Mis talismanes y Cañete.
Durante mi instancia en Cañete
tuve mucho trabajo que hacer. Lo bueno
era que en las noches de verano me distendía y me dejaba llevar por los
misterios de este extraordinario valle de bellezas y de intensidad. Cañete es
lo que se dice un valle de ensueño donde el vino, el pisco y las aventuras
culinarias se entremezclan con las sonrisas y la sensualidad. Fue un verano
ardiente lleno de sorpresas inolvidables y no menos peligrosas para mi persona.
Mi instancia coincidió con el
festival del pisco en Febrero. Luego de agotador trabajo de ir para acá y para
allá me dispuse a comer una parrillada y a endulzar la garganta con un vinito.
Mientras cumplía con mis antojitos pude notar que estaba rodeado por todas
partes de lindas mujeres. No estaba entre mis intereses hacer alguna aventura
pero como forastero algunas miraditas curiosas se posaban en mi persona sin que
pudiera no responderlas con alguna sonrisa. Como a veinte metros de distancia
había una mesa donde una radiante cañetana estaba fijándose en mi humanidad
envolvente. Luego de dar vueltas en mi cabeza le mande una rosa con un pequeño
para que me permitiera hablar con ella. El truco dio efecto y en un santiamén
estaba conversando y carcajeándome con esta dulzura de mujer.
Ella era empresaria dueña de un
bar en Cañete, y otro en Ica. Se llamaba Priscila. Esa noche había recabado en Cañete por algunos
negocios importantes y por visitar a unos parientes que a la sazón vivían en la
ciudad de San Vicente de Cañete. Estaba tomando aire en la plazuela y hace gran
rato se había fijado en mi rostro de niño juguetón. Por seguirle la broma le
decía que era un niño y a la vez un buen amante. Que a veces el fuego se
encuentra en el espacio menos pensado.
-
Así tan planchadito y tan poético.
-
Pero te gusta que lo sea, mediante las palabras
se llega a la pulpa.
-
Jajajaja que quieres decir con pulpa, la de mis
labios ya tiene su amo, y yo soy su esclava.
-
Esta noche yo sólo veo a una dama muy bella y
solitaria, así que me adelanto a cortejarte no importando quien sea el.
-
Eres un atrevido, pero ningún beso vas lograr de
mí.
-
Eso estará por verse- y le hice un guiño
provocador mientras la jalaba a bailar un bolerito que en la plazuela se
escuchaba.
No era tan bueno bailando, pero
lo suficiente para clavarle la mirada de gavilán pollero en sus ojazos. Ella
sonrojada se sonreía ante cada acometida de mi boca en sus cabellos y cada vez
que le hacía dar vueltas y la fastidiaba en sus oídos. Me gustaba porque me
derretía por esa mujer, por su voluptuosidad y ardor para amar. Pero algo pasó
que flageló la noche. Llegó su marido, y me apartó de un empujón de su mujer.
Yo algo caliente pero a la vez aceptando
mis faltas no trate de pelear por ella. Me escabullí por otro lado de la
plazuela de San Vicente de Cañete, y me puse a fumar como chino en quiebra con
mi botella de pisco en la mano, como bien tomador. No insistí además porque
alcancé a ver el fierro de esa persona, y eso podía acabar mal para mí.
Como la noche había traído este
incidente decidía alejarme a un bar y tomarme el piscachón y comer algo
mientras recuperaba fuerzas. No se como vi al otro lado de la mesa a dos
chiquillas a las que había conocido en el viaje de Lima a Cañete. Pamela y
Marjorie se llamaban las traviesas. No se como estaban sueltas en plaza a tal
altura de la noche. Para mi eran dos luces en esa noche que me había
desdibujado la sonrisa. No me avente a buscarles de nuevo conversación y
parecían no alcanzarme a reconocer desde tan lejos. No se como en ese
reconocimiento de miraditas alcanzaron a verme y se matricularon con mi billete
con un plato de anticuchos para cada una. Las había conocido en el bus y
hablamos que cuando esté libre las llamara para que me enseñaran Lunahuana. No
abrigue falsas esperanzas, pero la casualidad dio que nos reencontrarnos y que
pudiera otra vez embelesarme con su dulzura y frescura nuevamente. Pensé que
sólo se quedarían un momento pero al verme que tomaba Pisco se trajeron otra
botella más, y otra más. Mientras las
horas de la noche nos atravesaban con un
candor risueño y un juego de miraditas para nada inhibido empecé a halagarlas a
jugar con pases de baile con ellas, en tanto al parecer nadie en el bar se molestaba por tal demostración de
atrevimiento.
Se iban embriagando con mis
versos acaramelados y mis movidas tocantes en la pista improvisada de baile. En
un momento me atreví a bailar una cumbia de Lizandro Mesa con las dos, ya
completamente mareados los tres. En una de esas cumbias le propuse a Pamela que
nos fuéramos a seguir tomando a mis habitaciones en un hotel cercano. Propuesta
que entre cuchicheos de traviesas aceptaron siempre que hubiera trago y buena
música. Nos dirigimos hacía el hotel donde residía y luego de hablar con la
señora de recepción, ya estábamos acostados jugando botella borracha los tres.
En todos los lances perdía y tenía que hacer lo que me pidieran; así que de
buenas y a primeras estaba casi desnudo en mi propio juego. No les importó
verme tras el calzoncillo al fierro. Hasta que gane uno de los lances y les
pedí que si se atrevían a besarse en la
boca yo les regalaría un premio. Lo que hicieron impacto mis sentidos dándoles
el regalo prometido a las dos mientras ambas se abalanzaban como animales tras
su presa.
Nuestros cuerpos fluyeron entre
sábanas de risas y caricias en lenguaje de rumores. Desnudas ya no eran dos
chiquillas caprichosas sino dos cuerpos acrisolados y flameantes. No había
leyes geométricas y ni coordenadas físicas que pudieran describir lo que hice
con sus cuerpos. Los sonidos y las canciones de lujuria retrataban una
oscuridad llena de placeres y de néctares humeantes. Sus mordidas y juegos de
amor me hacían vulnerarlas con mayor fragor, con fuerza que arrancaba sonetos
de osadía y vulgaridad. Ambas drenaron
todos los fluidos de mi ser y hacía el amanecer acabamos enrevesados en medio
de la cama como esculturas zaceadas, tomando como desayuno los últimos tragos
de pisco que quedaron en la habitación. Nunca les dije que las amaba, ni hubo
promesas entre nosotros, sólo se que se fueron tan rápido como las conocí, sin
dejarme algún paradero para poder ubicarlas de nuevo. Sus perfumes ardientes
aún latían en mi cuerpo, y se esfumaron tan pronto supe que sólo era una
travesura. Me bañe, aun con sus huellas en mi piel, y salí raudo a seguir con
mi chamba.
Soñe con ellas durante días
atareados de trabajo en el valle. Casi la imagen de hembra fatal de Priscila,
la chica de la plazuela se había alejado de mi memoria. Me había quedado con el bichito de conocerla
más a fondo. No se como estando en un mototaxi con mi pata John vi la imagen de
aquel sujeto de la plazuela salir de un bar con piernas mientras me dirigía a Imperial de Cañete. Le pregunte
sutilmente a John quien era el causa. Me respondió que era el dueño del bar,
que era de Ica y que paraba con fierro y con seguridad personal. Me estremecí
por la advertencia y le dije para entrar a ese bar mientras el esperaba a fuera
con su motataxi. A mi no me molestaba que fuera una bar con piernas. Algo me
decía que encontraría a Priscila entre esas
mujeres de compañía. En un santiamén asaltaron mi cabeza ideas confusas de los
peligros a los que tenía que enfrentar. El deleite de volver a ver a esa mujer
tan cálida y dulce que conocí en la plazuela de Cañete era más fuerte que la
muerte rondando. El plan estaba dispuesto y si recibía algún balazo era un
riesgo que tenía que correr como aventurero.
Ingresé al bar hacia las 1 am de
la madrugada. El lugar estaba relativamente vacío. A punta de una ráfaga de
miradas ubiqué a Priscila no muy lejos de la barra de bebidas. Se ensombreció
al verme. La invite a tomarnos una jarrita de cerveza cosa que accedió
alegremente con una sonrisa. Nos sentamos en un lugar apartado. Le pregunté
porque no había respondido mis llamadas ni mensajes. Ella mordió al
responderme:
-
No era obvio, tengo mi marido que me vigila.
-
Tu crees que eso me importa, y que tenga fierro
además
-
El no esta en Cañete pero su gente está aquí
cuidándome por si haces alguna locura.
-
Yo sólo quiero estar recitándote baladas a la
luz de la luna en una playa lejana.
-
No seas tan empalagoso, no voy a caer de nuevo.
-
Y si juego con tus rodillas no me das un golpe.
-
No no loco, no hagas eso, están bien bailemos
esta balada y te vas.
-
No me voy a ir mi paloma de fuego, antes te
arrancaré un beso- acto seguido asombrada le estampé una beso apasionado en sus
labios mientras sentía que su piel se derretía entre mis brazos.
Vámonos de aquí! Quiero que seas
mía esta noche. Al parecer era también dueña del bar y salimos raudos a la
calle no sin ser chequeado por vigilancia de la puerta. John nos esperaba en
mototaxi y partimos hacia el centro de la ciudad.
-
Eres un loco esto nos va acostar caro. Los
hombres de mi marido van avisar y entonces todo el peso va a caer entre
nosotros
-
No te preocupes Priscila, esta noche y no volveré
a molestarte. Tu también sabes que lo nuestro es fugaz pero inolvidable.
-
No soy una mujer fácil, pero contigo pierdo el
control. Estas loco de verdad jajaajaja
-
Lo nuestro será de una seriedad envolvente,
dejaré huellas en tu cuerpo, y tu sangre no me olvidara con facilidad.
-
Me muero por tus poesías.
-
Apúrate John ya llegamos.
Entramos en el Hotel donde a la
postre residía ya por una semana. En cuanto estuvimos desnudos su voluptuosidad
y su calor intenso quemaron mis entrañas. Sólo la fuerza de un gran amante
podía seguir los pasos de sus golpes de mujer, mientras el catre resonaba con
dureza. Sus sonidos profundos y ese aroma de su piel no eran inmaduros como los
de las dos chiquillas, sino desbordantes y bellos. Me echo pisco en el cuerpo y
escribió versos en mi piel mientras sorbía cada gota del licor. Yo le arroje
igualmente pisco en su piel mientras su respiración y sus rasguños me
enloquecía de creatividad y de una deshinbición plácida. En aquella noche
mientras le hice el amor varias veces llorando de pasión, supe de la fuerza
sensual de nuestras, y supe a la vez que el recato y la pasividad habitual son
letra muerta, cuando el erotismo nos sobrecoge. Cuando ellas quieren apretarnos
nos desquician. Priscila fue para mi en cada pliegue de su cuerpo una radical
lujuría, una sexualidad panteísta que no volví s probar en otra mujer
posteriormente. No se como en la noche mientras el cansancio me inundó de su
perfume se escabullo del hotel. Me dejó entre líneas una nota donde me decía
que nunca me olvidaría, pero que no se atreviera a buscarme, era mucho riesgo
para mi. Bese aquella nota con ternura sacrificial y me fui de Cañete esa
mañana luego de haberme accidentado con tres temblores de mujer. Esa vida
sísmica e intensa no pude borrarla de
mis recuerdos, y aún sueño con Priscila, Pamela y Marjorie. Desde el fondo de
mi corazón las percibe una época bella de mi vida.
Deje Cañete y aún luego de dos
años de no estar por allá rememoro a mis amigos y socios en ese valle de
ensueño. Quede endulzado con su comida y embrujado con sus encantos. Aun sigo
sin encontrar el treceavo ingrediente. Me quema la sangre recordar que los
poetas son los únicos que atrapan la dulzura de los moemntos, y son los únicos
que hablan de lo permanente. Que locura es el Perú.
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