Al son de mi tío.
Mi tío Victor chico fue todo un personaje en su juventud. Sin profesión definida y con cierta maestría para la sastrería mi tío llegaba a casa a visitarnos y de paso molestaba con ironías a mi tía Cuca a quien moteaba como Minora. El fue quien me aconsejaba por dónde no ir y con quién no juntarme en el barrio. Además fue el quien me enseñó a amarrarme los zapatos y dar uno que otro quiñe. Siempre llegaba a la casa con una sonrisa en la boca, y con su perrita tusa. Le gustaba siempre estar tiza y bien perfumado. No tenía nada que hacer pues su pareja trabajaba por los dos
El era medio confianzudo pues siempre se quedaba con nosotros a ver TV, y no se marchaba hasta que no apagabamos el televisor. Recuerdo un sábado por la noche donde en la TV daban la película despedida de soltero. Y mi tío junto con mi hermano y mi tía Cuca nos matabamos de risa por esa comedia. El burro drogado muerto en el ascensor fue la cúspide de las carcajadas en esa noche de verano. Mi tío nos cuidaba y le tenían respeto en la calle pues movía su salsa y era bastante hábil con la jerga.
Debido a su comportamiento disipado su mujer que se dedicaba a limpiar casas lo abandono y el quedó sumido en una terrible depresión. Se dió a la bebida y no comía bien pues no trabajaba. Nosotros a veces lo hablábamos para el almuerzo, pero a mi madre no le gustaba su conchudez. Era tanta su tristeza que no quería ganar dinero y si hacía uno que otro pedido de sastrería lo apostaba en los caballos. Bueno con el tiempo se le quitó lo deprimido y se ponía a cazar palomas y las freia. Ya hacia más pedidos de sastrería, pero no le alcanzaba para el alquiler de su cuarto y para la comida.
No sé cómo una señora de los alrededores le tuvo compasión y le traía de comer y lo animaba con lecturas de la biblia para que hallará sentido a la vida. Esa señora se llamaba Mina y era integrante de los israelitas, religión que pronto abrazaría mi tío y de juerguero se volvió un fervoroso israelita, se dejó crecer el cabello y compartia la palabra con la biblia en mano. De ahí se volvió un asiduo feligres de la iglesia de Ataucusi. Y una tarde mientras andaba por el centro lo pude ver de lejos vestido con la túnica hebrea vociferando la palabra de Dios. Estaba como extasiado y para la muchedumbre era otro loco o huachafo más. No me le acerque, lo deje que fuera el mismo.
Con el tiempo la señora Mina que era un angel y una grata persona se mudo a vivir con mi tío, y se dedicaban a vender golosinas y gaseosas en una esquina de la zona industrial de ATE. Ahí su situación mejoro y de ser una persona disipada aprendió a trabajar y a ganar dinero. Un fabricante que tenía un chalet en Chosica le tomo cariño y le propuso que cuidara su casa campestre. Mi tío con la señora Mina decidieron tomar ese trabajo. Pero pronto las vicisitudes del trabajo más los abusos de su patrón lo empujaron a dejar el trabajo y volverse para Lima. Ya de esas épocas la señora Mina tenía un problema en los pulmones y tosia mucho. No le dieron importancia hasta que tosió sangre y le dijeron los doctores que sufría de fibrosis pulmonar.
La señora Mina y el volvieron a trabajar en la calle de golosineros, pero pronto la enfermedad consumió a la señora y lo dejo de nuevo solo. El dolor de perder a su compañera fue enfrentado con la fuerza de su fé. No hay mejor medicina que la fé en Dios. Siempre me decía, no hay mejor médico que Dios padre. De ahí se alejo de la congregación israelita y se mudo al cono norte donde vive la familia de su madre, que lo abandono de bebé. Se volvió primero golosinero, pero luego con más fortuna se dedicó a vender jugo de naranja con quequitos y magnesol. El siempre es un mate de risa, y con alegría y amabilidad tiene una gran clientela. Ahí es cuando le sobrevino la pandemia
Producto de la conspiranoia en plena COVID delta el decía que su mejor medicina y protector era el jugo de naranja. Hasta que en una de esas se enfermó y se sintió morir. Fue internado de emergencia y en la soledad su fé le hizo soportar esa enfermedad tan brutal. Se recuperó y le hicieron estudios y ejercicios y nuevamente se puso a trabajar como si nada. Su bien corazón y sentido del humor le facilitan tener una fé a prueba de balas. Desde la muerte de mi abuela ya no lo veo, pero de vez en cuando lo llamo y pregunto cómo está.
Una vez lo ví en un periódico del cono norte y le dicen el maestro roshi de la naranja. El es delgado con una calva pronunciada y con una barba blanca, y siempre anda en bibidi. Alguna vez lo visitaré o tendré noticias de el. La señora Mina lo salvó de mil maneras.
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