jueves, 16 de febrero de 2017

Recuerdos de peloteros.





Hace años que no visitaba Barrios Altos. En cuanto baje del microbús en las alturas del Colegio Alipio Ponce  en la avenida de los Incas, los recuerdos de mi infancia asaltaron mi mente. Unos flash de mi niñez y adolescencia estaban impregnados en cada pared, y en cada acera de esas calles. Avance unos metros y me precipité `por aquellas calles angostas y húmedas, donde los baches y los buzones destapados son la regla general. Unos choros me reconocieron y no me hicieron nada, una viejecita me quedó mirando largo rato seguramente tratando de fijar sus recuerdos. A esa hora no había peligros pues aunque me había ido del barrio hace años al parecer cada vecino me reconocía a lo lejos. Me adentré en la búsqueda de la casa de mis amigos los Donayre. Con ellos tuve incontables días de fulbito en los pistazos cuando ganábamos las apuestas y nos tomábamos una chicha morada en la tia Vicky.

Llegue a la casa de David y Cristian a la sazón amigos entrañables de mi niñez y adolescencia. Toque el timbre y al parecer no había nadie en casa. Pronto al segundo toqueteo salió al encuentro el hermano menor, y me dijo que ellos estaban en la plaza, y que si deseara los esperara. Me disculpe y le dijo que no era necesario que yo les daría el encuentro. Saliendo de la plaza ambos sin polo y con las bolsas del mercado sonrieron al verme. “hola causa dije casi no los hallo”. Ellos me abrazaron y con su sudor humedecieron mi polo de la selección española. Pero no importaba el abrazo fue como ver a unos hermanos. Nos fuimos a su casa y de inmediato unas cervecitas por aquí y por allá y cuentos de anécdotas de cuando éramos niños y mataperreábamos en las esquinas.

Cristian tenía ya una pequeña hija, y David estaba estudiando Derecho en una universidad particular. Ver chocho a Cristian con su hija, cargándola y jugando con ella me alegró mucho y brinde en su honor. David y Cristian habían perdido a su madre años antes por cáncer, e iban a visitarla con frecuencia al cementerio el Ángel. Justo ese día como para recorrer el barrio con seguridad fuimos hacia el cementerio, y compramos un vino de higos artesanales que vendían en el camino. Recorrer e ir bebiendo por las calles y plazas de mi antiguo Barrios Altos me sobrecogieron y me emocionaron mucho. En esas calles yo aprendí lo que es la amistad, el compañerismo con los vecinos, la lealtad, el honor, los modales y muchas otras criolladas que me han servido de mucho en mi carrera sociológica. Se podría decir que esa empatía que muchos investigadores desarrollan yo la aprendí prematuramente en la calle, y la experiencia.

La visita al cementerio fue corta.  Sentí la tristeza de ambos frente al nicho de su madre y preferí no preguntar los detalles de su partida. Era suficiente para mí recordarla como una mujer que se ocupaba de sus hijos y que en los peores momentos económicos de la familia ponía negocio tras negocio en la calle para superar la falta de dinero en el hogar.  Su padre era un marinero mercante que había conocido gran parte del mundo, y que en ese día que yo los había visitado me recibió con mucho cariño, y bebiendo conmigo, me animaba a cantar uno de los boleros de Daniel Santos de la Sonora Matancera. Era un salsero a todo dar y como para sazonar la tarde me enseñaba unos pasos de salsa brava y unos giros de merengue. El ya con sus años adentro había logrado hacer florecer una agencia de marineros mercantes que daba servicios de empleo en el puerto del Callao. Antes había pasado serios impases económicos, y ahora que ya eran jóvenes todos sus hijos los ayudaba a ser  profesionales con las ganancias de su empresa. Ellos eran muy creyentes del cristianismo e iban a su iglesia evangélica todos los Domingos para estar en paz con el creador y vivir según sus enseñanzas. Ahora planeaban mudarse a San Miguel y mejorar pues me contaban el barrio se había vuelto muy peligroso. Ellos ya estaban arribando y haciendo crecer más a la familia, pues Cristian ya tenía una hija y David esperaba una niña de su pareja. No querían que sus hijos se formaran en un lugar lleno de violencia y de pelafustanes. Era una suerte haberlos hallado. Ya eran sus últimos días en Barrios Altos.

Esa tarde salimos a la calle, en la puerta de su casa, y mucha gente, chocheras de niñez, nos saludaban y conversaban con nosotros. Me conversaban de lo que había pasado con el barrio luego de que yo me fuera a los 16 años. En esos años de ausencia los lazos de amistad se habían fortalecido y habían vivido aventuras divertidísimas en polladas y en juegos de pelotas en diversos barrios de la capital. Me enteré que se habían peleado con el barrio de Manuel Pardo por una chica llamada Lucía y que vino la policía para separar a los barrios, pues todo se escapaba de control y hasta cohete se iba usar. Me contaron que Glafi, la mas poderosa del barrio, se había vuelto la del cuento y que ya tenía varios hijos. Me contaron que los robos habían aumentado en estas calles y que ya el faite no respetaba a las familias. Me contaron que habían entrado a un gimnasio y que todos anchos tenían mejores enamoradas y aventuras en otros lugares de la ciudad. En fin mis amigos habían mataperreado de lo lindo en mi ausencia mientras que yo quemaba pestañas y estudiaba sociología en San Marcos.

Cuando ya estábamos medios sazonados me invitaron a una fiesta ese fin de semana. Y cuando la cosa ya arrastraba emociones empezamos a recodar las aventuras de nuestra niñez, y sobre todo los pistazos con otros barrios y las apuestas que ganamos jugando a la pelota. Me hicieron recodar ese dos a uno al equipo de chup y compañía, muchachos unos años más grandes que nosotros, y ese once a once en año nuevo con el equipo de Huamalies, donde cristian con varias asistencias mías hizo 9 goles seguiditos. O ese cinco a uno a un equipo de Centro escolar en su propio barrio a pesar de los cabes y golpes que sufrimos. Recuerdo que en ese día no nos quisieron pagar la apuesta, ni una gaseosa nos dieron. O tal vez el partido más difícil que tuvimos que afrontar en Piñonate en San Martín de Porras cuando goleamos al equipo local y unos maleados entraron con verduguillo en mano a atacarnos y nosotros embalamos hacia a la avenida y con las justas salvamos la vida. Todos esos partidos me trajeron a la memoria los hurras del señor Cecilio, un viejecito que salía a la puerta de su casa a vernos jugar, y que en las noches nos contaban historias de la Lima antigua. O tal vez los chistes de Pelon que a todos nos sacaba de onda, pues el muy malcriado sacaba unas chapas de padre y señor mío. Me acuerdo que a mi mellamaba Mostroni y a los hermanos Donayre los since… De inmediato mi memoria se perdió en aquel domingo del año 90 cuando jugamos contra el equipo de Chup y Chapu.

Me acuerdo que yo paraba jugando con equipos a media caña, y que nos retaron por cien lucas a que no nos ganaban teniendo una defensa de puros chibolos y como únicos delanteros a Toto y Cristian. MI hermano Fer era chibolo de 11 años, pero nadie lo pasaba, tenía una marca tipo Carranza. Por su edad aún no explotaba todo su talento futbolístico y lo dejábamos como defensa junto a Carlos, David y como arquero a kanashiro hermano de Carlos. Esa tarde a pesar de haber jugado unas tres horas seguidas en un pistazo de casi dos cuadras enteras pudimos contener los embates del equipo de Chup, y contragolpear con pases largos y arremetidas en la defensa del equipo contrario. Casi todo el tiempo nos  atacaban o tenían la pelota en campo contrario, lo que nos quedaba marcar muy bien y esperar a que la pelota cayera en los pies de este servidor o de cristian, pues el morenaje era muy rápido y bastante técnico. Recuerdo que su juego era comparable al Tino Asprilla, por sus piernas largas y los tremendos trancazos que se mandaba a la hora de llevar el balón. Yo jugaba como un volante de ataque; cada vez que el balón llegaba a mis pies tenía la habilidad de romper cinturas y dar habilitaciones a profundidad. Esa tarde le hice guachitas y autopases a Chapu a Chup o tal vez no me acuerdo a Juanito. A pesar de sólo dominar la derecha había desarrollado los efectos en el pie y cada pase que daba era milimétrico y hasta con estética. Varias veces ponían la mano para que el balón no llegara a los pies de Toto o de Cristian que definían a lo Romario, con mucha clase.

El primer gol fue un contragolpe. Chup perdió la pelota en ataque cayó en mis pies me saque dos rivales y con una asistencia veloz Toto definió de empeine y cruzado. El arquero no pudo hacer mucho. El empate lo hizo Chup se llevó a mi hermano y a Carlos y con el arquero ya casi vencido se la cedió a Juanito que sólo la añadió. Luego de varios ataques y defensa al parecer el choque iba a quedar empate. Ya los muchachos del equipo contrario se metían con  todo y barriendo a Toto, a David y a Cristian; querían ganarnos como sea. No se como Fer gana un balón en defensa, cede a Toto,  me la da larga la recibo pateo el arquero la desvía con mucho esfuerzo cae en la posición de Cristian se lleva al arquero y goooool. Era el de la victoria. Ya jadeando y cansado el equipo de Chapu y Chup tuvo que aceptar su derrota. Esa tarde nos tomamos unas gaseositas y charlamos de las anécdotas del partido. Recuerdo que justo un veedor de talentos lo llamo a Cristian a un lado y lo invitó a las canteras de Universitario de Deportes. Cristian en esa época tenía 14 años.

Luego me hicieron recordar el juego de año nuevo en contra del equipo de Quique y compañía. Unos siete muchachos que jugaban en el jirón de Huamalíes y que tenían fértiles atacantes y volantes. Ese encuentro quedó empatado once a once y fue un partidazo. Ya para esa época del año 92 ya éramos más grandes y curtidos en los pistazos y la cosa era con apuesta. Quique, Malpartida, y Pelón jugaban muy bien. En media hora de juego nos metieron un tres a cero. Nada podíamos hacer. El calor era exorbitante y las patadas que recibíamos Cristian, chaposa y yo nos entumecieron un poco. Estábamos fríos, pero pronto empezó la remontada. Con tres goles de Cristian y otro de mío con el empeine externo, volteamos el partido. Pero Quique ahí mismo se deshizo de nuestra defensa y puso el seis a cuatro. Pudieron alargar la ventaja pero Libio que era un muro evitaba las arremetidas de Quique y Martinica. En una de esas me la ceden me llevo a dos usando la pared y pusimos rápidamente el seis a seis. El equipo contrario rápidamente con incursiones a toque y velocidad puso el nueve a seis. Ya para ese momento Cristian y David estaban cansados por el calor. Hasta que un pase mío y otras llevadas de Cristian y Chaposa pusieron el diez a nueve. El partido finalmente quedo once a once. Todos estábamos exhaustos y hartos de tanto correr. Nadie gano la apuesta y cada quien se fue a su barrio. Recuerdo que en esa época Cristian le decía a Libio, cuerpo por las puras, pues hacía pesas. Y todos  nos reíamos pues el partido fue toda una historia.

Mi memoria se interfirió cuando David me dijo vamos a almorzar. En la mesa estaban los cuatro hermanos y su padre. De fondo se escuchaba “te regalo el corazón” del Gran Combo. Y comimos un sabroso arroz con pollo con su cremita y su zarza de compañía. Recuerdo que dieron las gracias a Dios y pronto cada quien se embutió el almuerzo pues estaba delicioso. Salimos un momento a la calle de nuevo. Ya era de noche y debía partir a Surco. Unos abrazos y unas ligeras lágrimas fueron suficientes para que nos despidiéramos con la promesa que vendría la fiesta de la Novel a la que me habían invitado. Justo era época de la celebración de Virgen del Carmen y se hacía una tómbola en la parroquia de Santiago Apóstol y se celebraban ferias en la plaza de Santo Cristo; siempre recordaba con mucho cariño esas fiestas, pues la virgen  salí en procesión y se encontraba con el madero de Cristo en mi colegio de La Mercedes. Todo eran fiestas de familia y juegos de circo, reventaban cohetes y había un castillo que prendían a la medianoche. No como ahora que el parque se había convertido en un antro de fumones y de gente de mal vivir.

Mi visita fue la última que hice a Barrios Altos. En el microbús iba recordando las calles y los humores de mi barrio de toda la vida. Ahí pase lo mejor de mi infancia. Sin embargo, había un sentimiento medio extraño en mi alma. Ya no era de ahí. Mi madre había construido una casota en Surco y me había dado la oportunidad de lograr otra educación. Me había transformado sin que lo supiera. Pensé que lo mejor era no regresar, que todo eso  era ya una etapa pasada de mi vida. Mi alma estaba en Barrios Altos y en otros lugares; un mundo sin raíces se apoderó de mis sentimientos. Sentí  y siento un desarraigo, como que  no soy parte de ningún lado y que busco el origen de mi vida en muchos lugares y en ninguno. La travesía sirvió para refrescarme la mente y reírme un poco, pero mi búsqueda de una nación en mis pensamientos hace que me sienta como el huérfano que busca una patria en un país de apátridas. Sólo con la construcción de algo mítico para mi nación acabaré con ese extrañamiento de mí ser.





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