sábado, 1 de diciembre de 2018

Lógica del resentimiento. Basamentos psicológicos de la izquierda actual.






Una definición preliminar:

Contrariamente a lo que piensa la teoría liberal del resentimiento subalterno este no es ocasionado por la gigantesca envidia que los sectores empobrecidos le tienen a los que sudan la gota gorda por superarse en este mundo subdesarrollado, sino en la absurda decisión a la que se ven arrastrados las individualidades pauperizadas por justificar su atraso y domesticación objetiva, cuando la falta de condiciones sociales y de oportunidades económicas los empujan al fracaso y a la frustración social, aún sin merecerlas. No es la falta de canales plausibles lo que decide la realización o no del éxito individual, no es la ausencia de coyunturas objetivas lo que estrangula la iniciativa empresarial, sino la inmadurez cognoscitiva de los sometidos lo que condiciona la precariedad para politizar la biografía y la subjetividad individual, ocasionada porque nuestros marcos sociales primarios (familia y sistema educativo) se hallan faltos de condiciones para moldear subjetividades tolerantes y capaces en los primeros años de una cultura infantil francamente desprotegida y naturalizada. Y es también la  continuación reacia de una cosmovisión golpeada por la falta de historia la que empuja a las identidades a heredar ya accidentadamente la inautenticidad de lo que somos, y  el miedo a ser devorados por las obligaciones del mañana. La persistencia de una vida cosmológica que convive con la muerte sistémica, compele a esta a retirarse hacia las ideologías del mutismo y de la impavidez mental, como un recurso para huir de la competencia lingüística y cosmopolita que sólo nos demuestra lo rezagadas que se hallan nuestras identidades para vivir hermanadamente en esta falsa universalidad.

Mientras que la sociedad pierde cimientos estructurales para compensar la inevitable culturalización de las identidades colectivas la constitución de la personalidad no tiende a reposar en los recursos psicológicos y destrezas subjetivas que la protección familiar puede ofrecer- en cierta manera esta representa una institución que reprime y ahoga la potenciación individual- sino en la temprana conformación de una singularidad capaz de flexibilizar y leer correctamente el caos cultural para no quedar atrapada en rumbos estáticos y en ideologías dogmáticas que cohíban el desarrollo de la vida social, cuando esta no cuenta con una base material con la cual amortiguar la globalización de los procesos sociales. Para decirlo con palabras precisas: el atrincheramiento de la identidad individual no es sólo producto de la incapacidad que evidencia la singularidad periférica para adecuarse al ritmo convulsionado y caótico del mercado, lo cual implica que uno para sobrevivir y triunfar su autocosifique y cosifique al otro, lo que produce un repliegue de la individualidad para guarecerse, sino además en la monopolización despiadada de los recursos y habilidades en élites especializadas y tecnocráticas que van despojando paulatinamente a las mayorías de toda oportunidad para elegir un rumbo propio y originario que no signifique un desligamiento cultural de la procedencia biográfica.

En términos sociológicos el resentimiento individual no procede de la estupidez natural de la subjetividad popular que le impone desarrollar una elasticidad ideológica adecuada, sino de la imposición de una metodología de la elección racional individual que obliga al sujeto subalterno a desconocer y distorsionar el entorno cultural donde se autoconforma, por celebrar y rendir culto a una metafísica del poder individual que basa la felicidad del individuo en la autodomesticación funcional a la complejidad organizada. Cuanto más la estandarización socioproductiva provoca una diferenciación de las identidades culturales, como un correlato superestructural que sirve para contener inconscientemente el avance de la racionalidad instrumental, tanto más en el individuo replegado sobre su existencia empobrecida crece un odio maquinal hacia el sistema capitalista, pues este le obliga a ir dejando y postergando en su trayectoria biográfica todos los deseos íntimos que la dominación capitalista irónicamente despierta en la conciencia individual, y por lo tanto, no lo deja completarse cosmológicamente. Es decir, a mayor cosmopolitismo, mayor resentimiento material, como una reacción natural de defensa de los organismos para crearse una atmósfera de resistencia psicológica que sirva para automentirse y no ser mutilados por la entropía mercantil.

Los argumentos que he ido presentando hasta aquí han ido desarrollando una visión eminentemente sociológica del surgimiento de resentimiento cultural. Para nada he querido justificar la falta de esfuerzo objetivo que se evidencia en las clases populares de este lado de la periferia capitalista, cuando estas deciden hundirse en los vicios y en la ahistoricidad de la sensualidad, y por lo tanto, deciden distanciarse de todo compromiso con la totalidad. Sólo he querido presentar un relato algo coherente de lo que sucede cuando la aceleración excesiva de los signos económicos va dejando atrás la carne social colectiva, obligando al abandono de las promesas generales y al desarrollo de una subjetividad que se muestra competente para sobrevivir, pero que por añoranza de certeza cultural se repliega sobre la restauración de símbolos ideológicos tradicionales que no expone como recursos de adaptación psicosocial. En la medida que los reservorios éticos-tradicionales son succionados por el proceso de secularización intrínseco éstos se ven obligados a almacenar y a declarar intransferibles sus saberes específicos como una estrategia  que les otorga reconocimiento pero que irónicamente los va despojando de oportunidades vitales para leer apropiadamente la exclusión sociocultural en la que son arrojados. Es decir, la intransigencia para ceder conocimiento y para transportarlo por las instalaciones de la globalización socioeconómica es una decisión de resistir obstinadamente en los fundamentos embrionarios de la civilización, aún sabiendo objetivamente que tal preferencia conduce a largo plazo a la bancarrota individual y colectiva.
Es la coraza de organismos que han aprendido a mutar lingüísticamente a través de relaciones reticulares que se imponen negativamente para asfixiar la iniciativa individual, lo que induce a la subjetividad a huir ontológicamente hacia la osificación de ideologías que reportan en sentido estable, pero cuyo mantenimiento impiden desarrollar a las identidades colectivas habilidades deconstructivas moralizadas con las cuales desconectar los discursos que preservan la reproducción  del cáncer social y del autoritarismo. Lo emergente lleva hoy en día la marca de una supervivencia técnica arbitraria y exitosa que va desplazando al aprendizaje necesario para evadir subjetivamente el acecho de la nada, que en última instancia engarrota la expresión de una totalidad que no ha podido acostumbrarse a la brusquedad del giro lingüístico.

Un panorama histórico del resentimiento:

No quisiera que mi explicación sociologicista quedara en la pura especulación descontextualizada. Para ello creo adecuado ejercer una descripción histórica del devenir del concepto de resentimiento cultural, a partir de un examen evolutivo de la formación social peruana, para lo cual detendré mi razonamiento en áreas relevantes de la historia nacional, en donde se perfiló ideológicamente esta enfermedad de las mentalidades colectivas. Las rupturas objetivas que acontecieron en la arquitectura del edificio social en relación a la posición que la sociedad desempeñó en el marco sociogenético del capitalismo, son buenas pistas generales para inscribir al exploración de la conciencia en el desarrollo o modelación atribulada y primaria de la identidad nacional.

Si bien la conquista y la ulterior consolidación de la colonialidad no aplastaron significativamente el pluriuniverso cultural de las identidades indígenas –otorgándoles mecanismos de incorporación estamental al interior de la heterogénea jerarquía y clasificación virreynal, y reconociendo el estatus de una institución indígena como el curacazgo, como procedimiento para legitimar el servilismo de las clases dominadas-  la verdad es que a medida que la cultura barroco-criolla se instauraba y ganaba validación como esquema de una individualidad irresponsable y transgresora del sistema de castas, no sólo se fue desdibujando lentamente la explosión cósmica y exegética que la cultura indígena había elaborado para justificar el cataclismo social que había significado la conquista, sino que además la interiorización degradante del discurso criollo fue generando un odio sincrético a la ignominiosa explotación que soportaban los sectores subalternos y al racismo étnico que servía de pretexto para justificar la inferioridad cultural de la cultura indígena.

Este resentimiento inicial que fue incubando en los sectores oprimidos se fue expresando a medida que la  introyección ideológica del discurso criollo fue haciendo crecer en las conciencias indígenas la necesidad de liberar su ethos civilizatorio específico de la asfixiante humillación étnica que suponía el paralítico sistema de castas colonial. Si bien este rencor cultural logró la vivificación y conservación de la narrativa arcaica, redefinida como saberes sometidos que anhelaban su expresión autónoma, la influencia decisiva que supuso la contaminación del ethos cultural criollo generó la paradoja de que se deseaba con ahínco una profunda indemnización civilizatoria cunado al mismo tiempo se perseguía la soterrada inclinación de ser aceptados y reconocidos en la jerarquía inmovilizada del discurso oficial. El rencor que se generaba era un producto de la condición desgarrada que había  provocado la interrupción colonial en las mentalidades colectivas la relegar la sincretismo religioso a toda la variedad de saberes tradicionales que habían caídos derrotados, pero que guardaban con esperanza el resurgimiento de una coyuntura cósmica –como representó el mito de Inkarri en su momento-  que les devolviera el control mitológico sobre la génesis de las sociedades indígenas. No obstante, al mismo tiempo este apetito por configurar con independencia el decurso y reestablecimiento del legado incaico, fue descomponiéndose a medida que este chocaba con la ambición escondida de la subjetividad sometida de alcanzar ubicaciones parciales e individuales que culminaban en la adhesión reformista y que bloqueaban con la traición latente a las soterradas esperanzas de que una insurrección indígena restituyera la vida arcaica.

Es con la sublevación indígena que organizaron un sector significativo de los curacazgos regionales, liderados por le curaca José Gabriel Condorcanqui, que se agranda este resentimiento implícito con respecto a los estamentos dominantes. Si bien esta rebelión buscaba inicialmente sólo modificar las condiciones desequilibradas en materia económica que sufrían los curacazgos regionales, y que se utilizó el discurso indigenista para movilizar a las mayorías populares que soportaban penosas condiciones de vida, la verdad es que en el proceso de despliegue de la rebelión esta adquirido un carácter eminentemente separatista, lo cual evidenció la expresión del encapsulado y escondido resentimiento cultural que había generado el sometimiento virreynal. No sólo fue el exceso teleológico de la fuerza histórica que imprimió la empresa revolucionaria, lo que ocasionó el enceguecimiento milenarista de no observar con precisión el objetivo que se buscaba, sino además este rencor colectivo se avivó como consecuencia de  que los intereses independentistas coincidentes de los mestizos y criollos alentaron distanciadamente la sublevación para después condenarla cuando esta alcanzó un comportamiento etnicista, indescifrable e incontrolable para la codicia aristocrática de la cultura criolla. ¿Cómo no ver en este cálculo politiquero un primer indicio de que nuestras ulteriores clases dirigentes sólo animaron las luchas populares para tomar el control de un poder esclerótico feudal que no respondió a los afanes reivindicacionistas de las categorías subalternas, por lo cual al ser sofocada la rebelión popular fueron postergadas del diseño del sueño republicano?

Con la consolidación ideológica de las últimas oleadas de luchas independentistas en la región hispanoamericana y con la posterior edificación de las tempranas repúblicas nacionales, este resentimiento popular fue abatido y vigilado por le proyecto ilustrado de la república criolla, que la centralizar el poder en estado rudimentario, y la ceder la inspección jurisdiccional de los territorios rurales a los poderes parasitarios locales, fue neutralizando la amenaza insurreccional con el diversificado mosaico regionalista que se tejió, dividiendo la fuerza popular y ahogándola en la retirada ritualezca y alegórica del mundo rural. Al ser descabezado el movimiento indígena y al ser relegado a la condición de explotados agrícolas, este rencor oculto se fue expresando alrededor de la formación de bandas delincuenciales y en la práctica de costumbres ceremoniales, que reelaboraron la fusión cultural de la misión eclesiástica con los poderes vernaculares, fenómenos que servirían de canales de desahogo apolítico para la reproducción de la cultura andina. El retroceso de la experiencia indígena y la consiguiente validación de la arquitectura feudal, lograron institucionalizar el dominio de la oligarquía criolla y de los poderes gamonales, lo cual hasta cierto punto fortaleció u dio sentido biográfico a  los actores sociales involucrados, por lo cual el odio visceral de otros tiempos se fue  canalizando alrededor del sistema pre-capitalista.

En la guerra con Chile en donde se demostró la desigual confrontación bélica y civilizatoria con un Estado que siempre supo planificar a futuro – a pesar de sus iniciales limitaciones en recursos territoriales- se dio una nueva confirmación del resentimiento cultural que aquejaba a las clases populares. En todo el fragor de la resistencia popular, los intereses económicos de los terratenientes locales fueron sufriendo inseguridad a medida que le movimiento campesino que soportaba el grueso de las acciones beligerantes también cuestionaba el poco compromiso de las élites locales con la guerra, y a la postre también podría cuestionar el dominio feudal y oligárquico que los había arrastrado a una confrontación desigual. En vez de apostar por liberarnos de un invasor que representaba una severa amenaza en contra de nuestra integridad territorial, nuestras propias contradicciones políticas internas conspiraron para facilitarnos la derrota final. A nadie le importó el sufrimiento que tuvo que sostener la avanzada popular, no se expidió ningún reconocimiento, ni se resquebrajaron los prejuicios étnicos, ni variaron las relaciones de explotación servil. Después de la guerra a pesar de las lecciones que esta nos demostró todo volvió a la normalidad, y nuestra clase criolla, después de sus vacaciones forzosas y de se hidalga cobardía, volvieron a reclamar descaradamente sus derechos consabidos; ¿cómo esta situación no debería despertar resentimiento?; era justificable.

Es con el largo periodo de relativa estabilidad que significó la hegemonía civilista, y las posteriores administraciones oligárquicas, que permitieron una evolución superficial de la economía nacional, que el resentimiento cultural logró ser canalizado y encorsetado en la propagación de una fragmentación ideológica que mantuvo en una parálisis histórica asfixiante a  nuestra condición civilizatoria. Recién con el desarrollo paulatino de los discursos de vanguardia y la significativa emergencia de un tímido movimiento urbano-industrial,  (cuya ideología se expandiría en las sociedades rurales), es que esta rencor dormido cobraría una nueva energía histórica ya en un contexto de quebrantamiento de las improductivas e injustas relaciones feudales.
Esta efervescencia popular animada por las ideologías de izquierda lograría conducir inestablemente todo el anhelo de liberación ontológica de la sociedad desarticulada, sin embargo, a medida que se establecían las condiciones institucionales de la libertad burguesa, y su formación socioeconómica específica, este odio implícito quedaría obstruido por el proyecto civilizatorio, pues esta había utilizado el fervor subalterno de las clases dominadas para dar origen a una modernización que terminaría por reproducir y sofisticar las relaciones de poder, que justificaban el rencor histórico de los saberes sometidos.

Si bien la primera revolución burguesa significó la conformación de una unidad histórica en el camino de la destrucción de la estratificación precapitalista, las posterior consolidación de un falsa modernidad, producto de la imposición disciplinaria de la segunda revolución burguesa, buscaría desactivar objetivamente la organicidad política de los sectores subalternos, expulsándolos de la elaboración de la agenda pública y del patrón de crecimiento económico-desarrollista. La exclusión despótica de las fuerzas populares las despojó del control y de la oportunidad de madurar una racionalidad institucional que posibilitara la inscripción de su propuesta civuilizatoria y emancipatoria y que significara la democratización del conocimiento moderno. Es el hurto ideológico de los elementos participativos del régimen político desarrollista, al agotarse el esquema populista, y la obstaculización dogmática que significó la regresión discursiva de los movimientos populares, lo que ocasiona el atascamiento de las identidades sometidas, y por consiguiente, la ulterior evolución de una mentalidad enfermiza e irracional como representó la subversión armada y su demencial resentimiento ontológico.

El momento histórico que supuso la crisis del desarrollismo, y el desdibujamiento metafísico de la razón histórica demostraron lo expuesta que estaba la cultura nacional frente al avance implacable del discurso neoliberal, sin capacidad de respuesta para interpretar el lenguaje empresarial y economicista. La poca capacidad de negociación inteligente de la clase dirigente, producto de la entropía institucional, y su poco compromiso con una visión responsable de la economía nacional, facilitaron la corrosiva deslegitimación del sistema político, al cual se percibe como un marco rudimentario formalizado que hurta perdurablemente la escasa autonomía histórica para reestructurar el edificio social interno. Un diseño político que tiene poco que ver con la redistribución social y con el mejoramiento de los niveles de vida, y que sirve para garantizar el  carácter primario y el dominio económico de la clase criolla parasitaria, son las causas que explican la poca habilidad colectiva que evidencian los sectores empobrecidos de la sociedad para transformar sus precarias condiciones de existencia. La escasa elasticidad lingüística de la formación socoeconómica, es decir, la poca flexibilidad cultural para que se logre establecer la ficción del éxito individual, aún en las peores condiciones de existencia, muestran que el resentimiento en todas sus formas gramaticales es una estrategia identitaria para conservar un resto de significado cuando crece irresistiblemente la sensación de que el voluntarismo neoliberal es solamente un vil engaño. La incapacidad de convertir y de materializar en solvencia económica la particularidad periférica, porque ésta no consigue controlar sus propias circunstancias materiales, es lo que ha provocado que todo progreso que se persiga en las singularidades específicas, no consiga concretar una conciencia desarrollada e integral consigo misma. Una individualidad sin base económica no es conducida sino a la ceguera ideológica, a la automentira permanente, a la postergación de la armonía individual.

El neoliberalismo cultural al cual hemos llegado es la conclusión y la perfección de un estado de dominación global que trunca las posibilidades objetivas de liberar nuestra producción histórica del engarrotamiento productivo. En la medida que el despliegue del sistema capitalista produzca resentimiento, el decurso histórico seguirá entregando la sociedad a la abrupta aparición de escenarios autoritarios y al rebrote de la violencia política organizada, que harán que el resentimiento cultural cobre niveles incontrolables, justificando a la larga la represión y la persecución en contra de la carne social. Entendámonos bien: el resentimiento cultural que actualmente se propaga no es sólo un cuello de botella, una idea perversa que atrofia la iniciativa de la subjetividad individual, es parte de una red sofisticada que ha devenido temporalmente y que no será desactivada sino de modo enteramente político. Se trataría de ira sustituyendo la cultura de la pobreza que aprisiona en el miedo social toda la expresión subjetiva de la cultura peruana por un referente ideológico de proyección histórica que logre arrancar el contenido diferencial de las trincheras del subjetivismo.

Consideraciones finales:

En perspectiva el crecimiento patológico del resentimiento cultural frustra toda posibilidad de movilizar y modernizar convenientemente la estructura social. Si es que  divisamos con entendimiento hermenéutico el devenir sociogenético de las identidades culturales, comprenderemos que el proceso globalizador exige que éstas politicen completamente su personalidad, mutándolas en la dirección del reduccionismo mercantil, sin que importe un bledo el significado biográfico y los deseos implícitos del agente individual, que son despertados, paradójicamente, en el transcurso de la socialización cultural. Que al sistema no le incumba en realidad las trampas ideológicas en que se atasca la conciencia, pues concibe que la felicidad es la consecuencia inmediata de un organismo que sabe autodeterminarse y resolver sus propios traumas semióticos, no quita el hecho de que la rutinización cumple la tendencia maligna de truncar arbitrariamente la capacidad de elección autoconsciente del sujeto individual, en la medida que disuelve o pervierte objetivamente las bases tradicionales y mitológicas donde se constituye la personalidad. No se cuestiona el hecho de que la ontología diferencial y el giro lingüístico hacen ingresar a las identidades en un complejo proceso de individualización y de autrorreferencialidad organizacional, pero este desligamiento desrealizador de la existencia social complica la adaptación de la biografía en un mundo cibernético y de artificialidad abrumadora, porque esta no se quita la terrible sensación de que la realidad se va esfumando y uno va siendo devorado por la nada sistémica. El resentimiento en estas circunstancias sería originado por el constante relegamiento de las identidades sociales de los beneficios de la trasnacionalización por el hecho de que la vida ha aprendido a rechazar un desorden sistémico que infravalora infinitamente la ambición que tiene toda persona de absolutizar su felicidad. La  estafa de la funcionalidad condena a la vida al resentimiento permanente, es decir, al mal como reacción ontológica por no ver arrebatada una poca de certidumbre para su identidad. El poder licuado y relativista aplasta la subjetividad, sentenciándola al caos de la intolerancia y de la soledad cosmológica, sin que los favores del humanitarismo, y las nobles causas de una solidaridad consecuente puedan desactivar los recios mosaicos del autoritarismo y de la violencia social, por lo cual la vida se aísla en un mecanismo autista e indiferente, que es lo más cercano a caer en los abismos de la estupidez.

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