martes, 21 de marzo de 2017

Avatar y los límites del neoliberalismo.




La espectacularidad de la película Avatar que por estos días concita la atención de masivos públicos en todo el mundo, sería otra realización taquillera y mediática del cine norteamericano, sino fuera porque transmite en un lenguaje cubierto por la espectacularidad de las escenas una problemática central del mundo capitalista. A medida que el éxito de la acumulación económica implica también exportar el modelo de desarrollo depredador a otros lugares menos desarrollados del planeta, se produce un conflicto serio entre la  cada vez menos autonomía soberana de las naciones colonizadas y el poder seductor del capital.

En este sentido Avatar representaría el choque de civilizaciones con antagónicas concepciones sobre el uso y apropiación de los ordenamientos territoriales. Mientras que los nativos de Pandora viven en relativa armonía y empatía con su medio natural, desarrollando una relación de equilibrio natural y compenetración cultural con la naturaleza circundante, la expedición de mercenarios del proyecto ADR evidencia la visión saqueadora que caracteriza a toda proyecto capitalista: en búsqueda del precioso metal Unobtainium, que resolvería los problemas de crisis energética de la tierra, definen el medio natural como una despensa de recursos materiales dispuesta a someterse a los caprichos industrializantes de la tecnología humana.

Algo parecido a esta épica fantástica, pero con ribetes realistas, aconteció en Bagua a mediados del año pasado. Aquí como en la lejana Pandora el Estado peruano ostento una visión neoliberal y depredadora del entorno natural. No sólo con los decretos legislativos a favor de la privatización y concesión de las tierras comunales de propiedad de los pueblos nativos, demostró una concepción minimalista y dilapidadora de los derechos indígenas, sino que se atrevió  a considerarlos como un estorbo primitivo que obstaculiza la consolidación del modelo primario-exportador, y que por lo tanto, debían ser barridos como parte  de una  naturaleza irracional a la cual hay que someter. El gobierno aprista sin voluntad de diálogo y apelando a  una versión policíaca en la resolución de conflictos étnicos, demostró el lado parcializado e incompleto de toda política de desarrollo, que no toma en cuenta el factor cultural como rasgo que facilita o bloquea el cambio social.

Creo que al ser derrotado el gobierno por la determinada actitud reivindicacionista de las minorías nativas, se demostró que la carencia de una lectura comprensiva y negociada de los espacios interculturales llevó al Estado a favorecer una noción despreciativa y mercantilista de los territorios amazónicos. En tanto las políticas de Estado en relación al patrón de acumulación no estén vinculadas al desarrollo de reformas interculturales que otorguen legitimidad ciudadana al cambio estructural, toda real iniciativa de progreso material colisionará indefectiblemente con una cultura de masas descalificada para enfrentar los desafíos del mundo de hoy.

Si bien el conflicto en Bagua dejo lamentablemente pérdidas humanas en ambos lados, este conflicto cultural sirvió para llamar la atención a la opinión pública de los profundos desencuentros sociales que amanzan con dividir la integridad de la nación. No obstante, ser fuente de riqueza, la insospechada diversidad social que delata el país, es también motivo de asimetrías y rivalidades culturales que enfrentan poblaciones y concepciones sobre lo que debería ser la agenda social. En este sentido, lo que nos enseña Avatar es de una sabiduría absoluta, pues cuando se identifica claramente la agresión de un agente colonizador la unidad del pueblo logra superar los abismos y fragmentaciones tribales que pudieran existir, para dirigirlas hacia la emancipación y defensa de lo que se considera un espacio soberano. Si vemos de similar manera lo acontecido en Bagua vemos que la actitud represiva del gobierno despertó la indignación general de la sociedad civil nacional e internacional, en contra de una forma de gobernar unilateral y autoritaria que sólo defiende los intereses del gran  capital, a costa de las demandas justas de las grandes mayorías.

Localizada en una realidad remota y exótica para el primer mundo, lo acontecido en la Amazonía peruana rebela de modo localista y aislado una pauta de reconocimiento de lo que será la crisis ecológica para el capitalismo, que no se detendrá en su empeño de alimentarse de la savia natural y cultural de los pueblos, a sabiendas que el daño ecológico y el cambio climático en ciernes deslegitiman el carácter devorador de su sociedad de consumo contaminante.

Es aquí donde el asalta al Estado y por intermedio de él a la sociedad en su conjunto, halla un límite infranqueable: a  medida que los efectos devastadores de una naturaleza incontrolable amenazan la estabilidad y seguridad de los órdenes sociales, el capitalismo por presión de la ciudadanía mundial tendrá que redefinirse en un sistema sostenible que solucione la crisis ambiental y social que promueve su modo de explotación. De no hacerlo y exponer al planeta ante su propio colapso sistémico se delatará la conspiración de una concepción destructora y opresiva de la vida, que tratará  de sabotear la necesidad primariosa de construir un orden global integrador que repiense y supere el Estado de excepción y de incertidumbre caótico que atraviesa la humanidad.

Una última impresión que me produce la película Avatar es que a través de la tecnología tridimensional y de efectos especiales logra dar vida  aun escenario surrealista y postmoderno donde la naturalidad de los estímulos y de las fantasías hiperrealistas sólo es el producto de un exceso de tecnologización mediática que nos hace reencontrarnos con los orígenes arcaicos. A pesar que la aparición del ejército humano de mercenarios trastoca esta concordia ideal se puede sugerir la idea de que la película nos quiere comunicar que cuidemos el valor inapreciable de la madre naturaleza; pues si la distorsionamos y no entramos en comunión con ella no serenos capaces de domesticar las fuerzas de una globalización sin freno e ilimitada que nos arranca de toda seguridad tradicional


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