Un mal planteado debate, una mala planteada solución. Acerca de la luchas de las minorías sexuales en el Perú actual
El que escribe es un
heterosexual. Alguien que no se ampara en la moral y en las buenas costumbres
para observar y describir de modo prejuicioso la conducta del movimiento Gay y
de su legítima lucha por vivir con libertad y sin discriminaciones. Hay en este
tema que se nos abre un deseo por modificar la naturaleza hipócrita de la
sociedad peruana, pero a la vez un falso planteamiento en las formas y en las
consecuencias que nadie percibe. Las discrepancias que se suscitan en torno a
la lucha de minorías sexuales y de género parten de lecturas y esquemas de
pensamiento que proceden de otras realidades, y por tanto, encubren que los
intereses y las prerrogativas que se buscan no van a cambiar las mentalidades
culturales conservadoras, pues no se quiere observar la pertinencia de esta
lucha en la sociedad actual. Este debate, es una lucha por derechos de grupo
que sólo se desarrolla en Lima, y que se siente y se mueve a la Europea, no
viendo la evolución y los imaginarios que los peruanos han construido en
relación a sus cuerpos y sexualidad. Ver así las cosas es sólo imposición y va
a traer más antagonismo y doble moral que la que se quiere derribar. Irse por
la ley es una conquista política pero no psicológica. Es un reflejo jurídico que va a erosionar más
la alicaída autoestima que las personas producen en relación al amor y al erotismo, pues nuestra salubre frivolidad
y excitación no es un síntoma de afirmación y de libertad, sino de más
desarraigo y anomia por un dolor originario.
Nuestra cultura es autoritaria no
sólo en las formas que nos gobiernan. El tejido social y los vínculos más
íntimos han sido producto de confluencias que ocultan mucha frustración y
violencia en contra de nuestros cuerpos y sentimientos más nobles. Hablar de
nuestros deseos y más locuaces fantasías linda con la desaprobación, la
vulgaridad y el pudor más cínico. Esto último no es moralidad ni virtuosa
armonía sino vergüenza por no expresar lo que sentimos y lo que queremos poseer
y enamorar. Nuestra sexualidad es a
escondidas y linda con la calumnia, y la instrumentalidad. Por ello se acerca a
la perversión y a la violencia sólo por búsqueda de placer. Pero hay decencia,
formas y condena moral que no tiene lógica. Aparentar control no es sino
astucia por ocultar que hay mayor descontrol y locura que la que se cree. Lo
que se quiere poseer no es el camino a una relación estable y duradera, sino la
premisa para usar y obtener placer, ahí donde se ha naturalizado la idea
represiva de que el amor es algo que no existe. El miedo a enamorarse, hace que
lo que buscamos este cargado de muchos requisitos para hallarse, y por lo tanto
se lo pierde.
En nuestra historia la abstinencia
por constituir una realidad común, ha generado una identidad que halla su
seguridad ejerciendo poder sobre los cuerpos a lo que desea. El racismo que nos
atraviesa es la ideología de rencor en contra de aquello a lo que queremos
someter y que debe estar bajo el control de nuestras expectativas sexuales. No
se permite su propia construcción sexual, sino que se le aplana y se le
disminuye. En eso el cristianismo y los falsos valores actuales han desempeñado
una maquinaria de desprecio formidable en nuestra cultura. Si muchas culturas
se hallan detenidas en el tiempo, y en su progreso objetivo, es el resultado de
que el desprecio y el racismo que ha impactado en nuestra historia a generado
una atrofia instintiva, y a la vez un desorden afectivo tan brutal que no hay
ánimos para buscar el desarrollo y la empresa moderna.
Por ello la vigilancia y la
destrucción de nuestro deseo ha sido desde siempre el proyecto para dividirnos
y domesticarnos. La humillación y la burla por nuestra piel, ha cuajado en una
arquitectura de estereotipos sobre los sonidos, los olores, los rituales y las
supuestas depravaciones que a alimentado el odio y el resentimiento. La gran
lucha de poderes por el control de nuestra soberanía se ha convertido en una
pugna por imponer un gobierno sobre los cuerpos, y recluir a las mujeres a
espacios de control como botín de guerra. De modo casi superlativo, la
modernidad y los gigantescos avances de la técnica y su administración, todo a
eso a lo que los europeos han llamado civilización, no ha sido sino el gran
invento por tener al servicio de los impotentes los deliciosos manjares
corporales de los que se atrevían a vivir y gozar.
Su incapacidad para amar sin
atenuantes, ha construido una dictadura de las emociones en donde la diferencia
y la búsqueda de los híbridos ha sido negada para el pueblo, para las mujeres y
para todas aquellas minorías que se salían del molde de lo supuestamente
natural. Ahí donde cultura y cuerpo no coinciden necesariamente, la sexualidad
es una ontología que no tiene límites ni formas. El deseo esta en nuestra
cultura, pero se ha construido la palabra cultura, conocimiento y ciencia para
domesticar y modificar el deseo de aquello a lo que no se comprende y no se
quiere comprender. Con ello la cultura ha despotenciado a nuestros instintos, y
ha hecho que de nuestro miedo a vivir de frente surja una identidad que basa su
gratificación en violentar y trasgredir las leyes y las instituciones que nos
mantienen unidos, y esto va a ir más allá. La poesía tal vez vaya por otro
lado, pues mantiene el hechizo de la metáfora sobre los cuerpos. Pero ahí donde
incluso lo más esencial es visto en términos de cálculo el cuerpo es un fruto
que si posee precio, y que se puede exhibir como trofeo. La belleza es algo
decorativo que alimenta nuestras ganas de devorar y violentar.
En el ser humano en cuanto al
sexo todo es posible, señala Lacan. Pero esta es una premisa que exagera y que
anticipa el gran atentado en contra del mundo. Sólo en el homo sapiens esta
fenomenología cobra un sentido enfermizo y es la marca de su poder. Su miedo por estar sólo lo cargo de miedo a
si mismo. El poder es la huella de una gran impotencia visceral. Las otras
civilizaciones no vivían bajo esta mediocridad, sino que de cierto modo los
deseos y las construcciones en cuanto al cuerpo eran algo común, visible y
religioso. No era una vergüenza escuchar a nuestra piel. Nuestra conciencia era
nuestra piel, y era una forma de instinto que no había degenerado. Agresión y
goce, no basaban su manifestación sobre la base de la muerte y la negación de
la vida, sino que era una alegría el sentirse parte de una creación, donde
decirle sí a las cosas y a las criaturas nos permitía el placer preciso, y era
todo sagrado.
La historia de aquellos que
orquestaron la transformación del caos sensorial acabó mal. El mundo es un
desierto donde lo intenso es un instante glorioso de eternidades que no siempre
reconocemos. El poco amor que estamos dispuestos a recibir, y a dar ha quedado
recluido en el ámbito privado, de donde no quiere salir y que lo hace
evanescente. Es esta evaporación de aquello que nos mueve a estar vivos lo que
ha dirigido nuestros ímpetus y locuras al lado del erotismo, la noche y los
contactos fugaces que se han vuelto un agregado de historias y delicias que nos
atan a la vida. Donde amor, pasión y juego se divorcian siempre hay
insatisfacción y aburrimiento. El ego de quererlo todo y no estar en ninguna
parte, nos ha hecho ciegos a lo más esencial, nos ha arrancado de la historia
objetiva del mundo, y ha acrecentado nuestra soledad aunque sólo quede la
ironía y la desinformación como formas de olvido. El poder con que esta construida la realidad
moderna, y los sujetos que la reproducen no hacen sino hacer un uso administrado
y mercantilista del deseo, porque a la vez se tiene el terror de que este
alcance formas subversivas y plenas.
Llegando al punto que me hizo
escribir esta nota. Todas las formas de poder han sido proyectos para controlar
y devorar la belleza inexplicable del mundo. Cuando estos deseos, cuerpos y
religiosidades estéticas han acumulado fuerza para escapar, y modelar las
posibilidades de una nueva realidad se han expresado en revoluciones y en
rebeliones en contra de los regímenes que sitiaban la vida. En todos los
aspectos las revoluciones del pasado han sido interpretadas como la búsqueda de
libertad frente e un poder tirano y expoliador. Grecia, el Primer Cristianismo,
el renacimiento, las revoluciones democráticas, las revoluciones socialistas,
las grandes revoluciones culturales como Mayo del 68, y la juventud, han
acontecido para dar progreso a los sentidos e incrementarlos.
Sin embargo, ha sido la pésima lectura de que
la razón, y los contratos sociales son formas de dar institucionalizar a los
deseos, y ese desgano que ha caracterizado
al europeo de quitar fuerza a su esperanza, lo que ha dado vigor a la idea de
que las causas libertarias han sido discursos y estrategias de movilización
colectiva manipuladas para provocar cambios de dirección en la naturaleza del
poder que siempre se ha mantenido oculto e integrado. Liberar al espíritu de
sus captores estables y racionales, ha sido el pretexto perfecto para redoblar
el dominio, y pulverizar la salud de nuestras mentes. La última dimensión donde
el deseo pudo reconectar con la antigüedad y la vida afectiva murió con la
Segunda Guerra Mundial, las sociedades totalitarias, y la sociedad de consumo
actual. La vigilancia sobre nuestros cuerpos y sentidos ha cedido el paso a un
multiculturalismo de los gustos y las formas, que no es expresión de una gran
creatividad sino los síntomas de una severa miseria, una gran necesidad por
hallar en las formas y en sus prótesis adictivas caminos para salvar la vida.
En ese sentido, los estímulos que
se han multiplicado y la vez degradado,
han creado identidades y minorías cuyas proclamas de libertad son formas de
escapar a la miseria psicológica que nos inunda, y accidentes provocados para
desestabilizar y quitar aplomo a las personas y a las sensibilidades que
surgen. Bajo esa lógica los originarios movimientos Feministas y de la
Homosexualidad que rompían el corset autoritario de la sociedades machistas y
organizadas sobre la base de la violencia y el no diálogo se han redefinido
como formas que incrementan la
descomunicación, el tribalismo, la rivalidad y el desamor entre las personas y
los sexos. Ahora todo lo natural se ha convertido en capacidad, ventaja para
hallar dominio, y algo que se desaprende. Pero la personalidad desea
construirse y realizarse, vivir y expandirse, eso es algo instintivo. Alejada
la vida de su reconciliación con las cosas, se desarraiga, pierde control sobre
sus emociones, y se entrega a la hibridez, y a la diferenciación de sus cuerpos
y placeres. Eso ciertamente es un antídoto provisorio, pero decanta en lo más
oscuro, en lo sectario y en el odio a lo que se ama. El desconocimiento de lo
que más deseamos amar recae en narcisismo y en eugenesia acelerada, en
displacer y en destrucción de los vínculos afectivos. Se ama con milagros inesperados, pero pronto
se cae en lo absurdo de vengarse, de desquitarse dejando al otro sin placer, y
sin afecto. Reclamar un espacio como género y sexualidad sin querer comprender
al otro, se ha trocado en erosión de todos los fundamentos de la vida social, y
en un complot perfecto para desorganizar a las sociedades y quitarles aplomo en
relación al mundo. El empoderamiento de los subordinados y las minorías
sexuales ha devenido en el extravío de aquello que se quiere conquistar:
reconocimiento y bienestar. Al entenderse menos las personas y los sexos,
aflora la multiplicación de las identidades intermedias, y los híbridos,
respetando la conveniencia de un mundo organizado para sobrevivir, pero que las
personas no honran y destruyen con la cosificación de todas las personas, sus
cuerpos y pulsiones. La irritación por no saber a donde van nuestros cuerpos
nos quita sentido para conectarnos con la vida, y la seducción se convierte en
una química que busca más la sorpresa, el poder, mediante el engaño, el
chantaje y la calumnia.
El movimiento Gay y el feminismo
en el Perú atesoran lograr una igualdad que en la práctica es muy complicada y
que sus reales vivencias no respetan. Las razones hay que buscarlas en el
propio conservadurismo o exclusividad que pronuncian y heredan estos grupos de
nuestra cultura peruana. Una de las razones que veo es que estos discursos en
su mayoría acabarán reforzando el poder y la fragmentación en nuestra vida
social, porque si bien buscan alterar la naturaleza de la vida pública y sus
valores, lo hacen sin dejar de lado prácticas segregacionistas y de rivalidad
en contra de lo que se considera su opuesto. El desprecio hacia sus formas de
vida raya en insultos, y agresión. La expresión de una cultura con una falsa
decencia y moralidad es verdad un racismo y odio incomprensible hacia la
igualdad y la cultura popular. No se puede ver acontecer nuevos deseos que
cobran forma. Esto denota envidia y elitismo. Con esa lógica Los homosexuales,
para los conservadores e hispanistas, son sacrílegos de un poder que sólo
quiere ver nuestra infelicidad y desunión, por eso se muestran antagónicos, y
no negocian en realidad. En este sentido, no veo mucha lógica en que su cruzada
altere las actitudes de las personas sino enfrentan el odio con la sinceridad,
y con la mayor publicitación de los estímulos que los gobiernan. Aún ahora las practicas reales de estas
minorías ocurren sin dar un ejemplo de no rivalidad en el mundo privado, pues
prevalece la máscara y la mentira como forma de expresión. La máscara de la
violencia del patriarcalismo la combaten con una máscara más sutil, la mentira
y manipulación psíquica. Bueno son culturas que deben defenderse, si sus
apuestas no evolucionan. Y lo cierto que el poder real se aprovecha de estos
desconciertos para aniquilar toda unidad cívica.
Una segunda razón que hallo para
no albergar esperanzas en el desenlace de esta propuesta es que comunican
raíces de una reproducción del poder que desean combatir. Esto es una hipótesis
polémica cuyo enunciado invito a probar y
a tomar en serio. La razón de la discordia que devora desde antaño a
nuestra cultura descansa en la pésima como injusta distribución del gusto
estético en sus expresiones a todo nivel de la sociedad. Esta desigualdad del
saber estético, si bien no ha detenido la vida íntima y la variedad de placeres
que existen en nuestra cultura, ha garantizado que todo ingreso del desarrollo
y la auto-superación sean modelados sobre criterios de un arte, de gustos y
hábitos que asumen mucha exclusión y desconocimiento de lo peruano como
expresión estética y festiva. Si tengo que nombrar una razón del odio que
ensangrentó a nuestro país en épocas
pasadas ha sido la exclusión de porciones importantes de las identidades
populares de los frutos del placer, frutos del placer que no son oriundos, y
que nos infravaloran. Ahí donde a reinado formas apolíneas y refinadas de
conducta se ha escondido una cultura inmoral y homosexual que ha servido de
modelo y expectativa imposible para descomponer al pueblo y llenarlo de rencor.
En cierto momento rasgos de nuestra postmodernidad se han rebelado como
proyectos secretos e inconscientes de ingeniería social para sembrar erosiones
a nivel de la familia, y de la formación embrionaria de la personalidad, con el objetivo de confundir y
quebrar la voluntad para crear más allá del mezquino como empobrecedor
principio de realidad que nos inunda. No se si a ciencia cierta este resultado
es perfectamente consciente por los líderes que patrocinan estos movimientos, o
por sus innumerables miembros. Lo que si se es que la prerrogativa de alcanzar
una validación cultural es más fuerte que los detalles en que se inscribe su
empresa justa. Al coche de esta evolución se han subido políticos e intereses que sólo neutralizan su energía,
y a la larga hacen saber que su conquista política y jurídica es conceptual y
simulada.
Como observación de carácter
propositivo diré que para que el vigor de estos movimientos alcance el tan
ansiado cambio cultural se les debe sugerir que abandonen las mismas prácticas
sociales y corporales que comparten con sus opresores de género. Si alimentan
un amor, y no el desarraigo en el que viven su apuesta conocerá el valor y el
apoyo de los heterosexuales homofóbicos a los que desean convencer de su justa
propuesta. Cosificar al otro dentro de su erotismo al igual que los
heterosexuales hipócritas nutre mayor soledad de la que se puede combatir con
la diversión y el desenfreno del que hacen gala. Su apuesta no solo autonomía y
libertad sino responsabilidad por velar por la integridad de los que llegan y
quedan. El niño debe asimilar los cambios que se acercan, a nivel del cuerpo y
sexualidad pero sin perder seguridad y esa fuerza emocional que es la base de
la madurez que pregona el mundo global.
Una cuota de sinceridad, y
confianza en aquello a lo que se oponen y a lo que a su vez desean, hará que la
masculinidad tampoco recaiga en la violencia y en la degradación como esta
sucediendo en el mundo actual. Debe recordarse que una sociedad que desahoga su
descontento en el sexo, sin institucionalizar esa energía en organicidad y
técnica acaba perdiendo los dientes y ahogarse en el sinsentido y la lenta
anarquía. No hay que retroceder en su sueño de concordia y aceptación final por
la vida que han abrazado. Si combaten a lo resentidos y racistas de género con
la paciencia y la introducción de nuevas emociones que no rivalicen, la cultura
lentamente se moverá, y los heterosexuales y los hombres machistas legitimarán
su existencia social. El estigma sólo se borrará con esfuerzo y buena química.
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