Elitismo, contrato y democracia en el Perú contemporáneo
Resumen
Este ensayo intenta interrelacionar de una forma sociohistórica
las nociones de contrato social y democracia con el propósito de desarrollar la
conjetura de que el estado de derecho del cual hemos gozado desde el nacimiento
de la república no ha sido sino una construcción cognoscitiva que usurpando el
discurso de la voluntad general ha terminado por favorecer a intereses
particulares. Hoy más que nunca que la emergencia de agentes privados corroe
los cimientos de nuestra alicaída democracia se necesita de un contrato social
que deshaga la astucia de la razón instrumental y logre devolver a la sociedad
no sólo el legítimo control sobre el sistema político interno sino que además
logre armonizar las dimensiones de la peruanidad sobre una base de diálogo
explícito con la universalidad de las relaciones globales, que no obstante su
abstracción se reducen a intereses monopólicos de un capitalismo descarriado.
Abstract:
This paper attempts to interrelate in a sociohistorical notions of social contract and democracywith the purpose of developing the conjecture that the rule of law which we have enjoyed sincethe birth of the republic has been nothing but a cognitive construct that usurping the speech thegeneral will has come to favor special interests. Today more than ever that the emergence ofprivate agents corroding the foundations of our democracy is ailing from a social contract needsto undo the cunning of instrumental reason and return the company to achieve not only thelegitimate control over the domestic political system but also achieved to harmonize thedimensions of Peruvians on the basis of explicit dialogue with the universality of global relations,which, despite its abstraction is reduced to monopoly interests of capitalism gone astray.
Palabras claves: Eltismo, democracia,
contrato social, modernización, cultura, pluralidad, monismo cultural,
democracia radical.
Es casi imposible definir un decurso
colectivo en la historia del Perú republicano que no haya favorecido a los
grupos de poder tanto nacional como extranjero. A medida que se han ido
tejiendo las relaciones sociales articuladas a un todo sistémico, unas veces
económico otras veces cultural, se ha ido fabricando la impresión que los
esquemas de representación y significados compartidos que habían irrumpido como
acuerdos vitales en el escenario político han ido sistemáticamente disueltos,
debido al predominio de voluntades particulares en la conformación de las
políticas sociales públicas y debido a la desconexión y vulneramiento de la
vigilancia de la esfera normativa, que lanza ante la censura de las políticas
redistributivas populistas esfuerzos desesperados por incluirse en una
totalidad que la subordina y la excluye cotidianamente. Es preciso frente a la
desdiferenciación de las dimensiones sistémicas y ante el caos cultural
desbordado que muestra el tejido social, ubicar la racionalidad de un pacto
social que haga viable la legitimidad del edifico social en relación a acuerdos
y responsabilidades compartidas, que suponga un esquema de incorporación
económico-política y de reconocimiento social que no descarte el válido derecho
del mundo de la vida de hallar una domesticación apropiada de la maquinaria
capitalista. Esta interacción que se plantea entre la esfera normativa
representada por los múltiples rostros que adquieren las identidades singulares
y colectivas, y la esfera sistémica y sus variados aparatos socializadores de
síntesis de las decisiones socioproductivas y de responsabilidad política, no
ha sido reconocido en toda su magnitud por la administración periférica, debido
al impacto negativo del ajuste estructural y de las reformas neoliberales que
ha reformulado los cimientos institucionales sobre los cuales se sostiene la
reproducción de las mentalidades individuales, al punto que la vida cotidiana
urge para su preservación de una pastoral tecnocrática[1] y administrativa que ya se
ha convertido en sentido común.
Si existe la posibilidad de una
verdadera vigilancia democrática de las dimensiones socioculturales tendrá que
establecerse sobre la base de una severa crítica al modelo de desarrollo
imperante no para provocar un retroceso de la complejidad organizada y
burocrática sino para hallar una ubicación de control y de participación de la
sociedad civil y de las clases populares, de su lógica específica, que
favorezca el enriquecimiento de la calidad de vida y la irrupción de un
escenario más variado de alternativas de reconocimiento y de innovación
sociocultural. En tanto subsista una imagen reduccionista del individuo como
elector racional pragmático será complicado constituir una totalidad social que
tome en cuenta las variadas dimensiones objetivas y subjetivas sobre las cuales
se elabora la personalidad social.
Delineando en síntesis las líneas de
este ensayo quisiera presentar en forma resumido los apartados. En primera
instancia, intentaré hacer un recorrido sociohistórico todo lo mejor que pueda
de los puntos en contacto que ha tenido la formación sociohistórica con la idea
abstracta del contrato social, con el propósito de demostrar que han existido
serios divorcios en la historia republicana de estos conceptos debido al
elitismo asolapado de la cultura criolla y a la solidez de estructuras
objetivas y periféricas que han evitado la modernización de las opiniones y de
los repertorios culturales de la vida social. En una segunda instancia trataré
de discutir la idea actual de contrato social, desnudando en base a una
argumentación reivindicacionista las serias deficiencias ideológicas y formales
que muestra esta categoría en la clase política, debido al predominio
institucional de grupos de interés corporativos que determinan la agenda social
pendiente, excluyendo de raíz aquellas visiones heterotópicas, como diría
Vattimo[2], que son desperdiciadas
por la visión simplificadora de la razón instrumental. En tercera y última
instancia presentaré una propuesta objetiva de tendencia sociológica, de lo que
creó sería una salida consecuente con la crisis social que viva la totalidad
social, observando y enfatizando las características socioculturales de un
contrato social que abandone el contenido elitista y que lo sustituya por una
visión más inclusiva y racional del orden social.
Proceso
histórico y contrato social.
A lo largo de la historia peruana –
excluyendo el período tradicional y estamental de su producción[3]- se turnaron varias concepciones
de orden social y jurídico que delinearon una concepción del sujeto moderno aún
cuando no hubieron grandes transformaciones materiales que complementaran las
agudas liberalizaciones que la república inauguro[4]. Es este divorcio entre la
esfera productiva marcadamente esclavista y tradicional y la otra normativa
hegemónica, reservada a una pequeña minoría criolla lo que impidió el feliz
matrimonio entre el programa ilustrado de la república – ejemplificado por
Basadre[5]- y una realidad
marcadamente colonial y atrasada en cuanto a igualdad y libertad económica y
política se refiere. No es de extrañar que bien entrado el s. XIX y a pesar de
la constante inestabilidad sociopolítica que caracteriza a la sociedad peruana
no se hayan profundizado los reclamos por una real democratización de los
espacios sociales, lo cual aunado a una cultura heterogénea y estabilizada por
castas ayudara a la reproducción de un régimen de producción social que
esclavizaba la mano de obra y la subordinaba a la subsistencia material de la
estática estratificación social. La ideología independentista e ideas derivadas
de la ilustración occidental facilitaron el programa de rebelión de la clase
criolla, pero como sostuvo Mariátegui[6] y más tarde Heraclio
Bonilla[7] con mayor profundidad,
esta ruptura con el poder realista no significó un cambio sustantivo del
régimen de acumulación ni tampoco un severo cuestionamiento de la
discriminatoria clasificación social como había sucedido en Europa sino que tal
programa ideológico promovió la sustitución del poder colonial por el criollo
que profundizaría el modelo de desarrollo feudal, aún cuando en la esfera
formal y jurídica de los debates entre conservadores y liberales del s. XIX la
idea de ciudadanía se discutía acaloradamente pero de la boca para afuera.
Es de estos años de la temprana
república que quedarían excluidos del contrato republicano las grandes mayorías
indígenas que habían sido decabezadas de sus liderazgos políticos y que veían
como las relaciones de servidumbre les iban confiscando tierras y poder local
en provecho de los improductivos latifundios costeños y serranos. A pesar que
en el debate constitucional de conformación del Estado republicano existía una
seria preocupación por la condición social del indio, nunca existió una
verdadera voluntad de incorporarlos, pues el predominio de fórmulas
paternalistas les rebajaba toda posibilidad de ser reconocidos como iguales en
sus diferencias concretas.
Es con la aparición de los grupos
intermedios de la realidad urbana: burguesía comercial y débiles grupos
sociales populares que se empieza a considerar precariamente la inclusión
segmentaria de grupos de interés, aún cuando las reglas del juego político no
variaron mucho. El período del guano y del salitre, las grandes obras de infraestructura
comunicacional, el fortalecimiento paulatino de la administración estatal, y la
aparición de una sólida clase de propietarios civilistas subordinados a la
emergencia de la oligarquía, favoreció la inscripción lenta de grupos burgueses
que desarrollarían el sector primario exportador[8] en los enclaves costeños y
que darían a las relaciones de subordinación estamental un carácter de
exclusiva apertura política a grupos sociales cercanos a los intereses de
reproducción de la aristocracia civilista. Ubicada en el centro de la dirección
del sector externo y controlando a los sectores gamonales en el Perú profundo
la oligarquía se las arregló para ir dando solidez a una realidad que
descartaría descaradamente a los poderes regionales-locales y que reduciría a
las identidades populares de la sociedad rural a un enclaustramiento servil y a
una condición de infrahumana marginalidad sociocultural. Es de comienzos del s.
XX en que la hegemonía aristocrática no encontraba gran resistencia política en
donde se atizarían las serias reflexiones sobre el problema indígena, matizadas
por lecturas que no acertaban las raíces de su exclusión porque se sostenía en
apreciaciones claramente erróneas de la naturaleza sociopsicológica de la
racionalidad indígena, desechando de plano las interpretaciones progresistas
que veían en el indio un personaje separado de la dirección de la esfera
pública, y por lo tanto, reducida su condición antropológica a relaciones de
poder y servidumbre que subyugaban la expresión de su cultura concreta.
Al pensarse, como defendieron los
intelectuales de la aristocracia republicana, que su condición retrógrada sería
resuelta por el programa educativo de inclusión ciudadana se descuidó que el
origen de las discriminaciones sociales residía en la injusta distribución de
la propiedad rural y en la manutención de repertorios culturales que los
excluían de la elaboración de la cultura oficial. La idea del contrato social
evidenciaba, por esos años de estabilidad política, la preocupación de inscribir
a las mayorías excluidas en la producción de sentido criollo-occidental,
condición que sería lograda en tanto los procedimientos pedagógicos
desarrollados por el programa educativo vulneraran la recia gramática étnica,
que impedía el desarrollo de condiciones de vida social moderna. Como no se
tuvo una concepción integral del problema indígena, debido a la sólida e
injusta distribución del poder económico los discursos de inclusión política no
pasaron de ser charlatanerías proselitistas de grupos sociales que no deseaban
un real cambio de la sociedad peruana, que sería gobernada por intereses
particulares a espaldas de las grandes mayorías.
A partir de las grandes
transformaciones socioproductivas que iría incluyendo el Estado oligárquico,
debido al empuje democratizador de las clases subordinadas y a la influencia
ideológica del Keynesianismo económico-político se generaría en las
mentalidades desarrollistas de los sectores de vanguardia decisiones políticas
que provocarían cambios sustanciales en al formación sociohistórica de la
sociedad peruana. La expansión del Estado burocrático en su finalidad de
modificar severamente las condiciones estructurales se iría aperturando
explosivamente, inscribiendo paulatinamente a sectores de clase media urbana
–como el partido aprista- que intentaba introducir cambios socializadores en el
tejido social objetivo. Si bien la oligarquía civilista iba perdiendo
legitimidad en la conducción de la sociedad ante la expansión del sistema
político, era permeable, no obstante, a las reivindicaciones segmentarias de
las clases subordinadas, pero el problema concreto que enfrentaba era que la
expresión de estas últimas implicaba el destronamiento de la elite oligarca; es
decir, las convulsiones democráticas perseguían el objetivo de desaparecer un
régimen social de producción que excluía los saberes y visiones de mundo del
mundo andino-popular
En estos señalamientos se advierte
que la mayor presión de inclusión popular en las esferas del Estado produciría
lentamente acuerdos sustantivos sobre la dirección política del edificio social
que tomara en cuenta el papel dinámico de las clases medias y populares;
acuerdos que trataban sobre la naturaleza pública de las reformas sociales para
producir dimensiones de gobernabilidad creciente sobre la base de una
democratización acelerada de las relaciones sociales. El paradigma
desarrollista y las reflexiones de los enfoques de la dependencia que
orientaron los modelos de decisiones políticas que se aplicaron generaron
alrededor de la clase política, que dirigió los cambios socioestructurales, el
modelamiento de políticas de Estado que buscaban una mayor institucionalización
de las relaciones sociales sobre la base de un crecimiento económico claramente
redistributivo y populista. Alcanzada una calidad de vida digna, se pensaba, se
alterarían las profundas condiciones tradicionales en que vivía la sociedad
peruana, logrando el establecimiento de un régimen de producción sostenido que
incluyera a las mayorías y cuyo conocimiento fuera producto de un pacto social
de crecimiento y de bienestar colectivo.
El contrato social que se dibujaba
en estas épocas era un resultado espontáneo de la naturaleza conflictiva y
democratizadora de la sociedad, cuyas demandas de redistribución y de
reconocimiento social orientaba la dirección de un modelo de desarrollo que era
levantado en respuesta al desmoronamiento del régimen tradicional y que
perseguía edificar la modernidad en base a la emancipación de la subjetividad
de la férrea coraza del tejido despótico[9]. El dilema que obstruía,
sin embargo, la adopción híbrida de las instituciones modernas era que la
excesiva aceleración de los cambios estructurales no logró impactar
afirmativamente sobre la disolución de las relaciones feudales, que se
mantuvieron intactas ante la arremetida de los cambios ideológicos, provocando
la regresión cultural a dimensiones autoritarias que la supuesta modernización
había superado. El exceso de historicidad de las fuerzas productoras de la
realidad moderna no concibió que la mutación cultural a la cual serían
obligadas las sociedades populares, posteriormente a la exclusión del aparato
productivo, haría fracasar la planificación heterodoxa de la burguesía peruana,
debido a que el colapso del régimen feudal no devino en al adopción sistemática
de la cultura secular, que las líneas del pacto social habían señalado, sino
que significó el surgimiento de mentalidades subalternas al margen de la
cultura oficial. No era sólo el agotamiento del modelo de desarrollo lo que
originó la desilusión de las categorías populares del programa de la modernidad
sino la incompatibilidad con una configuración social, que se desnudó como un
proyecto de dominación que entregó nuestra soberanía nacional en las manos de
las oligarquías financieras y nuevos grupos de poder minoritarios. El abismo
entre la reproducción de la cotidianidad popular y el carácter enajenante de
las instituciones racionales ha devenido en la descarada y asfixiante
explotación de las clases subordinadas, quienes apartadas de la reproducción
del poder colonial se han visto obligadas a aceptar la usurpación y la
configuración de un contrato institucional que pone en paréntesis perpetuo sus
demandas y conquistas sociales.
Al derrumbarse el edificio de la
modernidad disciplinaria se abre una etapa en que la esfera política es
privilegio exclusivo de grupos de interés y de voluntades particulares, que
basan su predominio en la atomización denigrante de los proyectos colectivos
que alguna vez dirigieron el sentido de la realidad, y en la desactivación de
las ideologías desarrollistas que han sido arrojadas de la planificación
estatal. Al diluirse las condiciones materiales que dieron vida a los cambios
ideológicos se abre un escenario en que la subjetividad individual carece de
sostenes objetivos y de representaciones generales desde donde orientar su
realización, motivo por el cual obedece a impulsos primarios de conservación,
abandonando las rutas institucionales de construcción compartida de la realidad
social, y estallando la objetividad unitaria en una infinidad de
microideologías que compiten entre sí por la producción oscilante de lo real.
El desdibujamiento de la modernidad sólida[10], que se caracterizó por
el aferramiento de la identidad colectiva a principios civilizatorios de
transmutación económica, produjo un sujeto individual que se deshizo de las
cargas objetivas de la sociedad industrial, y decidió convertirse en un ser que
compite diariamente por ser incluido en el discurso de la maquinaria simbólica,
cosificando y forzando los repertorios culturales de los otros
La decadencia de los cimientos
objetivos que garantizaban la protección y desarrollo de los sujetos de la
periferia peruana da paso a una etapa en que se produce la desestructuración
contundente de los esquemas económico-políticos que mal que bien habían
orientado el decurso histórico del país, emergiendo un tejido social
fragmentario cuyos vínculos se empezaron sostener en al precaria naturaleza de
los lenguajes cotidianos y populares, produciéndose experiencias híbridas de
soportabilidad de la crisis económica, que ocasionarían a la larga laboratorios
de innovación cultural sin contextos estructurales que les correspondan. Al
ingresar la producción de lo real en la dispersión acelerada de las culturas
urbano-populares se hace casi imposible hallar nociones comunes de desarrollo,
pues estas no encuentran referentes objetivos desde el cual extraerlos ni
posiciones claves desde las cuales elaborar y mantener visiones que persistan
en el bienestar colectivo. La crisis en todos los niveles de la totalidad
social bloqueó las políticas de Estado en tanto iban tejiéndose relaciones
sociales nuevas al margen del estado de derecho, que más tarde darían
legitimidad a la improvisación y salvajismo de una política neoliberal que
asestó un duro golpe a la frágil institucionalidad democrática. La validación
del régimen autoritario y la libertad recurrente que hallaría la economía de
mercado para erosionar el mundo de la vida encontraron a las fuerzas sociales
sin la capacidad para imponer o simplemente negociar un contrato social o una
forma de Estado que beneficiara a las grandes mayorías, que recibieron desde la
dictadura cívico-militar el terrible impacto de las reformas neoliberales.
Si bien han existido épocas en que
las coyunturas políticas han abierto posibilidades intactas de elaborar
acuerdos institucionales que se tradujeran en criterios sostenibles de
gobernabilidad democrática, la inestabilidad que ha caracterizado el
desenvolvimiento del sistema social ha hecho que no pueda emanar de las
identidades colectivas un patrón de crecimiento concertado, todo esto debido al
surgimiento de una racionalidad individual instrumental que neutraliza las
rutas macro y ahoga las oportunidades de realización de la subjetividad.
Disuelto el panorama de las grandes narrativas se abre paso un contundente
licuamiento de los referentes objetivos, lo cual ocasiona la obstrucción de un
programa o plan objetivo que regule la espontaneidad y la improvisación sobre
la cual navega la mercantilización de las relaciones sociales. Ante la
circunscripción de un panorama socio histórico en el cual se fueron moldeando
coyunturas específicas que facilitaron el desenvolvimiento del contrato social
se transita hacia el nacimiento de coordenadas desconocidas hasta ahora por la
comunidad intelectual y la clase política; coordenadas y características
sociales que hablan de la complejidad y mezcla ontológica de discursos en que
las particularidades estarían confeccionando precariamente la naturaleza de un
régimen de acumulación francamente híbrido y extraordinario.
¿Voluntad
general o capitalismo?
Es lícito reflexionar en este
apartado las condiciones sociales actuales en las cuales se empieza a discutir
la idea abstracta de contrato, debido – a como sostengo- que esta propuesta de
fundamentación política del orden social no halla correspondencia en esta
realidad periférica profundamente fragmentaria y cuya dirección de la lógica de
dominación se halla en manos de facciones económicas y empresariales que
coaccionan toda posibilidad de reglas
del juego político democráticas. El monopolio de la producción de conocimiento
social en grupos de poder minoritarios obstaculiza el acceso de los sectores
empobrecidos a la producción del saber social productivo, lo cual quiere decir
que la praxis cotidiana tiende a ser excluida como alternativa de negociación
política, todo debido a que los procesos institucionales que fabrican el
sentido de la real, son excesivamente elitistas con el ejercido de la
ciudadanía y de la sociedad civil. La existencia de prerrogativas económicas a
la hora de participar en política dificulta la incorporación de las voluntades
populares en el ejercicio de sus derechos políticos, lo cual a la larga bloquea
el control y libre desenvolvimiento del sujeto como individuo productor y
consumidor en la vida económica. Es decir, el predominio de decisiones
económicas en la elaboración de las políticas públicas usurpa la capacidad
soberana de la población para intervenir en el diseño de éstas, todo cuanto las
decisiones más trascendentales en materia de crecimiento económico y desarrollo
social se gestan fuera del alcance de la eficacia política de los
Estados-nación.
Al cancelarse una y otra vez los
esfuerzos de vigilancia democrática se imponen estructuras organizativas que
expulsan de la elaboración soberana de restringir el capital extranjero a los
sectores sociales que menos preparados se hallan para resistir el impacto
negativo del libre mercado. Aunque en los últimos años existen indicadores de
una positiva readaptación económica de la población a las fuerzas del mercado,
lo cierto es que esta ha provocado una severa profundización de las
desigualdades y de la pobreza como fenómeno complejo, lo cual a largo plazo
incide en la inestabilidad que caracteriza al régimen democrático, porque en
vez de que éste cancele las abrumadoras reivindicaciones sociales que presionan
sobre el Estado, se ha convertido en un orden de cosas que enmascara brutales
relaciones de poder y que protege intereses de grupos de poder minoritarios.
Aunque civilizatoriamente el gobierno limitado ha garantizado el libre
discurrir de la vida privada y pública, la naturaleza de los cambios que ha
provocado en el tejido social asegura la realización del individuo como sujeto
cultural, más no como individuo propietario o productor de riqueza; poblaciones
desposeídas legitiman la instauración de este caos organizativo en la medida
que se protege la integridad autorrealizadora de la persona, pero esta
condición ideológica no se transformará en una auténtica condición de bienestar
en tanto se siga sosteniendo sobre la base de insumos y producciones simbólicas
que no se corresponden con el estado de desarrollo de las fuerzas productivas.
La inmadurez de las condiciones
sociales objetivas y la atomización productiva y cultural que padece la
sociedad peruana dificulta la adaptación exitosa de experiencias de desarrollo
individual armonizadas en contextos socio históricos sólidos y definidos. La
expresión integral del individuo en sociedades en que las condiciones
materiales son sumamente precarias es más un resultado occidental de la
realidad compleja que lo rodea, aunque es cierto argumentar que esta
supervivencia funcional se vale de las zonas más desarrolladas de la
conciencia, dejando por lo general en la involución gradual a las otras
dimensiones emocionales o cognitivas de la personalidad. En otras palabras el
hecho que el modernismo cultural no
encuentra resistencia en su propagación en las mentalidades colectivas asfixia
la promoción de una individualidad articulada al conjunto social, lo cual
obstruye, debido al hechizo ideológico, el aporte cognitivo del individuo a la
comunidad. La privacidad que difunde las instituciones sociales, es decir, la
apatía política por desentenderse del discurso objetivo de la totalidad hace
fracasar las energías de la sociedad política, en la medida que la retirada
hacia los refugios domésticos invalida cualquier aventura autoritaria por
restituirle soberanía al Estado-nación, ya que estos esfuerzos salvíficos son
percibidos como experiencias totalitarias que coaccionan la libertad
individual. Sin embargo, esta defensa de la autonomía individual termina por
otorgarle validez a un estado de cosas que va erosionando los derechos
naturales de la persona, hurtándole sistemáticamente el libre desenvolvimiento
para controlar su existencia social. A la larga si bien el individuo creativo
logra la supervivencia física y material, lo cierto es que este duro esfuerzo
por resistir personalmente termina por anular el contenido potencial de su
individualidad, sentenciándolo a una pobreza espiritual y lingüística que lo
separa y lo hace despreciar cualquier programa solidario de intervención
política.
Habiendo señalado que existe una
peligrosa sintonía entre los intereses políticos de las minorías
económico-empresariales y la singularidad cultural que le transfiere
legitimidad, quisiera pasar a discutir la naturaleza del contrato social en
nuestra realidad. Si bien sostuve al inicio de este apartado que tal como fue
diseñado este experimental mental resulta impracticable para las sociedades
periféricas, debido al vaciamiento del poder político de sus límites
espacio-temporales, lo cierto es que en la medida que se goza de cierta
autonomía institucional para reflexionar se puede hallar una elaboración
intelectual que adopte creativamente esta justificación de la autoridad
política a nuestra especificidad histórico cultural.
Como es bien sabido actualmente se
viene discutiendo la idea del contrato social por nuestra comunidad
político-intelectual, después que se ha hallado sorpresivamente un acuerdo en
materia de políticas económico-sociales, y el país empieza a vivir una etapa de
largo crecimiento económico sostenido. La idea seduce a la clase política e
intelectual debido a que a pesar de que se mantiene una severa crisis de
legitimidad política existe, no obstante, cierta libertad para discutir la
naturaleza de refundación de la república; libertad que se deriva del optimismo
desarrollista y de nuestra inserción saludable en la globalización de los
procesos económicos. Sin embargo, esta noción contractualista esta seriamente
amenazada por la multiplicidad generalizada de la identidades culturales, por
la contaminación acelerada de las fuerzas del Estado por una resistente
tradición autoritaria[11] y patrimonialista que
impide una correcta administración gubernamental, y la propagación de una
racionalidad instrumental que arroja a los desposeídos al infringimiento de la
legalidad como recurso para poder sobrevivir.
Como bien se sabe, si bien el estado
de naturaleza en la versión contractualista es una noción hipotética que no
tiene referentes históricos definidos, hace alusión, sin embargo, a un estado
de desplome acelerado de los regímenes tradicionales y a una situación de
desorden social que impide la correcta protección del individuo y sus
posesiones. No sólo se refiere a un estado de la humanidad en que era gobernado
por el libre discurrir de la ley natural[12] sino a un estado de
precariedad natural que debe dar paso a un estado de convenciones para
salvaguardar con mayor estabilidad la integridad del individuo y por intermedio
de él de la sociedad. No obstante, justificado el surgimiento de la autoridad
política, lo cierto es que esta legalidad concertada ha servido de pretexto
para la expansión de al burguesía occidental, que en determinado momento de la
historia se valió de las nociones de sociedad civil o estado de derecho par
vulnerar la prerrogativas monárquicas y feudales basadas en argumentos
irracionales, e instituir una igualdad jurídica y política que favoreció el
libre desarrollo de aquellas fuerzas
sociales que adaptaron el programa de la ilustración y de la revolución
industrial. La sociedad burguesa victoriosa al ser legitimada políticamente ha
cerrado el acceso al poder político, desde entonces, a todos aquellos sectores
de la sociedad desconectados de la economía de mercado o que se sostienen
subordinadamente al régimen de acumulación; por consiguiente, la ley que con
tanto apasionamiento defendía la racionalidad del hombre se ha convertido en
una maquinaria particularista que reprime las potencias históricas ocultas de
la sociedad por considerarlas perjudiciales para el equilibrio
democrático-representativo. Se ha erigido una legalidad que protege una
concepción antropológica definida: la del homo economicus, descartando de raíz
los rasgos culturales de cada sociedad que en los últimos años han hecho
estallar el mecanismo regulatorio de la modernidad en una infinidad de
narrativas parciales, que demuestran el carácter dominante de un discurso
moderno que trata al individuo como si fuera una máquina. Siendo la concepción
liberal la que ha ocasionado y alentado el desarrollo enorme del capitalismo
multinacional es preciso argumentar que es la concepción moderna que más se
corresponde con la concepción de naturaleza humana, debido a que entiende a la
sociedad como producto de las coordinaciones racionales de los individuo en el
mercado, pero, asimismo, la que más terribles problemas de convivencia social
ha ocasionado a la humanidad, en la medida que la acumulación ilimitada ha
concentrado el poder económico en pocas manos, convirtiendo la tierra en un
paisaje de pobreza y desolación.
Desde que el programa del Estado de
bienestar ha fracasado hemos asistido a un capitalismo global que ha
domesticado a las fuerzas de vanguardia, apresándolos en las dimensiones
ideológicas de la cultura del consumo. El hecho de que los flujos del
capitalismo financiero estén controlados por oligarquías económicas que
arrebatan a los agentes de la democracia la libertad para definir el destino
social, hecha por la borda todo contrato social objetivo sobre la base de la
democracia representativa, ya que la supervivencia de la civilización
capitalista depende inflexiblemente del carácter arrasador y autodestructivo de
la racionalidad tecnológica. Es decir, en la cima de la civilización intereses
particulares con un poder ilimitado
controlan el decurso histórico de la humanidad, desplazando con su pastoral
tecnocrática y demagogia hedonista los espacios elevados del bien común que la
tradición contractualista trato de preservar. Cuanto más el mecanismo
descarriado del mercado alimenta los corazones desbordados con basura e
ignorancia, diluyendo la solidez de las representaciones colectivas, tanto más
la individualidad huye hacia los abismos de la soledad y de la incomunicación,
intentando soportar el impacto negativo de la globalización, no pudiéndose, por
tanto, identificar diagnósticos y áreas de acción desde las cuales revertir la
naturaleza caótica del orden mundial.
No es que no existan evaluaciones
reflexivas que nos den una orientación siquiera gradual de la sociedad red, lo
que sucede es que por todas partes la complejidad e indómita naturaleza de los
cambios sociales, perjudica cualquier intervención racional, que intente
modificar la objetividad social, debido a que las mutaciones ontológicas que se
han suscitado en el tiempo evaporan en un santiamén los esfuerzos concretos
para evadir el accidente y la contingencia[13]Es la modernidad desbocada
de la que habla Giddens[14] o la sociedad del riesgo
global de Beck[15]
lo que obstaculiza enfoques cerrados sobre el orden social, razón por la cual
el caos y la desorganización se convierten en elementos positivos de la
construcción social, elementos sin los cuales es impensable la reproducción del
capitalismo anarquizado mundial. En este escenario las realidades periféricas
tienen pocas oportunidades viables de escapar la subdesarrollo si se sigue
insistiendo en la adopción de reglas institucionales modernas que sólo funcionan
para los centros hegemónicos. En tanto se perpetúen esquemas rígidos y
osificados que estrangulan el libre desarrollo de las sociedades plurales, se
seguirán repitiendo conflictos entre una dimensión sistémica que es ajena a la
vida cotidiana, y la esfera normativa que se las arregla para encerrarse en una
cultura autoritaria que les hace posible la prolongación de la subsistencia
física aún cuando disminuya toda alternativa de realización cultural.
La conjetura que elaboro es que la
idea de contrato logra hacer prevalecer la existencia de un tipo específico de
concepción antropológica subordinando las potencialidades subjetivas a este
sustrato del éxito y la calidad total, motivo por el cual al ser aplicado este
esquema a sociedades no occidentales se trastoca en un proyecto de dominación
que introyecta una lógica del biopoder[16] completamente extraña a
la naturaleza híbrida de las sociedades populares. El individuo de la periferia
ingresa en esta racionalidad y se viste de la organicidad técnica debido a que
necesita ser considerado apto por la división social del trabajo para poder
sobrevivir; en lo que atañe a si lo percibe en sintonía con sus significados
vitales lo que se sostiene es que vive atrapado en un espacio en donde los artificios y convenciones
instituidas resultan bastante ajenos a su trayectoria particular. Esta
confusión hace residir la idea de que la sociedad civil es perforada por todos
los flancos por una racionalidad subjetiva que obliga a los sujetos a
continuamente adaptarse al discurso de la rentabilidad, infectándose de un
discurso cosificante que impregna la vida social. En otras palabras, mientras
ante la opinión pública se siga presentando el modelo de desarrollo orquestado
como un producto mancomunado de las fuerzas sociales, cuando en realidad
solamente favorece a intereses particulares se seguirá perpetuando un estado
ideológico que nos comunica miserablemente con la globalidad, pero que nos va
despojando arbitrariamente de nuestra libertad civil, convirtiéndonos en sociedades
que padecen el cáncer de la instrumentalización.
Una propuesta
y sus límites.
En las líneas de este ensayo – un
poco confusamente- he defendido la idea
de que el contrato en su propia especificidad histórica obedece al colapso de
la sociedad feudal (estado de naturaleza) y que ha justificado teóricamente la
asunción de la burguesía como sociedad civil. Aunque el razonamiento que me ha
empujado no ha sido descalificar el liberalismo como programa de la modernidad,
lo cierto es que esta doctrina ante el avance de los grupos trasnacionales de
poder se ha erigido como la justificación intelectual de una ciencia de los
capaces del éxito a toda costa, que ha despedazado los esfuerzos democráticos
de escapar al subdesarrollo de los países que no poseían semejanzas culturales
con esta ideología. Por consiguiente, si bien la noción de contrato social ha
sido reapropiado por las fuerzas de vanguardia para conferirle un sentido
reivindicacionista, a la larga estas reflexiones que tratan de rescatar los
aportes de Rousseau[17] no logran deshacerse de
la sospecha de que auspician la profusión de regímenes totalitarios. Me parece
que esta categoría del contrato social funciona en un contexto de marcada
aceptación de la forma capitalista, y que sólo en este marco específico resulta
útil, dada la naturaleza individualista incurable de la sociedad moderna.
Partiendo de este supuesto intentaré
alcanzar una primera conclusión: que para las sociedades periféricas esta idea
del contrato se desenvuelve dentro de las fronteras de un conocimiento
claramente limitado, por organizaciones
de alta complejidad, lo cual quiere decir que la configuración
formalista de los contratos que se pudieran establecer obedecen a patrones de
poder decididos de antemano.
Si bien el biopoder ha penetrado las
formas institucionales del quehacer cotidiano, lo cierto es que en los últimos
años de predominio de políticas neoliberales se evidencia el surgimiento de
fuerzas democratizadoras que plantean un equilibrio estratégico con el poder
capitalista, es decir, el brote de fuerzas contraglobalizadoras[18]. Y lo curioso del
acontecimiento es que estas fuerzas de negación se desenvuelven al interior de
sistemas de control que organiza la maquinaria diluyendo las asimetrías
ontológicas que los dominaban y desarrollando una sistemática resistencia y
equilibrio en base a innovaciones y transmutaciones culturales que desafían el
reduccionismo económico del capitalismo. Sosteniéndose sobre la emergencia de
identidades culturales que invaden la lógica de distracción cultural, estas
fuerzas contrahegemónicas están logrando fabricar repertorios de conocimiento
que enriquecen los marcos de socialización que el capitalismo había impuesto,
produciéndose el ocaso de la sociedad disciplinaria, que estaría siendo
sustituida por fuerzas flexibles que envuelven al individuo en una atmósfera de
peligro, pero de vital intensidad. Es decir, si bien los actores globales
dominan la administración de las formas materiales de existencia, acorralando
la vida hacia los submundos de la delincuencia y el caos, lo cierta es que ésta
ha sido capaz de reagruparse en torno a las tácticas de reconocimiento
intercultural y ha logrado producir una subjetividad del todo distanciada de la
lógica de poder, perforándolo y tornándolo profundamente gaseoso.
En este escenario de un saludable
redimensionamiento de lógica cultural la política no es un espacio de dirección
de la sociedad en la cual se realice el espíritu libertario sino una actividad
que reorienta la modernidad sobre una base de convivencia con las otras formas
de conocimiento que se han emancipado, persiguiendo prolongar la vida de la
especie sobre los cimientos de los acuerdos comunicativos. Frente a la falta de
participación política la elasticidad que el lenguaje ordinario gestiona hace
posible el desarrollo de una conciencia plural que se subordina al bien común,
produciéndose este en base a una saturación de conocimiento que orienta el
decurso de la civilización de manera gradual y paulatina. Al expandirse
irreversiblemente una gramática de la vulgaridad y del hedonismo informacional
el saber es un resultado de interacciones e intercambios semánticos a nivel de
la praxis cotidiana, lo cual quiere decir que el bienestar que este produzca se
logra en tanto se diferencia cada vez más el tejido social.
Si bien esta excesiva pluralidad
vuelve vacía la reproducción de la socialidad, lo cierto es que arroja a la
individualidad a un mundo de transgresiones creativas en donde se dan cita el
arte y la plasticidad del conocimiento para construir un orden que es el
resultado de la diferencia radical, Y esta diferencia que es bandera de la
estrategia de los movimientos contrahegémonicos es el centro alrededor del cual
se elaboran las propuestas de un orden más justo, ya que se piensa que la
emancipación no reside en destruir el capitalismo sino en atravesarlo con
reformas que tornen su dimensión ideológica en una real democratización de
todas las culturas excluidas del poder capitalista. Es decir el contrato nuevo
que busca imponer la globalización contrahegemónica es revolucionar el duro
corset de la discriminación eurocéntrica[19] logrando una convivencia
más o menos igualitaria de los saberes, aguardando que de las colisiones
cognoscitivas y de los mestizajes intuitivos surja una conciencia social capaz
de forjar una nueva humanidad.
No obstante, los defensores de la
democracia liberal denuncian el ataque de la diferencia como un programa que
deshace la pluralidad tolerable que torna funcional al sistema democrático[20]. Argumentan que este
pedido irresistible de autonomía y de reconocimiento lo único que en realidad
provoca es el enardecimiento del conflicto, ocasionando un estado de
intolerancia y de racismo cognoscitivo[21] que vuelve irreproducible
al vida social. El estado de naturaleza de la etnicidad es una alternativa de
desactivación que se promueve en respuesta al estado anarquizado del mercado
global. La democracia sobre todo en las sociedades periféricas se debate entre
estos extremos, ambos totalitarios; ni siquiera la mixtura resuelve el dilema de
su estabilidad ya que si bien sostiene la institucionalidad política sólo
posterga el degradamiento de la forma de gobierno dividiendo a la sociedad
civil entre la concreción falsa de la experiencia étnica y la práctica
incurable de la individualidad desbocada que no se compromete con la totalidad.
Hoy que la vida cotidiana de la
periferia vive completamente asfixiada por la miseria de la maquinaria social
que pierde legitimidad en todos los niveles a ésta no le queda más remedio que
conquistar las esferas de la sociedad, elaborando la experiencia de
autodesarrollo, al margen de los límites formales del capitalismo periférico;
experiencias en las cuales la subjetividad popular pone en práctica toda una
sabiduría mítica y en base a las cuales pretende alterar la sólida coraza de la
cultura criolla hegemónica, que impide una real democratización de las
relaciones sociales en el Perú contemporáneo. Es bueno insistir que los actores estructurales que nacen,
junto a la volatilidad de esquemas de significación que redefinen y multiplican
las opciones del poder político están vulnerando la esclerótica brutalidad de
un modelo de desarrollo que favorece a pocos generándose poco a poco las
condiciones de un compromiso entre las minorías acaudaladas y las vastas mayorías que siguen proponiendo y presionando
sobre los cimientos del capital.
[1] Esta expresión se la escuche al profesor Castillo en una de sus clases
de maestría, con la cual se refiere a la interiorización de una racionalidad
empresarial en las mentalidades colectivas.
[2] VATTIMO Gianni. La sociedad transparente. Ediciones Paidos. 1ª ed.
1990. Barcelona
[3] Aquí hago referencia a la etapa precolombina y a la virreynal. Las
razones que me mueven a ello es la inexistencia de instituciones modernas en
estos regímenes históricos.
[4] Esta reflexión de una descompensación entre liberalización y
desarrollo industrial se la escuché al profesor Sinesio López, con el cual
argumentaba que la instauración de la republica con la independencia trajo
influencias liberales con la ilustración pero que estas corrientes ideológicas
no vinieron acompañadas de transformaciones materiales en la estructura
productiva.
[5] BASADRE Jorge. Historia de la república del Perú. Editorial
universitaria. 1983. Lima –Perú.
[6] MARIATEGUI José Carlos, Siete ensayos sobre la interpretación de la
realidad peruana.Ed librería peruana. 2ª Ed 1934. Lima-Perú
[7] BONILLA Heraclio. La independencia en el Perú. IEP Eds 1972. Lima
-Perú
[8] La expresión la tomo de la obra de Cardoso y Falleto. “Dependencia y
desarrollo en América Latina” Siglo XXI editores. 1967
[9] NEIRA Hugo. El mal peruano. 1ª Ed. 2001. Editorial SIDEA
[10] BAUMAN Zygmunt. La sociedad sitiada. FCE 2ª Ed 1996. México.
[11] FLORES GALINDO Alberto. La tradición autoritaria. IEP. Eds. 1987
[12] LOCKE John. Segundo tratado sobre el gobierno civil. Alianza
Editorial. 2ª edición 1996. España
[13] BAUMAN Zymnunt. Ibid, p 32
[16] HARD y NEGRI. Imperio. Editorial Paidos. 2002
[17] ROUSSEAU Jean Jacobo. El contrato social. RBA coleccionables 2004.
Barcelona
[18] DE SOUSA SANTOS Boaventura. Conocer desde el sur. Fondo editorial de
la facultad de ciencias sociales/ unidad de postgrado-UNMSM 1ª Ed 2006.
Lima-Perú.
[19] LANDER Edgard. La descolonización del saber. Eds Paidos. 2001
[20] SARTORI Giovanni. La sociedad multiétnica. Ed. Taurus 3ª ed 2003.
España
[21] ZIZEK Slajov. El espinoso sujeto. Eds SXXI. 1996
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