Cultura del empresariado peruano
Resumen:
En
los límites cognoscitivos de este ensayo lanzamos la hipótesis de que el
carácter embrionario e involucionado de la estructura económica es un resultado
paradójico de las mismas fuerzas empresariales que dicen estimularla; y que si
se desea vulnerar la coraza blindada del subdesarrollo integral se debe superar
la visión estrecha que identifica los beneficios de las elites dirigentes con
la fragmentación socioeconómica y con la perpetuación de un régimen de
acumulación que condena la creatividad progresista del mercado interno al
celebramiento ideológico de la mercantilización de la vida cotidiana.
Economía
heterodoxa y empresariado:
En los tiempos fáusticos de la cultura latinoamericana
el poder de acumulación de los intereses empresariales no sobrepasaba ni
alcanzaban a erosionar la legitimidad soberana de los Estados-nación. En cierta
medida la capacidad institucional del Estado desarrollista capturaba y regulaba
el comportamiento expansionista de la producción capitalista, otorgándole a
ésta un escenario de acción económica que no deterioraba el poder político del
Estado y que sintonizaba con el bienestar socioeconómico de la sociedad
nacional. El mercado interno de las economías nacionales se desarrollaba en
correspondencia directa con las necesidades de desarrollo de la esfera pública,
dándole a la cultura desarrollista una base material para la expresión de una
ciudadanía asalariada y de una pluralidad de intereses que eran atendidos por
el aparato burocrático estatal. Al apoyarse inicialmente la acumulación privada
en el carácter intervencionista del Estado existía un acuerdo social
democratizador que conciliaba la rentabilidad del empresariado con la
generación de oportunidades económicas provenientes de la industrialización;
acuerdo que implicaba vincular políticamente a la sociedad organizada con el
cambio estructural modernizador para comprometer y vigilar la tendencia
disgregante de la esfera economicista.
Este pacto populista de un régimen Keynesiano de acumulación del
viejo Estado desarrollista se dio con singulares particularidades en las
nacientes estructuras socioeconómicas de los países de la región
latinoamericana, creándose en algunas de ellas burguesías nacionales conscientes
de su compromiso y liderazgo económico, pero en otras, debido a la destrucción
de los regímenes tradicionales de crecimiento que arrastraban estructuras
patrimonialistas de organización estatal, sólo se desarrollaron segmentos de
clases dominantes que no contaban con las suficientes potencialidades políticas
como para consolidar el cambio estructural de ésta época revolucionaria. Es por
eso que en sociedades nacionales con estructuras enclavistas de producción
económica como fue el Perú, otros actores políticos no relacionados con la
conformación de una clase dirigente tuvieron que sustituir el carácter
retrógrado, premoderno y rentista de la variada oligarquía nacional empujándola
a su desaparición o en otros casos a tener que diversificar sus posesiones en
la diversificación de las actividades productivas de la nación. La singular
relación colonial que estableció nuestra clase dirigente con las fuerzas vivas
de la economía nacional y con la clase trabajadora, llevó a pensar al
empresariado nacional que eran dueños monárquicos del territorio nacional, y
que, por lo tanto, no había necesidad de desarrollar de manera moderna la
estructura socioeconómica de nuestro país, pues si bien obstruían con su
conducta arrendataria y gamonal el progreso de la sociedad, la forma de
existencia servil y empobrecida que sufrían las clases trabajadoras era el
destino que merecían luego de echar a perder el carácter distintivo de su
reinado neo-colonial. En ningún momento el empresario peruano, frente a la
presión social de las mayorías se dio cuenta de su misión histórica al
modernizar la economía sino que abrió paulatinamente el abanico de las
actividades económicas como una manera de acrecentar sus beneficios rentistas y
no como un modo de hacer participar a las categorías populares de la movilidad
social y desarrollo intrínseco del régimen de industrialización. En vez de
interpretar el desafío desarrollista como una oportunidad de redefinir su
relación dominante con la sociedad, como un actor que podía dinamizar la estructura
social, la oligarquía interna se obstinó en conservar el arraigo de estructuras
feudales en el territorio, obstaculizando la formación de una clase dirigente y
obligada a hacer barrida por el desborde democratizador de los sectores
revolucionarios.
A estas alturas la conjetura que desarrollo es que los
sectores dominantes internos hubieran evolucionado al calor de la modernización
desarrollista, si hubieran formado un empresariado consciente de su liderazgo a
una sociedad que urgía de una direccionalidad racionalizada y secular. Por no
haberse quebrado la cultura oligárquica, en relación a la administración de la
economía nacional la sociedad peruana careció del desarrollo de un empresariado
con una mentalidad progresista que conciliara su beneficio específico con el
bienestar de la comunidad. A pesar que la ideología nacional-desarrollista
potenció la consolidación de un capitalismo de Estado, en un contexto de
dominación burocrática-autoritaria, en la consiguiente asunción del formalismo
democrático la sociedad abandonó paulatinamente el vigor desarrollista y las
metas de largo plazo, restaurándose reaccionariamente el manejo oligárquico de
la hacienda nacional, en un escenario de agotamiento del paradigma
estatocéntrico y de la desestructuración propiciada por el consenso de
Washington. Libre de la vigilancia democrática la oligarquía nacional poco a
poco fue sometiendo las relaciones productivas de corte proteccionista a sus
intereses privados y enclavistas de acumulación orquestando un orden democrático
que protege a través de los derechos de propiedad y libertades negativas, el
carácter primario exportador de la economía.
La diferente inserción de la burguesía nacional en los
procesos de desarrollo, definía la relación entre el avance tecnológico local
que estas economías incorporaron y la creciente admisión de códigos
tecnoburocráticos de organización administrativa para traducir las demandas
democráticas en un gobierno de intereses sociales convergentes. Es la
predisposición poco flexible de la administración pública, en cuanto a la
inscripción de una sofisticada gramática de conducción organizacional, y debido
al carácter clientelar y corrupto del Estado, lo que explica la poca habilidad
de la gobernabilidad democrática para afianzar modelos tecnificados de
desarrollo que adoptaran conocimiento científico y tecnología eficiente. Al
carecer el estado heterodoxo de una estructura dirigencial capaz de leer
apropiadamente el cambio tecnológico de los centros hegemónicos, éste evidenció
el defecto de asimilar acríticamente el bombardeo tecnocrático de la sociedad
del conocimiento, exponiendo a los liderazgos administrativos a la asunción
despiadada de códigos técnicos de eficacia y responsabilidad empresarial, sin
haber antes abandonado gramáticas tradicionales y anticuadas de organización
estatal.
La creciente tecnificación del Estado populista para
dinamizar el cambio estructural estuvo restringida a enclaves productivos
capitalistas que conservaban actitudes tradicionales de consolidación
burocrática, motivo que debilitó el vulneramiento semántico de una cultura
oficial que trataba de desactivar la racionalización moderna del estado
desarrollista, que había puesto enormes esperanzas de progreso en la
constitución de una individualidad estable que fue perdiendo poco a poco la
base económica donde asentar su particularidad psicológica. En otras palabras,
la incoherencia para impregnar los avances técnicos de una específica racionalidad
periférica y descolonizada, facilitaron el dominio y posterior imposición del
hombre mercantilizado y con emprendedurismo tecnológico de la periferia
capitalista, motivo por el cual desde las clases dirigentes nunca existió ni
existirá incentivos soberanos para
desarrollar una base tecnológica nacional en correspondencia con el correcto
desarrollo de la economía nacional.
En este acápite he tratado de bosquejar la idea
sugerente de que poseemos un empresariado cuyos intereses privados se
construyen a espaldas de los objetivos nacional-populares, porque en la etapa
de constitución de un empresario moderno que respete el orden democrático, se
dejó pasar la oportunidad de desactivar la mentalidad oligárquico señorial de
nuestra clase dirigente; rezago cultural que imposibilita que el mercado de
intereses privados se desplieguen en consonancia de políticas públicas de
desarrollo social.
Neoliberalismo
y empresariado
El debilitamiento del historicismo desarrollista y la
consiguiente apertura de un escenario social inclinado hacia la crisis de los
grandes relatos orientadores de la modernidad significaron la justificación
perfecta para la ofensiva neoliberal. Con el agotamiento de paradigma
Keynesiano de administración de la economía, y con la aparición de la
desafección política se apertura la chancee política para desmontar el rol
intervencionista y social del viejo Estado populista y de este modo desbloquear
definitivamente todos los rigores democráticos que ataban al gran capital al
poder soberano de los Estados-nación. Conforme la antigua etapa de modernizar
las condiciones tradicionales nacionales
ingresaba en un período propicio para la flexibilización del mercado de trabajo
y para que se geste la independencia
económica de los grandes emporios empresariales, se fue también abriendo la
posibilidad para que el poder económico restringiera el carácter comunitarista
y soberano del poder político. Al liberarse las decisiones económicas de sus
captores democráticos se generó la oportunidad precisa para contagiar a los
grandes aparatos institucionales del viejo Estado burocrático de una agenda
policíaca del desarrollo que favoreciera los intereses de las elites
capitalistas, y que comprometiera a la estructura social en una situación de
fuerte desamparo social y anomia objetiva que fue deshaciendo paulatinamente
los grandes procesos de socialización que construían a la personalidad
estable del nacionalismo metodológico.
Es la
licuefacción de los grandes sistemas de significación modernos, sin que se
llegara a consolidar una cultura de la
ciudadanía proclive a defender objetivos nacionales lo que facilitó el
desarrollo de una atomización postmoderna y cínica que dejo a la sociedad
expuesta ante las fuertes descomposiciones e incertidumbres del vacío
antimoderno. La pérdida estructural de una base económica que sirviera de compensación
ideológica y de orientación sociopsicológica a los procesos de individuación
dejo a la subjetividad ante el obstáculo de construir personalidades cada vez
más desconectadas de los procesos materiales y en un franco deterioro regresivo
y emocional. Es la automatización que adquieren los procesos de
individualización en la periferia capitalista lo que validará el
desmantelamiento inmisericorde de los vínculos sociales que antes habían blindado a la intersubjetividad, y lo que
empujará a las nuevas psicologías a
aprender a sobrevivir en un ambiente lleno de incertidumbre, inestabilidad y
desorden objetivo, móvil que irá consolidando una personalidad cada vez más
desarticulada, egoísta y distanciada de la solidaridades soberanas.
La inmersión de las nuevas mentalidades subalternas e
híbridas en los escenarios inconmensurables de la civilización tecnológica es
lo que irá acostumbrando a las nuevas socializaciones a asimilar los ataques
tecnomorales y disgregadores de la razón instrumental, con la conformación de
una emocionalidad capaz de leer audazmente el caos cultural y capaz de
manipular con habilidad la pastoral
empresarial y tecnocrática del orden neoliberal. Al no haber mayores apoyos
objetivos desde los actores sociales para construir una individuación
coherente, la vida cultural adquiere la disposición cognoscitiva de
reconstruir, y volver más plásticos los discursos disciplinarios de la
gramática globalizadora, reapropiándose creativamente de todos aquellos
esquemas más neoempresariales que servían para sojuzgarlos. Si es hoy la vida
empresarial de las clases dominantes el esquema organizativo que más éxito ha
tenido para insertarse en el mercado
internacional, generando una economía
primario—exportadora de alta intensidad, es porque esta clase social ha sabido
acoplarse a la globalización socioeconómica como el sector social de avanzada
de la modernización peruana accediendo a una vida tecnocrática, digital e
individualista que es le fiel reflejo de la noción empresarial de desarrollo
social. Al ostentar condiciones favorables de vida económica tienen la
capacidad de instrumentalizar a su antojo el acceso al conocimiento gerencial y
estratégico, construyendo una estratificación social que legitima la vía técnica de desarrollo porque es la
noción de racionalidad burocrática la que mejores rendimientos demuestra cuando
se trata de mediatizar e imponer la racionalidad competitiva del mercado. La
noción empresarial de desarrollo no desencanta a la sociedad como argumento del
elitismo competitivo de Max Weber, sino que tras su dominación planificadora,
la jaula de hierro burocrática se
flexibiliza escapando subjetividades que aprenden a mutar la dominación técnica
desarrollando una mentalidad sincrética y sagaz capaz de utilizar con sabiduría
el procedimiento tecnocrático.
La sutil sincronización entre el destino social del
individualismo empresarial y los
esquemas burocráticos de racionalidad empresarial sirven en otras palabras para
detener el ciclo de transformaciones sociales, económicas y culturales de la
sociedad democrática, imponiéndose un orden tecnoeconómico que asfixia la
expresión histórica de las identidades subalternas. Mediante una política de
criminalización de los actores democráticos, que antagonizan con los excesos de
la racionalización empresariales, la racionalidad postmoderna favorece el
desarrollo de un empresariado que consigue su afianzamiento financiero a costa
de la destrucción o puesta en postergación de las racionalidades productivas de
los actores populares. Han hecho válido
un acuerdo democrático y una agenda de
desarrollo que sólo estimula un modelo de acumulación oligopólico; en este
sentido se ha impuesto una racionalidad política que protege el avance de las
identidades empresariales con agresividad y de modo disciplinario y que
garantiza las condiciones institucionales para el desarrollo de una alternativa ortodoxa
macroeconómica que sentenció a la
involución y regresión económica a la
formación social peruana. El interés del empresario por vía de este
atraso primario-exportador no coincide con las necesidades históricas de las
categorías populares. En tanto las instituciones públicas para el control
parcializado de la economía harán aparecer una apuesta sobradamente privada
como un acuerdo común y convergente, cuando en realidad es una alternativa que
sólo favorece la multiplicación de los actores particulares, y cuya
racionalidad mercantil desestructura peligrosamente las condiciones culturales
e intuitivas de la vida cotidiana.
El control empresarial de la formación social obstruye
no sólo la evolución natural de la economía sino que además bloquea el
desarrollo material de identidades económicas que no siendo una amenaza para su
monopolización primario-exportadora se atreven en red a desafiar el control de
los mercados y de los recursos productivos. A pesar que formalmente existen
estímulos legales para la siembra de identidades socioeconómicas que copien el
esquema empresarial de explotación y organización de los recursos, lo cierto es
que la presión democrática del mercado interno y de un tejido socioproductivo
pujante significa una amenaza para la expansión desestructurante y fragmentada
del modelo de acumulación rudimentaria que defiende con uñas y dientes la
oligarquía económica. La erosión que sufre el tejido social – convertido en
consumidores compulsivos sin altos grados de calificación profesional- es el
principal fundamento privado que permite la acumulación desmesurada de la
aristocracia neoliberal, ya que el resultado de su dominación no se consigue
sólo con ofrecer una pseudo democracia que sólo garantiza derechos privados,
sino que además deposita su efectividad en la interpenetración de una industria
cultural que desactiva la participación y que desvía los propósitos
existenciales de la vida individual hacia la celebración ordinaria de estilos
de vida “light” que legitiman la atomización estética y el impacto narcisista.
Es decir, el divorcio entre los planes de vida individual y los desarraigados
relatos de la modernidad – que otorgaban sentido unificado- auspiciado por la
sociedad de consumo, es lo que contiene en un desbordado discursivismo que
culturaliza y evapora la solidez, todo el discurso histórico que promete la
concreción de la utopía material y ontológica.
En este sentido, la hegemonía de la forma de vía
empresarial que se introyecta hábilmente como seductores formatos de vida
tecnologizada, es la principal alternativa monocausal que orienta la periferia
empobrecida para salir de la aplastante insignificancia de la pobreza
estructural. A no dudarlo, la funcionalidad del espíritu capitalista se basa
solamente en estimular el desarrollo de una racionalidad cosificadora dejando
en la completa regresión elemental a todas las otras dimensiones cualitativas
de la personalidad periférica, porque el desarrollo integral de tales
percepciones significaría pensar de un modo consecuente la irracionalidad del
orden burgués y acaso también evolucionarían voces disidentes que cuestionarían
la banalidad y perversión del desorden capitalista.
Al dejar en la
deliciosa ignorancia al despliegue de la psicología subalterna la dominación
capitalista se asegura de que no desarrollen intentos colectivos de superar la
contención disciplinaria, porque la sola creación de valores alternativos y
trasdentales ahogaría en la deslegitimación absoluta la naturaleza corrupta del
régimen neoliberal. El manejo del biopoder empresarial asegura que siempre gane
el poder simbólico, y aun cuando no lograran neutralizar el desarrollo de
identidades transgresoras, no tiene mucha importancia pues el sólo derecho para
superar cualitativamente la anarquía global significaría hacer progresar
subjetividades solidarias capaces de entregar un contenido histórico superior a
los valores de la burguesía. En suma: la noción empresarial garantiza la
canalización mayoritaria de la vitalidad de los sojuzgados, mediante la
orquestación de un régimen de acumulación embrionario que sentencia a la
infantilidad natural a toda la reprimida savia popular, y a una posición de
rezagamiento objetivo frente a los desarrollos capitalistas de los países de la
región latinoamericana.
Capitalismo
popular y PYMES.
La lenta pero despiadada expulsión de la mano de obra calificada y
embrionaria de un modelo de desarrollo de baja intensidad que promociona sólo
empleo de baja calidad y de una manera segmentada ha hecho que desde los 70s
con el progresivo desmantelamiento del
Estado sociocapitalista las sociedades populares se lanzaran a la
aventura de la informalidad económica. A
través de empresas de organicidad rudimentaria y con elemental capacidad
tecnológica las clases populares lograron resistir el impacto empobrecedor de
las reformas neoliberales consiguiendo a través de una asociatividad comercial
capitalizar los suficientes recursos productivos como para producir y colocar
bienes económicos de exportación en el mercado internacional. La red artesanal
con la cual soportan las exigencias rigurosas del mercado global ubica a las
microempresas como la fragmentada economía popular que esconde sobresalientes
mutaciones en las formas de producción de la subjetividad subalterna,
mutaciones objetivas que dotan a las economías familiares de una singular
habilidad para gestionar la crisis social aun cuando esta economía solidaria se
halle amenazada por el impacto de la mercantilización que lo monetariza todo.
No sólo se ha montado una formidable economía familiar
de la subsistencia que permite la protección de los valores de la reciprocidad
y de la comunitarización, sino que
además esta forma de crear recursos sirve como un reservorio de insumos y
sabidurías locales que potencian el grado de generación de plusvalor y de
inversión económica. Si bien se puede mencionar que este capitalismo salvaje de
baja intensidad impone un régimen de productividad demasiado agobiante para la
fuerza de trabajo, la verdad es que en esta
acumulación informal las sociedades populares han hallando la
base material necesaria para
desplegar la manifestación de una cultura descolonizada y subalterna que
redefine la discriminación etnoracial de las clases dominantes. Mediante la
emancipación sensorial que provee la mass media las sociedades populares se han
visto dotadas increíblemente de una verticalidad reconstructiva y
reinterpretante que les permite imponer sus conocimientos sociales a los demás sectores de la
estratificación social desarrollando subjetividades y contenidos culturales que
están a la vanguardia de los discursos legítimos. Es a través de la publicidad,
los estilos de consumo y la constitución del producto mediático que la cultura
popular ha logrado controlar la producción del socius aburguesado
exteriorizando una conducta masificada y diversificada que marketea como forma
de vida modelo, aun cuando esta
acompañado de un consumismo banal y pulsional que degrada la capacidad de
reflexión y que imita en forma de parodia el estilo de consumo de las elites
acaudaladas.
Para nadie es un secreto que la lectura apropiada del
neoliberalismo a la peruana por parte de las clases populares cholas ha
permitido la emergencia de un empresariado popular que ha conseguido niveles de
competitividad creciente con las elites criollas, pero el costo ha sido, que si
bien significa esto creación de empleo, han reproducido estructuras de
dominación burguesa que lleva a mantener intactos niveles de violencia
simbólica de la cultura oficial. Aunque en las últimas décadas el reformismo
cultural e integracionista de las clases populares migrantes ha cedido frente
al carácter cada vez más impactante de la exclusión social, que garantiza la
reproducción aristocrática de un gusto exquisito, lo cierto es que las clases
empresariales cholas se han distinguido con un formidable poder de adaptación
frente a las convulsiones económicas. Este pujante capitalismo popular que
provee de recursos económicos para el despliegue de un estatus definido de
clase media y de clase dominante es el cimiento donde el empresariado
subalterno diseña toda una estrategia de movilidad social capaz de reconfigurar
la clasificación social colonial de la
sociedad peruana. Aunque la clave de esta acumulación popular sea la cada vez
más sincrética ética andina del trabajo que dota al agente económico de una
valoración afirmativa del trabajo duro, no es condición suficiente para
reconocer que este poder económico oriundo popular no significa una ruptura aun
con los intereses primario-exportadores de las oligarquías dominantes, aun
cuando la evolución posterior de la red empresarial chola tendrá que cuestionar
el cerrojo institucional y las restricciones productivas que ha impuesto la clase criolla postmoderna. En
la medida que esta evolución natural sea dotar a la informalidad marginal de
una base industrial de baja intensidad que colisiona con los intereses
dominantes, será muy complicado
desarrollar grupos de poder con vocación nacional que pasen de una
fragmentación preindustrial y artesanal a cuotas de capacidad tecnológica
creciente con las que imponer un nacionalismo económico solidario y respetuoso
de la comunidad política. Quizás el hecho de que su baja competitividad y poca
sofisticación tecnológica no representen una amenaza para los grupos de poder
criollos, pues en el fondo reproducen el patrón descomprometido del
empresariado nacional, sea la razón de que todavía no exista un conflicto de
intereses y su no clara armonía comercial. Las Pymes dan trabajo a las clases
populares pero en el fondo significan un modelo de desarrollo que restringe las
posibilidades de tratamiento macroeconómico de los sectores productivos de
clave industrial, alternativa que no movilizaría a toda la nación en el
proyecto de una transformación socio estructural de la sociedad peruana.
Esfuerzo
individual y vida cotidiana.
Contrariamente a lo
que piensan los abogados de la democracia liberal la felicidad escasa
que produce el desorden burgués no es un resultado del esfuerzo o sacrificio
empresarial que los individuos logran concretar sino algo antagónico que se
halla en los vínculos socializadores que este orden social deposita en los
residuos y comunidades locales. A despecho de los defensores de la tradición y
de los valores explícitos de las economías familiares que esta conserva, la
modernidad líquida disuelve los marcos de socialización de las identidades
individuales bastante inestables e inmaduras exponiéndolas a las manipulaciones
emocionales de la sociedad de consumo. El hecho de que se despoje al individuo
de un desarrollo pleno e integral como destino de la felicidad completa,
convierte a ésta en una actitud que el sujeto se ve constantemente obligado a
renovar ideológicamente, una falsedad genérica con la cual la subjetividad se
miente miserablemente para crearse una ilusión reconfortante que no
desestabilice su comportamiento cotidiano.
Lo perjudicial de esta incertidumbre postmoderna que
deja sin abrigo protector al individuo es que se le ofrece como atributo
sustitutivo una moral tecnocrática de la vida cotidiana que traslada el
razonamiento de las cosas al trato con personas, haciendo costumbre en la
persona despabilada que ésta piense la interacción con las personas como si se
tratara de un asunto empresarial o meramente organizativo. Si bien los
resultados en la manipulación empresarial de las subjetividades tienen éxito
pues se entiende el recurso personal como una inversión de capital humano, la verdad es que tal moral del cálculo racional
trae efectos prejudiciales para la constitución de un sí mismo, y de las
corazas emocionales donde halla consuelo reparador la subjetividad explotada.
Es la continua manipulación de esta racionalidad tecnocrática en el seno de las
relaciones sociales y vínculos humanos lo que va deteriorando contundentemente
la base afectiva del significado donde
reposa la definición de la personalidad cotidiana, procesándose una
subjetividad que va perdiendo apoyos intuitivos para sus jugosas recompensas
empresariales, aún cuando la planificación rigurosa de la vida individual le
abre a éxitos resaltantes.
Aún cuando para el individuo tecnocrático pasa
desapercibido la razón de su vacío moral pues no puede entender como los
triunfos laborales no representan valor alguno para su individualidad, la
verdad es que la absurdidad de un modo de existencia cargado de
instrumentalización va dibujando la sospecha de que la vida no debía ser
tratada de modo cosificado. El capitalismo se las arregla para hacerse de las
voluntades humanas haciendo aparecer un camino lleno de engaños y trampas
ponzoñosas como si fuera otro parapetado de felicidad y de calidez humana. En
tanto el deterioro de la
mercantilización no depare más que el ofrecimiento de solas condiciones
de vida no se logrará distinguir que la vida no se trata de asegurar pan y
cobijo, sino algo más significativo e intenso que la individualidad ejecutiva y
abstracta de la sociedad capitalista no consigue consolidar y que arrebata al
mundo. El capital usufructúa la vida con significado; es su éxito metafísico
nuestra miseria ontológica.
A pesar que mediante la empresarialización del mundo
de la vida se puede acceder a una mejor existencia cultural, lo cierto es que
tal glamour al que se accede no reporta una paz interior y certidumbre
piscosocial, sino una paradójica felicidad compulsiva en los estilos de consumo
del mundo burgués que empequeñecen la vida cotidiana para no percibir la
tragedia de la dominación postmoderna.
El enceguecimiento al cual se conduce la misma personalidad sometida es la que
legitima una vida que facilita la invasión tecnocrática y la mutación de
identidades que no han aprendido a superar la seducción de la gramática
empresarial y neoliberal.
Conclusiones.
Advertimos que en el proceso de regresión ontológico
en que se ha sumergido la economía nacional el empresariado que se gestó, luego
del agotamiento populista, tiene una responsabilidad inobjetable. La
modernización autoritaria de los gobiernos populistas no solo no logró
conformar un empresariado acorde con su misión histórica de dirigir a buen
puerto el proceso nacional desarrollista, sino que además incrustó, como un
muro reaccionario, un paradigma empresarial que francamente ha paralizado, el
proceso natural de desarrollo de la totalidad social, pues ha resucitado todos
los males oligárquicos y tradicionales de una clase dirigente que siempre vio
la responsabilidad de administrar el erario nacional como si fuera una chacra
personal. Al detener la constitución moderna del tejido social peruano ha
impuesto una rentabilidad tecnocrática que logra sus jugosas ganancias a costa
del subdesarrollo implícito de las identidades democráticas, y a costa del
objetivo soberano de consolidar una estructura económica que se haga cargo de
erradicar la pobreza y los graves problemas nacionales de siempre. La
involución en la que ha sumergido el mercado interno ha estructurado un modelo
de organización política regresivo que facilita la introducción de la
dominación tecnológica y que ha hundido en la adopción forzosa de esta pastoral
tecnocrática a todas las subjetividades organizativas del mundo subalterno. En
suma: el poder económico en el país edifica un régimen democrático, que al
difundir solo la multiplicación biopolítica de los agentes privados, corrompe los
cimientos objetivos del tejido social nacional que le otorgan curiosamente,
legitimidad a todo proceso político interno.
Es a no dudarlo la imposición de esta moral
administrativa y empresarial la que erosiona las fuerzas solidarias con las que
se defienden las sociedades populares. Ante la arremetida de la razón de
mercado y del avance organizacional del proceso de globalización a las
identidades populares no les queda mas remedio que admitir y reinterpretar esta
normatividad asfixiante, generando híbridos culturales capaces de
transculturalizar y domesticar la peligrosidad de la mercantilización. Si bien
este proceso de un capitalismo popular ya está en curso actualmente, aún falta
redirigirlo en beneficio de los intereses de una sociedad civilizada, desbaratando
así las jerarquías antidemocráticas de las élites criollas. Se hacen necesarias
reformas sociales e institucionales de segunda generación y una responsabilidad
empresarial con el desarrollo social del que carece nuestra actual plutocracia
económica. Porque en esta expansion de la pastoral empresarialista se esta tejiendo una idea distorsionada de negocios, donde cualquier ambito de la vida social, puede caer tranquilamente en las fauces del afan de lucro. Pues aunque el emprendimiento y el ascenso empresarial habla de una urgencia de reconocimiento cultural y de calidad de vida, la verdad es que los muros raciales y de castas no son abiertamente permeados por ninguna idea de dinero, pues en el Peru la estetica de lo plastico tiene precio pero no asi el despertar de los recovecos mas intimos y pasionales de la vida. La logica de crecimiento acelerado no logra desmantelar los entramados de poder simbolico que favorecerian la sostenibilidad de un desarrollo de las personas en forma de socius colectivo.
Es esta contradiccion de intensidad en el trabajo y en la acumulación sin lograr acertadamente sentirse pleno y amado, lo que desvia la practica de los negocios hacia las regiones donde se gesta la espontaneidad y el ritmo aun poético de la aventura, no solo por lucro sino porque las barreras etnicas que impone esta sociedad de castas hacen de la empresa una forma de cohibir y hasta distorsionar las libertades creativas que hacen posible curiosamente la innovación y el atrevimiento que toda idea de empresa necesita desarrollar. Nuestro crecimiento no es sostenible como forma de economia socializada porque no representa de forma original los deseos colectivos de una sociedad que no se halla, y que vive en el autodesprecio colectivo. Sin idea de identidad nuestra idea de negocio vive de la cobardia que los peruanos han mostado para deshinbirse y ser lo suficientemente geniales para demostrar el gran hambre de pasión y romance que los corroe. Por eso la idea de control errado que demuestran las empresas, induciendo al atentado sobre la base de consumidores que los sostiene, habla de una cultura de empresarios que facilmente puede pactar con los poderes mas oscuros de la sociedad con tal de que los magos del delirio no surjan. Su objetivo aunque de ahi sale el reposo de su crecimiento es la nefasta tarea de destruir las culturas populares, pues una cultura desarraigada y sin rumbo es facilmente una persona que comparte los mismos vicios y los complejos que todo negociante depravado es capaz de ofrecer sin desparpajo alguno.
Es esta contradiccion de intensidad en el trabajo y en la acumulación sin lograr acertadamente sentirse pleno y amado, lo que desvia la practica de los negocios hacia las regiones donde se gesta la espontaneidad y el ritmo aun poético de la aventura, no solo por lucro sino porque las barreras etnicas que impone esta sociedad de castas hacen de la empresa una forma de cohibir y hasta distorsionar las libertades creativas que hacen posible curiosamente la innovación y el atrevimiento que toda idea de empresa necesita desarrollar. Nuestro crecimiento no es sostenible como forma de economia socializada porque no representa de forma original los deseos colectivos de una sociedad que no se halla, y que vive en el autodesprecio colectivo. Sin idea de identidad nuestra idea de negocio vive de la cobardia que los peruanos han mostado para deshinbirse y ser lo suficientemente geniales para demostrar el gran hambre de pasión y romance que los corroe. Por eso la idea de control errado que demuestran las empresas, induciendo al atentado sobre la base de consumidores que los sostiene, habla de una cultura de empresarios que facilmente puede pactar con los poderes mas oscuros de la sociedad con tal de que los magos del delirio no surjan. Su objetivo aunque de ahi sale el reposo de su crecimiento es la nefasta tarea de destruir las culturas populares, pues una cultura desarraigada y sin rumbo es facilmente una persona que comparte los mismos vicios y los complejos que todo negociante depravado es capaz de ofrecer sin desparpajo alguno.
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