Teoría y praxis. Notas acerca de la reflexión social en el Perú contemporáneo.
Resumen:
En los límites de este recorrido nada amistoso, se sostiene la idea de que
la desconexión abismal entre el pensamiento y la vida en el seno de las
ciencias sociales, se deja representar, por una parte, por la nada reverencial
dispersión teórica de los análisis, la consiguiente inmoralidad y pobreza de la
reflexión, que ello significa, y por otra parte la ceguera tecnocrática, cuya
operativización y unilateralidad choca contra el carácter reticular de la
realidad empírica. Ambas patologías ligadas al mercantilismo irreversible de la
ciencia social denotarían el predominio de una psicología trasgresora que
estaría provocando la crisis interna de nuestra inteligencia social.
Abstract:
In the limits of this not
friendly at all tour, the idea is supported of that the abysmal disconnection
between the thought and the life in the bosom of the social sciences, leaves
itself to represent, on one hand, for the not reverential at all theoretical
dispersion of the analyses, the consequent immorality and poverty of the
reflection, that it means, and on the other hand the blindness tecnocrática,
whose operativización and unilateralidad hits against the reticulated character
of the empirical reality. Both pathologies tied to the irreversible
commercialism of the social science would denote the predominance of a
psychology trasgresora that would be provoking the internal crisis of our
social intelligence
Palabras claves: Modernización, dispersión teórica,
tecnocracia, psicología existencial, planificación, postmodernidad
El abismo cada vez más escandaloso entre el pensamiento y la vida humana
demuestran el carácter cada vez más frívolo del saber social, ahí donde este se
convierte en crítica literaria o en ejercicios esteticistas; desconectado, por
lo tanto, de las exigencias de una realidad material que aprisiona las
posibilidades de emancipación del sujeto, la reflexión se halla desprovista de
la necesaria energía crítica y de los recursos epistemológicos certeros para
traducir la racionalidad del consejo teórico en experiencias prácticas de desarrollo social. En la medida que el
análisis social sufre el impacto del mundo fragmentario[1], los
resultados de la investigación empírica sustituyen las soluciones de una
planificación holística por el testimonio existencialista y exhibicionista, por
la propaganda del padecimiento individual del analista estereotipado y contaminado
por lecturas supuestamente objetivas, por creencias e ideologías que subordinan
el dato empírico a lo que cree el ego presumido del intelectual sucede en la
realidad lingüística[2].
Si bien desde el giro lingüístico sabemos que la realidad objetiva no es
exterior al intercambio comunicativo, a la mediación gramatical, sino que la
verdad es el resultado de la discusión, de la neutralización dialógica[3],
lo cierto es que este mundo del lenguaje, de las redes de sentido social, es
parte de una subjetividad que se convierte en simulación objetiva que coacciona
y limita la acción individual, y que por consiguiente, se transforma en dato
empírico que el analista social no conoce más que a través de las
representaciones teóricas que se hace de
la realidad. Si por una parte existe un consenso especulativo y
universalista en la reflexión social que impone un modelo de aproximación al
mundo empírico, y que para bien a para mal canaliza las fuerzas del desarrollo
hacia oportunidades bienestar social que no deslegitiman la descarada
monopolización privada del capitalismo, la verdad es que esta ortodoxia
sociológica busca moldear y oprimir una realidad cultural periférica a ciertos
a priori ideológicos demoliberales que sólo favorecen a los grupos de poder[4].
Al sólo sujetar los repertorios culturales a las necesidades de reproducción de
una falsa totalidad que nos vigila y no deja madurar soberanamente a la
formación sociohistórica de nuestra sociedad específica, la reflexión social no
es ajena a las exigencias de esta realidad manipulada, sino que en muchas
ocasiones se ve obligada a subordinar los resultados del trabajo intelectual a
las necesidades de justificación empresarial y de planificación fragmentaria
del capitalismo trasnacional.
A medida que la reflexión social es incorporada a las urgencias de
reproducción de la maquinaria sensorial, trocando el resentimiento y la
sensación de extrañamiento por deliciosos comentarios y por un profesionalismo
pseudocomprometido con la realidad social que merece buenos sueldos, el dato
empírico es supeditado a los esquemas previos que el aislamiento intelectual
elabora. Es decir, el profesionalismo sociológico al distanciarse de un tejido
social hacia el cual no siente ninguna deuda ideológica y que en muchas
ocasiones ahoga el talento individual en la impersonalización masificada
convencen al analista social a utilizar y a manipular sin ninguna consideración
ética los marcos de referencia teóricos que saturan la formación científica del
intelectual. Su ceguera al no querer ver la posición de asalariado intelectual,
de esclavo que fabrica ideologías que otros utilizan y ofertan en el mercado
político, facilitan la colonización de nuestra estructura de pensamiento[5].
Lejos estoy de sostener que nuestros sacerdotes del conocimiento, que nuestros
abogados de la planificación estratégica son tontos útiles de un campo social
que se impone so pena de quedar excluido del mercado intelectual. En todo caso
el cinismo intelectual que se apodera de estas conciencias los empuja a
mercantilizar sus dotes analíticas sin ninguna esperanza de redención social, y
al recibir en compensación los recursos económicos para financiar una vida
llena de comodidades y de hábitos extravagantes que aplaca todo remordimiento y
responsabilidad que se pueda sentir hacia la realidad social. Me parece que hoy
en día la colonización abrumadora de nuestra conciencia teórica es producto de
un desentendimiento consciente del intelectual de una realidad irracional que
sólo estimula y hace estallar sus necesidades de realización individual. Al no
querer sacrificar algunos segmentos de su capacidad reflexiva a la consecución
de un proyecto colectivo, al temer el aroma deletéreo de la abstracción y al no
querer desprenderse de su libertad individual, el intelectual colabora con la
degradación de nuestros productos culturales, ahí donde estos no se los
impregna de nuestro particular espíritu civilizatorio[6].
He hecho un recorrido desordenado para ubicar el dilema que atraviesa el
pensar peruano en nuestra época. Si bien gran parte de las reflexiones que he
desplegado no le hacen justicia a una buena porción de analistas sociales que
prosiguen una lucha denodada por resolver nuestras grandes contradicciones
sociales, y si bien las conclusiones que desarrollo se aproximan a una crítica
nada amigable y propositiva, me parece que sirven para situar los problemas que
atraviesa el contexto de la reflexión social. Ahora sabiendo que un
cuestionamiento sólo moralista no favorece la promoción de alternativas
sociales para escapar a las paradojas que sufre nuestra reflexión social,
ensayaré un análisis de los dos horizontes institucionales que legitiman la
existencia del discurso científico: la esfera de la creación teórica y la
técnica social aplicada. Aunque en una sociedad medianamente desarrollada estos
dos horizontes producen saberes que se interrelacionan y se complementan para
dar validez y orientación a las políticas de Estado, lo cierto es que en las
realidades periféricas como la peruana estos dos sectores están rudimentariamente
conectados y hasta se estimula su desacoplamiento objetivo[7]. El
origen de esta descomunicación de saberes es la que explica me parece, desde
los aportes que la filosofía social pueda proporcionar, la desestructuración
socializada que experimenta la sociedad peruana. El hecho de que nuestra
formación sociohístorica no evolucione, ni este bajo control de nuestros
actores internos explica que la inmadurez material y simbólica en la cual está
aprisionada la acción social no se anima a imaginar la posibilidad de una
reflexión descolonizada y audaz para realizar el pensamiento en la vida social.
Celebración de la dispersión
teórica:
Desde que el pensamiento social peruano surgió fue un cómplice indirecto de
las tendencias ideológicas del saber occidental. Fue más sencillo para nuestros
primero intelectuales copiar con hidalguía los esquemas cognitivos extranjeros
y celebrar con insolencia el sometimiento económico-político que padecía
nuestra sociedad y los avances secularizadores que experimentaba la hegemonía
occidental[8].
Asfixiados por un eurocentrismo que infectaba las principales aproximaciones
reflexivas en un mundo colonial y feudal que bloqueaba el desarrollo de un
ejercicio intelectual autónomo, la reflexión giró alrededor del arte retórico,
de la sátira criolla y de los dramas religiosos y bucólicos. Si bien
existieron producto de la cruel agresión
colonial lecturas aisladas y sincréticas como la del inca Garcilazo de la Vega
y su visión trágica del choque que supuso la aculturación, lo cierto es que estas
visiones no despegaban lo suficiente de los sesgos tradicionales como para
generar élites intelectuales que pensaran alternativas a la realidad del régimen colonial. El mutismo de una sociedad
estratificada y profundamente jerarquizada en la feudalidad impedía a los
actores subalternos, aplastados por la cruel explotación socioeconómica desarrollar conectores ontológicos de
meditación social, ahí donde la fragmentación social sólo estimulaba la
emergencia de una teología apátrida e hipócrita que sólo buscaba desaparecer la
mitología andina de las clases dominadas[9].
Ante el avance cosmopolita del modo de producción capitalista y del
movimiento ilustrado que lo justificaba se generaron predisposiciones
ideológicas aisladas que comenzaron a reflexionar sobre las posibilidades de
emancipación de nuestras sociedades protonacionales. Estas conciencias
individuales acompañadas de una actitud anticlerical y más optimista hacia el
futuro prepararon ideológicamente el desarrollo del nacionalismo criollo escribal
que buscaba la autonomía económica-política con respecto a España[10].
Sus reflexiones si bien giraron alrededor de un pensamiento racional e
ilustrado no persiguieron más que representar unilateralmente a la clase
criolla, olvidando, por consiguiente, el derecho implícito de los sectores
subalternos que soportaban la reproducción del régimen colonial. Al reducir la
emancipación política a las urgencias de un actor único desnudaron las
intenciones de no superar la dispersión étnico-económica que arrastraba la
estructura social sino heredar intacto un régimen esclerótico que ahogaba en el
silencio de la injusticia y de la explotación a los sectores olvidados por la
independencia criolla. La presencia de un conservadurismo cultural y la
refeudalización de la propiedad agrícola justificaron que los esfuerzos
intelectuales por modernizar nuestra ideología política a partir de la
tradición liberal no eran más que poses intelectuales para sentirse iguales a
los europeos y no intenciones sinceras de lograr una verdadera autonomía
ontológica[11].
Es con la crisis de la guerra con Chile y a raíz de las funestas consecuencias sociales que
originó que se levantaron del polvo de la derrota voces indignadas por la
impavidez de nuestra clase dirigente; voces como las del iconoclasta Manuel
Gonzáles Prada que denunciando la ineptitud y el poco compromiso de los
oligarcas con las consecuencias materiales e ideológicas de la guerra abogaron
por un redescubrimiento y reconocimiento social de las clases indígenas que
soportaron con humillación y dolor los costos sociales de la conflagración
bélica. Este despertar despiadado de una conciencia crítica y comprometida con
un cambio total de la cultura peruana supuso no sólo identificar los problemas
nacionales con la dejadez de la aristocracia sino abrir además un horizonte de
posibilidades analíticas y de estudios sociales a cerca de las peculiaridades
ideológicas de nuestra castigada sociedad peruana. El nacionalismo criollo
escribal que solamente había sido vivido como un diletantismo figurado
desconectado de los graves problemas de la joven república[12]
evolucionó paulatinamente hacia una reflexión más consecuente de nuestras
contradicciones civilizatorias y que daba la palabra a las categorías olvidadas
por el reduccionismo oligarca[13].
Si bien esta reflexión sólo alcanzo
un desenvolvimiento ensayístico y filosófico, todavía alejado de la rigurosidad
científica y de la práctica social, lo cierto es que el grado de análisis y de
producción ideográfica que alcanzó proporcionó una fotografía espectacular de
los abismos y posibilidades de nuestra condición cultural. Las acertadas
intuiciones que produjo, que fueron luego confirmadas por la investigación
empírica, otorgaron a la sociología peruana horizontes ideográficos que
orientaron y guiaron el desenvolvimiento político de las vanguardias sociales y
de nuestros controvertidos estadistas. Aunque en muchas ocasiones las
conclusiones que ensayaron se engarrotaron en programas dogmáticos y
unilaterales que leyeron erradamente la dinámica de las condiciones históricas
lo cierto es que fueron lecturas alegóricas de las profundidades de la
mentalidad peruana, que intentaron superar la fragmentación ideológica de la
periferia sin abandonar las impresiones espirituales y anímicas de nuestra
embrionaria totalidad.
Con la llegada de los grandes procesos sociales como el capitalismo
industrial y la sociedad de masas se provocará una ruptura paradigmática con
toda la tradición vitalista de la intelectualidad peruana[14].
Elaborando severas críticas al intuicionismo estereotipado de nuestros
filósofos sociales, como fue el caso del antropólogo José María Arguedas, el
imperialismo sociológico que desarrollará esta generación de pensadores
intentará traducir sus lecturas acerca de la estructura social en programas de
intervención y transformación social que diluyan y desactiven las coordenadas
tradicionales y arcaicas de nuestra impredecible formación sociohistórica a
medida que se fuera imponiendo la sociedad moderna industrial. Sostenido en un
aparato conceptual racionalista y estructural que persiguió acelerar la
dialéctica histórica esta generación de deterministas socioeconómicos se vieron
paulatinamente atrapados en las trampas del subdesarrollo, al que quisieron
hacer estallar con un exceso de dogmatismo y mesianismo revolucionario. Quizás
a estos científicos sociales no se les ha hecho del todo justicia; se ha dicho
que influidos por la utopía socialista y por su protagonismo colectivo
prepararon la alfombra ideológica para el nacimiento de la absurda violencia
política que asoló el país. Se ha dicho también que aunque denunciaron la
precariedad y las injusticias sociales de nuestra realidad no escaparon a la
colonización de la racionalidad instrumental, ya que muchas de sus reflexiones
simpatizaron con visiones autoritarias y cerradas de la sociedad.
Sin embargo, creo que a pesar de las limitaciones y regresiones
epistemológicas que supuso la asimilación del marxismo fetichizado estos
esfuerzos culturales legitimaron como en ninguna otra época un acercamiento
extraordinario entre la reflexión y la acción social. Desde que el discurso
intelectual subsiste alejado del mundo irracional justificándolo en muchas
ocasiones tras pseudos soluciones civilizatorias, este se ha convertido en un
ejercicio aislado y neutralizado por la mercantilización del conocimiento. Al
no haber podido ser el concepto social un proyecto exitoso de transmutación
social, al no haber logrado sintetizar nuestra asfixiante heterogeneidad
disfuncional este se deshace en el drama esteticista de la literatura,
retratando con exotismo y con un descarado humor Light la condición
esquizofrénica de la sociedad peruana. La política del fragmento y del
coyunturalismo técnico repliega el conocimiento solidario y emancipador hacia
los fundamentos abstractos y solitarios de la nostalgia racional, anulando y
desvalorizando el saber de las voluntades apartadas que todavía intentan
cambiar el mundo social[15].
La atomización social y la fractura que sufre por todos los flancos el saber
ordinario desconfigurándose la identidad en el desenfreno psicológico y en el
relativismo hedonista ocasionan el eclecticismo y descripcionismo sociológico;
el despedazamiento de la individualidad del intelectual y su inmadurez
sensorial para sentirse ubicado en un mundo que lo rechaza lo obligan a ser el
productor de creaciones simbólicas que privilegian el absurdo y la violencia
estética
A medida que la realidad se hunde en la inseguridad y el caos las
creaciones intelectuales en vez de reflejar el dolor y las ansías de liberación
social lo que hacen es huir hacia las ficciones artísticas y narcisistas del
ser clandestino, evidenciándose con esto, el afán de salvación del alma
individual. No quiero hacer con esto apología a los mártires del saber, lo que
busca hacer es que se tome conciencia del rol que desempeña el intelectual:
éste no se puede dar el lujo de alimentar un individualismo desvinculado del
dolor socializado; su trascendencia consiste en ser aquel que ensaya una
crítica despiadada del mundo cosificado, en confiar en las características
liberadoras del concepto ahí donde toda la expresión de su singularidad y de su
diferencia se sostiene en la teorización de la totalidad. Frente a un mundo
desideologizado, y arrojado en el vulgarismo de la dispersión simbólica el conocimiento
filosófico social es aquel que puede redimirnos del existencialismo particular
y superar la sensación de ser un ser en constante transición[16].
La tiranía de una realidad objetiva que se nos esfuma obliga al ser
periférico a vencer los complejos mistificadores que proporcionan certidumbre,
pero que obstruyen el desarrollo de la personalidad con un proyecto de estudio
de la realidad social que deconstruya y
desactive los múltiples mecanismos y los rostros del poder, trocándolos en
interacciones comunicativas que enriquezcan la vida social. Mientras la teoría
de la descolonización no traduzca las preocupaciones intelectuales en
experiencias viables y prácticas de desarrollo será casi imposible convertir
aquella descolonización en una moralidad común del ciudadano de a pie. Gran
parte de los errores que intuyo en el programa de los estudios subalternos es
que sus militantes y sacerdotes solamente se adhieren a la crítica cuando esta
no pasa del texto que escriben, y cuando sus contribuciones políticas no les
obligan a negar las comodidades y extravagancias que invalidan su susodicho
compromiso ideológico. Al no ser suficientemente radicales en su proyecto
democrático de reconocimiento convierten toda la teoría en sólo una moda que
forma guerrilleros de papel, ahí donde se hace necesario contar con una
sociedad civil convencida de su rol histórico. Un texto que no intenta
convertirse sinceramente en contexto de sentido solamente justifica la infamia
social aunque la denuncie. El desinterés hacia una realidad que desprecian por
supuestamente inferior, pero de la cual extraen sus temas de investigación, los
convierte en filósofos cínicos, que cultivan su singularidad artística al
precio de un mundo vaciado de libertad orgánica. Para fraseando a Horkheimer:
la aparente madurez del edificio social es sólo viable a través de la inmadurez
de los sometidos que viven consumiendo y fabricando ideologías suculentas[17].
¿Imprudencia operativa o
planificación estratégica?
Una historia de la técnica social es complicado ensayar, todo cuanto más la
obstinación de las estructuras tradicionales dificultan la madurez
organizacional suficiente como para especular acerca de las características
visibles de nuestro actual subsistema burocrático. No obstante, estas
escaramuzas ideológicas, lo cierto es que los desarrollos incipientes del
espíritu organizacional estuvieron centralizados alrededor de las necesidades
de modernizar el Estado peruano, y paulatinamente alrededor de la empresa de
acumulación privada[18].
Es un error histórico suponer que la velocidad y el origen de la red
organizativa de estas dos entidades a veces contrapuestas en el Perú
contemporáneo sólo alcanzaron gran preponderancia con el desarrollismo
latinoamericano. Si bien es verdad que el patrón de crecimiento económico
vinculó ambos horizontes organizacionales para dinamizar el cambio estructural,
y que esta conjunción se dio con la aparición de las políticas heterodoxas y
populistas, lo cierto es que antes del desarrollismo ambos procesos se
desplegaron separadamente y en estado larvario. Debido a la presencia de un
régimen primario de acumulación que no solicitaba una gran división social del
trabajo y especialización administrativa, la empresa y el Estado estaban
incrustados al interior de una red jerarquizada patrimonial, intentando
convertirse en núcleos articuladores de esta heterogeneidad socioeconómica
cuando eran en realidad discursos aislados que poseían poco alcance nacional.
Al no estar desarrollados los mercados internos regionales, al estar grandes
porciones de la población en la servidumbre absoluta, y al predominar una
economía meramente de la subsistencia, la racionalidad burocrática sólo hallaba
existencia en los enclaves cerrados de un Estado deficiente y de empresas
extranjeras que no difundían los recursos organizativos a una cultura carente
de Estado de derecho[19].
Es cierto que las asimetrías en materia de gestión social impedían la
centralización de las funciones, sin embargo, creo que a medida que la
estructura primario exportadora no podía bloquear la evolución de los sectores
industriales, debido al empuje ideológico del Keynesianismo y del Estado de
bienestar occidental se hizo más difícil contener el progreso, eficiencia, concentramiento y disciplina del Estado
moderno. Es la seducción discursiva que supuso la razón populista la que sirvió
de estímulo social para que la sociedad autoconsciente se organizara alrededor
de una regularidad dialéctica, que amparándose en la especialización del
conocimiento científico natural y social, perfiló la constitución de una
identidad administrada. Las causas de tan extraordinario movimiento histórico y
de su agotamiento estructural se explican por el hecho de que la voluntad de
los pueblos sometidos trató de democratizar la razón e impregnar la vida social
de un sentido solidario y colectivo de felicidad. El desmantelamiento del mundo
histórico más por la falta de valor para vulnerar el cáncer del lenguaje
mitológico que por la llegada del cansancio posmoderno se comprende en la
medida que la organización populista industrial de la modernidad sólida cede su
lugar a una ontología de la organización biopolítica y sensorial que va
expulsando de los beneficios de la producción a las categorías subalternas que
no son capaces de generar saberes para el mercado[20]. La
soledad del exilio objetivo y esa sensación de ser parte de un engranaje que
nos va devorando obligan a la vida periférica y a los marginados del mundo a
reinterpretar y apropiarse magistralmente de las herramientas que los someten y
empaparlas de la sabiduría arcaica y popular que hace que el arte prevalezca
sobre la muerte sistémica.
Así, la organización simple que había intentado absorber a la impredecible
carne social es sustituida por el paradigma complejo de la organización en
donde las instituciones objetivas son reemplazadas por repertorios culturales
que planifican y controlan el caos global. Ya no es más el hombre el centro de
la creación, ni el que regula el devenir irreversible de la historia cínica,
sino un miserable pastor del ser tecnológico en donde para sobrevivir hay que
estar atento a la emboscada, a la estrategia, a las señales que nos manda el
totalitarismo de la complejidad organizada[21]. En un
espacio así donde la comunicación y los flujos del capital viven amenazados por
la violencia de la corrupción y de la gangrena que todo lo mata, al
conocimiento del ser periférico no le queda otro remedio más que renunciar a la
confrontación política y replegarse hacia la búsqueda de reconocimiento social
como un modo hasta hora no descalificado de humanizar el capitalismo
descarriado. Si bien esta organicidad de la mente no ha logrado desactivar las
escandalosas desigualdades sociales a partir de la capacitación abrumadora y de
la estimulación mediática, lo cierto es que sigue arrojando fuera de la sagrada
imagen del capitalismo sensorial a los escombros de los vencidos, a toda la
susodicha chusma que padece la explotación y que no es capaz de alquilar su
corazón y sus entrañas al servicio de la autodestrucción civilizatoria. Cuanto
más la complejidad organizada acelera el embrujo del lenguaje tanto más la
incansable reafirmación individual se trastoca en una mentira, en una falsedad
que no deja de atormentarnos, pues en el fondo sabemos que nos embarga la nada.
Esta organicidad de la que he discutido en la realidad periférica,
encuentra desprovista al espíritu social de la necesaria capacidad para
traducirlo en experiencia de desarrollo. Al retroceder el Estado en la aventura
de mantener lo que se descompone apresuradamente la minúscula sociedad civil
asume la responsabilidad social de mitigar los efectos perversos de la pobreza.
No obstante, los severos reveses que atraviesa la política social de promoción
del desarrollo sostenible, y a pesar que no ha conseguido movilizar y convencer
al actor local que él es el protagonista de su propio destino, es loable la
actividad que desempeñan por combatir la pobreza y la desigualdad social. Ya
que muchas veces bajo la etiqueta de la asistencia técnica se esconden oscuros
intereses por lucrar y vivir con cierta comodidad creemos que la iniciativa
empresarial que adopta sobre todo la promoción social sólo debe ser un medio y
no una finalidad por hacer riqueza y acaparar poder político. En la medida que
se entienda esta premisa humanitaria se logrará comprender el papel secundario
que despliegan lo que solamente aman la justicia social; identificar
conocimiento con poder es el mayor error que pueden cometer los científicos
sociales, y aunque muchas veces la desolación nos transmite ganas de ser héroe,
creo que hay que dejar este trabajo para los políticos profesionales.
El desconocimiento al no admitir que una teoría fracturada sólo engendra
una acción mutilada conduce a que los acercamientos técnicos y los diagnósticos
empiristas que se elaboran para dinamizar la realidad cosificada se convierten
en proyectos que van hacia el fracaso y hacia el despilfarro de recursos.
Cuanto más experimenten con realidades regionales y locales imponiendo un
esquema de indicadores claramente predeterminado, tanto más las matrices
culturales rechazarán las acciones reduccionistas de la ingeniería social, ya
que a veces al actuar sobre una realidad específica no consideran que esta es
parte de una red nodal y abierta que está en permanente redefinición y cambio.
Mientras la forma de intervención sea funcionalista e empirista solamente se
conseguirán efectos aislados y perversos, aumentando en algunas ocasiones los
problemas que se desean resolver. La realidad peruana es compleja e
indescifrable, por lo tanto, nuestra acción
técnica e imparcial debe ser suficientemente rica y compleja como para
develar los profundos misterios de la mentalidad peruana. La expresión de lo
incomunicable o inimaginable merece confiar en “ir con el concepto más allá del
concepto”[22];
porque no somos una sociedad habituada al concepto por eso mismo lo necesitamos
para transformarnos.
Conclusiones.
Es una tarea incompleta la que hoy se percibe en el decurso de la razón
sociológica. Mutiladas las habilidades que harían posible un reencuentro entre
la filosofía y la práctica social, el panorama que se cierne sobre las ciencias
humanas es incierto. Toda alternativa de desarrollo no descansa sólo en la
magia de la improvisación técnica y empresarial, que muchas veces nunca siente
los conceptos que aplica, sino en la unificación entre una investigación que
explore descolonizadamente los saberes sociales y una planificación reticular
que aproveche la empatía tecnológica que hoy se percibe en el mundo periférico.
En la medida que el desarrollo es un producto de la reconstrucción cotidiana y
el aprendizaje espontáneo de los lenguajes tecnocráticos la iniciativa privada
de todos los sectores sociales no quedará atrapada en la gramática de la
recesión económica, pues sería capaz de asimilar las crisis sociales que
desgastan la aventura de la autogestión, y así mutar rápidamente los recursos
cognoscitivos que se urge para reactivar el patrón de acumulación. Actualmente
que el beneficio económico se sostiene
en la desmaterialización de los repertorios culturales, en la desrealización
comunicativa, la clave para no desligarse de la economía informacional, que
sentencia todo a la obsolescencia es fabricar simulacros afectivos que hagan
más llevadera la encarcelación de nuestros exhaustos cuerpos.
En una realidad ahistórica en donde
la formación sociohistórica es contenida en la involución ideológica, la única
garantía de seguir siendo útil al mercado de bienes y servicios es crearlos
para reproducir la parálisis que nos mantiene agobiados; el alma periférica
adicta a los simulacros los sigue produciendo aun sabiendo que nos destruirán.
La interdependencia global que hace posible la continuidad de la anarquía
sistémica sólo es el camino al desarrollo total en la medida que se trastoca la
dependencia estructural de los sectores económicos en mutaciones simbólicas y
de conocimiento que no anulan la
dependencia económica aunque la utilicen con cinismo para que la nación avance a
pedazos. En otras palabras, hoy el crecimiento desordenado que experimenta una
economía sin pizca de planificación, sólo es obra de los sectores más dinámicos del capital
privado, a los cuales les conviene que se mantenga la condición primaria de las
economías regionales, porque en ello ven el cimiento que hace posible la
ausencia de competencia productiva que favorece los tentáculos de su
acumulación[23].
En un capitalismo periférico desindustrializado, en el cual se controla al
centrímeto la agenda del desarrollo humano se permite el florecimiento de las
identidades particulares en la medida que la vida social canaliza sus demandas
y se autoestrangula a través del formato del individuo propietario y
consumidor. Si bien esta enajenación económica se traduce en simulaciones
objetivas, que fingen la pobreza material, lográndose la constitución de
organismos productivos que se combinan reticularmente, lo cierto es que esta
maraña de subjetividades no posee la suficiente racionalidad y fuerza de
negociación para transformar el patrón de crecimiento que hoy en día bloquea su
especialización productiva. Y esta no parece saberlo la ingeniería social, pues
huérfana de orientaciones filosóficas no se atreve a transformar esta rica
subjetividad subalterna en una compleja industrialización popular que sintonice
con las matrices culturales de la sociedad peruana, porque no ha logrado
deshacerse de los torpes prejuicios ideológicos del actor único y de la gran
conspiración que todo lo controla. El ejercicio teórico de las ciencias humanas
sólo se justifica en la medida que perfeccionen las indagaciones sobre la
totalidad social para mejorar la contundencia de la intervención programada. En
tanto siga exiliada la reflexión de la realidad cultural a la cual anhela
retornar esta no pasará de ser un oficio
abstruso o artístico que refleja el extrañamiento e impotencia del intelectual,
y por consiguiente, una razón neutralizada en el ascetismo de la inspiración
12 de Diciembre del 2006
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[4] Quijano comenta en sus
trabajos la idea de una epistemología de derecha que determina la producción
social
[8] Ya lo decía Mariátegui no
impregnamos los saberes que vienen de fuera de un específico espíritu peruano,
una lectura periférica y auténtica.
[14] GONZALES Osmar. Lima: Señales sin respuesta. Los zorros y el
pensamiento socialista en el Perú Ediciones Prear, 1999
[15] OSORIO Jaime. Fundamentos
del análisis social. La realidad social y su conocimiento. FCE 2008. México
[17] HORKHEIMER y ADORNO. Dialéctica de la Ilustración.
Editorial Trotta. 1975
[23] DURAND Francisco. El Perú
fracturado. Formalidad, informalidad y economía delictiva. Eds. Congreso de la República. 1998
Lima-Perú
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