domingo, 10 de febrero de 2019

Un mal planteado debate, una mala planteada solución. Acerca de la luchas de las minorías sexuales en el Perú actual






El que escribe es un heterosexual. Alguien que no se ampara en la moral y en las buenas costumbres para observar y describir de modo prejuicioso la conducta del movimiento Gay y de su legítima lucha por vivir con libertad y sin discriminaciones. Hay en este tema que se nos abre un deseo por modificar la naturaleza hipócrita de la sociedad peruana, pero a la vez un falso planteamiento en las formas y en las consecuencias que nadie percibe. Las discrepancias que se suscitan en torno a la lucha de minorías sexuales y de género parten de lecturas y esquemas de pensamiento que proceden de otras realidades, y por tanto, encubren que los intereses y las prerrogativas que se buscan no van a cambiar las mentalidades culturales conservadoras, pues no se quiere observar la pertinencia de esta lucha en la sociedad actual. Este debate, es una lucha por derechos de grupo que sólo se desarrolla en Lima, y que se siente y se mueve a la Europea, no viendo la evolución y los imaginarios que los peruanos han construido en relación a sus cuerpos y sexualidad. Ver así las cosas es sólo imposición y va a traer más antagonismo y doble moral que la que se quiere derribar. Irse por la ley es una conquista política pero no psicológica.  Es un reflejo jurídico que va a erosionar más la alicaída autoestima que las personas producen en relación al amor y  al erotismo, pues nuestra salubre frivolidad y excitación no es un síntoma de afirmación y de libertad, sino de más desarraigo y anomia por un dolor originario.

Nuestra cultura es autoritaria no sólo en las formas que nos gobiernan. El tejido social y los vínculos más íntimos han sido producto de confluencias que ocultan mucha frustración y violencia en contra de nuestros cuerpos y sentimientos más nobles. Hablar de nuestros deseos y más locuaces fantasías linda con la desaprobación, la vulgaridad y el pudor más cínico. Esto último no es moralidad ni virtuosa armonía sino vergüenza por no expresar lo que sentimos y lo que queremos poseer y enamorar. Nuestra sexualidad  es a escondidas y linda con la calumnia, y la instrumentalidad. Por ello se acerca a la perversión y a la violencia sólo por búsqueda de placer. Pero hay decencia, formas y condena moral que no tiene lógica. Aparentar control no es sino astucia por ocultar que hay mayor descontrol y locura que la que se cree. Lo que se quiere poseer no es el camino a una relación estable y duradera, sino la premisa para usar y obtener placer, ahí donde se ha naturalizado la idea represiva de que el amor es algo que no existe. El miedo a enamorarse, hace que lo que buscamos este cargado de muchos requisitos para hallarse, y por lo tanto se lo pierde.

En nuestra historia la abstinencia por constituir una realidad común, ha generado una identidad que halla su seguridad ejerciendo poder sobre los cuerpos a lo que desea. El racismo que nos atraviesa es la ideología de rencor en contra de aquello a lo que queremos someter y que debe estar bajo el control de nuestras expectativas sexuales. No se permite su propia construcción sexual, sino que se le aplana y se le disminuye. En eso el cristianismo y los falsos valores actuales han desempeñado una maquinaria de desprecio formidable en nuestra cultura. Si muchas culturas se hallan detenidas en el tiempo, y en su progreso objetivo, es el resultado de que el desprecio y el racismo que ha impactado en nuestra historia a generado una atrofia instintiva, y a la vez un desorden afectivo tan brutal que no hay ánimos para buscar el desarrollo y la empresa moderna.

Por ello la vigilancia y la destrucción de nuestro deseo ha sido desde siempre el proyecto para dividirnos y domesticarnos. La humillación y la burla por nuestra piel, ha cuajado en una arquitectura de estereotipos sobre los sonidos, los olores, los rituales y las supuestas depravaciones que a alimentado el odio y el resentimiento. La gran lucha de poderes por el control de nuestra soberanía se ha convertido en una pugna por imponer un gobierno sobre los cuerpos, y recluir a las mujeres a espacios de control como botín de guerra. De modo casi superlativo, la modernidad y los gigantescos avances de la técnica y su administración, todo a eso a lo que los europeos han llamado civilización, no ha sido sino el gran invento por tener al servicio de los impotentes los deliciosos manjares corporales de los que se atrevían a vivir y gozar.

Su incapacidad para amar sin atenuantes, ha construido una dictadura de las emociones en donde la diferencia y la búsqueda de los híbridos ha sido negada para el pueblo, para las mujeres y para todas aquellas minorías que se salían del molde de lo supuestamente natural. Ahí donde cultura y cuerpo no coinciden necesariamente, la sexualidad es una ontología que no tiene límites ni formas. El deseo esta en nuestra cultura, pero se ha construido la palabra cultura, conocimiento y ciencia para domesticar y modificar el deseo de aquello a lo que no se comprende y no se quiere comprender. Con ello la cultura ha despotenciado a nuestros instintos, y ha hecho que de nuestro miedo a vivir de frente surja una identidad que basa su gratificación en violentar y trasgredir las leyes y las instituciones que nos mantienen unidos, y esto va a ir más allá. La poesía tal vez vaya por otro lado, pues mantiene el hechizo de la metáfora sobre los cuerpos. Pero ahí donde incluso lo más esencial es visto en términos de cálculo el cuerpo es un fruto que si posee precio, y que se puede exhibir como trofeo. La belleza es algo decorativo que alimenta nuestras ganas de devorar y violentar.

En el ser humano en cuanto al sexo todo es posible, señala Lacan. Pero esta es una premisa que exagera y que anticipa el gran atentado en contra del mundo. Sólo en el homo sapiens esta fenomenología cobra un sentido enfermizo y es la marca de su poder.   Su miedo por estar sólo lo cargo de miedo a si mismo. El poder es la huella de una gran impotencia visceral. Las otras civilizaciones no vivían bajo esta mediocridad, sino que de cierto modo los deseos y las construcciones en cuanto al cuerpo eran algo común, visible y religioso. No era una vergüenza escuchar a nuestra piel. Nuestra conciencia era nuestra piel, y era una forma de instinto que no había degenerado. Agresión y goce, no basaban su manifestación sobre la base de la muerte y la negación de la vida, sino que era una alegría el sentirse parte de una creación, donde decirle sí a las cosas y a las criaturas nos permitía el placer preciso, y era todo sagrado.

La historia de aquellos que orquestaron la transformación del caos sensorial acabó mal. El mundo es un desierto donde lo intenso es un instante glorioso de eternidades que no siempre reconocemos. El poco amor que estamos dispuestos a recibir, y a dar ha quedado recluido en el ámbito privado, de donde no quiere salir y que lo hace evanescente. Es esta evaporación de aquello que nos mueve a estar vivos lo que ha dirigido nuestros ímpetus y locuras al lado del erotismo, la noche y los contactos fugaces que se han vuelto un agregado de historias y delicias que nos atan a la vida. Donde amor, pasión y juego se divorcian siempre hay insatisfacción y aburrimiento. El ego de quererlo todo y no estar en ninguna parte, nos ha hecho ciegos a lo más esencial, nos ha arrancado de la historia objetiva del mundo, y ha acrecentado nuestra soledad aunque sólo quede la ironía y la desinformación como formas de olvido.  El poder con que esta construida la realidad moderna, y los sujetos que la reproducen no hacen sino hacer un uso administrado y mercantilista del deseo, porque a la vez se tiene el terror de que este alcance formas subversivas y plenas.

Llegando al punto que me hizo escribir esta nota. Todas las formas de poder han sido proyectos para controlar y devorar la belleza inexplicable del mundo. Cuando estos deseos, cuerpos y religiosidades estéticas han acumulado fuerza para escapar, y modelar las posibilidades de una nueva realidad se han expresado en revoluciones y en rebeliones en contra de los regímenes que sitiaban la vida. En todos los aspectos las revoluciones del pasado han sido interpretadas como la búsqueda de libertad frente e un poder tirano y expoliador. Grecia, el Primer Cristianismo, el renacimiento, las revoluciones democráticas, las revoluciones socialistas, las grandes revoluciones culturales como Mayo del 68, y la juventud, han acontecido para dar progreso a los sentidos e incrementarlos.

 Sin embargo, ha sido la pésima lectura de que la razón, y los contratos sociales son formas de dar institucionalizar a los deseos, y ese  desgano que ha caracterizado al europeo de quitar fuerza a su esperanza, lo que ha dado vigor a la idea de que las causas libertarias han sido discursos y estrategias de movilización colectiva manipuladas para provocar cambios de dirección en la naturaleza del poder que siempre se ha mantenido oculto e integrado. Liberar al espíritu de sus captores estables y racionales, ha sido el pretexto perfecto para redoblar el dominio, y pulverizar la salud de nuestras mentes. La última dimensión donde el deseo pudo reconectar con la antigüedad y la vida afectiva murió con la Segunda Guerra Mundial, las sociedades totalitarias, y la sociedad de consumo actual. La vigilancia sobre nuestros cuerpos y sentidos ha cedido el paso a un multiculturalismo de los gustos y las formas, que no es expresión de una gran creatividad sino los síntomas de una severa miseria, una gran necesidad por hallar en las formas y en sus prótesis adictivas caminos para salvar la vida.

En ese sentido, los estímulos que se han multiplicado y  la vez degradado, han creado identidades y minorías cuyas proclamas de libertad son formas de escapar a la miseria psicológica que nos inunda, y accidentes provocados para desestabilizar y quitar aplomo a las personas y a las sensibilidades que surgen. Bajo esa lógica los originarios movimientos Feministas y de la Homosexualidad que rompían el corset autoritario de la sociedades machistas y organizadas sobre la base de la violencia y el no diálogo se han redefinido como  formas que incrementan la descomunicación, el tribalismo, la rivalidad y el desamor entre las personas y los sexos. Ahora todo lo natural se ha convertido en capacidad, ventaja para hallar dominio, y algo que se desaprende. Pero la personalidad desea construirse y realizarse, vivir y expandirse, eso es algo instintivo. Alejada la vida de su reconciliación con las cosas, se desarraiga, pierde control sobre sus emociones, y se entrega a la hibridez, y a la diferenciación de sus cuerpos y placeres. Eso ciertamente es un antídoto provisorio, pero decanta en lo más oscuro, en lo sectario y en el odio a lo que se ama. El desconocimiento de lo que más deseamos amar recae en narcisismo y en eugenesia acelerada, en displacer y en destrucción de los vínculos afectivos.  Se ama con milagros inesperados, pero pronto se cae en lo absurdo de vengarse, de desquitarse dejando al otro sin placer, y sin afecto. Reclamar un espacio como género y sexualidad sin querer comprender al otro, se ha trocado en erosión de todos los fundamentos de la vida social, y en un complot perfecto para desorganizar a las sociedades y quitarles aplomo en relación al mundo. El empoderamiento de los subordinados y las minorías sexuales ha devenido en el extravío de aquello que se quiere conquistar: reconocimiento y bienestar. Al entenderse menos las personas y los sexos, aflora la multiplicación de las identidades intermedias, y los híbridos, respetando la conveniencia de un mundo organizado para sobrevivir, pero que las personas no honran y destruyen con la cosificación de todas las personas, sus cuerpos y pulsiones. La irritación por no saber a donde van nuestros cuerpos nos quita sentido para conectarnos con la vida, y la seducción se convierte en una química que busca más la sorpresa, el poder, mediante el engaño, el chantaje y la calumnia.

El movimiento Gay y el feminismo en el Perú atesoran lograr una igualdad que en la práctica es muy complicada y que sus reales vivencias no respetan. Las razones hay que buscarlas en el propio conservadurismo o exclusividad que pronuncian y heredan estos grupos de nuestra cultura peruana. Una de las razones que veo es que estos discursos en su mayoría acabarán reforzando el poder y la fragmentación en nuestra vida social, porque si bien buscan alterar la naturaleza de la vida pública y sus valores, lo hacen sin dejar de lado prácticas segregacionistas y de rivalidad en contra de lo que se considera su opuesto. El desprecio hacia sus formas de vida raya en insultos, y agresión. La expresión de una cultura con una falsa decencia y moralidad es verdad un racismo y odio incomprensible hacia la igualdad y la cultura popular. No se puede ver acontecer nuevos deseos que cobran forma. Esto denota envidia y elitismo. Con esa lógica Los homosexuales, para los conservadores e hispanistas, son sacrílegos de un poder que sólo quiere ver nuestra infelicidad y desunión, por eso se muestran antagónicos, y no negocian en realidad. En este sentido, no veo mucha lógica en que su cruzada altere las actitudes de las personas sino enfrentan el odio con la sinceridad, y con la mayor publicitación de los estímulos que los gobiernan.  Aún ahora las practicas reales de estas minorías ocurren sin dar un ejemplo de no rivalidad en el mundo privado, pues prevalece la máscara y la mentira como forma de expresión. La máscara de la violencia del patriarcalismo la combaten con una máscara más sutil, la mentira y manipulación psíquica. Bueno son culturas que deben defenderse, si sus apuestas no evolucionan. Y lo cierto que el poder real se aprovecha de estos desconciertos para aniquilar toda unidad cívica.

Una segunda razón que hallo para no albergar esperanzas en el desenlace de esta propuesta es que comunican raíces de una reproducción del poder que desean combatir. Esto es una hipótesis polémica cuyo enunciado invito a probar y  a tomar en serio. La razón de la discordia que devora desde antaño a nuestra cultura descansa en la pésima como injusta distribución del gusto estético en sus expresiones a todo nivel de la sociedad. Esta desigualdad del saber estético, si bien no ha detenido la vida íntima y la variedad de placeres que existen en nuestra cultura, ha garantizado que todo ingreso del desarrollo y la auto-superación sean modelados sobre criterios de un arte, de gustos y hábitos que asumen mucha exclusión y desconocimiento de lo peruano como expresión estética y festiva. Si tengo que nombrar una razón del odio que ensangrentó  a nuestro país en épocas pasadas ha sido la exclusión de porciones importantes de las identidades populares de los frutos del placer, frutos del placer que no son oriundos, y que nos infravaloran. Ahí donde a reinado formas apolíneas y refinadas de conducta se ha escondido una cultura inmoral y homosexual que ha servido de modelo y expectativa imposible para descomponer al pueblo y llenarlo de rencor. En cierto momento rasgos de nuestra postmodernidad se han rebelado como proyectos secretos e inconscientes de ingeniería social para sembrar erosiones a nivel de la familia, y de la formación embrionaria de la  personalidad, con el objetivo de confundir y quebrar la voluntad para crear más allá del mezquino como empobrecedor principio de realidad que nos inunda. No se si a ciencia cierta este resultado es perfectamente consciente por los líderes que patrocinan estos movimientos, o por sus innumerables miembros. Lo que si se es que la prerrogativa de alcanzar una validación cultural es más fuerte que los detalles en que se inscribe su empresa justa. Al coche de esta evolución se han subido políticos  e intereses que sólo neutralizan su energía, y a la larga hacen saber que su conquista política y jurídica es conceptual y simulada.

Como observación de carácter propositivo diré que para que el vigor de estos movimientos alcance el tan ansiado cambio cultural se les debe sugerir que abandonen las mismas prácticas sociales y corporales que comparten con sus opresores de género. Si alimentan un amor, y no el desarraigo en el que viven su apuesta conocerá el valor y el apoyo de los heterosexuales homofóbicos a los que desean convencer de su justa propuesta. Cosificar al otro dentro de su erotismo al igual que los heterosexuales hipócritas nutre mayor soledad de la que se puede combatir con la diversión y el desenfreno del que hacen gala. Su apuesta no solo autonomía y libertad sino responsabilidad por velar por la integridad de los que llegan y quedan. El niño debe asimilar los cambios que se acercan, a nivel del cuerpo y sexualidad pero sin perder seguridad y esa fuerza emocional que es la base de la madurez que pregona el mundo global.

Una cuota de sinceridad, y confianza en aquello a lo que se oponen y a lo que a su vez desean, hará que la masculinidad tampoco recaiga en la violencia y en la degradación como esta sucediendo en el mundo actual. Debe recordarse que una sociedad que desahoga su descontento en el sexo, sin institucionalizar esa energía en organicidad y técnica acaba perdiendo los dientes y ahogarse en el sinsentido y la lenta anarquía. No hay que retroceder en su sueño de concordia y aceptación final por la vida que han abrazado. Si combaten a lo resentidos y racistas de género con la paciencia y la introducción de nuevas emociones que no rivalicen, la cultura lentamente se moverá, y los heterosexuales y los hombres machistas legitimarán su existencia social. El estigma sólo se borrará con esfuerzo y buena química.







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