que significó la avanzada senderista, para luego terminar en una reflexión
sobre las posibilidades del discurso revolucionario en la actualidad del mundo
globalizado. Mi intención no es atacar las bases objetivas que hacen real y necesaria
la existencia del hombre de izquierda,
sino tratar de elaborar una comprensión de los motivos inconscientes que han
hecho de la izquierda peruana un estorbo ideológico para el asentamiento de
auténticas relaciones de modernidad.
La génesis de las relaciones
modernas que componen nuestra realidad peruana, no han sido producto de una
expresión natural de las potencialidades sociales de nuestra particular cultura
civilizatoria. La manifestación de los procesos sociales que constituyen
nuestra accidentada identidad, han sido resultado de los avances y retrocesos
del proceso de modernización, atravesado por conflictos y negociaciones, que
han desatado una situación en la cual los perfiles de la formación
precapitalista no se corresponden con una cultura que es modelada
incesantemente por las ideologías del consumo y la publicidad. Esta condición
socio histórica ha sido el producto de un proyecto inconcluso de modernidad, en
el cual el falso desarrollo que se ha conquistado ha obstruido el verdadero
desarrollo de las clases que soportan las diversas formas en que se presenta la
división del trabajo.
Claro está, en determinadas condiciones no ha bloqueado la creatividad de
las economías populares; es más les ha otorgado una superestructura de saberes,
que vinculados estrechamente a sus matrices culturales originales, han
conseguido elaborar toda una mentalidad empresarial, proclive a mutar
extraordinariamente según las circunstancias del capital periférico. Sin
embargo, esta base de una burguesía incipiente ha sido el resultado de un
dramático reacomodamiento de las fuerzas populares, a lo largo del ciclo de
desactivación del patrón de crecimiento industrial. Despojados del marco
institucional que estimulaba su incorporación al sistema productivo como asalariados,
el hombre del mundo popular ha sido obligado a abandonar las formas clásicas de
enfrentamiento político que se sostenían en los gremios sindicales, y desplazar
sus orientaciones de valor hacia la consecución de una estrategia de producción
artesanal y manufacturera que le permita conseguir un lugar en el mercado de
bienes y servicios.
Esta decisión de deshacerse
de los saberes revolucionarios de la modernidad temprana no ha variado la
lógica de producción de sentido de las clases sociales. De algún modo
increíble, los residuos de la cultura tradicional no han sido disueltos con la
adopción de formas de convivencia social moderna, sino que se ha originado un
hegemonía ideológica en la cual el saber tradicional cumple el rol de
reinterpretar el bombardeo audiovisual, y en la cual la cosmología occidental
crea las reglas generales del estado de derecho, pero no licua en su totalidad
las profundidades ontológicas de la existencia peruana. La tradición que no
pereció asfixiada por los portentosos sistemas industriales, se ha redefinido
como estrategia de producción, pero sigue irónicamente marginada del destino
hedonístico de la producción cultural. El costo de tener que vincularse
desesperadamente al mercado ha significado renunciar a una forma de plantear la
modernización desde las clases populares, y ha significado desbaratar los
edificios democráticos de la sabiduría popular, que no se expresan jamás en los
laboratorios de la cholificación peruana.
Desde que se conoce la
existencia de la izquierda, el éxito de su ideología se ha subordinado a la
existencia de contradicciones sociales en los cimientos del capitalismo
periférico. La creación de embrionarios emporios urbano-industriales ha
significado la aparición de menudos contingentes de trabajadores, que exigían a
medida que aumentaban las olas migratorias, mejores condiciones salariales, y
por consiguiente, un espacio de desenvolvimiento cotidiano para sus quehaceres
individuales. La formación de una lenta clase empresarial no se gestó
espontáneamente, sino que fue el resultado de las diversas formas en que el
capital extranjero se asentó en nuestros territorios. Según esto, la presión
que podía gestionar la oligarquía se reducía a archipiélagos de modernidad, ya
que la lógica del conflicto social no se hallaba en las relaciones sociales
urbanas, sino en los inmensos enclaves agrícolas y en las estancadas economías
de subsistencia feudal que soportaba la sierra peruana. Es decir, el
antagonismo social era sublimado, porque las fuerzas de vanguardia no eran lo
suficientemente conscientes de las brechas ideológicas que laceraban el campo y
la ciudad.
Un mundo con enormes
fragmentaciones culturales y con una heterogeneidad estructural que impedía la
gestación de una identidad nacional, solamente podía recibir un impulso
transformador proveniente de las influencias externas. Lo que trato de
argumentar es que la madurez de las contradicciones sociales fue aceleradamente
estimulada por los cambios drásticos de reestructuración del capital a nivel de
los centros hegemónicos, y no por la incidencia de convulsiones internas en el
aparato de dominación señorial y oligarca que soportaba el país; mi
razonamiento es que este hubiera permanecido intacto sino hubiera sido
violentamente sacudido por las transformaciones macro sociales que imprimió el
capitalismo, con el propósito liberar al grueso de la mano de obra de las
relaciones estamentales, y con el objetivo de organizar a las sociedades en la
dirección de los intereses trasnacionales. Si en un primer momento el desarrollo
capitalista dependía de la tímida presencia de un mercado internacional, que se
restringía a algunas potencias industriales, en un segundo momento el
desarrollo capitalista necesitaba más mercados para la expansión de sus
productos, y por lo tanto, necesitaba acondicionar la producción de
conocimientos y los estilos de vida a las necesidades de la acumulación capitalista.
Sin embargo, el fenómeno de
reestructuración del capital no produjo una situación de quiebre natural del
marco societal de las condiciones pre-capitalistas de producción. En un
determinado momento de excitación ideológica – que era imprescindible para
revolucionar las estructuras sociales- los sectores movilizados de la sociedad,
se reapropiaron de los significados ideológicos de la modernización y trataron
de dirigir las energías sociales desatadas, en el sentido de la construcción de
una autonomía económica y del logro del desarrollo sustentable, sin
participación de la inversión extranjera. Esto trajo consigo que el Estado
fuera ocupado por los líderes de los florecientes sectores de izquierda,
quienes legitimados por el despertar de la conciencia social, encontraron las
condiciones políticas ideales para orientar las energías de la sociedad en la
dirección de un populismo que revolucionara los cimientos sociales, y
consiguiera alcanzar el tan ansiado sistema socialista. El exceso de
historicidad no permitió que se reconocieran los objetivos políticos que
animaron la desactivación de las relaciones de poder estamentarias, y por
tanto, los sectores de vanguardia enceguecidos por el romanticismo de la
planificación, se convirtieron en un muro de contención que interfirió el curso
de desarrollo de la formación socio-histórica peruana.
Obsesionados por las
ilusiones que despertó una posible transición revolucionara hacia el
socialismo, los partidos de izquierda no entendieron que la ficticia adopción
de la convicción socialista, no termino por desplazar del inconsciente los
esquemas de saberes tradicionales que todavía respiraban intactos en las
profundidades del ser social. Al no calcular las consecuencias de su acción
política las canteras de los movimientos de izquierda, terminaron por
desbaratar las relaciones de legitimidad que había alcanzado el Estado
desarrollista, y por lo consiguiente, generaron un retroceso barbarico, con
respecto a las configuraciones civilizatorias que habían alcanzado los países
mas desarrollados de la región. El irracionalismo de las vestimentas del
populismo tardío, que ensayo con sus variantes el gobierno militar, se vio
arrinconado por las fuerzas de izquierda; además se vio ante la presencia de
una ineficaz administración que no supo hallar la gobernabilidad necesaria para
tomar las decisiones económicas precisas que prescribió la teoría
desarrollista. La falta de armonía entre un mecanismo macroeconómico que
caminaba muy lentamente, y los inquietos lenguajes exhibicionistas de la clase
proletaria, que desnudaban los defectos del régimen político, no permitió
establecer un pacto político que conociera a cabalidad las posibilidades reales
de nuestra creación histórica objetiva.
La enfermedad histórica
desvió a la conciencia de las certeras medidas que validaran un orden material,
y además, faculto el contexto estructural para que la disposición de las
emociones se canalizaran por un estilo de vida desvinculado totalmente de las
determinaciones reales de la accidentada formación económica. Es decir, el daño
ideológico que significo para las mentalidades populares los excesos
violentistas de los movimientos de izquierda, abrió un horizonte cultural que
empezó a estimar como sórdido cualquier acción política, y por tanto, genero el
contexto valido para la extensión de una racionalidad económica, que pondría en
paréntesis perpetuo las crecientes reivindicaciones sociales.
El agotamiento del precario
Estado de bienestar que experimento el país, significo también el agotamiento
de una forma de concebir la realidad social desde los actores internos.
Internacionalizadas las relaciones capitalistas que hacen posible la supervivencia de las
corporaciones trasnacionales, los actores sociales de nuestra específica
sociedad se vieron obligados a redefinir estratégicamente su posición dentro de
la división internacional del trabajo. Mientras el edificio social que
construyo el desarrollismo se vino abajo, se expandió en el seno de las
relaciones sociales una lógica instrumental del poder, que extinguió
aparatosamente los procesos de socialización protectores que definió tibiamente
el Estado de bienestar. Dejados a su suerte, los actores sociales que pudieron
recolocarse con inteligencia en las esferas del mercado,- clase media
generalmente- desplazaron estrepitosamente a las enormes mayorías, que desde
ese momento histórico sobreviven creativamente en los subsuelos de la cultura popular.
Pero no todos lograron amoldar sus esquemas de saberes a las nuevas situaciones
del patrón actual de poder.
En la medida que el marco
institucional fue intervenido por la dictadura militar, su busco desde ahí
disciplinar las fuerzas sociales y excluirlas paulatinamente de la dirección de
la política económica. Esto trajo consigo que no se completara el ciclo de
formación de las economías nacionales, y por tanto, quedo marcadamente fuera
del ejercicio de la producción de sentido, las características que estaba
adoptando tímidamente la cultura nacional. Al arrancársele a los actores
internos la confección de la producción de una intersubjetividad autentica, la
cultura diversa que rechazo la totalidad moderna se fue moldeando alrededor de
la fragmentación étnica que soporta el país. En otra palabras, la diversidad
que no fue superada por el discurso homogeneizante del Estado-nación, se
convirtió en el principal obstáculo real para consolidar una cultura
democrática, por que la incertidumbre que despertó el proceso brusco de cambio
macro sociales, desanimo al individuo a
abandonar sus matrices culturales originales.
En este sentido, las
regiones que recibieron los efectos ideológicos del proceso revolucionario, y
que paradójicamente fueron excluidos completamente de los centralizados
procesos de modernización, percibieron que la expresión de su identidad, a
trabes de significativos mercados internos, fue privada injustamente de los
parabienes de la modernidad. Al quedar estrangulados su iniciativas económicas,
y al quedar asfixiada, mas que eso, la expresión cultural de sus identidades
locales, estos actores violentamente excluidos, sintieron que el sector criollo
de la elite privada, destruya las condiciones institucionales de su desarrollo
y traicionaba culturalmente todo aquel sistema de significación y de valores
nacionales que había propagandeado vilmente el discurso revolucionario.
Demolidas las bases ideológicas de la tradición e incompletos los rasgos
generales de una cultura nacional moderna, estos sectores de la sociedad se
percibieron atrapados en un círculo vicioso de frustración social, razón por la
cual, la historicidad que generaron los procesos de modernización no encontró
más punto de escape que la absurda violencia política. El razonamiento de hacer
estallar el complejo hegemónico del Estado liberal, con la explosión
desesperada de un ciclo interminable de violencia, no se explica más que por la
idea de que el giro económico político que imprimió el cáncer del
neoliberalismo, provocó un desgarramiento esquizofrénico en el seno de las
relaciones sociales; desgarramiento que explica el hecho de que el grueso de la población no se
adaptara a los bruscos cambios que la metafísica empresarial ocasiona en la
sociedad, y por tanto, se siente desprovista de los recursos necesarios para
gestionar las crisis subjetivas inherentes al mundo administrado. La existencia
de la violencia estructural no se comprende por la eficacia política para
constituir una propuesta legítima de cambio social, esto está descartado de
raíz.
El esfuerzo neurótico de
sustituir la democracia formal – caricatura de un orden que solamente favorece
a los grupos de poder económicos- por una propuesta lógicamente inviable, me
hace delinear la hipótesis de que la tragedia sociocultural que significó la
avanzada terrorista, no busca comportarse como una propuesta alternativa al
orden social sino como un intento desquiciado de hacer explosionar las
relaciones de poder desde dentro, con la única consecuencia de interrumpir
seriamente el curso de la vida social, que desde mucho antes depende de las
ficciones conceptuales del aparato de dominación capitalista. En tanto la vida
dependa de los complicados procesos de abstracción que definen al capital
será muy difícil dirigir la violencia
histórica, con el propósito de hacer estallar la compleja arquitectura conceptual
que el mundo administrado propaga en las mentalidades. Si no existe en
sustitución de la vida cotidiana que extiende el capital una formidable
propuesta de construcción de una nueva ontología de la acción social, será muy
difícil aprovechar las descomunales capacidades creativas que la razón
histórica despierta.
Entendiéndose que la
sociedad ha cambiado en la dirección de las oportunidades que abre le
capitalismo, y que por tanto, la vida se identifica velozmente con el sistema
de significados que propaga la maquinaria audiovisual, se comprenderá también
que la existencia de contradicciones socioculturales de nueva estirpe en el
seno de la sociedad, obliga a la evolución acelerada de la izquierda, con el
objetivo de interpretar adecuadamente la realidad social, y sobre esa base
refundar científicamente la aventura
racional de la transformación de las relaciones sociales. El hecho de persistir
en el estudio de los héroes de la izquierda, sin la posibilidad de superarlos
dialécticamente, desperdicia las facultades mentales para la creación de un
nuevo discurso total desde la óptica de la periferia, que interprete hasta los
fenómenos sociales más superficiales desde la visión de la izquierda. No sólo
el hombre de izquierda debe arrebatarles el monopolio de la explicación
cultural a los actores más desarrollados de
élite intelectual, que ya lo consiguio con su venia, sino además debe renovar su discurso a las nuevas
necesidades, con el propósito de impactar consistentemente en las mentalidades
populares, otorgándoles una verdadera posibilidad de desarrollo desde nuestra
particularidad civilizatoria.
Pero han entrado en una lógica maoista de pensar que frenar a como de lugar el desarrollo de la sociedad es una forma no solo de ganar el poder, sino de destruir lo que a fin de cuentas es su objetivo real: El estado peruano. No se trata solo de dinero, o de glamour en puesto del estado, ni el avance de ideologías completamente divorciadas de estudios serios sobre las mujeres y las poblaciones vulnerables. Son hoy parte del poder que desea destruir la vida que ha decidido por el autodesarrollo y que no esta dispuesta a que comunistas como otros políticos y oligarquías mafiosas se aprovechen de sus habilidades y trabajo. Su visión es de una pandilla de resentidos que busca el poco esfuerzo y no desea que las personas innoven y creen condiciones de vida por si misma. Son aliados de la oligarquía mafiosa, que también quiere evitar lo mismo, y por tanto son el fondo, financiados por poderes que ya nada tienen que ver con lecciones doctrinarias o de libertad, sino de destruir al pueblo para rendirlo como zoombies al consumo desmoralizado e irracional. MI propuesta para vulnerar ete edificio de ideas es cuestionar las bases ideológicas desde las que se superpone este movimiento de izquierda. Es decir, desaparecer al diletante de Mariátegui, Al sufrido de Vallejo, y solo conservar los bueno de Arguedas, porque eso de la catarsis se le fue de las manos..Hay que convertir a la izquierda solamente en una correa de transmisión de intereses populares pensando siempre en el país, y nada mas que en el, como todos los partidos políticos. Ya olvídense del internacionalismo, y de tonterías como la lucha de clases y de que la libertad que procura la democracia es una chance para sembrar la anarquia y la lucha armada, Sin democracia no hay feminismo, sépanlo muchachas...
Cuanto más la izquierda desenmascare las relaciones de poder a nivel macro social y además cotidiano, tanto más hallará el pueblo en el lenguaje de la re adaptación al capitalismo los recursos cognoscitivos y los valores ideológicos para sacar adelante a nuestro país. La lucha por el pueblo no debe atrincherarse en la nostalgia a las formas sociales pasadas, descartando las posibilidades reales del mundo objetivo, sino debe a partir del conocimiento profundo de las formaciones del saber global, diseñar una alternativa de transmutación radical de las estructuras semánticas, que al final son las que más persisten en la infamia de la cosificación. Su proposito es con el realismo del país, que les ha dado de comer, estudiar y trabajar, y hacer mas mas cosas que su vida privada a nadie interesa. Ustedes no son ciudadanos del mundo, son peruanos a si no les guste...
Pero han entrado en una lógica maoista de pensar que frenar a como de lugar el desarrollo de la sociedad es una forma no solo de ganar el poder, sino de destruir lo que a fin de cuentas es su objetivo real: El estado peruano. No se trata solo de dinero, o de glamour en puesto del estado, ni el avance de ideologías completamente divorciadas de estudios serios sobre las mujeres y las poblaciones vulnerables. Son hoy parte del poder que desea destruir la vida que ha decidido por el autodesarrollo y que no esta dispuesta a que comunistas como otros políticos y oligarquías mafiosas se aprovechen de sus habilidades y trabajo. Su visión es de una pandilla de resentidos que busca el poco esfuerzo y no desea que las personas innoven y creen condiciones de vida por si misma. Son aliados de la oligarquía mafiosa, que también quiere evitar lo mismo, y por tanto son el fondo, financiados por poderes que ya nada tienen que ver con lecciones doctrinarias o de libertad, sino de destruir al pueblo para rendirlo como zoombies al consumo desmoralizado e irracional. MI propuesta para vulnerar ete edificio de ideas es cuestionar las bases ideológicas desde las que se superpone este movimiento de izquierda. Es decir, desaparecer al diletante de Mariátegui, Al sufrido de Vallejo, y solo conservar los bueno de Arguedas, porque eso de la catarsis se le fue de las manos..Hay que convertir a la izquierda solamente en una correa de transmisión de intereses populares pensando siempre en el país, y nada mas que en el, como todos los partidos políticos. Ya olvídense del internacionalismo, y de tonterías como la lucha de clases y de que la libertad que procura la democracia es una chance para sembrar la anarquia y la lucha armada, Sin democracia no hay feminismo, sépanlo muchachas...
Cuanto más la izquierda desenmascare las relaciones de poder a nivel macro social y además cotidiano, tanto más hallará el pueblo en el lenguaje de la re adaptación al capitalismo los recursos cognoscitivos y los valores ideológicos para sacar adelante a nuestro país. La lucha por el pueblo no debe atrincherarse en la nostalgia a las formas sociales pasadas, descartando las posibilidades reales del mundo objetivo, sino debe a partir del conocimiento profundo de las formaciones del saber global, diseñar una alternativa de transmutación radical de las estructuras semánticas, que al final son las que más persisten en la infamia de la cosificación. Su proposito es con el realismo del país, que les ha dado de comer, estudiar y trabajar, y hacer mas mas cosas que su vida privada a nadie interesa. Ustedes no son ciudadanos del mundo, son peruanos a si no les guste...
Comentarios
Publicar un comentario