martes, 21 de marzo de 2017


Cinema Paradiso. La pasión y el progreso.



Al ver esta joya, a mi gusto una de las mejores películas que he podido ver, uno puede verse trasportado a esa fábrica de ilusiones que es el cine y como envuelto en sus idilios y mundos alternos se desarrolla una historia que crece con esta pasión y que se construye en base al amor y también el abatimiento de tener que crecer.

Esta historia contada con frescura y profundidad es una epica de la vida, algo que empieza como un sueño y que termina como una pesadilla. Cuenta la historia de Salvatore Di Vitta, Totó, un niño que crece en su natal Giancaldo, en los territorios de Sicilia, hacia inicios de la postguerra. Es pobre, huérfano de padre- ha muerto en la guerra reciente, aunque su madre trate de ocultarlo- monaguillo de la iglesia del pueblo, buen estudiante al parecer, pícaro y amante enfermizo del cine.

En sus ratos libres, que al parecer son bastantes, se escapa al cine  e intenta fervientemente entrar en la cabina del Cinema Paradiso donde se halla el operador del cine, Alfredo, y obtener los copiosos fotogramas de las cintas y aprender el oficio del cine. Con el tiempo a pesar de la negativa de Alfredo de enseñarle y de la madre de Toto que no le gustaba que su hijo estuviera enviciado en su empeño de estar en el cine, Toto aprende el oficio y se genera una entrañable amistad paternal entre Alfredo y él. Amistad que se refuerza cuando Alfredo en el incendio del cine pierde la vista – por contentar los gustos de la masa- y el nuevo dueño  al refaccionarlo “el napolitano”- un personaje que gana la lotería- le encarga la conducción de la cabina de Cinema Paradiso.

Alrededor de esta amistad se retrata la historia de un pueblecito tradicional después de la guerra cuya única diversión, luego de una realidad que acababa de salir de la crudeza de la guerra, era asistir religiosamente al cine en comunidad. Aquí vemos como el cine a sus inicios era todo un evento social en el cual se visualizaba las estructuras sociales, los de arriba, la burguesía y el pueblo en la parte baja, con sus comicidades y travesuras, en donde surgían amores y se percibían los prejuicios de la censura y las diferencias. Era un rito colectivo que embelesaba y que permitía cierto aroma de libertad, y no como ahora, me permito la licencia, un acto que sigue entreteniendo pero que esta capturado por un modelo del espectador al cual se le ha arrancado el derecho a vivir y protagonizar lo que sueña el cine. Por eso digo por ahí el cine nos da  y a la vez nos quita lo que nos es esencial.

Es gracioso observar como mientras Toto crece, entre risas y lágrimas de un pueblo atrapado en el cine, se ven ciertos personajes cómicos como el loquito de la plaza, “!la plaza es mía, la plaza es mía!, con el cual se juega como en comunidad y no se le veía, al menos como algo patológico y triste. Se ve también al cura que al principio es el encargado de la administración del cine y que ve previamente las películas para censurar escenas románticas, que era consideradas pornográficas para la época.  En ciernes, es una cultura popular donde las travesuras y las risas colectivas hablan de una comunidad que se conoce y genera integración, y no una risa como ahora que denigra y refuerza separaciones y exclusiones.

A medida que Toto crece el pueblo también lo hace, va renaciendo y se ven escenas de mayor compenetración del cine con la vida de la gente, un pretexto para alegrarse, y es bonita la escena en donde el Alfredo ya ciego visita a Toto en la cabina del Paradiso le coge la cara para reconocerlo y luego su rostro alcanza la lozana juventud, es el apogeo de una época encarnado en el rostro de la ilusión. Pasión e historia. En este tiempo el idilio del Toto con el cine es mayor a medida que la experiencia y sabiduría de Alfredo que le acompaña y vive en él, va invadiendo la conversación de frases sabias arrancadas de las películas.

En una de esas divagaciones románticas ya Totó filma, con un rudimentario aparato de filmación situaciones del pueblo, como el sacrificio de reces en el rastro, y saazz!, aparece Elena en la estación de autobuses. La filmación obstinada de su bello rostro, a pesar que la chica noto el persistente ponchazo lo delata enamorado. Y cuando la describe ante Alfredo las palabras son narrativas y a la vez de un suspiro sobrecogedor, pues el romance con el cine, se materializa y concentra en una persona, amor y pasión por crecer se encuentran.

Si bien Totó estaba enamorado, Elena no de él, no le conocía más que de lejos. Se presenta en una escena jocosa mientras compite con un amigo por entregarle un bulto que se deslizo de su brazo, y recibe por eso un ojo morado, y otra escena donde deja sus cosas tiradas en el suelo antes de ingresar al cine la ve y la persigue y le intenta hablar pero se avergüenza. Y la escena mas curiosa donde la ve ingresar en el confesionario en la iglesia y le dice a Alfredo que ataje al padre, con cualquier excusa, mientras el ingresa a la cámara y le habla por fin a su musa. Ahí le dice de la manera más inocente pero resuelta que le gusta, que esta enamorado de ella; pero Elena es sincera y le confiesa que le es simpático pero que no esta enamorado de él, pero el le propone hacer una locura que haga que ella se enamore. La historia del “soldado y la princesa”, cuentito que antes le había narrado Alfredo y que Totó, confundido entre la realidad y el romanticismo del cine pone en practica.

Cada noche durante 100 noches Totó, después de trabajar en el Paradiso, esperaba frente a la casa de Elena, frente a su ventana, así hubiera lluvia, hiciera viento o se muriera de frio, terco el se quedaba ahí, para que la viera ella en secreto, si al cabo de los 100 días, que coincidieron con el año nuevo, ella le decía que si, sólo tenía que dejar la ventana abierta y el entendería, pero ella la cerro. El solitario y acongojado mientras la gente celebraba el año nuevo botando lo viejo de sus casas, se fue al Paradiso y rompía papeles y regañaba, pues el hechizo se acababa, cuando de improvisa aparece Elena, se le acerca y su boca habla antes que ella, se toman de la mano, y el la abraza, la carga noblemente como quien contempla algo que se ama con el cuerpo y se besan, mientras el carrete de la cinta se terminaba y la gente abucheaba en el cine. La locura dio resultado, pues de ese modo uno se impregna en los sentidos, no basta el trato y la forma de ser, hay que estar dispuesto a actuar con magia, y así hasta las idioteces son ensueños.

El romance empieza como si fueran dos niños, sin formas y convenciones, pero ella era hija de un aristócrata, y la separan de él. La  historia narra como se va del pueblo, a estudiar a Palermo en la universidad y el se queda aprisionado en sus labores de operador del cine, y recibía sólo cartas de amor donde ella se sentía igual de triste, y que se escaparía cuanta veces fuera posible, para ir a la cabina del Paradiso. La magia de vivir una vida como el cine también la había invadido.

El ingresa al servicio militar obligatorio y le pierde el rastro. Al regresar a Giancaldo se da de bruces con la extrañeza. Había sido arrancado del mito, y volver a él ya no era lo mismo. Ve a otro operador del cine en su lugar y visita a Alfredo, aislado también y triste por la carencia de Toto, y dice unas dos frases remecedoras mientras se cuentan sus ausencias. Cuando Totó le pregunta porque no sale, el dice: “llega un momento donde hablar y estar callado es la misma cosa”, como preanunciando estos tiempos del lenguaje desperdiciado. Y la otra: “la vida no es como el cine; la vida es mas dura…” para hacerle ver la realidad a Totó y de que tome la decisión de partir del pueblo y así olvide un mundo que lo empobrecería, y sobre todo para olvidar a Elena.

En la estación del tren Totó lleno de dudas se despide de su madre y de su hermana, y de Alfredo y le agradece como a un padre, y el le dice que aunque la añoranza lo consuma no vuelva, que ame lo que haga, cualquiera que esto sea. Aquí uno se da cuenta que el romanticismo se acaba y comienza la supervivencia con ínfulas de progreso. Como pasa con Europa, hoy el progreso de todo tipo no significa progreso moral, no esta empapado de pasión no le da salida a los sentidos. “el progreso siempre llega tarde” Alfredo. El torbellino de vivir entregado a la auto-conservación degenera en olvido de sí mismo.

Esto es el pasado. Como la película empieza cuando a Totó le comunican la muerte de Alfredo, y el regresa a Giancaldo, a la casa de su madre, convertido en un prestigioso cineasta. Que fuerza indomable de tener que olvidar a Elena habrá surgido que se entregó al éxito de hacer su propio cine, pero en si ya era un trabajo que olvidaba su deseo. Regresa a su casa y ve su cuarto con sus cosas más queridas y se ve trasportado a los momentos mágicos de su niñez y juventud, mientras se escucha las tonadas de Ennio Morricone, tan profundas como sublimes.

Ve la película donde esta la imagen de Elena, y secretamente su madre ya anciana lo espía, y se ve alienado en su propia nostalgia. Habla con ella, cuando le pregunta “¿en que piensas?” y le confía que tenia miedo de regresar, después de 30 años, que creía que se había vuelto más fuerte, pero que al regresar estaba en el mismo río como si nada hubiera cambiado, pero ya no estaban, los peces ni la misma vida que dejó; y que había abandonado a su madre, que huyó como un bandido, en busca de escapar a los recuerdos. Ella muy sabia le responde que fue la mejor decisión, que ella no le reprochaba nada, que su vida estaba en Roma, aunque al llamarle al teléfono contestara una mujer diferente, sin que sintiera una voz enamorada, que ella se hubiera dado cuenta. Y establecerse para su madre es ser feliz, amar, y no progresar, pero que debía irse de Giancaldo, pues ahí solo había fantasmas. Y así es el progreso: un estar en la cresta de la ola, siendo importante y exitoso, pero ese alguien ya no eres tú, solo quieren y respetan al que tiene poder y  hace cosas, Totó se había quedado en el pasado.

Y luego la escena donde ingresa al Paradiso en ruinas, que ya no funcionaba, y rememora cada sonido, cada murmullo, la cabeza de león desde donde se disparaba la imagen del proyector, y se agarra la cara lleno de melancolía, como el niño que no quiso crecer y un recuerdo lo conmueve y se estremece. La penúltima escena cuando es testigo del derrumbe del Paradiso y esa musiquita de nostalgia y a la vez de injusticia se deja ver en el rostro de los personajes de su juventud, ya viejos y olvidados, llorando, como si mataran lo que fueron. La vejez es sólo recuerdo, pero es injusta, pues lo más sublime ya no tiene como salir, y te excluyen, ya son descartables. Y se ve hasta el loquito de la plaza ahora como un alma en pena, mientras la crueldad juvenil de estos tiempos juega con la moto entre los escombros polvorientos.

La última escena es impactante y poética, en medio de la música más romántica que he  escuchado. Toto proyecta la película que Alfredo le había dejado como secreto, y la sorpresa es mayúscula cuando ve las escenas, fotogramas, de los besos censurados de las películas que durante la juventud no se veían y el se ve trasportado a la magia de su niñez, mientras se coge la cabeza se estremece como un niño feliz. Y  esas bocas, volcánicas dándose besos, como es el colisionar inicial de un romance, algo entre el espíritu y el cuerpo, bocas que no deben ser respetada sino robadas, y termina con un fin que arranca lágrimas y emociona.

Pues que es como mensaje final esta película. Que el volvernos especialistas de la sobrevivencia nos deja con todo dentro, que al final las personas se autodestruyen para gozar porque el mundo es injusto y sólo es de los que sobrepasan y acrecientan poder. Ese es el destino de lo occidental de la vida sin historia, y a la larga sin pasión: un milagro que acontece, pero que el mismo hombre por el miedo a vivir, o porque sólo se permitió la decencia de sobrevivir se queda entre recuerdos y decepciones. Esto es Europa con su pomposa razón, que nosotros que somos los sentidos del planeta no nos pase lo mismo…. Pero esto es otra historia




1 comentario:

  1. Necesito volver a verla. En este momento sólo retengo el cúmulo de sensaciones que está película despierta, acaso porque nos enfrente con nuestros recuerdos personales y las innumerables chicas que amamos sin que ellas lo supieran, o las canciones y escenas de películas que vimos y vivimos añorando amores que no existieron pero que nos ayudaron a forjar lo que somos hoy en día. Un presente añoroso, que nos cubre con vívida sensaciones inciertas pero plenas, propias de una ideología tan fuerte como la economía que, a su vez, construyó y deconstruyó esos sueños.
    Sueños donde conviven Leticia, Ana, Rebeca, Beatriz, Mayra, Itzia o Alejandra; en un mundo dotado de una vívida ficción que agranda y ennoblece el sentimiento hacia ellas, al auto de la juventud, a los cuates del barrio y de la secundaria, que me enseñaron a querer y a vivir. A los padres ya ausentes debido al tiempo y a la vida y al hijo lejano que está casi muerto por su ausencia en su país...
    En fin, esas vivencias reales e imaginarias que nos hacen seguir Amando a la mujer de hoy, de mi vida y a la que no está, eso me hace sentir Cinema Paradiso...

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