jueves, 9 de febrero de 2017

Dos sombras. Los años perdidos


                                                                 



Hace casi veinte años ingresé a  San Marcos.  En el primer examen del año 97 me quedé por tres puntos, y el año 98 ingresé regalando puntaje. No era un buen estudiante pero mi gusto por las matemáticas me había abierto paso hacia el ingreso. Recuerdo que me decidí por sociología en mi segundo intento, porque los docentes de la academia ADUNI influyeron en mi decisión. Tanto escuchar de justicia y libertad me precipitaron a amar a una carrera que hasta hoy en día me fascina totalmente. El día que fui a comprobar si había entrado me acerque al listado de ingresantes y al  verificar mi nombre y lo único que hice fue correr lleno de alegría a comunicarlo a mi familia. Desde ese día me puse a leer libros sobre marxismo que mi tío había confiscado de sus incursiones a bases terroristas en los 80s.

Al final de mi primer año en la facultad de sociales conocí a Isabel. Ella no estudiaba en la universidad, pero había seguido junto conmigo cursos de computación en la susodicha facultad. Ella era una morocha guapa y dulce con la que trabe amistad inmediatamente. Yo recién había salido de una relación con Angie y estaba taciturno y algo compungido. La alegría de Isabel y ese intento de sacarme de la tristeza agolparon mi espíritu de un modo intenso. Nos veíamos sólo en las clases de computación y congeniamos. Nos ayudábamos en las pruebas y ella me explicaba lo que yo no entendía. Todos los asistentes al curso pensaban que éramos pareja, y nos decían que hacíamos química de modo suculento. Yo no me daba cuenta del interés de Isabel, pero pronto sus palabras y su trato le dieron a calidez a mi corazón golpeado por el miedo y la tristeza. Ella se volvió una buena amiga.

Al culminar los cursos en verano no volví a ver a Isabel hasta un día en que en una de las entradas a San Marcos la vi con una amiga. Ella sonrió de oreja a oreja, y yo me acerqué para saludarla y trabar conversación. Me pidió que las acompañara a la facultad por unos cursos de letras. Durante el recorrido compartimos temas insulsos y aburridos, pero en todos ellos Isabel sonreía como si yo le contara algo gracioso. No me daba cuenta de su interés por mi persona, y a veces volteaba a ver a su amiga, que con su cara de molesta observaba el patético cuadro. Cuando ya era hora de separarme, pues yo vine a la universidad para matricularme en mi segundo año de sociología al despedirme ella me cogió del brazo, y me propuso volver a vernos. Yo encantado pero algo sorprendido aún dije que si, y ella me dio un besote en la mejilla, luego de lo cual compartimos teléfonos.

Hice las gestiones por las que vine a la universidad y me eche en el bosque de la universidad. Pensaba en Angie, y aún con las heridas abiertas me obsesionaba por saber porque razón me había terminado. El cuadro fantasmal del bosque con abedules enormes, y la facultad de economía con una pintura que se descascaraba a pedazos pervirtieron aún más mi desesperado pecho. No estuve más que una sola hora tirado en el pasto luego de lo cual me retire de la universidad, tome una custer en la entrada y me dirigí al centro a comer con mi papa. El con su comicidad me alegraría el día.

Pasaron algunos días luego de encontrarme con Isabel. No deseaba llamarla. Tenía memorizado el número de Angie y quería llamarla a ella, pero un amigo me aconsejo que no babeara por una mujer que no me quería. Hice caso a mi conciencia y luego de meditarlo mucho llame a Isabel para vernos en el parque cívico de la universidad. Luego de llamarla quise rectificarme, poner una justificación, pero Isabel era tan dulce que mantuve el compromiso en pie. Tome la custer que me llevaba a San Marcos y en el camino buscaba el modo de animarme y no ser un desagradecido con esa linda chica que Diosito me puso en el camino. Pero era por las puras, en mi mente sólo estaba mi ex, su cabello, sus ojos, sus labios. Tenía miedo de hacer alguna torpeza con Isabel y perderla, después de todo iba diciéndome un clavo saca otro clavo. Entonces venían a mi mente los momentos agradables y cómicos que había pasado con Isabel en el centro de computación y otros amigos y me dije que me debía dar otra oportunidad.

Llegue más temprano de los habitual al parque cívico, aquel lugar donde en noches tórridas me besaba con Angie y jugábamos a ser amantes. Tal vez no era el lugar ideal para verme con una nueva persona, sin embargo creí que por ser verano era más fresco; después de todo nos iríamos a otro lado a charlar y matar el tiempo.  Ella demoró, como demoran las chicas y ya desde lejos su sonrisa dulce iluminó el paisaje. Isabel era cándida y romántica. Yo nunca coqueteé ni me insinué con ella, pero le interese desde el primer momento en que hablamos. No se que vio en mi, no se que percibió en mi ser, y ella estaba ahí de manera incondicional. Vaya sorpresa llevaba entre manos un taper; luego de saludarnos y darle un fuerte abrazo me invito el contenido. Era un postre que ella había preparado para mí. Lo comí con avidez, estaba delicioso y empalagoso y cada vez que daba una mordida o saboreaba podía notar en la mirada de Isabel una sensación de satisfacción personal. Terminé y ella me paso una servilleta para limpiarme los labios, y sorpresa ella me limpio los labios con sus propias manos. Su acción me sobrecogió pero a la vez me produjo una sensación de profundo beneplácito.

Conversamos como cinco horas luego de ese cálido momento y pude darme cuenta que Isabel era la única hija de un matrimonio provinciano, que trabajaba en un restaurante como chef, y que era el único sustento de su familia. Vivía con su familia algunos primos y tíos quienes la cuidaban, y me contó que la habían defendido de asaltantes y vecinas envidiosas. Estudiaba con su plata algunos temas de computación pues su meta era poner una empresa y ella misma llevar la contabilidad y la propaganda. Isabel era fuerte, enamoradiza pero a la vez muy comprometida con sus propias aspiraciones. Al parecer aun no sabía lo que era el desengaño. Su inocencia me gustaba, me atraía, pero a la vez me sacaba al hombre moral que hay en mí. No quería aprovecharme de ella, pero a la vez requería del calor de una mujer para olvidar el dolor que me consumía. Yo sabia que mi sangre estaba alborotada y que después de estar con ella me sentiría el perro más miserable, pero a la vez el deseo sabía me aplacaría toda la frustración y la cólera que llevaba por dentro. Ella hablaba y hablaba y yo le veía esos labios carnosos, esos ojos negros como la noche, y de reojo me ilusionaba con sus caderas. Me hervía la sangre y quería estallar entre sus contornos y perfume de su piel.

Ella parecía darse cuenta de mi energía desmesurada, y en ocasiones bromeaba con mis ojos inyectados de pasión. Como entrando en más confianza empezaba a jugar con sus manos y besaba sus brazos y rodillas en son de juego. Ella se sonrojaba y a veces me metía una cachetada suavecita en la cara como si fuera una caricia. En una de esas me pare y la cargue con mis brazos, y ella ahí si se molestó conmigo pero a la vez se demoró de separarme de mí. Un calor muy fresco se apoderó de nosotros y nos miramos con curiosidad. Ella era delgada y morocha, y su cuerpo me atraía demasiado. Su dulzura era la de una mujer tímida y hasta introvertida, pero que tenía su carácter y su energía espiritual. Nos sentamos nuevamente y como era viernes la invité a las discotecas populares que hay en la Avenida Venezuela cerca a la universidad. Bailamos algunas salsitas y merengues y pude darme cuenta que Isabel bailaba muy bien y con salero. Yo me aprovechaba en las salsitas para apretarla contra mi cuerpo y ella se sonreía de oreja a oreja. Le hablaba al oído lo mucho que me gustaba y lo bueno que era habernos hallado en este desierto que es la vida. Ella no decía nada solo me besaba el cabello y los oídos. En una de esas nuestros labios se encontraron y el beso fue suavecito y chiquito, como con vergüenza. Me miró un momento para saber que significaba el beso para mí, sonreí y la abracé contra mi pecho. Ella respiro aliviada y de algún modo me susurro al oído: “en que situación estamos” y yo respondí “Ahora juntos mi Isabel bella, me has salvado”.

Esa noche cuando regresé a mi casa tarde, un furor suculento me abrumaba. No sabía lo que había hecho, pero a la vez me sentía liberado y con ganas de volver a vivir. Los días siguientes encontré trabajo en un almacén como cargador. En ese tiempo no había celular así que cada vez que podía escaparme la llamaba a su casa para escuchar su voz. Yo trabajaba duro y parejo en el callao cargando y aprovechando el esfuerzo para hacer ejercicios. No se como de la nada aparece en la Puerta del gran almacén Isabel con mi almuerzo., me impresiono y me dejo estupefacto. Me acerqué a ella y la  cargue y dimos algunas vueltas. Le advertí que no podía estar en ese lugar, pues estaba en horario de trabajo, ella sólo me dejo el almuerzo y se fue, pues ella también tenía muchas cosas que hacer. Un beso sello nuestro encuentro furtivo. Comí con avidez su sazón y mis compañeros me jodían y jodían: “primo no tendrá una cuñis para mi”; “buena cumpa esta buena tu germa”. Yo sólo contestaba: “el que puede, puede, y el que no aplauda”. Pasaron algunas semanas en una rutina ardiente con Isabel. Terminaba mi trabajo muy de noche y lo único que hacíamos era encerrarnos  en un hotel a hacer el amor con furia. Ella era una mujer insaciable y salvaje. Su cuerpo era la parte que me faltaba, me quemaba y a la vez refrescaba mi corazón lleno de júbilo. Al terminar quedábamos abrazaditos, pero no me sentía con cariño hacía ella, solo me sentía como un ganador. Sus palabras me atravesaban el alma, pero amanecía con una mujer a la que sólo deseaba y no amaba.

El verano llegaba  a su fin y yo debía regresar a la estudiar a la universidad. No quería a Isabel. A pesar de sus atenciones y que se desvivía por mi, se me había convertido en un  carga moral. Me arrepentí de haber iniciado una relación con ella; así que la cite para un 12 de Marzo del año 99 en el parque cívico de la universidad. Yo llegue todo desganado y como siempre la Universidad era un barullo de muchedumbres y sonidos que aturdían. Los edificios grises y la animadversión que sentía ennegrecieron mi atolondrado corazón. Al llegar Isabel sentí una sensación de culpa que me destruyo el espíritu. Ella pareció darse cuenta de mi estado de ánimo y lo único que atinó es besarme con desesperación.

-        -    Isabel esto debe terminar, nos estamos haciendo daño.
-        -  No. No lo acepto bésame- Ella me abrazo con desesperación y por uno minutos me entregué a una pasión desbordante. De pronto vislumbre una sombra que paso junto a nosotros. Era ella.

Me deshice de Isabel y vi a alguien conocido entre los arbustos. Quien era? Isabel me besaba y no dejaba de penetrarme con sus caricias. Luego como una sombra evanescente algo paso ante nosotros; era ella de nuevo. No lo dudé dos veces fui tras el espectro, saber quién era. Salí de la universidad en busca de ese fantasma. No había nadie en el paradero. Me quedé unos minutos ahí pensando que hacer. Debía volver? No lo  sé? Volví y en la banca ya no estaba Isabel. Entendió el mensaje y yo acongojado no sabía como liberarme del espectro. Era ella. Y yo era otro fantasma. Ese año ingresé a los poemas y los ensayos para poder olvidar. Nunca más iniciaría algo si sólo era pasión. Isabel era una buena mujer para mi y yo no lo entendí así. (Siempre fui asi, por eso decidí la mascara y la del tonto con cara de ángel)











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