Historicidad y juventud en el Perú contemporáneo.
Resumen:
En esta contribución se explicita una descripción
histórico-cultural de los orígenes de la juventud como fenómeno social, en el
contexto de formación de las economías y los procesos de modernización en las
regiones periféricas del patrón de poder global, con el propósito de sostener
que la juventud como psicología cualitativa es generada en franca marginación
intergeneracional de la producción oficial de la realidad; y que si hoy en día
existe capturada por los procesos
privatización consumista es porque ha sido expulsada de los enclasamientos
reales, confinada a recrear seductoramente una sociedad del signo
postmetafísico, que es el muro lingüístico que impide la reconciliación
histórica de la energías creativas con la sociedad desmantelada.
Lucha
de clases y juventud popular.
Propiamente el auge de la sociedad desarrollista
prolongo durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial un
consenso entre la democracia y el capitalismo que promovió la difusión de los
derechos sociales y económicos[1].
El Estado oligárquico que había contenido el impulso histórico sobre la base de
una sociedad tradicional y feudalizada, no pudo detener la movilización
histórica de nuevos agentes políticos que presionaban sobre los cimientos del
antiguo régimen para inaugurar una nueva relación Estado y sociedad. Si bien el
Estado planificador fue creado para neutralizar socialmente la ola
participativa de las demandas democráticas en todo el globo, poco a poco en las
sociedades dependientes o colonizadas paso a ser un agente dinamizador de
primer orden, que perseguía subordinar el sistema productivo a las peticiones
socialistas de los actores populares y clases medias[2].
Si era necesario transformar la sociedad para alcanzar el desarrollo moderno,
esto implicaba involucrar a la sociedad movilizada en los planes de reestructuración
socioindustrial de la realidad periférica, una realidad de enclaves económicos
retrógrados que habían sumido en la miseria y la explotación a la sociedad
colonizada. Como la fluida migración sobre las ciudades había inaugurado una
presión política sobre la capacidad económica del sistema social, esto produjo
una serie de mutaciones étnico-clasistas en el tejido social tan insospechadas
que la sociedad planificada tuvo que hacer frente al nacimiento de nuevas e
imprevistas necesidades de calidad de vida, que el viejo y bien intencionado
Estado populista no pudo interpretar, ni siquiera satisfacer[3].
En principio estas necesidades homogéneas eran
resueltas sin mayor problema por el Estado nacional-popular, pues todas se
dirigían a colmar el auge de peticiones
sociales que se reducían a mejorar las condiciones de vida de la
población pauperizada, pero en cuanto el consumo abastecido provocó la
conciencia de un individuo indemnizado por un sistema productivo que trataba de
diezmar socialmente la politización clasista de la sociedades populares,
surgieron cambios y mutaciones culturales inexplicables en el cuerpo social con
la intención de fragmentar culturalmente la unidad de un movimiento popular que
sobrecargaba y desestabilizaba la esfera pública. La racionalización y
burocratización del viejo Estado populista conseguía ciertamente subordinar su
actividad a las órdenes de una sociedad organizada, pero el resultado
inesperado es que la atmósfera cargada de novedad y emancipación generaron la
producción de una tradición individual que se desconectaría de los marcos de socialización
clásicos, posteriormente cuando el mercado autorregulado desmantelaría la
organicidad de una sociedad desguarnecida.
La embrionaria
sociedad industrial que perseguía construir una ciudadanía inclinada a proteger
bienes nacionales permitieron contradictoriamente el nacimiento de una
intersubjetividad proclive a reproducir valores y sistemas de significación
acriollados que habían legitimado en la etapa oligárquico-feudal anterior la
reproducción de un tejido social conformista y desvinculado de identificaciones nacionales. Es decir, el
ataque estructural que promovió la semántica del desarrollismo no consiguió
desactivar la gramática de la dominación criolla, debido a que los significados
existenciales del sistema educativo tradicional, que habían prometido la
inclusión cultural del poblador discriminado en la cultura real, infiltraron
como pautas de comportamiento oficiales valores y prejuicios criollos que
facilitaron la dación de una socialización marcadamente comprometida con la
reproducción de un hedonismo festivo y un individualismo grotesco. Es esta
supervivencia de residuos egocéntricos en la mentalidades populares la que
facilita la recuperación de un imaginario conformista y autárquico que fue
disimulado en principio por la avanzada clasista, pero que ulteriormente
irrumpió y se democratizó cuando los signos de debilitamiento de la lucha de
clases legitimaron la imposición de una ontología social desconectada de los cambios
materiales e institucionales.
La resistencia inesperada de un ideario criollo, que
cedió provisionalmente cuando la motivación clasista e histórica del
sindicalismo logró el consentimiento de las categorías populares para extraer
del antiguo régimen las evidencia palpables de un industrialismo de enclave y
reducido, regresó como una subjetivación modernista que racionalizó y
naturalizó la preservación de una actitud ontológica de la cholificación,
propagandeando un ciudadano consumista que jamás quiso reconciliarse con
objetivos comunitarios de progreso y bienestar objetivo. En otras palabras,
mientras la ideología clasista removía los fundamentos de un orden social
francamente opresivo y humillante de la realidad nacional, las clases populares
percibieron los cambios sociales como acciones políticas dirigidas a
restituirle democráticamente el liderazgo de un proceso socio-productivo capaz
de hacer progresar ontológicamente a la sociedad nacional, pero que al agotarse
delataron el secreto compromiso de las identidades domesticadas con un discurso
de sometimiento y de reacción que había estabilizado para ellos durante siglos
una identidad que otorgaba socialmente certidumbre y felicidad mezquina. El
sórdido distanciamiento cultural de las mentalidades sometidas de un proyecto
de nación que buscaba justamente
liquidar un orden cultural que los esclavizaba simbólicamente durante
generaciones, provocó el retorno represivo de este orden sofisticado bajo la
apariencia de las transiciones a la democracia, que mantuvieron intacto el
consumismo barroco y popular, y la enemistaron con una ciudadanía crítica que
era percibida como demasiado confrontacional y aburrida, como para ser adaptada
como patrón de desarrollo cultural.
El clasismo concita la
atención de los océanos de la dominación porque el criticismo que lo
inspiraba logró identificarse como un discurso innovador y juvenil que fue
asimilado apropiadamente por las capas populares; sin embargo, en cuanto el
tono modernizador del clasismo se transfiguraba
en una violencia subalterna imprudente y temeraria perdió el compromiso
de las bases sociales porque este discurso milenario atacaba la sustancia misma
de la identidad biográfica. El individualismo que surgió de las ruinas del
antiguo régimen de producción material
traslado a los escenarios simbólicos las formaciones socioculturales de la
dominación criolla, desterritorializando los discursos del poder y volviendo
obsoletas las estrategias de cambio estructural, pues el edificio social se
culturizó y estalló en una real microfísica del poder simbólico. No sólo
supervivieron ingenuamente, a través de este individualismo evanescente los
repertorios arcaicos del viejo orden, sino que además la hibridación
cholificante y los sincretismos acriollados que las categorías populares
desenvolvieron para vulnerar las murallas del poder, se concentraron en la
carcasa de un criollismo abstracto y desterritorializado que condenó a la bancarrota
todo intento de hegemonía popular
auténtica y democrática[4].
La ruptura
generacional que el sindicalismo clasista logró incluir en las mentalidades que cargaron con la
responsabilidad del cambio histórico, confinaron al romanticismo utópico de la
juventud al culto ahistórico y despolitizado de la sociedad de consumo, sobre
todo cuando su versión mediatizada logró fabricar un esquematismo esteticista
que aseguró irreversiblemente la hegemonía del elitismo burgués criollo. El
cambio generacional que intentó consolidar el desarrollismo fracasó porque la
cultura racional no rompió con la biografía escolástica y conservadora del
viejo orden que rápidamente en un escenario postmoderno o de desdibujamiento de
la narración moderna se organizó en un conocimiento mitológico que libró la
conciencia económica de los lazos de la tradición, pero que mantuvo intacto la
herencia cultural del barroco colonial, que se transmutó en el
desequilibrio libertino y cínico de la
cultura criolla postmoderna; garantizando con esto la lealtad de una identidad
juvenil cuya rebeldía natural jamás conocería una forma ideológica, pues los
controles líquidos del biopoder capitalista la desconectarían para siempre de
una reconciliación historificante con la estructura social mercantilizada[5].
En las sociedades populares la juventud no comporta un
espacio legítimo de preparación para la vida social formalizada, sino una
concreta experiencia de postergación y exclusión generacional, sobre todo
cuando las evidencias de un poder corrosivo e inestable condenan a la inmadurez
estetizante y desinformada a todos las canteras juveniles que debería instalar
su creatividad histórica en los intersticios de un sistema social reconciliado
con sus sueños y expectativas, y no ser como es una edad absurda y desfijada a
la cual se le castra la motivación reflexiva por el peligro de una renovación
soberana y nacional del ideario. No estoy en contra de la jovialidad y
apasionamiento juvenil, pero creo que al no ser sublimada en instituciones
acorde con el desarrollo del edificio social, y al ser detenido en el culto a
un estilo de vida muchas veces desorientado e irracional que carece de
significado y compromiso racional con la totalidad, se condena a la
marginalidad generacional a toda una vitalidad histórica que debería conocer
los parabienes de la autonomía y la felicidad ciudadana. Al ser mutilada la
base económica industrial que debía haber servido de garantía para el
resignificamiento histórico de la juventud esta deambula en el vacío y la
desarticulación del giro postmoderno, sin poder concretar su progreso objetivo,
o lográndolo a costa de la cosificación e instrumentalización de su biografía
vital.
Imaginario
juvenil y crisis epocal.
Como habíamos visto en la sección anterior el
desarrollismo logró emancipar la fuerza laboral de los resquicios premodernos
de la feudalidad sin haber consolidado una mentalidad secular acorde con
el progreso industrial de la sociedad
popular, lo cual se tradujo en muchos casos en no haber podido superar
cualitativamente una gramática del poder simbólico, que ahora en plena
modernización tecnocrática retornaba como ethos religioso o moral cínica
subordinado a los impulsos ahistóricos de la sociedad de consumo. El humanismo
recalcitrante y pictórico de la sociedad oligárquica, que en muchos casos
detuvo cognoscitivamente el proceso de cualificación productiva del sistema
industrial, no consiguió ser atravesado por la moral de la efectividad
neoliberal, que ha devenido con el tiempo en una pastoral profesional que
arroja al mercado laboral a un ejército variopinto de profesionales incapaces
de adaptarse a la desalmada competitividad laboral, no sin antes corromperse y
reproducir un ideario organizacional mafioso de clientela y patrimonialismo. La
brutalidad simbólica en la carrera pública del conocimiento es tan informal
pero a la vez instituida con tal aplomo que la juventud tiene que reproducir
esta moral del delito y de la clandestinidad sino quiere ser desplazada como
una ideología criticona y romántica, y por consiguiente, ser expulsada del
mercado laboral que reproduce los monopolios culturales de la elite nacional[6].
Sin extraviarnos en discusiones inservibles, creo que
el surgimiento de las precisas necesidades juveniles en las sociedades periféricas fue un resultado de la
descomposición de la sociedad planificada y del Estado proteccionista, que ciertamente
en su mejor momento logró canalizar y afianzar las expectativas históricas de
la avanzada juvenil, entregándole referentes culturales a los cuales
comprometer su adhesión cultural. La mediatización cultural y el atractivo de
una pedagogía modernista en el seno de las relaciones sociales provocaron el
desarrollo de una subjetividad que apoyó los cambios revolucionarios de la
modernización social, con el objetivo de constituir una ciudadanía
nacional-popular, pero que al erosionarse la objetividad de la base económica
quedó expuesta ante la segregación simbólica de la mass media que empieza a
fabricar las subjetividades y disposiciones culturales acordes con los
intereses de la representación trasnacional. El doloroso parto de una
institucionalidad moderna que fue liderada por la juventud clasista, que creyó
en el cambio social desarrollista, no concitó el atractivo posterior de las
sociedades populares, pues esta secularización se rebeló como un proyecto de
estandarización imperante incongruente con el ethos barroco y religioso de la
periferia latinoamericana, que se resistió a ser pasada por el cedazo de la
racionalización cultural. Al no capturar la atención racional de los actores de
las sociedades populares poco a poco las motivaciones oníricas de la avanzada
juvenil empezaron a separarse del control obsoleto de la economía industrial,
quitándole legitimidad y abriendo en
plena incitación de una sociedad desmantelada una cultura postmaterial que
facilitó de ahí en adelante el consentimiento de las individualidades populares
a todo tipo de chantaje y bloqueamiento semántico por parte de las aristocracias
mundializadas. Cuanto más las necesidades postmateriales edificaban una cultura
de consumo, que ocultaba con la homogeneización digital una sociedad
profundamente asimétrica y desigual, tanto más se procedía a la destrucción de
las conquistas y organicidades subalternas de la industrialización, sin que la
cultura defendiera la base material objetiva que hace posible la real
secularización de las conciencias[7].
Al derrumbarse los fundamentos sociales de la
narrativa industrial fue sencillo para el ajuste estructural concebir una
relativización y caotización simbólica como campo de los profundos esfuerzos
psicológicos para aferrarse a la economía formal licuada, sin tratar de
subvertir los perfiles objetivos de una formación social culturizada y
radicalmente fragmentada. Al arrancar a la juventud de la fiscalización
democrática de los sindicatos, no sólo se procedió al descuartizamiento
legítimo del Estado nacional-popular y de su economía social, sino que además
esta medida corrosiva facilitó la invención de un estilo de vida marginal a la
cultura adulta oficial que fue tolerada como fase de preparación y capacitación
para la vida adulta formalizada, pero que en realidad se delataría como un
estricto mecanismo de divorcio de la
historia concibiéndose todo un sistema de significados y de energías
culturales juveniles apartadas de su realización económica y cultural[8].
Este control y legítimo divorcio entre la economía monopolizada y la sociedad
juvenil fue concertado porque en el período de la modernización autoritaria el
disciplinamiento de las fuerzas sociales había producido la radicalización de
las vanguardias juveniles, lo cual fue revertido cuando la despolitización y
ulterior atomización mediatizada conformó una individualidad distanciada de su
ejercicio ciudadano e inclinada a
reproducir una cultura anómica y transgresora. La consiguiente violencia
y desubicación de los rostros juveniles en el escenario de la crisis epocal de
los ochenta no se traslucía en un ejercicio temporal de desadaptación
premoderna, sino que tal inmadurez de las generaciones sometidas fue desdeñada
intencionalmente para justificar los crueles controles y represión de las clases
dominantes en el cuerpo amedrentado de un joven que devoraba transgresión e
irresponsabilidad[9].
Al contenerse el desarrollo filogenético de la
juventud y convertirlo en una descarada cultura juvenil divorciada de todo
compromiso con la totalidad, se combate crudamente todo intento de rebelión
aventurera por parte de las nuevos talentos juveniles como formas desviadas e
infantiles de realización individual que deben ser aplastadas pues degeneran en
criminalidad y subversión del orden existente. Como el desastre de la política
económica había impactado en una población mayoritariamente empobrecida, lo que
devino en protesta y disconformidad política, se procedió a reforzar el proceso
de disgregación cultural, iniciado por la mass media, como una forma de contener
discursos insurgentes que pudieran reconstruir la elitización de la cultura
oficial criolla. El plusvalor juvenil al ser sublimado segmentadamente por el
cedazo de la burocratización profesional se asegura la riqueza creativa y
tecnocrática de la juventud a las órdenes del capitalismo, lo cual además
ocasiona indirectamente todo un ejército de desposeídos culturales que ven como
la aventura de ser joven realmente se desvanece en las instalaciones de la
elitización y madurez aristocrática, aún cuando la infantilidad y la
desinformación cultural son desperdigadas con suma violencia y frívola
aceptación pública. Es decir al confeccionarse un sistema socioproductivo
estrecho y mezquino de las necesidades democráticas se obliga a las identidades
populares a asimilar la mecánica de la dominación empresarial, conformando un
mosaico diverso de inteligencias microempresariales que violentan el espíritu
social, sometiéndole a los dictados de una plantilla individualizante que
disuelve las seguridades y cohesiones del sistema anarquizado nacional[10].
La crisis epocal que devastó los sueños y expectativas
de una avanzada juvenil que había apostado por la revolución social, no fue un
resultado de una natural descomposición o envejecimiento de la estructura
social, al no conseguirse la contundente secularización de la cultura peruana,
sino el complot y cruel represión de un Estado neoliberal autoritario que para
reorganizar la economía peruana en función de los intereses privados inauguró
una relación policíaca con la sociedad civil a la que tuvo que perseguir desde
entonces hacia los confines de la cultura popular para garantizar su adhesión
incondicional y su legitimación tecnopolítica[11].
Toda la posterior descomposición de la sociedad peruana se rebelo como el
proyecto de poner en paréntesis perpetuo una forma de razón populista que había
logrado el pacto entre la democracia y el capitalismo, pacto que debió ser
barrido violentamente aun ante la disconformidad y resuelta oposición de una sociedad joven que vio como la inspiración
desarrollista era aplastada por una globalización incipiente que había
concitado una alianza secreta con las elites tecnoburocráticas, el empresariado
y las clases medias escribales, antaño aliadas del populismo iconoclasta. En
este sentido, si bien el ajuste estructural sólo buscaba transmutar la
estructura económico-político del
populismo, dejando la reproducción de la cultura a una cuestión de elección
privada, si que enfatizó el desarrollo de un poder cultural en red que vigiló y
sometió desde entonces a las subjetividades rebeldes a un proyecto de
mercantilización de los espacios interiores y de la cultura, que, por
consiguiente, convirtió al ser juvenil en un estilo de vida inconsecuente y
desconectado del proceso social degradado.
Es lógico suponer que esta lenta reestructuración de
la sociedad peruana produjo una transición accidentada del espíritu social para
adaptarse al mensaje empresarializado, lo cual ocasiona una coacción agresiva
de todas las demandas y reivindicaciones juveniles que había dinamizado la
sociedad democrática, coacción que lentamente modificó la actitud ontológica
del joven a venerar un cascarón individualizante que es sólo una distracción y
una farsa en la selva de la competencia y de la mistificación social. Como gran
parte de la juventud fue disuadida de su compromiso con la esfera pública pues
el sacrificio clasista había olvidado la sensoriedad del ser juvenil, es lícito
suponer que paulatinamente ante el envejecimiento del pensamiento negativo el
joven empezara a buscar discursos político-culturales más apropiados con sus
ambiciones de realización cultural, en un escenario donde dichos bienes
culturales se elitizarían en corazas aristocráticas y la juventud se iría
concibiendo como el más grande y vital intento de romper con los prejuicios
étnico-clasistas desde un romanticismo sentimentaloide e inocente.
La rebeldía natural de un joven al que se hace madurar
como sujeto de consumo y no como ciudadano crítico, lo arrojan a una sociedad
anegada de estimulaciones y necesidades bioculturales diversas donde el sueño
de reconciliación y felicidad paradisíaca es cohibido por la necesidad de tener
que sobrevivir y ser aceptado en la complejidad capitalista. El joven acepta
resignado como toda aquella promesa de realización individual es abortada
concretamente y el apetito de realización dialéctica es expectorado por una
identidad decepcionada que tiene que aprender a soportar las depravaciones del
mundo administrado, que trastorna al individuo en una cruel falsedad y humillación
fáctica. Es entonces que la juventud al ser un discurso bloqueado por la
involución de la estructura productiva se ve obligada a abandonar sus sueños
originales y subordina maquinalmente a una sociedad mercantilizada que lo vacía
y lo vuelve en un ser en donde avanza la dureza de la insignificancia[12].
Generación
X y brecha generacional.
El molino satánico ha hecho desaparecer en el
agigantamiento individual toda el imaginario colectivista juvenil de la etapa
anterior, empezándose a construir una personalidad que es responsable del drama
de la instrumentalización, aun cuando es víctima del impacto desolador de la
razón cosificadora. Esta concientización de la tragedia de la cultura- el
malestar de tener que reproducir conscientemente un patrón de explotación por
mor de la sobrevivencia- coloca a la juventud como identidad parcializada con
la opresión, ya que su desplazamiento objetivo toma conciencia de los
atropellos de la razón capitalista, reapropiándose de la estrategias de
vigilancia y cosificación, y reproduciendo con esto un principio de realidad
cínico que hace al joven irresponsable parte del juego de poder del entramado
social[13].
Es decir en una sociedad tradicional donde el desarrollo del individuo esta
adscrito a una lógica autoritaria de modernización sólida, la personalidad es
un producto político de la razón populista y por lo tanto víctima de la
represión autoritaria. En cambio, en una sociedad desmantelada donde las
relaciones socioculturales de producción postmoderna bloquean el discurrir de
las fuerzas productivas, que se mantienen en la involución material
desindustrializante, la personalidad aprende a navegar en la organicidad
compleja y del relativismo cultural, y es un producto del aflojamiento
esquizofrénico de los sistemas de significación que tiene a la conciencia adicta a una racionalidad del
deseo y de la estimulación constante que
se convierte en la única identidad segura que otorga sentido de pertenencia. En
esta realidad licuada hasta la raíz donde la fuerza de la enajenación es
combatida con la estetización de la experiencia vital, la juventud halla un rol
primordial en la autoconformación, pues en ella se depositan todas las
realizaciones utópicas y en ella reposan todas las empresas verticales de las
potencias vitales. La juventud es el lugar efímero de la materialización de la
felicidad, y por tanto, el núcleo no deseado de la extraviada razón histórica,
la cual se le arrebata con la proliferación de una heterogeneidad que vive apertrechada en un
existencialismo regresivo y en una atomización desesperante. Todo intento de
transmutación de los valores degradados del nihilismo metafísico conoce en las
existencias juveniles la represión y las torturas viles de la razón
tecnomediática que sepulta en las selvas del lenguaje desrealizador a toda la
rica verdad creativa de la juventud; sólo la intensidad historicista, que es
reprimida hasta la saciedad por la seducción publicitaria y los signos
deliciosos de la delincuencia digital, es capaz de vulnerar la estructuras
monoculturales de la dominación burguesa y desencadenar un proceso de
sostenibilidad juvenil que altere los prejuicios y aquella criminalización de
la rebeldía que desarrollan los sistemas de significación formalizada.
Si bien hasta la fecha la juventud sólo ha desarrollado
una agresividad transgresora y una delincuencia estética de la corporalidad
erótica, que sirve de justificación para los rastrillajes policíacos que el
Estado autoritaria ensaya a través de pedagogía mediática del oprimido, se
percibe toda una adaptación psíquica a los entramados y coordenadas del
mercado, como un procedimiento que estaría acortando la brecha generacional que
se percibe en la aún conservadora y barroca cultura urbana peruana. Como la
unidimensionalidad del sistema productivo orquesta un sistema de consumo
sumamente estandarizador de las peticiones juveniles se provoca una rotunda
diferenciación de los rostros sociales de la juventud en cuanto a sus
expectativas de consumo, y en su intento de evadir audazmente los sistemas
anticuados de la sociedad de conocimiento. Esta habilidad para modificar en
provecho de su deseo los mecanismos unilaterales de la seducción mediática es
procesada como una conducta anómica, desacreditada por la cultura oficial y la
que la reduce a una suerte de generación X preocupada sólo por el disfrute
narcisista y por la maximización
desbordada de los impulsos. Tal contención adialéctica de la razón juvenil que se lleva a cabo para prevenir el
cambio radical de los sistemas de conocimiento y para cohibir a una posible
ruptura en los modelos de desarrollo social, crea una identidad profundamente
arrojada de la estructura social convencional, causándose una cultura paralela
que abraza el facilismo del delito o la regresión a estados bárbaros del saber
social como son las tribus urbanas[14].
Como el acceso al reconocimiento social se estrecha y éste comulga con la
fórmula arbitraria de la reafirmación individual, se hace permisible la
desprotección cultural de nuestros jóvenes que obligados a supervivir material
y culturalmente son puestos a prueba por una realidad empobrecida que colinda
con la absurdidad y el vacío sistémico. El joven en la actual etapa de desorden
global abraza fervientemente la felicidad paradójica de los sistemas de consumo
pues prefiere el síntoma de la alienación embrutecedora a tener que experimentar el vacío de la
soledad fáctica o cualquier aventura descarriada que sólo aísla a la
sensibilidad juvenil de los nichos vitales de la reconfortante socialidad[15].
Por eso es que se conjetura en el recorrido de estas
reflexiones que al arrebatarse la joven la palabra, por el miedo al desborde
generacional del sistema anarquizado nacional, se produce una subjetividad
descarriada que abandona todo compromiso con una realidad que la golpea y la
sentencia a la incompletad ontológica. El deseo de abandonar la nada del cuerpo
sin órganos postmoderno facilita la comulgación de la cultura juvenil con toda
una variedad de dispositivos distractores de la industria cultural que ahogan
el reclamo irracional en la mazmorras pestilentes de la locura o de los
alucinógenos desrealizadores. El vínculo estrecho de las subculturas juveniles
con toda una iconografía subterránea de la contracultura confirma el desarraigo
peligroso de la juventud hacia un surrealismo militante y existencial que
estaría decidiendo el modelamiento de una conducta enferma y distorsionada. El
espasmo de las corrientes contraculturales a la hora del desatamiento rockero
confirma la tendencia de una avanzada juvenil regresiva que prefiere el desahogo
violentista a tener que socializarse en una realidad falsa hasta la raíz. Aun
cuando este vitalismo hostilizado evidencia el reproche de un espíritu
profundamente golpeado por la pobreza cultural creemos que la juventud debería
comprometer su disconformidad a un
proyecto político en vez de ser devorado por la apócrifa y agradable sociedad
del consumo masificado[16].
El solitario albergue de una identidad ahistórica en
los circuitos de la digitalización no sólo comprueba el reformismo de la
vanguardia juvenil que aceptan simbólicamente las normas del mercado, sino que
además comprueba el acendramiento de un ethos criollo que ha conseguido la
total adhesión tecnocrática de los sectores juveniles, ahogando en la
resignación embrionaria todas las justas aspiraciones de un joven que sólo
desea cumplir normalmente su papel socializador en la estratificación social.
La amputación de los sentidos en la división global del trabajo demuestra que
el asfixiamiento de los sueños de privacidad conduce a la imposición de una
jerarquización de la cultura radicalmente unida a un racismo de la experiencia
individual y social. El hecho de que se haya naturalizado esta guerra simbólica
por el gobierno de la cultura en los intersticios de una sociedad administrada
no justifica el hecho de que se tiene que ensayar una cirugía reeducadora que democratice los sistemas de significación
y debilite los enclaves raciales de la razón colonial. Se hace necesaria una
violenta reacomodación de estructura cultural para permitir cerrar la brecha
generacional y así desvanecer el arraigo de un ethos tradicional y mediocre que
ha condenado a la cultura juvenil a una posición de moratoria social
permanente. En tanto no se construya una estructura socioproductiva que concite
el involucramiento filial de las poblaciones juveniles se les arrastrará
inexorablemente a un estado de exclusión intergeneracional, que naturaliza como
algo institucionalizado para ocultar la ineptitud de una sociedad aristocrática
para producir oportunidades laborales.
Cometer
parricidio.
Como diagnóstico psiconalítico el postestructuralismo
recomienda asesinar al padre metafísico como única estrategia deconstructiva
para debilitar la violencia de la razón instrumental. Como el cáncer que
derruye la identidad es la tendencia enajenante a obedecer la ley traída por el
adoctrinamiento paterno, el psicoanálisis recomienda subvertir la gramática del
padre abstracto para liberar las coordenadas intuitivas de sus captores
racionalizados, y así irrumpa una socialización sensorial más multifacética y
desacomplejada.
Al representar el padre la autoridad artificial que
condena a la postergación lingüística a todo el escenario utópico previo de
la infancia es necesario vulnerar la
codificación formalizada que su presencia representa para permitir la expresión
exterior de toda la rica sensoriedad agazapada en los rincones de la
irracionalidad y el clandestino deseo perverso. Mientras la represión
unidimensional del capitalismo recree una conciencia cuya biografía es una
construcción socializada llena de complejos y actitudes instrumentalizadoras,
siempre la edificación de la identidad sometida tendrá que rendirle veneración
a un poder abstracto que la lleva a la rivalidad y a la manipulación cultural
contra todas las otras identidades sumergidas en la lucha por la supervivencia.
Si bien el joven expresa su desacuerdo emocional hacia la razón instrumental, a
la cual califica de hipócrita y excesivamente severa, pronto su resignación a
tener que supervivir lo descolocan de
empresas rebeldes, y toda esa disconformidad reviste los ropajes de una
personalidad madura y realista.
El dolor subjetivo de acallar todos los reclamos de su
espíritu interior cuando este identifica las agresiones formalizadas de la
maquinaria lo trastocan en un atleta de la empresarialización capacitado para e
embuste y el intercambio pero siempre
dándole la espalda a sus inclinaciones emocionales que sólo conocen el desahogo
libidinal y perturbado de los impulsos vulgares y ahistóricos. La expulsión
sistemática de la juventud de las instalaciones de una modernización reflexiva, llena de
perfidia y abusos, garantiza el sometimiento posterior del compromiso juvenil a
los dictados de la descarada formalización que convierte toda su iniciativa
utópica en combustible tecnocrático de la realidad administrada, cuando debería
redefinirla. Es la amenaza de quedar fuera de la alienación objetiva, el precio
que hay que pagar para existir en el concierto infinito del biopoder
capitalista, lo que fuerza a las identidades juveniles a tener que alcanzar la
madurez racional, aunque este proceso la conduzca al peligroso submundo del
desarraigo y la desintegración afectiva. El convencimiento publicitario de que
en este mundo reificado el éxito económico conduce livianamente a la felicidad
simbólica, se desfigura tan pronto las distorsiones caóticas de la trayectoria
vital delatan que la eficacia administrativa no es el camino a completar la
dialéctica psicológica, que despierta ignominiosamente, sino una opción
equivocada que lleva a la soledad y la
vacío cosmológico en una realidad privatizada.
Aun cuando las sociedades postmodernas experimentan
una revitalización de los sentidos, despertar posibilitado por la
juvenilización tecnomediática, lo cierto es que esta inmadurez romanticoide no
habla de un proceso de enriquecimiento ontológico de la realidad administrada,
sino de un acomodamiento ideológico de los sentidos ampliados a los dictado del
sistema productivo, que a medida que se
desmantela expone la joven a un clima de incertidumbre y falta de
oportunidades simbólicas reales. Cuanto más la vigilancia y persecución de los
dispositivos del biopoder modernista se extienden hasta las intimidades del ser
juvenil, con el propósito de aplastar las posibles rebeliones culturales, y así
expandir la esclavitud gramatical a sus conciencias, tanto mas el joven
irresuelto huye hacia las profundidades de la vida privada y de la
irracionalidad, restándole legitimidad al orden capitalista, y envolviéndose en
un autismo social irreflexivo que lo comunica con la violencia y el delito
ontológico[17].
La guerra simbólica en la cual es arrojada la identidad juvenil
institucionaliza la desrealización de sus sentimientos, negados por una
realidad vaciada de amor y comprensión, donde uno para defender ciertamente el
mundo de la vida debe aprender a instrumentalizar los fines vitales de todas
aquellas personas que se cruzan en el camino de la vida; debe entrenarse con
las mañoserías del padre para sobrevivir tanto material como simbólicamente.
En tanto no asesinemos los complejos de este
criollismo paternalista, que heredamos y reproducimos violentamente con la
ideología neoliberal del individualismo machista, no se podrá gestar la total
expresión de un individuo emancipado, lo que hace que la juventud sea vivida
como una etapa evanescente y líquida sin compromisos y cohesiones aparentes. El
criollismo como versión anquilosada e iconoclasta de un conservadurismo
patrimonial, no sólo impide la inminente reconciliación de la juventud con la
realidad a la cual detesta y de la cual ha sido expulsado, sino que además la
mantiene en el completo desperdicio cultural y en una vida residual que
coquetea con la indiferencia y la desconfianza. El sólo hecho de que el joven
adopte una ideología de la viveza y de la sabiduría escéptica para ser
supuestamente feliz y exitoso, condiciona que el como víctima sea también
responsable estoico de la madurez funcional a la que abraza, pues la conciencia
hedonista que se desarrolla acepta el sacrificio de la alienación como el medio
formal para poder gozar en esta sociedad de consumidores golosos, lo que lleva
a transigir de su inicial amor a la vida que corrompe.
Hoy más que nunca que el desarrollo de la mass media
ahonda la brecha generacional que tiene raíces psicohistóricas, se percibe le desencuentro feroz entre la
mentalidad de la modernización sólida y la mentalidad de la modernización
líquida parafraseando a Bauman[18].
Si bien la generación del clasismo convoca a las multitudes a abrazar el
desarrollo y los cambios del industrialismo, como modos históricos de acabar
con la cultura de la oligarquía, que había encarcelado toda la rica savia del
pueblo en las estructuras sociales elementales y tradicionales, lo cierto es
que esta semántica de la autonomización historicista no puede comprometer ni
desactivar al imaginario variopinto y arcaico del régimen feudalizado porque la
enfermedad del progreso se reveló como algo incompatible con el desplazamiento
inmanente e híbrido del régimen criollo oligárquico. Tempranamente el clasismo
juvenil como discurso de vanguardia de la modernidad logró el consentimiento de
las multitudes de la heterogeneidad estructural dependiente; pero tan pronto el
incipiente esfuerzo historicista no pudo transformar los residuos arcaicos de
la identidad colonial que se descentralizó en los individuos y se culturizaron
brutalmente a expensas del discurso colectivista de la nación, se paso a una
siguiente etapa donde la desestructuración del sistema económico, cuyas raíces
se insertarían y volverían a un punto elemental primario-exportador, no se
corresponderían con el progreso de una moral consumista y democrática que se
autonomizaría de su referentes materiales.
Desde ahí el agigantamiento libertino de la cultura
digital se trastocaría en una muralla metafísica que bloquearía la
reconciliación entre la economía y la cultura, asegurando que las diversas
cultura juveniles sobrevivan en la jungla del ciberespacio, transmutando y
volviéndose cómplices de un sistema económico que dejó sin piso concreto a todo
el desarrollo desterritorializado de las emociones[19].
Al ser la cultura arrancada de su base económica que se esfuma en la
abstracción sensorial de la sociedad del conocimiento se acelera el
socavamiento de todas las reservas cognoscitivas de la cultura que desde entonces
vive sumergida en los caprichos caóticos de la mass media, seducida por las
ideología estéticas y por la oralidad de las prácticas que deciden la inmersión
de la socialidad en los abismos del empobrecimiento y de la insignificancia. El
joven como hemos venido sosteniendo sería el locus vertical donde reposan los
cambios bruscos y perturbadores de la cultura digital una subjetividad que ha
trasladado el núcleo de sus raíces
biográficas a los espacios inconmensurables de las redes sociales, con el único
propósito de prolongar maquinalmente sus momentos de deseo y de goce estético
ahí donde la realidad cara a cara se mantiene vaciada de sentido.
El padre seguiría vivo, pero no como un
disciplinamiento mecanicista de los límites de la cultura, sino como un más
astuto dispositivo descentrado y resensorializado del poder, donde la juventud
cumpliría el papel de ser el consumidor acrítico del bombardeo audiovisual,
asegurando así su fidelidad a una sociedad del conocimiento que succiona como
plusvalor económico toda la riqueza creativa e histórica que la ley paterna
posterga y confina en los rincones de la irracionalidad existencialista y la
violencia. El hecho de que la juventud popular y en cierta medida de las otros
estratos sociales hay sido relegada a espacios subalternos donde tiene contacto
con los registros barbáricos y regresivos de las tribus urbanas, es que se
admite la necesidad de reinsertar estos patrones residuales a una cultura menos
manipulatoria y antidemocrática, ay así de este modo evitar la desesperación
violenta de los jóvenes a su tendencia a morar en formas desarraigadas de vida,
donde huyen de los ámbitos funcionalistas de la razón capitalista.
Conclusiones.
Por estos recorridos nada civilizados he tratado de
sostener que el ser juvenil vive preñado de vaciedad y frivolidad, y que
mientras siga siendo aliado irresponsable de una realidad que fabrica su propia
postergación cultural no se podrá superar las brechas generacionales que el
biopoder criollo mantiene impunemente. De un protagonismo clasista y
colectivista que dio cobijo populista al Estado nacional a otro protagonismo
individual de la sociedad de la información apátrida la juventud ha vivido
sumida en proyectos sociales que no nacen de sus propias entrañas ontológicas,
ya que en todo momento se rebeló como un sector poblacional desadaptado y
excluido de los parabienes de un modelo de desarrollo francamente a espaldas de
su demandas específicas de emancipación cultural. Mientras el orden oficial
expulse a la juventud hacia una moratoria social que aplasta con el tiempo sus
expectativas de completamiento dialéctico, se seguirá alimentando el
resentimiento anómico del joven al que no sólo se le arrebata la posibilidad de
un supuesto éxito en la sociedad ejecutiva, sino que además se le cancela toda
reivindicación de satisfacción y de reconocimiento cultural. El hecho de que la
juventud peruana haya huido a los márgenes de una vida tribal y dislocada de la
realidad administrada – producto de la muerte de los microrelatos y de la violencia
autoritaria en contra del carácter participativo del populismo- confirma la
conjetura de que la juventud desorientada es hija de la crisis cultural y de la
descomposición ontológica de la realidad peruana.
Después de haber sido derrotada con las armas
culturales del ajuste estructural y después que se han expectorado de la
restauración oligárquica todas las solicitudes reivindicativas de una igualdad
distributiva, la juventud sufre la atomización y empobrecimiento de una
realidad sistémica vaciada de violencia. El costo de soportar una sociedad
despolitizada contraria a sus demandas de concurso democrático, la convierte en
víctima directa de una domesticación consumista que consigue su total lealtad
cosmética a los vaivenes de la producción cultural, y por consiguiente, la
repliega hacia un existencialismo hedonista y esquizofrénico desinformado de
las principales aconteceres políticos de la realidad nacional.
Creo, para finalizar, que si la juventud retoma el
camino de un protagonismo histórico, y se deshace con esto de la dominación
intergeneracional, que ha decidido la total hegemonía de los discursos
monoculturales del socialismo y el consenso
de Washington en las últimas décadas, habrá logrado asesinar al orden
tutelar de la cultura oficial, y así
irrumpir en la historia con una nueva visión de la sociedad peruana. En tanto
se dependa adictivamente de la autoridad criolla de la cual se rebelan con las
subculturas de la trasgresión extática - que no es sino otro rostro del
criollismo irresponsable- no se habrá podido ofrecer una intersubjetividad
liberada de la inmoralidad y la corrupción hacia la cual claudican
resignadamente. La juventud debe como discurso sometido deshacerse de las
imágenes publicitarias y cosmetológicas que de ella hacen los discursos de la
competencia liberal y proponer ser la vanguardia de los ofendidos y humillados
por un cambio decisivo de la realidad mistificada del capitalismo periférico.
Ahí donde la sociedad es destruida por el mercado desregulado las juventudes
deben levantar las banderas de la eticidad y de la renovación espiritual. Debe
concluirse como Gonzales Prada: “los viejos a la tumba y los jóvenes a la obra”[20].
Pero esta empresa ya no obedece a doctrinas y a
relatos historicistas, sino a la simple
fuerza del impulso creador y festivo,
donde en la marginalidad de sus propósitos desoídos, y de su inventiva
emocional se remontara sobre una época de enigmas y estigmas, donde la
naturaleza de su delirio se casara con el espíritu de un nuevo mundo. Solo en
los arriesgados acaece la salvación. Los perfiles de esta época aún son muy
psicosomáticos.
Bibliografia:
·
CASTORIADES. El avance de la
insignificancia. TROTTA 2002. Madrid
·
COTLER
Julio. Clases, Estado y Nación en el Perú. IEP, Lima 2005
·
DURAND Francisco. El Perú fracturado: formalidad,
informalidad y economía delictiva. Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2007
·
LIPOVETSKY Gilles. La felicidad paradójica. Ed.
Anagrama 2009
·
MAFFESOLI Michael. EL TIEMPO DE LAS
TRIBUS: EL DECLIVE DEL INDIVIDUALISMO EN LAS SOCIEDADES DE MASA.
SIGLO XXI (MEXICO) 2004
SIGLO
XXI, 2002
·
PANFICHI Aldo, VALCARCEL Marcel. Juventud, sociedad y
cultura. IEP 1999 Lima
- PORTOCARRERO Gonzalo. Razones de sangre. Lima, Perú : Pontifica Universidad Católica del Perú, Fondo
Editorial, 1998
·
UBILLUZ
Juan Carlos. Nuevos súbditos. IEP Lima 2006
·
VEGA CENTENO Imelda. La construcción social de la
sociología. Invitación a la crítica. Fundación Friedrich Ebert.
1996
·
VENTURO
Sandro. Contrajuventud. Ensayos sobre juventud y participación política.
IEP.2001
- VICH
Víctor.. El discurso de la calle. Los cómicos ambulantes y las tensiones
de la modernidad en el Perú. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias
Sociales, 2001
[6] PORTOCARRERO Gonzalo.
Razones de sangre. Lima, Perú : Pontifica Universidad
Católica del Perú, Fondo Editorial, 1998
[7] LIPOVETSKY
Pilles. LA ERA DEL VACIO:
ENSAYOS SOBRE EL INDIVIDUALISMO CONTEMPORANEO. ANAGRAMA 2003
[8] VEGA
CENTENO Imelda. La construcción
social de la sociología. Invitación a la crítica. Fundación Friedrich Ebert.
1996
[9] VICH
Víctor.. El discurso de la calle. Los cómicos ambulantes y las tensiones de la
modernidad en el Perú. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales,
2001
[10] DURAND
Francisco. El Perú fracturado: formalidad,
informalidad y economía delictiva. Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2007
[11] FOUCAULT,
MICHEL. VIGILAR Y
CASTIGAR: NACIMIENTO DE LA PRISION. SIGLO XXI 1996
[14] MAFFESOLI Michael. EL TIEMPO DE
LAS TRIBUS: EL DECLIVE DEL INDIVIDUALISMO EN LAS SOC IEDADES DE MASA.
SIGLO XXI (MEXICO) 2004
[17] EL ejemplo mediático de
esto sería la serie crepúsculo donde la identidad juvenil es una producción
escalofriante y desarraigada, mutaciones imprevisibles de la sociedad compleja.
Comentarios
Publicar un comentario