Racismo y cuerpo en el mundo postmoderno.
Resumen:
En las líneas de este ensayo se narra la
fuerza de un conflicto que nos desgarra como nación y como cultura. Se ensaya
el origen del racismo en las culturas eurocéntricas a partir de la luz y la
oscuridad, como técnica de poder sobre los cuerpos, para su dominación y mejor
distribución socio-espacial. En el Perú se evidencia el desencuentro diario
entre las etnias y las culturas en el espacio público y privado, y como este
antagonismo no deja avanzar en el cultivo de una cultura democrática desde los
orígenes coloniales. En la última parte se ensaya un modo de superación de este
racismo a partir del despliegue del erotismo y la muerte del mundo privado como
refugio de la hipocresía.
Es una costumbre que a la sana
hipocresía que nos inunda se produzcan de improviso ciertas manifestaciones de
discriminación y de desprecio que nos hacen parecer que en realidad no sabemos
vivir juntos en este país. Como por ahí dijera de modo poético, pero bastante
directo Joaquín Sabina: “el Perú es una gran selva de diplomáticos”, es decir,
que aparentamos por autodefensa o estrategia convivir, pero ahí donde los
intereses son alimentados por elementos de origen étnico-racial no es fácil evitar
el insoportable odio que nos constituye como sociedad peruana.
Baste recordar situaciones que la
farándula ha potenciado con síntomas de risa o con momentos apócrifos de
reprobación pública. Como los episodios de racismo y violencia en que el
desadaptado hijo de la reconocida actriz
Celine Aguirre protagonizó en contra de una familia de esposos en un conocido
cine de la capital metropolitana. Los comentarios viles y racistas de Gloria
Klein a cerca de la autoestima y origen social de los peruanos, expresando la
superioridad de las clases altas limeñas mezclados con matices de delicadeza.
El escandaloso rechazo de la Universidad del Pacífico a Yaqui Quispe Lima,
alumna de beca 18, sólo por ser de origen andino, o de una condición social que
pudiera afectar el prestigio emblemático de esta casa de estudios, alegando una
equivocación en la admisión de la ingresante.
Las simulaciones creadas por el
colectivo Dignidad en algunas casas de estudio para comprobar como se mezclan
estimaciones de racismo con clasismo para diferenciar a los peruanos, y al
final negarles derechos en una sociedad presuntamente democrática. Las
múltiples discriminaciones que han llegado hasta el maltrato en diversos
establecimientos de diversión privada, al imponerse el bendito se “reserva el
derecho de admisión” sólo para la gente de color blanco. Los casos ridículos como
de atropellos que se cometen todos los veranos en las playas cercanas a la
capital, cercadas y privatizadas para la diversión de las clases exclusivas,
negando el derecho de ley que obliga a que las playas sean públicas y que todo
ciudadano tiene derecho a ellas. O los últimos casos de desprecio e insulto
racial a figuras emblemáticas del espectáculo solo por su búsqueda de ser admitidos
en aquello que llamamos éxito y fama, como lo fue la desaparecida Edita
Guerrero, de la agrupación de cumbia
“Corazón Serrano”, y últimamente el imitador del recordado “Chacalón” Juan
Carlos Espinoza, en el programa de canto “Yo Soy” de Frecuencia Latina.
O de modo inverso los casos de
todos los días donde ciudadanos que alcanzan
cierto rango en la sociedad a pesar de origen provinciano adoptan
manifestaciones de racismo, y de búsqueda esquizoide de blanquiamiento de la
piel y de su cultura, maltratándose entre peruanos, y negando el derecho a
opinar, a vivir tranquilo. No esta demás asegurar que esta distribución totalitaria
de una mentalidad racista, permite la hegemonía de un patrón de bienestar
social, llamase burgués-blanco-oligárquico, que imposibilita que los esfuerzos
de adaptación de los emprendedores no hallen cobijo cultural en los espacios de
poder,- sino es por el dinero- y este se democratice o simplemente se apertura
a más actores. Lo más perjudicial es que
estas manifestaciones culturales se encarnan en la forma como se construyen las
instituciones públicas, y empresariales, cierran y dividen a la sociedad por
ciertos criterios de secta y superioridad cultural-racial. Este es un proceso
que viene retornando con fuerza, y que de cierto modo es la razón que explica
el porqué hay bloqueos de orden cultural que no permiten la acumulación o
conformación de circuitos regionales o proyectos económicos de modo horizontal
en el país. La mayoría de los esfuerzos y las innovaciones de las clases
populares se hallan sólo en el terreno de la promoción de asociaciones de micro-empresarios,
que se ven obstaculizadas con trabas legales y políticas tan pronto se
proyectan expansiones económicas de mayor calado. Trabas que son expresiones
particulares de una cultura profundamente dividida y etno-céntrica. El racismo,
es en cierto sentido en el país, una ontología de los cuerpos, y de sus
territorios que favorecen la fragmentación, y divorcio material y político
entre nuestros varios niveles de poder.
Pero ¿Porqué ha sucedido esto en
nuestra cultura? ¿Cuál es la razón interna a histórica de porque estamos tan
incomunicados de modo humano, aunque tengamos que soportarnos? Y ¿porque este
proceso viene complicándose en todo el mundo, con el regreso del tribalismo, y
los odios étnicos-raciales en toda Europa, EEUU, que fracturan el mundo cívico,
y la tan condimentada democracia occidental? De la indagación que arranca en
estas líneas no esperen hallar forzosamente argumentos sólidamente probados. Lo
que ensayaré son nuevos caminos a partir de la observación subjetiva, y
corporal de los nuevos actores sociales, y como los estados de ánimo nos ayudan
a releer la historia. Abro estos claros en el bosque porque creo con seguridad
que el modo como se interpreta este problema en la actualidad encubre, no
resuelve y a la larga echa más fuego al rencor que recorre esta actitud. Que se diga que las recomendaciones que se
derivan de estos debates y discusiones insufribles deben acabar en políticas
públicas, merecibles pedagogías, y sensibilizaciones masificadas es sólo un
acto de mera transacción comercial, y no una solución que cambie la actitud
hacia los cuerpos que provoca estos ghettos de odio, y de constitución del
poder.
Además se debe posicionar un
corolario que se debe mencionar como línea maestra. Si hoy un día una preocupación
de los demócratas es como detener y denunciar esta plaga de ira, que inunda de
nuevo nuestra civilización, creo que no hay como comunicarla por medio de la
TV, la radio, prensa, internet, no hay que cifrarse esperanzas. Todos estos
medios ya son la expresión privatizada, reducida y a la vez fantástica de un
mundo que aleja a los individuos y mentalidades colectivas de la realidad, y
que a la vez confeccionan las expectativas y necesidades que requiere el
sistema de consumo. El deseo y la mecánica subliminal que emplean le quitan
seriedad a cualquier mensaje de reflexión y de crítica, pues las personas en un
mundo de la información acelerada ya no saben diferenciar entre las fantasías y
la realidad. Ha llegado a ser claro que la moral cívica ha sido devorada por el
mundo de las autopistas virtuales. Que
todo lo que esta a fuera, de manera casi instantánea, es sólo un ámbito donde
prevalece la violencia y la inseguridad en todos los sentidos. La segregación y
el espionaje que provoca las redes sociales de cierto modo refuerza el racismo
de la actualidad.
Empecemos por la segunda
pregunta. En el plano mundial, hay ejemplos interminables de conflictos étnico-raciales
que se reavivan producto del cambio acelerado que ha producido el mundo de la
globalización, la crisis del capitalismo, y la desintegración superlativa de las
grandes decisiones de gestión bajo el control de las sociedades. La premisa de
la que parto es la razón actual de la desintegración del sistema
moderno-europeo de poder hay que buscarla en el modo como se ha producido su
ideal de superioridad, y de hegemonía política. En cierto sentido, que hay que
demostrar estas escaladas de civilización y de producción de sociedades con
mejores niveles de organización han sido producto de la distinción binaria
entre luz y oscuridad. En algún momento del tiempo, hubo la necesidad de
superar la supuesta oscuridad de violencia y barbarie en que se hallaban las
sociedades, sumergidas en la naturaleza. Una de esas maneras, fue el monoteísmo
y la distorsión que significo concentrar lo sagrado en una personificación
autoritaria y distante, que arrebato animismo al mundo y a todas sus criaturas.
De cierto modo, esta secularización del animismo en el plano psicológico fue el
resultado de un odio terrible, de un sueño de poder y de venganza que
despotenció al cuerpo, lo desvalorizó y hizo recaer la vida buena en ideal de
abstinencia y de control rígido de los sentidos. Sólo en una cultura
despreciada e incomprendida, de los desiertos y resentida pudo surgir un ideal
tan maligno de sueños de gobierno y dictadura de lo esencial. El mana y los
mitos acabaron con la decadencia de una luz de racionalidad contra el espíritu.
La otra manera acontece de una
gran perplejidad, como de una gran debilidad. Cuando el caos provoca miedo
aparecen los grandes pensadores, los desnaturalizadores de la tierra. “Su lanza
es la única que puede curar la herida que ella misma es”[1]
suelta Hegel con intransigencia. La verdad no ha sido el remedio a una
situación de desgobierno y frustración, sino el síntoma de un exhibicionismo y
arrogancia, por interpretar mal los movimientos del mundo. La verdad de la que
partieron Sócrates, Platón, Aristóteles
de todos los demás impotentes del saber, es la verdad de aquellos que no
se sintieron bien en un mundo de excesos y festividad. Es el ideal de los que
quieren controlar la vida sólo por el hecho de que el caos los sobrepasa.
Grecia si bien ha sido el amanecer de las ideas que supuestamente siempre han
levantado al mundo de las guerras y la violencia ya era de cierto modo una
sociedad que se sentía la luz en relación a todo el oscurantismo que la
rodeaba. Su proyecto que parte de la música, la memoria y de un arte trágico
como festivo degeneró en el poder de aquellos que hacen del miedo a morir, y a
perder su épica sagrada en tecnología de escribir y de inventar imágenes que
han detenido el ideal de vida de los pueblos. Su poesía y retórica es un
escape a la naturaleza, sobre la base de
una imaginación y curiosidad teorética que acabó en la vejez y la muerte del
mundo Eurocéntrico: su caballo de Troya actual. De cierto modo los espartanos
eran algo diferentes.
Pero estos ideales de luz y
control, sólo pudieron significar en sus inicios, orden, armonía, bienestar,
felicidad, democracia, libertad, educación y conocimiento. Y todo lo que era
oscurantismo era barbarie, anarquía, ignorancia, superstición, locura, fetidez,
y porque no irracionalidad instintiva. En el algún momento del tiempo estas
actitudes y creencias de lucidez dieron fundamentos a un mundo racionalizado,
histórico, tecnificado, organizado sobre la base de Estados represivos, al que
llamaron luz, la cúspide de la civilización. Israel y Atenas se hallaron de tal
modo, que vaciaron la savia de la vida de la que partieron los programas de
desarrollo y progreso ilimitado, a la que llamaron plusvalía. Su poder actual
no puede continuar sino succiona las ganas de vivir, sino sitia la vida y la
desanima, sino corrompe todo aquello que promete de modo educado y salvífico.
Sus refinados modales, su diplomacia, su humanismo risueño que han encarnado en
cuerpos y en un canon estético del deseo oculta su gran soledad. Su gran
incapacidad para amar con pasión y intensidad, ha sido sedimentada en la idea
criminal que su raza blanca caucásica, y su ideal de cuerpos es la expresión de
una hegemonía interminable sobre el mundo que sufre los riesgos de la
corrupción y de la fealdad del terrorismo. Su gran miedo es que lo sagrado y lo
mítico descubra sus desiertos. Ahora intentan rencontrarse en aquello que sus
sueños de poder y revolución le quitaron. A eso le llaman turismo, o rebelión
postmoderna.
En el nivel interno la dinámica
es un juego de espejos más complicado. El Perú y su pasado ha sido el producto
de una gran humillación cultural, y corporal. Más que el abuso y la explotación
los antiguos murieron por ver secuestrados sus deseo de creer, y porque sus
dioses y huacas los abandonaron. El cataclismo interno que vivió la psicología
de los andes, fue nefasto. Alimentó el
gran trauma, escepticismo y a la vez desarraigo sensorial que nos ha
constituido como nación y proyecto de sociedad, y que han vivido todas las
esferas sociales de la sociedad. Ya en el mundo precolombino existía mucha
violencia y brutalidad. Nuestro territorio era un medio complicado que exigía
mayor fiereza y sentido de la unidad que otras culturas. No éramos unidos, sino
fragmentados. Lo que heredó la Colonia y el futuro ha sido, una tierra donde
hay sensaciones inculminables como amenazantes, donde el ser pleno es una
promesa que jamás se ha visto reflejada en nuestra organización social, sino
que se ha quedado encerrada en un gran misterio, terror y rencor osificado que
ha devenido en anomia e incomprensión esquizoide. Nuestro ideal de organización
y de reordenamiento social ha sido la banalidad del que nunca habla claro, y
del que busca las alcantarillas para ser lo que es. La luz sólo ha sido una
mentira bien decorada que nadie ha cuidado y respetado: la devoción, la
república, el socialismo, la democracia, y hoy el liberalismo a medias. Todos
estos ideales y narraciones han sido refugios deshonestos para la terquedad por
no vivir juntos, y proyectos donde el poder ha sido nuestra única condición de
vida.
Y el cuerpo ha sido ese locus
donde ha crecido el poder. En la luz un gran racismo, que al igual como Europa
ha sido el pretexto para negar lo que le aterra, y que ha servido para que las
periferias del espíritu no se sientan bien con su piel y formas vitales. El
racismo ha sido una forma de diferenciar, de construir servilismo, e introducir
esa idea que viene de antaño de que la vida es dura, no hay amor, y que sólo
hay que sobrevivir con honor. Desde que hemos existido como sociedad, el
racismo ha sido la marca que nos ha divorciado y que no ha permitido construir
un Estado resultado de la conexión y acumulación de las emociones que casi
nunca han salido. Con el tiempo un alma colectiva que no saca nada hacia
afuera, y que recurre a la adicción y a la violencia para desahogarse e irse
del mundo, se ha manifestado en proyectos de poder, donde el presupuesto para
solventar el orden social ha sido avergonzar
a los peruanos, a los andinos y a las culturas subordinadas pregonando
que sus cuerpos y deseos son enfermizos y feos. La estética que ha formado esta
idea, es la estética del que es capaz de negarse como singularidad por hallar
una satisfacción que nunca llega en el acriollamiento del que busca la
modernidad, y las formas del gusto que las elites y Europa han incrustado desde
antaño.
Pero nuestra oscuridad en una
cultura pública separada por diques de desprecio y negación de la vida, ha
estado acompañada en lo privado de una gran atracción anárquica producto del
odio y la desolación que produce la hipocresía civilizada. Nuestro deseo es a
pesar de las grandes esperanzas de amar y será amado un jardín secreto de
trasgresiones y traumas sexuales, donde el erotismo actual y del pasado ha
merecido nuestra vergüenza, de nuestros cuerpos y de lo que ellos encarnan como
personalidad y cultura. Nos deseamos todos de manera cínica, constituyendo un
placer que sólo es la conquista de manipulaciones y de calumnias, donde nuestro
calor y juegos requieren los silencios para colisionar con el cuerpo de lo que
se desea y a la vez se rechaza. El racismo es en el Perú una forma de control
de aquello que se desea controlar para abusar de él, de aquello que se etiqueta
que no debe vivir su propio cuerpo ni formar su propia experiencia de
sexualidad. De arriba a bajo el racismo es una treta para evadir el gran deseo
que nos despierta la debilidad como el poder. La decencia y la moralidad
corporativa que nos acompaña el día de hoy encierra un deseo no liberado, no
institucionalizado, donde el mundo privado del que se precian los géneros es
una postergación constante, una ilusión que sólo se contenta con instantes de
descontrol y embriaguez. El racismo nos erosiona y nos esconde, y a la larga es
la única forma más estable de sentido, ahí donde cunde la ignorancia, la obsolescencia
y la brutalidad de la existencia peruana.
Pero el racismo no es fácil de
desactivar. Ha sido y es el pretexto para sembrar el odio visceral y transfigurarlo
en proyectos de poder. Ahí donde las personas y sus mundos de la vida se ven
divorciados de los sistemas políticos a los que poco hacen caso, la raza es una
forma de hallar seguridad, apariencia y porque no organizar nuevas tribus. La
clase ha sido una forma de encubrir este viejo debate, pues la democracia y la
política quisieron llevar el antagonismo por otro lado hasta tener arruinado a
nuestras mentes y regresar luego al
etnocentrismo, para dividir y crear simulaciones y pseudo-revoluciones como en
el pasado.
Si se desea derribar el poder hay
que partir de una premisa muy sencilla. El poder ha controlado y controla
nuestra percepción sobre nuestros cuerpos de tal modo que modela y usa nuestras
sensaciones contra nosotros mismos. Avergonzarse de lo que llevamos ha sido un
modo astuto de ingresarnos miedo y prohibición. Lo sagrado puede morir como
resurgir sí es que se replantea esa vieja idea cartesiana como muy británica de
que el interior nos da equilibrio, y que la razón es un instinto que nos permite
no ser destruido por nuestros propios fluidos. Ir en contra esa idea, es decir
llevar hacia afuera todo lo que late en nuestra piel es el santo y seña de cómo
derribar la fuerza del poder que es esencialmente distorsionar nuestros deseos
y afectos. El racismo morirá si matamos el mundo privado, y las emociones
sinceras saliendo lo reencantan, pues toda la vida es hoy son materia muerta y
saqueo indiscriminado. Y ese papel le corresponde con mayor vigor a la
sexualidad. Pero no como objeto de poder, sino con entrega y dispuesta a darlo
todo. Sólo así se reconectará con el amor, y el racismo, como el sexualismo
vacío perderán vigencia coherencia y gratificación creativa ante la sexualidad
y realidad de una nueva especie.
Hoy el mundo se atreve a todo pero
aún en el mundo privado. En ese sentido es más la creencia que el otro es sólo
un cuerpo, una raza sobre la que hay que ejercer dominio y placer. La hegemonía
del poder se tambaleará entre otras cosas si lo sagrado y los cuerpos se
vuelven a encontrar. Oponer el erotismo, lo pornográfico, y las distinciones
más desenfrenadas en contra de un amor que se piensa escaso y gaseoso es a fin
de cuentas rendir culto a las razas que más despiertan nuestro deseo, y caer en
el padecimiento más democrático. Los varios cuerpos hay que vivirlos en la
mayor pluralidad y creación posible, sólo así no habrá rivalidad. Pero esta
vivencia es un algo que cada pueblo debe sentir sin modelos y presiones. Pues
de estos elementos depende la reconciliación de las personas y sus vidas
afectivas con el mundo de las instituciones y la técnica más amplia.
Aunque estas reacciones no dependen ciertamente no sólo de políticas públicas dirigidas a crear una educación sexual abierta al reconocimiento maduro de nuestros miedos y vergüenzas profundas, sino sobre todo a derribar ese conservadurismo acerca de la intimidad que vive en nuestra cultura, y que no ha permitido superar los traumas emocionales que impiden construir una subjetividad ciudadana solida y auto-suficiente. Esto son caminos que se podrían llamar etno-metodológicos, es decir, que cada persona es suficientemente capaz de no sentirse vulnerable ante los estereotipos arraigados de su entorno social y que con toda seguridad puede expresar abiertamente una autoestima natural hacia si mismo y que ese espirítu interior se proyecte y moldee con estética a los nuevos cuerpos. Si hay vergüenza arraigada a cerca de la intimidad que se manifiesta en culturas cerradas históricamente entonces ese miedo y moralismo hipócrita es capaz de hacernos que nos autorreprimamos y que a toda presencia de una sexualidad mas fresca y sincera como es hoy la de los adolescentes o extranjeros, nos movamos hacia la critica despectiva de esas manifestaciones expresiva de amor, y reproduzcamos una cultura que vive el sexo en la oscuridad, el asco y la enfermedad, proclive a la xenofobia y el odio irracional. Mientras en casi toda América Latina la sexualidad es vivida de manera mas democrática y a la vez con sabor natural, en el Perú se vive salvo las excepciones de la selva que van variando con la inserción de la modernización, una cultura rígida sobre el amor y la sexualidad que promueve el divorcio institucional y una energía acumulada que no tiene expresión en la cultura pública, y que muchas veces explota en violencia y proyectos de odio revestidos de transformación social.
Aunque estas reacciones no dependen ciertamente no sólo de políticas públicas dirigidas a crear una educación sexual abierta al reconocimiento maduro de nuestros miedos y vergüenzas profundas, sino sobre todo a derribar ese conservadurismo acerca de la intimidad que vive en nuestra cultura, y que no ha permitido superar los traumas emocionales que impiden construir una subjetividad ciudadana solida y auto-suficiente. Esto son caminos que se podrían llamar etno-metodológicos, es decir, que cada persona es suficientemente capaz de no sentirse vulnerable ante los estereotipos arraigados de su entorno social y que con toda seguridad puede expresar abiertamente una autoestima natural hacia si mismo y que ese espirítu interior se proyecte y moldee con estética a los nuevos cuerpos. Si hay vergüenza arraigada a cerca de la intimidad que se manifiesta en culturas cerradas históricamente entonces ese miedo y moralismo hipócrita es capaz de hacernos que nos autorreprimamos y que a toda presencia de una sexualidad mas fresca y sincera como es hoy la de los adolescentes o extranjeros, nos movamos hacia la critica despectiva de esas manifestaciones expresiva de amor, y reproduzcamos una cultura que vive el sexo en la oscuridad, el asco y la enfermedad, proclive a la xenofobia y el odio irracional. Mientras en casi toda América Latina la sexualidad es vivida de manera mas democrática y a la vez con sabor natural, en el Perú se vive salvo las excepciones de la selva que van variando con la inserción de la modernización, una cultura rígida sobre el amor y la sexualidad que promueve el divorcio institucional y una energía acumulada que no tiene expresión en la cultura pública, y que muchas veces explota en violencia y proyectos de odio revestidos de transformación social.
En nuestra cultura este desafío
es complicado como discordante. Corroer el odio que existe en nuestra historia
psíquica depende más que de un atrevimiento
que de una nueva fe en las cosas y en las criaturas que nos rodean. Si
alguien se atreve a seducirnos nuevamente como país, será alguien que despierte
mucha esperanza como miedo. Y lo hará desde aquello que moviliza nuestros
apetitos e inconformidades, pero eso es un peligro, como ahí donde reza la salvación.
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