martes, 9 de febrero de 2021

La amenaza del evangelismo

 



El Estado secular no lo ha sido nunca. La religión monoteísta ha ido rodeando al arte de la palabra en una nueva sofisteria. El testimonio de los valientes ha sido herido por la devaluación de la palabra a cargo de los políticos y sus huestes de burócratas.


La demagogia de los Santos pastores no conoce más que el diezmo como forma de enriquecimiento sagrado. La palabra sagrada de los evangelios es despedazada por la hipocresía y los altos negocios. El sufrimiento humano de los perdedores de la historia sufre este arrebato de vileza.

La religión monoteísta promete la redención del espíritu si siembras un espiritismo de la abstinencia. Nada más falso y paupérrimo.
La palabra es un testimonio de cambio y autodescubrimiento de todas las potencias humanas que esconde el sujeto que cree. La fe es una fuerza de confianza pero también de iluminación.

Hoy la palabra de los demagogos y sus séquito  de rotulos y la propaganda asesina el testimonio como fuerza de verdad. La palabra pierda sustancia porque la mentira se ha vuelto manantial de verdad. El mundo sufre la resaca de una palabra carente de veracidad. Ya nadie cree lo objetivo ni lo testimonial. La verdad es una fuerza que tiene precio.

La religión expande una palabra de creencia sin crecimiento espiritual. Sus pastillas anímicos en la liturgia son sólo adoctrinamiento y alejamiento de la iluminación como búsqueda de la verdad interior.

La política valía por la fuerza de persuasión y de conducción de una verdad clara y sencilla. El liderazgo era el resultado de un hombre que creaba ideas puestas al servicio del bien público. Las facciones con su disfraz de elocuencia matan a la palabra política.

Por eso el avance de la religión de rebaño. La política perdió la opción de hacer madurar a los sometidos, y hoy estos se refugian en el miserabisilismo de la fe católica y evangélica. Creo en Dios pero no en intermediarios. Dios está si escuchas tu corazón y buscas la iluminación interior. Buscar el Reino de los cielos es buscar dentro de uno. No saben que capacidades esconde el corazón humano.

Pero sobre todo los evangelistas no entienden. Hoy se permiten entrar en los fueros de la política como una supuesta obra de masificar la fe a los pecadores y a los despreciados.  La ausencia de un reconocimiento de las almas atormentadas por el catolicismo ha hecho que los evangelistas propague la palabra sagrada como si fuera una plantilla para cada vida. Dios no es un vehículo de gracia por pastillas de adoración. Sino la búsqueda de una identidad que se libere de su confinamiento alienado.

La redención que prometen los evangelistas en la política es la captura de la sociedad por un absolutismo de la moralidad retrógrada. Son una amenaza para la libertad y los derechos ciudadanos. Es un populismo del odio y la envidia de los que son libres y cercanos a la belleza del espíritu. Su desierto es la atracción del sufrimiento como vehículo de gracia. Y no de la alegría y de la sensualidad como obsequios al espíritu para demostrar amor.

Ellos no desean racionalizar el Estado sino extender su mensaje de abstinencia y represión anímica como forma de contener el avance de los valores de la libertad. El pansexualismo y la libertad de cultos son degradaciones que hay que erradicar pues el dolor conduce a Dios.

La llegada de los evangelistas al Congreso o a los poderes del Estado son una severa envidia de la vida que se potencia y exhibe como bella.  Sus medidas o proyectos de la ley inmersos en  la sociedad traerían serios reveses y la instauración del autoritarismo como moral de vida.

Hoy como ayer la mejor religión es el trabajo y la búsqueda permanente de si mismo. El amor en esta ecuación es la fuerza que incrementa la búsqueda de Dios, pues no hay mejor receta de la búsqueda de Dios que ser libre y autosuficiente.

Hay que separar la libertad de cultos de la injerencia política. Porque sino el negocio del diezmo hará de la palabra más odio y envidia de la vida.
 

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