Un día de carnavales
Era el mediodía del año 92 en
Barrios Altos. Era un domingo de Febrero y como siempre era un día para jugar
con el agua y convertir los baches en piscinas para las chicas. Yo estaba ya en
la tarde preparando las cubetas con globos de agua, y mi hermano, el segundo,
preparaba el betún para manchar. No éramos sólo dos sino toda una patota que
andaba deambulando por el barrio ante alguna víctima a quien bañar o manchar
con el betún. Pero también era una fiesta barrial, pues el vecino mojaba a la
vecina; el querido a su querida, a los hijos y sobrinos y sucesivamente. Nadie se lavaba de la marejada de agua y
cubetazos que corrían hasta caer la tarde. Los mas jovencitos no sólo jugaban a
los carnavales en el barrio, sino que en mancha íbamos invadiendo otros
espacios peligrosos en busca de algunas chicas en shorcitos a quien mojar. A
nuestro grupo se había unido esa tarde nuestro amigo Michelo; un adolescente
que tenía la fama de no bañarse y que al jugar a la pelota con el cuerpo a
cuerpo sudaba como bufeo. Era un atrevido para jugar a los carnavales y
lideraba a la patota a la hora de entrar en guerra con algún otro callejón. Esa
tarde sería inolvidable.
Recuerdo que a la vuelta vivían
dos gemelitas muy bonitas, y unas casas más allá Jesica, la envida del barrio.
Michelo que tenía su propia cubeta nos ordenó ir en su búsqueda. Las hallamos
fuera de sus casas con la protección de hermanos y tíos. A michelo no le
importo jalo a Jesica del muchedumbre en la que se hallaba y la cargo rumbo a una
de las piscinas de barrio que eran los baches de la pista. La bañamos a más no
poder, y como siempre Michelo la paletió unos segundos sin que ella se
molestara o dijera nada. De in mediato
fuimos tras las gemelitas que se hallaban en el Pampón; un lugar a la vuelta de
Coronel Zubiaga, donde jugábamos en invierno el sapito y fulbito de mano.
Venían a hacia nosotros sin poner atención, corrieron unos metros, pero entre
todos las alcanzamos y la llenamos de agua y de betún. Ellas sonreían y sólo
atenían a gritar escandalosamente. Pero en el fondo ser mojadas por los chicos
era como tener el honor de ser bella y pretendientes de parejas. Justo se nos
acabaron los globos y el agua de las cubetas, así que entramos a unos de los
callejones del pampón, antigua casa de la Perricholi. Llenamos los globos lo
mejor que pudimos y las cubetas y volvimos a la calle en busca de más bellas
cristianas a quien bautizar.
En una de las calles cercana a la
avenida de los Incas se hallaban paradas dos parejas de jóvenes desconocidas en
el barrio. Al parecer estaban ataviados para un matrimonio y esperaban su
microbús o tal vez un taxi particular. No pasaron desapercibidos para Michelo,
quien se precipitó en búsqueda de las tiernitas. Todos como si fuéramos una
falange romana los rodeamos. “Ya perdieron amigos”. Así que los mojamos y las
parejas se fueron acorralando hacia la pared por si la cosa se empeorara como
un asalto. “Chaposa”, uno de los chibolos que venían con nosotros a la hora de
reventarle un globo a una de las chicas le tocó sin ningún pudor su trasero,
encendiendo la ira de unos de los
caballeros. Michelo que nos protegía pues éramos chibolos que no pasaban de los
13 años, se lo mechó y en un par de llaves lo arrojó hacia el suelo. Las
parejas mojadas y maltrechas en su dignidad se fueron del lugar subiendo a la
primera custer que se vino en la avenida.
-
-Ahora hay que mojar combis- propuso Mchelo.
- -Ya pero nos estamos quedando sin municiones.
- -No importa luego buscamos otra cosa con la que
joder.
Como era Domingo los micros
venían repletos en la Av. de los Incas y estaban con las ventanas abiertas para
soportar el calor de sauna del verano. Justo venía la línea 10 llena de
pasajeros y a Michelo se le ocurrió que el más limpio de nosotros parara ese
micro, con la intención de subir, pues si el chofer nos percibía a todos desde
lejos la embalaba. Llenos como estábamos de agua, pintura y de betún el mas
indicado para urdir ese engaño era el que cuenta este relato. Pare el micro y
con globos de tras mío empuje al cobrador y arroje los globazos con fuerza
hacia el interior del micro sin mirar y con las mismas escape hacia la calle.
Mientras mis compinches reventaban a los pobres pasajeros con agua y cubetazos
de agua con pintura. Esa gente bien refrescadita continuó con su viaje. El
problema era que ya no teníamos dinero para comprar más globos y seguir mojando
a gusto. Yo sólo tenía diez solcito pero no decía nada a Michelo, sino me los
arranchaba para su vicio. Justo en esa esquina a lo lejos venía un frutero en
su triciclo lleno de mandarinas que no había vendido. Al verlo Michelo y
Chaposa lo pararon: “tío ¿a cuanto el kilo?”; “si quieres sobrino te doy lo
último ya están casi podridas por el calor”
Michelo que era un demonio del
juego nos dijo que a falta de agua mandarinas. Nosotros éramos del barrio, pero
no éramos tan maleados como él, y al principio no queríamos seguirle la broma;
pero luego de tantos convencimientos y de llamarnos cobardes si no nos
atrevíamos cogimos en bolsas las mandarinas y esperamos los micros a bombardear.
Ahora nos paramos en el jirón Huari, paralelo a la Av. De los Incas. Por las
mismas circunstancias del calor las ventanas de las custers y combis estaban
totalmente abiertas, situación que aprovechamos para bombardear de mandarinas
podridas los microbuses que llegaban por
esa calle. Era todo en espectáculo de indignación y hilaridad embarrar a los
pasajeros con aromas fétidos y resbaladizos; razón por la cual en cuanto
hacíamos la travesura arrancábamos hacia las calles colindantes. Esa bromita
que nos pude haber ganado el castigo de la autoridad duro un poco de tiempo,
pues las mandarinas no duraban para siempre. Yo sólo recordaba las risas de
oreja a oreja de mis amigos y a Michelo saboreando el triunfo de la pendejada.
Regresamos al barrio, a Coronel
Zubiaga como ya para desunirnos y cada quien a su casa, pero a Michelo el día
aún no terminaba. Sacó plata no se de donde, compramos globos y llenamos las
cubetas de agua en el callejón donde vivía, y salimos en busca de nuevas
aventuras. Esta vez a Michelo se le ocurría ir mas lejos del Barrio. Cuando
llegábamos por el jirón Maynas, hacia el conocido jirón Junín vislumbramos un
par de muchachas muy bellas paradas en la puerta de uno de los solares antiguos
de la calle Junín. Michelo mando a la falange hacia ellas, las mojamos, pero de
inmediato salieron en su defensa con agua y con manguera en mano dos fornidos
gays, que repelieron el ataque y tuvimos que huir hacia Maynas. Michelo se
había entrado hasta el interior del solar y mojo con todas sus fuerzas y arrojo
unas mandarinas podridas que le habían quedado de pasadas incursiones. Fue
inaudito, pero el contrataque nos impresionó y hasta Michelo nos dijo: “Puta
mare casi me voy encima de uno de esos chivatos”. De regreso por cinco esquinas
y con un poco de agua y de globos en las cubetas, vimos de reojo en una quinta
del Jirón Ilave, transversal a Huari que había un par de muchachitas que venían
a nuestro encuentro. Al vernos se escondieron en la quinta mencionada y Michelo
con nosotros tras de ellas. Nos quedamos en la puerta sin saber que nos
esperaba. Teníamos betún, globos y algunas cubetas con agua. Michelo entró como un loco en busca de las chicas que
al fondo se resguardaban, cuando de pronto no lo recibieron sólo con agua sino
con huevos podridos, esos que se guardan cincuenta días y apestan como el
carajo. Michelo salió de ahí jadeando pero sonriendo, como si hubiese cometido
alguna heroicidad. Apestaba a mierda; cuando llegamos al barrio se metió a su
casa se baño, pero igual olía muy fuerte como si se hubiera topado con
zorrillo. La aventura de ese día había terminado las señales de agua por todos
lados en el suelo, y los baches usados como piscinas populares para jugar eran
señas de que ese domingo había pasado a todo dar.
Ya no recuerdo a Michelo. Luego
de que me mude de Barrios Altos supe a los años que había enfermado de SIDA, y
que pronto subió a donde esta el creador. Era un chico alocado, sin educación
pero con un corazón para las perradas como ninguno. A varios de la patota con
los que armábamos las pichanguitas en Coronel Zubiaga también les perdí el
rastro. Lo que supe en la medida que yo recordaba con nostalgia mi barrio de
toda la vida, que varios de ellos terminaron en cana, o que se convirtieron en
criminales mayores. De ese barrio yo salí gracias a mis padres y pude obtener
una formación profesional, pero mi niñez que fue bella sólo pudo darse en ese
barrio con muchedumbres y música en las calles. Ahora sólo queda en mis
recuerdos.
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