¡Los políticos no saben bailar! De sacerdotes y monarcas
Por ahí leí hace algunos días a
esos comentaristas políticos señalando que en la actualidad en cuanto a
concepciones sobre el estado y la institucionalidad política se requiere menos
Hobbes y más Maquiavelo. Es decir, menos cristianismo y más la clasicidad
grecolatina. Su argumento aunque a fin al tono de la ortodoncia demagógica de
la época ignora un gran desliz en su verborrea que suena a saber, cuando es sólo
frase de textos fantasiosos. Yo osaría decir, a fin a mis alergias civilizadas
que ni Hobbes ni Maquiavelo. Hobbes representa la restauración del oscurantismo
religioso, envuelto en construcciones matematizadas de controlar la vida, de
sitiarla y domesticarla para salvarla del pecado de ser jovial y erótica. Su
concepción materialista del Estado responde al programa de una clase cortesana
y clerical de triturar el espíritu disidente del Renacimiento, de Rebeláis y de
Montaigne, y volver su savia en servidumbre de nuevos súbditos llamados
ciudadanos desaparecidos en un Estado autoritario llamado el aterrador Leviatán.
Como revisaré en este ensayito de campesino su antibiótico a la vida
anarquizada y lujuriosa partió de una hipótesis errada como convenida.
Su politología y su
contractualismo es en realidad el pensamiento de los menospreciados y los tiranos
disfrazados de caballeros templarios, y de nuevos monarcas despóticos. En
cuanto a Maquiavelo, su sueño de que la política ingrese la coexistencia y la
resolución de disparidades fuera del control de las religiones inflexibles en
tiempos de guerras santas y cruzadas de evangelización, ha sido la alucinación de los antiguos ladrones y
aventureros en que la virtud y la armonía retorne como forma de gobierno al
servicio de los villanos y burgueses cansados de sus caravanas y piratería
“indiana Jones”. En su afán de restaurar la antigüedad de Grecia y Roma se
narra la idea de devolverle a Europa sucia y cargada de fanatismo un poco de
ese honor que los argivos y los macedonios derramaron con sus espadas sobre
Troya y Asia pérsica. En esta veta que luego revisaré, se halla la necesidad de
darle al espíritu de los nuevos comerciantes y negociantes de Florencia y de la
mafia de los Borgia, los ropajes de los antiguos héroes y volverlo liberalismo
político: derechos liberales.
En esta antigua odisea, pues
Odiseo fue uno de esos héroes que se le castigaba con la soledad y el naufragio
por manipular la alegoría, el proto-burgués astuto y a la vez extrañado, se
esconde la lucha entre la libertad política y la igualdad política, entre la
tiranía y la democracia. Aunque Sartori haga piruetas fascistoides para señalar
que la libertad negativa es más fácil de exportar como institucionalidad, que
la idea democrática de la libertad positiva muy rara de anclar en todas las
culturas y épocas, hoy lo que conocemos como Estado, política y la ontología de
sus ingenieros y maestros de obras ha sido, es y será el proyecto de dominio,
hecho arquitectura, que expresa de modo velado el ancestral conflicto entre los
sacerdotes y sus esclavos. La discordia
entre la alegría y la severidad. La guerra a muerte entre la antigüedad y sus
exiliados modernistas por hacerse del control de la tierra y que la vergüenza
de Europa no despierte a los pueblos originarios y ancestrales adictos de
egoísmo liberales y de alucinaciones socialistas. Por ello ese reajuste
permanente que ha existido entre las diversas versiones del contractualismo, es
decir, las discusiones entre los elitistas y el institucionalismo sin alma
tales como, Weber, Sartori, Popper, Hayek, Nozick; o los snobs irresponsables
de todas las épocas, cuya idea de Estado es impracticable, como Rousseau, Marx,
y hoy Bobbio, Negri, Habermas, o Laclau, o Dussel, expresa en formas de
conceptos y propuestas rebosantes de Estado y organización social la idea
Aristotélica de que las sociedades deben responder a una autoridad legítima que
preserve la verdad regia en medio de un mundo lleno de barbarie y de afanes
anárquicos de amor y sensualidad.
Aunque este no es el sitio para remover los
cimientos históricos de la sagrada Europa, a través del psicoanálisis o de las
reconstrucciones eruditas de Weber o Norbert Elías, sólo diré que en la
arquitectura simulada de modernidad y de progreso técnico del mundo globalizado
se propaga la alerta secreta de que las formas de gobierno signadas en los
criminales derechos liberales de propiedad o en la alquimia de opio de los maestros
de la improductividad se halla un acuerdo reproducido a través de la historia
que refuerza el poder de la maquinaria y le entrega nuestra sangre y sueños.
Tanto el liberalismo, hijos de los antiguos tiranos conservadores, así como sus
hijos renegados, holgazanes, y opiómanos anarquistas y socialistas se siente el
hedor de los Europeos por no abdicar a su poder y gobierno ¡ilustrado! sobre
las selvas y los paraísos a los que desean con ardor. Esa antigua dialéctica, palabreja de amargados
y arrogantes, ha permitido como metafísica de especialistas, una falsa lucha
clasista entre los pueblos y sus hermanos para exportar como forma razonable de
coexistencia, reordenamiento, reconciliación y deliberación el cáncer de los
desiertos industriales y sus templos del consumo. Fausto y Mefistófeles son los
hermanos de clanes y truhanes que beben y mataperrean todo el tiempo y que
fingen ante la vida que nace, su eterna rivalidad aparente e indisoluble.
¡Goethe eras genial!
Dejando la insolencia desnudaré
cómo las formas organizadas del poder como el Estado, y de cierto modo la
empresa capitalista han sido producto de la represión sobre lo vivo, para
servirse de la naturaleza y protegerse de su indómita rebelión. La producción y
sus fábricas ingeniosas son formaciones desarraigadas de Estados y campos de
concentración, de antiguas tiranías y monasterios de aterrorizados donde lo
vivo y la alegría ha sido víctima de la oscuridad de lo más negro y enfermo del
alma humana. Desde los antiguos tótems terroríficos, personificaciones de
sacerdotes hábiles, hasta las formas más embellecidas de los manicomios, las
mazmorras donde la biología y su química se vuelven armas de destrucción
masiva, y los palacios de administración burocrática y policiaca se repite la
remota obsesión de que la creación y los afanes de libertad natural no se
expresen por si misma. Ahí donde el lenguaje del nombre conjura y representa la
vida se da la analogía de los gobernantes y sus visires para administrar
justicia sobre un territorio repleto de erotismo, violencia y superstición al
que temían por haber perdido el encanto para enamorarse de la vida profusa. El
poder como palabra maestra de orden e iluminismo es el altar solitario
encarnado de impotencia a que no se pueda gozar con transparencia y regocijo.
El poder es el muro que busca matar el apetito de lo vivo y lo desnudo, para
construir sobre cuarteles y mansiones de nobleza y sublimidad un purgatorio
secreto de burdeles y de administración de las orgías, la locura y la
embriaguez donde la vida se avergüenza de sus cuerpos y sus pulsiones. El poder
y la lucha política ama el orden y las reglas del funcionamiento porque confía
en que la mejor forma de conocer lo que necesita y apetece es violentarlo y la
amenaza de la muerte. No hay que comprenderlo y sentirlo, dejarte llevar o
vivir sin límites. El saber como el poder ha entendido equivocadamente que el
bien es producto del dominio estable y de la cosificación de lo más bello y
excepcional. Bajo esta lógica el control sobre la plasticidad de la vida y sus
delicias crece con la misma virulencia del auto-desprecio y envidia de los
monarcas hacia aquellos que magnetizan con el amor arrebatado y a flor de piel.
Poder no es en realidad conjurar, domesticar, sino crear vida, y más vida, amar
más allá de todo lo existente. Poder es querer. Y el corolario de esta lección de pícaro es
que el poder existe y es fuerte en la medida que el mal contagie la lepra de su
desconfianza e imposibilidad hacia el querer a sus subordinados y esclavos y le
llame con total sabiduría madurez racional. ¡Qué imbécil fue Kant!
En el pasado los maestros de la
sabiduría como Jesús, Buda, Zaratustra, o Ghandi lucharon en contra de la
barbarie del poder con las armas de la pasión y la energía del amor. Su mensaje
no fue en esencia algo racional o que se volviera dogma de fe sino lo sublime
de lo sagrado como forma de cautividad y emoción. Su poder fue conectar a los
pordioseros y resentidos en base a lo que requerían con urgencia y que habían
olvidado, vivir con honestidad, atreverse a conocerse en base a sus
sentimientos y hambre de paz y de serenidad. En un mundo donde la gangrena de
las despotismos monoteístas infectaba con su aires de nauseas por los instintos
y la naturaleza a la última síntesis en que la naturaleza se volvía Estado y
sagrada tradición cívica, el mensaje de los gnósticos y los antiguos guardianes
de los bosques y paraísos fue hallar en la santidad derramada sobre una tierra
descompuesta, un modo de sanar las heridas mortales que el odio a la vida
causaban sobre los cuerpos y la libertad. Y en cierto modo en donde la mierda
es una forma de alimentación lo excepcional y romántico es la leyenda de héroes
y desertores desnaturalizadas que sirven para matar lo antiguo y construir
nuevas servidumbres de mierda.
El poder ha garantizado su
prevalencia enfermando a sus súbditos, y haciendo que cada época extravíe su
misión de realización y completamiento, aglutinando cementerios de sueños y
esperanzas, donde los vencidos ahora son fieles alucinados y hechizados por el
ocultismo de un poder cada vez más secreto y oscuro. Todo lo que se dice es una
forma de señalar su existencia, sin ubicarlo. ¡Vaya ardid! Cuando alguien dice
poder quiere decir sin patria. Volver a la patria en base a al poder mismo es
un ardid de los que desean el mismo poder y sus prerrogativas. El poder que sea
un riesgo en contra de la esclavitud no procederá de la revancha o de un afán
de disconformidad con lo existente, sino de la simpleza del querer por querer,
del dar es dar (Fito Paéz). Será un acto de alegría y de erosión psicológica de
la cultura establecida y sus programas de sometimiento biopolítico (como dijera
Foucault ebrio en las calles) en base algo que no podrá ser pensado, sino
sentido y seductor. Hoy el mundo vive sin amor, y cree conseguirlo o
reemplazarlo con la astucia del consumo y las adicciones del cuerpo, pero se
engaña. Los cuerpos hoy hablan como un principio de realidad original y
mitológico, pero lo hacen aún en el
pudor y avergonzados. Aún el sabor es cosificación de lo deseado y requiere las
sombras para comer, y eso es algo que despotencia lo sagrado que en el placer
existe. La droga del miedo y del poder sólo puede ser combatida por otra droga
y no provendrá de lo lógico. La piel es droga de lo sagrado cuando vive su
desnudez como inocencia. La promesa del habla y de lo escrito es que se haga
travesuras de caricias y de hurgamientos públicos y que sin embargo la técnica
y sus ciudades sigan intactas y vivas a la vez.
La muerte del poder será un acto de histeria inconsciente, de emociones públicas, la evaporación de las
formas.
El filósofo del martillo y su
sequito de escritores malditos y anarcas vivieron con todo el veneno de lo
sagrado. El vivificar a través del lenguaje a los dioses perdidos, y en ese
intento morir en los textos osados y criminales que fueron producto de su
desarraigo como del vivir en el peligro constante y que nadie lo supo. El poder
que es en realidad principio de realidad, es decir, metafísica, no puede ser
golpeada con otra metafísica o con alguna ética de la organización colectiva
sino se imprime a los hombres valores de osadía y coraje. Su entrega no reside
en el interés o en la eliminación de la pobreza material, sino en que resucite
lo olvidado como alimento de inmortalidad. Esa fe y sus elixires sólo provienen de
singularidades que han vivido en el sufrimiento de la sordidez, la locura, la
gangrena y la miseria absoluta, y sin embargo, han prevalecido para hallar los
aromas indicados, y propagarlos. Esos sentidores eran héroes de los pergaminos,
antiguos guardianes que anhelaron toda su vida llevar a ethos personal y
corporal la sangre que impregnaban en sus versos y aforismos, todo lo que
despertaron para hacernos niños y leones a la vez.
Su resignación fue decirnos que
lo vivo sólo conocía el confinamiento de lo escrito, y que en tiempos de
indigencia y de guerras mortales el testimonio de lo vivo, y de la
desesperación de la naturaleza como época del acero, era la manera más honrada
de permanecer con vida. Si invención y
su fuerza también fue su tumba. Esperaban a los guerreros de la palabra y de la
danza, y desearon con todo su corazón ser esos santos vivificadores, ahí donde el olvido del dolor es lo mismo que ser
estúpido. Eran fieles a Europa, y que lo
despreciado por los gobernantes y la modernidad regresara sólo en esas añejas
explanadas y ruinas de la antigüedad. Su
mensaje cargado de vigor e ira fue usado como la presión para alimentar la
guerra y la muerte en la sangre como oxigeno vital. Hoy como ayer su mensaje
sólo sabe del estigma, cuando sus intensidades oriundas sólo cultivan el
contagio de lo más vivo, que es volver
al mana en tiempos del acero más insolente. La industrialización del todo como
empequeñecimiento del alma es el desierto que ellos desearon volver selvas y
jardines. Cuando no hay paz en el corazón asesinar y morir por nada se vuelve
una forma de existencia que el dinero tampoco paga ni puede controlar, sólo
espera escapar constantemente a la gangrena, sin esperar ninguna redención a
cambio. Pero la naturaleza pare lo genial cuando ya nada puede ser peor. En
tiempos de guerra democrática la violencia y la muerte se vuelven una forma de
vida signada por el disfraz más sombrío y a la vez cínico. La tierra y lo más
vivo que encerramos aguarda que redescubramos nuestro origen como el milagro del cual venimos, y eso es un acto de
amor desenfadado como de sinceridad amigable. La tierra no es de nadie sólo de
aquello que la protege y vive en comunión con ella. Los santos tienen la última
palabra.
Hoy la civilización capitalista,
la globalización como forma de resistir el embate de un nuevo desastre a través
de la aniquilación velada y echa filmografía, es la cúspide de una técnica
emancipada de cualquier control sintiente. El gran Estado universal que lo
administra es la proyección de la obsesión por la exactitud y la matematización
de la vida. Los grandes logros de la lógica y de la observación paciente de los
ritmos impredecibles de la vida natural han hecho del pensar y los sistemas de
conocimiento consignas que temen el accidente y que persiguen que todo
permanezca igual aunque remasterizado. Su miedo no es al virus y a las
monstruosidades que su insolencia tecnológica provocan sino a que lo múltiple y
a la vez único resurja de los escombros de seguridad y vigilancia a toda costa.
Su hambre de seguridad y orden niegan el progreso de la vida y la tornan
atrofiada e insalubre. De la ira de los ofendidos y humillados el poder halla
la sensibilidad que requiere para hacer más sofisticado su régimen de
producción y de gobierno destructivo de la vida. Llenarnos de rencor y de
confianza en la venganza, es la fijación implantada en las almas de los
ejércitos de desplazados y esclavos para que la razón de Estado y sus
tentáculos de estabilidad perfeccionen el poder y sus simulaciones de
institucionalidad y deliberación trivial. La argamasa y las piedras angulares
sobre las que reposan, una y otra vez los grandes reinos y estados sitiadores
de la vida, esta echa sobre la sangre y la vena de sueños y expectativas
arruinados en los pantanos del engaño y e ideas fuerza equivocadas.
La mejor forma de represión es
aquella en donde la violencia es invocada como elemento de gobierno, en base a
la corrupción y la destrucción de la moral y el amor por la tierra en la que
gobiernan. Su programa es la eterna simulación de que las instituciones deben
mejorarse o que los problemas irresolubles demandan mayores reajustes y
vigilancia organizada. La técnica del estado es sólo perfecta como razón de vigilancia
y de adoctrinamiento en base a la estupidez como felicidad. Sus gendarmes
favorecen el desmantelamiento del orgullo de los ciudadanos, y alimentan y
liban con sus antagonistas con la infección de la protesta y el descontento,
provenientes de la ira y el desamor por no hacer nada útil por la vida. La
pelea entre los sacerdotes y los esclavos es por el control del poder como
seguridad ante el banquete de los cuerpos, pero los discursos y los señuelos
son celadas ideológicas que remueven el miedo y la esperanza, para luego
destruir los sueños y con ello la idea de que se merece ser amado como ser
social. A nivel sanguíneo descomponer la mente y la imaginación es un modo de
acceso seguro al cuerpo como objeto de explotación y de botín administrado
luego de la competencia perfecta. En un mercado absoluto el dinero excita, y
por ello la cosificación del cuerpo y las adicciones es el fin más buscado.
El milagro de lo bello y lo único
es sentido como droga alucinante, y cada quien no esquiva ser objeto de consumo
y de perversión sobre un ropaje civilizado de decencia y de normatividad
costosa pero realmente hilarante. Los programas no son perfectos porque el
control y el miedo sean totales, sino porque la disociación que eternizan los
manjares corrosivos de la esfera pública, ofertados como necesidades, hace del
espionaje y del chisme, como eterna comilona de basura, una forma de banalizar
a las personas y a sus talentos, de hacer virtuosa la miseria afectiva y de ese
modo castigar a los honrados y arruinarlos. Solo en lo peor de una sociedad que
aparente a toda cosa equilibrio y limpieza, es posible el contrato social de
los politólogos como forma retórica de gobierno y de impecables imbéciles. La
estupidez y el miedo a la anarquía es el síntoma de una enfermedad llamada
política, que se exhibe como farándula de seriedad y de cordura especializada.
La polis, idea arrogante de donde salió lo político ha sido el refugio de los
que creían avanzar hacia la libertad y la ilustración civilizada, sobre un
ágora de magos y mentirosos que temían abrir claros en los bosques, o vivir en
el eterno retorno de la naturaleza de la que fueron expulsados como incapaces
de arder las malezas con poesía y amor del mas desmesurado. Los eternos
defensores de la dialéctica como logoterapia de hallar un acuerdo en la
deliberación del bien público retroceden a los anfiteatros o a las arenas de
los coliseos sagrados donde la palabra era un recurso de alardeo y de ruptura
con el misticismo para huir de la espada como cura a la gangrena. Ahí donde ha
existido lo público se ha matado lo orgánico de la vida, y se ha transitado
hacia un armonía de mito y logos, que en realidad aseguró el control de los
tecnócratas y de los interesados sin corazón.
El interés desnudo como valor de
cosificación y de materia inerte ha sido originado ahí donde la política, y hoy
la empresa postmoderna como mejor Estado de succión psíquica, ha extraído a los
pueblos de las selvas y las regiones bucólicas, y así desterrarlos a
reservaciones y campos de concentración llamados ciudad, donde la
descomposición del mana y de los puntos nerviosos de la vida, es el sentimiento
de una inevitable necesidad de seguridad como de confusión del alma. En las
masas agolpadas antes altares y hoy personificaciones emblemáticas de dirigentes
y sacerdotes, en los mítines y en los conciertos rebeldes de hoy en día se
respira el arcaico compromiso ante el poder como garantía de seguridad y de
regreso a un origen que nunca llega.
Occidente y sus atrios de operadores y visires, de asesinos y de emisarios,
se ha construido sobre la obsesión de desarraigar a los pueblos y de hacer de
sus saberes y energías formas arquitectónicas de protección y de encubrimiento
de la desnudez, para su mejor devoramiento publicitario e hipócrita. Cuando lo
vivo reclama o se desborda en sensaciones y atrevimiento la empresa lo vuelve
insumo cualitativo de la maquinaria, o lo esconde con el menosprecio, o se
adelanta a decirlo y lo excomulga como distorsionado o moda que luego aburre.
La empresa moderna de los políticos,
y su proyecto de racionalización del mundo, como dijera el muy, muy, muy
sensato Weber, es cambiar la realidad sobre la super-excitación del ojo a
imágenes y reproducciones alucinadas libres de violencia donde la persona es
adicta a las configuraciones de ciudades y de propuestas técnicas de
modernización de la vida social, donde su energía y sueños de realización se
despersonalización y se fisionan mientras las metrópolis y la obsesión del
sistema es la integración total del mundo en medios de ruinas de alegría y de
romances fugaces. El precio de la vigilancia es la seguridad exterior de los carteles, propiedades
privadas y de las ciudades solitarias y extrañas, en base al miedo y los
disfraces, mientras que en la atmósfera y en los vientos de decepción y
descontento se respira el controversial hartazgo de la tecnificación de la vida
sólo embalsamado por aires perfumados de risa y de jolgorio, donde la
relajación y la depresión es la marca de un mundo que no esta conciliado con su
sangre.
Ese hartazgo se vuelve en
agresión y vileza, delito y brotes de vandalismo o de histeria generalizada.
Mantener la terror a la aniquilación total o a simular a veces escenarios de
conflagraciones administradas es la treta de un estado y de sus sistemas de
ciudades donde la ausencia de bienestar y de salud es difícil de esconder sólo
bajo el estigma de la informalidad y lo suburbios de desarrapados. La anomia y
el mutismo es la señal psíquica de un alma devorada por ciudades que se vuelven
ruinas y escenarios de violencia, donde la persecución de la restauración
urbana o la idea de un proceso lleno de museos, maniquíes y parques de
diversiones es la elocuencia velada de
una realidad matematizada, repleta de hologramas de felicidad, y donde la
resignación, el tedio es el triunfo de la reacción y la exactitud robotizada
riendo como la misma vida. En ello los bancos, y el crédito estandarizado son
verdaderas maquinarias fabricantes de miserias presentadas como intenso amor al
paraíso. Europa en ello ha sido genial, como mendiga de su propia destrucción.
El estado no ha sido el espíritu llegado a su consumación universal, como
dijera el gongoreano, Hegel, sino el síntoma de una megalomanía absurda por
aparentar orden, proceso, historia, y producción organizada ahí donde imperaba
la locura, el caos y la muerte. El
Estado es el odio de los incapaces hecho cima del mundo, por imposibilitar que
la vida viva, y despierte de los vacíos de represión y de saturación de miseria
en que se revuelve el ser humano. Matar la música del mundo ha sido el proyecto
de los especialistas y reyes, por evitar que explosionemos más allá de un beso,
o cuando cerramos los ojos sin miedo a perder el equilibrio.
Los políticos y sus cortes de
servidores, no han sido nunca lo que de ellos ha prometido los sacerdotes de
filosofía política o los rufianes modernos de la politología moderna: nunca
fueron verdaderos guardianes de la vida y sus secretos, de los niños y madres
de los que esperaban decisiones salomónicas o la multiplicación de los panes y
los peces. Su promesa de justicia en base a la movilización del mundo ha
perseguido el enriquecimiento personal, o la huida a su mismo desprecio por si
mismo. Cuando hoy se mata por no perder el poder, es más que el miedo a perder
la apariencia de importancia o de nobleza que el miedo a perder el control
sobre la administración de la política y su peculio. Cuando se dice política es
similar a pedir ayuda, a pedir consuelo o amor. Es confundirse en el veneno que no te da ninguna
cura. En ello los políticos están muertos, como sus antagonistas. No hay
honestidad ni las razones adecuadas por hacer de la vida una maquinaria
partidaria. El ridículo y vender el alma al diablo encorbatados, vive de la
publicidad de honradez y amor por la tierra que no se tiene.
Sólo el Estado es amiga de la vida cuando cada
centímetro o piedra en la que se desplace como magistrados de la tierra exhale
el aroma que cada época y sus nacidos han consumado su misión de vida en cada
rincón soberano de la nación, y sus parajes. Hay fuerza en el estado cuando su
soberanía es frescura técnica y ciencia, sin que lo sientan los subordinados,
ni que se sientan dominados. El Estado es el guardián de lo creado y de lo que
nace y se incrementa, sólo si las nuevas sensibilidades y sus talentos son sedimentados
en una forma de organización social original y nativa, que huela a pueblo y a
juventud. Lo nuevo hecho poder no es dominio es nuevo lenguaje, requiere ser
nombrado de otro modo, es algo inevitable. Cuando alguien dice pueblo quiere
decir algo más que multitudes, o masas abrazadas y eufóricas, eso es similar a
las orgías o a las discotecas. Pueblo es más que unidad es organismo,
diversidad impredecible y sintiente, naturaleza que se expande e impera sobre
las formas que están ahí para representarnos y protegernos. Pueblo es mana y no
comunidad. En ello los marxistas erraron el camino. Bajtin y Rebeláis vieron el
camino, pero no los escucharon.
La política ha sido la lucha por
el control apropiado de las ciudades y del poder desnudo. El interés era la
vida que los monarcas y hoy las sociedades de inteligencia bélica han buscado
con afán y con beligerancia. Acrecentar el Estado o aparentar su desaparición
ha sido lo mismo que volverlo lógica de dominio, reforzarlo. “Salvo el poder
todo es ilusión” ha sido el santo y seña de los que han hecho de la rivalidad y
la discordia motor de la historia, fingiendo tranquilidad. La violencia que
araña controlar el Estado es el camino a la nada, y a la inercia, como lógica
de la historia. Historia ha sido el obligar a la vida a que lleve uniformes o
no ande desnuda riendo con holgura, a que se vuelvan migraciones de peregrinos
camino a la Meca. Su energía se ha desperdiciado porque ha partido de la ira, y
de la venganza, y eso no lleva a nada. Sólo el Estado ha dado felicidad y
alegría cuando nadie lo ha sentido, cuando fue mimético con los organismos de
la naturaleza, cuando ha sido una forma de vida imperceptible.
La filosofía política partió de
que las personas se entendieran en base a la sinceridad, a la expresión
acordada de vivir felices y con optimismo a pesar de las tragedias y las
amenazas. La intensidad ante la muerte era la elección de lo sabios y
valientes. Desde que los reaccionarios divergieron con Cristo, la Iglesia
confeccionó el proyecto de los ulteriores politólogos. El Estado sería como los
monasterios. Reservaciones aletargadas
de acuerdos, y retiros para escapar a un mundo al que se temía y se
llenaba de barbarie y de pecado. La infelicidad ante la antigüedad destituida,
halló en las iglesias y sus pioneros de la hipocresía los sanatorios en contra
de la tristeza por el mundo corrompido y lleno de esquizofrenia. Las religiones
mono-teístas y luego sus cancerberos
monárquicos, sus visires y sus ejércitos heredaron ese mandato y esa
interpretación del mundo. La fantasía y la imaginación fueron expulsadas del
mundo mientras su liderazgo se hacía necesario en base a la destrucción y la
reconstrucción perpetua de sus urbes y proyectos productivos. Tanto los griegos
como los procedentes de la tradición judía eran expresiones secularizadas de un
mundo perdido, que creían en las ciudades como escondites ante su crimen ante
lo sagrado, y ante el advenimiento de una naturaleza que se esta negando a
morir, con la idea del desastre inminente. Cuando muera el amor todo será una
gran mega-ciudad de hedores y perfumes: todo estará permitido. ¡Genial Dostoeivsky!
El antiguo antagonismo entre los
antiguos y los modernos por el acceso al paraíso siempre ha sido narrado como
el intento de la antigüedad hechas invasiones para unificar la antigüedad con
lo moderno. En ello Alejandro, Napoleón y los alemanes han sido el intento de
que la Ilustración en cada época no perdiera sus orígenes, accediera a la
sagrada Asia, o al Edén perdido. Los modernos ganaron en cada intento, y su
propósito es que los nativos del paraíso no descubran a donde esta el remedio
de la vida. Los antiguos asoladores de ciudades y hoy los gerentes negociadores
de armas de destrucción masiva son de la misma especie de la que ha nacido el
intento de retornar al Edén extraviado. El Renacimiento de Europa, o el origen
de su geo-cultura productivista de la que se sienten orgullosos tanto liberales
como radicales sólo ha sido posible a base del saqueo de materiales, pero sobre
todo de la destrucción de esos paraísos ocultos. Su fuerza ha sido beber la
savia de estos orígenes y volverla un pacto de tecnificación perpetua. Hoy van
tras los últimos reductos y no están ni en Asia ni en Europa. La democracia
liberal y su amistad con los socialistas parte de esta misma ecuación, de hacer
de lo vivo revitalización de Europa y hoy de sus bastardos endemoniados: EEUU,
Rusia y China. Cuando alguien pone en la boca de Aristóteles “Los soñadores nos
cansan…” esta queriendo decir que el poder sólo es la cuna de cualquier
civilidad, de continuación de una vida a medias, sangrante y resignada,
mientras avanza la instrumentalización. Como dije antes lo privado hace posible
dicha instrumentalización, y es la marca de que sirvan las actuales versiones
hobbesianas, o lockeanas, o Rousseanas del contrato social: la mejor virtud del
ciudadano es que nadie se meta en nada, se calle, finja tolerancia y bienestar,
acuerdo y coexistencia mientras el Estado hace lo que quiere y se privatiza. El
chisme y el espionaje, y el sedentarismo son igual a democracia. La video-política
y la protesta desde las redes sociales comparten esta sangre de crítica
indecente. ¡Pero que más da! Cuando alguien dice racionalidad quiere decir
acomódate, y madura. Indiferencia pura o que todo te lo de el estado mientras
no se hace nada. La anarquía totalitaria y la desafección cívica son parte de
la misma enfermedad: se añora la tierra, pero nadie lo reconoce. En la protesta
o en el internet todos gritan algo que no pueden alcanzar, sino hay sinceridad,
sino emocionan de nuevo.
No doy recetas ni fórmulas. Esa
espera es de aquellos que aguardan un plan, una ética. Organizarse y
partidarizarse por el control del poder es conspirar por la conservación de sus
tristes mundos, de sectas y bucaneros. Sólo intento que nazca una nueva
emoción, o se den cuenta de sus cuerpos y de lo que encierran en la piel. Si no
temen al azar, y juegan de nuevo, sus arquitecturas y sus deseos de progreso
serán lo mismo que emociones extendidas como pueblo. No temerán a la muerte, y
sentirán todo de otro modo, sin formas ni ecuaciones, sólo figuras y
emanaciones que se hallan. Europa esta cansada, y en unos años su circuito de
protección la Unión Europea caerá en las garras de EEUU, o de la Asia armada
hasta los dientes. La modernización desbocada, o esa idea de la sociedad del
riesgo requieren a los europeos como soldados de las nuevas mafias.
Arrastrarlos a la Guerra es la limpieza que ha hallado la modernidad, y la
razón escoria, para que lo vivo no renazca. Hoy
como ayer el intento es unificar
Asia y Europa, para repartirse el mundo, y no es el interés el que buscan, es
la cura al cáncer que han hecho nacer a nivel microscópico y que lo siguen
viendo como negocio. En las alturas el mal y el bien, no permiten que vibremos,
y volvamos a las selvas. Los malditos no pudieron vivir ese mundo, y no esta
globalizado, porque no se puede ver con los ojos, o con el panóptico de los
grandes sacerdotes. Requiere una nueva psicología ni Aristotélica ni Freudiana.
Por eso digo Ni Hobbes ni Maquiavelo,
ni Israel ni Atenas, ni Marxismo ni liberalismo. Con todas las cirugías
reencauchadoras de hoy en día esos proyectos luchan en contra de que los mitos
y que la vida tome la palabra, o se sienta de nuevo con honradez. Su
exportación al mundo como receta de orden o de salvación sólo mata a la
juventud o la engaña. Es el show de que la vida cambia en base la lucha por el
poder político, cuando el dominio es al nivel del tejido más secreto y
delincuencial, de hordas y clanes de odio y de adicción. En América Latina las
naciones en las que palpita la belleza y la seducción con ingenuidad y sueños
de unidad, también son el teatro de este falso conflicto en donde cuando la
vida se resiente el marxismo se vuelve instrumento de reanimación de las
sociedades, para recaer nuevamente en el realismo empobrecido del mercado y su
desafección total. Es el eterno conflicto para que señores y siervos no
entiendan el origen de América latina y como organizarse, como sentirse de
forma genuina.
Combatir esa infección de odio y
adicción sólo es posible en aquella base corporal en donde son fuertes: en
aniquilar la vida en base a la adicción y la inercia, en base al tiempo y el
desconocimiento de sí mismo, en que el cuerpo
y el espíritu no respire de nuevo y se conecte con la tierra y sus
creaciones. Algo que es como las drogas, y que es más contagioso que la
programación en base a la ignorancia, es el antídoto a que las células no
perezcan. Y lo digo con todo el respeto es algo que no tienen los políticos y a
los que sirven. Requieren danzar y…..! Y lo dicho es algo innombrable y lo
puedo decir porque procedo de una de las culturas donde el daño de alma y el
olvido de su corazón son más destructivo y consentido por sus propios
ciudadanos. Ese algo cuando llegue no conocerá los discursos, es espectro aires
huracanados, como cuando las selvas traen algo inaudito y excepcional.
Hoy vivimos entre el magma de los
controladores, de los que les fascina mandar y ser obedecidos bajo una
deformada idea de autoridad pagada con su plata en universidades que no sirven
para nada. Hay que comprenderlos deben ser dependientes emocionales o simples negociadores
de los apetitos del pueblo. Todo aquel aquel que cree en el poder es un niño
con granadas y fusiles dispuesto a incendiar burdeles luego de haberlos
visitado. Y a hoy otro mundo que nace, que ya no reconoce ningún principio de
autoridad, ni de representación y que hoy vive estigmatizado, pero que se
atreve a todo, de modo ingenioso y a la vez heroico. Los políticos, y los
gobiernos civiles de la tierra son los estafadores más runes de la vida que
nace. Como en el principio tratar de
hacer clases el aroma de la seducción solo esconde un mundo de hipócritas y
pervertidos….Pero las nuevas almas ya están ahí y se han dado cuenta que ya no
requieren de ver TV, ni prensa, ni de legitimar ningún control. Han decidido
ser felices y eso les duele hasta los más oscuros tentáculos del poder más
antiguo. Cuidado con los demagogos y sus asesores irresponsables, no saben nada
de la vida, sino de la muerte hecha negocio de ingenieros y consultores…
.
Comentarios
Publicar un comentario