viernes, 19 de febrero de 2021

Perdida de identidad




Llevamos a cuestas hace muchas décadas  una serie crisis cultural. Hoy con la pandemia está crisis se troca en la desaparición de la persona y en el estigma del virus. La crisis cultural a la que se hace referencia consiste en el desencuentro del peruano entre su cultura y la economía moderna. Los valores se mencionan como el fenómeno por el cual la persona pierden arraigo con respecto a sus medios de vida. Una desterritorializacion.

La pandemia a arrebatado a las personas su derecho a la identidad. La urgencia de diferenciarse y obtener reconocimiento  cultural se cancela por el momento debido al anonimato del miedo. El terror a la enfermedad que propagan los medios de comunicación y la verdadera crisis sanitaria que afecta a la población peruana ha hecho que el fenómeno del extrañamiento existencial haga de las masas de caminantes multitudes carentes de sentido.

La promesa de la modernidad fue dotarnos de una personalidad con libertad y sentido racional de vida. Con el tiempo está promesa se ha diluido debido a que el carácter único de cada subjetividad queda pulverizado por la aparición de grandes organizaciones y el mercado que menosprecian la identidad individual y nos alienan  ante el proceso de tecnificación de la vida social.

Los grandes procesos de la tecnología aplicada sobre la vida han generado una sociedad nihilista donde el arraigo o sentido de pertenencia se obnubilan y la unicidad de la vida individual queda postergada por la explotación estandarizada y el consumo masificado.

La vida queda aprisionada ante los grandes poderes estandarizados y la multiplicación de estímulos. Pero ofrece un gran poder de resilencia y diferenciación contra el anonimato al que te empuja la sociedad de masas. Esta diferencia reside no sólo en una personalidad desarrollada sólo factible en el mundo de la vida cotidiana. Sino además, en la presencia estética y poder de exhibición que la persona ejerce en la Vi a pública. Con el tiempo la explotación requiere de arreglos y de confort estético para ser legítima.

Hoy con la mascarilla cubriendo la cara y la nariz sólo quedan los ojos como poder de visión. La identidad estética queda cancelada y la belleza contemplativa se dirige al cuerpo vestido como panorama de exhibición. Las personas se estremecen ante la amenaza de la carga viral y se cubren lo suficiente para evadir la respiración del virus. El estigma de ser un posible portador de la enfermedad corrompe la belleza de la identidad estética y nos hace caminantes alborotados acobardados y golpeados por la soledad en las aglomeraciones o multitudes.

La identidad requiere de la aprobación y de la estima de la socialización. Hoy que esa posibilidad sólo se da como delito o prohibición la historia individual se vuelve estandarizada y prisionera de los medios digitales. El poder para tener una vida normal es castigado con la rutina y el ciclo enfermizo de una vida sin entusiasmo y extraña. Falta la decisión para ser feliz en medio del sufrimiento y el deslizamiento de la violencia callejera.

Aunque hay bastante plasticidad en el individuo para buscarle alegría a la tragedia y bastante voluntad para cambiar la calidad de vida en plena pandemia. Estas demostraciones de búsqueda de la diferencia son aún ilusiones humorísticas y anomicas para no perder identidad en medio de una atmósfera donde la amenaza del virus como la de quedarse sin trabajo son un peligro real.

Hasta la sexualidad como el romance quedan impactados por el miedo al cuerpo virulento. Pero es la fuerza de los impulsos y la necesidad de afecto la que resultan ser más fuertes que el miedo a la enfermedad. Pero son rutas de un acercamientos donde cunde la cruel necesidad animal y no vínculos afectivos duraderos. Hoy el sexo como el poder de la privacidad son expresiones de una cultura que comercia con los cuerpos.

La identidad entre un mundo de la vida y el sistema despersonalizado es una aporia  irresoluble. La filosofía  plantea que está época de desconcierto y muerte supone una grave crisis de desarraigo de las personas de acuerdo a su ubicación en el mundo. Estamos sólo de tránsito y nuestras vidas se ven colonizadas por la racionalización cada vez más feroz. Sólo la plasticidad del hombre que crea y se atreve a inventar nuevas formas de vida alternativas son las respuestas de la vida que a pesar de todo se abre paso.





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