Estado líquido y desarrollo.
Resumen:
En los límites de este escrito se defiende la idea de
que la ilegitimidad del Estado, de la democracia y de todos los modelos de
organización social que se han ensayado en el tiempo histórico de la nación se
han rebelado como muros ontológicos de dominación y de explotación que han
obstaculizado y coaccionado la legitima expresión de las identidades plurales
del país. Si se desea avanzar, como dice la propuesta, hacia un estado social
en consonancia con las sabidurías productivas y las capacidades de la formación
cultural es necesario desactivar las versiones políticas criollas y
monoculturales del desarrollo social, e imponer democráticamente una idea
estratégica del progreso en red; un multiculturalismo radical que se enfrente al fascismo y autoritarismo reticular de hoy
entonces que garantiza el miedo y la sujeción al Estado neoliberal
Abstract:
Within the limits of this paper defends the idea
that the illegitimacy of the state, democracy and all models of social
organization that have been tested in historical time the nation has rebelled
and ontological walls of domination and exploitation which have impeded and
coerced the legitimate expression of plural identities in the country. If you
want to move, says the proposal to a social status commensurate with the
productive wisdom and skills of cultural training is necessary to disable the
native policies and mono versions of social development, and impose a strategic
idea of democratic progress in network, a radical multiculturalism
is opposite to fascism and authoritarianism today then gauze which ensures the
fear and the imposition of neoliberal state
Palabras
claves: Estado, modernización, cultura criolla, proceso histórico, desencuentro
cultural, ilegitimidad del Estado, Colonia, República, democracia.
Estado
y colonia:
Al interferirse violentamente la síntesis panandina
que se orquestaba en la civilización incaica, es sencillo suponer que esta
desintegración accidentada del edificio social incásico, facilitó no sólo el proceso de dominación posterior,
sino que además dejo en evidencia que el apogeo del Estado arcaico y alegórico
estaba en proceso de reestructuración interna[1];
fenómeno que debeló el carácter heterogéneo de una realidad que el
Tahuantinsuyo reguló precariamente desde un Estado colonizador, y que no supo
contraer cuando el divisionismo bélico de la empresa invasora aprovechó para
desmantelar al debilitado Estado incaico. Más allá de que el desmoronamiento de
la civilización andina haya sido efecto de la inteligencia táctica del
belicismo occidental – experto en colonizar culturas ontológicamente más ricas
que la eurocéntrica- lo cierto es que algo concreto estaba aconteciendo en la
estructura de mentalidades del mundo andino que permitió la amarga victoria de
la civilización occidental; la putrefacción ideológica en la cual quedaría
ahogada residualmente la vida aborigen, con toda su formalización explotadora y
aculturación unilateral quedaría sellada por el reinado vil y decadente de la
cultura feudal ibérica; por la imposición nihilista de una antiguo régimen, que
posado parasitáriamente en la multitud originaria de las instituciones andinas,
se las arreglaría para desangrar la vida productiva de los andes, con toda sus
riquezas materiales que guarda hoy en día en sus entrañas telúricas[2].
La fuerza de la dominación colonial si bien confiaba
en la humillación eclesiástica de la extirpación de idolatrías y en el
belicismo del Estado virreynal para desactivar y someter la resistencia
indígena, no pudo evitar, con el tiempo, el sincretismo idiosincrásico de la
nobleza campesina y su irresistible mutación productiva, que daría vida a un
desborde cultural y al resurgimiento hegemónico de una identidad alegórica, en
pleno contexto de mercantilismo y discriminación colonial[3].
Digámoslo con otras palabras, si bien la fuerza de la dominación ibérica,
descansó en transferir a las mentalidades populares una conciencia reactiva de
su inferioridad e involución cultural, que legitimó y endulzó de individualismo
eufórico a la conciencia curacal y a los agentes arcaicos, no es menos válido
sostener que la complejidad cultural en pleno siglo barroco de escepticismo
criollo y del despertar ilustrado, se reapropio de los presumidos saberes
económicos del atrofiado virreynato, para reencantar circuitos económicos y
mercados regionales abiertos, en la accidentada y variopinta geografía peruana.
El Estado colonia si bien garantizaba policialmente la hegemonía de un patrón
de acumulación que depredaba violentamente los andes, y subordinaba los
sectores agrícolas a una sociedad de la subsistencia y del conservadurismo
cultural, no logró tener presencia biopolítica en los saberes populares, porque
esta arquitectura psicofeudal resultaba extraña como dadora de significado,
además que se había convertido en su empeño de
explotar los andes, en un cruel proyecto de dominación política, que
asfixió durante tres siglos el progreso aurático de nuestros pueblos. Es el
hecho de que existió una hipócrita
convivencia señorial y racial entre las castas, que erosionaba su carácter
severo y discriminador, lo que permitió la retraducción y la comunicación
amical entre los estamentos culturales, y por consiguiente, adjudicó a la
estructura productiva una base sociocultural para reflejar esta interculturalidad
y cooperación productiva, en una
economía feudal dinámica que preparó el soporte material para una
estratificación social de pequeños productores. Como gran parte del
acomodamiento aburguesado de las elites republicanas aplastaron políticamente
la base dirigencial de esta economía en red, que no consiguió traducirse en un
primigenio capitalismo, es lógico suponer que en el antiguo régimen feudal si
existieron condiciones socioculturales para la siembra de una economía
intercultural más democrática, a pesar del fuerte racismo colonial y el
biopoder eurocéntrico que bloqueó este desarrollo[4].
No obstante, contarse durante toda la administración
colonial con una floreciente economía artesanal o popular, que sostenía a las
cortesanas castas aristocráticas del feudalismo ibérico, y que permitía la
reproducción de un Estado que regulaba convenidamente este socius caótico, la
verdad es que la preocupación central de las oligarquías regionales no
estribaba en generar embrionario desarrollo del Virreynato, sino someter las
formaciones sociales a un régimen de explotación y de saqueo material que
asegurara el predominio de España como potencia europea[5]. En ningún momento la revolución industrial inglesa, ni las ideas
laborales del puritanismo burgués, incidieron en la estructura iconoclasta y
reaccionaria de las dirigencias ibéricas, por lo que más su proyecto de
dominación consistía en drenar económicamente a las colonias, que su belicismo
conquistaba, y financiar posteriormente, la sobrevivencia fundamentalista de la
contrarreforma religiosa, ethos escolástico que infectaba e inmovilizaba el
espiritualismo democrático y empresarial que se empezaba a respirar con
inocencia en Europa[6].
Demás esta decir que cuando esa hegemonía monárquica
fue amenazada por la proliferación política de la ascendente burguesía europea,
y por las ideas seductoras del antropocentrismo racional ilustrado, se vio
obligada a promover un monopolio comercial con sus colonias, que sujetó y
arruino el desarrollo espontáneo de las economías latinoamericanas, todo por
tratar de interferir el comercialismo inglés, y su resplandeciente economía
manufacturera, y dar vida a una moribunda ideología eclesiástica que no pudo
evitar la creciente secularización y el individualismo político. Cuando en el siglo XVII en el Virreynato peruano
prácticamente se producía un mercado que era la despensa de Europa, y que
facilitó la acumulación originaria del capital, y como es sabido el
enriquecimiento político de la península ibérica, se producía hacia el s XVIII,
producto del debilitamiento económico de España y de su corrupción interna una
succión enfermiza de las formaciones coloniales con el objetivo de resistir la
crisis política. Esta medida proteccionista y anticuada de contener el germinal
capitalismo europeo y de, quizás Latinoamérica, desactivo y segregó los
mercados internos que había florecido en los andes, lo que deprimió la economía
de los estamentos, y reforzó la explotación de enclave y racial que soportaron
las masas campesinas. Esta exclusión étnico-cultural que ya venía
experimentando el campesinado de todos los estamentos sociales que se consideraban superiores, se profundizó
objetivamente cuando la estabilidad de la hacienda colonial descansó en el plusvalor
productivo que absorbían del campo y a los gremios artesanales de la
ciudad, lo que indispuso a las elites
curacales y a la masa campesina, que se decidieron a romper este esquema de
fuerzas dominante, con rebeliones y protestas formales que no hallaron eco en
las autoridades virreynales, pues esta embrionaria conciencia ciudadana era
incompatible con el Estado patrimonial que estaba infectado de feudalismo y de
regresión cultural[7].
A pesar que no puede decirse que existiera una
conciencia de sociedad civil en las postrimerías civilizatorias del Virreynato,
ni un individualismo secular afincado en una propiedad pequeño-burguesa, debido
a la resistencia de un estatus tradicional cortesano y de castas, si existían
transformaciones culturales y económicas en el diseño institucional colonial,
que clarificaban la fuerza incontenible de un proceso de Ilustración y de
laicización accidentada que había sido despertado por los procesos
revolucionarios de Francia y el despertar tecnológico-industrial de la
civilización anglosajona. Más allá de que el escolasticismo terrorista puedo
contener como cultura alternativa a la
sujeccionada y esclavizada sociedad andina, surgieron eventos internos de
formación separatista, sobre todo en las elites curacales que presionaban por
la conformación de un Estado que regulara y representara la diversidad cultural
y productiva de la colonia a fines del s. XVIII[8].
No obstante, existir una convivencia hipócrita y
limitada que ocultaba un mundo soterrado de transgresiones y desencuentros
afectivos, si se estaban gestando articulaciones simbólicas y fuerzas
organizativas que daban vida civilizada
e híbrida a la administración colonial, sobre todo en la constitución de
mercados internos y circuitos regionales, estimulados por la explotación minera y por el crecimiento embrionario de
biografías burguesas criollas y mestizas. De alguna manera la confluencia de
saberes y la comunicación intercultural que despertó el renacimiento subalterno
en las economías populares, al ser duramente coaccionada por el proteccionismo racista
de un Estado feudal y conservador, que subordinó a pesar de las reformas
borbónicas el impulso comercial y productivo a un parasitismo aristocrático, y
al mantenimiento de una corrupción interna, fue evaporado y desarticulado,
posteriormente por la hegemonía criollo-independentista que por medio del
milenarismo político y la ideología secular, comprometieron culturalmente a los
principales líderes indígenas y sociedades mestizas. El divorcio posterior
entre las matrices culturales populares y los esquemas eurocéntricos de
dominación republicana, se explica por
el agotamiento ideológico del proselitismo republicano, que al no
institucionalizar las promesas libertarias y ciudadanas que despertó el proceso
de independencia, se desnudó como un proyecto elitista y racista, que
desincentivo la emergencia de las identidades populares al reimponer una
producción retrógrada y parasitaria, que garantizó mediante la reclasificación
social la hegemonía de una clase rentista y ahistórica[9].
A diferencia de los procesos sociales europeos en donde la secularización
burguesa invitó a las fuerzas milenarias a participar en un proyecto de
esperanza y redención democrática, aquí en las colonias más conservadoras ese
proceso historicista fue contenido, aplastado y puesto al servicio de una idea
de cambio de dueños, sin alterar la estructura productiva[10].
No es para nada raro que un proyecto de separatismo político como fue la rebelión de
Túpac Amaru en la sierra sur, sufriera el repudio cultural de sectores
políticos que en un inicio apostaron por
esta alternativa emancipatoria, ya que al radicalizarse y llevar al extremo las ideas de autonomía
indígena, amenazara también los conciábulos criollos, que sólo querían
utilizarla y canalizarla para sus intereses políticos. Si esta sublevación
indígena fue aplastada fue porque recrudecieron con matices exclusivos los profundos
desencuentros culturales que la dominación colonial ayudo a edificar, pues una
revuelta libertaria que estimuló las ideas románticas de la Ilustración a través
de los curacazgos no podía germinar en una osada tentativa de barrer con el
cinismo y discriminación cultural que la
vida cotidiana llevaba infectada como una herida histórica. Todo el
republicanismo posterior a pesar de los esfuerzos caudillezcos por llevar el
Estado a un pueblo desangrado sin elites y sin historia, no fue más que una
moda literaria, o discusión exhibicionista de snobistas criollos , que no se
decidieron a implementarlo como forma de gobierno, ya que no se contaba con el
compromiso de cambios estratégicos que hubieran debilitado su posición, o que
hubieran permitido el reconocimiento político de identidades regionales e indígenas que su
chato desprecio étnico no podía concebir[11].
Por eso en gran parte la reestructuración territorial y económica de la
economía naciente no respondía a la necesidad de liberar mano de obra y
promover la libre empresa, sino a un proyecto de ahogar la ciudadanía y
bloquear la espontánea germinación de
sectores económicos que habían asimilado la matriz colonial, y se habían
sobrepuesto al conservadurismo económico. Todo el proceso inclusivo a medias
del pluralismo gubernamental de la colonia a fines del s XVIII fue desactivado
y obligado a retroceder debido al miedo
ontológico que se tenía a las masas indígenas y a las alternativas radicales,
que pronto al despejarse el camino de la autoridad española, padecieron el
chantaje histórico que justificaba el atraso económico y político de nuestras
tenues repúblicas liberales, y su tímida inserción en el sistema internacional
como sociedades periféricas[12].
El Estado
plural que la colonia si viabilizó a construir no suponía una amenaza para la
hegemonía feudal, ya que las instituciones ahistóricas de producción y
regulación social se enraizaron tan fielmente a las economía interculturales de
la producción indígena, que no fue difícil succionar y explotar a las
poblaciones indígenas y prácticamente
erradicarlas, sin que el sufrimiento y descontento de las sociedades indígenas
hicieran algo para desbaratar este régimen brutal de producción. Es la derrota
cosmológica de los pueblos indígenas y la ulterior simbiosis con el decadente y
despreciable mensaje teológico, lo que aceleraría la erosión de las multitudes
y su inmediata inserción en un sistema de dominación que los perseguía como una
raza inferior y atrofiada que evitaba el ascenso sublime de las encarnaciones
políticas como Dios o el Estado republicano[13].
A pesar que la inmanencia indígena hizo nobles esfuerzos para desembarazarse
socioculturalmente de los prejuicios biopolíticos que constituyeron una
sociedad fragmentada con filtros y fronteras interesadas e hipócritas, lo
cierto es que este doble discurso de aceptación y rechazo, interfirió duramente
la conformación de un contrato social, con una sociedad de ciudadanos
organizada, ya que se atrofio la elaboración de una cultura cívica. Es la
pervivencia de una estructura cultural colonial que atrofió y controló la
expresión democrática de la pluralidad peruana, la que obstaculizó el
desarrollo de un diseño político con representatividad social, lo que al final
complotó para excluir socialmente a los indígenas del edificio social y lo que
asoló ontológicamente una cultura andina, que tuvo que resistir desde la
alegoría y el sincretismo consolante, sin poder madurar en un sociedad
republicana.
La
promesa republicana y el Estado.
Para nadie es un secreto que la partida obligada de
las autoridades ibéricas del naciente edificio republicano, y las cruentas
guerras locales por el control de la región latinoamericana, dejaron sin la
necesaria estabilidad política para lograr pactos sociales que bloqueran las
pugnas internas y sentaran las bases jurídico-políticas para el despegue
económico social[14].
En forma elemental el Estado independiente no sólo estaba quebrado fiscalmente
por el financiamiento de las guerras de emancipación, sino que no contaba con
una racionalidad burocrática moderna con la cual hacer efectivo el progreso
institucional de la formación social, lo que en otras palabras, dejaba el
espacio libre para el surgimiento de caudillos y liderazgos autoritarios que
garantizaban en el gobierno de aristocracias cortesanas y escolásticas, la
refeudalización de la estructura productiva. Pero hay una razón más soterrada
que explica el escaso interés democrático que concitó el proyecto republicano
en las categorías populares: no es sino la
incompatibilidad sociocultural con un diseño político de libertades
civiles, que sirvió de pretexto para encapsular a las identidades campesinas en
enclaves latifundistas, lo que explica el poco compromiso que recabó el Estado
liberal de parte de una estructura social desmovilizada, carente de una cultura
secular en que depositar la expansión burocrática del Estado. Más allá de creer
que la masificación indígena no estaba preparada cognoscitivamente para la aventura idílica del contrato
social, porque era una raza degenerada y
embrutecida – como empezaron a creer los positivistas[15]-
, lo cierto es que la precariedad
soberana y gubernamental del Estado se sustentó como a lo largo de la
penetración capitalista, en el rechazo ontológico a un modelo de Estado y de
sociedad civil que comprimía el desarrollo heterogéneo de la vida andina, en
reduccionismos y enclaves culturales que atrapaban y combatían toda la rica
productividad intercultural de las economías populares. No es una exageración
conjeturar que el racionalismo asolapado y barroco de las viejas instituciones
oligarcas, funcionó como una camisa de fuerza ideológica que desestructuró como
peligrosas las arcaicas solidaridades indígenas, y sobre la base de este
engarrotamiento biopolítico edificó un palacio estilístico de glamour y
conservadurismo acriollado, que
construía sus biografías aristocráticas y elitistas ignorando por completo la
cruda realidad del Perú profundo, no queriendo ver que su eternidad feudal era
el motivo histórico-cultural que impedía la integración, y la concreción
ideológica de los postulados notables de su pedagogía liberal y civilizada[16].
Aún cuando los destinos de la hacienda estatal estaban
repletos de una orientación proteccionista en materia económica, que permitió
el control político de los enclaves productivos y de las clases rurales, pronto
la mejor recaudación fiscal, con ocasión
de la estabilidad política que brindó la expansión del civilismo, apostaron por modernizar sus puntos de vista
económicos, lo cual abrió las puertas para restaurar una economía
agroexportadora tecnificada que
complementó y fue producida por el período de bonanza económica que causó el
guano[17]. Es decir, las riquezas fiscales que ostentaba
la explotación desmesurada de este abono natural, fueron la base económica para
que surgiera una burguesía pujante que administró las destinos del país y que
facilitó desde entonces la lenta penetración de los capitales ingleses y, ulteriormente,
norteamericanos, en la estructura social, aún cuando el Estado oligárquico
mantuvo en la inacción productiva, por
mera vigilancia política a la mayor parte de la población del país que,
por consiguiente, no fue incluida en la manera como se construía una
formación socioeconómica dependiente y excluida de la formidable
industrialización burguesa que se ejecutaba en los centros europeos.
Soy de la creencia, sostenida en hechos históricos[18],
que este régimen de acumulación interno
era el mas apropiado a las preferencias culturales de la oligarquía, ya que
legitimaba la consolidación de una estructura caracterológica del poder que los
encumbraba como clase hegemónica, como modelo cultural criollo, aún a pesar que
la permanencia belicista de esta lógica de enclave bloqueaba la emergencia de
identidades productivas, y nuevas clases burguesas, que hubieran potenciado su
dominio, y los hubiera calificado como dirigencia nacional[19]. A excepción de las otras burguesías
latinoamericanas que relativamente rompieron con el tiempo con esta política de
enclave, a partir de las políticas desarrollistas dirigidas por una visión
nacionalista, la supuesta elite interna, postergó autoritariamente los cambios
estructurales que los vientos epocales traían con el propósito de atornillarse
en un poder aristocrático que no tenía opositores serios en la rala sociedad
civil peruana. Por una cuestión de seguridad estratégica, luego del debacle
bélico de guerra con Chile, las oligarquías internas se vieron presionadas a relanzar un sistema
productivo primario-exportador
coincidente con la cultura económica de ese entonces, para repeler
constructivamente los descontentos y movilizaciones populares que la
resistencia campesina hacia los chilenos trajo consigo. No obstante, saberse
políticamente que este renacimiento económico era potenciado por el elevado
precio de nuestros productos agrícolas, y por la coyuntura geopolítica de las
guerras mundiales, no se aprovechó este ciclo de crecimiento económico para
complejizar la producción, ya que la plutocracia parasitaria no contaba con una
visión empresarial, ni con un Estado lo suficientemente soberano del territorio
como para dirigir una diversificación productiva, que remplazara
paulatinamente a la anticuada formación
de enclave[20].
Es la obstinación elitista, pero más que eso la ausencia de una clase media
progresista que liberara a las fuerzas burguesas del control renuente de la
clase gamonal, lo que hizo que se
tardaran las grandes transformaciones del período de expansión, y lo que
provocó que no se tomaran las decisiones políticas ingerentes para romper con
una gramática del poder patrimonial, que posteriormente, calmada las mareas
populistas, validaría el retorno de una capa oligárquica más sofisticada y con
ambiciones mundializadas.
A pesar de mi escepticismo sociológico la falta de un
poder alternativo y progresista que emanara del pueblo, se explica no por el
carácter retrógrado de la formación sociohistórica, sino por la secreta alianza
reformista con una dominación sociocultural, que sirvió de referente psíquico
para la resistencia autoritaria del Estado oligarca, y de las clases populares
dependientes, que se desviaron hacia una forma sincrética y transgresora en la
cultura, cuya lógica evasora sirvió para legitimar un régimen de acumulación
que anarquizaron y desbordaron con los entramados migrantes y la pujante
informalidad económica[21].
Es en el momento en que el despertar del sindicalismo revolucionario y de los
movimientos campesinos y barriales animan a los sectores populares a
transformar la estructura productiva, que se concita la reapropiación
intercultural de las políticas de desarrollo por parte de las sociedades
populares, lo que dio paso a una inmanencia híbrida y constructiva que supo
readaptarse clandestinamente a la crisis cíclicas del capital, y que no
demostró mayor adhesión cultural al dogmatismo de izquierda que propugnaba un
cambio cualitativo. Es esta coincidencia simbólica con la dirección oligárquica
y gamonal la que arrebataría curiosamente
otra vez al pueblo una inteligencia dirigente en que depositar toda la
liberación modernista y revolucionaria, y crear nuevas instituciones seculares.
Es de alguna manera inesperada el descabezamiento dirigencial de las
localidades y pueblos diversos del país no se tradujo en la construcción
creativa de un patrón de acumulación vigoroso, sino en el retroceso a una vida
tradicional anárquica que rechazó como inadecuado la unidimensionalidad del
desarrollo, y se refugio en la desoperatividad caótica de las economías de
subsistencia y de solidaridad, como un modo de resistir el desorden populista.
En medio de un horizonte cultural más insospechado y ritualizado la energía que
logra liberar el desarrollismo, si bien eliminó el poder central de la
oligarquía, no consiguió, sin embargo, desactivar los constructos de sentido y
sistemas de representación biopolíticos o macroculturales, que se reforzaron
reticularmente ante los torbellinos de la modernización autoritaria[22].
No quisiera caer en los adjetivos pero creo objetivamente
que las grandes movilizaciones campesinas y sindicales, que se dejaron percibir
en los 60s y 70s, sólo buscaban violentar revanchistamente un patrón de poder
psicológico que los había humillado y ofendido como infrahombres, y que esto
explica, ulteriormente, la inmadurez para alcanzar el desarrollo
autosostenido, porque sólo fue un
historicismo impaciente. Si bien la oligarquía se diversificó e intentó
modernizar fugazmente al país, su hegemonía cultural hizo los arreglos
suficientes para desbaratar cognitivamente la industrialización, lo que preparó el terreno para su descarado regreso en medio
de democratizaciones liberales en todo el planeta, y ante el descontento de la
población.
Populismo
desarrollista y Estado.
La aventura ontológica que desplegó el desarrollismo
social en la región latinoamericana, fue dentro de la época de apogeo del
Estado providencia la más clara caracterización ideológica de un cambio o
ruptura con al dependencia económico-política de los centros económicos
avanzados[23].
En vez que el aparato institucional del Estado representara fielmente el
esquema político de fuerzas dominantes, y órgano de control férreo y
disciplinatorio de la sociedad movilizada, en este escenario de ruptura
política se configura una relación Estado-sociedad más estrecha y participativa
, que desalojó el estado de agentes privados tradicionales, y lo entregó a un
manejo popular y subalterno potenciado por un actor fáctico, como fueron los
militares reformistas y empresarios nacionales, que dieron la sensación de ser
el rostro capitalista de un patrón de acumulación claramente redistributivo y
homogeneizador. Si bien este intento
autárquico de romper con los vínculos dependientes del subdesarrollo aisló a la
sociedad peruana de una cuota importante de inversiones privadas, que fueron
subordinadas a un concepto social e intervencionista del mercado, la verdad es
que fue el intento más radical y a la
vez voluntarista de desactivar la cultura económica del enclave desde una
matriz industrial con fuerte participación empresarial del Estado[24];
es decir, una visión de nacionalismo metodológico que intentó generar un pacto
social de crecimiento y redistribución que involucrara asalariadamente al
grueso de la población y que alcanzara el desarrollo social autosostenido en un
escenario internacional de pugnas imperialistas. Sólo este progreso social
liberado de la cultura del enclave era posible si la sociedad organizada
confiaba o daba su consentimiento a un estado modernizador que consiguiera el
desarrollo socioeconómico a toda costa, y cediera el poder en un contexto
macroeconómico diferente a actores
liberales que consagraran su rentabilidad capitalista a un manejo
nacional y estructural de la economía.
Por diversas razones no se consiguió la sostenibilidad
del modelo, lo que permitió el retorno de los intereses privados del enclave,
sin poder romper con una matriz primario-exportadora que es la premisa objetiva
del atraso y de la interpenetración
violenta de los agentes privados. Enumeremos las causas principales:
- La no existencia de una burguesía autoconsciente
de su rol dirigencial e histórico, devino en el esfuerzo, ciertamente
prepotente de crearla bajo supervisión pública, y aunque en cierta manera
se consiguió comprometer a un reducido grupo de empresarios nacionales en
la aventura de consolidar el Estado, los oscuros intereses de la oligarquía relegada no
fueron ciertamente combatidos, por lo que poco a poco el gobierno
populista tuvo que ceder ante las presiones de la plutocracia, que
dirigieron sus esfuerzos a desmontar las estructuras jurídicas y políticas
del Estado desarrollista[25].
En cierta medida, la pervivencia de una mentalidad rentista y conservadora
por parte de la elite, fue el motivo que obligó a los actores democráticos
a deshacer el poder económico y a fundar una base material que sirviera de
premisa para el progreso cultural y
el bienestar ciudadano. Aún cuando la tendencia era refundar la república
bajo una orientación socialdemócrata avanzada, para inhibir el avance de
la violencia y de las corrientes revolucionarias, las elites repuestas en
sus cuarteles productivos hicieron todo lo posible para ahogar los
reclamos populares, desmantelar y arruinar al viejo Estado populista, sin
proponer mayor compromiso con las expectativas modernizadoras que el
desarrollismo ayudó a estimular. Es más bien el hecho de que su visión de
mundo era gamonalista y autoritaria lo que ha provocado la
desestabilización gubernamental, pues desde entonces ante el sistemático
desmantelamiento del Estado se ha regresado a la cómoda e involucionada
fórmula de ser una economía exportadora de recursos naturales, que sólo
entrega bienestar reducido, exclusión de todo tipo y pobreza en las zonas
periféricas a la economía centralista. No es como se dice el poco compromiso
de una sociedad desprotegida,
empobrecida y violentista lo que justifica los traspiés recesivos de la
infraestructura productiva, sino un más fino dispositivo conservador y
antidemocrático que ha bloqueado la complejización de la estructura
productiva, por instaurar una cultura de enclave sociocultural que
garantiza la hegemonía de las clases dominantes.
- Un segundo problema que minó la legitimidad del
autoritarismo populista fue la politización violentista de la izquierda
organizada[26].
En vez que nuestra vanguardia revolucionaria entendiera que los
movimientos campesinos y sindicales que se sucedieron en el territorio
nacional respondían a un profundo descontento con una estructura de poder
francamente abusiva y empobrecedora, y no a una búsqueda ciega y objetivista
de imponer un régimen socialista, incompatible con la solicitud implícita
de consolidar un capitalismo nacional, la izquierda peruana buscó
incesantemente romper la reglas de juego populistas presionando al
gobierno militar para alterar cualitativamente la sociedad bajo una coraza totalitaria
claramente eurocéntrica y doctrinaria. La politización radical que
inauguró el movimiento sindical y las facciones más insurgentes de la
policéntrica izquierda peruana, perseguían
desbordar políticamente al Estado velasquizta, que se debatió en desequilibrios macroeconómicos,
tachándolo de autoritario y fascistoide, y de esa manera recaudar validez
democrática para imponer la idea de que el socialismo estatocéntrico era
el sistema político que erradicaría la pobreza, la desigualdad y las demás
imperfecciones de un patrón de poder populista que no era sino otro rostro
del reformismo socialdemócrata. Al carecer de un realismo desencantado que
subordinara la imaginación dialéctica a una administración desideologizada
y descolonizada del poder, cayeron víctimas de un romanticismo estúpido e
incoherente con la naturaleza sacrificial e híbrida de nuestra sociedad,
lo que ha devenido en una regresión del marxismo interno, sin una pizca de
fantasía para leerlo desde nuestra especificidad histórico-cultural;
condición cultural que lo ha llevado a ser interpretado como una religión
sectaria y existencialista, incompatible con las grandes transformaciones
del perfil social, que lo delatan como un pastoral de la venganza
desesperada por imponer algo sublime y a la vez profundamente monstruoso.
No quisiera parecer sentencioso, pero es la regresión cultural del
marxismo interno un fuerte desarreglo ontológico que denota su poca
tolerancia al cambio complejo y global, intolerancia que no le permite
sacrificar ambiciones dictatoriales por un proyecto social realista del
Perú.
- Un tercer desencuentro del populismo estatal con
su objetivo, fue los severos desbalances macroeconómicos que sufrió el
país al tratar de romper y transformar el sistema productivo de la
oligarquía con los capitales externos. Si bien a través de reforma agraria
se canceló una clase gamonal que imponía el atraso y la pobreza al
campesinado, los criterios excesivamente humanitarios y radicales que
tejieron para entregar la tierra al campesinado, servil y humillado
históricamente, no obedecieron a una seria reestructuración conveniente de
la economía rural, pues el cooperativismo que se imponía como modelo de
desarrollo rural partió de un profundo desconocimiento del cambio cultural
que se venía operando en las subjetividades, y no era el mecanismo exacto
para conseguir la seguridad alimentaria y cubrir subsidiariamente a la
industrialización urbana[27].
A lo más que condujo el cooperativismo es liberar mano de obra excesiva
que migró y presionó económicamente sobre las ciudades, parceló
inconvenientemente la estructura rural al fracasar y disolverse las
cooperativas y proliferar el minifundio, y descabezó las estructuras de
autoridad ante la desaparición de las elites rurales a las que se opuso
políticamente el movimiento campesino en el que pareció aflorar una
dirigencia rural subalterna. Al no complementarse la autosuficiencia que
ofrecía supuestamente el campo a una ciudad donde el impulso modernizador
era canalizado por las políticas de industrialización, este fenómeno de
cambio cualitativo de la infraestructura cultural y organizativa de la
producción no logró cuajar en una efectiva superación de la economía de
enclave agrícola, minera y semindustrial que se esparció por el país. La
industrialización que se operó aceleradamente en una sociedad
descalificada cognoscitivamente para la práctica industrial a gran escala,
se convirtió en un sistema organizativo que reprodujo la cultura del
enclave que quería eliminar, no sólo por el excesivo centralismo
voluntarista que la caracterizó, sino, sobre todo, porque no sintonizó
creativamente con las potencialidades interculturales y las sabidurías
productivas de la economía peruana, lo que devino en un sistema improductivo
que derrochó los escasos recursos fiscales, y orientó negativamente las
inyecciones de capital que venían de afuera[28].
No fue un complot en contra de una buena idea lo que deshizo la ilusión
sostenible del desarrollo fáustico, sino la obstinación por mantener un
régimen industrial de enclave que no resolvió los traumas históricos de la
formación social, y que se rebeló con el tiempo, en un proyecto dialéctico
absurdo que violentó y estuvo al margen de estructura social, provocando
regresión, alzas inflacionarias y más descomposición social.
- Un último problema que no supo enfrentar el populismo desarrollista fue que su
dialéctica secularizadora no pudo construir una identidad nacional
homogénea, porque tal programa cultural de introducir racionalidad cívica
en la población, desconoció el carácter heterogéneo y sacrificial de las
identidades populares de la peruanidad, lo que se tradujo, ulteriormente,
en un rotundo divorcio de la cultura popular y el comienzo de una lógica
de la informalidad y autodesarrollo subalterno, que resistió
sincréticamente el carácter holista y totalizador del Estado[29].
Si bien el sistema educativo que inauguró la avalancha nacionalista
intentó desactivar la compleja gramática del biopoder criollo-gamonal que
había justificado una dominación aplastante y psicológica, durante siglos,
no consiguió secularizar la enorme e insospechada diversidad cultural,
porque este objetivo progresista se delató como un nuevo proyecto de
dominación social de la pluralidad colonizada. El desarrollismo primigenio
sustentó que la tradición debía ser desconectada de su apoyo democrático y
transferir las energías sociales a
un nuevo orden social moderno, donde el mandato generacional de mejorar y
salir de la pobreza recreara una
sociedad igualitaria y de bienestar pleno. Lo que no pudo sospechar
es que el radicalismo de las proposiciones racionales del desarrollo era
el motivo suficiente para que la subalternidad se divorciara de tal
narrativa laica y eligiera un camino soterrado de hibridación y mestizajes
rampantes, cuya manipulación demostró la supervivencia y redefinición
creativa de los referentes arcaicos en contextos urbanos y de progreso
global[30].
Creo que el efecto determinante que facilitó tal divorcio con la cultura
socialista del Estado es que las matrices culturales removidas tras la
disolución del régimen tradicional de poder, fueron influenciadas
mediáticamente por los medios masivos de comunicación, quienes articularon
a la diversidad cultural a referentes unificadores, pero indirectamente invitaron
a una realización del éxito individual, que hizo que estallara el
populismo económico, y se le arrebatara la legitimidad a un Estado
contrario a un pedido cultural de modernidad e individualismo. Eso es lo
que no se comprendió, que todo el proceso de liberación colectiva tanto en
el campo como en la ciudad, no buscaba la materialización de una utopía
socialista racional, sino que perseguía el derecho a las libertades
individuales y abrirse así a la modernidad híbrida y personalista, que
ahogó y desincentivó el proteccionismo económico y la sociedad cerrada[31].
Toda la expectativa colectivista que despertó, ulteriormente, el
desarrollismo sería violentamente cooptada por las dictaduras burocráticas
y el esquema democrático-liberal que trató de reformar la estructura
social, desmantelando todo el edificio populista, logrando el retorno
escandaloso de un individualismo criollo, incompatible con la supuesta
titularidad popular del poder político, a la cual iría lentamente
erosionando.
Mercado
y Estado.
Ya en pleno agotamiento del Estado providencia, más
por las presiones reconstituyentes del poder global – que internacionalizaría
los sistemas productivos y las decisiones económicas en manos de las
multinacionales- sino por crasos errores internos al no poder resquebrajar y
liquidar la herencia colonial, que se había redefinido y diversificado
estratégicamente, asistimos a una
parálisis política del Estado social y a un sistemático desmembramiento
de su identidad ontológica, lo que bloqueo y descompuso todas las identidades
subalternas y gremiales que dependían de la asistencia y capacitaciones
holísticas, y al ingreso de la subalternidad a un espacio de cruel adaptación
sociocultural y económica a un patrón de crecimiento impuesto desde afuera[32].
El debilitamiento de las solidaridades orgánicas ante el descabezamiento de la
autoridad rural y de las dirigencias sindicales, cuando se intentó disciplinar
policialmente el avance radical, condujo a que los grupos migrantes en plena
sociedad urbano-racional recrearan accidentadamente sus identidades
étnico-productivas, y se aferraran con creatividad a un elitismo democrático
que desafiaron y reinterpretaron híbridamente y con astucia, para ir
desbordando con demandas y mutaciones en el mundo del trabajo, una lógica mercantil
unilateral que se iría impregnando de nuestra civilidad subalterna[33].
A pesar de que el ajuste estructural y la reformas
neoliberales violentas destruyeron las capacidades productivas que se habían
desarrollado junto a la industrialización y los subsidios estatales, existió
una sorprendente capacidad de readaptación a la dictadura del mercado,
posesionada en las economías populares emergentes, que permitió paulatinamente
la asimilación cultural de la ideología de mercado. La descomposición moral y cultural
que padeció la estructura social luego del disciplinamiento represivo de los
movimientos organizados de la sociedad popular, validó el avance de un proceso
de culturización y fragmentación de las representaciones colectivas que desde
entonces dieron legitimidad social a un
protagonismo individual cínico, y aun discurso apolítico y autoritario
que evidenció un profundo descentramiento e interiorización de la dominación
política. Cuando la capacidad instalada del sistema productivo fue triturada
hasta volver a un matriz elemental que arrebató al cambio progresista una base
material para el despliegue de la cultura cívica, se ingresó en un escenario
estatal que se replegó de sus compromisos sociales, y sirvió desde entonces
como garantía militar y jurídica para la siembra de un discursivismo del
consumo y del embaucamiento mercantil, que mantuvo desde entonces en la
inmadurez psicosocial a las identidades que buscan acomodarse al orden caótico
y líquido.
En vez que el salto democratizador se haya convertido
en un acuerdo social de desarrollo socioeconómico explícito, se rebeló con el
tiempo en un discurso electorero de consentimiento político para dar vitalidad
a una pastoral del emprendimiento técnico y de la instrumentalización social, que ha erosionado lentamente esa
posibilidad propagandística de realización y felicidad cultural. Aunque valga
las verdades, todos somos de alguna manera somos víctimas del rezago y la
estigma social, la cruenta naturalización del abuso y de las asimetrías
sociales que se observan demuestran el empobrecimiento ontológico de una vida
que es una fabricación ideológica para mantenernos alejados de la integración y
el desarrollo nacional. No obstante, observarse una espectacular capacidad de
resistencia y de adaptación psicocultural a las maniobras caóticas del
capitalismo periférico, sigue existiendo una estructura de dominación criolla,
que se desterritorializa y que consigue perpetuarse como modelo o preferencia
de construcción de la identidad, aunque el desarraigo y la inautenticidad de
significados personales confirman el supuesto de que es una expectativa
bloqueada por un Estado de cosas que cancela racionalmente los frutos de la
sociabilidad. Aunque la inventiva de las biografías populares es imprevisible,
es su profundo reformismo y terquedad existencial para convivir con este
principio de realidad empobrecedor, lo que prueba la hipótesis de que la evasión e informalidad cultural que
caracterizan a las clases populares es síntoma de una creatividad anómica y
privatizada que reproduce el imaginario del egoísmo y de la frivolidad
cultural, que exhibían libremente las cultura oficiales.
Aunque exista la disconformidad política con un
contrato social que ahoga la expresión de la pluralidad nacional en una visión
abstracta y disfuncional del ciudadano nominal, esta heterogeneidad se las
arregla sabiamente para hacer ceder los prejuicios de clase e ingresar
segmentadamente a posiciones sociales de reconocimiento ciudadano, aún cuando
el camino de la cholificación modernista se haya divorciado de todo afán
democratizador y se haya convertido en un discurso que hace permisible la
penetración capitalista de la sociedad. El Estado a pesar de ser el ente
constitucional que debe proteger los intereses de la sociedad y negociar las
penetraciones holísticas de la
empresarialización, es desde el cancelamiento del desarrollismo subalterno un
órgano asaltado por los intereses de los grupos de poder económicos, que lo
utilizan para asegurar la proliferación de la explotación y de la subordinación
de la sociedad a un patrón de acumulación francamente segregante y autoritario.
Si bien existe cada cierto tiempo una búsqueda convenida de otorgar legitimidad
civil al orden democrático-representativo a través de las elecciones
democráticas, subsiste confiadamente un poder tecnocratizado que hegemoniza las
instituciones políticas de la sociedad para subyugarla y poner toda su
creatividad organizativa y laboral al servicio de una clase política
empresarial que se sirve del pueblo y lo gobierna dando énfasis a una legalidad
política que permite el saqueo de nuestros recursos naturales y el
confinamiento de nuestra mano de obra descalificada y profesional a un orden
biopolítico y trasnacional al que le conviene la desnacionalización de la
economía. A caso no sea esta una sociedad penetrada por la lógica cultural del
fetichismo de la mercancía totalmente, pero valga las verdades una
reorientación más flexibilizada y autoritaria del mercado como comportamiento
absoluto de electores racionales destruiría la sociedad y la expondría como
realidad atomizada a un mandato irracional de autoconservación que dejaría
intactas y florecientes los diseños institucionales del mercado y del Estado,
aún cuando la sociedad se desangre en banalidad y fugacidad pseudocultural.
Al acrecentarse estúpidamente la lógica del mercado,
que hace retroceder a la sociedad hacia el recreamiento de economías de la
solidaridad y la filantropía, y así asegurarse la fidelidad cultural al orden
autoritario, vemos como las desviaciones sociales y las conductas criminales
que amenazan los enclaves privados, son repelidos violentamente por un régimen
de excepción y sistemas de control simbólicos que desactivan toda conciencia
colectiva y democrática, desfigurando y corroyendo toda alternativa social, y
estigmatizándola como patología de rezagados y de seres esquizofrénicos. Ahí
donde el régimen mafioso del Fujimorismo desvinculó a la sociedad averiada de
todo afán educativo y transformador, asegurándose, con esto, el estallido de
las grandes narrativas de la modernización bienhechora, se asiste una y otra
vez a la reproducción de un biopoder complejo y adictivo, que mantiene en la
liquidez y desagregación total a la sociedad y al Estado, como premisa
necesaria para el despliegue de la sociedad del deseo y de la explotación
psicomediática, que apertura una selva de lenguajes sensoriales del poder,
donde sólo hay modelamiento y desfiguración de la estructura material de la
sociedad. No es una locura afirmar que el carácter de esta dominación criolla y
seductora se las arregla para hallar apoyo en la sociedad, porque esta no sólo se ha reapropiado
creativamente de la pastoral tecnocrática, sino
sobre todo, porque la existencia
tabú del poder oficial es el fundamento para el misterioso diferenciación de
las economías interculturales y la sobrevivencia soterrada de una civilización
arcaica y mitológica que le resbala el reduccionismo neoliberal del Estado
mínimo.
A nuestro cuerpo social en red, que ha sido el soporte
tecnocultural para amortiguar y erosionar la dominación de un Estado ilegítimo
e incompatible con la heterogeneidad estructural, si bien no le interesa
mayormente las exhibiciones de poder y de despilfarro público, que concitan las
oligarquías globalizadas si que le fastidia enormemente el desperdicio
civilizatorio del que es objeto nuestra diversidad sujeccionada, lo cual empuja
a las identidades variadas a restaurar discursos antiguos y tradicionales como
síntoma de pauperismo y degradación subjetiva que determina el destino de la personalidad.
Si bien existen propiedades emergentes en el seno de las sociedades populares
que hablan de una desactivación pronunciada de la cultura criolla, gran parte
de la pluralidad sociocultural es obligada a reproducir el orden objetivo que
fija valores mercantiles en oposición al anhelo vital de que tal enajenación
funcional del mundo administrado se revierta en recompensa y reconocimiento de
las diferencias. Yo soy de la tésis de que el actual clima de violencia
autoritaria y criminalidad que soportan las identidades populares al sobrevivir
, es causado por la adopción forzosa de la fórmula instrumental del cálculo y
el engaño economicista, que va cancelando y reprimiendo todos los sueños
ontológicos y hermenéuticos que la sociedad de consumo ayuda a despertar,
provocando una guerra silenciosa de símbolos y significados donde todos de
alguna manera conocemos la decepción y el desierto de la cultura. El mar
tecnológico de la sociedad compleja en donde todo lo vital esta predeterminado
y uno tiene que subirse a la locomotora del progreso desmadrado para siquiera
existir y actuar en la falsedad de la civilización, demuestra que nuestra
singular inventiva y mundo interior sólo es combustible del mundo globalizado,
quedando desoídas y aplastadas en el olvido todos los gritos y sufrimientos que
buscan un escape prometido en las instalaciones de la formalización social.
En suma: es tentador y polémico sostener que la
debilidad del Estado desarrollista al no representar idóneamente a las
primigenias y masificadas expresiones individuales que latían en el fragor de las migraciones modernizadoras y de
las economías populares, y la inconsecuencia del modelo de acumulación privado
y empresarial que se alejó y abandonó a las categorías populares a su suerte,
intentando introyectar un sistema de consumo relativista y fragmentador, con
que aguantar el anhelo de libertad concreta, han decidido absolutamente el
divorcio de la cultura real de un modelo de sociedad autoritario y despectivo,
configurándose la vida en la clandestinidad y el vacío más atroz Al parecer ni
colectivismo ni privatización eurocéntrica han sido la mejor premisa social
para la regulación de esta sociedad curiosa y sorprendente. Se hace necesario,
como desarrollaremos en el último acápite un sistema político en sintonía con
la idiosincrasia mimética de la cultura.
En el recorrido de este último acápite para
culminarlo, he buscado revisar la sugerente idea de que la democracia-
representativa si bien da salida objetiva al individuo empresario, y lo realiza
relativamente en el sistema fragmentario de consumo, termina, sin embargo, por
bloquear toda evolución social de la solidaridades orgánicas y productivas del
país por dar hegemonía a un Estado de excepción policiaco que nos sumerge en
reafirmación discursiva y atomizada de la razón neoliberal, que sólo le
conviene al desarrollo de la elites internas y las fuerzas particulares del
capital.
Desarrollo
local y Estado.
El centralismo oligarca que ha revestido la dinámica
administrativa del Estado sólo pudo surgir ahí donde se dio plenos poderes a
una formación de gobierno que quiso domesticar a las fuerzas plurales del país
succionando todo el plusvalor regionalista hacia un proyecto político
francamente exclusivo y elitista. No obstante, darse este tránsito embrionario
de una forma plural del Estado colonial a un esquema más monopólico y
centralista de entender la organización social, siempre existió la presencia de
poderes regionales que buscaban adherirse y articularse a las zonas de más
vanguardia cultural, reproduciendo una dependencia económico-política que el
sistema estamental posibilitaba. Creo
que es con la república y su concepción centralista y soberana de entender la
organización del Estado, que se empieza a conformar una entidad civilizada y
exclusiva de los poderes regionales que dio vitalidad a un programa elitista y
despreciativo de la identidades plurales, que empezó a desintegrar la unidad
económico política del país en entramados tradicionales, por conservar una idea
anticuada y discriminadora de que lo más desarrollado y noble se hallaba en la Lima aristocrática. Es esta
distinción dualista entre un Perú oficial acantonado de derechos y
prerrogativas notables, de liberales y conservadores criollos, y una gran
población indígena enclaustrada socialmente del Perú profundo, lo que justificó
la construcción desfigurada del Perú, que facilitó la penetración privada del
capital externo, y que además permitió que todos los frutos mezquinos del
desarrollo se quedaran estancados en el enclave costero por excelencia de Lima.
Actualmente ante el avance significativo de los polos
de desarrollo regionales, principalmente en las zonas urbanas y costeras del
país parece resquebrajarse parcialmente este orden jerárquico y disgregador del
centralismo, que ha concentrado históricamente el desarrollo y los flujos de
inversión del gran capital en enclaves cerrados, sin mayor intención de generar
mercados internos. Al obturarse relativamente el poder absorbente de la
formación social a la gran cantidad de recursos fiscales que se deja producto
de los impuestos y el canon minero, que impulsan el desarrollo de los mercados
regionales, se abre una utopía de cierta legitimidad descentralista al modelo
mercantil de crecimiento. Pero yo diría que no es sólo esta bonanza económica
causada por un más compacto integracionismo económico y político de las
identidades regionales, sino porque existe una disposición cultural capitalista
desde las culturas populares que se ha
reapropiado de las recetas liberales, en provecho de un marcado apogeo
de actividades comerciales y agroexportadoras en el entorno urbano. Es también
la pujante dinamización de las economías rurales, sobre todo de la pequeña
agricultura costera y capitalista, lo que
está estimulando el progreso material de los hogares, aunque con una marcada
presencia de referentes organizativos de enclaves tradicionales. No quisiera
ser aguafiestas en relación a la gran revolución capitalista que se percibe en
la franja costera, y no así en la sierra y en la región amazónica, pero es la
supervivencia resistente de una formación técnica y cultural de entender el
crecimiento lo que esta causando que la
mayoría de activos que generan nuestras principales actividades
productivas de bandera no produzcan un desarrollo homogéneo tan ansiado en
mentalidades de comerciantes, que hacen nobles esfuerzos microempresariales
para conectarse con este desarrollo exclusivo y sinceramente poco
redistributivo En tanto la diversifición de los enclaves económicos demuestren
la suficiente plasticidad legal y organizativa para condicionar un perfil
estructural sinceramente encarcelatorio de las mutaciones socioproductivas, no
se podrán producir las condiciones materiales suficientes para que las
transferencias políticas y jurídicas que se han desplegado en materia de
descentralización, consigan involucrar a las instituciones locales en un
paradigma solvente del desarrollo colectivo y en red.
A pesar de no darse las condiciones estructurales que
cita Castell y Borja[34]
para que las sociedades locales puedan negociar en términos beneficiosos la
penetración de los intereses trasnacionales, si están surgiendo una serie
rasgos internos en las identidades regionales que hablan a las claras, de un mayor involucramiento e
interdependencia social de los actores locales y las empresas privadas – bajo
las banderas de la responsabilidad social- en la generación de experiencias
focalizadas de modernización y progreso social. Veamos estos rasgos:
- En primera instancia, la cultura municipal de los
gobiernos regionales a pesar de reproducir los códigos clientelares y
corruptos del centralismo burocrático, está severamente fiscalizando, por
la presencia polarizada de los movimientos sociales, que ante el deterioro
de los partidos políticos tradicionales de raigambre nacional, exhiben
nuevas cuotas de participación democrática, aunque de modo arbitrario y
violentista. Es la delegación poco pensada de los poderes administrativos
y legales hacia las regiones, lo que ha revitalizado un movimientismo
político, como arguye Sinesio López[35],
en los escenarios locales, cuando las decisiones y los acuerdos políticos
en materia de concesiones mineras, petroleras y forestales afectan
severamente en teoría, al medio ambiente y a las economías rurales, por
tanto. Si bien existe una ideologización populista de estos actores
movilizados, existen, sin embargo, reclamos y peticiones muy concretas y
puntuales, en donde se solicita mas presencia del estado y de la
responsabilidad social de las empresas, reclamos inmediatos y específicos
que matizan la construcción de elites políticas regionales representativas
y conocedoras de las realidades locales.
- Un segundo rasgo que dinamiza las economías
regionales, es la adecuación paulatina de los sistemas educativos,
sobre todo de educación técnica-superior
a las demandas productivas del mercado laboral. Es un ejemplo digno de
estimar, que en las concentraciones urbanas cercanas a los asentamiento
mineros, se esta construyendo toda una red de institutos técnicos que
depositan profesionales medianamente calificados para explotación minera;
de forma secundaria se siembran carreras técnicas de compensación agrícola
y ganadera deacuerdo a las disposiciones culturales y tradiciones agrarias
que se hallan en estas regiones; no es lo mismo hallar estos sistemas
interculturales educativos en zonas más rurales y sin presencia del
Estado, como es la región
amazónica, donde el impacto de la educación a cargo de ONGs y del Estado
es mínimo y sólo consigue establecer una suerte de comunicación mercantil
con los agentes externos. En ciernes, para que exista una cultura
organizacional y un saber especializado acorde con la heterogeneidad
estructural de país, es preciso descentralizar el sistema educativo
público, condicionando la formación profesional y la cultura
administrativa a un compromiso de adhesión pública con el progreso
organizativo y cultural de las regiones. Además de un vínculo
ordinariamente gerencial se hace necesario formar elites locales que
permitan contar con la habilidad para negociar en los mejores términos con
el capital trasnacional.
- Así como en cierta forma se han transferido
competencias políticas y burocráticas con la finalidad de descargar de
demandas reivindicativas al gobierno central, no se ha conseguido, sin
embargo, un desconcentramiento de la estructura productiva nacional, cuyo
patrón de acumulación sigue siendo básicamente urbano y costero. Al no
existir una distribución geopolítica de los ordenamientos productivos, ni
una sana descolonización socioeconómica de las organizaciones sociales que
sustentan este patrón de acumulación centralista, se cae en el hecho de
que se mantiene bolsones de pobreza y sectores productivos en franco
deterioro e involución general, lo cual evidencia la escasa organicidad
del espacio soberano en relación a
un modelo de desarrollo en sintonía con las capacidades técnicas y
productivas de todo el territorio[36].
- Un último rasgo que obstaculiza la consolidación
armoniosa de todo el cuerpo socio territorial, es la manutención de
industrias culturales que frenan la expresión convergente de una identidad
nacional más o menos integrada. Es decir, en vez que el mensaje digital
divulgue descolonizadamente una imagen integral del país, lo que se
observa es la supremacía de una visión
acriollada de la publicidad autoritaria y de contenidos eurocéntricos, que
a lo único que conducen es a un reduccionismo monocultural del individuo,
y a una desintegración mercantilista de las solidaridades orgánicas del
territorio. Si bien existen resistencias culturales y un audaz acomodamiento
de tecnología del yo a la diversidad de identidades que existen en el
territorio, no deja de ser cierto que la monopolización elitista de la
estructura tecnológica de los medios de comunicación, habla del intento
conspiratorio de controlar la construcción social de la identidad. Ya de
por si el carácter conservador, acrítico y despolitizado de la cultura
oficial demuestra la reforma de la psicología individual ante el impacto
del mercado, donde cualquier intento disidente de transmitir contenido crítico
es desactivado por el protagonismo de sobrevivir y del saber privatizado.
El
Estado como estrategia reticular.
En última instancia, para alcanzar a diseñar e
implementar una visión del desarrollo social más en consonancia con las
profundas mutaciones socioculturales que se han venido experimentando en los
últimos años, es urgente liquidar la herencia colonial del centralismo cultural
estatal. Esto quiere decir, en otras palabras acabar de deconstruir los tejidos
autoritarios de un nacionalismo metodológico, que ha ocultado en la represión
presidencialista y delegativa a la enorme pluralidad de sujetos políticos que
existen en el territorio. La apuesta no es sólo refundar un sistema político de
democracia directa a varios niveles, que logre traducir efectivamente las
reivindicaciones progresistas del pueblo, postergado en el eufemismo de lo
estúpido, sino imponer un modelo de discusión político en la organización del
territorio que logre desactivar los hábitos apolíticos e insolidarios de la
cultura criolla consumista, y así involucrar a la población soberana en un
patrón de acumulación más cooperativo y democrático. Si bien la gramática
desterritorializada de lo criollo ha cedido espacios culturales con la
finalidad de legitimar seductoramente a la metafísica grotesca del individuo
reificado, no ha conseguido, sin embargo, dejar de ser una sintaxis del desencuentro y la discriminación
que valida culturalmente los signos históricos del atraso y la dominación oligárquica,
por lo que su pervivencia desautentifica y resta compromiso de la población con
la propuesta de devolverle autonomía y soberanía a la sociedad.
En la medida que el contrato social logre ser refundado sobre la base de
una concepción de la ciudadanía más plural y radicalizada, se podrá fiscalizar
y tal vez disolver la injerencia corrupta y representativa de la clase
política, que en vez de recoger y discutir las propuestas de la sociedad,
reproduce una herencia lobbysta y clientelar que da legitimidad a la
privatización asfixiante de la estructura socioproductiva del país[37].
Alterar el esquema del Estado para volverlo más participativo y receptivo a las
demandas y propuestas de la población
quiere decir desestructurar la institucionalidad aristocrática y parcializada
del gobierno, haciendo que el Estado sea la expresión convergente de las
múltiples subjetividades, y no un garante policíaco y represivo de los
intereses particulares del gran capital. Ahí donde el Estado representaba una
versión vampirezca y centralista del cuerpo social sitiado, o una visión
domesticadora de la variedad sociocultural del país, es necesario avanzar hacia
una concepción más inclusiva y autentificante del desarrollo cultural, no sólo
comprometiendo a la carne social con un esquema empresarializado y tecnocrático
que bloquea y paraliza la democratización étnico-cultural al final, sino sobre
todo consolidando una subjetividad reinterpretante de los complejos
biopolíticos del poder, una conciencia rebelde que nutra un Estado popular que
sea el resultado del constante control social y comunitarista de los actores
democráticos. Esta visión se impondrá si es que el Estado patrimonial es
desconectado y se transita afirmativamente hacia una concepción de convivencia
reticular y sistémica con los variopintos actores globales, regionales y locales, donde la entidad centralista se disuelve
descentralizadamente y se sumerge en la vida comunitaria de las localidades e
identidades[38].
Un Estado líquido quiere decir, aceptar como imposibles de restaurar las
visiones programáticas y racionales del Estado Leviatán, convirtiéndolo en un
actor coordinador de los mercados y de los procesos de hibridación
técnico-productiva, a varios niveles,
que viabilicen una concepción de la integración más contingente y en sintonía
con la heterogeneidad estructural del país. Sólo en este peligro del
desmembramiento político es donde reside la habilidad para emancipar a la
pluralidad cosificada, haciendo que la interacción de los circuitos regionales
y de los procesos multiculturales de articulación desemboquen en un organismo
sistémico que haya roto de una vez con la fragmentación geopolítica del
enclave.
Esto suena utópico, pero si no se toman las medidas
estructurales necesarias para erosionar esa mentalidad egocéntrica del enclave
criollo, y resaltar de una vez por todas, los esfuerzos culturales de una red
social que desactiva el fascismo del poder burgués y que pueda ser el
fundamento subjetivo para la expresión postmetafísica de una economía y sistema
político más democrático, no se conseguirá herir de muerte a un discurso
monocultural y cosificador que ha mantenido olvidado al ser arcaico de la
peruanidad destejida en los residuos triturados de los saberes sometidos y de
los vencidos.
Si deseamos no caer en las trampas eurocéntricas de la
dialéctica modernizante, ni en los poderes reinterpretantes de la
deconstrucción neoliberal, tenemos que construir un sistema social en sintonía
con los saberes y vivencias reticulares de la cultura andina, amazónica y
costera, desenterrando y desocultando la palabra inicial del misterioso e
insospechado paraje que es el Perú, volviéndolo un organismo social capaz de
leer y reapropiarse de los flujos caóticos y desestructurantes de la
globalización, a través de un esencial conocimiento arqueológico de una civilización
legendaria, golpeada y aplastada por las maquinaciones panópticas del discurso
criollo.
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