The Walking Dead y el ocaso de Occidente. (2011)
En la primera temporada de la
serie norteamericana The Walking Dead (Los muertos andan) se presenta la
historia de un grupo de supervivientes que ante la amenaza de un Armagedón de
zombis, ante la debacle de la civilización conocida, se las arreglan para
sortear con heroicidad y en sentido trágico el amanecer de hordas de muertos andantes
que rondan por los despojos y desiertos urbanos de un mundo que se ha hecho
añicos.
El programa se transmite en cable
en el canal Fox (canal 19) desde octubre del 2011 y es la realización
televisiva de un famoso comic del mismo nombre que fue muy vendido en
Norteamérica durante estos últimos años. La serie pertenece al género de
suspenso y ya conocido de zoombies, pero en un sentido que describe el sentido
antropológico y psíquico de los personajes.
A primera vista esta historia no
sería sino uno más de esos comics surrealistas que han devorado la pantalla
chica y el cine, sino fuera porque el retrato psicológico y el mensaje que
trasluce cuenta en sentido metafórico la idea de lo que es la dualidad
civilización y barbarie[1].
Ya que como narra Robert Kirkman (creador del comic) este escenario
apocalíptico es la expresión de lo que sucedería con los sobrevivientes humanos
ante la amenaza de hordas de zoombies, es decir narra la deshumanización de los
sujetos ante el caos y un mundo destruido.
Acercándose a un punto de vista
de la crítica de la cultura esta historia narraría el conflicto entre archipiélagos
de ilustración (los sobrevivientes que escapan y escapan), y un mar de masas
vulgares, que deprimen los grandes logros de la ciencia y la modernidad ( es
decir, los zoombies). Un espacio avanzado de deterioro y de degradación de los
grandes órdenes sociales como producto del agotamiento de las grandes
certidumbres culturales: ciencia, razón, modernización, progreso, historia,
etc. En este devenir apocalíptico la metástasis que enfrenta la sociedad
racional ante el acoso de las olas de violencia, cáncer, drogadicción, pobreza,
enfermedades de trasmisión sexual, crisis ecológica, conflictos bélicos, climas
de recesión y desequilibrios económicos estaría anunciando el ingreso de la
experiencia individual en un escenario de desorden o caos social.
La presencia de esta historia
llena de deshumanización y de violencia es sólo una metáfora que representa lo
que ya es una experiencia común de nuestra civilización postmoderna, no sólo al
nivel de lo visible, sino sobre todo en los rincones de la interioridad, donde
cada quien lleva la espada del esfuerzo, pero vive perseguido por la
podredumbre de la gangrena.
Alteraciones reales frente a las
cuales el individuo tendría que acostumbrarse
y sólo sobrevivir como presencia espectral y extrañada, incapaz de
prevenir el accidente o de tomarse el trabajo de cambiar la lógica de una
realidad irreversible.
Ante la hostilidad de un mundo
desbocado lo único realmente diferente sería readaptarse constantemente a las
perturbaciones de la sociedad capitalista, demostrando, a pesar de la
absurdidad y de la violencia global un
rostro cargado de vitalidad y desobediencia, un sentido trágico de la vida que
supervive en la lucha aun cuando vivir no sería justificar o salvar el cosmos,
o tal vez a la sociedad colectiva.
Y este argumento del vitalismo
agresivo en un paraje siniestro donde abunda la gangrena asocial se percibe en
los dramas psicológicos que narra esta historia de sobrevivientes. A pesar que
la ausencia de toda civilización debería significar la locura o el abandono a la
misma bazofia de la cual se escapa, este grupo de últimos sobrevivientes siguen
a su manera viviendo y amando, no obstante, ante el acecho de lo indescriptible
y trágico. Este sería una parodia del mundo nietzscheano[2],
donde nos aconseja que ser individuo
significa reafirmarse permanentemente en una realidad de abismos y miseria, un
mundo donde la único real nace de sí mismo.
Otra interpretación más crítica
es la que proviene de las teorías postmarxistas, como la posición de Slavoj
Zizek[3],
en donde el fenómeno zombi no representaría sólo el estado de putrefacción del
concepto de civilización, sino el ocaso de la idea de dominación europea, donde
las hordas de muertos andantes no serían
sino las olas de migración que abarrotan socialmente los sistemas económicos
occidentales.
Al querer conquistar posiciones
más laudables de bienestar congestionan los sistemas de bienestar europeos y
norteamericanos, deteriorando las culturas seculares y abarrotando los
servicios públicos occidentales, creando ghettos de miseria y religiosidad
popular, donde el programa de ilustración en base a la escritura de dar juicio
a las masas entraría en colapso ante el avance de un paraíso multicultural que
significaría el predominio de un forma de economía y cultura popular como la de
la China, India, y acaso el Perú informal.
El morir de Europa se gestaría no
por el agotamiento de su idea sublime de alta cultura reflexiva sino porque el
desarrollo económico basado en la democracia de ciudadanos con juicio y sentido
común de diálogo naufraga ante una ética del trabajo más voraz y grotesca que
funciona en las peores condiciones de vida, y frente a la cual la racionalidad
pomposa de loa europeos, no sería sino un lujo que no es productivo y que se
torna irrelevante y soberanamente elitista.
No habría regreso. La
época gloriosa de desarrollo y del progreso domesticador de la
irracionalidad y de las emociones no podría retornar; no habría esfuerzo para
salvar el cosmos, sino adaptarse trágicamente a él. Y esto parecen saberlo los sobrevivientes de este
infierno apocalíptico, pues sólo huyen de modo errante a donde estén a salvo
momentáneamente, no intentan repararlo, ello es irreversible, sólo respiran y
tratan de vivir esta realidad, aun cuando no sepan lo que les espera.
Y este es el mensaje de esta
serie, y de todas las producciones cinematográficas de los últimos tiempos de
globalización y crisis económica: acostumbrarnos al caos, y aceptar en medio
del cáncer la inevitable incertidumbre del espacio en que se vive, hacer del accidente y de los desastres
inminentes eventos normales que no contraen, sino alientan nuestra ansiedad de
vivir a pesar de todo.
Pero el problema de esta realidad que describo es que
esta adaptación tarda y mientras tanto produce mucho sufrimiento. No todos podemos
afirmarnos a ser un individuo autocentrado, y ahí el germen de toda jerarquía y
desigualdad Mientras tanto esta receta del individuo desarraigado y escindido
entre el nihilismo de las obligaciones y la frivolidad del esparcimiento
acumula mucha ira y autodestrucción de nuestra cultura.
[1]
Pero en si el retrato de esta seria habla de lo que es fuera y lo es dentro, lo
normal y lo patológico. Los sobrevivientes son los sujetos que tratan de ser
individuos, y los zoombies representan la escoria, lo que de denigrante posee
la naturaleza humana…
[2]
Nietzche nos habla que previamente toda muerte de los referentes y normas
vitales de una sociedad se suceden en la subjetividad, es decir todo el caos
que se sustrae hacia el exterior con violencia y desolación, soledad y
nihilismo se da previamente en nuestra
alma… Este pensamiento es de la Voluntad de Poderío.
[3]
ZIZEK Slavoj. El espinoso sujeto. Este extracto me lo advirtio el Prof. Manuel Castillo Ochoa, tras largas conversaciones.
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