martes, 9 de febrero de 2021

El final del acercamiento

 


La pandemia nos alejado del afecto y de las muestras de cariño. Nos arrebatado por momentos el salto erótico de la liberación. Nos ha secuestrado en nuestros hogares sin poder regocijarnos de la naturaleza. Hoy como nunca se ha establecido una dictadura del virus.

El mercado y el consumo sufren los estragos de la dictadura del confinamiento. La industria cultural de los cuerpos y la seducción se resquebraja ante el poder del terror. El amor sufre una esclerosis y cunde la violencia como síntoma de una gran represión afectiva.

En las calles las personas caminan aceleradas y de incógnito. El miedo a la peste nos ha quitado la identidad y sólo somos antropoides deprimidos y con neurosis. El acercamiento es una tentativa de violencia y de invasión ante un posible contagio.

Ante la falta de oxígeno en muchos hogares del Perú se notan el desconcierto y la angustia de un ciudadano reducido a su mínima expresión. El amor fraterno luchan contra la especulación y el riesgo de morir.

Encerrado desde los hogares trabajamos a distancia y somos más adictos a las extensiones digitales. Como nunca un chateo o los curiosos memes son un rastro de la humanidad perdida. La ironía es la antipoda de la agonía y del consumismo miserable. En la soledad de la sociedad sitiada por el virus reír resulta un simulacro frente a la depresión cronica.

La necesidad de morir de hambre arroja a la informalidad a millones de comerciantes ambulantes. El virus los ha vuelto anomicos e irresponsables. Conviven con el riesgo del contagio porque no tienen otro remedio que el trabajo para sobrevivir. Esta anomia es la marca de una sociedad que no se ha reconciliado con el Estado y la gran empresa. Sólo tenemos el autodesarrollo y la aglomeración como síntoma de la opresión y el abandono.

Esta pandemia no ha matado al mercado. El se escabulle como una sarna en las calles a pesar de las normas de bioseguridad y es la demostración de un capitalismo desregulado e infrahumano. El peligro no proviene del exterior sino de nuestras propias esferas vitales de consumo y desertización de la naturaleza. Le apostamos todo a las ciudades para que nos protegiera de los miasmas y ahora la naturaleza aberrante nos atormenta con la enfermedad.

El accidente de la violencia y la muerte ha convertido a nuestras sociedades en espacios de enclaustramiento y de masificación generalizada donde cunde el miedo t la falta de autoestima.

Hoy como ayer el hambre y la pobreza exponen a la subjetividad a una perdida de significado de la vida donde la libertad para sublimar o desfogar el atropello con que nos golpea la vida se vuelve en contra nuestra. Escasea el recreamiento y la diversion y se propagan las fiestas clandestinas y todas las formas de drogas como una forma de escapar al encierro. El hombre es libre pero por todas partes es esclavo de sus propios impulsos.

La urgencia por acercarnos se paga con el precio de la enfermedad. La sociedad sitiada por el virus cancela el erotismo y el amor vertical. Las grandes amenazas de quedarse sin trabajo, del bioterrorismo o de pérdida de sentido de la vida nos alejan de la sensibilidad y de la excitación vitalista. El odio al amor es hoy el miedo al virus.

El virus desaparecerá en algunos años con las vacunas pero lo que no perderemos será la fobia a acercarnos así como el impulso de poseer y ser poseídos. La hipocresía de tener que liberarte aún cuando lo niegas rotundamente convertirá al amor en una empresa para valientes.


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