sábado, 1 de diciembre de 2018

Estado líquido y desarrollo.






Resumen:

En los límites de este escrito se defiende la idea de que la ilegitimidad del Estado, de la democracia y de todos los modelos de organización social que se han ensayado en el tiempo histórico de la nación se han rebelado como muros ontológicos de dominación y de explotación que han obstaculizado y coaccionado la legitima expresión de las identidades plurales del país. Si se desea avanzar, como dice la propuesta, hacia un estado social en consonancia con las sabidurías productivas y las capacidades de la formación cultural es necesario desactivar las versiones políticas criollas y monoculturales del desarrollo social, e imponer democráticamente una idea estratégica del progreso en red; un multiculturalismo radical que se enfrente  al fascismo y autoritarismo reticular de hoy entonces que garantiza el miedo y la sujeción al Estado neoliberal

Abstract:

Within the limits of this paper defends the idea that the illegitimacy of the state, democracy and all models of social organization that have been tested in historical time the nation has rebelled and ontological walls of domination and exploitation which have impeded and coerced the legitimate expression of plural identities in the country. If you want to move, says the proposal to a social status commensurate with the productive wisdom and skills of cultural training is necessary to disable the native policies and mono versions of social development, and impose a strategic idea of ​​democratic progress in network, a radical multiculturalism is opposite to fascism and authoritarianism today then gauze which ensures the fear and the imposition of neoliberal state

Palabras claves: Estado, modernización, cultura criolla, proceso histórico, desencuentro cultural, ilegitimidad del Estado, Colonia, República, democracia.

Estado y colonia:

Al interferirse violentamente la síntesis panandina que se orquestaba en la civilización incaica, es sencillo suponer que esta desintegración accidentada del edificio social incásico, facilitó  no sólo el proceso de dominación posterior, sino que además dejo en evidencia que el apogeo del Estado arcaico y alegórico estaba en proceso de reestructuración interna[1]; fenómeno que debeló el carácter heterogéneo de una realidad que el Tahuantinsuyo reguló precariamente desde un Estado colonizador, y que no supo contraer cuando el divisionismo bélico de la empresa invasora aprovechó para desmantelar al debilitado Estado incaico. Más allá de que el desmoronamiento de la civilización andina haya sido efecto de la inteligencia táctica del belicismo occidental – experto en colonizar culturas ontológicamente más ricas que la eurocéntrica- lo cierto es que algo concreto estaba aconteciendo en la estructura de mentalidades del mundo andino que permitió la amarga victoria de la civilización occidental; la putrefacción ideológica en la cual quedaría ahogada residualmente la vida aborigen, con toda su formalización explotadora y aculturación unilateral quedaría sellada por el reinado vil y decadente de la cultura feudal ibérica; por la imposición nihilista de una antiguo régimen, que posado parasitáriamente en la multitud originaria de las instituciones andinas, se las arreglaría para desangrar la vida productiva de los andes, con toda sus riquezas materiales que guarda hoy en día en sus entrañas telúricas[2].

La fuerza de la dominación colonial si bien confiaba en la humillación eclesiástica de la extirpación de idolatrías y en el belicismo del Estado virreynal para desactivar y someter la resistencia indígena, no pudo evitar, con el tiempo, el sincretismo idiosincrásico de la nobleza campesina y su irresistible mutación productiva, que daría vida a un desborde cultural y al resurgimiento hegemónico de una identidad alegórica, en pleno contexto de mercantilismo y discriminación colonial[3]. Digámoslo con otras palabras, si bien la fuerza de la dominación ibérica, descansó en transferir a las mentalidades populares una conciencia reactiva de su inferioridad e involución cultural, que legitimó y endulzó de individualismo eufórico a la conciencia curacal y a los agentes arcaicos, no es menos válido sostener que la complejidad cultural en pleno siglo barroco de escepticismo criollo y del despertar ilustrado, se reapropio de los presumidos saberes económicos del atrofiado virreynato, para reencantar circuitos económicos y mercados regionales abiertos, en la accidentada y variopinta geografía peruana. El Estado colonia si bien garantizaba policialmente la hegemonía de un patrón de acumulación que depredaba violentamente los andes, y subordinaba los sectores agrícolas a una sociedad de la subsistencia y del conservadurismo cultural, no logró tener presencia biopolítica en los saberes populares, porque esta arquitectura psicofeudal resultaba extraña como dadora de significado, además que se había convertido en su empeño de  explotar los andes, en un cruel proyecto de dominación política, que asfixió durante tres siglos el progreso aurático de nuestros pueblos. Es el hecho de que existió  una hipócrita convivencia señorial y racial entre las castas, que erosionaba su carácter severo y discriminador, lo que permitió la retraducción y la comunicación amical entre los estamentos culturales, y por consiguiente, adjudicó a la estructura productiva una base sociocultural para reflejar esta interculturalidad y cooperación productiva,  en una economía feudal dinámica que preparó el soporte material para una estratificación social de pequeños productores. Como gran parte del acomodamiento aburguesado de las elites republicanas aplastaron políticamente la base dirigencial de esta economía en red, que no consiguió traducirse en un primigenio capitalismo, es lógico suponer que en el antiguo régimen feudal si existieron condiciones socioculturales para la siembra de una economía intercultural más democrática, a pesar del fuerte racismo colonial y el biopoder eurocéntrico que bloqueó este desarrollo[4].

No obstante, contarse durante toda la administración colonial con una floreciente economía artesanal o popular, que sostenía a las cortesanas castas aristocráticas del feudalismo ibérico, y que permitía la reproducción de un Estado que regulaba convenidamente este socius caótico, la verdad es que la preocupación central de las oligarquías regionales no estribaba en generar embrionario desarrollo del Virreynato, sino someter las formaciones sociales a un régimen de explotación y de saqueo material que asegurara el predominio de España como potencia europea[5].  En ningún momento la  revolución industrial inglesa, ni las ideas laborales del puritanismo burgués, incidieron en la estructura iconoclasta y reaccionaria de las dirigencias ibéricas, por lo que más su proyecto de dominación consistía en drenar económicamente a las colonias, que su belicismo conquistaba, y financiar posteriormente, la sobrevivencia fundamentalista de la contrarreforma religiosa, ethos escolástico que infectaba e inmovilizaba el espiritualismo democrático y empresarial que se empezaba a respirar con inocencia en Europa[6].

Demás esta decir que cuando esa hegemonía monárquica fue amenazada por la proliferación política de la ascendente burguesía europea, y por las ideas seductoras del antropocentrismo racional ilustrado, se vio obligada a promover un monopolio comercial con sus colonias, que sujetó y arruino el desarrollo espontáneo de las economías latinoamericanas, todo por tratar de interferir el comercialismo inglés, y su resplandeciente economía manufacturera, y dar vida a una moribunda ideología eclesiástica que no pudo evitar la creciente secularización y el individualismo político. Cuando en  el siglo XVII en el Virreynato peruano prácticamente se producía un mercado que era la despensa de Europa, y que facilitó la acumulación originaria del capital, y como es sabido el enriquecimiento político de la península ibérica, se producía hacia el s XVIII, producto del debilitamiento económico de España y de su corrupción interna una succión enfermiza de las formaciones coloniales con el objetivo de resistir la crisis política. Esta medida proteccionista y anticuada de contener el germinal capitalismo europeo y de, quizás Latinoamérica, desactivo y segregó los mercados internos que había florecido en los andes, lo que deprimió la economía de los estamentos, y reforzó la explotación de enclave y racial que soportaron las masas campesinas. Esta exclusión étnico-cultural que ya venía experimentando el campesinado de todos los estamentos sociales que se  consideraban superiores, se profundizó objetivamente cuando la estabilidad de la hacienda colonial descansó en el plusvalor productivo que absorbían del campo y a los gremios artesanales de la ciudad,  lo que indispuso a las elites curacales y a la masa campesina, que se decidieron a romper este esquema de fuerzas dominante, con rebeliones y protestas formales que no hallaron eco en las autoridades virreynales, pues esta embrionaria conciencia ciudadana era incompatible con el Estado patrimonial que estaba infectado de feudalismo y de regresión cultural[7].

A pesar que no puede decirse que existiera una conciencia de sociedad civil en las postrimerías civilizatorias del Virreynato, ni un individualismo secular afincado en una propiedad pequeño-burguesa, debido a la resistencia de un estatus tradicional cortesano y de castas, si existían transformaciones culturales y económicas en el diseño institucional colonial, que clarificaban la fuerza incontenible de un proceso de Ilustración y de laicización accidentada que había sido despertado por los procesos revolucionarios de Francia y el despertar tecnológico-industrial de la civilización anglosajona. Más allá de que el escolasticismo terrorista puedo contener como cultura alternativa  a la sujeccionada y esclavizada sociedad andina, surgieron eventos internos de formación separatista, sobre todo en las elites curacales que presionaban por la conformación de un Estado que regulara y representara la diversidad cultural y productiva de la colonia a fines del s. XVIII[8]. 

No obstante, existir una convivencia hipócrita y limitada que ocultaba un mundo soterrado de transgresiones y desencuentros afectivos, si se estaban gestando articulaciones simbólicas y fuerzas organizativas que daban  vida civilizada e híbrida a la administración colonial, sobre todo en la constitución de mercados internos y circuitos regionales, estimulados por la explotación  minera y por el crecimiento embrionario de biografías burguesas criollas y mestizas. De alguna manera la confluencia de saberes y la comunicación intercultural que despertó el renacimiento subalterno en las economías populares, al ser duramente coaccionada por el proteccionismo racista de un Estado feudal y conservador, que subordinó a pesar de las reformas borbónicas el impulso comercial y productivo a un parasitismo aristocrático, y al mantenimiento de una corrupción interna, fue evaporado y desarticulado, posteriormente por la hegemonía criollo-independentista que por medio del milenarismo político y la ideología secular, comprometieron culturalmente a los principales líderes indígenas y sociedades mestizas. El divorcio posterior entre las matrices culturales populares y los esquemas eurocéntricos de dominación republicana, se  explica por el agotamiento ideológico del proselitismo republicano, que al no institucionalizar las promesas libertarias y ciudadanas que despertó el proceso de independencia, se desnudó como un proyecto elitista y racista, que desincentivo la emergencia de las identidades populares al reimponer una producción retrógrada y parasitaria, que garantizó mediante la reclasificación social la hegemonía de una clase rentista y ahistórica[9]. A diferencia de los procesos sociales europeos en donde la secularización burguesa invitó a las fuerzas milenarias a participar en un proyecto de esperanza y redención democrática, aquí en las colonias más conservadoras ese proceso historicista fue contenido, aplastado y puesto al servicio de una idea de cambio de dueños, sin alterar la estructura productiva[10].

No es para nada raro que un proyecto de  separatismo político como fue la rebelión de Túpac Amaru en la sierra sur, sufriera el repudio cultural de sectores políticos que en  un inicio apostaron por esta alternativa emancipatoria, ya que al radicalizarse  y llevar al extremo las ideas de autonomía indígena, amenazara también los conciábulos criollos, que sólo querían utilizarla y canalizarla para sus intereses políticos. Si esta sublevación indígena fue aplastada fue porque recrudecieron con  matices exclusivos los profundos desencuentros culturales que la dominación colonial ayudo a edificar, pues una revuelta libertaria que estimuló las ideas románticas de la Ilustración a través de los curacazgos no podía germinar en una osada tentativa de barrer con el cinismo  y discriminación cultural que la vida cotidiana llevaba infectada como una herida histórica. Todo el republicanismo posterior a pesar de los esfuerzos caudillezcos por llevar el Estado a un pueblo desangrado sin elites y sin historia, no fue más que una moda literaria, o discusión exhibicionista de snobistas criollos , que no se decidieron a implementarlo como forma de gobierno, ya que no se contaba con el compromiso de cambios estratégicos que hubieran debilitado su posición, o que hubieran permitido el reconocimiento político de  identidades regionales e indígenas que su chato desprecio étnico no podía concebir[11]. Por eso en gran parte la reestructuración territorial y económica de la economía naciente no respondía a la necesidad de liberar mano de obra y promover la libre empresa, sino a un proyecto de ahogar la ciudadanía y bloquear la espontánea germinación de  sectores económicos que habían asimilado la matriz colonial, y se habían sobrepuesto al conservadurismo económico. Todo el proceso inclusivo a medias del pluralismo gubernamental de la colonia a fines del s XVIII fue desactivado y obligado   a retroceder debido al miedo ontológico que se tenía a las masas indígenas y a las alternativas radicales, que pronto al despejarse el camino de la autoridad española, padecieron el chantaje histórico que justificaba el atraso económico y político de nuestras tenues repúblicas liberales, y su tímida inserción en el sistema internacional como sociedades periféricas[12].

El  Estado plural que la colonia si viabilizó a construir no suponía una amenaza para la hegemonía feudal, ya que las instituciones ahistóricas de producción y regulación social se enraizaron tan fielmente a las economía interculturales de la producción indígena, que no fue difícil succionar y explotar a las poblaciones indígenas y  prácticamente erradicarlas, sin que el sufrimiento y descontento de las sociedades indígenas hicieran algo para desbaratar este régimen brutal de producción. Es la derrota cosmológica de los pueblos indígenas y la ulterior simbiosis con el decadente y despreciable mensaje teológico, lo que aceleraría la erosión de las multitudes y su inmediata inserción en un sistema de dominación que los perseguía como una raza inferior y atrofiada que evitaba el ascenso sublime de las encarnaciones políticas como Dios o el Estado republicano[13]. A pesar que la inmanencia indígena hizo nobles esfuerzos para desembarazarse socioculturalmente de los prejuicios biopolíticos que constituyeron una sociedad fragmentada con filtros y fronteras interesadas e hipócritas, lo cierto es que este doble discurso de aceptación y rechazo, interfirió duramente la conformación de un contrato social, con una sociedad de ciudadanos organizada, ya que se atrofio la elaboración de una cultura cívica. Es la pervivencia de una estructura cultural colonial que atrofió y controló la expresión democrática de la pluralidad peruana, la que obstaculizó el desarrollo de un diseño político con representatividad social, lo que al final complotó para excluir socialmente a los indígenas del edificio social y lo que asoló ontológicamente una cultura andina, que tuvo que resistir desde la alegoría y el sincretismo consolante, sin poder madurar en un sociedad republicana.

La promesa republicana y el Estado.


Para nadie es un secreto que la partida obligada de las autoridades ibéricas del naciente edificio republicano, y las cruentas guerras locales por el control de la región latinoamericana, dejaron sin la necesaria estabilidad política para lograr pactos sociales que bloqueran las pugnas internas y sentaran las bases jurídico-políticas para el despegue económico social[14]. En forma elemental el Estado independiente no sólo estaba quebrado fiscalmente por el financiamiento de las guerras de emancipación, sino que no contaba con una racionalidad burocrática moderna con la cual hacer efectivo el progreso institucional de la formación social, lo que en otras palabras, dejaba el espacio libre para el surgimiento de caudillos y liderazgos autoritarios que garantizaban en el gobierno de aristocracias cortesanas y escolásticas, la refeudalización de la estructura productiva. Pero hay una razón más soterrada que explica el escaso interés democrático que concitó el proyecto republicano en las categorías populares: no es sino la  incompatibilidad sociocultural con un diseño político de libertades civiles, que sirvió de pretexto para encapsular a las identidades campesinas en enclaves latifundistas, lo que explica el poco compromiso que recabó el Estado liberal de parte de una estructura social desmovilizada, carente de una cultura secular en que depositar la expansión burocrática del Estado. Más allá de creer que la masificación indígena no estaba preparada cognoscitivamente  para la aventura idílica del contrato social,  porque era una raza degenerada y embrutecida – como empezaron a creer los positivistas[15]- ,  lo cierto es que la precariedad soberana y gubernamental del Estado se sustentó como a lo largo de la penetración capitalista, en el rechazo ontológico a un modelo de Estado y de sociedad civil que comprimía el desarrollo heterogéneo de la vida andina, en reduccionismos y enclaves culturales que atrapaban y combatían toda la rica productividad intercultural de las economías populares. No es una exageración conjeturar que el racionalismo asolapado y barroco de las viejas instituciones oligarcas, funcionó como una camisa de fuerza ideológica que desestructuró como peligrosas las arcaicas solidaridades indígenas, y sobre la base de este engarrotamiento biopolítico edificó un palacio estilístico de glamour y conservadurismo acriollado,  que construía sus biografías aristocráticas y elitistas ignorando por completo la cruda realidad del Perú profundo, no queriendo ver que su eternidad feudal era el motivo histórico-cultural que impedía la integración, y la concreción ideológica de los postulados notables de su pedagogía liberal y civilizada[16].

Aún cuando los destinos de la hacienda estatal estaban repletos de una orientación proteccionista en materia económica, que permitió el control político de los enclaves productivos y de las clases rurales, pronto la  mejor recaudación fiscal, con ocasión de la estabilidad política que brindó la expansión del  civilismo, apostaron  por modernizar sus puntos de vista económicos, lo cual abrió las puertas para restaurar una economía agroexportadora  tecnificada que complementó y fue producida por el período de bonanza económica que causó el guano[17].  Es decir, las riquezas fiscales que ostentaba la explotación desmesurada de este abono natural, fueron la base económica para que surgiera una burguesía pujante que administró las destinos del país y que facilitó desde entonces la lenta penetración de los capitales ingleses y, ulteriormente, norteamericanos, en la estructura social, aún cuando el Estado oligárquico mantuvo en la inacción productiva, por  mera vigilancia política a la mayor parte de la población del país  que,  por consiguiente, no fue incluida en la manera como se construía una formación socioeconómica dependiente y excluida de la formidable industrialización burguesa que se ejecutaba en los centros europeos.

Soy de la creencia, sostenida en hechos históricos[18], que  este régimen de acumulación interno era el mas apropiado a las preferencias culturales de la oligarquía, ya que legitimaba la consolidación de una estructura caracterológica del poder que los encumbraba como clase hegemónica, como modelo cultural criollo, aún a pesar que la permanencia belicista de esta lógica de enclave bloqueaba la emergencia de identidades productivas, y nuevas clases burguesas, que hubieran potenciado su dominio, y los hubiera calificado como dirigencia nacional[19].  A excepción de las otras burguesías latinoamericanas que relativamente rompieron con el tiempo con esta política de enclave, a partir de las políticas desarrollistas dirigidas por una visión nacionalista, la supuesta elite interna, postergó autoritariamente los cambios estructurales que los vientos epocales traían con el propósito de atornillarse en un poder aristocrático que no tenía opositores serios en la rala sociedad civil peruana. Por una cuestión de seguridad estratégica, luego del debacle bélico de guerra con Chile, las oligarquías internas se  vieron presionadas a relanzar un sistema productivo  primario-exportador coincidente con la cultura económica de ese entonces, para repeler constructivamente los descontentos y movilizaciones populares que la resistencia campesina hacia los chilenos trajo consigo. No obstante, saberse políticamente que este renacimiento económico era potenciado por el elevado precio de nuestros productos agrícolas, y por la coyuntura geopolítica de las guerras mundiales, no se aprovechó este ciclo de crecimiento económico para complejizar la producción, ya que la plutocracia parasitaria no contaba con una visión empresarial, ni con un Estado lo suficientemente soberano del territorio como para dirigir una diversificación productiva, que remplazara paulatinamente  a la anticuada formación de enclave[20]. Es la obstinación elitista, pero más que eso la ausencia de una clase media progresista que liberara a las fuerzas burguesas del control renuente de la clase gamonal,  lo que hizo que se tardaran las grandes transformaciones del período de expansión, y lo que provocó que no se tomaran las decisiones políticas ingerentes para romper con una gramática del poder patrimonial, que posteriormente, calmada las mareas populistas, validaría el retorno de una capa oligárquica más sofisticada y con ambiciones mundializadas.

A pesar de mi escepticismo sociológico la falta de un poder alternativo y progresista que emanara del pueblo, se explica no por el carácter retrógrado de la formación sociohistórica, sino por la secreta alianza reformista con una dominación sociocultural, que sirvió de referente psíquico para la resistencia autoritaria del Estado oligarca, y de las clases populares dependientes, que se desviaron hacia una forma sincrética y transgresora en la cultura, cuya lógica evasora sirvió para legitimar un régimen de acumulación que anarquizaron y desbordaron con los entramados migrantes y la pujante informalidad económica[21]. Es en el momento en que el despertar del sindicalismo revolucionario y de los movimientos campesinos y barriales animan a los sectores populares a transformar la estructura productiva, que se concita la reapropiación intercultural de las políticas de desarrollo por parte de las sociedades populares, lo que dio paso a una inmanencia híbrida y constructiva que supo readaptarse clandestinamente a la crisis cíclicas del capital, y que no demostró mayor adhesión cultural al dogmatismo de izquierda que propugnaba un cambio cualitativo. Es esta coincidencia simbólica con la dirección oligárquica y gamonal la que arrebataría curiosamente  otra vez al pueblo una inteligencia dirigente en que depositar toda la liberación modernista y revolucionaria, y crear nuevas instituciones seculares. Es de alguna manera inesperada el descabezamiento dirigencial de las localidades y pueblos diversos del país no se tradujo en la construcción creativa de un patrón de acumulación vigoroso, sino en el retroceso a una vida tradicional anárquica que rechazó como inadecuado la unidimensionalidad del desarrollo, y se refugio en la desoperatividad caótica de las economías de subsistencia y de solidaridad, como un modo de resistir el desorden populista. En medio de un horizonte cultural más insospechado y ritualizado la energía que logra liberar el desarrollismo, si bien eliminó el poder central de la oligarquía, no consiguió, sin embargo, desactivar los constructos de sentido y sistemas de representación biopolíticos o macroculturales, que se reforzaron reticularmente ante los torbellinos de la modernización autoritaria[22].

No quisiera caer en los adjetivos pero creo objetivamente que las grandes movilizaciones campesinas y sindicales, que se dejaron percibir en los 60s y 70s, sólo buscaban violentar revanchistamente un patrón de poder psicológico que los había humillado y ofendido como infrahombres, y que esto explica, ulteriormente, la inmadurez para alcanzar el desarrollo autosostenido,  porque sólo fue un historicismo impaciente. Si bien la oligarquía se diversificó e intentó modernizar fugazmente al país, su hegemonía cultural hizo los arreglos suficientes para desbaratar cognitivamente la industrialización,  lo que preparó  el terreno para su descarado regreso en medio de democratizaciones liberales en todo el planeta, y ante el descontento de la población.

Populismo desarrollista y Estado.

La aventura ontológica que desplegó el desarrollismo social en la región latinoamericana, fue dentro de la época de apogeo del Estado providencia la más clara caracterización ideológica de un cambio o ruptura con al dependencia económico-política de los centros económicos avanzados[23]. En vez que el aparato institucional del Estado representara fielmente el esquema político de fuerzas dominantes, y órgano de control férreo y disciplinatorio de la sociedad movilizada, en este escenario de ruptura política se configura una relación Estado-sociedad más estrecha y participativa , que desalojó el estado de agentes privados tradicionales, y lo entregó a un manejo popular y subalterno potenciado por un actor fáctico, como fueron los militares reformistas y empresarios nacionales, que dieron la sensación de ser el rostro capitalista de un patrón de acumulación claramente redistributivo y homogeneizador.  Si bien este intento autárquico de romper con los vínculos dependientes del subdesarrollo aisló a la sociedad peruana de una cuota importante de inversiones privadas, que fueron subordinadas a un concepto social e intervencionista del mercado, la verdad es que  fue el intento más radical y a la vez voluntarista de desactivar la cultura económica del enclave desde una matriz industrial con fuerte participación empresarial del Estado[24]; es decir, una visión de nacionalismo metodológico que intentó generar un pacto social de crecimiento y redistribución que involucrara asalariadamente al grueso de la población y que alcanzara el desarrollo social autosostenido en un escenario internacional de pugnas imperialistas. Sólo este progreso social liberado de la cultura del enclave era posible si la sociedad organizada confiaba o daba su consentimiento a un estado modernizador que consiguiera el desarrollo socioeconómico a toda costa, y cediera el poder en un contexto macroeconómico diferente a actores  liberales que consagraran su rentabilidad capitalista a un manejo nacional y  estructural de la economía.

Por diversas razones no se consiguió la sostenibilidad del modelo, lo que permitió el retorno de los intereses privados del enclave, sin poder romper con una matriz primario-exportadora que es la premisa objetiva del atraso y de la interpenetración  violenta de los agentes privados. Enumeremos las causas principales:

  1. La no existencia de una burguesía autoconsciente de su rol dirigencial e histórico, devino en el esfuerzo, ciertamente prepotente de crearla bajo supervisión pública, y aunque en cierta manera se consiguió comprometer a un reducido grupo de empresarios nacionales en la aventura de  consolidar  el Estado, los oscuros  intereses de la oligarquía relegada no fueron ciertamente combatidos, por lo que poco a poco el gobierno populista tuvo que ceder ante las presiones de la plutocracia, que dirigieron sus esfuerzos a desmontar las estructuras jurídicas y políticas del Estado desarrollista[25]. En cierta medida, la pervivencia de una mentalidad rentista y conservadora por parte de la elite, fue el motivo que obligó a los actores democráticos a deshacer el poder económico y a fundar una base material que sirviera de premisa  para el progreso cultural y el bienestar ciudadano. Aún cuando la tendencia era refundar la república bajo una orientación socialdemócrata avanzada, para inhibir el avance de la violencia y de las corrientes revolucionarias, las elites repuestas en sus cuarteles productivos hicieron todo lo posible para ahogar los reclamos populares, desmantelar y arruinar al viejo Estado populista, sin proponer mayor compromiso con las expectativas modernizadoras que el desarrollismo ayudó a estimular. Es más bien el hecho de que su visión de mundo era gamonalista y autoritaria lo que ha provocado la desestabilización gubernamental, pues desde entonces ante el sistemático desmantelamiento del Estado se ha regresado a la cómoda e involucionada fórmula de ser una economía exportadora de recursos naturales, que sólo entrega bienestar reducido, exclusión de todo tipo y pobreza en las zonas periféricas a la economía centralista. No es como se dice el poco compromiso de una sociedad  desprotegida, empobrecida y violentista lo que justifica los traspiés recesivos de la infraestructura productiva, sino un más fino dispositivo conservador y antidemocrático que ha bloqueado la complejización de la estructura productiva, por instaurar una cultura de enclave sociocultural que garantiza la hegemonía de las clases dominantes.
  2. Un segundo problema que minó la legitimidad del autoritarismo populista fue la politización violentista de la izquierda organizada[26]. En vez que nuestra vanguardia revolucionaria entendiera que los movimientos campesinos y sindicales que se sucedieron en el territorio nacional respondían a un profundo descontento con una estructura de poder francamente abusiva y empobrecedora, y no a una búsqueda ciega y objetivista de imponer un régimen socialista, incompatible con la solicitud implícita de consolidar un capitalismo nacional, la izquierda peruana buscó incesantemente romper la reglas de juego populistas presionando al gobierno militar para alterar cualitativamente la  sociedad bajo una coraza totalitaria claramente eurocéntrica y doctrinaria. La politización radical que inauguró el movimiento sindical y las facciones más insurgentes de la policéntrica izquierda peruana, perseguían  desbordar políticamente al Estado velasquizta, que se  debatió en  desequilibrios macroeconómicos, tachándolo de autoritario y fascistoide, y de esa manera recaudar validez democrática para imponer la idea de que el socialismo estatocéntrico era el sistema político que erradicaría la pobreza, la desigualdad y las demás imperfecciones de un patrón de poder populista que no era sino otro rostro del reformismo socialdemócrata. Al carecer de un realismo desencantado que subordinara la imaginación dialéctica a una administración desideologizada y descolonizada del poder, cayeron víctimas de un romanticismo estúpido e incoherente con la naturaleza sacrificial e híbrida de nuestra sociedad, lo que ha devenido en una regresión del marxismo interno, sin una pizca de fantasía para leerlo desde nuestra especificidad histórico-cultural; condición cultural que lo ha llevado a ser interpretado como una religión sectaria y existencialista, incompatible con las grandes transformaciones del perfil social, que lo delatan como un pastoral de la venganza desesperada por imponer algo sublime y a la vez profundamente monstruoso. No quisiera parecer sentencioso, pero es la regresión cultural del marxismo interno un fuerte desarreglo ontológico que denota su poca tolerancia al cambio complejo y global, intolerancia que no le permite sacrificar ambiciones dictatoriales por un proyecto social realista del Perú.
  3. Un tercer desencuentro del populismo estatal con su objetivo, fue los severos desbalances macroeconómicos que sufrió el país al tratar de romper y transformar el sistema productivo de la oligarquía con los capitales externos. Si bien a través de reforma agraria se canceló una clase gamonal que imponía el atraso y la pobreza al campesinado, los criterios excesivamente humanitarios y radicales que tejieron para entregar la tierra al campesinado, servil y humillado históricamente, no obedecieron a una seria reestructuración conveniente de la economía rural, pues el cooperativismo que se imponía como modelo de desarrollo rural partió de un profundo desconocimiento del cambio cultural que se venía operando en las subjetividades, y no era el mecanismo exacto para conseguir la seguridad alimentaria y cubrir subsidiariamente a la industrialización urbana[27]. A lo más que condujo el cooperativismo es liberar mano de obra excesiva que migró y presionó económicamente sobre las ciudades, parceló inconvenientemente la estructura rural al fracasar y disolverse las cooperativas y proliferar el minifundio, y descabezó las estructuras de autoridad ante la desaparición de las elites rurales a las que se opuso políticamente el movimiento campesino en el que pareció aflorar una dirigencia rural subalterna. Al no complementarse la autosuficiencia que ofrecía supuestamente el campo a una ciudad donde el impulso modernizador era canalizado por las políticas de industrialización, este fenómeno de cambio cualitativo de la infraestructura cultural y organizativa de la producción no logró cuajar en una efectiva superación de la economía de enclave agrícola, minera y semindustrial que se esparció por el país. La industrialización que se operó aceleradamente en una sociedad descalificada cognoscitivamente para la práctica industrial a gran escala, se convirtió en un sistema organizativo que reprodujo la cultura del enclave que quería eliminar, no sólo por el excesivo centralismo voluntarista que la caracterizó, sino, sobre todo, porque no sintonizó creativamente con las potencialidades interculturales y las sabidurías productivas de la economía peruana, lo que devino en un sistema improductivo que derrochó los escasos recursos fiscales, y orientó negativamente las inyecciones de capital que venían de afuera[28]. No fue un complot en contra de una buena idea lo que deshizo la ilusión sostenible del desarrollo fáustico, sino la obstinación por mantener un régimen industrial de enclave que no resolvió los traumas históricos de la formación social, y que se rebeló con el tiempo, en un proyecto dialéctico absurdo que violentó y estuvo al margen de estructura social, provocando regresión, alzas inflacionarias y más descomposición social.
  4. Un último problema que no supo enfrentar el  populismo desarrollista fue que su dialéctica secularizadora no pudo construir una identidad nacional homogénea, porque tal programa cultural de introducir racionalidad cívica en la población, desconoció el carácter heterogéneo y sacrificial de las identidades populares de la peruanidad, lo que se tradujo, ulteriormente, en un rotundo divorcio de la cultura popular y el comienzo de una lógica de la informalidad y autodesarrollo subalterno, que resistió sincréticamente el carácter holista y totalizador del Estado[29]. Si bien el sistema educativo que inauguró la avalancha nacionalista intentó desactivar la compleja gramática del biopoder criollo-gamonal que había justificado una dominación aplastante y psicológica, durante siglos, no consiguió secularizar la enorme e insospechada diversidad cultural, porque este objetivo progresista se delató como un nuevo proyecto de dominación social de la pluralidad colonizada. El desarrollismo primigenio sustentó que la tradición debía ser desconectada de su apoyo democrático y transferir las energías  sociales a un nuevo orden social moderno, donde el mandato generacional de mejorar y salir de la pobreza recreara una  sociedad igualitaria y de bienestar pleno. Lo que no pudo sospechar es que el radicalismo de las proposiciones racionales del desarrollo era el motivo suficiente para que la subalternidad se divorciara de tal narrativa laica y eligiera un camino soterrado de hibridación y mestizajes rampantes, cuya manipulación demostró la supervivencia y redefinición creativa de los referentes arcaicos en contextos urbanos y de progreso global[30]. Creo que el efecto determinante que facilitó tal divorcio con la cultura socialista del Estado es que las matrices culturales removidas tras la disolución del régimen tradicional de poder, fueron influenciadas mediáticamente por los medios masivos de comunicación, quienes articularon a la diversidad cultural a referentes unificadores, pero indirectamente invitaron a una realización del éxito individual, que hizo que estallara el populismo económico, y se le arrebatara la legitimidad a un Estado contrario a un pedido cultural de modernidad e individualismo. Eso es lo que no se comprendió, que todo el proceso de liberación colectiva tanto en el campo como en la ciudad, no buscaba la materialización de una utopía socialista racional, sino que perseguía el derecho a las libertades individuales y abrirse así a la modernidad híbrida y personalista, que ahogó y desincentivó el proteccionismo económico y la sociedad cerrada[31]. Toda la expectativa colectivista que despertó, ulteriormente, el desarrollismo sería violentamente cooptada por las dictaduras burocráticas y el esquema democrático-liberal que trató de reformar la estructura social, desmantelando todo el edificio populista, logrando el retorno escandaloso de un individualismo criollo, incompatible con la supuesta titularidad popular del poder político, a la cual iría lentamente erosionando.

Mercado y Estado.

Ya en pleno agotamiento del Estado providencia, más por las presiones reconstituyentes del poder global – que internacionalizaría los sistemas productivos y las decisiones económicas en manos de las multinacionales- sino por crasos errores internos al no poder resquebrajar y liquidar la herencia colonial, que se había redefinido y diversificado estratégicamente, asistimos a una  parálisis política del Estado social y a un sistemático desmembramiento de su identidad ontológica, lo que bloqueo y descompuso todas las identidades subalternas y gremiales que dependían de la asistencia y capacitaciones holísticas, y al ingreso de la subalternidad a un espacio de cruel adaptación sociocultural y económica a un patrón de crecimiento impuesto desde afuera[32]. El debilitamiento de las solidaridades orgánicas ante el descabezamiento de la autoridad rural y de las dirigencias sindicales, cuando se intentó disciplinar policialmente el avance radical, condujo a que los grupos migrantes en plena sociedad urbano-racional recrearan accidentadamente sus identidades étnico-productivas, y se aferraran con creatividad a un elitismo democrático que desafiaron y reinterpretaron híbridamente y con astucia, para ir desbordando con demandas y mutaciones en el mundo del trabajo, una lógica mercantil unilateral que se iría impregnando de nuestra civilidad subalterna[33].

A pesar de que el ajuste estructural y la reformas neoliberales violentas destruyeron las capacidades productivas que se habían desarrollado junto a la industrialización y los subsidios estatales, existió una sorprendente capacidad de readaptación a la dictadura del mercado, posesionada en las economías populares emergentes, que permitió paulatinamente la asimilación cultural de la ideología de mercado. La descomposición moral y cultural que padeció la estructura social luego del disciplinamiento represivo de los movimientos organizados de la sociedad popular, validó el avance de un proceso de culturización y fragmentación de las representaciones colectivas que desde entonces dieron legitimidad social a un  protagonismo individual cínico, y aun discurso apolítico y autoritario que evidenció un profundo descentramiento e interiorización de la dominación política. Cuando la capacidad instalada del sistema productivo fue triturada hasta volver a un matriz elemental que arrebató al cambio progresista una base material para el despliegue de la cultura cívica, se ingresó en un escenario estatal que se replegó de sus compromisos sociales, y sirvió desde entonces como garantía militar y jurídica para la siembra de un discursivismo del consumo y del embaucamiento mercantil, que mantuvo desde entonces en la inmadurez psicosocial a las identidades que buscan acomodarse al orden caótico y líquido.

En vez que el salto democratizador se haya convertido en un acuerdo social de desarrollo socioeconómico explícito, se rebeló con el tiempo en un discurso electorero de consentimiento político para dar vitalidad a una pastoral del emprendimiento técnico y de la instrumentalización  social, que ha erosionado lentamente esa posibilidad propagandística de realización y felicidad cultural. Aunque valga las verdades, todos somos de alguna manera somos víctimas del rezago y la estigma social, la cruenta naturalización del abuso y de las asimetrías sociales que se observan demuestran el empobrecimiento ontológico de una vida que es una fabricación ideológica para mantenernos alejados de la integración y el desarrollo nacional. No obstante, observarse una espectacular capacidad de resistencia y de adaptación psicocultural a las maniobras caóticas del capitalismo periférico, sigue existiendo una estructura de dominación criolla, que se desterritorializa y que consigue perpetuarse como modelo o preferencia de construcción de la identidad, aunque el desarraigo y la inautenticidad de significados personales confirman el supuesto de que es una expectativa bloqueada por un Estado de cosas que cancela racionalmente los frutos de la sociabilidad. Aunque la inventiva de las biografías populares es imprevisible, es su profundo reformismo y terquedad existencial para convivir con este principio de realidad empobrecedor, lo que prueba la hipótesis  de que la evasión e informalidad cultural que caracterizan a las clases populares es síntoma de una creatividad anómica y privatizada que reproduce el imaginario del egoísmo y de la frivolidad cultural, que exhibían libremente las cultura oficiales.

Aunque exista la disconformidad política con un contrato social que ahoga la expresión de la pluralidad nacional en una visión abstracta y disfuncional del ciudadano nominal, esta heterogeneidad se las arregla sabiamente para hacer ceder los prejuicios de clase e ingresar segmentadamente a posiciones sociales de reconocimiento ciudadano, aún cuando el camino de la cholificación modernista se haya divorciado de todo afán democratizador y se haya convertido en un discurso que hace permisible la penetración capitalista de la sociedad. El Estado a pesar de ser el ente constitucional que debe proteger los intereses de la sociedad y negociar las penetraciones  holísticas de la empresarialización, es desde el cancelamiento del desarrollismo subalterno un órgano asaltado por los intereses de los grupos de poder económicos, que lo utilizan para asegurar la proliferación de la explotación y de la subordinación de la sociedad a un patrón de acumulación francamente segregante y autoritario. Si bien existe cada cierto tiempo una búsqueda convenida de otorgar legitimidad civil al orden democrático-representativo a través de las elecciones democráticas, subsiste confiadamente un poder tecnocratizado que hegemoniza las instituciones políticas de la sociedad para subyugarla y poner toda su creatividad organizativa y laboral al servicio de una clase política empresarial que se sirve del pueblo y lo gobierna dando énfasis a una legalidad política que permite el saqueo de nuestros recursos naturales y el confinamiento de nuestra mano de obra descalificada y profesional a un orden biopolítico y trasnacional al que le conviene la desnacionalización de la economía. A caso no sea esta una sociedad penetrada por la lógica cultural del fetichismo de la mercancía totalmente, pero valga las verdades una reorientación más flexibilizada y autoritaria del mercado como comportamiento absoluto de electores racionales destruiría la sociedad y la expondría como realidad atomizada a un mandato irracional de autoconservación que dejaría intactas y florecientes los diseños institucionales del mercado y del Estado, aún cuando la sociedad se desangre en banalidad y fugacidad pseudocultural.

Al acrecentarse estúpidamente la lógica del mercado, que hace retroceder a la sociedad hacia el recreamiento de economías de la solidaridad y la filantropía, y así asegurarse la fidelidad cultural al orden autoritario, vemos como las desviaciones sociales y las conductas criminales que amenazan los enclaves privados, son repelidos violentamente por un régimen de excepción y sistemas de control simbólicos que desactivan toda conciencia colectiva y democrática, desfigurando y corroyendo toda alternativa social, y estigmatizándola como patología de rezagados y de seres esquizofrénicos. Ahí donde el régimen mafioso del Fujimorismo desvinculó a la sociedad averiada de todo afán educativo y transformador, asegurándose, con esto, el estallido de las grandes narrativas de la modernización bienhechora, se asiste una y otra vez a la reproducción de un biopoder complejo y adictivo, que mantiene en la liquidez y desagregación total a la sociedad y al Estado, como premisa necesaria para el despliegue de la sociedad del deseo y de la explotación psicomediática, que apertura una selva de lenguajes sensoriales del poder, donde sólo hay modelamiento y desfiguración de la estructura material de la sociedad. No es una locura afirmar que el carácter de esta dominación criolla y seductora se las arregla para hallar apoyo en la sociedad,  porque esta no sólo se ha reapropiado creativamente de la pastoral tecnocrática, sino  sobre todo,  porque la existencia tabú del poder oficial es el fundamento para el misterioso diferenciación de las economías interculturales y la sobrevivencia soterrada de una civilización arcaica y mitológica que le resbala el reduccionismo neoliberal del Estado mínimo.

A nuestro cuerpo social en red, que ha sido el soporte tecnocultural para amortiguar y erosionar la dominación de un Estado ilegítimo e incompatible con la heterogeneidad estructural, si bien no le interesa mayormente las exhibiciones de poder y de despilfarro público, que concitan las oligarquías globalizadas si que le fastidia enormemente el desperdicio civilizatorio del que es objeto nuestra diversidad sujeccionada, lo cual empuja a las identidades variadas a restaurar discursos antiguos y tradicionales como síntoma de pauperismo y degradación subjetiva que determina el destino de la personalidad. Si bien existen propiedades emergentes en el seno de las sociedades populares que hablan de una desactivación pronunciada de la cultura criolla, gran parte de la pluralidad sociocultural es obligada a reproducir el orden objetivo que fija valores mercantiles en oposición al anhelo vital de que tal enajenación funcional del mundo administrado se revierta en recompensa y reconocimiento de las diferencias. Yo soy de la tésis de que el actual clima de violencia autoritaria y criminalidad que soportan las identidades populares al sobrevivir , es causado por la adopción forzosa de la fórmula instrumental del cálculo y el engaño economicista, que va cancelando y reprimiendo todos los sueños ontológicos y hermenéuticos que la sociedad de consumo ayuda a despertar, provocando una guerra silenciosa de símbolos y significados donde todos de alguna manera conocemos la decepción y el desierto de la cultura. El mar tecnológico de la sociedad compleja en donde todo lo vital esta predeterminado y uno tiene que subirse a la locomotora del progreso desmadrado para siquiera existir y actuar en la falsedad de la civilización, demuestra que nuestra singular inventiva y mundo interior sólo es combustible del mundo globalizado, quedando desoídas y aplastadas en el olvido todos los gritos y sufrimientos que buscan un escape prometido en las instalaciones de la formalización social.

En suma: es tentador y polémico sostener que la debilidad del Estado desarrollista al no representar idóneamente a las primigenias y masificadas expresiones individuales que latían en el  fragor de las migraciones modernizadoras y de las economías populares, y la inconsecuencia del modelo de acumulación privado y empresarial que se alejó y abandonó a las categorías populares a su suerte, intentando introyectar un sistema de consumo relativista y fragmentador, con que aguantar el anhelo de libertad concreta, han decidido absolutamente el divorcio de la cultura real de un modelo de sociedad autoritario y despectivo, configurándose la vida en la clandestinidad y el vacío más atroz Al parecer ni colectivismo ni privatización eurocéntrica han sido la mejor premisa social para la regulación de esta sociedad curiosa y sorprendente. Se hace necesario, como desarrollaremos en el último acápite un sistema político en sintonía con la idiosincrasia mimética de la cultura.

En el recorrido de este último acápite para culminarlo, he buscado revisar la sugerente idea de que la democracia- representativa si bien da salida objetiva al individuo empresario, y lo realiza relativamente en el sistema fragmentario de consumo, termina, sin embargo, por bloquear toda evolución social de la solidaridades orgánicas y productivas del país por dar hegemonía a un Estado de excepción policiaco que nos sumerge en reafirmación discursiva y atomizada de la razón neoliberal, que sólo le conviene al desarrollo de la elites internas y las fuerzas particulares del capital.

Desarrollo local y Estado.

El centralismo oligarca que ha revestido la dinámica administrativa del Estado sólo pudo surgir ahí donde se dio plenos poderes a una formación de gobierno que quiso domesticar a las fuerzas plurales del país succionando todo el plusvalor regionalista hacia un proyecto político francamente exclusivo y elitista. No obstante, darse este tránsito embrionario de una forma plural del Estado colonial a un esquema más monopólico y centralista de entender la organización social, siempre existió la presencia de poderes regionales que buscaban adherirse y articularse a las zonas de más vanguardia cultural, reproduciendo una dependencia económico-política que el sistema  estamental posibilitaba. Creo que es con la república y su concepción centralista y soberana de entender la organización del Estado, que se empieza a conformar una entidad civilizada y exclusiva de los poderes regionales que dio vitalidad a un programa elitista y despreciativo de la identidades plurales, que empezó a desintegrar la unidad económico política del país en entramados tradicionales, por conservar una idea anticuada y discriminadora de que lo más desarrollado y noble se hallaba en la Lima aristocrática. Es esta distinción dualista entre un Perú oficial acantonado de derechos y prerrogativas notables, de liberales y conservadores criollos, y una gran población indígena enclaustrada socialmente del Perú profundo, lo que justificó la construcción desfigurada del Perú, que facilitó la penetración privada del capital externo, y que además permitió que todos los frutos mezquinos del desarrollo se quedaran estancados en el enclave costero por excelencia de Lima.

Actualmente ante el avance significativo de los polos de desarrollo regionales, principalmente en las zonas urbanas y costeras del país parece resquebrajarse parcialmente este orden jerárquico y disgregador del centralismo, que ha concentrado históricamente el desarrollo y los flujos de inversión del gran capital en enclaves cerrados, sin mayor intención de generar mercados internos. Al obturarse relativamente el poder absorbente de la formación social a la gran cantidad de recursos fiscales que se deja producto de los impuestos y el canon minero, que impulsan el desarrollo de los mercados regionales, se abre una utopía de cierta legitimidad descentralista al modelo mercantil de crecimiento. Pero yo diría que no es sólo esta bonanza económica causada por un más compacto integracionismo económico y político de las identidades regionales, sino porque existe una disposición cultural capitalista desde las culturas populares que se ha  reapropiado de las recetas liberales, en provecho de un marcado apogeo de actividades comerciales y agroexportadoras en el entorno urbano. Es también la pujante dinamización de las economías rurales, sobre todo de la pequeña agricultura costera y capitalista,  lo que está estimulando el progreso material de los hogares, aunque con una marcada presencia de referentes organizativos de enclaves tradicionales. No quisiera ser aguafiestas en relación a la gran revolución capitalista que se percibe en la franja costera, y no así en la sierra y en la región amazónica, pero es la supervivencia resistente de una formación técnica y cultural de entender el crecimiento lo que esta causando que la  mayoría de activos que generan nuestras principales actividades productivas de bandera no produzcan un desarrollo homogéneo tan ansiado en mentalidades de comerciantes, que hacen nobles esfuerzos microempresariales para conectarse con este desarrollo exclusivo y sinceramente poco redistributivo En tanto la diversifición de los enclaves económicos demuestren la suficiente plasticidad legal y organizativa para condicionar un perfil estructural sinceramente encarcelatorio de las mutaciones socioproductivas, no se podrán producir las condiciones materiales suficientes para que las transferencias políticas y jurídicas que se han desplegado en materia de descentralización, consigan involucrar a las instituciones locales en un paradigma solvente del desarrollo colectivo y en red.

A pesar de no darse las condiciones estructurales que cita Castell y Borja[34] para que las sociedades locales puedan negociar en términos beneficiosos la penetración de los intereses trasnacionales, si están surgiendo una serie rasgos internos en las identidades regionales que hablan  a las claras, de un mayor involucramiento e interdependencia social de los actores locales y las empresas privadas – bajo las banderas de la responsabilidad social- en la generación de experiencias focalizadas de modernización y progreso social. Veamos estos rasgos:

  1. En primera instancia, la cultura municipal de los gobiernos regionales a pesar de reproducir los códigos clientelares y corruptos del centralismo burocrático, está severamente fiscalizando, por la presencia polarizada de los movimientos sociales, que ante el deterioro de los partidos políticos tradicionales de raigambre nacional, exhiben nuevas cuotas de participación democrática, aunque de modo arbitrario y violentista. Es la delegación poco pensada de los poderes administrativos y legales hacia las regiones, lo que ha revitalizado un movimientismo político, como arguye Sinesio López[35], en los escenarios locales, cuando las decisiones y los acuerdos políticos en materia de concesiones mineras, petroleras y forestales afectan severamente en teoría, al medio ambiente y a las economías rurales, por tanto. Si bien existe una ideologización populista de estos actores movilizados, existen, sin embargo, reclamos y peticiones muy concretas y puntuales, en donde se solicita mas presencia del estado y de la responsabilidad social de las empresas, reclamos inmediatos y específicos que matizan la construcción de elites políticas regionales representativas y conocedoras de las realidades locales.
  2. Un segundo rasgo que dinamiza las economías regionales, es la adecuación paulatina de los sistemas educativos, sobre  todo de educación técnica-superior a las demandas productivas del mercado laboral. Es un ejemplo digno de estimar, que en las concentraciones urbanas cercanas a los asentamiento mineros, se esta construyendo toda una red de institutos técnicos que depositan profesionales medianamente calificados para explotación minera; de forma secundaria se siembran carreras técnicas de compensación agrícola y ganadera deacuerdo a las disposiciones culturales y tradiciones agrarias que se hallan en estas regiones; no es lo mismo hallar estos sistemas interculturales educativos en zonas más rurales y sin presencia del Estado, como es la  región amazónica, donde el impacto de la educación a cargo de ONGs y del Estado es mínimo y sólo consigue establecer una suerte de comunicación mercantil con los agentes externos. En ciernes, para que exista una cultura organizacional y un saber especializado acorde con la heterogeneidad estructural de país, es preciso descentralizar el sistema educativo público, condicionando la formación profesional y la cultura administrativa a un compromiso de adhesión pública con el progreso organizativo y cultural de las regiones. Además de un vínculo ordinariamente gerencial se hace necesario formar elites locales que permitan contar con la habilidad para negociar en los mejores términos con el capital trasnacional.
  3. Así como en cierta forma se han transferido competencias políticas y burocráticas con la finalidad de descargar de demandas reivindicativas al gobierno central, no se ha conseguido, sin embargo, un desconcentramiento de la estructura productiva nacional, cuyo patrón de acumulación sigue siendo básicamente urbano y costero. Al no existir una distribución geopolítica de los ordenamientos productivos, ni una sana descolonización socioeconómica de las organizaciones sociales que sustentan este patrón de acumulación centralista, se cae en el hecho de que se mantiene bolsones de pobreza y sectores productivos en franco deterioro e involución general, lo cual evidencia la escasa organicidad del espacio soberano en  relación a un modelo de desarrollo en sintonía con las capacidades técnicas y productivas de todo el territorio[36].
  4. Un último rasgo que obstaculiza la consolidación armoniosa de todo el cuerpo socio territorial, es la manutención de industrias culturales que frenan la expresión convergente de una identidad nacional más o menos integrada. Es decir, en vez que el mensaje digital divulgue descolonizadamente una imagen integral del país, lo que se observa es  la supremacía de una visión acriollada de la publicidad autoritaria y de contenidos eurocéntricos, que a lo único que conducen es a un reduccionismo monocultural del individuo, y a una desintegración mercantilista de las solidaridades orgánicas del territorio. Si bien existen resistencias culturales y un audaz acomodamiento de tecnología del yo a la diversidad de identidades que existen en el territorio, no deja de ser cierto que la monopolización elitista de la estructura tecnológica de los medios de comunicación, habla del intento conspiratorio de controlar la construcción social de la identidad. Ya de por si el carácter conservador, acrítico y despolitizado de la cultura oficial demuestra la reforma de la psicología individual ante el impacto del mercado, donde cualquier intento disidente de transmitir contenido crítico es desactivado por el protagonismo de sobrevivir y del saber privatizado.

El Estado como estrategia reticular.

En última instancia, para alcanzar a diseñar e implementar una visión del desarrollo social más en consonancia con las profundas mutaciones socioculturales que se han venido experimentando en los últimos años, es urgente liquidar la herencia colonial del centralismo cultural estatal. Esto quiere decir, en otras palabras acabar de deconstruir los tejidos autoritarios de un nacionalismo metodológico, que ha ocultado en la represión presidencialista y delegativa a la enorme pluralidad de sujetos políticos que existen en el territorio. La apuesta no es sólo refundar un sistema político de democracia directa a varios niveles, que logre traducir efectivamente las reivindicaciones progresistas del pueblo, postergado en el eufemismo de lo estúpido, sino imponer un modelo de discusión político en la organización del territorio que logre desactivar los hábitos apolíticos e insolidarios de la cultura criolla consumista, y así involucrar a la población soberana en un patrón de acumulación más cooperativo y democrático. Si bien la gramática desterritorializada de lo criollo ha cedido espacios culturales con la finalidad de legitimar seductoramente a la metafísica grotesca del individuo reificado, no ha conseguido, sin embargo, dejar de ser una  sintaxis del desencuentro y la discriminación que valida culturalmente los signos históricos del atraso y la dominación oligárquica, por lo que su pervivencia desautentifica y resta compromiso de la población con la propuesta de devolverle autonomía y soberanía a la sociedad.

En la medida que el contrato  social logre ser refundado sobre la base de una concepción de la ciudadanía más plural y radicalizada, se podrá fiscalizar y tal vez disolver la injerencia corrupta y representativa de la clase política, que en vez de recoger y discutir las propuestas de la sociedad, reproduce una herencia lobbysta y clientelar que da legitimidad a la privatización asfixiante de la estructura socioproductiva del país[37]. Alterar el esquema del Estado para volverlo más participativo y receptivo a las demandas y propuestas de la  población quiere decir desestructurar la institucionalidad aristocrática y parcializada del gobierno, haciendo que el Estado sea la expresión convergente de las múltiples subjetividades, y no un garante policíaco y represivo de los intereses particulares del gran capital. Ahí donde el Estado representaba una versión vampirezca y centralista del cuerpo social sitiado, o una visión domesticadora de la variedad sociocultural del país, es necesario avanzar hacia una concepción más inclusiva y autentificante del desarrollo cultural, no sólo comprometiendo a la carne social con un esquema empresarializado y tecnocrático que bloquea y paraliza la democratización étnico-cultural al final, sino sobre todo consolidando una subjetividad reinterpretante de los complejos biopolíticos del poder, una conciencia rebelde que nutra un Estado popular que sea el resultado del constante control social y comunitarista de los actores democráticos. Esta visión se impondrá si es que el Estado patrimonial es desconectado y se transita afirmativamente hacia una concepción de convivencia reticular y sistémica con los variopintos actores  globales, regionales y locales, donde  la entidad centralista se disuelve descentralizadamente y se sumerge en la vida comunitaria de las localidades e identidades[38]. Un Estado líquido quiere decir, aceptar como imposibles de restaurar las visiones programáticas y racionales del Estado Leviatán, convirtiéndolo en un actor coordinador de los mercados y de los procesos de hibridación técnico-productiva,  a varios niveles, que viabilicen una concepción de la integración más contingente y en sintonía con la heterogeneidad estructural del país. Sólo en este peligro del desmembramiento político es donde reside la habilidad para emancipar a la pluralidad cosificada, haciendo que la interacción de los circuitos regionales y de los procesos multiculturales de articulación desemboquen en un organismo sistémico que haya roto de una vez con la fragmentación geopolítica del enclave.

Esto suena utópico, pero si no se toman las medidas estructurales necesarias para erosionar esa mentalidad egocéntrica del enclave criollo, y resaltar de una vez por todas, los esfuerzos culturales de una red social que desactiva el fascismo del poder burgués y que pueda ser el fundamento subjetivo para la expresión postmetafísica de una economía y sistema político más democrático, no se conseguirá herir de muerte a un discurso monocultural y cosificador que ha mantenido olvidado al ser arcaico de la peruanidad destejida en los residuos triturados de los saberes sometidos y de los vencidos.

Si deseamos no caer en las trampas eurocéntricas de la dialéctica modernizante, ni en los poderes reinterpretantes de la deconstrucción neoliberal, tenemos que construir un sistema social en sintonía con los saberes y vivencias reticulares de la cultura andina, amazónica y costera, desenterrando y desocultando la palabra inicial del misterioso e insospechado paraje que es el Perú, volviéndolo un organismo social capaz de leer y reapropiarse de los flujos caóticos y desestructurantes de la globalización, a través de un esencial conocimiento arqueológico de una civilización legendaria, golpeada y aplastada por las maquinaciones panópticas del discurso criollo.


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[5] EDWARDS Sebastián. Populismo o mercados.
[6] MARIÁTEGUI José Carlos
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[10] MARIÁTEGUI José Carlos
[12] CARDOSO Y FALLETO.
[17] KLAREN Peter.
[21] MATOS MAR José
[22] VICH Víctor.
[23] COTLER Julio.
[26] FRANCO Carlos.
[28] ALTHAUS Jaime.
[33] DEGREGORI Carlos Iván
[36] CASTELL Manuel  BORJA Jordi. Local y global
[37] DAMMERT  Manuel.
[38] DUSSEL

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