sábado, 1 de diciembre de 2018

Elitismo, contrato y democracia en el Perú contemporáneo




Resumen

Este ensayo intenta interrelacionar de una forma sociohistórica las nociones de contrato social y democracia con el propósito de desarrollar la conjetura de que el estado de derecho del cual hemos gozado desde el nacimiento de la república no ha sido sino una construcción cognoscitiva que usurpando el discurso de la voluntad general ha terminado por favorecer a intereses particulares. Hoy más que nunca que la emergencia de agentes privados corroe los cimientos de nuestra alicaída democracia se necesita de un contrato social que deshaga la astucia de la razón instrumental y logre devolver a la sociedad no sólo el legítimo control sobre el sistema político interno sino que además logre armonizar las dimensiones de la peruanidad sobre una base de diálogo explícito con la universalidad de las relaciones globales, que no obstante su abstracción se reducen a intereses monopólicos de un capitalismo descarriado.

Abstract:

This paper attempts to interrelate in a sociohistorical notions of social contract and democracywith the purpose of developing the conjecture that the rule of law which we have enjoyed sincethe birth of the republic has been nothing but a cognitive construct that usurping the speech thegeneral will has come to favor special interests. Today more than ever that the emergence ofprivate agents corroding the foundations of our democracy is ailing from a social contract needsto undo the cunning of instrumental reason and return the company to achieve not only thelegitimate control over the domestic political system but also achieved to harmonize thedimensions of Peruvians on the basis of explicit dialogue with the universality of global relations,which, despite its abstraction is reduced to monopoly interests of capitalism gone astray.

Palabras claves: Eltismo, democracia, contrato social, modernización, cultura, pluralidad, monismo cultural, democracia radical.

Es casi imposible definir un decurso colectivo en la historia del Perú republicano que no haya favorecido a los grupos de poder tanto nacional como extranjero. A medida que se han ido tejiendo las relaciones sociales articuladas a un todo sistémico, unas veces económico otras veces cultural, se ha ido fabricando la impresión que los esquemas de representación y significados compartidos que habían irrumpido como acuerdos vitales en el escenario político han ido sistemáticamente disueltos, debido al predominio de voluntades particulares en la conformación de las políticas sociales públicas y debido a la desconexión y vulneramiento de la vigilancia de la esfera normativa, que lanza ante la censura de las políticas redistributivas populistas esfuerzos desesperados por incluirse en una totalidad que la subordina y la excluye cotidianamente. Es preciso frente a la desdiferenciación de las dimensiones sistémicas y ante el caos cultural desbordado que muestra el tejido social, ubicar la racionalidad de un pacto social que haga viable la legitimidad del edifico social en relación a acuerdos y responsabilidades compartidas, que suponga un esquema de incorporación económico-política y de reconocimiento social que no descarte el válido derecho del mundo de la vida de hallar una domesticación apropiada de la maquinaria capitalista. Esta interacción que se plantea entre la esfera normativa representada por los múltiples rostros que adquieren las identidades singulares y colectivas, y la esfera sistémica y sus variados aparatos socializadores de síntesis de las decisiones socioproductivas y de responsabilidad política, no ha sido reconocido en toda su magnitud por la administración periférica, debido al impacto negativo del ajuste estructural y de las reformas neoliberales que ha reformulado los cimientos institucionales sobre los cuales se sostiene la reproducción de las mentalidades individuales, al punto que la vida cotidiana urge para su preservación de una pastoral tecnocrática[1] y administrativa que ya se ha convertido en sentido común.

Si existe la posibilidad de una verdadera vigilancia democrática de las dimensiones socioculturales tendrá que establecerse sobre la base de una severa crítica al modelo de desarrollo imperante no para provocar un retroceso de la complejidad organizada y burocrática sino para hallar una ubicación de control y de participación de la sociedad civil y de las clases populares, de su lógica específica, que favorezca el enriquecimiento de la calidad de vida y la irrupción de un escenario más variado de alternativas de reconocimiento y de innovación sociocultural. En tanto subsista una imagen reduccionista del individuo como elector racional pragmático será complicado constituir una totalidad social que tome en cuenta las variadas dimensiones objetivas y subjetivas sobre las cuales se elabora la personalidad social.

Delineando en síntesis las líneas de este ensayo quisiera presentar en forma resumido los apartados. En primera instancia, intentaré hacer un recorrido sociohistórico todo lo mejor que pueda de los puntos en contacto que ha tenido la formación sociohistórica con la idea abstracta del contrato social, con el propósito de demostrar que han existido serios divorcios en la historia republicana de estos conceptos debido al elitismo asolapado de la cultura criolla y a la solidez de estructuras objetivas y periféricas que han evitado la modernización de las opiniones y de los repertorios culturales de la vida social. En una segunda instancia trataré de discutir la idea actual de contrato social, desnudando en base a una argumentación reivindicacionista las serias deficiencias ideológicas y formales que muestra esta categoría en la clase política, debido al predominio institucional de grupos de interés corporativos que determinan la agenda social pendiente, excluyendo de raíz aquellas visiones heterotópicas, como diría Vattimo[2], que son desperdiciadas por la visión simplificadora de la razón instrumental. En tercera y última instancia presentaré una propuesta objetiva de tendencia sociológica, de lo que creó sería una salida consecuente con la crisis social que viva la totalidad social, observando y enfatizando las características socioculturales de un contrato social que abandone el contenido elitista y que lo sustituya por una visión más inclusiva y racional del orden social.

Proceso histórico y contrato social.

A lo largo de la historia peruana – excluyendo el período tradicional y estamental de su producción[3]- se turnaron varias concepciones de orden social y jurídico que delinearon una concepción del sujeto moderno aún cuando no hubieron grandes transformaciones materiales que complementaran las agudas liberalizaciones que la república inauguro[4]. Es este divorcio entre la esfera productiva marcadamente esclavista y tradicional y la otra normativa hegemónica, reservada a una pequeña minoría criolla lo que impidió el feliz matrimonio entre el programa ilustrado de la república – ejemplificado por Basadre[5]- y una realidad marcadamente colonial y atrasada en cuanto a igualdad y libertad económica y política se refiere. No es de extrañar que bien entrado el s. XIX y a pesar de la constante inestabilidad sociopolítica que caracteriza a la sociedad peruana no se hayan profundizado los reclamos por una real democratización de los espacios sociales, lo cual aunado a una cultura heterogénea y estabilizada por castas ayudara a la reproducción de un régimen de producción social que esclavizaba la mano de obra y la subordinaba a la subsistencia material de la estática estratificación social. La ideología independentista e ideas derivadas de la ilustración occidental facilitaron el programa de rebelión de la clase criolla, pero como sostuvo Mariátegui[6] y más tarde Heraclio Bonilla[7] con mayor profundidad, esta ruptura con el poder realista no significó un cambio sustantivo del régimen de acumulación ni tampoco un severo cuestionamiento de la discriminatoria clasificación social como había sucedido en Europa sino que tal programa ideológico promovió la sustitución del poder colonial por el criollo que profundizaría el modelo de desarrollo feudal, aún cuando en la esfera formal y jurídica de los debates entre conservadores y liberales del s. XIX la idea de ciudadanía se discutía acaloradamente pero de la boca para afuera.

Es de estos años de la temprana república que quedarían excluidos del contrato republicano las grandes mayorías indígenas que habían sido decabezadas de sus liderazgos políticos y que veían como las relaciones de servidumbre les iban confiscando tierras y poder local en provecho de los improductivos latifundios costeños y serranos. A pesar que en el debate constitucional de conformación del Estado republicano existía una seria preocupación por la condición social del indio, nunca existió una verdadera voluntad de incorporarlos, pues el predominio de fórmulas paternalistas les rebajaba toda posibilidad de ser reconocidos como iguales en sus diferencias concretas.

Es con la aparición de los grupos intermedios de la realidad urbana: burguesía comercial y débiles grupos sociales populares que se empieza a considerar precariamente la inclusión segmentaria de grupos de interés, aún cuando las reglas del juego político no variaron mucho. El período del guano y del salitre, las grandes obras de infraestructura comunicacional, el fortalecimiento paulatino de la administración estatal, y la aparición de una sólida clase de propietarios civilistas subordinados a la emergencia de la oligarquía, favoreció la inscripción lenta de grupos burgueses que desarrollarían el sector primario exportador[8] en los enclaves costeños y que darían a las relaciones de subordinación estamental un carácter de exclusiva apertura política a grupos sociales cercanos a los intereses de reproducción de la aristocracia civilista. Ubicada en el centro de la dirección del sector externo y controlando a los sectores gamonales en el Perú profundo la oligarquía se las arregló para ir dando solidez a una realidad que descartaría descaradamente a los poderes regionales-locales y que reduciría a las identidades populares de la sociedad rural a un enclaustramiento servil y a una condición de infrahumana marginalidad sociocultural. Es de comienzos del s. XX en que la hegemonía aristocrática no encontraba gran resistencia política en donde se atizarían las serias reflexiones sobre el problema indígena, matizadas por lecturas que no acertaban las raíces de su exclusión porque se sostenía en apreciaciones claramente erróneas de la naturaleza sociopsicológica de la racionalidad indígena, desechando de plano las interpretaciones progresistas que veían en el indio un personaje separado de la dirección de la esfera pública, y por lo tanto, reducida su condición antropológica a relaciones de poder y servidumbre que subyugaban la expresión de su cultura concreta.

 Al pensarse, como defendieron los intelectuales de la aristocracia republicana, que su condición retrógrada sería resuelta por el programa educativo de inclusión ciudadana se descuidó que el origen de las discriminaciones sociales residía en la injusta distribución de la propiedad rural y en la manutención de repertorios culturales que los excluían de la elaboración de la cultura oficial. La idea del contrato social evidenciaba, por esos años de estabilidad política, la preocupación de inscribir a las mayorías excluidas en la producción de sentido criollo-occidental, condición que sería lograda en tanto los procedimientos pedagógicos desarrollados por el programa educativo vulneraran la recia gramática étnica, que impedía el desarrollo de condiciones de vida social moderna. Como no se tuvo una concepción integral del problema indígena, debido a la sólida e injusta distribución del poder económico los discursos de inclusión política no pasaron de ser charlatanerías proselitistas de grupos sociales que no deseaban un real cambio de la sociedad peruana, que sería gobernada por intereses particulares a espaldas de las grandes mayorías.

A partir de las grandes transformaciones socioproductivas que iría incluyendo el Estado oligárquico, debido al empuje democratizador de las clases subordinadas y a la influencia ideológica del Keynesianismo económico-político se generaría en las mentalidades desarrollistas de los sectores de vanguardia decisiones políticas que provocarían cambios sustanciales en al formación sociohistórica de la sociedad peruana. La expansión del Estado burocrático en su finalidad de modificar severamente las condiciones estructurales se iría aperturando explosivamente, inscribiendo paulatinamente a sectores de clase media urbana –como el partido aprista- que intentaba introducir cambios socializadores en el tejido social objetivo. Si bien la oligarquía civilista iba perdiendo legitimidad en la conducción de la sociedad ante la expansión del sistema político, era permeable, no obstante, a las reivindicaciones segmentarias de las clases subordinadas, pero el problema concreto que enfrentaba era que la expresión de estas últimas implicaba el destronamiento de la elite oligarca; es decir, las convulsiones democráticas perseguían el objetivo de desaparecer un régimen social de producción que excluía los saberes y visiones de mundo del mundo andino-popular

En estos señalamientos se advierte que la mayor presión de inclusión popular en las esferas del Estado produciría lentamente acuerdos sustantivos sobre la dirección política del edificio social que tomara en cuenta el papel dinámico de las clases medias y populares; acuerdos que trataban sobre la naturaleza pública de las reformas sociales para producir dimensiones de gobernabilidad creciente sobre la base de una democratización acelerada de las relaciones sociales. El paradigma desarrollista y las reflexiones de los enfoques de la dependencia que orientaron los modelos de decisiones políticas que se aplicaron generaron alrededor de la clase política, que dirigió los cambios socioestructurales, el modelamiento de políticas de Estado que buscaban una mayor institucionalización de las relaciones sociales sobre la base de un crecimiento económico claramente redistributivo y populista. Alcanzada una calidad de vida digna, se pensaba, se alterarían las profundas condiciones tradicionales en que vivía la sociedad peruana, logrando el establecimiento de un régimen de producción sostenido que incluyera a las mayorías y cuyo conocimiento fuera producto de un pacto social de crecimiento y de bienestar colectivo.

El contrato social que se dibujaba en estas épocas era un resultado espontáneo de la naturaleza conflictiva y democratizadora de la sociedad, cuyas demandas de redistribución y de reconocimiento social orientaba la dirección de un modelo de desarrollo que era levantado en respuesta al desmoronamiento del régimen tradicional y que perseguía edificar la modernidad en base a la emancipación de la subjetividad de la férrea coraza del tejido despótico[9]. El dilema que obstruía, sin embargo, la adopción híbrida de las instituciones modernas era que la excesiva aceleración de los cambios estructurales no logró impactar afirmativamente sobre la disolución de las relaciones feudales, que se mantuvieron intactas ante la arremetida de los cambios ideológicos, provocando la regresión cultural a dimensiones autoritarias que la supuesta modernización había superado. El exceso de historicidad de las fuerzas productoras de la realidad moderna no concibió que la mutación cultural a la cual serían obligadas las sociedades populares, posteriormente a la exclusión del aparato productivo, haría fracasar la planificación heterodoxa de la burguesía peruana, debido a que el colapso del régimen feudal no devino en al adopción sistemática de la cultura secular, que las líneas del pacto social habían señalado, sino que significó el surgimiento de mentalidades subalternas al margen de la cultura oficial. No era sólo el agotamiento del modelo de desarrollo lo que originó la desilusión de las categorías populares del programa de la modernidad sino la incompatibilidad con una configuración social, que se desnudó como un proyecto de dominación que entregó nuestra soberanía nacional en las manos de las oligarquías financieras y nuevos grupos de poder minoritarios. El abismo entre la reproducción de la cotidianidad popular y el carácter enajenante de las instituciones racionales ha devenido en la descarada y asfixiante explotación de las clases subordinadas, quienes apartadas de la reproducción del poder colonial se han visto obligadas a aceptar la usurpación y la configuración de un contrato institucional que pone en paréntesis perpetuo sus demandas y conquistas sociales.

Al derrumbarse el edificio de la modernidad disciplinaria se abre una etapa en que la esfera política es privilegio exclusivo de grupos de interés y de voluntades particulares, que basan su predominio en la atomización denigrante de los proyectos colectivos que alguna vez dirigieron el sentido de la realidad, y en la desactivación de las ideologías desarrollistas que han sido arrojadas de la planificación estatal. Al diluirse las condiciones materiales que dieron vida a los cambios ideológicos se abre un escenario en que la subjetividad individual carece de sostenes objetivos y de representaciones generales desde donde orientar su realización, motivo por el cual obedece a impulsos primarios de conservación, abandonando las rutas institucionales de construcción compartida de la realidad social, y estallando la objetividad unitaria en una infinidad de microideologías que compiten entre sí por la producción oscilante de lo real. El desdibujamiento de la modernidad sólida[10], que se caracterizó por el aferramiento de la identidad colectiva a principios civilizatorios de transmutación económica, produjo un sujeto individual que se deshizo de las cargas objetivas de la sociedad industrial, y decidió convertirse en un ser que compite diariamente por ser incluido en el discurso de la maquinaria simbólica, cosificando y forzando los repertorios culturales de los otros

La decadencia de los cimientos objetivos que garantizaban la protección y desarrollo de los sujetos de la periferia peruana da paso a una etapa en que se produce la desestructuración contundente de los esquemas económico-políticos que mal que bien habían orientado el decurso histórico del país, emergiendo un tejido social fragmentario cuyos vínculos se empezaron sostener en al precaria naturaleza de los lenguajes cotidianos y populares, produciéndose experiencias híbridas de soportabilidad de la crisis económica, que ocasionarían a la larga laboratorios de innovación cultural sin contextos estructurales que les correspondan. Al ingresar la producción de lo real en la dispersión acelerada de las culturas urbano-populares se hace casi imposible hallar nociones comunes de desarrollo, pues estas no encuentran referentes objetivos desde el cual extraerlos ni posiciones claves desde las cuales elaborar y mantener visiones que persistan en el bienestar colectivo. La crisis en todos los niveles de la totalidad social bloqueó las políticas de Estado en tanto iban tejiéndose relaciones sociales nuevas al margen del estado de derecho, que más tarde darían legitimidad a la improvisación y salvajismo de una política neoliberal que asestó un duro golpe a la frágil institucionalidad democrática. La validación del régimen autoritario y la libertad recurrente que hallaría la economía de mercado para erosionar el mundo de la vida encontraron a las fuerzas sociales sin la capacidad para imponer o simplemente negociar un contrato social o una forma de Estado que beneficiara a las grandes mayorías, que recibieron desde la dictadura cívico-militar el terrible impacto de las reformas neoliberales.

Si bien han existido épocas en que las coyunturas políticas han abierto posibilidades intactas de elaborar acuerdos institucionales que se tradujeran en criterios sostenibles de gobernabilidad democrática, la inestabilidad que ha caracterizado el desenvolvimiento del sistema social ha hecho que no pueda emanar de las identidades colectivas un patrón de crecimiento concertado, todo esto debido al surgimiento de una racionalidad individual instrumental que neutraliza las rutas macro y ahoga las oportunidades de realización de la subjetividad. Disuelto el panorama de las grandes narrativas se abre paso un contundente licuamiento de los referentes objetivos, lo cual ocasiona la obstrucción de un programa o plan objetivo que regule la espontaneidad y la improvisación sobre la cual navega la mercantilización de las relaciones sociales. Ante la circunscripción de un panorama socio histórico en el cual se fueron moldeando coyunturas específicas que facilitaron el desenvolvimiento del contrato social se transita hacia el nacimiento de coordenadas desconocidas hasta ahora por la comunidad intelectual y la clase política; coordenadas y características sociales que hablan de la complejidad y mezcla ontológica de discursos en que las particularidades estarían confeccionando precariamente la naturaleza de un régimen de acumulación francamente híbrido y extraordinario.

¿Voluntad general o capitalismo?

Es lícito reflexionar en este apartado las condiciones sociales actuales en las cuales se empieza a discutir la idea abstracta de contrato, debido – a como sostengo- que esta propuesta de fundamentación política del orden social no halla correspondencia en esta realidad periférica profundamente fragmentaria y cuya dirección de la lógica de dominación se halla en manos de facciones económicas y empresariales que coaccionan toda  posibilidad de reglas del juego político democráticas. El monopolio de la producción de conocimiento social en grupos de poder minoritarios obstaculiza el acceso de los sectores empobrecidos a la producción del saber social productivo, lo cual quiere decir que la praxis cotidiana tiende a ser excluida como alternativa de negociación política, todo debido a que los procesos institucionales que fabrican el sentido de la real, son excesivamente elitistas con el ejercido de la ciudadanía y de la sociedad civil. La existencia de prerrogativas económicas a la hora de participar en política dificulta la incorporación de las voluntades populares en el ejercicio de sus derechos políticos, lo cual a la larga bloquea el control y libre desenvolvimiento del sujeto como individuo productor y consumidor en la vida económica. Es decir, el predominio de decisiones económicas en la elaboración de las políticas públicas usurpa la capacidad soberana de la población para intervenir en el diseño de éstas, todo cuanto las decisiones más trascendentales en materia de crecimiento económico y desarrollo social se gestan fuera del alcance de la eficacia política de los Estados-nación.

Al cancelarse una y otra vez los esfuerzos de vigilancia democrática se imponen estructuras organizativas que expulsan de la elaboración soberana de restringir el capital extranjero a los sectores sociales que menos preparados se hallan para resistir el impacto negativo del libre mercado. Aunque en los últimos años existen indicadores de una positiva readaptación económica de la población a las fuerzas del mercado, lo cierto es que esta ha provocado una severa profundización de las desigualdades y de la pobreza como fenómeno complejo, lo cual a largo plazo incide en la inestabilidad que caracteriza al régimen democrático, porque en vez de que éste cancele las abrumadoras reivindicaciones sociales que presionan sobre el Estado, se ha convertido en un orden de cosas que enmascara brutales relaciones de poder y que protege intereses de grupos de poder minoritarios. Aunque civilizatoriamente el gobierno limitado ha garantizado el libre discurrir de la vida privada y pública, la naturaleza de los cambios que ha provocado en el tejido social asegura la realización del individuo como sujeto cultural, más no como individuo propietario o productor de riqueza; poblaciones desposeídas legitiman la instauración de este caos organizativo en la medida que se protege la integridad autorrealizadora de la persona, pero esta condición ideológica no se transformará en una auténtica condición de bienestar en tanto se siga sosteniendo sobre la base de insumos y producciones simbólicas que no se corresponden con el estado de desarrollo de las fuerzas productivas.

La inmadurez de las condiciones sociales objetivas y la atomización productiva y cultural que padece la sociedad peruana dificulta la adaptación exitosa de experiencias de desarrollo individual armonizadas en contextos socio históricos sólidos y definidos. La expresión integral del individuo en sociedades en que las condiciones materiales son sumamente precarias es más un resultado occidental de la realidad compleja que lo rodea, aunque es cierto argumentar que esta supervivencia funcional se vale de las zonas más desarrolladas de la conciencia, dejando por lo general en la involución gradual a las otras dimensiones emocionales o cognitivas de la personalidad. En otras palabras el hecho que el  modernismo cultural no encuentra resistencia en su propagación en las mentalidades colectivas asfixia la promoción de una individualidad articulada al conjunto social, lo cual obstruye, debido al hechizo ideológico, el aporte cognitivo del individuo a la comunidad. La privacidad que difunde las instituciones sociales, es decir, la apatía política por desentenderse del discurso objetivo de la totalidad hace fracasar las energías de la sociedad política, en la medida que la retirada hacia los refugios domésticos invalida cualquier aventura autoritaria por restituirle soberanía al Estado-nación, ya que estos esfuerzos salvíficos son percibidos como experiencias totalitarias que coaccionan la libertad individual. Sin embargo, esta defensa de la autonomía individual termina por otorgarle validez a un estado de cosas que va erosionando los derechos naturales de la persona, hurtándole sistemáticamente el libre desenvolvimiento para controlar su existencia social. A la larga si bien el individuo creativo logra la supervivencia física y material, lo cierto es que este duro esfuerzo por resistir personalmente termina por anular el contenido potencial de su individualidad, sentenciándolo a una pobreza espiritual y lingüística que lo separa y lo hace despreciar cualquier programa solidario de intervención política.

Habiendo señalado que existe una peligrosa sintonía entre los intereses políticos de las minorías económico-empresariales y la singularidad cultural que le transfiere legitimidad, quisiera pasar a discutir la naturaleza del contrato social en nuestra realidad. Si bien sostuve al inicio de este apartado que tal como fue diseñado este experimental mental resulta impracticable para las sociedades periféricas, debido al vaciamiento del poder político de sus límites espacio-temporales, lo cierto es que en la medida que se goza de cierta autonomía institucional para reflexionar se puede hallar una elaboración intelectual que adopte creativamente esta justificación de la autoridad política a nuestra especificidad histórico cultural.

Como es bien sabido actualmente se viene discutiendo la idea del contrato social por nuestra comunidad político-intelectual, después que se ha hallado sorpresivamente un acuerdo en materia de políticas económico-sociales, y el país empieza a vivir una etapa de largo crecimiento económico sostenido. La idea seduce a la clase política e intelectual debido a que a pesar de que se mantiene una severa crisis de legitimidad política existe, no obstante, cierta libertad para discutir la naturaleza de refundación de la república; libertad que se deriva del optimismo desarrollista y de nuestra inserción saludable en la globalización de los procesos económicos. Sin embargo, esta noción contractualista esta seriamente amenazada por la multiplicidad generalizada de la identidades culturales, por la contaminación acelerada de las fuerzas del Estado por una resistente tradición autoritaria[11] y patrimonialista que impide una correcta administración gubernamental, y la propagación de una racionalidad instrumental que arroja a los desposeídos al infringimiento de la legalidad como recurso para poder sobrevivir.

Como bien se sabe, si bien el estado de naturaleza en la versión contractualista es una noción hipotética que no tiene referentes históricos definidos, hace alusión, sin embargo, a un estado de desplome acelerado de los regímenes tradicionales y a una situación de desorden social que impide la correcta protección del individuo y sus posesiones. No sólo se refiere a un estado de la humanidad en que era gobernado por el libre discurrir de la ley natural[12] sino a un estado de precariedad natural que debe dar paso a un estado de convenciones para salvaguardar con mayor estabilidad la integridad del individuo y por intermedio de él de la sociedad. No obstante, justificado el surgimiento de la autoridad política, lo cierto es que esta legalidad concertada ha servido de pretexto para la expansión de al burguesía occidental, que en determinado momento de la historia se valió de las nociones de sociedad civil o estado de derecho par vulnerar la prerrogativas monárquicas y feudales basadas en argumentos irracionales, e instituir una igualdad jurídica y política que favoreció el libre desarrollo de  aquellas fuerzas sociales que adaptaron el programa de la ilustración y de la revolución industrial. La sociedad burguesa victoriosa al ser legitimada políticamente ha cerrado el acceso al poder político, desde entonces, a todos aquellos sectores de la sociedad desconectados de la economía de mercado o que se sostienen subordinadamente al régimen de acumulación; por consiguiente, la ley que con tanto apasionamiento defendía la racionalidad del hombre se ha convertido en una maquinaria particularista que reprime las potencias históricas ocultas de la sociedad por considerarlas perjudiciales para el equilibrio democrático-representativo. Se ha erigido una legalidad que protege una concepción antropológica definida: la del homo economicus, descartando de raíz los rasgos culturales de cada sociedad que en los últimos años han hecho estallar el mecanismo regulatorio de la modernidad en una infinidad de narrativas parciales, que demuestran el carácter dominante de un discurso moderno que trata al individuo como si fuera una máquina. Siendo la concepción liberal la que ha ocasionado y alentado el desarrollo enorme del capitalismo multinacional es preciso argumentar que es la concepción moderna que más se corresponde con la concepción de naturaleza humana, debido a que entiende a la sociedad como producto de las coordinaciones racionales de los individuo en el mercado, pero, asimismo, la que más terribles problemas de convivencia social ha ocasionado a la humanidad, en la medida que la acumulación ilimitada ha concentrado el poder económico en pocas manos, convirtiendo la tierra en un paisaje de pobreza y desolación.

Desde que el programa del Estado de bienestar ha fracasado hemos asistido a un capitalismo global que ha domesticado a las fuerzas de vanguardia, apresándolos en las dimensiones ideológicas de la cultura del consumo. El hecho de que los flujos del capitalismo financiero estén controlados por oligarquías económicas que arrebatan a los agentes de la democracia la libertad para definir el destino social, hecha por la borda todo contrato social objetivo sobre la base de la democracia representativa, ya que la supervivencia de la civilización capitalista depende inflexiblemente del carácter arrasador y autodestructivo de la racionalidad tecnológica. Es decir, en la cima de la civilización intereses particulares  con un poder ilimitado controlan el decurso histórico de la humanidad, desplazando con su pastoral tecnocrática y demagogia hedonista los espacios elevados del bien común que la tradición contractualista trato de preservar. Cuanto más el mecanismo descarriado del mercado alimenta los corazones desbordados con basura e ignorancia, diluyendo la solidez de las representaciones colectivas, tanto más la individualidad huye hacia los abismos de la soledad y de la incomunicación, intentando soportar el impacto negativo de la globalización, no pudiéndose, por tanto, identificar diagnósticos y áreas de acción desde las cuales revertir la naturaleza caótica del orden mundial.

No es que no existan evaluaciones reflexivas que nos den una orientación siquiera gradual de la sociedad red, lo que sucede es que por todas partes la complejidad e indómita naturaleza de los cambios sociales, perjudica cualquier intervención racional, que intente modificar la objetividad social, debido a que las mutaciones ontológicas que se han suscitado en el tiempo evaporan en un santiamén los esfuerzos concretos para evadir el accidente y la contingencia[13]Es la modernidad desbocada de la que habla Giddens[14] o la sociedad del riesgo global de Beck[15] lo que obstaculiza enfoques cerrados sobre el orden social, razón por la cual el caos y la desorganización se convierten en elementos positivos de la construcción social, elementos sin los cuales es impensable la reproducción del capitalismo anarquizado mundial. En este escenario las realidades periféricas tienen pocas oportunidades viables de escapar la subdesarrollo si se sigue insistiendo en la adopción de reglas institucionales modernas que sólo funcionan para los centros hegemónicos. En tanto se perpetúen esquemas rígidos y osificados que estrangulan el libre desarrollo de las sociedades plurales, se seguirán repitiendo conflictos entre una dimensión sistémica que es ajena a la vida cotidiana, y la esfera normativa que se las arregla para encerrarse en una cultura autoritaria que les hace posible la prolongación de la subsistencia física aún cuando disminuya toda alternativa de realización cultural.

La conjetura que elaboro es que la idea de contrato logra hacer prevalecer la existencia de un tipo específico de concepción antropológica subordinando las potencialidades subjetivas a este sustrato del éxito y la calidad total, motivo por el cual al ser aplicado este esquema a sociedades no occidentales se trastoca en un proyecto de dominación que introyecta una lógica del biopoder[16] completamente extraña a la naturaleza híbrida de las sociedades populares. El individuo de la periferia ingresa en esta racionalidad y se viste de la organicidad técnica debido a que necesita ser considerado apto por la división social del trabajo para poder sobrevivir; en lo que atañe a si lo percibe en sintonía con sus significados vitales lo que se sostiene es que vive atrapado en un espacio  en donde los artificios y convenciones instituidas resultan bastante ajenos a su trayectoria particular. Esta confusión hace residir la idea de que la sociedad civil es perforada por todos los flancos por una racionalidad subjetiva que obliga a los sujetos a continuamente adaptarse al discurso de la rentabilidad, infectándose de un discurso cosificante que impregna la vida social. En otras palabras, mientras ante la opinión pública se siga presentando el modelo de desarrollo orquestado como un producto mancomunado de las fuerzas sociales, cuando en realidad solamente favorece a intereses particulares se seguirá perpetuando un estado ideológico que nos comunica miserablemente con la globalidad, pero que nos va despojando arbitrariamente de nuestra libertad civil, convirtiéndonos en sociedades que padecen el cáncer de la instrumentalización.

Una propuesta y sus límites.

En las líneas de este ensayo – un poco confusamente-  he defendido la idea de que el contrato en su propia especificidad histórica obedece al colapso de la sociedad feudal (estado de naturaleza) y que ha justificado teóricamente la asunción de la burguesía como sociedad civil. Aunque el razonamiento que me ha empujado no ha sido descalificar el liberalismo como programa de la modernidad, lo cierto es que esta doctrina ante el avance de los grupos trasnacionales de poder se ha erigido como la justificación intelectual de una ciencia de los capaces del éxito a toda costa, que ha despedazado los esfuerzos democráticos de escapar al subdesarrollo de los países que no poseían semejanzas culturales con esta ideología. Por consiguiente, si bien la noción de contrato social ha sido reapropiado por las fuerzas de vanguardia para conferirle un sentido reivindicacionista, a la larga estas reflexiones que tratan de rescatar los aportes de Rousseau[17] no logran deshacerse de la sospecha de que auspician la profusión de regímenes totalitarios. Me parece que esta categoría del contrato social funciona en un contexto de marcada aceptación de la forma capitalista, y que sólo en este marco específico resulta útil, dada la naturaleza individualista incurable de la sociedad moderna.

Partiendo de este supuesto intentaré alcanzar una primera conclusión: que para las sociedades periféricas esta idea del contrato se desenvuelve dentro de las fronteras de un conocimiento claramente limitado, por organizaciones  de alta complejidad, lo cual quiere decir que la configuración formalista de los contratos que se pudieran establecer obedecen a patrones de poder decididos de antemano.

Si bien el biopoder ha penetrado las formas institucionales del quehacer cotidiano, lo cierto es que en los últimos años de predominio de políticas neoliberales se evidencia el surgimiento de fuerzas democratizadoras que plantean un equilibrio estratégico con el poder capitalista, es decir, el brote de fuerzas contraglobalizadoras[18]. Y lo curioso del acontecimiento es que estas fuerzas de negación se desenvuelven al interior de sistemas de control que organiza la maquinaria diluyendo las asimetrías ontológicas que los dominaban y desarrollando una sistemática resistencia y equilibrio en base a innovaciones y transmutaciones culturales que desafían el reduccionismo económico del capitalismo. Sosteniéndose sobre la emergencia de identidades culturales que invaden la lógica de distracción cultural, estas fuerzas contrahegemónicas están logrando fabricar repertorios de conocimiento que enriquecen los marcos de socialización que el capitalismo había impuesto, produciéndose el ocaso de la sociedad disciplinaria, que estaría siendo sustituida por fuerzas flexibles que envuelven al individuo en una atmósfera de peligro, pero de vital intensidad. Es decir, si bien los actores globales dominan la administración de las formas materiales de existencia, acorralando la vida hacia los submundos de la delincuencia y el caos, lo cierta es que ésta ha sido capaz de reagruparse en torno a las tácticas de reconocimiento intercultural y ha logrado producir una subjetividad del todo distanciada de la lógica de poder, perforándolo y tornándolo profundamente gaseoso.

En este escenario de un saludable redimensionamiento de lógica cultural la política no es un espacio de dirección de la sociedad en la cual se realice el espíritu libertario sino una actividad que reorienta la modernidad sobre una base de convivencia con las otras formas de conocimiento que se han emancipado, persiguiendo prolongar la vida de la especie sobre los cimientos de los acuerdos comunicativos. Frente a la falta de participación política la elasticidad que el lenguaje ordinario gestiona hace posible el desarrollo de una conciencia plural que se subordina al bien común, produciéndose este en base a una saturación de conocimiento que orienta el decurso de la civilización de manera gradual y paulatina. Al expandirse irreversiblemente una gramática de la vulgaridad y del hedonismo informacional el saber es un resultado de interacciones e intercambios semánticos a nivel de la praxis cotidiana, lo cual quiere decir que el bienestar que este produzca se logra en tanto se diferencia cada vez más el tejido social.

Si bien esta excesiva pluralidad vuelve vacía la reproducción de la socialidad, lo cierto es que arroja a la individualidad a un mundo de transgresiones creativas en donde se dan cita el arte y la plasticidad del conocimiento para construir un orden que es el resultado de la diferencia radical, Y esta diferencia que es bandera de la estrategia de los movimientos contrahegémonicos es el centro alrededor del cual se elaboran las propuestas de un orden más justo, ya que se piensa que la emancipación no reside en destruir el capitalismo sino en atravesarlo con reformas que tornen su dimensión ideológica en una real democratización de todas las culturas excluidas del poder capitalista. Es decir el contrato nuevo que busca imponer la globalización contrahegemónica es revolucionar el duro corset de la discriminación eurocéntrica[19] logrando una convivencia más o menos igualitaria de los saberes, aguardando que de las colisiones cognoscitivas y de los mestizajes intuitivos surja una conciencia social capaz de forjar una nueva humanidad.

No obstante, los defensores de la democracia liberal denuncian el ataque de la diferencia como un programa que deshace la pluralidad tolerable que torna funcional al sistema democrático[20]. Argumentan que este pedido irresistible de autonomía y de reconocimiento lo único que en realidad provoca es el enardecimiento del conflicto, ocasionando un estado de intolerancia y de racismo cognoscitivo[21] que vuelve irreproducible al vida social. El estado de naturaleza de la etnicidad es una alternativa de desactivación que se promueve en respuesta al estado anarquizado del mercado global. La democracia sobre todo en las sociedades periféricas se debate entre estos extremos, ambos totalitarios; ni siquiera la mixtura resuelve el dilema de su estabilidad ya que si bien sostiene la institucionalidad política sólo posterga el degradamiento de la forma de gobierno dividiendo a la sociedad civil entre la concreción falsa de la experiencia étnica y la práctica incurable de la individualidad desbocada que no se compromete con la totalidad.

Hoy que la vida cotidiana de la periferia vive completamente asfixiada por la miseria de la maquinaria social que pierde legitimidad en todos los niveles a ésta no le queda más remedio que conquistar las esferas de la sociedad, elaborando la experiencia de autodesarrollo, al margen de los límites formales del capitalismo periférico; experiencias en las cuales la subjetividad popular pone en práctica toda una sabiduría mítica y en base a las cuales pretende alterar la sólida coraza de la cultura criolla hegemónica, que impide una real democratización de las relaciones sociales en el Perú contemporáneo. Es bueno insistir  que los actores estructurales que nacen, junto a la volatilidad de esquemas de significación que redefinen y multiplican las opciones del poder político están vulnerando la esclerótica brutalidad de un modelo de desarrollo que favorece a pocos generándose poco a poco las condiciones de un compromiso entre las minorías acaudaladas y las vastas  mayorías que siguen proponiendo y presionando sobre los cimientos del capital.




[1] Esta expresión se la escuche al profesor Castillo en una de sus clases de maestría, con la cual se refiere a la interiorización de una racionalidad empresarial en las mentalidades colectivas.
[2] VATTIMO Gianni. La sociedad transparente. Ediciones Paidos. 1ª ed. 1990. Barcelona
[3] Aquí hago referencia a la etapa precolombina y a la virreynal. Las razones que me mueven a ello es la inexistencia de instituciones modernas en estos regímenes históricos.
[4] Esta reflexión de una descompensación entre liberalización y desarrollo industrial se la escuché al profesor Sinesio López, con el cual argumentaba que la instauración de la republica con la independencia trajo influencias liberales con la ilustración pero que estas corrientes ideológicas no vinieron acompañadas de transformaciones materiales en la estructura productiva.
[5] BASADRE Jorge. Historia de la república del Perú. Editorial universitaria. 1983. Lima –Perú.
[6] MARIATEGUI José Carlos, Siete ensayos sobre la interpretación de la realidad peruana.Ed librería peruana. 2ª Ed 1934. Lima-Perú
[7] BONILLA Heraclio. La independencia en el Perú. IEP Eds 1972. Lima -Perú
[8] La expresión la tomo de la obra de Cardoso y Falleto. “Dependencia y desarrollo en América Latina” Siglo XXI editores. 1967
[9] NEIRA Hugo. El mal peruano. 1ª Ed. 2001. Editorial SIDEA
[10] BAUMAN Zygmunt. La sociedad sitiada. FCE 2ª Ed 1996. México.
[11] FLORES GALINDO Alberto. La tradición autoritaria. IEP. Eds. 1987
[12] LOCKE John. Segundo tratado sobre el gobierno civil. Alianza Editorial. 2ª  edición 1996. España
[13] BAUMAN Zymnunt. Ibid, p 32
[14] GIDDENS Anthony. La modernidad desbocada. 1ª Ed. Editorial Taurus 1996
[15] BECK Ulrich. ¿Qué es la globalización? Ediciones Paidos. 1ª Ed 1998 Bs As Argentina.
[16] HARD y NEGRI. Imperio. Editorial Paidos. 2002
[17] ROUSSEAU Jean Jacobo. El contrato social. RBA coleccionables 2004. Barcelona
[18] DE SOUSA SANTOS Boaventura. Conocer desde el sur. Fondo editorial de la facultad de ciencias sociales/ unidad de postgrado-UNMSM 1ª Ed 2006. Lima-Perú.
[19] LANDER Edgard. La descolonización del saber. Eds Paidos. 2001
[20] SARTORI Giovanni. La sociedad multiétnica. Ed. Taurus 3ª ed 2003. España
[21] ZIZEK Slajov. El espinoso sujeto. Eds SXXI. 1996

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