miércoles, 1 de agosto de 2018

Historicidad y juventud en el Perú contemporáneo.(2011)








Resumen:

En esta contribución se explicita una descripción histórico-cultural de los orígenes de la juventud como fenómeno social, en el contexto de formación de las economías y los procesos de modernización en las regiones periféricas del patrón de poder global, con el propósito de sostener que la juventud como psicología cualitativa es generada en franca marginación intergeneracional de la producción oficial de la realidad; y que si hoy en día existe capturada por  los procesos privatización consumista es porque ha sido expulsada de los enclasamientos reales, confinada a recrear seductoramente una sociedad del signo postmetafísico, que es el muro lingüístico que impide la reconciliación histórica de la energías creativas con la sociedad desmantelada.


Abstract:

In this contribution, it develops a cultural-historical description of the origins of youth as a social phenomenon in the context of formation of economies and modernization processes in the peripheral regions of the pattern of global power, in order to sustain the youth as qualitative psychology is generated in direct intergenerational marginalization official production of reality, and that if there is now captured by the privatization process because consumer is expelled from the actual insertion in social class, confined to recreate a society of the sign seductively postmetaphysical that language is the wall that prevents the historic reconciliation between the creative energies of society dismantled.

Palabras claves: Historicidad, juventud, procesos culturales, sistema de consumo, modernización, postmodernización, trasgresión.


Lucha de clases y juventud popular.

Propiamente el auge de la sociedad desarrollista prolongo durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial un consenso entre la democracia y el capitalismo que promovió la difusión de los derechos sociales y económicos[1]. El Estado oligárquico que había contenido el impulso histórico sobre la base de una sociedad tradicional y feudalizada, no pudo detener la movilización histórica de nuevos agentes políticos que presionaban sobre los cimientos del antiguo régimen para inaugurar una nueva relación Estado y sociedad. Si bien el Estado planificador fue creado para neutralizar socialmente la ola participativa de las demandas democráticas en todo el globo, poco a poco en las sociedades dependientes o colonizadas paso a ser un agente dinamizador de primer orden, que perseguía subordinar el sistema productivo a las peticiones socialistas de los actores populares y clases medias[2]. Si era necesario transformar la sociedad para alcanzar el desarrollo moderno, esto implicaba involucrar a la sociedad movilizada en los planes de reestructuración socioindustrial de la realidad periférica, una realidad de enclaves económicos retrógrados que habían sumido en la miseria y la explotación a la sociedad colonizada. Como la fluida migración sobre las ciudades había inaugurado una presión política sobre la capacidad económica del sistema social, esto produjo una serie de mutaciones étnico-clasistas en el tejido social tan insospechadas que la sociedad planificada tuvo que hacer frente al nacimiento de nuevas e imprevistas necesidades de calidad de vida, que el viejo y bien intencionado Estado populista no pudo interpretar, ni siquiera satisfacer[3].

En principio estas necesidades homogéneas eran resueltas sin mayor problema por el Estado nacional-popular, pues todas se dirigían a colmar el auge de peticiones  sociales que se reducían a mejorar las condiciones de vida de la población pauperizada, pero en cuanto el consumo abastecido provocó la conciencia de un individuo indemnizado por un sistema productivo que trataba de diezmar socialmente la politización clasista de la sociedades populares, surgieron cambios y mutaciones culturales inexplicables en el cuerpo social con la intención de fragmentar culturalmente la unidad de un movimiento popular que sobrecargaba y desestabilizaba la esfera pública. La racionalización y burocratización del viejo Estado populista conseguía ciertamente subordinar su actividad a las órdenes de una sociedad organizada, pero el resultado inesperado es que la atmósfera cargada de novedad y emancipación generaron la producción de una tradición individual que se desconectaría de los marcos de socialización clásicos, posteriormente cuando el mercado autorregulado desmantelaría la organicidad de una sociedad desguarnecida.

 La embrionaria sociedad industrial que perseguía construir una ciudadanía inclinada a proteger bienes nacionales permitieron contradictoriamente el nacimiento de una intersubjetividad proclive a reproducir valores y sistemas de significación acriollados que habían legitimado en la etapa oligárquico-feudal anterior la reproducción de un tejido social conformista y desvinculado  de identificaciones nacionales. Es decir, el ataque estructural que promovió la semántica del desarrollismo no consiguió desactivar la gramática de la dominación criolla, debido a que los significados existenciales del sistema educativo tradicional, que habían prometido la inclusión cultural del poblador discriminado en la cultura real, infiltraron como pautas de comportamiento oficiales valores y prejuicios criollos que facilitaron la dación de una socialización marcadamente comprometida con la reproducción de un hedonismo festivo y un individualismo grotesco. Es esta supervivencia de residuos egocéntricos en la mentalidades populares la que facilita la recuperación de un imaginario conformista y autárquico que fue disimulado en principio por la avanzada clasista, pero que ulteriormente irrumpió y se democratizó cuando los signos de debilitamiento de la lucha de clases legitimaron la imposición de una ontología social desconectada de los cambios materiales e institucionales.

La resistencia inesperada de un ideario criollo, que cedió provisionalmente cuando la motivación clasista e histórica del sindicalismo logró el consentimiento de las categorías populares para extraer del antiguo régimen las evidencia palpables de un industrialismo de enclave y reducido, regresó como una subjetivación modernista que racionalizó y naturalizó la preservación de una actitud ontológica de la cholificación, propagandeando un ciudadano consumista que jamás quiso reconciliarse con objetivos comunitarios de progreso y bienestar objetivo. En otras palabras, mientras la ideología clasista removía los fundamentos de un orden social francamente opresivo y humillante de la realidad nacional, las clases populares percibieron los cambios sociales como acciones políticas dirigidas a restituirle democráticamente el liderazgo de un proceso socio-productivo capaz de hacer progresar ontológicamente a la sociedad nacional, pero que al agotarse delataron el secreto compromiso de las identidades domesticadas con un discurso de sometimiento y de reacción que había estabilizado para ellos durante siglos una identidad que otorgaba socialmente certidumbre y felicidad mezquina. El sórdido distanciamiento cultural de las mentalidades sometidas de un proyecto de  nación que buscaba justamente liquidar un orden cultural que los esclavizaba simbólicamente durante generaciones, provocó el retorno represivo de este orden sofisticado bajo la apariencia de las transiciones a la democracia, que mantuvieron intacto el consumismo barroco y popular, y la enemistaron con una ciudadanía crítica que era percibida como demasiado confrontacional y aburrida, como para ser adaptada como patrón de desarrollo cultural.

El clasismo concita la  atención de los océanos de la dominación porque el criticismo que lo inspiraba logró identificarse como un discurso innovador y juvenil que fue asimilado apropiadamente por las capas populares; sin embargo, en cuanto el tono modernizador del clasismo se transfiguraba  en una violencia subalterna imprudente y temeraria perdió el compromiso de las bases sociales porque este discurso milenario atacaba la sustancia misma de la identidad biográfica. El individualismo que surgió de las ruinas del antiguo régimen de  producción material traslado a los escenarios simbólicos las formaciones socioculturales de la dominación criolla, desterritorializando los discursos del poder y volviendo obsoletas las estrategias de cambio estructural, pues el edificio social se culturizó y estalló en una real microfísica del poder simbólico. No sólo supervivieron ingenuamente, a través de este individualismo evanescente los repertorios arcaicos del viejo orden, sino que además la hibridación cholificante y los sincretismos acriollados que las categorías populares desenvolvieron para vulnerar las murallas del poder, se concentraron en la carcasa de un criollismo abstracto y desterritorializado que condenó a la bancarrota todo intento de  hegemonía popular auténtica y democrática[4].

 La ruptura generacional que el sindicalismo clasista logró incluir en las  mentalidades que cargaron con la responsabilidad del cambio histórico, confinaron al romanticismo utópico de la juventud al culto ahistórico y despolitizado de la sociedad de consumo, sobre todo cuando su versión mediatizada logró fabricar un esquematismo esteticista que aseguró irreversiblemente la hegemonía del elitismo burgués criollo. El cambio generacional que intentó consolidar el desarrollismo fracasó porque la cultura racional no rompió con la biografía escolástica y conservadora del viejo orden que rápidamente en un escenario postmoderno o de desdibujamiento de la narración moderna se organizó en un conocimiento mitológico que libró la conciencia económica de los lazos de la tradición, pero que mantuvo intacto la herencia cultural del barroco colonial, que se transmutó en el desequilibrio  libertino y cínico de la cultura criolla postmoderna; garantizando con esto la lealtad de una identidad juvenil cuya rebeldía natural jamás conocería una forma ideológica, pues los controles líquidos del biopoder capitalista la desconectarían para siempre de una reconciliación historificante con la estructura social mercantilizada[5].

En las sociedades populares la juventud no comporta un espacio legítimo de preparación para la vida social formalizada, sino una concreta experiencia de postergación y exclusión generacional, sobre todo cuando las evidencias de un poder corrosivo e inestable condenan a la inmadurez estetizante y desinformada a todos las canteras juveniles que debería instalar su creatividad histórica en los intersticios de un sistema social reconciliado con sus sueños y expectativas, y no ser como es una edad absurda y desfijada a la cual se le castra la motivación reflexiva por el peligro de una renovación soberana y nacional del ideario. No estoy en contra de la jovialidad y apasionamiento juvenil, pero creo que al no ser sublimada en instituciones acorde con el desarrollo del edificio social, y al ser detenido en el culto a un estilo de vida muchas veces desorientado e irracional que carece de significado y compromiso racional con la totalidad, se condena a la marginalidad generacional a toda una vitalidad histórica que debería conocer los parabienes de la autonomía y la felicidad ciudadana. Al ser mutilada la base económica industrial que debía haber servido de garantía para el resignificamiento histórico de la juventud esta deambula en el vacío y la desarticulación del giro postmoderno, sin poder concretar su progreso objetivo, o lográndolo a costa de la cosificación e instrumentalización de su biografía vital.

Imaginario juvenil y crisis epocal.

Como habíamos visto en la sección anterior el desarrollismo logró emancipar la fuerza laboral de los resquicios premodernos de la feudalidad sin haber consolidado una mentalidad secular acorde con el  progreso industrial de la sociedad popular, lo cual se tradujo en muchos casos en no haber podido superar cualitativamente una gramática del poder simbólico, que ahora en plena modernización tecnocrática retornaba como ethos religioso o moral cínica subordinado a los impulsos ahistóricos de la sociedad de consumo. El humanismo recalcitrante y pictórico de la sociedad oligárquica, que en muchos casos detuvo cognoscitivamente el proceso de cualificación productiva del sistema industrial, no consiguió ser atravesado por la moral de la efectividad neoliberal, que ha devenido con el tiempo en una pastoral profesional que arroja al mercado laboral a un ejército variopinto de profesionales incapaces de adaptarse a la desalmada competitividad laboral, no sin antes corromperse y reproducir un ideario organizacional mafioso de clientela y patrimonialismo. La brutalidad simbólica en la carrera pública del conocimiento es tan informal pero a la vez instituida con tal aplomo que la juventud tiene que reproducir esta moral del delito y de la clandestinidad sino quiere ser desplazada como una ideología criticona y romántica, y por consiguiente, ser expulsada del mercado laboral que reproduce los monopolios culturales de la elite nacional[6].

Sin extraviarnos en discusiones inservibles, creo que el surgimiento de las precisas necesidades juveniles en las  sociedades periféricas fue un resultado de la descomposición de la sociedad planificada y del Estado proteccionista, que ciertamente en su mejor momento logró canalizar y afianzar las expectativas históricas de la avanzada juvenil, entregándole referentes culturales a los cuales comprometer su adhesión cultural. La mediatización cultural y el atractivo de una pedagogía modernista en el seno de las relaciones sociales provocaron el desarrollo de una subjetividad que apoyó los cambios revolucionarios de la modernización social, con el objetivo de constituir una ciudadanía nacional-popular, pero que al erosionarse la objetividad de la base económica quedó expuesta ante la segregación simbólica de la mass media que empieza a fabricar las subjetividades y disposiciones culturales acordes con los intereses de la representación trasnacional. El doloroso parto de una institucionalidad moderna que fue liderada por la juventud clasista, que creyó en el cambio social desarrollista, no concitó el atractivo posterior de las sociedades populares, pues esta secularización se rebeló como un proyecto de estandarización imperante incongruente con el ethos barroco y religioso de la periferia latinoamericana, que se resistió a ser pasada por el cedazo de la racionalización cultural. Al no capturar la atención racional de los actores de las sociedades populares poco a poco las motivaciones oníricas de la avanzada juvenil empezaron a separarse del control obsoleto de la economía industrial, quitándole legitimidad  y abriendo en plena incitación de una sociedad desmantelada una cultura postmaterial que facilitó de ahí en adelante el consentimiento de las individualidades populares a todo tipo de chantaje y bloqueamiento semántico por parte de las aristocracias mundializadas. Cuanto más las necesidades postmateriales edificaban una cultura de consumo, que ocultaba con la homogeneización digital una sociedad profundamente asimétrica y desigual, tanto más se procedía a la destrucción de las conquistas y organicidades subalternas de la industrialización, sin que la cultura defendiera la base material objetiva que hace posible la real secularización de las conciencias[7].

Al derrumbarse los fundamentos sociales de la narrativa industrial fue sencillo para el ajuste estructural concebir una relativización y caotización simbólica como campo de los profundos esfuerzos psicológicos para aferrarse a la economía formal licuada, sin tratar de subvertir los perfiles objetivos de una formación social culturizada y radicalmente fragmentada. Al arrancar a la juventud de la fiscalización democrática de los sindicatos, no sólo se procedió al descuartizamiento legítimo del Estado nacional-popular y de su economía social, sino que además esta medida corrosiva facilitó la invención de un estilo de vida marginal a la cultura adulta oficial que fue tolerada como fase de preparación y capacitación para la vida adulta formalizada, pero que en realidad se delataría como un estricto mecanismo de divorcio de la  historia concibiéndose todo un sistema de significados y de energías culturales juveniles apartadas de su realización económica y cultural[8]. Este control y legítimo divorcio entre la economía monopolizada y la sociedad juvenil fue concertado porque en el período de la modernización autoritaria el disciplinamiento de las fuerzas sociales había producido la radicalización de las vanguardias juveniles, lo cual fue revertido cuando la despolitización y ulterior atomización mediatizada conformó una individualidad distanciada de su ejercicio ciudadano e inclinada a  reproducir una cultura anómica y transgresora. La consiguiente violencia y desubicación de los rostros juveniles en el escenario de la crisis epocal de los ochenta no se traslucía en un ejercicio temporal de desadaptación premoderna, sino que tal inmadurez de las generaciones sometidas fue desdeñada intencionalmente para justificar los crueles controles y represión de las clases dominantes en el cuerpo amedrentado de un joven que devoraba transgresión e irresponsabilidad[9].

Al contenerse el desarrollo filogenético de la juventud y convertirlo en una descarada cultura juvenil divorciada de todo compromiso con la totalidad, se combate crudamente todo intento de rebelión aventurera por parte de las nuevos talentos juveniles como formas desviadas e infantiles de realización individual que deben ser aplastadas pues degeneran en criminalidad y subversión del orden existente. Como el desastre de la política económica había impactado en una población mayoritariamente empobrecida, lo que devino en protesta y disconformidad política, se procedió a reforzar el proceso de disgregación cultural, iniciado por la mass media, como una forma de contener discursos insurgentes que pudieran reconstruir la elitización de la cultura oficial criolla. El plusvalor juvenil al ser sublimado segmentadamente por el cedazo de la burocratización profesional se asegura la riqueza creativa y tecnocrática de la juventud a las órdenes del capitalismo, lo cual además ocasiona indirectamente todo un ejército de desposeídos culturales que ven como la aventura de ser joven realmente se desvanece en las instalaciones de la elitización y madurez aristocrática, aún cuando la infantilidad y la desinformación cultural son desperdigadas con suma violencia y frívola aceptación pública. Es decir al confeccionarse un sistema socioproductivo estrecho y mezquino de las necesidades democráticas se obliga a las identidades populares a asimilar la mecánica de la dominación empresarial, conformando un mosaico diverso de inteligencias microempresariales que violentan el espíritu social, sometiéndole a los dictados de una plantilla individualizante que disuelve las seguridades y cohesiones del sistema anarquizado nacional[10].

La crisis epocal que devastó los sueños y expectativas de una avanzada juvenil que había apostado por la revolución social, no fue un resultado de una natural descomposición o envejecimiento de la estructura social, al no conseguirse la contundente secularización de la cultura peruana, sino el complot y cruel represión de un Estado neoliberal autoritario que para reorganizar la economía peruana en función de los intereses privados inauguró una relación policíaca con la sociedad civil a la que tuvo que perseguir desde entonces hacia los confines de la cultura popular para garantizar su adhesión incondicional y su legitimación tecnopolítica[11]. Toda la posterior descomposición de la sociedad peruana se rebelo como el proyecto de poner en paréntesis perpetuo una forma de razón populista que había logrado el pacto entre la democracia y el capitalismo, pacto que debió ser barrido violentamente aun ante la disconformidad y resuelta oposición de una  sociedad joven que vio como la inspiración desarrollista era aplastada por una globalización incipiente que había concitado una alianza secreta con las elites tecnoburocráticas, el empresariado y las clases medias escribales, antaño aliadas del populismo iconoclasta. En este sentido, si bien el ajuste estructural sólo buscaba transmutar la estructura  económico-político del populismo, dejando la reproducción de la cultura a una cuestión de elección privada, si que enfatizó el desarrollo de un poder cultural en red que vigiló y sometió desde entonces a las subjetividades rebeldes a un proyecto de mercantilización de los espacios interiores y de la cultura, que, por consiguiente, convirtió al ser juvenil en un estilo de vida inconsecuente y desconectado del proceso social degradado.

Es lógico suponer que esta lenta reestructuración de la sociedad peruana produjo una transición accidentada del espíritu social para adaptarse al mensaje empresarializado, lo cual ocasiona una coacción agresiva de todas las demandas y reivindicaciones juveniles que había dinamizado la sociedad democrática, coacción que lentamente modificó la actitud ontológica del joven a venerar un cascarón individualizante que es sólo una distracción y una farsa en la selva de la competencia y de la mistificación social. Como gran parte de la juventud fue disuadida de su compromiso con la esfera pública pues el sacrificio clasista había olvidado la sensoriedad del ser juvenil, es lícito suponer que paulatinamente ante el envejecimiento del pensamiento negativo el joven empezara a buscar discursos político-culturales más apropiados con sus ambiciones de realización cultural, en un escenario donde dichos bienes culturales se elitizarían en corazas aristocráticas y la juventud se iría concibiendo como el más grande y vital intento de romper con los prejuicios étnico-clasistas desde un romanticismo sentimentaloide e inocente.

La rebeldía natural de un joven al que se hace madurar como sujeto de consumo y no como ciudadano crítico, lo arrojan a una sociedad anegada de estimulaciones y necesidades bioculturales diversas donde el sueño de reconciliación y felicidad paradisíaca es cohibido por la necesidad de tener que sobrevivir y ser aceptado en la complejidad capitalista. El joven acepta resignado como toda aquella promesa de realización individual es abortada concretamente y el apetito de realización dialéctica es expectorado por una identidad decepcionada que tiene que aprender a soportar las depravaciones del mundo administrado, que trastorna al individuo en una cruel falsedad y humillación fáctica. Es entonces que la juventud al ser un discurso bloqueado por la involución de la estructura productiva se ve obligada a abandonar sus sueños originales y subordina maquinalmente a una sociedad mercantilizada que lo vacía y lo vuelve en un ser en donde avanza la dureza de la insignificancia[12].

Generación X y brecha generacional.

El molino satánico ha hecho desaparecer en el agigantamiento individual toda el imaginario colectivista juvenil de la etapa anterior, empezándose a construir una personalidad que es responsable del drama de la instrumentalización, aun cuando es víctima del impacto desolador de la razón cosificadora. Esta concientización de la tragedia de la cultura- el malestar de tener que reproducir conscientemente un patrón de explotación por mor de la sobrevivencia- coloca a la juventud como identidad parcializada con la opresión, ya que su desplazamiento objetivo toma conciencia de los atropellos de la razón capitalista, reapropiándose de la estrategias de vigilancia y cosificación, y reproduciendo con esto un principio de realidad cínico que hace al joven irresponsable parte del juego de poder del entramado social[13]. Es decir en una sociedad tradicional donde el desarrollo del individuo esta adscrito a una lógica autoritaria de modernización sólida, la personalidad es un producto político de la razón populista y por lo tanto víctima de la represión autoritaria. En cambio, en una sociedad desmantelada donde las relaciones socioculturales de producción postmoderna bloquean el discurrir de las fuerzas productivas, que se mantienen en la involución material desindustrializante, la personalidad aprende a navegar en la organicidad compleja y del relativismo cultural, y es un producto del aflojamiento esquizofrénico de los sistemas de significación que tiene  a la conciencia adicta a una racionalidad del deseo y de la estimulación constante  que se convierte en la única identidad segura que otorga sentido de pertenencia. En esta realidad licuada hasta la raíz donde la fuerza de la enajenación es combatida con la estetización de la experiencia vital, la juventud halla un rol primordial en la autoconformación, pues en ella se depositan todas las realizaciones utópicas y en ella reposan todas las empresas verticales de las potencias vitales. La juventud es el lugar efímero de la materialización de la felicidad, y por tanto, el núcleo no deseado de la extraviada razón histórica, la cual se le arrebata con la proliferación de una  heterogeneidad que vive apertrechada en un existencialismo regresivo y en una atomización desesperante. Todo intento de transmutación de los valores degradados del nihilismo metafísico conoce en las existencias juveniles la represión y las torturas viles de la razón tecnomediática que sepulta en las selvas del lenguaje desrealizador a toda la rica verdad creativa de la juventud; sólo la intensidad historicista, que es reprimida hasta la saciedad por la seducción publicitaria y los signos deliciosos de la delincuencia digital, es capaz de vulnerar la estructuras monoculturales de la dominación burguesa y desencadenar un proceso de sostenibilidad juvenil que altere los prejuicios y aquella criminalización de la rebeldía que desarrollan los sistemas de significación formalizada.

Si bien hasta la fecha la juventud sólo ha desarrollado una agresividad transgresora y una delincuencia estética de la corporalidad erótica, que sirve de justificación para los rastrillajes policíacos que el Estado autoritaria ensaya a través de pedagogía mediática del oprimido, se percibe toda una adaptación psíquica a los entramados y coordenadas del mercado, como un procedimiento que estaría acortando la brecha generacional que se percibe en la aún conservadora y barroca cultura urbana peruana. Como la unidimensionalidad del sistema productivo orquesta un sistema de consumo sumamente estandarizador de las peticiones juveniles se provoca una rotunda diferenciación de los rostros sociales de la juventud en cuanto a sus expectativas de consumo, y en su intento de evadir audazmente los sistemas anticuados de la sociedad de conocimiento. Esta habilidad para modificar en provecho de su deseo los mecanismos unilaterales de la seducción mediática es procesada como una conducta anómica, desacreditada por la cultura oficial y la que la reduce a una suerte de generación X preocupada sólo por el disfrute narcisista y por la  maximización desbordada de los impulsos. Tal contención adialéctica de la razón  juvenil que se lleva a cabo para prevenir el cambio radical de los sistemas de conocimiento y para cohibir a una posible ruptura en los modelos de desarrollo social, crea una identidad profundamente arrojada de la estructura social convencional, causándose una cultura paralela que abraza el facilismo del delito o la regresión a estados bárbaros del saber social como son las tribus urbanas[14]. Como el acceso al reconocimiento social se estrecha y éste comulga con la fórmula arbitraria de la reafirmación individual, se hace permisible la desprotección cultural de nuestros jóvenes que obligados a supervivir material y culturalmente son puestos a prueba por una realidad empobrecida que colinda con la absurdidad y el vacío sistémico. El joven en la actual etapa de desorden global abraza fervientemente la felicidad paradójica de los sistemas de consumo pues prefiere el síntoma de la alienación embrutecedora  a tener que experimentar el vacío de la soledad fáctica o cualquier aventura descarriada que sólo aísla a la sensibilidad juvenil de los nichos vitales de la reconfortante socialidad[15].

Por eso es que se conjetura en el recorrido de estas reflexiones que al arrebatarse la joven la palabra, por el miedo al desborde generacional del sistema anarquizado nacional, se produce una subjetividad descarriada que abandona todo compromiso con una realidad que la golpea y la sentencia a la incompletad ontológica. El deseo de abandonar la nada del cuerpo sin órganos postmoderno facilita la comulgación de la cultura juvenil con toda una variedad de dispositivos distractores de la industria cultural que ahogan el reclamo irracional en la mazmorras pestilentes de la locura o de los alucinógenos desrealizadores. El vínculo estrecho de las subculturas juveniles con toda una iconografía subterránea de la contracultura confirma el desarraigo peligroso de la juventud hacia un surrealismo militante y existencial que estaría decidiendo el modelamiento de una conducta enferma y distorsionada. El espasmo de las corrientes contraculturales a la hora del desatamiento rockero confirma la tendencia de una avanzada juvenil regresiva que prefiere el desahogo violentista a tener que socializarse en una realidad falsa hasta la raíz. Aun cuando este vitalismo hostilizado evidencia el reproche de un espíritu profundamente golpeado por la pobreza cultural creemos que la juventud debería comprometer su disconformidad  a un proyecto político en vez de ser devorado por la apócrifa y agradable sociedad del consumo masificado[16].

El solitario albergue de una identidad ahistórica en los circuitos de la digitalización no sólo comprueba el reformismo de la vanguardia juvenil que aceptan simbólicamente las normas del mercado, sino que además comprueba el acendramiento de un ethos criollo que ha conseguido la total adhesión tecnocrática de los sectores juveniles, ahogando en la resignación embrionaria todas las justas aspiraciones de un joven que sólo desea cumplir normalmente su papel socializador en la estratificación social. La amputación de los sentidos en la división global del trabajo demuestra que el asfixiamiento de los sueños de privacidad conduce a la imposición de una jerarquización de la cultura radicalmente unida a un racismo de la experiencia individual y social. El hecho de que se haya naturalizado esta guerra simbólica por el gobierno de la cultura en los intersticios de una sociedad administrada no justifica el hecho de que se tiene que ensayar una cirugía reeducadora  que democratice los sistemas de significación y debilite los enclaves raciales de la razón colonial. Se hace necesaria una violenta reacomodación de estructura cultural para permitir cerrar la brecha generacional y así desvanecer el arraigo de un ethos tradicional y mediocre que ha condenado a la cultura juvenil a una posición de moratoria social permanente. En tanto no se construya una estructura socioproductiva que concite el involucramiento filial de las poblaciones juveniles se les arrastrará inexorablemente a un estado de exclusión intergeneracional, que naturaliza como algo institucionalizado para ocultar la ineptitud de una sociedad aristocrática para producir oportunidades laborales.

Cometer parricidio.

Como diagnóstico psiconalítico el postestructuralismo recomienda asesinar al padre metafísico como única estrategia deconstructiva para debilitar la violencia de la razón instrumental. Como el cáncer que derruye la identidad es la tendencia enajenante a obedecer la ley traída por el adoctrinamiento paterno, el psicoanálisis recomienda subvertir la gramática del padre abstracto para liberar las coordenadas intuitivas de sus captores racionalizados, y así irrumpa una socialización sensorial más multifacética y desacomplejada.

Al representar el padre la autoridad artificial que condena a la postergación lingüística a todo el escenario utópico previo de la  infancia es necesario vulnerar la codificación formalizada que su presencia representa para permitir la expresión exterior de toda la rica sensoriedad agazapada en los rincones de la irracionalidad y el clandestino deseo perverso. Mientras la represión unidimensional del capitalismo recree una conciencia cuya biografía es una construcción socializada llena de complejos y actitudes instrumentalizadoras, siempre la edificación de la identidad sometida tendrá que rendirle veneración a un poder abstracto que la lleva a la rivalidad y a la manipulación cultural contra todas las otras identidades sumergidas en la lucha por la supervivencia. Si bien el joven expresa su desacuerdo emocional hacia la razón instrumental, a la cual califica de hipócrita y excesivamente severa, pronto su resignación a tener que  supervivir lo descolocan de empresas rebeldes, y toda esa disconformidad reviste los ropajes de una personalidad madura y realista.

El dolor subjetivo de acallar todos los reclamos de su espíritu interior cuando este identifica las agresiones formalizadas de la maquinaria lo trastocan en un atleta de la empresarialización capacitado para e embuste y el  intercambio pero siempre dándole la espalda a sus inclinaciones emocionales que sólo conocen el desahogo libidinal y perturbado de los impulsos vulgares y ahistóricos. La expulsión sistemática de la juventud de las instalaciones de  una modernización reflexiva, llena de perfidia y abusos, garantiza el sometimiento posterior del compromiso juvenil a los dictados de la descarada formalización que convierte toda su iniciativa utópica en combustible tecnocrático de la realidad administrada, cuando debería redefinirla. Es la amenaza de quedar fuera de la alienación objetiva, el precio que hay que pagar para existir en el concierto infinito del biopoder capitalista, lo que fuerza a las identidades juveniles a tener que alcanzar la madurez racional, aunque este proceso la conduzca al peligroso submundo del desarraigo y la desintegración afectiva. El convencimiento publicitario de que en este mundo reificado el éxito económico conduce livianamente a la felicidad simbólica, se desfigura tan pronto las distorsiones caóticas de la trayectoria vital delatan que la eficacia administrativa no es el camino a completar la dialéctica psicológica, que despierta ignominiosamente, sino una opción equivocada que lleva  a la soledad y la vacío cosmológico en una realidad privatizada.

Aun cuando las sociedades postmodernas experimentan una revitalización de los sentidos, despertar posibilitado por la juvenilización tecnomediática, lo cierto es que esta inmadurez romanticoide no habla de un proceso de enriquecimiento ontológico de la realidad administrada, sino de un acomodamiento ideológico de los sentidos ampliados a los dictado del sistema productivo, que a medida que se  desmantela expone la joven a un clima de incertidumbre y falta de oportunidades simbólicas reales. Cuanto más la vigilancia y persecución de los dispositivos del biopoder modernista se extienden hasta las intimidades del ser juvenil, con el propósito de aplastar las posibles rebeliones culturales, y así expandir la esclavitud gramatical a sus conciencias, tanto mas el joven irresuelto huye hacia las profundidades de la vida privada y de la irracionalidad, restándole legitimidad al orden capitalista, y envolviéndose en un autismo social irreflexivo que lo comunica con la violencia y el delito ontológico[17]. La guerra simbólica en la cual es arrojada la identidad juvenil institucionaliza la desrealización de sus sentimientos, negados por una realidad vaciada de amor y comprensión, donde uno para defender ciertamente el mundo de la vida debe aprender a instrumentalizar los fines vitales de todas aquellas personas que se cruzan en el camino de la vida; debe entrenarse con las mañoserías del padre para sobrevivir tanto material como simbólicamente.

En tanto no asesinemos los complejos de este criollismo paternalista, que heredamos y reproducimos violentamente con la ideología neoliberal del individualismo machista, no se podrá gestar la total expresión de un individuo emancipado, lo que hace que la juventud sea vivida como una etapa evanescente y líquida sin compromisos y cohesiones aparentes. El criollismo como versión anquilosada e iconoclasta de un conservadurismo patrimonial, no sólo impide la inminente reconciliación de la juventud con la realidad a la cual detesta y de la cual ha sido expulsado, sino que además la mantiene en el completo desperdicio cultural y en una vida residual que coquetea con la indiferencia y la desconfianza. El sólo hecho de que el joven adopte una ideología de la viveza y de la sabiduría escéptica para ser supuestamente feliz y exitoso, condiciona que el como víctima sea también responsable estoico de la madurez funcional a la que abraza, pues la conciencia hedonista que se desarrolla acepta el sacrificio de la alienación como el medio formal para poder gozar en esta sociedad de consumidores golosos, lo que lleva a transigir de su inicial amor a la vida que corrompe.

Hoy más que nunca que el desarrollo de la mass media ahonda la brecha generacional que tiene raíces psicohistóricas,  se percibe le desencuentro feroz entre la mentalidad de la modernización sólida y la mentalidad de la modernización líquida parafraseando a Bauman[18]. Si bien la generación del clasismo convoca a las multitudes a abrazar el desarrollo y los cambios del industrialismo, como modos históricos de acabar con la cultura de la oligarquía, que había encarcelado toda la rica savia del pueblo en las estructuras sociales elementales y tradicionales, lo cierto es que esta semántica de la autonomización historicista no puede comprometer ni desactivar al imaginario variopinto y arcaico del régimen feudalizado porque la enfermedad del progreso se reveló como algo incompatible con el desplazamiento inmanente e híbrido del régimen criollo oligárquico. Tempranamente el clasismo juvenil como discurso de vanguardia de la modernidad logró el consentimiento de las multitudes de la heterogeneidad estructural dependiente; pero tan pronto el incipiente esfuerzo historicista no pudo transformar los residuos arcaicos de la identidad colonial que se descentralizó en los individuos y se culturizaron brutalmente a expensas del discurso colectivista de la nación, se paso a una siguiente etapa donde la desestructuración del sistema económico, cuyas raíces se insertarían y volverían a un punto elemental primario-exportador, no se corresponderían con el progreso de una moral consumista y democrática que se autonomizaría de su referentes materiales.

Desde ahí el agigantamiento libertino de la cultura digital se trastocaría en una muralla metafísica que bloquearía la reconciliación entre la economía y la cultura, asegurando que las diversas cultura juveniles sobrevivan en la jungla del ciberespacio, transmutando y volviéndose cómplices de un sistema económico que dejó sin piso concreto a todo el desarrollo desterritorializado de las emociones[19]. Al ser la cultura arrancada de su base económica que se esfuma en la abstracción sensorial de la sociedad del conocimiento se acelera el socavamiento de todas las reservas cognoscitivas de la cultura que desde entonces vive sumergida en los caprichos caóticos de la mass media, seducida por las ideología estéticas y por la oralidad de las prácticas que deciden la inmersión de la socialidad en los abismos del empobrecimiento y de la insignificancia. El joven como hemos venido sosteniendo sería el locus vertical donde reposan los cambios bruscos y perturbadores de la cultura digital una subjetividad que ha trasladado el núcleo  de sus raíces biográficas a los espacios inconmensurables de las redes sociales, con el único propósito de prolongar maquinalmente sus momentos de deseo y de goce estético ahí donde la realidad cara a cara se mantiene vaciada de sentido.

El padre seguiría vivo, pero no como un disciplinamiento mecanicista de los límites de la cultura, sino como un más astuto dispositivo descentrado y resensorializado del poder, donde la juventud cumpliría el papel de ser el consumidor acrítico del bombardeo audiovisual, asegurando así su fidelidad a una sociedad del conocimiento que succiona como plusvalor económico toda la riqueza creativa e histórica que la ley paterna posterga y confina en los rincones de la irracionalidad existencialista y la violencia. El hecho de que la juventud popular y en cierta medida de las otros estratos sociales hay sido relegada a espacios subalternos donde tiene contacto con los registros barbáricos y regresivos de las tribus urbanas, es que se admite la necesidad de reinsertar estos patrones residuales a una cultura menos manipulatoria y antidemocrática, ay así de este modo evitar la desesperación violenta de los jóvenes a su tendencia a morar en formas desarraigadas de vida, donde huyen de los ámbitos funcionalistas de la razón capitalista.

Conclusiones.

Por estos recorridos nada civilizados he tratado de sostener que el ser juvenil vive preñado de vaciedad y frivolidad, y que mientras siga siendo aliado irresponsable de una realidad que fabrica su propia postergación cultural no se podrá superar las brechas generacionales que el biopoder criollo mantiene impunemente. De un protagonismo clasista y colectivista que dio cobijo populista al Estado nacional a otro protagonismo individual de la sociedad de la información apátrida la juventud ha vivido sumida en proyectos sociales que no nacen de sus propias entrañas ontológicas, ya que en todo momento se rebeló como un sector poblacional desadaptado y excluido de los parabienes de un modelo de desarrollo francamente a espaldas de su demandas específicas de emancipación cultural. Mientras el orden oficial expulse a la juventud hacia una moratoria social que aplasta con el tiempo sus expectativas de completamiento dialéctico, se seguirá alimentando el resentimiento anómico del joven al que no sólo se le arrebata la posibilidad de un supuesto éxito en la sociedad ejecutiva, sino que además se le cancela toda reivindicación de satisfacción y de reconocimiento cultural. El hecho de que la juventud peruana haya huido a los márgenes de una vida tribal y dislocada de la realidad administrada – producto de la muerte de los microrelatos y de la violencia autoritaria en contra del carácter participativo del populismo- confirma la conjetura de que la juventud desorientada es hija de la crisis cultural y de la descomposición ontológica de la realidad peruana.

Después de haber sido derrotada con las armas culturales del ajuste estructural y después que se han expectorado de la restauración oligárquica todas las solicitudes reivindicativas de una igualdad distributiva, la juventud sufre la atomización y empobrecimiento de una realidad sistémica vaciada de violencia. El costo de soportar una sociedad despolitizada contraria a sus demandas de concurso democrático, la convierte en víctima directa de una domesticación consumista que consigue su total lealtad cosmética a los vaivenes de la producción cultural, y por consiguiente, la repliega hacia un existencialismo hedonista y esquizofrénico desinformado de las principales aconteceres políticos de la realidad nacional.

Creo, para finalizar, que si la juventud retoma el camino de un protagonismo histórico, y se deshace con esto de la dominación intergeneracional, que ha decidido la total hegemonía de los discursos monoculturales del socialismo y el consenso  de Washington en las últimas décadas, habrá logrado asesinar al orden tutelar de la cultura  oficial, y así irrumpir en la historia con una nueva visión de la sociedad peruana. En tanto se dependa adictivamente de la autoridad criolla de la cual se rebelan con las subculturas de la trasgresión extática - que no es sino otro rostro del criollismo irresponsable- no se habrá podido ofrecer una intersubjetividad liberada de la inmoralidad y la corrupción hacia la cual claudican resignadamente. La juventud debe como discurso sometido deshacerse de las imágenes publicitarias y cosmetológicas que de ella hacen los discursos de la competencia liberal y proponer ser la vanguardia de los ofendidos y humillados por un cambio decisivo de la realidad mistificada del capitalismo periférico. Ahí donde la sociedad es destruida por el mercado desregulado las juventudes deben levantar las banderas de la eticidad y de la renovación espiritual. Debe concluirse como Gonzales Prada: “los viejos a la  tumba y los jóvenes a la obra”[20].

Bibliografia:


·         BAUMAN Zygmunt. MODERNIDAD LIQUIDA S.L. FONDO DE CULTURA ECONOMICA DE ESPAÑA 2002
·         CASTORIADES. El avance de la insignificancia. TROTTA 2002. Madrid
·         COTLER Julio. Clases, Estado y Nación en el Perú. IEP, Lima 2005
·         DURAND Francisco. El Perú fracturado: formalidad, informalidad y economía delictiva.  Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2007
·         LIPOVETSKY Gilles. La felicidad paradójica. Ed. Anagrama 2009
·         LIPOVETSKY Pilles.  LA ERA DEL VACIO: ENSAYOS SOBRE EL INDIVIDUALISMO CONTEMPORANEO. ANAGRAMA 2003
·         FOUCAULT, MICHEL. VIGILAR Y CASTIGAR: NACIMIENTO DE LA PRISION. SIGLO XXI 1996.
·         MAFFESOLI Michael. EL TIEMPO DE LAS TRIBUS: EL DECLIVE DEL INDIVIDUALISMO EN LAS SOCIEDADES DE MASA. SIGLO XXI (MEXICO) 2004
·         MATTELART Armand. GEOPOLITICA DE LA CULTURA. LIBROS ARCES-LOM , 2002
SIGLO XXI, 2002
·          PANFICHI Aldo, VALCARCEL Marcel. Juventud, sociedad y cultura. IEP 1999 Lima
  • PORTOCARRERO Gonzalo. Razones de sangre. Lima, Perú : Pontifica Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1998
·          TOURAINE Alain. ¿PODREMOS VIVIR JUNTOS?: IGUALES Y DIFERENTES PPC 1997
·         UBILLUZ Juan Carlos. Nuevos súbditos. IEP Lima 2006
·         VEGA CENTENO Imelda.  La construcción social de la sociología. Invitación a la crítica. Fundación Friedrich Ebert. 1996
·         VENTURO Sandro. Contrajuventud. Ensayos sobre juventud y participación política. IEP.2001
  • VICH Víctor.. El discurso de la calle. Los cómicos ambulantes y las tensiones de la modernidad en el Perú. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, 2001 




















[3] COTLER Julio. Clases, Estado y Nación en el Perú. IEP, Lima 2005
[4] VENTURO Sandro. Contrajuventud. Ensayos sobre juventud y participación política. IEP.2001
[5] BAUMAN Zygmunt. MODERNIDAD LIQUIDA S.L. FONDO DE CULTURA ECONOMICA DE ESPAÑA 2002

[6] PORTOCARRERO Gonzalo. Razones de sangre. Lima, Perú : Pontifica Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1998
[8] VEGA CENTENO Imelda.  La construcción social de la sociología. Invitación a la crítica. Fundación Friedrich Ebert. 1996
[9] VICH Víctor.. El discurso de la calle. Los cómicos ambulantes y las tensiones de la modernidad en el Perú. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, 2001 
[10] DURAND Francisco. El Perú fracturado: formalidad, informalidad y economía delictiva.  Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2007
[11] FOUCAULT, MICHEL. VIGILAR Y CASTIGAR: NACIMIENTO DE LA PRISION. SIGLO XXI 1996

[12] CASTORIADES. El avance de la insignificancia. TROTTA 2002. Madrid

[13] UBILLUZ Juan Carlos. Nuevos súbditos. IEP Lima 2006
[15] LIPOVETSKY Gilles. La felicidad paradójica. Ed. Anagrama 2009
[16] PANFICHI Aldo, VALCARCEL Marcel. Juventud, sociedad y cultura. IEP 1999 Lima
[17] EL ejemplo mediático de esto sería la serie crepúsculo donde la identidad juvenil es una producción escalofriante y desarraigada, mutaciones imprevisibles de la sociedad compleja.
[18] BAUMAN Zygmunt. Modernidad Líquida. FONDO DE CULTURA ECONOMICA DE ESPAÑA 2002

[19] MATTELART Armand. GEOPOLITICA DE LA CULTURA. LIBROS ARCES-LOM , 2002


[20] GONZALES PRADA.  Discurso en el Politeama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La desunion de una familia

  Hace unos meses conversaba con una vecina que es adulto mayor. Le decía que a pesar de tener 75 años se le veía muy conservada y fortaleci...