lunes, 18 de febrero de 2019

Nostalgia e historia. Los efectos negativos de una historia donde no hay individuo





Resumen:

En estos días en que la savia humana es destrozada en las instalaciones de una modernidad caótica y administrada, se hace necesario recorrer los submundos y márgenes del recuerdo como evidencia de una cultura no reconciliada y exhausta, que produce fantasía, y revive la tradición y la mimesis como  nostalgia. En una realidad donde la explotación biopolítica es la condición de una existencia feliz, se conjetura que el recuerdo delata la fuerza de  una conciencia alienada y perdida, un rincón de la subjetividad que nadie acoge y escucha, y que revela el síntoma de una vida que ha legitimado la cosificación esquizofrénica.


1. Tradición y recuerdo.

Lo arcaico no necesita mirar a los orígenes como lo hace el hombre de la sociedad tecnológica. En ciernes, una sociedad que carece de movilidad social y que imprime a cada  miembro un estatus asignado y sacro, confiere a la sociedad un comportamiento fijo y sólido que nada tiene que ver con la identidad circunstancializada y desfijada del hombre moderno, que si mira a la tradición como un reservorio de reliquias con las cuales tiene que romper para desarrollarse plenamente y ser feliz[1]. La tradicionalidad no contiene una crisis artificial de la  individualidad porque los lazos de parentesco en los cuales vive atado el individuo son para éste una segunda naturaleza sumergida en el ámbito sacro y religioso de los orígenes. Al construir un cosmos celestial y armónico con el cual rechaza y supera artificialmente la contingencia e insignificancia real del universo, el hombre arcaico rinde veneración a un cuerpo de verdades tradicionales y saberes legendarios con los cuales explica significativamente su existencia en este mundo absurdo que evade con la creación de la cultura[2].

El hombre tradicional no requiere mirar al pasado porque éste es producto de una ruptura accidental con los orígenes; al vivir sumergido felizmente en la sabiduría natural el hombre conjura el peligro que acecha en  la naturaleza identificándose sensorialmente con ella, y así de este modo neutralizar la incertidumbre de un paisaje que muchas veces se convierte en un macabro repertorio de amenazas externas. El pasado como experiencia vital con el cual el individuo reconstruye imaginariamente la fragancia de un mundo perdido – y que se sólo es vivido como ideología dolorosa- no es conocido en el mundo arcaico porque aquí la realización cultural es un hecho incuestionable que no demanda mayor esfuerzo, pues la cultura que abastece un conjunto sencillo de roles y preceptos comunitarios no es el principal motivo de la búsqueda de la felicidad, pues, el individuo desapareciendo en la infinidad del parentesco ritualizado se preocupa mayormente por el abastecimiento diario. La peligrosidad de un mundo empobrecido por la fatalidad de una naturaleza incontrolable, empuja a los individuos a perderse en la inmensidad de los entramados solidarios, desarrollando una conducta colectiva que lo defiende de la tragedia del accidente físico que acecha por doquier.

Blindado contra la facticidad de una realidad que sólo le trae desastres objetivos aprende en la socialización poco a poco a descubrir el valor de los lazos fraternos que cobran independientemente del mundo exterior contingente un carácter de realización y despegue antropológico. La tendencia del ser arcaico a desplegar una existencia social le acerca a valorar ontológicamente las creaciones rudimentarias de la cultura, a crearse una existencia individual alrededor de los matices comunitaristas de las interacciones sociales[3]. La sociedad deja de ser una estrategia instrumentalista para guarecerse del mundo exterior y se convierte en la actitud propiamente humana producida por el significado antropológico del lenguaje. A medida que va creando promociones técnicas con las que somete las conmociones del mundo exterior va creando un sentido cultural de todo lo que hace y ejercita socialmente. Aun cuando esta esfera cultural le va quitando propiamente la capacidad para producir algo más allá de su propia delimitación histórica y le ciega respecto a detalles secundarios que elimina de su configuración personal, lo cierto es que la vida del hombre arcaico esta asegurada mientras sepa enfrentar los desafíos de una naturaleza imprevisible y a veces insospechada. Como el temor a perder significado es previo a todo interés de reproducción material, el hombre arcaico prioriza su preferencia por la veneración panteísta de la religión y se descarga con ella de toda la responsabilidad ontológica que significa soportar las inclemencias de una existencia cercada por el desastre objetivo.

La desolación de un paraje donde no queda más existencia que la vida atomizada empuja al individuo vulnerable a producir un edificio enrevesado de tradiciones simbólicas con las que busca construirse un sentido a su arrojamiento en el mundo[4]. Diríase que la previa melancolía por escapar al desorden de la oscuridad inconsciente crea automáticamente la evidencia de una realidad cultural de instituciones y sistemas de significado que impone frente a sus ojos para no ver la crueldad de un mundo sin sentido. El hombre despierta a la conciencia negando el empequeñecimiento de la soledad fáctica creando una esfera de símbolos que lo empuja hacia la más dura soberbia tecnológica y cultural. El origen que recrea el  eterno retorno de lo mismo se desvanece a medida que la seducción de la modernidad y el salto a la enajenación arrancan a la subjetividad de la conformidad tradicional y del sedentarismo simbólico. Si bien el miedo al espacio, que anteriormente aterrorizaba al primitivo de un modo desconsolador, es eliminado en la inmensidad de la maquinaria con la conectividad verticalizada, recreando la sensación de una aldea global, lo cierto es que esta digitalización de la existencia hunde con el golpe de la insignificancia al sujeto. Lo que ocasiona esta celeridad de la digitalización es un reencuentro ilusorio con los orígenes para reinventar por la necesidad imperiosa de hacerlo el cascarón tradicional, ahí donde todo padecimiento social se diluye en la seguridad de la inmanencia, en la restauración de lo vulgar y accidentado[5].

En  los espacios sagrados donde el poder omnipotente de la religión arcaica comunica armoniosamente al individuo con una compleja red de ceremonias y rituales donde esta desaparece el recuerdo no se cultiva porque la propiedad panteísta del mana es garantizar la cohesión de la comunidad frente a la inminencia del desastre natural o del desabastecimiento material. Ahí donde las redes divinizadas de parentesco construyen una identificación resocializada con la naturaleza a la cual se teme, toda identidad o propiedad simbólica es un producto de alejamiento consciente de la amenazadora realidad natural que impone una lógica del caos y desorden catastrófico[6]. La similarización con los productos miméticos de la naturaleza sólo se logran cuando el poder disgregador del accidente o de la  contingencia provoca un reforzamiento ritualizado de los lazos sociales como único antídoto para no percibir la incertidumbre de una naturaleza apabullante e incognoscible. Cuanto más la amenaza impredecible de un mundo indeterminado y contingente asesta heridas terribles a la embrionaria comunidad tanto más el hombre extrae de la oscuridad de los paisajes un orden celestial que en realidad no existe palpablemente pero que grafica ideológicamente los esfuerzos comunitaristas por otorgar identidad y certidumbre cosmológica[7]. Del desastre inminente la conciencia restaura un equilibrio cultural que promueve la defensa del orden tribal para aplacar con la ceguera de a cultura a una realidad exterior que sólo se conjura arrebatándole magia a la vida peligrosa. Por medio de la vida cíclica de eterno retorno de lo mítico se configura una existencia que tiene garantizado la conformidad biográfica pero que no neutraliza palpablemente la peligrosidad de un mundo que es amenazador e incognoscible objetivamente hablando.

Conforme la vida se hace compleja como producto del abandono productivo de la simplicidad de la vida sedentaria, este sistema de protección cultural en contra de la vida accidentada de la naturaleza se torna inestable para explicar el desarrollo de las grandes religiones protohistóricas. La emergencia de los grandes Estados de la antigüedad y el intercambio bélico entre grandes civilizaciones para establecer el auge de grandes mercados y sistemas económicos es lo que debilita la explicación mimética, al punto que ésta convive con las invenciones técnicas de los grandes  saberes prácticos acumulados tras largas generaciones, dando origen a las complejas burocracias monárquicas y a las siempre densas divisiones del trabajo social de la antigüedad[8]. El vulneramiento de la base mítica unido al desarrollo de inquisitoriales religiones monoteístas que permiten y justifican ceremonialmente el ascenso de grandes proyectos de dominación  comercial es  lo que facilita el ingreso de una mentalidad racional y pragmática al interior de las divisiones de clase monárquicas o dominantes. Es decir, si bien la posterior mentalidad secular-escribal todavía no prevalece en la antigüedad se ve obligada a coexistir con un mosaico multivariado de creencias paganas y religiosas que ofrecen certidumbre cultural parcialmente, dando la sensación de un mundo en apogeo, inmóvil y sagrado desde los orígenes. La mezcla ulterior entre los saberes artesanales de una ciencia embrionaria con las complejas deificaciones eclesiásticas del politeísmo de la cultura popular lograrán edificar imperios arcaicos donde toda expansión o expugnación bélica es obra de una fuerza antigua o mana natural.

2. Modernidad, razón y recuerdo.

A puertas del renacimiento de las identidades burguesas se generaría una base económica lo suficientemente estable para vulnerar el edificio inmovilizado de la  tradición antigua, provocando el surgimiento de una identidad secularizada y de fuerte raigambre individual que colisionaría con la ideología escolástica y especulativa de las instituciones eclesiásticas del medioevo. Al arribar el renacimiento de las ideas de la antigüedad clásica, y al acrecentarse el poder político de las clases medias artesanales, iría gestándose la degradación histórica del poder feudal elaborándose un tejido fáctico de nuevas identidades que confiaría en la esperanza utópica de un racionalismo científico y en la capacidad progresista de la ilustración occidental. Para soltar la tesis que anima este acápite: cuanto más la liberación de la garras de la tradición confeccionaba una espiritualidad comprometida con la realización del actor individual, tanto más la esperanza imaginativa de este mundo posible iría impidiendo todo lazo de añoranza con el mundo dejado atrás, produciéndose una individualidad autónoma con la suficiente decisión autoconformativa para confiar en el poder transformador de la razón científico-técnica. Quizás es el ataque de la mitología occidental en contra de la garras de un saber de revelación sagrado (incompatible con el crecimiento histórico de la sociedad racional) lo que produciría una cultura reconciliada con la perfección civilizatoria de la burguesía,  en la medida que el modelamiento socioindustrial de la razón tecnocrática permitiría comprometer a la existencia ontológica de los pueblos con un proyecto de sociedad moderna. No es sólo la seducción de la técnica transformadora la que decidía a las entidades populares a involucrarse en el proyecto moderno, era además la esperanza en una realidad cultural armónica capaz de expandir el bienestar a todos los rincones de la sociedad la que empujaba a creer ciegamente en un proceso ontológico que prometía la transformación de la opresión e injusticia, acaecida a lo largo de las épocas históricas.

En la medida que el discurso filosófico de la modernidad engatusaba con su narrativa científico-técnica a todos los pueblos se fue desarrollando en las inmediaciones de la teología y las humanidades un dispositivo de añoranza de la tradición perdida o desactivada, por vía del romanticismo y posteriormente con el nacionalismo, que intentaría otorgar un sentido sustitutivo  de la religiosidad destejida o simplemente desafiada por el ateísmo racional[9]. En aquellos países donde la razón hermenéutica no era violentamente estigmatizada por las convulsiones antiteológicas de la ilustración como era el caso de Alemania y las autocracias tradicionales de Europa, fue incubándose una idea de retorno o revivificación de la vida tradicional como una manera de domesticación de las fuerzas irracionales de la modernización, ahí donde la ruptura ontológica con la tradición había provocado un vacío existencial o disconformidad cultural con las innovadoras instalaciones industriales de la vida moderna. El romanticismo cultural no sólo vomitaba nostalgia por los extraviados espacios de la vida comunitaria, sino que además ejercía una crítica feroz en contra de los originales espacios artificiales de  la lógica industrial, sin tener esperanzas de que  tal vida rural y artesanal pudiese volver como experiencia de vida real. Conforme se volvió irreversible para la conciencia intelectual el mecanismo destartalado del progreso histórico se fue dejando atrás como crítica inconsecuente de todo el fundamentalismo romántico, dando paso,  por consiguiente, a  un sentido racional de la nación y del pueblo como única proyección moral o sentimiento popular que podría reproducir relaciones culturales al interior del caótico mundo industrializante[10].

El nacionalismo unido al positivismo científico busco restaurar el equilibrio del orden cultural tras los cambios revolucionarios de la ascensión burguesa por vía de un acomodamiento simbólico de la identidad desgarrada a los nuevos roles subjetivos que la burguesía ofrecía como estilo o mundo de la vida individual. Como al inicio de la modernización industrial tal vida cotidiana implicaba la expansión aventurera de los grupos artesanales al interior de la competencia perfecta de pequeños productores, no se percibía más que una individualidad atada parcialmente a procesos de socialización conservadores. Es decir, la liberalización de la economía en la sociedad civil irá acompañada todavía por la reproducción de una vida cotidiana reservada y austera cuyas características denotaban la conservación de un orden secular en permanente conflicto con los simbolismos religiosos del pasado[11]. El nacionalismo y los repertorios significativos ingresarán a la subjetividad del pueblo como aquel orden cosmológico que gobernaba y controlaba semánticamente el despliegue de un mundo tecnológico extraño y alienado. Se puede argumentar que el mecanismo destradicionalizante de la historia era legítimo en la medida que convencía a la cultura de la sociedad civil a desenvolver y producir su existencia cultural al interior de una moral tecnocrática que no bloqueaba  la creatividad productiva de la entidad individual, sino que terminaba por proveer de recursos gramaticales a la subjetividad para que esta recreara su biografía en la sociedad moderna. En la medida que la primera revolución individual estaba condicionada por  una estructura organizativa democratizadora que proveía a la acción individual de una base social donde reposar todas sus realizaciones de índole económicas o culturales, se podía decir que todo ejercicio particular estaba compensado por un entramado tradicional  que se resistía a desaparecer y que proporcionaba a la acción social un vínculo con las demandas de solidaridad y reciprocidad de la sociedad[12].

Se podría decir que conforme la modernización autoritaria se iba introyectando en el seno de las relaciones tradicionales, licuándolas o simplemente desmantelándolas, tanto más la cultura por medio de la creatividad nostálgica iba restaurando ideológicamente un mundo orgánico y popular que estaba desapareciendo. El hecho de que la remembranza recompusiera un régimen de producción de la cultura que no correspondía con las adaptaciones industriales de la novísima sociedad moderna, decía mucho del carácter totalitario de un proceso tecnológico que no le importaba barrer con las estructuras sentimentales y sensoriales, ya que se argumentaba que el economicismo o racionalidad instrumental acostumbraría a la subjetividad a su propia alienación urbano-objetiva[13]. Si bien es cierto que la modernización reflexiva también barrería con los cimientos sólidos de la producción industrial para dar paso a un torbellino histórico que no dejaba nada fijo sobre la vida cotidiana, la verdad es que la emancipación mercantil del seno de las relaciones comunitarias, no pudo eliminar la adicción de la  subjetividad solitaria y atomizada a un mundo doméstico y natural donde reposar de la explotación y burocratización de la vida social. Cuanto más el mecanismo desbocado del progreso científico-técnico transformaba implacablemente los continentes irracionales de la tradición, tanto más ésta regresaba como el doloroso recuerdo fantasioso de una vida abandonada y desguarnecida, porque la evaporación de lo mítico arrojaba al individuo expulsado de lo sagrado a una cultura que no completaba la formación ontológica que prometía la susodicha modernidad. La añoranza por las potencias arcaicas que habían sido sometidas por la racionalización de la maquinaria social provocaban un sentimiento de vacío existencial en las profundidades de la identidad, vacío que sólo se explica porque la tecnificación de la vida cotidiana arrebataba a la subjetividad la capacidad histórica para construir una biografía reconciliada con sus propias ambiciones mitológicas. La falsa certidumbre que provee la cultura industrial a una identidad que sólo sobrevive materialmente, y a la cual le está conculcada su realización cultural, obliga al individuo a restaurar fantasmáticamente la mimesis dejada atrás, lo cual detiene su autoconformación histórica exponiéndola a complejos psicológicos y a enfermedades de la cultura que obstruyen el desarrollo pedagógico de la vida individual. A la larga la resistencia que evidencia la cultura de las sociedades industriales a pasar por la institucionalización evanescente de la razón a lo único que conduce es a una experiencia empobrecida y atomizada       que no puede detener el cruel modelamiento y aceleración de una subjetividad que sólo desea descanso y sosiego cultural[14].

La falta de piedad con la que es organizada la posibilidad de la cultura en la realidad administrada demuestra la estafa del compromiso placentero que no puede evitar más que en el trance extático de la embriaguez simbólica el cancelamiento de la felicidad individual y social que sólo son posibles como ilusión o ideología espectral. Desde que la propia supervivencia material se paga al precio de la nulidad cultural, la tradición venga su desaparición como discurso sensorial del recuerdo, que otorga ciertamente identidad y estabilidad para enfrentar la vulgaridad del mercantilismo, pero que condena a la vida a una mentira religiosa que sólo mitiga parcialmente la concientización de la tragedia individual. El recuerdo al regresar como certidumbre psicoafectiva envuelve al espíritu en la maraña de la nostalgia digital dándole un universo reticular que aplaca transitoriamente su padecimiento cultural con la seducción de la virtualidad, pero que opaca conscientemente toda la trayectoria de la vida con la resucitación apócrifa de un mundo que no existe y que debilita la voluntad del sujeto moderno[15].

Entiéndase bien, la fuerza de la melancolía no sólo recrea un mundo que debió perecer y que no obstante, se recrea como mediatización digital, sino que permite el adormecimiento de una subjetividad que debe abandonar los rincones domésticos de la vida interior, pues de lo contrario su esclavitud técnica no lo dejará realizarse concretamente en una realidad alternativa. La sumisión de una identidad a la selva del lenguaje tecnoinformático delata el terror a la reconciliación histórica, con la ahistoricidad de la tradición que se transforma falsamente en todo aquello que el mismo progreso histórico dice permitir pero cuya marcha instrumental no consigue. La fatalidad del recuerdo es que uno goza en plena sociedad del mercado toda aquella infantilidad y juego, que por sobrevivir abandonamos en la madurez funcional, negándose por consiguiente, a realizarse de manera integral en lo que resta de  la existencia física[16]. Ser alienados con respecto al mecanismo organizacional del capitalismo es entregarse a las delicias de la seducción consumista o de la red mediática de un modo legitimador sin sospechar que tal decisión aparentemente democrática oculta la resignación de una subjetividad que vive la realización biográfica sólo como recuerdo, y nada más que como añoranza de un pasado que se esfuma en la inmensidad del tiempo. El recuerdo según esto es el modo de cómo hallar en la realidad excesivamente demarcada temporalmente un motivo que permita escapar al envejecimiento del tiempo, imaginando deletéreamente una utopía de estabilidad que presume de contener su mecanismo irrefrenable[17]. La risa que soltamos cuando reescribimos mentalmente una escena auténtica y crucial de nuestro pasado, cuando no controlamos ciertamente nuestra vida, es la evidencia palpable que la razón histórica destruyo todo cimiento de dignidad humana y nos dejó un infinito silencio y soledad en los desiertos industriales.

3. Postindustrialismo y añoranza.

Llegamos a los tiempos de una modernidad sólida donde todo atisbo de diferencia histórica es neutralizada por el monólogo de la razón unidimensional sin embargo, en el mismo momento en que la fatalidad del capitalismo puede ser desbordada por la distinción revolucionaria tal inconmensurable totalidad es desestructurada violentamente por un individualismo vital que fragmenta al orden social en infinitos pedazos y micrologías culturales[18]. Al huir de la cultura hacia las interioridades del ser irracional la razón instrumental celebra un nuevo pacto con la subjetividad, persiguiéndola hacia los confines de la vida psíquica con el sólo propósito de validar objetivamente el nuevo  proyecto biopolítico de dominación psicosocial. Ahí donde la verdad es descalificada como una mentira que niega el carácter fluido de las potencias sensoriales, se activa una nueva forma de sujeción líquida que  restaura  el poder complejo del capital y que oferte a la vida aislada un interesante programa sensible de progreso y bienestar individual. En la medida que la utopía histórica argumentaba todavía que la absurdidad de la alienación totalitaria podía ser superada si se aceleraba el mecanismo irracional del progreso histórico, la vida subyugada se abre al imperialismo de  una forma de existencia donde no queda ya base concreta donde reposar y hacer residir las conquistas de la vida individual.

Al perder el individuo toda base social o económica donde concretizar una forma de vida real, éste percibe a la experiencia como desolada y vacía de sentido, donde la fuerza de la melancolía restablece, no obstante, un mundo tradicional donde éste se comporta como un sistema de compensaciones sociales con los que  neutralizar o domesticar a las fuerzas del mercado. Cuanto más la hegemonía tecnocientífica desestructura la vida social con el objetivo de someterla al proceso de producción del conocimiento rentable, tanto más la vida transgresora se las arregla para esquivar las pretensiones de la explotación mediante la creación de una cultura paralela donde la subjetividad se entrega a los  coqueteos de un mundo arcaico y mimético que ofrece, no obstante, afectividad cultural[19]. Tal vez, la situación quedaría válidamente ahí, y por fin la aldea global de que hablaba Macluhan[20] se concrete como felicidad heterogénea  y diferencial para todo el mundo, que sepa manejarse culturalmente, sin embargo, el problema es que la identificación del capital con la vida a la que somete termina por naturalizar las aberraciones objetivas que tal idealismo tecnocultural no logra superar históricamente. Si todo bienestar es el resultado de variar con inteligencia los patrones culturales que  caracterizan el desenvolvimiento práctico de cierta individualidad, entonces toda felicidad no es más que discurso lógico o una fantasía del lenguaje, cuando en realidad lo dicho es sólo un producto de la acción sin lenguaje, de una  decisión que se hace carne social[21].

Lo cierto es que el  hombre se emancipa de las trampas del lenguaje antiguo no para recaer en las trampas del persuasivo lenguaje digital, como si fuera la tradición reinventada, sino para avanzar cualitativamente hacia un nuevo estadio sin poder y ambición que deje atrás las sórdidas asimetrías en cuanto a desarrollo y progreso social. En tanto la misma adictiva nostalgia sea el muro subjetivo que evita la entera transformación histórica de la vida cotidiana, toda intención de vivir plenamente el obsequio de la vida no se convertirá más que en un camino doloroso que corrompe todos los sueños y esperanzas de las identidades que maduran en sus fauces. El recuerdo es la evidencia palpable de que la decisión de ser individuo no es más que una ilusión, pues a cada paso que damos en nuestra trayectoria personal siempre nos remontamos a un evento que fue crucial en nuestra vida y cuya remembranza no hace más que mitigar el carácter desolado del éxito técnico o abstracto. Nos alimentamos de pasado porque la identidad individual, le ha cogido miedo al futuro indeterminado, donde cada esfuerzo que desplegamos con la intención de agarrar estabilidad y equilibrio emocional se trastoca en cansancio y explotación psicoafectiva.

En otras palabras, al separarse la historia de su actor cotidiano que irrumpe en otro camino de inmovilidad arcaica, ésta se convierte en una narrativa organizacional y maquínica a la cual hay que sujetarse so pena de perecer. El progreso histórico desaparece y lo que queda es una maquinaria científica a la que nadie, ni ciudadano ni sociedad civil organizada se atreven a detener, porque cada vida sometida está más preocupada en su nicho cotidiano y en celebrar su añoranza que en poner fin a la opresión del tiempo capitalista. Existe, no obstante, en los últimos tiempos un esfuerzo de la ciudadanía global por controlar culturalmente a la globalización tecnocientífica por medio de fuertes campañas de sensibilización de los  movimientos sociales, pero dicha tentativa es todavía embrionaria y se reduce a la adopción de políticas de reconocimiento cultural que olvidan que la dominación se acabará si cambiamos el mecanismo externo que nos oprime y organiza productivamente[22]. Como tal estrategia es ya una utopía pues el rostro de dicho mecanismo se ha internalizado en la complejidad de la vida cotidiana, toda empresa que desee desactivar la gramática de la dominación capitalista tendrá que desestructurar los marcos sociales objetivos donde descansa dicha cultura atrofiada, pues de no hacerlo todo esfuerzo competitivo por ser feliz conocerá el cáncer del recuerdo obsesivo. El costo por instrumentalizar al individuo y a todo fenómeno social que se nos cruce sólo por el hecho de predominar tácticamente es padecer la enfermedad de la nostalgia, sin la cual no podríamos reírnos en el aire y ser humanos aunque la complejidad de la vida digital nos pase por encima.

En las inmediaciones de un escenario plagado de desorden el recuerdo nos aplica un poco de significado, y aun cuando estemos impactados impulsivamente por la sociedad de consumo siempre tenemos  la pulsión de retroceder y arrinconarnos en aquella patria doméstica que hemos olvidado o que dejamos atrás. La nostalgia también como la precisamos es un inconveniente  para la cultura, no sólo porque nos asfixia ideológicamente hablando sino porque no permite la madurez integral de la personalidad, exponiéndola a una desorganización psíquica que pude arrojarnos en la estupidez sensorial. En vez que la complejidad capitalista se preocupe  por el desarrollo integral de los actores sociales, se produce todo lo contrario: un abandono sistemático de la formación educativa de la vida psíquica lo cual conduce a que cada individualidad se sienta desabastecida y construida parcialmente, ya que se espera la reacción voluntariosa de la individualidad o su química empresarial para que se produzca la magia del homo faber o creatividad tecnocrática[23].

Como el abastecimiento universal es peligroso pues siembra la semilla de la revolución social, o su inesperado corolario: el conformismo consumista, se prefiere no brindar protección social al individuo y acostumbrarlo a que de él surja una respuesta sabia de adaptación funcional al sistema complejo. Si bien gran parte del ajuste estructural ha condicionado el desarrollo de este individualismo mercantil o empresarial, éste es sordo a los rezagos simbólicos que ocasiona el desgaste laboral, por lo que todo sentimentalismo o desajuste emocional es tratado como si fuera una desviación o cursilería sin sentido, que es necesario corregir so pena de quedar en desventaja en  relación a los crueles competidores de la calidad total. El egoísmo es la gran celebración de una conducta que expulsa el sentido de la psicología cotidiana, convirtiendo a la subjetividad en un mecanismo frío e indiferente que prefiere la mentira del éxito individual que tener que detenerse a sufrir los rasgos ennoblecidos de una melancolía humana. En este sentido, toda adormecedora nostalgia será sembrada como el único rasgo imaginativo de una época que ha perdido la capacidad de imaginación para construir un mundo alternativo; es el vicio de la mente que argumenta que toda obsesión por el recuerdo no es más que una  figura espectral del pasado, que nos hace olvidar la responsabilidad de cambiar el mundo con el atrangamiento de escenas del pasado lejano que nunca volverán pero que, sin embargo, son necesarias para soportar el dolor de un mundo caótico y circunstancializado.

4. La nostalgia y el amor romántico.

El descontrol histórico que percibimos cuando extraviamos el rumbo de nuestro destino biográfico es la justificación perfecta para soñar obsesivamente en  lo que pudo ser y en imaginar aquellos momentos cruciales en que nuestra vida pudo ser distinta  y feliz. Hay algo chueco en esta situación ingobernable que es la vida. Cuando nos esforzamos en descifrar y predecir la inminencia del accidente para salir bien librados del desastre que es la supervivencia más nos hundimos en la contingencia de una realidad caótica de la que dependemos para preservar; y aún cuando prevalecemos tácticamente a lo largo de la trayectoria vital siempre queda la sensación sospechosa de que no controlamos nada y que al final el destino se impone implacablemente[24]. Tener que estar toda una  vida preparándose funcionalmente para no ser desplazado por la indómita competencia organizativa, para ser después desechado por las injusticias frívolas de las nuevas generaciones, es en el fondo una locura y a la larga una irracionalidad que delata el síntoma de una vida catastrófica que necesita ser vivida de otro modo. Si bien la vida dionisiaca que se condice con la vida oprimida y sojuzgada por el ejercicio de la estandarización, es soltada y recreada en las clandestinidades del ser, tal hipocresía nocturna no deja de ser un desfogue o desahogo inmoral que legitima los tentáculos sensoriales de la sociedad del hiperconsumo. En tanto el goce microfísico expanda la naturaleza desbordada de una felicidad momentánea, que implica embriaguez y efímero placer, no podremos mas que olvidar paganamente la facticidad de la opresión,  lo que al finalizar el desmadre significa recaer en las garras del recuerdo y de su ostentosa ensoñación[25].

En mundo donde la arquitectura de los fijo y estable se desvanece en la ahistoricidad del desorden cultural, no queda más salvación que cerrar el círculo con la química explosiva del amor romántico y confiar en el completamiento ontológico de su trance amoroso[26]. Ahí  donde la extenuación de la subjetividad pide a gritos menos instrumentalización, menos metamorfosis racional, se ubica la necesidad siempre inestable de conseguir comprensión en otra persona que se identifique con nuestra corriente vital, que sea capaz de acabar con el cáncer de la separatidad y encumbrar nuestra vida a una inesperada experiencia de seguridad y realización cultural. A pesar de que el amor es una pasión desequilibrante que en tanto no se establece puede generar complicaciones emocionales y desgarramientos ontológicos, se piensa ideológicamente que con el amor uno pude salvarse, puede redimirse terrenalmente y conquistar una situación de armonía perenne. Por razones que no conviene aclarar en los límites  de este ensayo, cuando se acaba el amor no sólo se produce un vacío moral y existencial que empuja a la subjetividad a un sufrimiento universal, sino que por defensa psíquica el alma se atraganta obsesivamente de recuerdo como una manera de reescribir en la memoria aquellos momentos cruciales en que se controlaba creativamente el porvenir de la biografía[27]. El aroma olvidado de una cabellera, el sabor electrizante de unos labios, la miel sensorial de una deliciosa corporalidad se queda impregnado en la mente como figuras placenteras de un tiempo en el que no había más mundo que el idilio intenso y desequilibrante. Al perderse toda aquella reconciliación ideológica uno se siente transportado hacia los submundos de la desmotivación y el fracaso, convirtiendo la sensación del amor no correspondido en un pretexto para hundirse en la ahistoricidad del pensamiento, permitiéndose la paralización de su trayectoria vital y quedándose varado en el mar de los recuerdos y la melancolía embriagante.

Si bien el amor es una praxis que se moldea conforme uno acumula experiencia y produce sentimientos, tal enfoque del homo faber no llega a reconocer lo importante del crucial amor único, lo cual lleva a celebrar una subjetividad tecnológica que sólo vive enamorada de la apariencia de hacer el amor, lo cual corrompe y torna insignificante la esencialidad del verdadero amor espiritual[28]. No obstante, el romanticismo del verdadero amor puede operar como una ilusión que vuelve exigentes  las condiciones para disfrutar de ese auténtico amor que no reconocemos, la verdad es que todas las personas, hasta para aquellas que llegan a acumular la historicidad de la conciencia, el amor franco es una aspiración inexorable que su sola falta conduce a la degradación de la personalidad y a la trasgresión más delincuencial. Lo único auténtico que queda después de haberse peleado con la inmensidad de la maquinaria es la libertad interior como signo evidente que la aventura de la individualidad ha sido rechazada hacia la cárcel de los singular y biográfico, donde el vacío del recuerdo liquida toda promesa de redención histórica.

Conclusiones.

En cierta manera por estos recorridos fenomenológicos he tratado de ubicar el detalle de la nostalgia en un contexto de producción social que lo explique como un fenómeno que no se desliga y que es provocado por la acción social de los individuos en los límites de la complejidad organizativa. He llegado a sostener que la emancipación racional no se ha completado al fracasar la transformación social, y que tal sentimiento de transitoriedad ha devenido para la identidad en un bloqueamiento fáctico de su realización cultural, en un escenario donde toda lógica sistémica se licua en fragmentación organizativa y toda idea de heroicidad histórica es aplastada por el individualismo consumidor. En ciernes, la tesis final de este ensayo es que la adicción fabulosa a un mundo de figuras oníricas en el recuerdo lo único que demuestra es la implacable decisión individual de no querer atravesar gramaticalmente los complejos cuerpos de la dominación social. En tanto el sentimentalismo del recuerdo favorezca el llenado efímero y falso de la biografía individual, no se logrará construir una forma de experiencia donde el sujeto materialice el estado genérico de su época, por lo que el arraigo iluso a la nostalgia terminará por evidenciar el descontrol y la resignación de la subjetividad a las fuerzas ingobernables de la complejidad neoliberal. El síntoma de una irresistible nulidad cultural es la evidencia palpable de una forma de sujeto que ha abandonado toda tentativa por mutar el exterior cosificante, y por consiguiente, decide atrincherarse en el existencialismo del pasado y de su química adormecedora[29].

Por más que hoy en día la metamorfosis de los sentidos delata la complicidad cínica de la conciencia con la irracionalidad narcisista, no se puede dejar de sostener que el individuo tras las máscaras de la funcionalidad o del libertinaje mediático es un ser que guarda la esperanza utópica en un mundo diferente, y que la marca de dicha añoranza es el deseo de un mundo redimido. Aunque ciertamente todo paradigma de la redención histórica es tachado de infantil y utópica hasta la médula, no deja de ser cierto de que se necesita urgentemente un cambio antropológico en el seno del principio de realidad cultural, pues de lo contrario el dolor de un mundo armónico resucitado en la mente del oprimido trocará en una existencia  que validará como real y legítimo hasta las más sucias infamias culturales. Si bien en las instalaciones de este mundo postmoderno lo único fijo y seguro reside en el interior de las imágenes nostálgicas, que reinventamos como compensación tradicional, no deja de ser cierto que la falta de fantasía en el individuo para soñar con una realidad alternativa y, que no obstante, debe nacer de una decisión consciente del sujeto para así confiar en el poder modelado de la revolución. El síntoma de una subjetividad atrapada en las cárceles melancólicas de la interioridad a lo único que conduce es a una  escandalosa complicidad con el desastre ontológico de la realidad humana. Imaginar un mundo posible dentro de nuestra consciencia es admitir la destrucción de la identidad a manos del mecanismo técnico del capitalismo, es dejar que la red sea maniatada al antojo de la dominación, y concebir que el exterior cosificador colonice delictivamente el espíritu de los solidario.


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·         BAUMAN Zygmunt. Vida en consumo. FCE. México 2007.
·         BELL Daniel. Las contradicciones culturales del capitalismo tardío.  Península editores. Madrid 1976
·         DE SOUSSA Boaventura. Conocer desde el sur. Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales UPG. Lima 2006.
·         ERIKSSON. Erick Historia personal y circunstancia histórica. Alianza Editorial. Madrid. 1979
·         FOUCAULT. Michael. Historia de la sexualidad. S XXI. Editores México. 1999
·         FOUCAULT. Michael. Vigilar y castigar. S. XXI Editores. Madrid. 1975
·         GADAMER Hans Georg. Verdad y método. Ediciones Sígueme. Salamanca 2001
·         HARDT y NEGRI. Imperio. Ediciones Paidos Ibérica, S.A.  Barcelona 2002
·         HEIDEGGER Martín. ¿Qué significa pensar? Editorial Trotta, S.A. 2005
·         HEIDEGGER Martín. Ser y tiempo. FCE. México. 1971.
·         HORKHEIMER y ADORNO. Dialéctica de la Ilustración. Editorial Sudamericana. Bs. As. 1987
·         HORKHEIMER Max. Crítica de la razón instrumental. Editorial Trotta, S.A. Madrid 2002
·         LACLAU Ernesto. La razón populista FCE, S.A. Bs. As. 2005.
·         MIRCEA Elíade.  El mito del eterno retorno. Alianza Editorial, S.A., Bs. As 2002
·         MCLUHAN Marshall. La galaxia de Guttenberg. Editorial Aguilar. Madrid. 1972.
·         MCLUHAN Marshall. La galaxia de Guttenberg. Editorial Aguilar. Madrid. 1972.
·         PAZ Octavio. La llama doble.Editorial Seix Barral. México 1994
·         KUNDERA La insoportable levedad del ser. Tusquets Editores, S.A. Barcelona 2003
·         SAFRANSKY Rüdiger. EL mal o el drama de la libertad. Tusquets Editores, S.A. Barcelona. 2000
·         VATTIMO Gianni. Las aventuras de la diferencia. Ediciones Península, S. A. Barcelona 1986.
·         WEBER Max. Sociología de la religión. Ediciones Taurus. Madrid. 1983.
·         ZIZEK Slavoj. El espinoso sujeto. Editorial Paidos. Bs. As 2001.
·         ZIZEK Slavoj. El sublime objeto de la ideología. S XXI Editores, S.A. México 2001




























[1] MIRCEA Elíade.  El mito del eterno retorno. Alianza Editorial, S.A., Bs. As 2002
[2] SAFRANSKY Rüdiger. EL mal o el drama de la libertad. Tusquets Editores, S.A. Barcelona. 2000
[3] Heidegger Martín. ¿Qué significa pensar? Editorial Trotta, S.A. 2005
[4] Heidegger Martín. Ser y tiempo. FCE. México. 1971
[5] GADAMER Hans Georg. Verdad y método. Ediciones Sígueme. Salamanca 2001
[6] HORKHEIMER y ADORNO. Dialéctica de la Ilustración. Editorial Sudamericana. Bs. As. 1987
[7] ZIZEK Slavoj. El sublime objeto de la ideología. S XXI Editores, S.A. México 2001
[8] WEBER Max. Sociología de la religión. Ediciones Taurus. Madrid. 1983
[9] BAUMAN Zygmunt. Vida en consumo. FCE. México 2007
[10] ANDERSSON. Benedict. Comunidades imaginadas. FCE. México 1993
[11] BELL Daniel. Las contradicciones culturales del capitalismo tardío.  Península editores. Madrid 1976
[12] HORKHEIMER Max. Crítica de la razón instrumental. Editorial Trotta, S.A. Madrid 2002
[13] MCLUHAN Marshall. La galaxia de Guttenberg. Editorial Aguilar. Madrid. 1972
[14] ADORNO Theodor. W. Mínima Moralia. Monte Ávila Editores. Venezuela 1975
[15] LACLAU Ernesto. La razón populista FCE, S.A. Bs. As. 2005
[16] ERIKSSON. Erick Historia personal y circunstancia histórica. Alianza Editorial. Madrid. 1979
[17] PAZ Octavio. La llama doble.Editorial Seix Barral. México 1994
[18] FOUCAULT. Michael. Vigilar y castigar. S. XXI Editores. Madrid. 1975
[19] ALBERONI. Francesco. Enamoramiento y amor Editorial Gedisa Barcelona 1992
[20] MCLUHAN Marshall. La galaxia de Guttenberg. Editorial Aguilar. Madrid. 1972
[21] HARDT y NEGRI. Imperio. Ediciones Paidos Ibérica, S.A.  Barcelona 2002
[22] DE SOUSSA Boaventura. Conocer desde el sur. Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales UPG. Lima 2006
[23] AGAMBEN Giorgo. El Homo sacer. Pre-textos Ediciones. Valencia. 1998
[24] VATTIMO Gianni. Las aventuras de la diferencia. Ediciones Península, S. A. Barcelona 1986
[25] FOUCAULT. Michael. Historia de la sexualidad. S XXI. Editores México. 1999
[26] BAUMAN Zygmunt. Amor Líquido. FCE. Bs. As 2005
[27] KUNDERA La insoportable levedad del ser. Tusquets Editores, S.A. Barcelona 2003
[28] BATAILLE. Georg. Mi madre. Tusquets editores Barcelona. 1986
[29] ZIZEK Slavoj. El espinoso sujeto. Editorial Paidos. Bs. As 2001

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