Dos sombras. Los años perdidos
Hace casi veinte años ingresé
a San Marcos. En el primer examen del año 97 me quedé por
tres puntos, y el año 98 ingresé regalando puntaje. No era un buen estudiante
pero mi gusto por las matemáticas me había abierto paso hacia el ingreso.
Recuerdo que me decidí por sociología en mi segundo intento, porque los
docentes de la academia ADUNI influyeron en mi decisión. Tanto escuchar de
justicia y libertad me precipitaron a amar a una carrera que hasta hoy en día
me fascina totalmente. El día que fui a comprobar si había entrado me acerque
al listado de ingresantes y al verificar
mi nombre y lo único que hice fue correr lleno de alegría a comunicarlo a mi
familia. Desde ese día me puse a leer libros sobre marxismo que mi tío había
confiscado de sus incursiones a bases terroristas en los 80s.
Al final de mi primer año en la
facultad de sociales conocí a Isabel. Ella no estudiaba en la universidad, pero
había seguido junto conmigo cursos de computación en la susodicha facultad.
Ella era una morocha guapa y dulce con la que trabe amistad inmediatamente. Yo
recién había salido de una relación con Angie y estaba taciturno y algo
compungido. La alegría de Isabel y ese intento de sacarme de la tristeza
agolparon mi espíritu de un modo intenso. Nos veíamos sólo en las clases de
computación y congeniamos. Nos ayudábamos en las pruebas y ella me explicaba lo
que yo no entendía. Todos los asistentes al curso pensaban que éramos pareja, y
nos decían que hacíamos química de modo suculento. Yo no me daba cuenta del
interés de Isabel, pero pronto sus palabras y su trato le dieron a calidez a mi
corazón golpeado por el miedo y la tristeza. Ella se volvió una buena amiga.
Al culminar los cursos en verano
no volví a ver a Isabel hasta un día en que en una de las entradas a San Marcos
la vi con una amiga. Ella sonrió de oreja a oreja, y yo me acerqué para
saludarla y trabar conversación. Me pidió que las acompañara a la facultad por
unos cursos de letras. Durante el recorrido compartimos temas insulsos y
aburridos, pero en todos ellos Isabel sonreía como si yo le contara algo
gracioso. No me daba cuenta de su interés por mi persona, y a veces volteaba a
ver a su amiga, que con su cara de molesta observaba el patético cuadro. Cuando
ya era hora de separarme, pues yo vine a la universidad para matricularme en mi
segundo año de sociología al despedirme ella me cogió del brazo, y me propuso
volver a vernos. Yo encantado pero algo sorprendido aún dije que si, y ella me
dio un besote en la mejilla, luego de lo cual compartimos teléfonos.
Hice las gestiones por las que
vine a la universidad y me eche en el bosque de la universidad. Pensaba en
Angie, y aún con las heridas abiertas me obsesionaba por saber porque razón me
había terminado. El cuadro fantasmal del bosque con abedules enormes, y la
facultad de economía con una pintura que se descascaraba a pedazos pervirtieron
aún más mi desesperado pecho. No estuve más que una sola hora tirado en el
pasto luego de lo cual me retire de la universidad, tome una custer en la
entrada y me dirigí al centro a comer con mi papa. El con su comicidad me
alegraría el día.
Pasaron algunos días luego de
encontrarme con Isabel. No deseaba llamarla. Tenía memorizado el número de
Angie y quería llamarla a ella, pero un amigo me aconsejo que no babeara por
una mujer que no me quería. Hice caso a mi conciencia y luego de meditarlo
mucho llame a Isabel para vernos en el parque cívico de la universidad. Luego
de llamarla quise rectificarme, poner una justificación, pero Isabel era tan
dulce que mantuve el compromiso en pie. Tome la custer que me llevaba a San
Marcos y en el camino buscaba el modo de animarme y no ser un desagradecido con
esa linda chica que Diosito me puso en el camino. Pero era por las puras, en mi
mente sólo estaba mi ex, su cabello, sus ojos, sus labios. Tenía miedo de hacer
alguna torpeza con Isabel y perderla, después de todo iba diciéndome un clavo
saca otro clavo. Entonces venían a mi mente los momentos agradables y cómicos
que había pasado con Isabel en el centro de computación y otros amigos y me
dije que me debía dar otra oportunidad.
Llegue más temprano de los
habitual al parque cívico, aquel lugar donde en noches tórridas me besaba con
Angie y jugábamos a ser amantes. Tal vez no era el lugar ideal para verme con
una nueva persona, sin embargo creí que por ser verano era más fresco; después
de todo nos iríamos a otro lado a charlar y matar el tiempo. Ella demoró, como demoran las chicas y ya
desde lejos su sonrisa dulce iluminó el paisaje. Isabel era cándida y
romántica. Yo nunca coqueteé ni me insinué con ella, pero le interese desde el
primer momento en que hablamos. No se que vio en mi, no se que percibió en mi
ser, y ella estaba ahí de manera incondicional. Vaya sorpresa llevaba entre
manos un taper; luego de saludarnos y darle un fuerte abrazo me invito el
contenido. Era un postre que ella había preparado para mí. Lo comí con avidez,
estaba delicioso y empalagoso y cada vez que daba una mordida o saboreaba podía
notar en la mirada de Isabel una sensación de satisfacción personal. Terminé y
ella me paso una servilleta para limpiarme los labios, y sorpresa ella me
limpio los labios con sus propias manos. Su acción me sobrecogió pero a la vez
me produjo una sensación de profundo beneplácito.
Conversamos como cinco horas
luego de ese cálido momento y pude darme cuenta que Isabel era la única hija de
un matrimonio provinciano, que trabajaba en un restaurante como chef, y que era
el único sustento de su familia. Vivía con su familia algunos primos y tíos
quienes la cuidaban, y me contó que la habían defendido de asaltantes y vecinas
envidiosas. Estudiaba con su plata algunos temas de computación pues su meta
era poner una empresa y ella misma llevar la contabilidad y la propaganda.
Isabel era fuerte, enamoradiza pero a la vez muy comprometida con sus propias
aspiraciones. Al parecer aun no sabía lo que era el desengaño. Su inocencia me
gustaba, me atraía, pero a la vez me sacaba al hombre moral que hay en mí. No
quería aprovecharme de ella, pero a la vez requería del calor de una mujer para
olvidar el dolor que me consumía. Yo sabia que mi sangre estaba alborotada y
que después de estar con ella me sentiría el perro más miserable, pero a la vez
el deseo sabía me aplacaría toda la frustración y la cólera que llevaba por
dentro. Ella hablaba y hablaba y yo le veía esos labios carnosos, esos ojos
negros como la noche, y de reojo me ilusionaba con sus caderas. Me hervía la
sangre y quería estallar entre sus contornos y perfume de su piel.
Ella parecía darse cuenta de mi
energía desmesurada, y en ocasiones bromeaba con mis ojos inyectados de pasión.
Como entrando en más confianza empezaba a jugar con sus manos y besaba sus
brazos y rodillas en son de juego. Ella se sonrojaba y a veces me metía una
cachetada suavecita en la cara como si fuera una caricia. En una de esas me
pare y la cargue con mis brazos, y ella ahí si se molestó conmigo pero a la vez
se demoró de separarme de mí. Un calor muy fresco se apoderó de nosotros y nos
miramos con curiosidad. Ella era delgada y morocha, y su cuerpo me atraía
demasiado. Su dulzura era la de una mujer tímida y hasta introvertida, pero que
tenía su carácter y su energía espiritual. Nos sentamos nuevamente y como era
viernes la invité a las discotecas populares que hay en la Avenida Venezuela
cerca a la universidad. Bailamos algunas salsitas y merengues y pude darme
cuenta que Isabel bailaba muy bien y con salero. Yo me aprovechaba en las
salsitas para apretarla contra mi cuerpo y ella se sonreía de oreja a oreja. Le
hablaba al oído lo mucho que me gustaba y lo bueno que era habernos hallado en
este desierto que es la vida. Ella no decía nada solo me besaba el cabello y
los oídos. En una de esas nuestros labios se encontraron y el beso fue
suavecito y chiquito, como con vergüenza. Me miró un momento para saber que
significaba el beso para mí, sonreí y la abracé contra mi pecho. Ella respiro
aliviada y de algún modo me susurro al oído: “en que situación estamos” y yo
respondí “Ahora juntos mi Isabel bella, me has salvado”.
Esa noche cuando regresé a mi
casa tarde, un furor suculento me abrumaba. No sabía lo que había hecho, pero a
la vez me sentía liberado y con ganas de volver a vivir. Los días siguientes
encontré trabajo en un almacén como cargador. En ese tiempo no había celular
así que cada vez que podía escaparme la llamaba a su casa para escuchar su voz.
Yo trabajaba duro y parejo en el callao cargando y aprovechando el esfuerzo
para hacer ejercicios. No se como de la nada aparece en la Puerta del gran
almacén Isabel con mi almuerzo., me impresiono y me dejo estupefacto. Me
acerqué a ella y la cargue y dimos
algunas vueltas. Le advertí que no podía estar en ese lugar, pues estaba en
horario de trabajo, ella sólo me dejo el almuerzo y se fue, pues ella también
tenía muchas cosas que hacer. Un beso sello nuestro encuentro furtivo. Comí con
avidez su sazón y mis compañeros me jodían y jodían: “primo no tendrá una cuñis
para mi”; “buena cumpa esta buena tu germa”. Yo sólo contestaba: “el que puede,
puede, y el que no aplauda”. Pasaron algunas semanas en una rutina ardiente con
Isabel. Terminaba mi trabajo muy de noche y lo único que hacíamos era
encerrarnos en un hotel a hacer el amor
con furia. Ella era una mujer insaciable y salvaje. Su cuerpo era la parte que
me faltaba, me quemaba y a la vez refrescaba mi corazón lleno de júbilo. Al
terminar quedábamos abrazaditos, pero no me sentía con cariño hacía ella, solo
me sentía como un ganador. Sus palabras me atravesaban el alma, pero amanecía
con una mujer a la que sólo deseaba y no amaba.
El verano llegaba a su fin y yo debía regresar a la estudiar a
la universidad. No quería a Isabel. A pesar de sus atenciones y que se desvivía
por mi, se me había convertido en un
carga moral. Me arrepentí de haber iniciado una relación con ella; así
que la cite para un 12 de Marzo del año 99 en el parque cívico de la
universidad. Yo llegue todo desganado y como siempre la Universidad era un
barullo de muchedumbres y sonidos que aturdían. Los edificios grises y la
animadversión que sentía ennegrecieron mi atolondrado corazón. Al llegar Isabel
sentí una sensación de culpa que me destruyo el espíritu. Ella pareció darse
cuenta de mi estado de ánimo y lo único que atinó es besarme con desesperación.
- - Isabel esto debe terminar, nos estamos haciendo
daño.
- - No. No lo acepto bésame- Ella me abrazo con
desesperación y por uno minutos me entregué a una pasión desbordante. De pronto
vislumbre una sombra que paso junto a nosotros. Era ella.
Me deshice de Isabel y vi a
alguien conocido entre los arbustos. Quien era? Isabel me besaba y no dejaba de
penetrarme con sus caricias. Luego como una sombra evanescente algo paso ante
nosotros; era ella de nuevo. No lo dudé dos veces fui tras el espectro, saber
quién era. Salí de la universidad en busca de ese fantasma. No había nadie en
el paradero. Me quedé unos minutos ahí pensando que hacer. Debía volver? No lo sé? Volví y en la banca ya no estaba Isabel. Entendió
el mensaje y yo acongojado no sabía como liberarme del espectro. Era ella. Y yo
era otro fantasma. Ese año ingresé a los poemas y los ensayos para poder olvidar.
Nunca más iniciaría algo si sólo era pasión. Isabel era una buena mujer para mi
y yo no lo entendí así. (Siempre fui asi, por eso decidí la mascara y la del tonto con cara de ángel)
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