Conflictos sociales y proyecto de nación.
Hipótesis general.
Los últimos acontecimientos en Espinar (Cuzco) y el
polvorín social que se ha vuelto Cajamarca a raíz de la implosión violenta de
una inversión minera lesiva, desde todo punto de vista para la vida humana y
natural de esas jurisdicciones, han sido leídos por la academia, el periodismo,
la tecnocracia política, incluso por las fuerzas de vanguardia con los ojos de
un inconveniente pragmatismo y con poca profundidad. Reducir este conflicto
socio ambiental a una mera propuesta de detalles técnicos, o a un lío generado
por intereses políticos obtusos, desconoce los temas de fondo que poco a poco
se esclarecen, pero que no se discuten por la calculada mezquindad de la
coyuntura que maneja la clase política. Es necesario como propondré en este
ensayo dejar de lado versiones parciales y facilistas, y reconocer estructuralmente
los temas de orden nacional que han despertado estos cuellos de botella de
violencia y de incomprensión social.
La conjetura que ensayo para recorrer las líneas
maestras de esta disertación estriba en los siguiente: el crecimiento desproporcionado
de una democracia social, en los últimos tiempos, es decir, el surgimiento de
nuevas mutaciones intersubjetivas en el seno del modelo de desarrollo que ha
condicionado su emergencia, pero que no los incluye socialmente como factor de
desarrollo, provoca la aparición de una
crisis de crecimiento del patrón de acumulación que no esta siendo detectada
por los grupos de poder, y por el Estado comisario, que bloquean los cambios
urgentes del diseño estatal y de la estructura productiva decidiendo la salida
pragmatista de acallar y disciplinar
policiacamente a estas fuerzas que presionan por ser admitidas en la necesaria
evolución de nuestro diseño social. Al interior de este supuesto late
soterradamente la eterna costumbre de nuestra clase dirigente de montar una
camisa de fuerza jurídica, política y económica que favorece sus intereses
particulares, y que se despliega autoritariamente a espaldas de los progresos
subalternos de que es capaz la cultura popular para vivir a pesar de todo.
Justo ahora que el remolino político que despertó la elección de Ollanta Humala
como presidente de la República, es aplacado por la vuelta de un Estado
autoritario que no quiere comprender estas mutaciones democratizadoras, vemos
que predomina a sangre y fuego, un estilo criollo y totalitario de ver la vida
en este país; una red mafiosa que nos destruye y que hace de su bienestar la
marca siempre intacta de la imposibilidad de ser un país organizado y unido.
Replanteamiento del diseño
organizativo del Estado-nación:
Prosiguiendo con la exposición. Este impase
histórico que ha planteado el retroceso del proceso de descentralización,
iniciado en el gobierno de Toledo (2001-2006), dota de ciertos elementos de
juicio para sostener que la manera tan artificial cómo se echó a andar este
procedo de reorganización de la recuperada democracia ha provocado el violento
antagonismo entre el gobierno central y las identidades regionales y locales.
Esta severa contradicción de no tener presencia real y orgánica en las regiones
de un territorio poco integrado en cuanto a vías de comunicación y serios
desfases en el desarrollo humano, ha sido fortalecida paradójicamente con los
vicios centralistas de una cultura política autoritaria que ha despertado en
los gobiernos sub-nacionales. Aunque se hayan transferido a los gobiernos
regionales y locales competencias jurídicas, políticas y administrativas que
han modernizado los atributos y la autonomía perdida durante la dictadura, esta
decisión apresurada de dividir el poder público y dar mayor presencia a la
autoridad real en territorios alejados de todo desarrollo, la verdad es que tal reorganización del Estado
en red no surgió como parte de una lectura atenta de las mutaciones regionales
y socioeconómicas que se manifestaban en el país, sino como un avance
organizativo que no reúne como respuesta de la cultura real ciertas condiciones materiales, burocráticas
y socioculturales necesarias para que funcione. Tal desadaptación del
movimiento real de la economía y la cultura en las regiones en relación a las
entidades estatales, ha hecho que el sistema político se convierta en una
camisa de fuerza que no logra incluir, ni representar idóneamente los
movimientos de la sociedad civil local, sino que inhibe y ahora reprime todo
intento de descentralizar adecuadamente el sistema político nacional. Veamos
que condiciones no existentes no permiten la compatibilidad entre la cultura
local y los niveles de gobierno sub-nacional
- Uno de los principales déficits estructurales que evidencian un
urgente replanteamiento de la descentralización es la ausencia de una
estructura técnica y profesional diseminada en el entorno del territorio,
como para ejecutar las funciones y las metas reales que se plantean los
gobiernos sub-nacionales. La falta de recursos humanos calificados, y la
predominancia de una mano de obra elemental y de servicios es parte de un
problema mayor que compete a la reforma educativa, y a los bajos niveles
de calidad educativa y de resultados pedagógicos que demuestra la
sociedad. Es este no poder participar de la demanda de trabajo al interior
de los proyectos económicos que se lanzan en la provincia, lo que provoca
un serio divorcio entre la sociedad local y la política, siendo capturada
por la reproducción del gamonalismo o caudillismo político de los operadores regionales que penetran estos
niveles de gobierno, sin poder ejecutar todo lo que proponen, dando paso a
una camarilla de personajes corruptos e informales que hacen retroceder
todos los buenos avances formales del proceso de descentralización.
- Un segundo déficit más serio que el anterior es el no control
territorial y administrativo de las jurisdicciones de los gobiernos
regionales y locales. La desarticulación territorial, la falta de cominos
y obras de infraestructura que permitan una mayor penetración de los
espacios poblacionales, así como esa mala conexión entre geografía,
distribución demográfica han perjudicado una adecuada recomposición
territorial de las identidades locales. Si le añadimos a ello que
históricamente el manejo del espacio ha adolecido de una comprensión
racional de nuestra accidentada geografía, y que las elites
irresponsables, han sobrepuesto sus mezquinas visiones territoriales sin
acompasarlas con las ancestrales y más coherentes ordenamientos
territoriales, se entenderá, por último que urge de una reconstrucción
nacional del territorio que nos dote de soberanía geopolítica sobre él, y
que permita una correcta racionalización del uso de los recursos y
destrezas demográficas. En tanto la concentración poblacional persiga
afianzar una urbanización desordenada, como expresión hegemónica de una
pésima construcción del espacio, que amenaza el equilibrio ecológico de
éste, se sobrepondrá un esquema de organización del territorio que cohíbe
y obstruye por utópica o complicada de hacer una espontánea integración
nacional.
- Un tercer rasgo que bloquea
la descentralización es que esta se efectúa sin dotarla de un sistema de
planificación social, es decir, centros de desarrollo que regulen y
promuevan los diversos proyectos económicos que se han dado en sus
jurisdicciones. La formación de las actividades económicas (agrícolas,
comerciales y artesanales) han ido divorciadas del principal agente
dinamizador en estas últimas décadas de neoliberalismo, como es la minería
formal y artesanal. Se ha ido generando en todas la áreas de impacto
social cercanos a la actividad minera centros urbanos congestionados y
desordenados que han concitado una transformación inusitada de las
tradicionales relaciones sociales, trayendo una dinámica comercial y
material importante, pero que han alterado la conexión tradicional entre
la actividad agrícola, hoy en retirada, y la dinámica social hoy caótica y
ciertamente patologizada. Esto último ha provocado una licuación de los
ancestrales lazos comunitarios del mundo andino y amazónico,
predisponiendo la desaparición de los saberes productivos del mundo rural,
e intercultural, arrojando toda la marea migratoria que ocasiona esta
alteración de las relaciones encorsetadas y fijas a un mundo urbano
congestionado donde la construcción de la identidad y de su economía
política es siempre un actividad desarraigada y sin ninguna planificación
holística. Al cifrarse el desarrollo de la economía formal e informal
sin tomar en cuenta las
potencialidades cualitativas del territorio, y sin prestar atención a los
conocimientos interculturales de las economías ancestrales, se produce una
perjudicial separación con respecto al despliegue étnico-cultural que
anuncia la modernización; disolviéndose la relación armoniosa entre la
relación social productiva y una economía de gran escala extractiva y
saqueadora que funciona como un molino satánico que succiona toda la
enorme acumulación que produce la nación sin devolverle como contraparte
un sistema de bienestar, o condiciones materiales cognoscitivas para que
la población pueda organizar proyectos industriales con mayor valor
agregado. Esta cohibición de una democratización de la economía y de una
recapacitación de la mano de obra, hacen que se reproduzca una economía
exportadora de recursos materiales que utiliza poca fuerza de trabajo, que
ingresa en los territorios explorados a manera de una costra o enclaves
productivos que no establece mayormente cadenas productivas con las
economías regionales, y que muchas veces mantiene incólumes las
condiciones de pobreza y los calamitosos indicadores del desarrollo
humano. Si este esquema tal como lo resumo ha sido legitimado es porque ha
sido interiorizado por los emprendedurismos infinitos de la cultura
popular, por medio de los ejércitos de negocios micro empresariales, que
funcionan como un reservorio de recursos de todo tipo social que compensan
la miseria, y las enormes desigualdades del territorio nacional.
- Una cuarta hipótesis que quisiera bosquejar que arruina el pomposo
proceso de descentralización es de corte más especulativo y no tomado en
cuenta por los diseños estatales. La descentralización ha distribuido como
herencia del gamonalismo, una cultura política y un sistema de
representaciones sociales en los períodos postmodernos actuales que
hegemoniza la tradicional piscología de la viveza criolla en todo el
territorio, con sus excepciones salvables. Es decir, ha creado condiciones
formales en todo el territorio para que las matrices interculturales
andinas o amazónicas sean desterritorializadas de sus relaciones sociales
antiguas, e incorporadas a un mosaico variopinto de símbolos comunes, que
son los criollos, como la cultura mercantilista, el delito simbólico, la
violencia cultural y la sabiduría conservadora, que remueven
peligrosamente todos los saberes ancestrales de cada campo social,
subordinándolos de modo naturalizado al culto a una inmanencia
individualista que lo decide todo. Si ha ello agregamos, como análisis de
otra parte, que el Estado fomenta el monoculturalismo burocrático y
empresarial en todas sus incursiones políticas, frente a una galaxia
interminable de hibridaciones y mestizajes que no ofrecen, como tendencia,
mayor dependencia de las insospechadas mutaciones y desequilibrios de la
esfera político económica, se comprenderá, por último, la gravitante
desconexión entre un proceso cultural que se emancipa de modo
inconveniente de la estructura social, en esta coyuntura histórica, cuando
es urgente vincularla a un proyecto de nación.
- Una quinta condición que no esta cumpliendo el proceso de
descentralización en curso, es la persistencia de una clase política de
operadores autoritarios y retrógrados. No sólo la inconsistencia en la
administración de los recursos públicos, o su declarada ineficiencia para
concretar proyectos de desarrollo parece ser el abismo objetivo que
explica la inoperancia de los gobiernos locales, sino sobre todo la
privatización caudillista o pragmática de los niveles sub-nacionales a
cargo de camarillas y clientelas políticas, que penetran estos espacios
públicos para hacer fortuna o defender tras los escudos protectores de la
politiquería y el proselitismo socialista niveles de gobierno que invaden
con una lógica mafiosa, de prebendas y de corrupción socializada. Más allá
de que los espacios locales cuenten con agrupaciones políticas, y grupo de
interés, que si representan demandas locales y comunitarias, sostengo que
estas premisas bien intencionadas son ahogadas por la sólida reproducción
de una cultura política parroquial y autoritaria, que procede de todos los
niveles organizativos del organismo barrial, rural, vecinal y cuya
naturalización no virtuosa permite afirmar que la descentralización en
marcha, con todos los atributos jurídicos y políticos que ha transferido a
las regiones ha distribuido las malas prácticas de un centralismo
burocrático y corrupto. La no
existencia de una democratización de la cultura de servidores públicos,
arranca a las justas demandas y urgencias provinciales de una legión de
buenos representantes políticos, lo cual ahonda más la división de los
pueblos, y expone a las sociedades precarizadas a la penetración de
intereses políticos particulares, que la desorganizan y erosionan sus
certidumbres interculturales y solidaridades comunales. En este nivel
sub-nacional, como premisa autosuficiente es necesario que la sociedad
local cuente con una clase política moderna y juiciosa que sepa
interactuar y negociar, con los actores sociales y empresariales de su
jurisdicción, con el Estado nacional, y sobre todo con la inversión
trasnacional, arrancándole al capital el compromiso de desarrollar la
sociedad local.
- Una sexta carencia estructural que observo es la no integración de
un sistema de tecnologías de la información, sino un mosaico desarticulado
de medios televisivos, radiales, publicitarios y digitales, donde
ciertamente la hegemonía mediática
que moldea el sentido común de la opinión pública, son los grupos
de poder televisivos que se despliegan desde el capital central. Hoy que
duda cabe, una descentralización incoherente de medios locales, sobre todo
radiales y canales de señal abierta local que transmiten en ciertos
espacios regionales, modelando la cultura política de las identidades y
grupos de interés local; sin embargo, el socius cultural de la nación esta
dominada por la influencia sociocultural que producen los grupos de poder
mediáticos del centro metropolitano, condicionando la formación de una
cultura criolla y accidental que sirve de modelo formal a la diversidad
del país. Por ello de la alguna manera, es lógico suponer que al no
existir un instrumento mediático que mantenga informada a la sociedad
local de los movimientos políticos de sus representantes, se garantiza la interpenetración de
signos audiovisuales ajenos a la cultura local; señales que erosionan y
desgastan la solidez implícita de la política local.
Habiendo reconocido, de modo general, las
propiedades estructurales de las que carece el proceso de descentralización, o
su confluencia desordenada en un espacio local totalmente mal edificado,
presumimos de modo histórico que esta organización política caótica – que
asumimos con el tiempo puede provocar la completa división política del
Estado-nación – es resultado suficiente de los pésimos esfuerzos por dotar de
coherencia soberana al territorio nacional, o incluso producto de la escasa
iniciativa por organizarlo en armonía con el despliegue material y simbólico de
las culturas plurinacionales. Pero considero que esta descomposición
organizativa en la que ha devenido el diseño estatal responde a tres oleadas
ontológicas, o tres alteraciones o ajustes estructurales que han intentando organizar al territorio y a la
sociedad en función de un patrón de acumulación, o incluso como hoy sin ningún
norte y definición estratégica:
- Una primera oleada ontológica
fue el intento organizativo de pasar por el cedazo de la dialéctica del
desarrollo a toda la enorme complejidad formativa que se prolongó hasta
bien entrado el siglo XX, bajo la figura de la feudalidad. Aunque las
decisiones políticas de la reforma agraria, los cambios en la matriz
económica de crecimiento cancelaron de raíz la pervivencia de
instituciones anacrónicas como el gamonalismo y latifundios improductivos,
las alteraciones a las que nos conduzca el desarrollo desbocado intentaron
involucrar a las culturas diversas al interior de un modelo homogéneo de
ciudadano asalariado y secular; la idea de una sociedad planificada y
organizada por un Estado desarrollista. Aunque este primer intento de
imponer una lógica de la organización territorial al espacio nacional
fracasó y desencadenó cambios secularizadores, como la migración y el
movimiento de pobladores, lo cierto es que embarcó a la cultura en el
proyecto tentador de la modernidad, que ha extendido al espacio patrio una modernización desbocada que muchas veces
no ordena nada, o desorganiza aún más. Por diversos motivos, pero debido a
la alta complejidad de nuestra formación nacional este reto de una
sociedad planificada, es decir, una maquinaria organizada que respondiera
a las exigencias democráticas de una cultura nacional integrada se agota
fortuitamente al ser derrotado políticamente todo el movimiento político
de los 70s por las dictaduras disciplinarias, y al ingreso a la formación
social a un período de sistemático liquidamiento de la base industrial que
el Velasquismo ayudo a forjar.
- Un segundo escenario que asentó en la nación la legitimación
política del ajuste estructural neoliberal, fue la ponderación de un cierto estilo de
desarrollo que se rebeló como una camisa de fuerza que inhibe la
complejización productiva y que se ha dedicado a desmantelar las
condiciones jurídicas, sociales y políticas para la forjamiento de
proyectos industriales. Este escenario ontológico que yo llamo de
modernización individualista se caracteriza por la pervivencia de una
economía política disuelta, fragmentaria y desconectada de toda
planificación social; una base
material en manos de los grupos de poder económico que organizan a
la sociedad en función de una pastoral de estilos de vida individual y privatizadores;
consintiendo el despegue de expresiones micro empresariales y de economías
solidaria, en la medida que afianzan la iniciativa liberal, pero cuya
administración política se divorcian de una coherente modernización
orgánica e integral de nuestra economía política. Al autonomizarse la
economía de sus fiscalizadores políticos y de toda sintonía con la
realización de las culturas
diversas los únicos espacios de secularidad o de experiencia modernizadora
parten de los esfuerzos individuales o racionales de un actor social que
trata a toda costa de competir y no ser expulsado de la raquítica división
social del trabajo. La modernización no es más una política económica, es
sólo una vivencia cultural e ideológica.
- Una tercera modernización, o principio de realidad que venimos
experimentando en estos últimos años es la precipitación de una
racionalización del saqueo y de la destrucción de la naturaleza y la
sociedad. La modernización ya no es un enfoque que se vincule a un
proyecto de organismo colectivo o secularidad individual sino un régimen
de excepción que busca atropellar todos los obstáculos sociales y
políticos de modo policiaco para imponer una lógica de la expoliación y de
violencia simbólica que permite la introducción de actividades económicas
en nuestro territorio que no tiene ningún compromiso de generar
prosperidad o desarrollo social sostenido. Al contrario amparado en los
estados vasallos desmantelan más a la sociedad y la convierten en un
ambiente ingobernable, plagado de violencia y de falsos ídolos
distractores.
La conclusión de este primer apartado consiste en
que el proceso histórico cómo se ha construido nuestra organización política,
es decir, nuestro contrato social resulta un diseño incompatible con el
despliegue misterioso y arcaico de las culturas populares; las cuales
construyen de la nada universos de realización paralelos y clandestinos que aún
más diferencian y desestructuran la posibilidad de un Estado integrado y
cohesivo. Por último, es urgente un replanteamiento del estado de democrático y
de sus múltiples tentáculos institucionales a lo largo del territorio nacional,
para aprovechar las enromes mutaciones culturales y materiales que esta
viviendo la cultura peruana en la última década; pero este salto cualitativo
depende de un recambio en la concepción política del Estado, y por lo tanto,
representa un programa político a construir.
Interculturalidad y
relaciones comunitarias.
Si algo claro hemos percibido en los desencuentros
comunicativos entre el Estado y las autoridades regionales en los espacios de
conflictos socioambientales es la carencia de un elemental juicio de la
negociación y de escuchar al otro. Más allá de que sea política de Estado o
rasgos de las idiosincrasias regionales se ha percibido que la apertura al diálogo
ha estado plagada de prejuicios raciales y de la incomprensión antropológica
hacia nuestras culturas plurales. La postura del estado ha enfrentado estos
conflictos con una lectura claramente tecnocrática y pragmática, sin querer
abrirse al entendimiento intercultural de las posiciones en juego, y por lo tanto, arbitrariamente ha
creado la enemistad entre las fuerzas regionales, sembrando la clientela y el
prebendismo como fórmula para lograr aliados e imponer proyectos de desarrollo,
sin mayor discusión de la noche a la mañana. Aunque hay reconocerlo una fuerte
ausencia de una ética del discurso en las poblaciones impactadas por la
minería, debido a los desfases en los niveles del desarrollo y la pervivencia
de una concepción patrimonialista del estado, reafirma la idea de que la
empresa, por medio del Estado, plantea la urgencia del diálogo cuando debajo de
la mesa hace los arreglos políticos necesarios para imponer su política de
Estado, sin discutirla o negociarla con las poblaciones impactadas. Y no sólo
eso. La resolución de estos conflictos generalmente arranca acuerdos
declaratorios y proselitistas, que no contienen ninguna política de desarrollo
de largo aliento, prefiriéndose provocar la desorganización política de las
fuerzas que enfrentan y respondiendo con represión y prebendismo.
Es necesaria no sólo la entrega de las relaciones
comunitarias a especialistas sociales, con claro manejo intercultural, sino que
es necesario la introducción de principios mínimos en la organización del
estado que comprendan de modo más sistémico todas las variables en juego en un
conflicto socioambiental. Es urgente una visión intercultural y democrática de
los operadores políticos del Estado, que no reduzcan el manejo de estos
escenarios políticos complicados a salidas coyunturales y parciales, que lo
único que favorecen es la acumulación del descontento, y el olvido de las
promesas de progreso social que se arrancan en los acuerdos políticos. A pesar
de que modo declaratorio y documentario existen esfuerzos académicos y
políticos para generar una reforma intercultural del Estado, que acerque a éste
a la sociedad, estas intenciones comprensivas han sido resistidas por la visión
monocultural y autoritaria de la clase política, que impone de modo convenido y
calculado la mejor fórmula que signifique no perder hegemonía y favorecer a los
grandes intereses. Ahí donde se carece de intenciones interculturales, para
solucionar conflictos sociales, que esconden motivaciones más estructurales, lo
que se evidencia en el fondo es la conservación de un diseño de Estado que es
funcional a los grupos de poder, con la
peligrosidad que significa no entender a la sociedad y mantener postergadas las
justas reivindicaciones de las poblaciones impactadas.
La carencia de instituciones interculturales,
perjudicial para una unificación democrática entre el Estado y la sociedad
civil, es lo que facilita, también por parte de la sociedad víctima el
aferrarse a ideologías revanchistas que desinforman y complican el escenario.
Si vemos desde este punto de vista, al ausentarse de las poblaciones
organizadas una adecuada comprensión cívica de estos impases sociales, lo único
que se favorece es la expansión de una cultura autoritaria del odio, que no
conversa ni sabe defender sus posiciones. Es decir, no existe más que en los
representantes locales una frágil conciencia ciudadana, que no permite la
comprensión de las propuestas del Estado, facilitando el resentimiento y la
decisión del Estado de elegir el camino represivo “del divide y vencerás” como
opción facilista. Vemos que estos abismos en el diálogo, y el hecho de que
políticamente estas desinteligencias permiten opciones politiqueras y mafiosas,
a lo único que conducen es a la vulnerabilidad de las sociedades que se
movilizan; pues en el terreno de las grandes conspiraciones estos “ríos
revueltos” son caldos de cultivo para tranzamientos oscuros y la insurgencia de
figuraciones políticas con claros intereses de poder. Por ello se requiere que
el sistema educativo, en primera instancia, y el despliegue democrático de las
demás instituciones socializadoras, fiscalicen el acceso a la información
objetiva y su distribución, para desactivar de este modo la hegemonía de
discursos impropios y rengados que se condicen con las reivindicaciones de la sociedad,
aunque el desatamiento de estas pasiones encierre propósitos oscuros. Aunque
este camino es muy lejano y complicado de recorrer.
Este desfase en los niveles de comunicación, como
expresión que el Perú es un país difícil de gobernar, y de recoger adecuadamente
sus demandas, son alimentadas por la visión represiva del estado y por la
incrustación política de la empresa al interior de las regiones del país. Como
se sabe la historia política de enclave o de feudo cerrado, sin mayor conexión
con el despliegue económico y cultural del territorio, atizan más los
conflictos en las áreas de influencia directa, no sólo por la ausencia de
especialistas comunitarios que escuchen atinadamente los problemas que genera
la actividad minera – en su mayoría son ingenieros sin calificación
antropológica- sino porque la penetración de estas actividades de enclave
erosionan el ciclo de vida ecológico y cultural de estas sociedades campesinas,
predisponiendo la acumulación de la enemistad hacia la empresa, que es responsabilizada,
de modo coherente, de los desequilibrios espaciales, y soterradamente
culturales que provoca esta economía del saqueo. Si vemos sólo técnicamente
estos conflictos socioambientales, y no es capaz la empresa minera de
comprender cuál es su rol social como agente de cambio que altera esas
geografías y órdenes sociales, será imposible persuadir a los pobladores
afectados de las declaradas intenciones de desarrollo de la inversión
extractiva; escogiéndose la disciplina y el hostigamiento como mejor forma de
robar las entrañas de nuestros suelos, poniendo en paréntesis perpetuo los
reclamos y alternativas que el pueblo con su esfuerzo diseña a pesar de todo.
Saber escuchar y dialogar, es dejar esa visión de que el Estado ya hace mucho
con sentarse y darle la mano a las poblaciones dizque ignorantes y bárbaras,
para la foto, sino aprender a tomar en cuenta las idiosincrasias y los motivos
ocultos que guardan los pliegos de peticiones, y trabajar por el desarrollo de
la nación como un organismo vivo.
Límites del concepto de
responsabilidad social empresarial:
Partiendo de la premisa que la resolución de
conflictos no es una negociación sólo técnica y de estrategias de concesiones,
sino el arte político de que el Estado se comprometa a insertar una estrategia de
desarrollo más decidida y profunda que el sólo asistencialismo de la política
social, podemos conjeturar cuáles son las responsabilidades globales de la
inversión minera. La tesis que destaco en este apartado es que la manera
discursiva y retórica como ha ingresado el concepto de responsabilidad social
empresarial en nuestro país no permite un mayor involucramiento progresista de
la empresa en la vida de la comunidad. No sólo se carece de estrategias
plausibles para tal injerencia, sino que la minería no hace nada para
desarrollar socialmente los espacios locales a donde ingresan sus intereses. Es
decir, como hemos sostenido la política asistencialista que despliega y la
compra de lealtades a cambio de lograr legitimación en las sociedades locales,
no es parte ni en el largo plazo de la actividad promocional de su gestión.
Aún cuando sabemos por definición que una mayor
preocupación del bienestar y capacitación social de los trabajadores a su
cargo, así como de los hábitats sociales en donde interactúa podría conseguir
la aceptación social de la actividad empresaria y mejorar la productividad, no
se percibe más que una contención prebendista y politiquera de las grandes
acumulaciones de descontento y contaminación comprobada que genera. Es decir,
la historia larga de maltratos y de malos relacionamientos con las comunidades
posiblemente afectadas, así como del hecho de que la presencia de la minería no
afianza el desarrollo social, sino que desorganiza los equilibrios sociales del
campesinado y de las comunidades, han hecho que la inversión minera se vea ante
la obligación de imponer policíacamente su modernización del saqueo para
ingresar a los ricos yacimientos mineros que las economías más avanzadas
precisan suma urgencia.
Para el caso del país de modo tentativo soltaría
cuatro grandes tareas que tendría que ejercer la actividad empresarial para
prevenir los conflictos socioambientales, ante la presencia de su concurso:
- Es urgente que la inversión minera, por medio de las autoridades
locales, establezca organismos de cuidado ambiental interdisciplinarios
que estudien participativamente los riesgos posibles del impacto minero;
no sólo agenciando los permisos legales respectivos, sino que además
recogiendo en las poblaciones empobrecidas cuáles son las propuestas y elementos que garanticen
las construcciones de planes de desarrollo reales, consultando además
cuáles serían sus percepciones y reclamos ante los riesgos de la minería y
problemáticas de la pobreza más profundas. Esta ley de consulta previa que
actualmente se ha postergado su ejecución, podría convertirse en un
instrumento jurídico y social que vaya más allá o complemente las
tradicionales estudios de impacto ambiental (EIA); en la medida que
garantizaría el compromiso de las poblaciones afectadas, su consentimiento
a romper la reproducción de una cultura política autoritaria, y la
recolección de ciertas estrategias holísticas de desarrollo, adecuadas a
la realidad y necesidades de cada comunidad. Sería para culminar un marco
o contrato social de progreso que no permitiría la lucha de facciones o la
penetración de intereses desestabilizadores, sino un plan sostenible que
respete la naturaleza y las tradicionales actividades productivas que se
genera en ello.
- Una segunda tarea maestra que queda pendiente es la restauración de
una visión agrícola del desarrollo como sostén sociocultural a las
alteraciones desbocadas que genera la actividad minera. Aún cuando de
acuerdo a visiones estereotipadas y desacreditadoras la actividad agrícola
tal como se desarrolla en las zonas alto andinas no permite la superación
de la pobreza rural, sino es que es una actividad condenada a la
desaparición por otras empresas económicas más eficientes para combatir la
pobreza material, la verdad es que la agricultura tradicional, es decir,
la vida en el campo es parte de una existencia sistémica de lo andino, una
concepción cultural que entiende la tierra como una prolongación animada
del hombre andino. En otras palabras, una de las estrategias de la
tecnología minera sería crear las condiciones más laudables para
desarrollar la agricultura, permitiendo el pleno empleo y la seguridad
alimentaria; es decir, una seguridad ambiental que permita la reproducción
y evolución ciudadana de los cambios urbanísticos que el impacto minero ha
traído consigo, en conjunción con las compensaciones socioculturales que
implica la agricultura para el hombre de campo. Aunque esta propuesta es
difícil de ejercer, porque la minería produce el crecimiento inusitado de
las ciudades, y cambios inesperados en la estructura social de estas
comunidades, como el comercio o la delincuencia, así como la crisis de
valores, creo en los planes de cierre y como parte de una estrategia más
horizontal de relación con las poblaciones la minería debería modificar
relativamente los órdenes sociales en lo que ingresa; pues estas
alteraciones traen consigo acumulación de descontentos.
- Una tercera tarea pendiente por la empresa es la búsqueda más
interactiva de generar con apoyo del gobierno local, y los actores
sociales involucrados (centros educativos, autoridades de salud, grupos de
interés diversos) una estrategia de desarrollo real y viable que supere la
habitual atrofia de los niveles sub-nacionales de gobierno. Es decir,
generar las sinergias necesarias para un control privado-público de la
economía minera, y las diversificaciones productivas que de ello
resultaría, mejorando el rostro social de la empresa, y superando, esa
clásica relación clientelar y feudal que la ha caracterizado. Ahí donde
hay asistencialismo y regalitos es urgente avanzar hacia una concepción
más orgánica del progreso social, que cree las condiciones estructurales
para que la minería produzca un primer piso de acumulación para una
presunta evolución industrial descentralizada, soberana y conocedora del
territorio.
- En cuanto a la minería informal, como anotación al margen es
necesario, no sólo formalizarlos para adecuarlos a la supervisión
ambiental y tributaria, sino incorporar estos desarrollos micro
empresariales al interior de una lectura global del desarrollo local, que
evite los graves impactos ecológicos y contaminación que han generado en
los últimos tiempos –como en Madre de Dios- y pueda ser una economía regional que
genere empleo y active los mercados internos. Me parece que la manera como
se ha manifestado esta minería de pequeños productores, controlados de
modo adecuado, y eliminando la mala sangre que hay en este entorno social,
se podrían generar asociaciones económicas que expresen el crecimiento de
un sector de empresarios nacionales, que puedan equilibrar y romper el
carácter de enclave de la gran minería, y así dinamizar los mercados
regionales. Pero esta es una propuesta
muy lejana a la realidad actual de este sector.
- Y una tercera injerencia que los especialistas sociales en la temática de los conflictos sociales es avanzar de los protocolos de comunicación estratégica con los lideres locales a una estrategia de neutralización de `poderes e influencias políticas, mediante el empoderamiento de nuevos liderazgos mas ecuánimes o propiciar cambios generacionales en la construcción de los poderes locales, sin alterar en si las relaciones tradicionales entre psicología, cultura y territorio. En ciernes hacer evolucionar a las culturas impactadas en aquellos equilibrios potenciales que rompan el enclave, la corrupción, y esa cultura de la demanda y la crítica destructiva que no es sino manipulación política. Las empresas deben entender, que su presencia en las regiones a explotar implica una inversión de tipo social, buscando aliados y potenciando aspectos de emprendedurismo social. Las poblaciones a impactar son los niños/as, y los jóvenes. Y si es necesario neutralizar a los viejos y rancios operadores políticos se los desprestigia y neutraliza. Al final toda empresa de lucro, también es y debe hacer política...En toda cultura siempre hay aprovechadores y pendejos...
Cultura de la miseria:
Huelga comentar en este último apartado la
persistencia perversa de una lógica
cultural al interior de los poderes regionales y movimientos sociales que ha
generado la explotación minera. En relación a estas fuerzas políticas sostengo
que la manera tan asimétrica y desarticulada como ha sido construida nuestra
organización política ha privado a regiones enteras de los desarrollos
concentrados y centralizados que se han dado en las ciudades de la costa, y
sobre todo en Lima. A sabiendas que históricamente la pobreza y la explotación
han sido dinámicas sociales que han modelado identidades y culturas regionales,
se ha hecho predominante un estilo de desarrollo que ha fraguado descontento y
ausencia de reconocimiento cultural. Es decir,
desde la Colonia, la intersubjetividad de la provincia y de los espacios
empobrecidos de las ciudades desarrolladas ha sido prefigurada obedeciendo a un
discurso de la miseria y al papel paternalista del Estado, que ha convertido
ante la opinión pública a estas poblaciones como víctimas escandalosas del
subdesarrollo, y hoy de los intereses trasnacionales.
Todo origen histórico de nuestros desencuentros han
provenido de las divisiones y fracturas políticas que las elites han
complotado, eso que duda cabe; pero con el paso del tiempo se ha desarrollado
una cultura miserabilista en el seno de las organizaciones de base, que no es
capaz de verse a sí misma como identidad que ha contraído su propio desarrollo
humano, en parte. Aunque en el presente por detrás de esta proposición se
esconde para los sectores conservadores el pretexto perfecto para olvidar a los
sectores populares, hay que reconocer objetivamente que la pervivencia o
arraigo de estructuras culturales anacrónicas en el seno de estos sectores han
bloqueado diversas iniciativas para potenciar y desarrollar poblaciones
enteras, y que para esclarecer, por ejemplo, lo que sucede en los conflictos
socioambientales hay que abandonar posiciones maniqueas, del bien y del mal, y
avanzar hacia diagnósticos que evidencien los intereses en juego, y las enormes
revanchismos que encierra la protesta y el desaforamiento de la violencia
social.
Creo que una mirada en la larga duración ayudaría a
demostrar como esta estructura de la
miseria se ha inoculado en nuestra cultura política, dañando y despolitizando
grandes proyectos de integración social; y que a medida que se ha abrazado
adictivamente la tentación de modernizarse se ha estabilizado una ira tan
terrible en los submundos de nuestra personalidad periférica que se ha vuelto
casi imposible concitar el apoyo público a cuanta solución programada se haya
intentado proponer noblemente. No quería decirlo, pero creo que es conveniente
desenmascarar los grandes traumas de nuestra herencia cultural que no nos dejan
vivir, pues soy de la creencia que la responsabilidad de nuestras miserias
civilizatorias no descansa sólo en el arribismo de la oligarquía, en su
desvergonzado afán de poder, sino en los traumas ideológicos que el hombre
popular no ha sido capaz de resolver dentro de sí mismo, proyectando todo su
odio y nihilismo hacia grandes mitos, y viviendo en las sombras de una gran
ceguera e inercia cultural. Esta ira se ha vuelto estructural y aun cuando
nuestra cultura ha sido capaz de superar grandes economías del odio y la
venganza, el modo tan deshonesto como nos construimos, y como crece el
desinterés hacia nuestra sociedad con egoísmo e indiferencia, me precipitan a
decir que somos una cultura que no se conoce a sí misma, y que poco le importa
arruinar el camino del progreso a generaciones enteras y espíritus honrados que
nunca faltan.
- Un primer origen de esta cultura de la miseria se da en la Colonia,
con la extirpación de idolatrías y la furibunda evangelización
aculturizante de la iglesia. El catolicismo ante el afán de triturar toda
creencia pagana y ritualista del indígena, sustituyó la perdida cultura
incásica, y su variedad politeísta con la religiosidad del valle de
lágrimas y de la miseria del seglar, convirtiendo al indio, a los esclavos
y a los sectores explotados de la Colonia en víctimas agraciadas del reino
de los cielos. Gente castigada y en padecimiento perpetuo cuyo castigo
supremo fue haber pertenecido a un imperio de pecadores y bárbaros. Aunque
la inmediata evangelización no pudo eliminar del todo la sublimación, y el
sincretismo de los cultos andinos, si que le imprimió al hombre andino la
etiqueta de una casta sufrida y miserable, una cultura cuya persecución y
aplaste cultural se justificaba por entorpecer y contraer los valores
magnánimos de la Colonia. A esta mecánica del sufrimiento había que
agregarle que secretamente las prácticas diletantes y barrocas de las
elites criollas y españolas eran anheladas y reproducidas en la
trasgresión por las clases subordinadas, lo cual incrementaba un gran
resentimiento hacia no poder ser aquello que odiaban. Es decir, en la
conformación de esta personalidad evangelizada se depositó un moralismo
feroz, acompañado secretamente de un deseo de trasgresión y desborde; un
conservadurismo que disfrazaba una fecunda inmoralidad. Se podría argüir
que las grandes vulnerabilidades psíquicas de nuestra singularidad
civilizada se originan en esta paradoja cultural: se detestaba al estado
explotador, pero al mismo tiempo se le exigía todo. La explotación
vertical iba acompañada de una gran degradación personal.
- Es complicado mencionar donde surge nuestra ilusión individual. A
pesar que los laberintos de la personalidad se remontan a la formación del
yo cristiano, es con el gamonalismo y paradójicamente con la educación
monocultural que auspició la aristocracia civilista de la primera mitad
del siglo XX, que se puede hablar de la
construcción de un yo edípico y paternalista. El gamonal, la
iglesia conservadora y todo el circuito de un parentesco que llegaba al
juez paz y a toda la arquitectura de latifundios envolvían a un
campesinado servil, explotado, cuya única seguridad descansaba en la
protección enfermiza que le prodigaba el “misti”. Aunque la creatividad
andina pudo reproducir sus tradiciones y costumbres festivas, se puede
conjeturar que el lazo de poder que lo unía al gamonal le otorgaba
orientación y sentido de pertenencia. Este triangulo sin base, del que
habla Cotler, se desvanecería paulatinamente con los resultados
inesperados de la educación pública, que si bien patrocino de modo
indirecto los levantamientos campesinos y las oleadas de migración a las
ciudades, forjó un individuo aún
atrapado por grandes traumas patriarcales, al mudar la base de su
dependencia psíquica al Estado, y a los principios referenciales de un
Estado-nación. Este trauma se agiganta al perderse el principio de
autoridad gamonal en el campo, y al entregarse la personalidad subordinada
a la figura de un individuo que negaba e intentaba disolver las
procedencias tradicionales de donde provenía el actor migrante.
- El proyecto desarrollista,
que podría argumentarse que fue el intento de secularizar y barrer de raíz
estructuras enmohecidas y coloniales, también fue alcanzado por una
actitud salvífica y teologizante. ¿En qué sentido? Pues el desarrollismo y
su gran proyecto de industrializar el país envolvía la vieja fórmula de
abandonar lo considerado bárbaro,
el valle de lágrimas de la feudalidad, y alcanzar la gracias y la
salvación de un Estado homogéneo y moderno. La luz que representaba pasar
por el cedazo de la dialéctica histórica
a toda la gran oscuridad e
ignorancia del mundo tradicional. Esta figura hizo que las peticiones de
modernidad y libertad individual recayeran sobre un Estado padre cada vez
más incapaz de colmar las gigantescas presiones que había despertado la
historicidad, con lo cual se escurrió la idea de que el socialismo podría
ser ese gran jefe autoritario y salvador que cancelaría la pobreza y nos
redimiría. Más allá de que el cambio estructural tenía claro que reformas
sociales y económicas debía ejecutar para conseguir esta secularización de
nuestra formación social, podemos
argumentar que las infinitas ansiedades e historias colectivas que generó,
respondían en el fondo a una época plagada de una gran religiosidad
salvífica y redentora, lo cual empantanó los ajustes necesarios para
construir un Estado organizado. El desarrollo impracticado porque
reprodujo un estilo de religiosidad fanático que sería contraído
violentamente con las dictaduras, y que sería golpeado con la
descomposición social de los 80s.
- No obstante haberlo tratado en otros márgenes rebeldes el odio de
Sendero Luminoso fue el que desperdigó en las organizaciones alto andinas
remotas y olvidadas un discurso de la miseria y de la confrontación que se
hegemonizaría en la cultura política del mundo regional. No sólo la
subversión terrorista cohesionó y representó las profundas privaciones y
silencios del mundo campesino, sino que su avance se explica porque
internalizó en las identidades olvidadas la emergencia del padre
revolucionario; aprovechando el gran deseo de revancha y de catarsis
violentista que vivía el país, con
el desmoronamiento político del desarrollo industrial, los profetas
del oído, como arguye Portocarrero, otorgaron un referente político de
orientación inesperado en la violencia destructiva que serviría de
fijación cultural sustitutiva en medios del caos social. Su violencia como
dije en otra parte, respondió a la caída estrepitosa de un mundo; en ella
el vacío no ingresaba. En este sentido, aunque su moralismo purificante
hablaba a las claras de un deseo alternativo de barrer la herencia
colonial criolla, esta camarilla de asesinos en función de una verdad
dogmática escondían las mismas enfermedades politiqueras que intentaban
combatir; reproduciendo, actualmente, ante la derrota una cultura política
de la denuncia radical, múltiples costumbres parasitarias y divisionistas.
Este reivindicacionismo marcaría la cultura política de las organizaciones
gremiales de izquierda.
- Para rematar la consolidación de una cultura de la miseria la
vivimos con la penetración radical de mafia fujimorista, que no sólo
desmanteló y despolitizó toda la base organizativa en que se apoyó
clásicamente la izquierda, sino que es sustitución de esta cultura
asociativa montó un finísimo aparato de clientelas y de operadores políticos
delincuenciales que desactivarían el movimiento popular, y que hicieron
crecer en medio de la decepción y la miseria una psicología autoritaria y
corrupta, cuya supervivencia garantiza la fuerte desconexión del
movimiento vecinal barrial. Focalizadas las clientelas de los partidos
políticos, ONGs y la política social percibimos la conformación de feudos
y asociaciones vecinales donde al interior de los vasos de leche,
comedores populares, talleres productivos,
clubes de madres y diversas organizaciones filantrópicas de
drogadictos y adultos mayores se reproduce una visión asistencialista y de
la petición caritativa como lógica política cultural que infectó el tejido
social de vulgaridad y violencia simbólica. El fujimorismo no sólo dio el
golpe de gracia a la sociedad organizada, sino que además permitió la
peligrosa crisis o disolución de los vínculos de solidaridad familiar y
barrial, generando una psicología autoritaria “donde todo vale” y la
trasgresión criolla cunde. Devorada al cultura cívica por una base social
desmantelada e infectada de una cultura autoritaria, lo que presumo es que
esta realidad ha cimentado a largo
plazo una cultura sin la capacidad de diálogo, y si de cálculo y
manipulación máxima, que no permite el entendimiento y la representación
adecuada de demandas.
Habiendo hecho un recorrido histórico de este
discurso de la miseria toca ahora soltar la siguiente conjetura en torno a la
actualidad: el conflicto socioambiental que se vive con ardor en Cajamarca, y
con intensidad variada en Espinar (Cuzco) y en otras latitudes del territorio
nacional responde a la culminación de un desarreglo histórico de la decadencia
de un estilo de conducción política, de cuyos escombros esta surgiendo
tímidamente un nuevo espíritu, en medio del desgobierno y el estallido social.
Hay que reconocerlo, el autoritarismo con que se asesina al movimiento social y
a sus justas reivindicaciones, solo recibe como antagonismo político el
facilismo de la protesta y la anarquía social, no con el objetivo de democratizar
nuestra cultura, sino con el propósito de sabotear y jaquear al gobierno
neoliberal, ahí donde esta izquierda radical carece del conocimiento y de
propuestas operativas para administrar los territorios complejos del país. Al
carecer de agenda programada se apela a la táctica política de la lucha de
clases, que arbitrariamente divide al país, y de la cual no esta surgiendo
ninguna subjetividad democrática, sino pura demanda y pliegos de reclamos, sin
poder efectivo para concretarlos. La inexistencia de perspectiva, y si de una
protesta desestabilizadora, que es legítima como primer paso, esta desnudando
la visión anacrónica de las vanguardias socialistas, y la estúpida consecuencia
de acelerar la división política del país, ante amenazas externas y los intereses
disociadores del capital. Esta táctica irresponsable de bloquear los proyectos
económicos de las regiones de sierra y selva, a pesar que por detrás de estas
penetraciones económicas no se cuenta con buenas intenciones hacia las
sociedades impactadas, esta conduciendo a la acumulación de rabia social y de
un reivindicacionismo exagerado, detrás de cuyas efervescencia se esconden
intereses partidarios y negociaciones particulares y oscuras. Desaforar esta
cultura de la miseria es algo complicado, pues la modernización desordenada y
precarizadora que experimentan las regiones andinas, selváticas y de costa
hostiga las anteriores relaciones de vida social, haciendo retroceder el avance
del significado democrático y alimentando la penetración de ideologías del
rencor y la confrontación que a nada conducen. Es urgente una nueva relación
del Estado y la empresa minera con la sociedad sobre la base de pactos y
acuerdos reales
Algunas conclusiones:
- Es urgente una visión de fondo más holística de los conflictos
socioambientales que sufre el país. Esto quiere decir construir una
minería en función de un verdadero desarrollo humano de las regiones
impactadas.
- Es necesario de un replanteamiento más intercultural y dinámico del
proceso de descentralización. Esto hace necesario regular públicamente la
vinculación desarrollista entre ordenamiento territorial, economía y
cultura. Esto hará posible la construcción de identidades locales, con
autodeterminación y capacidad operativa.
- Es necesario buscar sobre la
acumulación minera el salto cualitativo a modos de producción industriales
más complejos y autosuficientes. Esto hace necesario un mayor
involucramiento del capital humano minero en la reorganización capitalista
de las sociedades locales.
- Es imprescindible sopesar las alteraciones y disrupciones que
provoca la actividad minera (crecimiento de ciudades y debilitamiento de
la estructura agraria) sobre la reconstrucción y tecnificación de las
fronteras agrícolas de sierra y selva (en menor medida). Este plan de sostenibilidad
facilitará el pleno empleo, la seguridad alimentaria y el respaldo
sociocultural hombre-tierra que
amenaza la modernización del saqueo.
- Es urgente una real y efectiva democratización de las sociedades
regionales y locales, mediante el reflotamiento del sistema educativo y el
reforzamiento cultural de las idiosincrasias interculturales. Este ataque
a la cultura de la miseria que es predominante en las organizaciones de
base de ciudad y la ruralidad, permitirá el nacimiento de nuevos líderes y
clases políticas más democráticas y tolerantes.
- En Política real las medidas a dar pase a la inversión minera por parte del Estado, deben considerar que la responsabilidad social, no es un costo innecesario, sino una inversión social que logra legitimidad y a la vez evolución sostenible de los espacios locales. Si es necesario abandonar la comunicación estratégica por sectores, y si no se entiende el mensaje por intereses dogmáticos, o por simple intereses sectarios, los especialistas sociales, deben neutralizar a los operadores políticos con todos los medios que el,estudio de las relaciones de poder les otorgan en aquellos espacios tradicionales. Hay que saber movilizar intereses, poder, y influencia en favor de un desarrollo que no rompa las matrices culturales, sino que las expandan en sus propias idiosincrasias, y cosmovisiones sociales. La naturaleza no debe migrar hacia lo modernización, sino debe coexistir, y hasta domesticarla...
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