Lógica del resentimiento. Basamentos psicológicos de la izquierda actual.
Una
definición preliminar:
Contrariamente a lo que piensa la teoría liberal del
resentimiento subalterno este no es ocasionado por la gigantesca envidia que
los sectores empobrecidos le tienen a los que sudan la gota gorda por superarse
en este mundo subdesarrollado, sino en la absurda decisión a la que se ven
arrastrados las individualidades pauperizadas por justificar su atraso y
domesticación objetiva, cuando la falta de condiciones sociales y de
oportunidades económicas los empujan al fracaso y a la frustración social, aún
sin merecerlas. No es la falta de canales plausibles lo que decide la
realización o no del éxito individual, no es la ausencia de coyunturas objetivas
lo que estrangula la iniciativa empresarial, sino la inmadurez cognoscitiva de
los sometidos lo que condiciona la precariedad para politizar la biografía y la
subjetividad individual, ocasionada porque nuestros marcos sociales primarios
(familia y sistema educativo) se hallan faltos de condiciones para moldear
subjetividades tolerantes y capaces en los primeros años de una cultura
infantil francamente desprotegida y naturalizada. Y es también la continuación reacia de una cosmovisión
golpeada por la falta de historia la que empuja a las identidades a heredar ya
accidentadamente la inautenticidad de lo que somos, y el miedo a ser devorados por las obligaciones
del mañana. La persistencia de una vida cosmológica que convive con la muerte
sistémica, compele a esta a retirarse hacia las ideologías del mutismo y de la
impavidez mental, como un recurso para huir de la competencia lingüística y
cosmopolita que sólo nos demuestra lo rezagadas que se hallan nuestras
identidades para vivir hermanadamente en esta falsa universalidad.
Mientras que la sociedad pierde cimientos
estructurales para compensar la inevitable culturalización de las identidades
colectivas la constitución de la personalidad no tiende a reposar en los
recursos psicológicos y destrezas subjetivas que la protección familiar puede
ofrecer- en cierta manera esta representa una institución que reprime y ahoga
la potenciación individual- sino en la temprana conformación de una
singularidad capaz de flexibilizar y leer correctamente el caos cultural para
no quedar atrapada en rumbos estáticos y en ideologías dogmáticas que cohíban
el desarrollo de la vida social, cuando esta no cuenta con una base material
con la cual amortiguar la globalización de los procesos sociales. Para decirlo
con palabras precisas: el atrincheramiento de la identidad individual no es
sólo producto de la incapacidad que evidencia la singularidad periférica para
adecuarse al ritmo convulsionado y caótico del mercado, lo cual implica que uno
para sobrevivir y triunfar su autocosifique y cosifique al otro, lo que produce
un repliegue de la individualidad para guarecerse, sino además en la
monopolización despiadada de los recursos y habilidades en élites
especializadas y tecnocráticas que van despojando paulatinamente a las mayorías
de toda oportunidad para elegir un rumbo propio y originario que no signifique
un desligamiento cultural de la procedencia biográfica.
En términos sociológicos el resentimiento individual
no procede de la estupidez natural de la subjetividad popular que le impone
desarrollar una elasticidad ideológica adecuada, sino de la imposición de una
metodología de la elección racional individual que obliga al sujeto subalterno
a desconocer y distorsionar el entorno cultural donde se autoconforma, por
celebrar y rendir culto a una metafísica del poder individual que basa la
felicidad del individuo en la autodomesticación funcional a la complejidad
organizada. Cuanto más la estandarización socioproductiva provoca una
diferenciación de las identidades culturales, como un correlato
superestructural que sirve para contener inconscientemente el avance de la
racionalidad instrumental, tanto más en el individuo replegado sobre su
existencia empobrecida crece un odio maquinal hacia el sistema capitalista,
pues este le obliga a ir dejando y postergando en su trayectoria biográfica
todos los deseos íntimos que la dominación capitalista irónicamente despierta
en la conciencia individual, y por lo tanto, no lo deja completarse
cosmológicamente. Es decir, a mayor cosmopolitismo, mayor resentimiento
material, como una reacción natural de defensa de los organismos para crearse
una atmósfera de resistencia psicológica que sirva para automentirse y no ser
mutilados por la entropía mercantil.
Los argumentos que he ido presentando hasta aquí han
ido desarrollando una visión eminentemente sociológica del surgimiento de
resentimiento cultural. Para nada he querido justificar la falta de esfuerzo
objetivo que se evidencia en las clases populares de este lado de la periferia
capitalista, cuando estas deciden hundirse en los vicios y en la ahistoricidad
de la sensualidad, y por lo tanto, deciden distanciarse de todo compromiso con
la totalidad. Sólo he querido presentar un relato algo coherente de lo que
sucede cuando la aceleración excesiva de los signos económicos va dejando atrás
la carne social colectiva, obligando al abandono de las promesas generales y al
desarrollo de una subjetividad que se muestra competente para sobrevivir, pero
que por añoranza de certeza cultural se repliega sobre la restauración de
símbolos ideológicos tradicionales que no expone como recursos de adaptación
psicosocial. En la medida que los reservorios éticos-tradicionales son
succionados por el proceso de secularización intrínseco éstos se ven obligados
a almacenar y a declarar intransferibles sus saberes específicos como una
estrategia que les otorga reconocimiento
pero que irónicamente los va despojando de oportunidades vitales para leer
apropiadamente la exclusión sociocultural en la que son arrojados. Es decir, la
intransigencia para ceder conocimiento y para transportarlo por las
instalaciones de la globalización socioeconómica es una decisión de resistir
obstinadamente en los fundamentos embrionarios de la civilización, aún sabiendo
objetivamente que tal preferencia conduce a largo plazo a la bancarrota
individual y colectiva.
Es la coraza de organismos que han aprendido a mutar
lingüísticamente a través de relaciones reticulares que se imponen
negativamente para asfixiar la iniciativa individual, lo que induce a la
subjetividad a huir ontológicamente hacia la osificación de ideologías que
reportan en sentido estable, pero cuyo mantenimiento impiden desarrollar a las
identidades colectivas habilidades deconstructivas moralizadas con las cuales
desconectar los discursos que preservan la reproducción del cáncer social y del autoritarismo. Lo
emergente lleva hoy en día la marca de una supervivencia técnica arbitraria y
exitosa que va desplazando al aprendizaje necesario para evadir subjetivamente
el acecho de la nada, que en última instancia engarrota la expresión de una
totalidad que no ha podido acostumbrarse a la brusquedad del giro lingüístico.
Un
panorama histórico del resentimiento:
No quisiera que mi explicación sociologicista quedara
en la pura especulación descontextualizada. Para ello creo adecuado ejercer una
descripción histórica del devenir del concepto de resentimiento cultural, a
partir de un examen evolutivo de la formación social peruana, para lo cual
detendré mi razonamiento en áreas relevantes de la historia nacional, en donde
se perfiló ideológicamente esta enfermedad de las mentalidades colectivas. Las
rupturas objetivas que acontecieron en la arquitectura del edificio social en
relación a la posición que la sociedad desempeñó en el marco sociogenético del
capitalismo, son buenas pistas generales para inscribir al exploración de la
conciencia en el desarrollo o modelación atribulada y primaria de la identidad
nacional.
Si bien la conquista y la ulterior consolidación de la
colonialidad no aplastaron significativamente el pluriuniverso cultural de las
identidades indígenas –otorgándoles mecanismos de incorporación estamental al
interior de la heterogénea jerarquía y clasificación virreynal, y reconociendo
el estatus de una institución indígena como el curacazgo, como procedimiento
para legitimar el servilismo de las clases dominadas- la verdad es que a medida que la cultura
barroco-criolla se instauraba y ganaba validación como esquema de una
individualidad irresponsable y transgresora del sistema de castas, no sólo se
fue desdibujando lentamente la explosión cósmica y exegética que la cultura
indígena había elaborado para justificar el cataclismo social que había
significado la conquista, sino que además la interiorización degradante del
discurso criollo fue generando un odio sincrético a la ignominiosa explotación
que soportaban los sectores subalternos y al racismo étnico que servía de
pretexto para justificar la inferioridad cultural de la cultura indígena.
Este resentimiento inicial que fue incubando en los
sectores oprimidos se fue expresando a medida que la introyección ideológica del discurso criollo
fue haciendo crecer en las conciencias indígenas la necesidad de liberar su
ethos civilizatorio específico de la asfixiante humillación étnica que suponía
el paralítico sistema de castas colonial. Si bien este rencor cultural logró la
vivificación y conservación de la narrativa arcaica, redefinida como saberes
sometidos que anhelaban su expresión autónoma, la influencia decisiva que
supuso la contaminación del ethos cultural criollo generó la paradoja de que se
deseaba con ahínco una profunda indemnización civilizatoria cunado al mismo
tiempo se perseguía la soterrada inclinación de ser aceptados y reconocidos en
la jerarquía inmovilizada del discurso oficial. El rencor que se generaba era
un producto de la condición desgarrada que había provocado la interrupción colonial en las
mentalidades colectivas la relegar la sincretismo religioso a toda la variedad de
saberes tradicionales que habían caídos derrotados, pero que guardaban con
esperanza el resurgimiento de una coyuntura cósmica –como representó el mito de
Inkarri en su momento- que les
devolviera el control mitológico sobre la génesis de las sociedades indígenas.
No obstante, al mismo tiempo este apetito por configurar con independencia el
decurso y reestablecimiento del legado incaico, fue descomponiéndose a medida
que este chocaba con la ambición escondida de la subjetividad sometida de
alcanzar ubicaciones parciales e individuales que culminaban en la adhesión
reformista y que bloqueaban con la traición latente a las soterradas esperanzas
de que una insurrección indígena restituyera la vida arcaica.
Es con la sublevación indígena que organizaron un
sector significativo de los curacazgos regionales, liderados por le curaca José
Gabriel Condorcanqui, que se agranda este resentimiento implícito con respecto
a los estamentos dominantes. Si bien esta rebelión buscaba inicialmente sólo
modificar las condiciones desequilibradas en materia económica que sufrían los
curacazgos regionales, y que se utilizó el discurso indigenista para movilizar
a las mayorías populares que soportaban penosas condiciones de vida, la verdad
es que en el proceso de despliegue de la rebelión esta adquirido un carácter eminentemente
separatista, lo cual evidenció la expresión del encapsulado y escondido
resentimiento cultural que había generado el sometimiento virreynal. No sólo
fue el exceso teleológico de la fuerza histórica que imprimió la empresa
revolucionaria, lo que ocasionó el enceguecimiento milenarista de no observar
con precisión el objetivo que se buscaba, sino además este rencor colectivo se
avivó como consecuencia de que los
intereses independentistas coincidentes de los mestizos y criollos alentaron
distanciadamente la sublevación para después condenarla cuando esta alcanzó un
comportamiento etnicista, indescifrable e incontrolable para la codicia
aristocrática de la cultura criolla. ¿Cómo no ver en este cálculo politiquero
un primer indicio de que nuestras ulteriores clases dirigentes sólo animaron
las luchas populares para tomar el control de un poder esclerótico feudal que
no respondió a los afanes reivindicacionistas de las categorías subalternas,
por lo cual al ser sofocada la rebelión popular fueron postergadas del diseño
del sueño republicano?
Con la consolidación ideológica de las últimas oleadas
de luchas independentistas en la región hispanoamericana y con la posterior
edificación de las tempranas repúblicas nacionales, este resentimiento popular
fue abatido y vigilado por le proyecto ilustrado de la república criolla, que
la centralizar el poder en estado rudimentario, y la ceder la inspección
jurisdiccional de los territorios rurales a los poderes parasitarios locales,
fue neutralizando la amenaza insurreccional con el diversificado mosaico
regionalista que se tejió, dividiendo la fuerza popular y ahogándola en la
retirada ritualezca y alegórica del mundo rural. Al ser descabezado el
movimiento indígena y al ser relegado a la condición de explotados agrícolas,
este rencor oculto se fue expresando alrededor de la formación de bandas
delincuenciales y en la práctica de costumbres ceremoniales, que reelaboraron
la fusión cultural de la misión eclesiástica con los poderes vernaculares,
fenómenos que servirían de canales de desahogo apolítico para la reproducción
de la cultura andina. El retroceso de la experiencia indígena y la consiguiente
validación de la arquitectura feudal, lograron institucionalizar el dominio de
la oligarquía criolla y de los poderes gamonales, lo cual hasta cierto punto
fortaleció u dio sentido biográfico a
los actores sociales involucrados, por lo cual el odio visceral de otros
tiempos se fue canalizando alrededor del
sistema pre-capitalista.
En la guerra con Chile en donde se demostró la
desigual confrontación bélica y civilizatoria con un Estado que siempre supo
planificar a futuro – a pesar de sus iniciales limitaciones en recursos
territoriales- se dio una nueva confirmación del resentimiento cultural que
aquejaba a las clases populares. En todo el fragor de la resistencia popular,
los intereses económicos de los terratenientes locales fueron sufriendo
inseguridad a medida que le movimiento campesino que soportaba el grueso de las
acciones beligerantes también cuestionaba el poco compromiso de las élites
locales con la guerra, y a la postre también podría cuestionar el dominio
feudal y oligárquico que los había arrastrado a una confrontación desigual. En
vez de apostar por liberarnos de un invasor que representaba una severa amenaza
en contra de nuestra integridad territorial, nuestras propias contradicciones
políticas internas conspiraron para facilitarnos la derrota final. A nadie le
importó el sufrimiento que tuvo que sostener la avanzada popular, no se expidió
ningún reconocimiento, ni se resquebrajaron los prejuicios étnicos, ni variaron
las relaciones de explotación servil. Después de la guerra a pesar de las
lecciones que esta nos demostró todo volvió a la normalidad, y nuestra clase
criolla, después de sus vacaciones forzosas y de se hidalga cobardía, volvieron
a reclamar descaradamente sus derechos consabidos; ¿cómo esta situación no
debería despertar resentimiento?; era justificable.
Es con el largo periodo de relativa estabilidad que
significó la hegemonía civilista, y las posteriores administraciones
oligárquicas, que permitieron una evolución superficial de la economía
nacional, que el resentimiento cultural logró ser canalizado y encorsetado en
la propagación de una fragmentación ideológica que mantuvo en una parálisis
histórica asfixiante a nuestra condición
civilizatoria. Recién con el desarrollo paulatino de los discursos de
vanguardia y la significativa emergencia de un tímido movimiento
urbano-industrial, (cuya ideología se
expandiría en las sociedades rurales), es que esta rencor dormido cobraría una
nueva energía histórica ya en un contexto de quebrantamiento de las
improductivas e injustas relaciones feudales.
Esta efervescencia popular animada por las ideologías
de izquierda lograría conducir inestablemente todo el anhelo de liberación
ontológica de la sociedad desarticulada, sin embargo, a medida que se
establecían las condiciones institucionales de la libertad burguesa, y su
formación socioeconómica específica, este odio implícito quedaría obstruido por
el proyecto civilizatorio, pues esta había utilizado el fervor subalterno de
las clases dominadas para dar origen a una modernización que terminaría por
reproducir y sofisticar las relaciones de poder, que justificaban el rencor
histórico de los saberes sometidos.
Si bien la primera revolución burguesa significó la
conformación de una unidad histórica en el camino de la destrucción de la
estratificación precapitalista, las posterior consolidación de un falsa
modernidad, producto de la imposición disciplinaria de la segunda revolución
burguesa, buscaría desactivar objetivamente la organicidad política de los
sectores subalternos, expulsándolos de la elaboración de la agenda pública y
del patrón de crecimiento económico-desarrollista. La exclusión despótica de las
fuerzas populares las despojó del control y de la oportunidad de madurar una
racionalidad institucional que posibilitara la inscripción de su propuesta
civuilizatoria y emancipatoria y que significara la democratización del
conocimiento moderno. Es el hurto ideológico de los elementos participativos
del régimen político desarrollista, al agotarse el esquema populista, y la
obstaculización dogmática que significó la regresión discursiva de los
movimientos populares, lo que ocasiona el atascamiento de las identidades
sometidas, y por consiguiente, la ulterior evolución de una mentalidad
enfermiza e irracional como representó la subversión armada y su demencial
resentimiento ontológico.
El momento histórico que supuso la crisis del
desarrollismo, y el desdibujamiento metafísico de la razón histórica
demostraron lo expuesta que estaba la cultura nacional frente al avance
implacable del discurso neoliberal, sin capacidad de respuesta para interpretar
el lenguaje empresarial y economicista. La poca capacidad de negociación
inteligente de la clase dirigente, producto de la entropía institucional, y su
poco compromiso con una visión responsable de la economía nacional, facilitaron
la corrosiva deslegitimación del sistema político, al cual se percibe como un
marco rudimentario formalizado que hurta perdurablemente la escasa autonomía
histórica para reestructurar el edificio social interno. Un diseño político que
tiene poco que ver con la redistribución social y con el mejoramiento de los
niveles de vida, y que sirve para garantizar el
carácter primario y el dominio económico de la clase criolla
parasitaria, son las causas que explican la poca habilidad colectiva que
evidencian los sectores empobrecidos de la sociedad para transformar sus
precarias condiciones de existencia. La escasa elasticidad lingüística de la
formación socoeconómica, es decir, la poca flexibilidad cultural para que se
logre establecer la ficción del éxito individual, aún en las peores condiciones
de existencia, muestran que el resentimiento en todas sus formas gramaticales
es una estrategia identitaria para conservar un resto de significado cuando
crece irresistiblemente la sensación de que el voluntarismo neoliberal es
solamente un vil engaño. La incapacidad de convertir y de materializar en solvencia
económica la particularidad periférica, porque ésta no consigue controlar sus
propias circunstancias materiales, es lo que ha provocado que todo progreso que
se persiga en las singularidades específicas, no consiga concretar una
conciencia desarrollada e integral consigo misma. Una individualidad sin base
económica no es conducida sino a la ceguera ideológica, a la automentira
permanente, a la postergación de la armonía individual.
El neoliberalismo cultural al cual hemos llegado es la
conclusión y la perfección de un estado de dominación global que trunca las
posibilidades objetivas de liberar nuestra producción histórica del
engarrotamiento productivo. En la medida que el despliegue del sistema
capitalista produzca resentimiento, el decurso histórico seguirá entregando la
sociedad a la abrupta aparición de escenarios autoritarios y al rebrote de la
violencia política organizada, que harán que el resentimiento cultural cobre
niveles incontrolables, justificando a la larga la represión y la persecución
en contra de la carne social. Entendámonos bien: el resentimiento cultural que
actualmente se propaga no es sólo un cuello de botella, una idea perversa que
atrofia la iniciativa de la subjetividad individual, es parte de una red
sofisticada que ha devenido temporalmente y que no será desactivada sino de
modo enteramente político. Se trataría de ira sustituyendo la cultura de la
pobreza que aprisiona en el miedo social toda la expresión subjetiva de la
cultura peruana por un referente ideológico de proyección histórica que logre
arrancar el contenido diferencial de las trincheras del subjetivismo.
Consideraciones
finales:
En perspectiva el crecimiento patológico del
resentimiento cultural frustra toda posibilidad de movilizar y modernizar
convenientemente la estructura social. Si es que divisamos con entendimiento hermenéutico el
devenir sociogenético de las identidades culturales, comprenderemos que el
proceso globalizador exige que éstas politicen completamente su personalidad,
mutándolas en la dirección del reduccionismo mercantil, sin que importe un
bledo el significado biográfico y los deseos implícitos del agente individual,
que son despertados, paradójicamente, en el transcurso de la socialización
cultural. Que al sistema no le incumba en realidad las trampas ideológicas en
que se atasca la conciencia, pues concibe que la felicidad es la consecuencia
inmediata de un organismo que sabe autodeterminarse y resolver sus propios
traumas semióticos, no quita el hecho de que la rutinización cumple la tendencia
maligna de truncar arbitrariamente la capacidad de elección autoconsciente del
sujeto individual, en la medida que disuelve o pervierte objetivamente las
bases tradicionales y mitológicas donde se constituye la personalidad. No se
cuestiona el hecho de que la ontología diferencial y el giro lingüístico hacen
ingresar a las identidades en un complejo proceso de individualización y de
autrorreferencialidad organizacional, pero este desligamiento desrealizador de
la existencia social complica la adaptación de la biografía en un mundo
cibernético y de artificialidad abrumadora, porque esta no se quita la terrible
sensación de que la realidad se va esfumando y uno va siendo devorado por la
nada sistémica. El resentimiento en estas circunstancias sería originado por el
constante relegamiento de las identidades sociales de los beneficios de la
trasnacionalización por el hecho de que la vida ha aprendido a rechazar un
desorden sistémico que infravalora infinitamente la ambición que tiene toda
persona de absolutizar su felicidad. La
estafa de la funcionalidad condena a la vida al resentimiento
permanente, es decir, al mal como reacción ontológica por no ver arrebatada una
poca de certidumbre para su identidad. El poder licuado y relativista aplasta
la subjetividad, sentenciándola al caos de la intolerancia y de la soledad
cosmológica, sin que los favores del humanitarismo, y las nobles causas de una
solidaridad consecuente puedan desactivar los recios mosaicos del autoritarismo
y de la violencia social, por lo cual la vida se aísla en un mecanismo autista
e indiferente, que es lo más cercano a caer en los abismos de la estupidez.
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