Nostalgia e historia. Los efectos negativos de una historia donde no hay individuo
Resumen:
En estos días en que la savia humana es destrozada en las instalaciones
de una modernidad caótica y administrada, se hace necesario recorrer los
submundos y márgenes del recuerdo como evidencia de una cultura no reconciliada
y exhausta, que produce fantasía, y revive la tradición y la mimesis como nostalgia. En una realidad donde la
explotación biopolítica es la condición de una existencia feliz, se conjetura
que el recuerdo delata la fuerza de una
conciencia alienada y perdida, un rincón de la subjetividad que nadie acoge y
escucha, y que revela el síntoma de una vida que ha legitimado la cosificación
esquizofrénica.
1. Tradición y recuerdo.
Lo arcaico no necesita mirar a los orígenes como lo hace el hombre de la
sociedad tecnológica. En ciernes, una sociedad que carece de movilidad social y
que imprime a cada miembro un estatus
asignado y sacro, confiere a la sociedad un comportamiento fijo y sólido que
nada tiene que ver con la identidad circunstancializada y desfijada del hombre
moderno, que si mira a la tradición como un reservorio de reliquias con las
cuales tiene que romper para desarrollarse plenamente y ser feliz[1].
La tradicionalidad no contiene una crisis artificial de la individualidad porque los lazos de parentesco
en los cuales vive atado el individuo son para éste una segunda naturaleza
sumergida en el ámbito sacro y religioso de los orígenes. Al construir un
cosmos celestial y armónico con el cual rechaza y supera artificialmente la
contingencia e insignificancia real del universo, el hombre arcaico rinde
veneración a un cuerpo de verdades tradicionales y saberes legendarios con los
cuales explica significativamente su existencia en este mundo absurdo que evade
con la creación de la cultura[2].
El hombre tradicional no requiere mirar al pasado porque éste es
producto de una ruptura accidental con los orígenes; al vivir sumergido
felizmente en la sabiduría natural el hombre conjura el peligro que acecha
en la naturaleza identificándose
sensorialmente con ella, y así de este modo neutralizar la incertidumbre de un
paisaje que muchas veces se convierte en un macabro repertorio de amenazas
externas. El pasado como experiencia vital con el cual el individuo reconstruye
imaginariamente la fragancia de un mundo perdido – y que se sólo es vivido como
ideología dolorosa- no es conocido en el mundo arcaico porque aquí la
realización cultural es un hecho incuestionable que no demanda mayor esfuerzo,
pues la cultura que abastece un conjunto sencillo de roles y preceptos
comunitarios no es el principal motivo de la búsqueda de la felicidad, pues, el
individuo desapareciendo en la infinidad del parentesco ritualizado se preocupa
mayormente por el abastecimiento diario. La peligrosidad de un mundo
empobrecido por la fatalidad de una naturaleza incontrolable, empuja a los
individuos a perderse en la inmensidad de los entramados solidarios,
desarrollando una conducta colectiva que lo defiende de la tragedia del
accidente físico que acecha por doquier.
Blindado contra la facticidad de una realidad que sólo le trae desastres
objetivos aprende en la socialización poco a poco a descubrir el valor de los
lazos fraternos que cobran independientemente del mundo exterior contingente un
carácter de realización y despegue antropológico. La tendencia del ser arcaico
a desplegar una existencia social le acerca a valorar ontológicamente las
creaciones rudimentarias de la cultura, a crearse una existencia individual
alrededor de los matices comunitaristas de las interacciones sociales[3].
La sociedad deja de ser una estrategia instrumentalista para guarecerse del
mundo exterior y se convierte en la actitud propiamente humana producida por el
significado antropológico del lenguaje. A medida que va creando promociones
técnicas con las que somete las conmociones del mundo exterior va creando un
sentido cultural de todo lo que hace y ejercita socialmente. Aun cuando esta
esfera cultural le va quitando propiamente la capacidad para producir algo más
allá de su propia delimitación histórica y le ciega respecto a detalles
secundarios que elimina de su configuración personal, lo cierto es que la vida
del hombre arcaico esta asegurada mientras sepa enfrentar los desafíos de una
naturaleza imprevisible y a veces insospechada. Como el temor a perder
significado es previo a todo interés de reproducción material, el hombre
arcaico prioriza su preferencia por la veneración panteísta de la religión y se
descarga con ella de toda la responsabilidad ontológica que significa soportar
las inclemencias de una existencia cercada por el desastre objetivo.
La desolación de un paraje donde no queda más existencia que la vida
atomizada empuja al individuo vulnerable a producir un edificio enrevesado de
tradiciones simbólicas con las que busca construirse un sentido a su
arrojamiento en el mundo[4].
Diríase que la previa melancolía por escapar al desorden de la oscuridad
inconsciente crea automáticamente la evidencia de una realidad cultural de
instituciones y sistemas de significado que impone frente a sus ojos para no
ver la crueldad de un mundo sin sentido. El hombre despierta a la conciencia
negando el empequeñecimiento de la soledad fáctica creando una esfera de
símbolos que lo empuja hacia la más dura soberbia tecnológica y cultural. El
origen que recrea el eterno retorno de
lo mismo se desvanece a medida que la seducción de la modernidad y el salto a
la enajenación arrancan a la subjetividad de la conformidad tradicional y del
sedentarismo simbólico. Si bien el miedo al espacio, que anteriormente
aterrorizaba al primitivo de un modo desconsolador, es eliminado en la
inmensidad de la maquinaria con la conectividad verticalizada, recreando la
sensación de una aldea global, lo cierto es que esta digitalización de la
existencia hunde con el golpe de la insignificancia al sujeto. Lo que ocasiona
esta celeridad de la digitalización es un reencuentro ilusorio con los orígenes
para reinventar por la necesidad imperiosa de hacerlo el cascarón tradicional,
ahí donde todo padecimiento social se diluye en la seguridad de la inmanencia,
en la restauración de lo vulgar y accidentado[5].
En los espacios sagrados donde el
poder omnipotente de la religión arcaica comunica armoniosamente al individuo
con una compleja red de ceremonias y rituales donde esta desaparece el recuerdo
no se cultiva porque la propiedad panteísta del mana es garantizar la cohesión
de la comunidad frente a la inminencia del desastre natural o del
desabastecimiento material. Ahí donde las redes divinizadas de parentesco construyen
una identificación resocializada con la naturaleza a la cual se teme, toda
identidad o propiedad simbólica es un producto de alejamiento consciente de la
amenazadora realidad natural que impone una lógica del caos y desorden
catastrófico[6].
La similarización con los productos miméticos de la naturaleza sólo se logran
cuando el poder disgregador del accidente o de la contingencia provoca un reforzamiento
ritualizado de los lazos sociales como único antídoto para no percibir la
incertidumbre de una naturaleza apabullante e incognoscible. Cuanto más la
amenaza impredecible de un mundo indeterminado y contingente asesta heridas
terribles a la embrionaria comunidad tanto más el hombre extrae de la oscuridad
de los paisajes un orden celestial que en realidad no existe palpablemente pero
que grafica ideológicamente los esfuerzos comunitaristas por otorgar identidad
y certidumbre cosmológica[7].
Del desastre inminente la conciencia restaura un equilibrio cultural que
promueve la defensa del orden tribal para aplacar con la ceguera de a cultura a
una realidad exterior que sólo se conjura arrebatándole magia a la vida
peligrosa. Por medio de la vida cíclica de eterno retorno de lo mítico se
configura una existencia que tiene garantizado la conformidad biográfica pero
que no neutraliza palpablemente la peligrosidad de un mundo que es amenazador e
incognoscible objetivamente hablando.
Conforme la vida se hace compleja como producto del abandono productivo
de la simplicidad de la vida sedentaria, este sistema de protección cultural en
contra de la vida accidentada de la naturaleza se torna inestable para explicar
el desarrollo de las grandes religiones protohistóricas. La emergencia de los
grandes Estados de la antigüedad y el intercambio bélico entre grandes civilizaciones
para establecer el auge de grandes mercados y sistemas económicos es lo que
debilita la explicación mimética, al punto que ésta convive con las invenciones
técnicas de los grandes saberes
prácticos acumulados tras largas generaciones, dando origen a las complejas
burocracias monárquicas y a las siempre densas divisiones del trabajo social de
la antigüedad[8].
El vulneramiento de la base mítica unido al desarrollo de inquisitoriales
religiones monoteístas que permiten y justifican ceremonialmente el ascenso de
grandes proyectos de dominación
comercial es lo que facilita el
ingreso de una mentalidad racional y pragmática al interior de las divisiones
de clase monárquicas o dominantes. Es decir, si bien la posterior mentalidad
secular-escribal todavía no prevalece en la antigüedad se ve obligada a
coexistir con un mosaico multivariado de creencias paganas y religiosas que
ofrecen certidumbre cultural parcialmente, dando la sensación de un mundo en
apogeo, inmóvil y sagrado desde los orígenes. La mezcla ulterior entre los
saberes artesanales de una ciencia embrionaria con las complejas deificaciones
eclesiásticas del politeísmo de la cultura popular lograrán edificar imperios
arcaicos donde toda expansión o expugnación bélica es obra de una fuerza
antigua o mana natural.
2. Modernidad, razón y
recuerdo.
A puertas del renacimiento de las identidades burguesas se generaría una
base económica lo suficientemente estable para vulnerar el edificio
inmovilizado de la tradición antigua,
provocando el surgimiento de una identidad secularizada y de fuerte raigambre
individual que colisionaría con la ideología escolástica y especulativa de las
instituciones eclesiásticas del medioevo. Al arribar el renacimiento de las
ideas de la antigüedad clásica, y al acrecentarse el poder político de las
clases medias artesanales, iría gestándose la degradación histórica del poder
feudal elaborándose un tejido fáctico de nuevas identidades que confiaría en la
esperanza utópica de un racionalismo científico y en la capacidad progresista
de la ilustración occidental. Para soltar la tesis que anima este acápite:
cuanto más la liberación de la garras de la tradición confeccionaba una
espiritualidad comprometida con la realización del actor individual, tanto más
la esperanza imaginativa de este mundo posible iría impidiendo todo lazo de
añoranza con el mundo dejado atrás, produciéndose una individualidad autónoma
con la suficiente decisión autoconformativa para confiar en el poder
transformador de la razón científico-técnica. Quizás es el ataque de la
mitología occidental en contra de la garras de un saber de revelación sagrado
(incompatible con el crecimiento histórico de la sociedad racional) lo que
produciría una cultura reconciliada con la perfección civilizatoria de la
burguesía, en la medida que el
modelamiento socioindustrial de la razón tecnocrática permitiría comprometer a
la existencia ontológica de los pueblos con un proyecto de sociedad moderna. No
es sólo la seducción de la técnica transformadora la que decidía a las entidades
populares a involucrarse en el proyecto moderno, era además la esperanza en una
realidad cultural armónica capaz de expandir el bienestar a todos los rincones
de la sociedad la que empujaba a creer ciegamente en un proceso ontológico que
prometía la transformación de la opresión e injusticia, acaecida a lo largo de
las épocas históricas.
En la medida que el discurso filosófico de la modernidad engatusaba con
su narrativa científico-técnica a todos los pueblos se fue desarrollando en las
inmediaciones de la teología y las humanidades un dispositivo de añoranza de la
tradición perdida o desactivada, por vía del romanticismo y posteriormente con
el nacionalismo, que intentaría otorgar un sentido sustitutivo de la religiosidad destejida o simplemente
desafiada por el ateísmo racional[9].
En aquellos países donde la razón hermenéutica no era violentamente
estigmatizada por las convulsiones antiteológicas de la ilustración como era el
caso de Alemania y las autocracias tradicionales de Europa, fue incubándose una
idea de retorno o revivificación de la vida tradicional como una manera de
domesticación de las fuerzas irracionales de la modernización, ahí donde la
ruptura ontológica con la tradición había provocado un vacío existencial o
disconformidad cultural con las innovadoras instalaciones industriales de la
vida moderna. El romanticismo cultural no sólo vomitaba nostalgia por los
extraviados espacios de la vida comunitaria, sino que además ejercía una
crítica feroz en contra de los originales espacios artificiales de la lógica industrial, sin tener esperanzas de
que tal vida rural y artesanal pudiese
volver como experiencia de vida real. Conforme se volvió irreversible para la
conciencia intelectual el mecanismo destartalado del progreso histórico se fue
dejando atrás como crítica inconsecuente de todo el fundamentalismo romántico,
dando paso, por consiguiente, a un sentido racional de la nación y del pueblo
como única proyección moral o sentimiento popular que podría reproducir
relaciones culturales al interior del caótico mundo industrializante[10].
El nacionalismo unido al positivismo científico busco restaurar el
equilibrio del orden cultural tras los cambios revolucionarios de la ascensión
burguesa por vía de un acomodamiento simbólico de la identidad desgarrada a los
nuevos roles subjetivos que la burguesía ofrecía como estilo o mundo de la vida
individual. Como al inicio de la modernización industrial tal vida cotidiana
implicaba la expansión aventurera de los grupos artesanales al interior de la
competencia perfecta de pequeños productores, no se percibía más que una
individualidad atada parcialmente a procesos de socialización conservadores. Es
decir, la liberalización de la economía en la sociedad civil irá acompañada
todavía por la reproducción de una vida cotidiana reservada y austera cuyas
características denotaban la conservación de un orden secular en permanente
conflicto con los simbolismos religiosos del pasado[11].
El nacionalismo y los repertorios significativos ingresarán a la subjetividad
del pueblo como aquel orden cosmológico que gobernaba y controlaba
semánticamente el despliegue de un mundo tecnológico extraño y alienado. Se
puede argumentar que el mecanismo destradicionalizante de la historia era
legítimo en la medida que convencía a la cultura de la sociedad civil a
desenvolver y producir su existencia cultural al interior de una moral
tecnocrática que no bloqueaba la
creatividad productiva de la entidad individual, sino que terminaba por proveer
de recursos gramaticales a la subjetividad para que esta recreara su biografía
en la sociedad moderna. En la medida que la primera revolución individual
estaba condicionada por una estructura
organizativa democratizadora que proveía a la acción individual de una base
social donde reposar todas sus realizaciones de índole económicas o culturales,
se podía decir que todo ejercicio particular estaba compensado por un entramado
tradicional que se resistía a
desaparecer y que proporcionaba a la acción social un vínculo con las demandas
de solidaridad y reciprocidad de la sociedad[12].
Se podría decir que conforme la modernización autoritaria se iba
introyectando en el seno de las relaciones tradicionales, licuándolas o
simplemente desmantelándolas, tanto más la cultura por medio de la creatividad
nostálgica iba restaurando ideológicamente un mundo orgánico y popular que
estaba desapareciendo. El hecho de que la remembranza recompusiera un régimen
de producción de la cultura que no correspondía con las adaptaciones
industriales de la novísima sociedad moderna, decía mucho del carácter
totalitario de un proceso tecnológico que no le importaba barrer con las
estructuras sentimentales y sensoriales, ya que se argumentaba que el
economicismo o racionalidad instrumental acostumbraría a la subjetividad a su
propia alienación urbano-objetiva[13].
Si bien es cierto que la modernización reflexiva también barrería con los
cimientos sólidos de la producción industrial para dar paso a un torbellino
histórico que no dejaba nada fijo sobre la vida cotidiana, la verdad es que la emancipación
mercantil del seno de las relaciones comunitarias, no pudo eliminar la adicción
de la subjetividad solitaria y atomizada
a un mundo doméstico y natural donde reposar de la explotación y
burocratización de la vida social. Cuanto más el mecanismo desbocado del
progreso científico-técnico transformaba implacablemente los continentes
irracionales de la tradición, tanto más ésta regresaba como el doloroso
recuerdo fantasioso de una vida abandonada y desguarnecida, porque la
evaporación de lo mítico arrojaba al individuo expulsado de lo sagrado a una
cultura que no completaba la formación ontológica que prometía la susodicha
modernidad. La añoranza por las potencias arcaicas que habían sido sometidas
por la racionalización de la maquinaria social provocaban un sentimiento de
vacío existencial en las profundidades de la identidad, vacío que sólo se
explica porque la tecnificación de la vida cotidiana arrebataba a la
subjetividad la capacidad histórica para construir una biografía reconciliada
con sus propias ambiciones mitológicas. La falsa certidumbre que provee la
cultura industrial a una identidad que sólo sobrevive materialmente, y a la
cual le está conculcada su realización cultural, obliga al individuo a
restaurar fantasmáticamente la mimesis dejada atrás, lo cual detiene su
autoconformación histórica exponiéndola a complejos psicológicos y a
enfermedades de la cultura que obstruyen el desarrollo pedagógico de la vida
individual. A la larga la resistencia que evidencia la cultura de las
sociedades industriales a pasar por la institucionalización evanescente de la
razón a lo único que conduce es a una experiencia empobrecida y atomizada que no puede detener el cruel modelamiento
y aceleración de una subjetividad que sólo desea descanso y sosiego cultural[14].
La falta de piedad con la que es organizada la posibilidad de la cultura
en la realidad administrada demuestra la estafa del compromiso placentero que
no puede evitar más que en el trance extático de la embriaguez simbólica el
cancelamiento de la felicidad individual y social que sólo son posibles como
ilusión o ideología espectral. Desde que la propia supervivencia material se
paga al precio de la nulidad cultural, la tradición venga su desaparición como
discurso sensorial del recuerdo, que otorga ciertamente identidad y estabilidad
para enfrentar la vulgaridad del mercantilismo, pero que condena a la vida a
una mentira religiosa que sólo mitiga parcialmente la concientización de la
tragedia individual. El recuerdo al regresar como certidumbre psicoafectiva
envuelve al espíritu en la maraña de la nostalgia digital dándole un universo
reticular que aplaca transitoriamente su padecimiento cultural con la seducción
de la virtualidad, pero que opaca conscientemente toda la trayectoria de la
vida con la resucitación apócrifa de un mundo que no existe y que debilita la
voluntad del sujeto moderno[15].
Entiéndase bien, la fuerza de la melancolía no sólo recrea un mundo que
debió perecer y que no obstante, se recrea como mediatización digital, sino que
permite el adormecimiento de una subjetividad que debe abandonar los rincones
domésticos de la vida interior, pues de lo contrario su esclavitud técnica no
lo dejará realizarse concretamente en una realidad alternativa. La sumisión de
una identidad a la selva del lenguaje tecnoinformático delata el terror a la
reconciliación histórica, con la ahistoricidad de la tradición que se
transforma falsamente en todo aquello que el mismo progreso histórico dice
permitir pero cuya marcha instrumental no consigue. La fatalidad del recuerdo
es que uno goza en plena sociedad del mercado toda aquella infantilidad y juego,
que por sobrevivir abandonamos en la madurez funcional, negándose por
consiguiente, a realizarse de manera integral en lo que resta de la existencia física[16].
Ser alienados con respecto al mecanismo organizacional del capitalismo es
entregarse a las delicias de la seducción consumista o de la red mediática de
un modo legitimador sin sospechar que tal decisión aparentemente democrática
oculta la resignación de una subjetividad que vive la realización biográfica sólo
como recuerdo, y nada más que como añoranza de un pasado que se esfuma en la
inmensidad del tiempo. El recuerdo según esto es el modo de cómo hallar en la
realidad excesivamente demarcada temporalmente un motivo que permita escapar al
envejecimiento del tiempo, imaginando deletéreamente una utopía de estabilidad
que presume de contener su mecanismo irrefrenable[17].
La risa que soltamos cuando reescribimos mentalmente una escena auténtica y
crucial de nuestro pasado, cuando no controlamos ciertamente nuestra vida, es
la evidencia palpable que la razón histórica destruyo todo cimiento de dignidad
humana y nos dejó un infinito silencio y soledad en los desiertos industriales.
3. Postindustrialismo y
añoranza.
Llegamos a los tiempos de una modernidad sólida donde todo atisbo de
diferencia histórica es neutralizada por el monólogo de la razón unidimensional
sin embargo, en el mismo momento en que la fatalidad del capitalismo puede ser
desbordada por la distinción revolucionaria tal inconmensurable totalidad es
desestructurada violentamente por un individualismo vital que fragmenta al
orden social en infinitos pedazos y micrologías culturales[18].
Al huir de la cultura hacia las interioridades del ser irracional la razón
instrumental celebra un nuevo pacto con la subjetividad, persiguiéndola hacia
los confines de la vida psíquica con el sólo propósito de validar objetivamente
el nuevo proyecto biopolítico de
dominación psicosocial. Ahí donde la verdad es descalificada como una mentira
que niega el carácter fluido de las potencias sensoriales, se activa una nueva
forma de sujeción líquida que restaura el poder complejo del capital y que oferte a
la vida aislada un interesante programa sensible de progreso y bienestar
individual. En la medida que la utopía histórica argumentaba todavía que la
absurdidad de la alienación totalitaria podía ser superada si se aceleraba el
mecanismo irracional del progreso histórico, la vida subyugada se abre al
imperialismo de una forma de existencia
donde no queda ya base concreta donde reposar y hacer residir las conquistas de
la vida individual.
Al perder el individuo toda base social o económica donde concretizar
una forma de vida real, éste percibe a la experiencia como desolada y vacía de
sentido, donde la fuerza de la melancolía restablece, no obstante, un mundo
tradicional donde éste se comporta como un sistema de compensaciones sociales
con los que neutralizar o domesticar a
las fuerzas del mercado. Cuanto más la hegemonía tecnocientífica desestructura
la vida social con el objetivo de someterla al proceso de producción del
conocimiento rentable, tanto más la vida transgresora se las arregla para
esquivar las pretensiones de la explotación mediante la creación de una cultura
paralela donde la subjetividad se entrega a los
coqueteos de un mundo arcaico y mimético que ofrece, no obstante, afectividad
cultural[19].
Tal vez, la situación quedaría válidamente ahí, y por fin la aldea global de
que hablaba Macluhan[20]
se concrete como felicidad heterogénea y
diferencial para todo el mundo, que sepa manejarse culturalmente, sin embargo,
el problema es que la identificación del capital con la vida a la que somete
termina por naturalizar las aberraciones objetivas que tal idealismo tecnocultural
no logra superar históricamente. Si todo bienestar es el resultado de variar
con inteligencia los patrones culturales que
caracterizan el desenvolvimiento práctico de cierta individualidad,
entonces toda felicidad no es más que discurso lógico o una fantasía del
lenguaje, cuando en realidad lo dicho es sólo un producto de la acción sin
lenguaje, de una decisión que se hace
carne social[21].
Lo cierto es que el hombre se
emancipa de las trampas del lenguaje antiguo no para recaer en las trampas del
persuasivo lenguaje digital, como si fuera la tradición reinventada, sino para
avanzar cualitativamente hacia un nuevo estadio sin poder y ambición que deje
atrás las sórdidas asimetrías en cuanto a desarrollo y progreso social. En
tanto la misma adictiva nostalgia sea el muro subjetivo que evita la entera
transformación histórica de la vida cotidiana, toda intención de vivir
plenamente el obsequio de la vida no se convertirá más que en un camino
doloroso que corrompe todos los sueños y esperanzas de las identidades que
maduran en sus fauces. El recuerdo es la evidencia palpable de que la decisión
de ser individuo no es más que una ilusión, pues a cada paso que damos en
nuestra trayectoria personal siempre nos remontamos a un evento que fue crucial
en nuestra vida y cuya remembranza no hace más que mitigar el carácter desolado
del éxito técnico o abstracto. Nos alimentamos de pasado porque la identidad
individual, le ha cogido miedo al futuro indeterminado, donde cada esfuerzo que
desplegamos con la intención de agarrar estabilidad y equilibrio emocional se
trastoca en cansancio y explotación psicoafectiva.
En otras palabras, al separarse la historia de su actor cotidiano que
irrumpe en otro camino de inmovilidad arcaica, ésta se convierte en una
narrativa organizacional y maquínica a la cual hay que sujetarse so pena de
perecer. El progreso histórico desaparece y lo que queda es una maquinaria
científica a la que nadie, ni ciudadano ni sociedad civil organizada se atreven
a detener, porque cada vida sometida está más preocupada en su nicho cotidiano
y en celebrar su añoranza que en poner fin a la opresión del tiempo
capitalista. Existe, no obstante, en los últimos tiempos un esfuerzo de la
ciudadanía global por controlar culturalmente a la globalización tecnocientífica
por medio de fuertes campañas de sensibilización de los movimientos sociales, pero dicha tentativa es
todavía embrionaria y se reduce a la adopción de políticas de reconocimiento
cultural que olvidan que la dominación se acabará si cambiamos el mecanismo
externo que nos oprime y organiza productivamente[22].
Como tal estrategia es ya una utopía pues el rostro de dicho mecanismo se ha
internalizado en la complejidad de la vida cotidiana, toda empresa que desee
desactivar la gramática de la dominación capitalista tendrá que desestructurar
los marcos sociales objetivos donde descansa dicha cultura atrofiada, pues de
no hacerlo todo esfuerzo competitivo por ser feliz conocerá el cáncer del
recuerdo obsesivo. El costo por instrumentalizar al individuo y a todo fenómeno
social que se nos cruce sólo por el hecho de predominar tácticamente es padecer
la enfermedad de la nostalgia, sin la cual no podríamos reírnos en el aire y
ser humanos aunque la complejidad de la vida digital nos pase por encima.
En las inmediaciones de un escenario plagado de desorden el recuerdo nos
aplica un poco de significado, y aun cuando estemos impactados impulsivamente
por la sociedad de consumo siempre tenemos la pulsión de retroceder y arrinconarnos en
aquella patria doméstica que hemos olvidado o que dejamos atrás. La nostalgia
también como la precisamos es un inconveniente
para la cultura, no sólo porque nos asfixia ideológicamente hablando
sino porque no permite la madurez integral de la personalidad, exponiéndola a
una desorganización psíquica que pude arrojarnos en la estupidez sensorial. En
vez que la complejidad capitalista se preocupe
por el desarrollo integral de los actores sociales, se produce todo lo
contrario: un abandono sistemático de la formación educativa de la vida
psíquica lo cual conduce a que cada individualidad se sienta desabastecida y
construida parcialmente, ya que se espera la reacción voluntariosa de la
individualidad o su química empresarial para que se produzca la magia del homo
faber o creatividad tecnocrática[23].
Como el abastecimiento universal es peligroso pues siembra la semilla de
la revolución social, o su inesperado corolario: el conformismo consumista, se
prefiere no brindar protección social al individuo y acostumbrarlo a que de él
surja una respuesta sabia de adaptación funcional al sistema complejo. Si bien
gran parte del ajuste estructural ha condicionado el desarrollo de este
individualismo mercantil o empresarial, éste es sordo a los rezagos simbólicos
que ocasiona el desgaste laboral, por lo que todo sentimentalismo o desajuste
emocional es tratado como si fuera una desviación o cursilería sin sentido, que
es necesario corregir so pena de quedar en desventaja en relación a los crueles competidores de la
calidad total. El egoísmo es la gran celebración de una conducta que expulsa el
sentido de la psicología cotidiana, convirtiendo a la subjetividad en un
mecanismo frío e indiferente que prefiere la mentira del éxito individual que
tener que detenerse a sufrir los rasgos ennoblecidos de una melancolía humana.
En este sentido, toda adormecedora nostalgia será sembrada como el único rasgo
imaginativo de una época que ha perdido la capacidad de imaginación para
construir un mundo alternativo; es el vicio de la mente que argumenta que toda
obsesión por el recuerdo no es más que una
figura espectral del pasado, que nos hace olvidar la responsabilidad de
cambiar el mundo con el atrangamiento de escenas del pasado lejano que nunca
volverán pero que, sin embargo, son necesarias para soportar el dolor de un
mundo caótico y circunstancializado.
4. La nostalgia y el amor
romántico.
El descontrol histórico que percibimos cuando extraviamos el rumbo de
nuestro destino biográfico es la justificación perfecta para soñar
obsesivamente en lo que pudo ser y en
imaginar aquellos momentos cruciales en que nuestra vida pudo ser distinta y feliz. Hay algo chueco en esta situación
ingobernable que es la vida. Cuando nos esforzamos en descifrar y predecir la
inminencia del accidente para salir bien librados del desastre que es la
supervivencia más nos hundimos en la contingencia de una realidad caótica de la
que dependemos para preservar; y aún cuando prevalecemos tácticamente a lo
largo de la trayectoria vital siempre queda la sensación sospechosa de que no
controlamos nada y que al final el destino se impone implacablemente[24].
Tener que estar toda una vida
preparándose funcionalmente para no ser desplazado por la indómita competencia
organizativa, para ser después desechado por las injusticias frívolas de las
nuevas generaciones, es en el fondo una locura y a la larga una irracionalidad
que delata el síntoma de una vida catastrófica que necesita ser vivida de otro
modo. Si bien la vida dionisiaca que se condice con la vida oprimida y
sojuzgada por el ejercicio de la estandarización, es soltada y recreada en las
clandestinidades del ser, tal hipocresía nocturna no deja de ser un desfogue o
desahogo inmoral que legitima los tentáculos sensoriales de la sociedad del
hiperconsumo. En tanto el goce microfísico expanda la naturaleza desbordada de
una felicidad momentánea, que implica embriaguez y efímero placer, no podremos
mas que olvidar paganamente la facticidad de la opresión, lo que al finalizar el desmadre significa
recaer en las garras del recuerdo y de su ostentosa ensoñación[25].
En mundo donde la arquitectura de los fijo y estable se desvanece en la
ahistoricidad del desorden cultural, no queda más salvación que cerrar el
círculo con la química explosiva del amor romántico y confiar en el
completamiento ontológico de su trance amoroso[26].
Ahí donde la extenuación de la
subjetividad pide a gritos menos instrumentalización, menos metamorfosis
racional, se ubica la necesidad siempre inestable de conseguir comprensión en
otra persona que se identifique con nuestra corriente vital, que sea capaz de
acabar con el cáncer de la separatidad y encumbrar nuestra vida a una
inesperada experiencia de seguridad y realización cultural. A pesar de que el
amor es una pasión desequilibrante que en tanto no se establece puede generar
complicaciones emocionales y desgarramientos ontológicos, se piensa
ideológicamente que con el amor uno pude salvarse, puede redimirse
terrenalmente y conquistar una situación de armonía perenne. Por razones que no
conviene aclarar en los límites de este
ensayo, cuando se acaba el amor no sólo se produce un vacío moral y existencial
que empuja a la subjetividad a un sufrimiento universal, sino que por defensa
psíquica el alma se atraganta obsesivamente de recuerdo como una manera de
reescribir en la memoria aquellos momentos cruciales en que se controlaba
creativamente el porvenir de la biografía[27].
El aroma olvidado de una cabellera, el sabor electrizante de unos labios, la
miel sensorial de una deliciosa corporalidad se queda impregnado en la mente
como figuras placenteras de un tiempo en el que no había más mundo que el
idilio intenso y desequilibrante. Al perderse toda aquella reconciliación
ideológica uno se siente transportado hacia los submundos de la desmotivación y
el fracaso, convirtiendo la sensación del amor no correspondido en un pretexto
para hundirse en la ahistoricidad del pensamiento, permitiéndose la
paralización de su trayectoria vital y quedándose varado en el mar de los
recuerdos y la melancolía embriagante.
Si bien el amor es una praxis que se moldea conforme uno acumula
experiencia y produce sentimientos, tal enfoque del homo faber no llega a
reconocer lo importante del crucial amor único, lo cual lleva a celebrar una
subjetividad tecnológica que sólo vive enamorada de la apariencia de hacer el
amor, lo cual corrompe y torna insignificante la esencialidad del verdadero
amor espiritual[28].
No obstante, el romanticismo del verdadero amor puede operar como una ilusión
que vuelve exigentes las condiciones
para disfrutar de ese auténtico amor que no reconocemos, la verdad es que todas
las personas, hasta para aquellas que llegan a acumular la historicidad de la
conciencia, el amor franco es una aspiración inexorable que su sola falta
conduce a la degradación de la personalidad y a la trasgresión más
delincuencial. Lo único auténtico que queda después de haberse peleado con la
inmensidad de la maquinaria es la libertad interior como signo evidente que la
aventura de la individualidad ha sido rechazada hacia la cárcel de los singular
y biográfico, donde el vacío del recuerdo liquida toda promesa de redención
histórica.
Conclusiones.
En cierta manera por estos recorridos fenomenológicos he tratado de
ubicar el detalle de la nostalgia en un contexto de producción social que lo
explique como un fenómeno que no se desliga y que es provocado por la acción
social de los individuos en los límites de la complejidad organizativa. He
llegado a sostener que la emancipación racional no se ha completado al fracasar
la transformación social, y que tal sentimiento de transitoriedad ha devenido
para la identidad en un bloqueamiento fáctico de su realización cultural, en un
escenario donde toda lógica sistémica se licua en fragmentación organizativa y
toda idea de heroicidad histórica es aplastada por el individualismo
consumidor. En ciernes, la tesis final de este ensayo es que la adicción
fabulosa a un mundo de figuras oníricas en el recuerdo lo único que demuestra
es la implacable decisión individual de no querer atravesar gramaticalmente los
complejos cuerpos de la dominación social. En tanto el sentimentalismo del
recuerdo favorezca el llenado efímero y falso de la biografía individual, no se
logrará construir una forma de experiencia donde el sujeto materialice el
estado genérico de su época, por lo que el arraigo iluso a la nostalgia
terminará por evidenciar el descontrol y la resignación de la subjetividad a
las fuerzas ingobernables de la complejidad neoliberal. El síntoma de una
irresistible nulidad cultural es la evidencia palpable de una forma de sujeto
que ha abandonado toda tentativa por mutar el exterior cosificante, y por
consiguiente, decide atrincherarse en el existencialismo del pasado y de su
química adormecedora[29].
Por más que hoy en día la metamorfosis de los sentidos delata la
complicidad cínica de la conciencia con la irracionalidad narcisista, no se
puede dejar de sostener que el individuo tras las máscaras de la funcionalidad
o del libertinaje mediático es un ser que guarda la esperanza utópica en un
mundo diferente, y que la marca de dicha añoranza es el deseo de un mundo
redimido. Aunque ciertamente todo paradigma de la redención histórica es
tachado de infantil y utópica hasta la médula, no deja de ser cierto de que se
necesita urgentemente un cambio antropológico en el seno del principio de realidad
cultural, pues de lo contrario el dolor de un mundo armónico resucitado en la
mente del oprimido trocará en una existencia
que validará como real y legítimo hasta las más sucias infamias
culturales. Si bien en las instalaciones de este mundo postmoderno lo único
fijo y seguro reside en el interior de las imágenes nostálgicas, que
reinventamos como compensación tradicional, no deja de ser cierto que la falta
de fantasía en el individuo para soñar con una realidad alternativa y, que no
obstante, debe nacer de una decisión consciente del sujeto para así confiar en
el poder modelado de la revolución. El síntoma de una subjetividad atrapada en
las cárceles melancólicas de la interioridad a lo único que conduce es a
una escandalosa complicidad con el
desastre ontológico de la realidad humana. Imaginar un mundo posible dentro de
nuestra consciencia es admitir la destrucción de la identidad a manos del
mecanismo técnico del capitalismo, es dejar que la red sea maniatada al antojo
de la dominación, y concebir que el exterior cosificador colonice
delictivamente el espíritu de los solidario.
Bibliografía:
·
ADORNO Theodor. W. Mínima
Moralia. Monte Ávila Editores. Venezuela 1975.
·
AGAMBEN Giorgo. El Homo
sacer. Pre-textos Ediciones. Valencia. 1998
·
ALBERONI. Francesco.
Enamoramiento y amor Editorial Gedisa Barcelona 1992
·
ANDERSSON. Benedict.
Comunidades imaginadas. FCE. México 1993
·
BATAILLE. Georg. Mi madre.
Tusquets editores Barcelona. 1986.
·
BAUMAN Zygmunt. Amor Líquido. FCE. Bs. As 2005
·
BAUMAN Zygmunt. Vida en
consumo. FCE. México 2007.
·
BELL Daniel. Las
contradicciones culturales del capitalismo tardío. Península editores. Madrid 1976
·
DE SOUSSA Boaventura.
Conocer desde el sur. Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales UPG. Lima 2006.
·
ERIKSSON. Erick Historia
personal y circunstancia histórica. Alianza Editorial. Madrid. 1979
·
FOUCAULT. Michael. Historia de la sexualidad. S XXI.
Editores México. 1999
·
FOUCAULT. Michael. Vigilar
y castigar. S. XXI Editores. Madrid. 1975
·
GADAMER Hans Georg. Verdad
y método. Ediciones Sígueme. Salamanca 2001
·
HARDT y NEGRI. Imperio.
Ediciones Paidos Ibérica, S.A. Barcelona
2002
·
HEIDEGGER Martín. ¿Qué
significa pensar? Editorial Trotta, S.A. 2005
·
HEIDEGGER Martín. Ser y
tiempo. FCE. México. 1971.
·
HORKHEIMER y ADORNO.
Dialéctica de la Ilustración. Editorial Sudamericana. Bs. As. 1987
·
HORKHEIMER Max. Crítica de
la razón instrumental. Editorial Trotta, S.A. Madrid 2002
·
LACLAU Ernesto. La razón
populista FCE, S.A. Bs. As. 2005.
·
MIRCEA Elíade. El mito del eterno retorno. Alianza Editorial,
S.A., Bs. As 2002
·
MCLUHAN Marshall. La
galaxia de Guttenberg. Editorial Aguilar. Madrid. 1972.
·
MCLUHAN Marshall. La
galaxia de Guttenberg. Editorial Aguilar. Madrid. 1972.
·
PAZ Octavio. La llama
doble.Editorial Seix Barral. México 1994
·
KUNDERA La insoportable
levedad del ser. Tusquets Editores, S.A. Barcelona 2003
·
SAFRANSKY Rüdiger. EL mal o
el drama de la libertad. Tusquets Editores, S.A. Barcelona. 2000
·
VATTIMO Gianni. Las
aventuras de la diferencia. Ediciones Península, S. A. Barcelona 1986.
·
WEBER Max. Sociología de la
religión. Ediciones Taurus. Madrid. 1983.
·
ZIZEK Slavoj. El espinoso
sujeto. Editorial Paidos. Bs. As
2001.
·
ZIZEK Slavoj. El sublime objeto de la
ideología. S XXI Editores, S.A. México 2001
[11] BELL Daniel. Las
contradicciones culturales del capitalismo tardío. Península editores. Madrid 1976
[22] DE SOUSSA Boaventura.
Conocer desde el sur. Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales UPG. Lima 2006
Comentarios
Publicar un comentario