Recuerdos de
peloteros.
Hace años que no visitaba Barrios Altos. En cuanto baje del microbús en las alturas del Colegio Alipio Ponce en la avenida de los Incas, los recuerdos de mi infancia asaltaron mi mente. Unos flash de mi niñez y adolescencia estaban impregnados en cada pared, y en cada acera de esas calles. Avance unos metros y me precipité `por aquellas calles angostas y húmedas, donde los baches y los buzones destapados son la regla general. Unos choros me reconocieron y no me hicieron nada, una viejecita me quedó mirando largo rato seguramente tratando de fijar sus recuerdos. A esa hora no había peligros pues aunque me había ido del barrio hace años al parecer cada vecino me reconocía a lo lejos. Me adentré en la búsqueda de la casa de mis amigos los Donayre. Con ellos tuve incontables días de fulbito en los pistazos cuando ganábamos las apuestas y nos tomábamos una chicha morada en la tia Vicky.
Llegue a la casa de David y Cristian
a la sazón amigos entrañables de mi niñez y adolescencia. Toque el timbre y al
parecer no había nadie en casa. Pronto al segundo toqueteo salió al encuentro
el hermano menor, y me dijo que ellos estaban en la plaza, y que si deseara los
esperara. Me disculpe y le dijo que no era necesario que yo les daría el
encuentro. Saliendo de la plaza ambos sin polo y con las bolsas del mercado
sonrieron al verme. “hola causa dije casi no los hallo”. Ellos me abrazaron y
con su sudor humedecieron mi polo de la selección española. Pero no importaba
el abrazo fue como ver a unos hermanos. Nos fuimos a su casa y de inmediato
unas cervecitas por aquí y por allá y cuentos de anécdotas de cuando éramos
niños y mataperreábamos en las esquinas.
Cristian tenía ya una pequeña
hija, y David estaba estudiando Derecho en una universidad particular. Ver
chocho a Cristian con su hija, cargándola y jugando con ella me alegró mucho y
brinde en su honor. David y Cristian habían perdido a su madre años antes por
cáncer, e iban a visitarla con frecuencia al cementerio el Ángel. Justo ese día
como para recorrer el barrio con seguridad fuimos hacia el cementerio, y
compramos un vino de higos artesanales que vendían en el camino. Recorrer e ir
bebiendo por las calles y plazas de mi antiguo Barrios Altos me sobrecogieron y
me emocionaron mucho. En esas calles yo aprendí lo que es la amistad, el
compañerismo con los vecinos, la lealtad, el honor, los modales y muchas otras
criolladas que me han servido de mucho en mi carrera sociológica. Se podría
decir que esa empatía que muchos investigadores desarrollan yo la aprendí
prematuramente en la calle, y la experiencia.
La visita al cementerio fue
corta. Sentí la tristeza de ambos frente
al nicho de su madre y preferí no preguntar los detalles de su partida. Era
suficiente para mí recordarla como una mujer que se ocupaba de sus hijos y que
en los peores momentos económicos de la familia ponía negocio tras negocio en
la calle para superar la falta de dinero en el hogar. Su padre era un marinero mercante que había
conocido gran parte del mundo, y que en ese día que yo los había visitado me
recibió con mucho cariño, y bebiendo conmigo, me animaba a cantar uno de los boleros
de Daniel Santos de la Sonora Matancera. Era un salsero a todo dar y como para
sazonar la tarde me enseñaba unos pasos de salsa brava y unos giros de
merengue. El ya con sus años adentro había logrado hacer florecer una agencia
de marineros mercantes que daba servicios de empleo en el puerto del Callao.
Antes había pasado serios impases económicos, y ahora que ya eran jóvenes todos
sus hijos los ayudaba a ser
profesionales con las ganancias de su empresa. Ellos eran muy creyentes
del cristianismo e iban a su iglesia evangélica todos los Domingos para estar
en paz con el creador y vivir según sus enseñanzas. Ahora planeaban mudarse a
San Miguel y mejorar pues me contaban el barrio se había vuelto muy peligroso. Ellos
ya estaban arribando y haciendo crecer más a la familia, pues Cristian ya tenía
una hija y David esperaba una niña de su pareja. No querían que sus hijos se
formaran en un lugar lleno de violencia y de pelafustanes. Era una suerte
haberlos hallado. Ya eran sus últimos días en Barrios Altos.
Esa tarde salimos a la calle, en
la puerta de su casa, y mucha gente, chocheras de niñez, nos saludaban y
conversaban con nosotros. Me conversaban de lo que había pasado con el barrio
luego de que yo me fuera a los 16 años. En esos años de ausencia los lazos de
amistad se habían fortalecido y habían vivido aventuras divertidísimas en
polladas y en juegos de pelotas en diversos barrios de la capital. Me enteré
que se habían peleado con el barrio de Manuel Pardo por una chica llamada Lucía
y que vino la policía para separar a los barrios, pues todo se escapaba de
control y hasta cohete se iba usar. Me contaron que Glafi, la mas poderosa del
barrio, se había vuelto la del cuento y que ya tenía varios hijos. Me contaron
que los robos habían aumentado en estas calles y que ya el faite no respetaba a
las familias. Me contaron que habían entrado a un gimnasio y que todos anchos
tenían mejores enamoradas y aventuras en otros lugares de la ciudad. En fin mis
amigos habían mataperreado de lo lindo en mi ausencia mientras que yo quemaba
pestañas y estudiaba sociología en San Marcos.
Cuando ya estábamos medios
sazonados me invitaron a una fiesta ese fin de semana. Y cuando la cosa ya
arrastraba emociones empezamos a recodar las aventuras de nuestra niñez, y
sobre todo los pistazos con otros barrios y las apuestas que ganamos jugando a
la pelota. Me hicieron recodar ese dos a uno al equipo de chup y compañía,
muchachos unos años más grandes que nosotros, y ese once a once en año nuevo
con el equipo de Huamalies, donde cristian con varias asistencias mías hizo 9
goles seguiditos. O ese cinco a uno a un equipo de Centro escolar en su propio
barrio a pesar de los cabes y golpes que sufrimos. Recuerdo que en ese día no
nos quisieron pagar la apuesta, ni una gaseosa nos dieron. O tal vez el partido
más difícil que tuvimos que afrontar en Piñonate en San Martín de Porras cuando
goleamos al equipo local y unos maleados entraron con verduguillo en mano a
atacarnos y nosotros embalamos hacia a la avenida y con las justas salvamos la
vida. Todos esos partidos me trajeron a la memoria los hurras del señor
Cecilio, un viejecito que salía a la puerta de su casa a vernos jugar, y que en
las noches nos contaban historias de la Lima antigua. O tal vez los chistes de
Pelon que a todos nos sacaba de onda, pues el muy malcriado sacaba unas chapas
de padre y señor mío. Me acuerdo que a mi mellamaba Mostroni y a los hermanos
Donayre los since… De inmediato mi memoria se perdió en aquel domingo del año
90 cuando jugamos contra el equipo de Chup y Chapu.
Me acuerdo que yo paraba jugando
con equipos a media caña, y que nos retaron por cien lucas a que no nos ganaban
teniendo una defensa de puros chibolos y como únicos delanteros a Toto y
Cristian. MI hermano Fer era chibolo de 11 años, pero nadie lo pasaba, tenía
una marca tipo Carranza. Por su edad aún no explotaba todo su talento
futbolístico y lo dejábamos como defensa junto a Carlos, David y como arquero a
kanashiro hermano de Carlos. Esa tarde a pesar de haber jugado unas tres horas
seguidas en un pistazo de casi dos cuadras enteras pudimos contener los embates
del equipo de Chup, y contragolpear con pases largos y arremetidas en la
defensa del equipo contrario. Casi todo el tiempo nos atacaban o tenían la pelota en campo
contrario, lo que nos quedaba marcar muy bien y esperar a que la pelota cayera
en los pies de este servidor o de cristian, pues el morenaje era muy rápido y
bastante técnico. Recuerdo que su juego era comparable al Tino Asprilla, por
sus piernas largas y los tremendos trancazos que se mandaba a la hora de llevar
el balón. Yo jugaba como un volante de ataque; cada vez que el balón llegaba a
mis pies tenía la habilidad de romper cinturas y dar habilitaciones a
profundidad. Esa tarde le hice guachitas y autopases a Chapu a Chup o tal vez
no me acuerdo a Juanito. A pesar de sólo dominar la derecha había desarrollado
los efectos en el pie y cada pase que daba era milimétrico y hasta con
estética. Varias veces ponían la mano para que el balón no llegara a los pies
de Toto o de Cristian que definían a lo Romario, con mucha clase.
El primer gol fue un contragolpe.
Chup perdió la pelota en ataque cayó en mis pies me saque dos rivales y con una
asistencia veloz Toto definió de empeine y cruzado. El arquero no pudo hacer
mucho. El empate lo hizo Chup se llevó a mi hermano y a Carlos y con el arquero
ya casi vencido se la cedió a Juanito que sólo la añadió. Luego de varios
ataques y defensa al parecer el choque iba a quedar empate. Ya los muchachos
del equipo contrario se metían con todo
y barriendo a Toto, a David y a Cristian; querían ganarnos como sea. No se como
Fer gana un balón en defensa, cede a Toto, me la da larga la recibo pateo el arquero la
desvía con mucho esfuerzo cae en la posición de Cristian se lleva al arquero y
goooool. Era el de la victoria. Ya jadeando y cansado el equipo de Chapu y Chup
tuvo que aceptar su derrota. Esa tarde nos tomamos unas gaseositas y charlamos
de las anécdotas del partido. Recuerdo que justo un veedor de talentos lo llamo
a Cristian a un lado y lo invitó a las canteras de Universitario de Deportes.
Cristian en esa época tenía 14 años.
Luego me hicieron recordar el
juego de año nuevo en contra del equipo de Quique y compañía. Unos siete muchachos
que jugaban en el jirón de Huamalíes y que tenían fértiles atacantes y
volantes. Ese encuentro quedó empatado once a once y fue un partidazo. Ya para
esa época del año 92 ya éramos más grandes y curtidos en los pistazos y la cosa
era con apuesta. Quique, Malpartida, y Pelón jugaban muy bien. En media hora de
juego nos metieron un tres a cero. Nada podíamos hacer. El calor era exorbitante
y las patadas que recibíamos Cristian, chaposa y yo nos entumecieron un poco.
Estábamos fríos, pero pronto empezó la remontada. Con tres goles de Cristian y
otro de mío con el empeine externo, volteamos el partido. Pero Quique ahí mismo
se deshizo de nuestra defensa y puso el seis a cuatro. Pudieron alargar la ventaja
pero Libio que era un muro evitaba las arremetidas de Quique y Martinica. En
una de esas me la ceden me llevo a dos usando la pared y pusimos rápidamente el
seis a seis. El equipo contrario rápidamente con incursiones a toque y
velocidad puso el nueve a seis. Ya para ese momento Cristian y David estaban
cansados por el calor. Hasta que un pase mío y otras llevadas de Cristian y
Chaposa pusieron el diez a nueve. El partido finalmente quedo once a once.
Todos estábamos exhaustos y hartos de tanto correr. Nadie gano la apuesta y
cada quien se fue a su barrio. Recuerdo que en esa época Cristian le decía a
Libio, cuerpo por las puras, pues hacía pesas. Y todos nos reíamos pues el partido fue toda una
historia.
Mi memoria se interfirió cuando
David me dijo vamos a almorzar. En la mesa estaban los cuatro hermanos y su
padre. De fondo se escuchaba “te regalo el corazón” del Gran Combo. Y comimos
un sabroso arroz con pollo con su cremita y su zarza de compañía. Recuerdo que
dieron las gracias a Dios y pronto cada quien se embutió el almuerzo pues
estaba delicioso. Salimos un momento a la calle de nuevo. Ya era de noche y
debía partir a Surco. Unos abrazos y unas ligeras lágrimas fueron suficientes
para que nos despidiéramos con la promesa que vendría la fiesta de la Novel a
la que me habían invitado. Justo era época de la celebración de Virgen del
Carmen y se hacía una tómbola en la parroquia de Santiago Apóstol y se
celebraban ferias en la plaza de Santo Cristo; siempre recordaba con mucho
cariño esas fiestas, pues la virgen salí
en procesión y se encontraba con el madero de Cristo en mi colegio de La
Mercedes. Todo eran fiestas de familia y juegos de circo, reventaban cohetes y
había un castillo que prendían a la medianoche. No como ahora que el parque se había
convertido en un antro de fumones y de gente de mal vivir.
Mi visita fue la última que hice
a Barrios Altos. En el microbús iba recordando las calles y los humores de mi
barrio de toda la vida. Ahí pase lo mejor de mi infancia. Sin embargo, había un
sentimiento medio extraño en mi alma. Ya no era de ahí. Mi madre había
construido una casota en Surco y me había dado la oportunidad de lograr otra
educación. Me había transformado sin que lo supiera. Pensé que lo mejor era no
regresar, que todo eso era ya una etapa
pasada de mi vida. Mi alma estaba en Barrios Altos y en otros lugares; un mundo
sin raíces se apoderó de mis sentimientos. Sentí y siento un desarraigo, como que no soy parte de ningún lado y que busco el
origen de mi vida en muchos lugares y en ninguno. La travesía sirvió para
refrescarme la mente y reírme un poco, pero mi búsqueda de una nación en mis pensamientos
hace que me sienta como el huérfano que busca una patria en un país de
apátridas. Sólo con la construcción de algo mítico para mi nación acabaré con
ese extrañamiento de mí ser.
Comentarios
Publicar un comentario