domingo, 14 de mayo de 2023

Los límites del consumo y el agotamiento de la cultura.

 



 

 


 

Resumen:

 

Hoy más que nunca que el descarrilamiento de la cultura del consumo y del deconstruccionismo simbólico desestructuran y colocan en la incertidumbre a las culturas subalternas, se hace necesario una crítica de este modelo de liberalismo cultural asentado en una economía desbocada, como el único antídoto para que la sociedad democrática obtenga un control participativo y fijado de contextos de significados y sistemas de creencias que entumecen la acción política y convierten el derrotero de las identidades en una pluma desarraigada en manos de las manipulaciones de la anarquía global del capitalismo.

 

Abstract:

 

Today more than ever that the derailment of consumer culture and the symbolic deconstruction unstructured and placed in subordinate cultures uncertainty, it is necessary a review of this model of cultural liberalism anchored in a runaway economy, as the only antidote to get a democratic society and participatory control set of contexts of meaning and belief systems numbing political action and make the route to the uprooted identities in a pen in the hands of the operations of global anarchy of capitalism.

 

Palabras claves: Consumo, ideología, deconstrucción, modernidad, estudios culturales, subalternidad

 

 

¿Cultura o ideología?

 

Más allá de que este bache en el capitalismo sólo sea un ligero traspié o resfrío ilusorio del patrón de desarrollo occidental, la verdad es que el aparente desprendimiento de identidades híbridas que han sido estimuladas por la explosión infinita de la mass media evidencia el desvío histórico del sistema productivo de consumo para perseguir y devorar los sistemas de significación y de creencias que se han agotado, en un momento donde la vida excluida presiona por ser incluida en el modelo de desarrollo. Si bien la huida de la referencia social de la reificación industrial ha sido perseguida hacia los confines de la intersubjetividad por una proliferación de bienes culturales que consiguió deshacer la protesta histórica, lo cierto es que la fragmentación y caos cultural que ha provocado han culminado por derribar un patrón de crecimiento soberano que ofrecía garantías de control histórico y autonomía a las identidades subalternas del mundo. El agotamiento de lo que se conoció como Estado de  Bienestar o populista ha desencadenado el desdibujamiento de la narrativa del progreso histórico, ingresando la construcción de la personalidad en un escenario donde la estructura social se hace añicos y todos los referentes culturales que antes daban cobijo a la vida socializada son desmanteladas en centenares de ruinas, dejando un cuerpo social desbaratado y al acecho de singularidades agigantadas[1].

 

El desarrollismo keynesiano económico como sostén material de una sociedad que salía salvada del holocausto bélico fue la respuesta institucional que ofreció la sociedad ante los ultrajes económicos de la desregulación financiera que provocaron las guerras mundiales. El mundo capitalista ante la presión del socialismo realmente existente, ante los movimientos de liberación nacional del tercer mundo, y ante las propias contradicciones internas de sus sociedades específicas, tuvo  que cerrar un pacto de reconciliación con los actores democráticos inaugurando un estado de crecimiento que vinculaba el capitalismo, los actores mercantiles con las organizaciones de la sociedad civil de tal modo que el Estado se comprometió a garantizar e incentivar la producción empresarial siempre y cuando la rentabilidad se hiciera en correspondencia y en beneficio de los actores civiles[2]. El Estado nivelaba las desigualdades en la medida que remercantilizaba a los agentes económicos que quedaban rezagados en la tendencia a la monopolización, al capacitarlos y al hacerlos ingresar en relaciones de oferta y demanda[3]. El acuerdo democrático hasta cierto punto resulta en la medida que bloqueaba las contradicciones sociales que las sociedades avanzadas experimentaban, disciplinando las fuerzas sociales y asegurando la gobernabilidad del Estado en relación a la planificación económica que acallaba la multiplicación de las demandas sociales.

 

Es en este escenario de modernización hasta cierto punto autoritaria  del sistema cultural, incentivado por los medios de comunicación que va  ir paulatinamente liberándose de la lógica disciplinaria un proceso de personalización que permitió  modelar psicología proclives a consumir los bienes materiales y simbólicos, de una sociedad sumida en la segmentación simbólica, y es lo que va a crear una ontología cultural que huye de los edificios estandarizados de la lógica sistémica, porque percibe en la racionalización de la vida social relaciones de dominación que persiguen rutinizar la vida y sumirla en la vida conformista[4]. Hasta cierto punto esta cultura consumista liberada de su referencia material provocó poco después el agotamiento y acoso del estado desarrollista, ya que la culturización postmoderna que producirá irá atrofiando lentamente el predominio de la industrialización como modelo de desarrollo social[5].

 

A la larga este giro cultural y de apropiación estratégica de la vida cultural ocasionó el despliegue y desarrollo de una razón tecnológica y científica que asentará la producción y los intereses de capital en la dominación estratégica de los sistemas de creencia y hábitus individual. Es decir, la huida de la vida de la razón histórica, el descontento cultural de un proceso de revolución que solo botaba dominación y estandarización, decidirá que la intersubjetividad se replegará hacia un existencialismo vanidoso, pero solitario, que abandonará el exterior por una agitación espasmódica de una mente que se refugiará en el consumo y en estilo de vida ideológico-narcisista[6]. El deseo cínico y gastador de reconocerá como la lógica sistémica que estimulará la construcción y proliferación de la complejidad organizativa, ya que el sistema  productivo capitalista, en este contexto de desorden cósmico, se va a organizar y va a succionar su plusvalor en función del montaje de una industrialización cultural que fomenta y exarceba el estereotipo y la hibridación sociocultural[7].

 

En algunas sociedades donde la expansión institucional del sector público va a significar el sostén material que facilitará la asimilación y control ciudadano de la alienación consumista, es donde recaerá una simetría y coexistencia entre el tiempo de trabajo y tiempo del ocio. En otras palabras, la culturización gigantesca que representa la sociedad del conocimiento y del consumo va estar amortiguada por una estructura organizativa de actores ciudadanos, lo cual determinara que la alienación consumista no hecha a perder la iniciativa laboral y disciplinaria de los agentes económicos.

 

Esta situación no sucederá con similar forma en las regiones periféricas del sistema capitalista donde el agotamiento de las economías nacionales, aunado a las resistencias que supondrán las relaciones culturales tradicionales, desactivará de plano los esfuerzos históricos por completar el ciclo de formación de la auténtica modernidad racional[8]. Más allá de que este completamiento socioestructural de la formación histórica no se consolidó, debido a la crisis de recesión que experimentó el capitalismo en los años 70s, y a la presión socialista que desestabilizaba las condiciones para introducir correctivos legítimos en la estructura social, creemos que lo que explica el degradamiento del estado populista es la dependencia económico-cultural que padecían los capitalismos periféricos y el hecho de que la planificación moderna se iría paulatinamente evaporando para rediseñar un escenario productivo donde el conocimiento, la información y el deseo resquebrajarán las relaciones de dominación civilizatorias, en una vida reticular y compleja donde el poder ideológico se decide en función del voluntarismo y creatividad empresarial[9].

 

La vida colectiva, la vanguardia revolucionaria se desintegrará en una multitud de nuevos movimientos sociales, que además de buscar la tan ansiada redistribución económica, irán detrás del desmantelamiento de la relaciones de dominación simbólica. En otras palabras, la lucha por el reconocimiento irá desalojando las preocupaciones por eliminar la explotación social, redefiniendo el capitalismo multinacional en función de la solidaridad global e internacional que buscara equilibrar con la democracia directa la escandalosa sensorialización del poder y su introyección descarada en la vida significativa[10].

 

El crecimiento de una red interminable de referentes culturales irá sacando de la preocupación pública el tema utópico de la revolución social, lo cual irá otorgando al sistema desorganizado de la existencia cultural una centralidad absoluta en la medida que las tipicidades burguesas o yuppies que legitiman la sociedad de consumo  se irán expandiendo por el universo planetario, hibridizándose y en otra ocasiones hegemonizando con los sistemas de referencia, local, regional o nacional. Mientras que la producción cultural es cercada por el capitalismo de flujos e inversiones trasnacionales tanto más esta invierte las relaciones de poder en sistemas de expectativas locales y democráticos, deconstruyendo el sometimiento en una vida que padece el cáncer de la ideología mercantilizada[11]. Es decir, el asentamiento del capitalismo en la apropiación descarada de las culturas tradicionales y de las idiosincrasias locales, no sólo busca convertir el peligro de la revolución en vida domesticada y servil, sino que esquiva elegantemente el propósito de los actores democráticos de enriquecer igualitariamente las condiciones de vida social que ofrece el desarrollo global. Es decir, el plusvalor supracultural que consigue vive de la regresión sociopsicólogica del actor singular, de su no completamiento dialéctico, de la contención ahistórica que promueve un modelo de desarrollo social que no cancela la industrialización, pero que la restringe para pocas sociedades que monopolizan las atribuciones del desarrollo tecnocientífico[12]. En la medida que los descubrimientos e invenciones de la ciencia se orquestan en función del despliegue de las industrias culturales y de la razón cínica, será muy difícil liberar los beneficios del desarrollo tecnológico del control autoritario de las ideologías planetarias, masificar su aprovechamiento democrático, ya que la tendencia demuestra que los adelantos tecnocientíficos son utilizados para saciar las expectativas hedonistas de una individualidad saturada y bombardeada de espectacularidad cínica[13].

 

La proliferación de los híbridos culturales, liberados de la lógica unidimensional y autoritaria genera toda una gran conspiración ideológica en contra del espíritu subalterno que persigue democráticamente transformar las condiciones jerárquicas y antidemocráticas de la globalización socioeconómica. Es la obstinación del ánimo histórico de seguir siendo un esclavo glotón de la razón del deseo capitalista lo que impide la desestructuración de la complejidad del poder, ya que tal revolución cultural no podrá partir para su éxito de un solo cambio de horizonte mental sino que tendrá que afincarse en el desarrollo responsable de las fuerzas productivas, que le dan a la individualidad potenciada una base material donde hacer concreta su felicidad.

 

Crítica de los estudios culturales.

 

Al amparo del repliegue político que padecieron las fuerzas de izquierda con el neoliberalismo, se mantuvo la estrategia desde el pensamiento comprometido de relegar el análisis crítico hacia aquellas posiciones donde el liquidamiento neoliberal no lograra desalojar la potencia de la filosofía de izquierda. Quizás el problema de esta resistencia táctica haya sido que la fuerza para continuar con la crítica despiadada de la vida mistificada se convirtió con el paso del tiempo en la siembra de un estilo de vida que ha terminado por capitular ante las arremetidas culturalistas de la razón lingüística y de la ideología neoliberal. ¿En que consiste este conservadurismo repentino? Que ante la licuación de la estructura social y de las condiciones objetivas que posibilitaban la revolución del horizonte capitalista la vida contestataria se protegió de la ofensiva neoliberal en la crítica cultural, en el cuestionamiento acendrado del estilo de vida aburguesado y de las industrias culturales como una manera de conservar vital una forma de pensamiento que no había podido evitar la intensa culturalización de la estructura capitalista[14].

 

Al haberse definido que la transformación del capital dejaba sin aliento a la teoría crítica ya que este giro ontológico significaba el engarrotamiento y la pérdida de seducción de la filosofía negativa las capas sociales que antaño le daban validez cognitiva cambiaron arriesgadamente su campo de creencia revolucionaria por un deconstruccionismo cultural que empieza a leer el idealismo de los sistema abstractos en función de los esfuerzos de integración individual y de resistencia semántica que la particularidad golpeada por la globalización ejercía peligrosamente. Es decir el individualismo metodológico de las individualidades más calificadas se convierte en el etnométodo[15]  para alcanzar supervivencia en un escenario histórico donde la preservación del mundo de la vida se va a dar en función de que tanto la subjetividad sepa maniobrar con audacia en la sociedad del conocimiento, de que tanto su habilidad para reproducir información le facilite el reconocimiento de su estructura doméstica de vida cotidiana[16].

 

En este sentido, los estudios culturales van a reflejar según las características de las sociedades subalternas las diversas estrategias de resistencia cultural de las identidades dominadas en tanto la desestructuración de la modernidad sólida va a implicar un proceso de desmaterialización de la gramática del poder capitalista, en campos de exclusión sociocultural donde se sensorializa la dominación y esta se recubre de ideologización estética[17].

 

A diferencia del hombre unidimensional y estandarizado se irá modelando una mentalidad compleja que va a disponer de la prerrogativa de desactivar el poder corporalizado en el propio centro de la experiencia cognitiva, lo cual va a denotar una transgresión valorativa de las coordenadas del poder mistificado pero en función de la naturaleza singular del actor solitario. Por ello si bien el escape de la gramática de la dominación va a implicar una subjetividad que se las arregla para integrarse a  los repertorios de acción colectiva aceptando el racismo de los sistemas de conocimiento, lo cierto es que tal acomodamiento etnometodológico va a significar instrumentalizar los espacios de socialización y los contextos de significación  donde se forma la psicología de los actores más vulnerables y empobrecidos, poniendo el cuerpo social en función de los intereses egoístas y de reproducción sensorial del actor individual. Es decir, la vida mistificada va a deconstruir las ideologías que pretenden dominarla siempre en relación de concretar los apetitos de reconocimiento estético que los actores se propongan edificar, y todo esto en función de concretar biografías que otorguen provisionales máscaras de certidumbre cultural[18]. Para decirlo de otro modo el poder va ser barrido cuando los actores deseen hacerlo, y lo harán siempre y cuando le resulte agradable y divertido; en tanto la dominación les resulte confortable no la dejarán, haciendo creer al capitalismo que sus reificaciones son discursos eficaces de poder que embrutecen al agente social, cuando en realidad son sólo revestimientos cómodos que otorgan identificación y cierto cobijo étnico[19].

 

La integración es legitimada porque a través de ella el actor consigue acceder a las facilidades e informaciones que hacen posible la reproducción social; no hay sistema moral que  movilice al individuo a utilizar los marcos institucionales; la verdad es que la sociedad es rehecha porque sin el amortiguamiento emocional que ofrece el actor no se decide a mediarse a través de ella; la realidad social no existe a excepción de las intermitentes iluminaciones y solidaridades convenidas que dan la simulación de que ésta existe. A las raíces sociales cada quien las manipula a su antojo, lo que quiere decir que el proceso de individualización bloquea y desaparece la socialización a despecho del desarrollo integral de la personalidad que queda detenida según las circunstancias en desarrollo embrionarios e infantilidades socio-psicológicas[20]. Al quedar desamparada la identidad por obra del desmantelamiento político de la realidad social la subjetividad recrea toda una variedad de instalaciones populares y folklóricas propias de su desenvolvimiento cultural, creyéndose todas las aventuras ideológicas que el subconsciente enfermo imagina como auténticas formaciones sociales[21].

 

De acuerdo a esta terquedad de proseguir la subjetividad inscrita en las maniobras de la espectacularidad ideológica es de donde la epistemología culturalista recoge signos de asentamiento de su posición neoconservadora. Al admitir que el giro lingüístico ha hecho ingresar al espíritu social ante las embestidas y riesgos de un mundo desbocado, que es difícil de ser predecible, creen que el poder puede ser rebatido solo de manera etnocultural o deconstructiva, lo cual genera que la lucha por democratizar las estructura mundializadas de la globalización económica sea abandonada por ser anticuada. El integrado, el multiculturalista cree que sólo puede revolucionar las jerarquías del poder simbólico con una cuota de voluntarismo constructivista, cuando esta estrategia de saturación discursiva se desarrolla a costa de referencias sociales que hacen posible la materialización del beneficio individual. Al intensificarse el relativismo y el enraizamiento temporal y desechable de las mutaciones ideológicas se ingresa en un escenario objetivo donde la explosión y fragmentación de órdenes sociales no es capaz de encubrir la evolución real de la estructura social, con el consiguiente añadido de la inmadurez de los sometidos.

 

La cultura jala la atención del individuo hacia la deliciosa actividad de los sentidos, pero aún cuando lo sepulta en la hipercomplejidad de lo recreativo y supra-estético no cancela la sensación de que envejecemos y que no estamos preparados para abandonar la vida. Cuando la facticidad del lenguaje nos hace ingresar en la juguetería emocional de lo que se deshace en nuestras manos, percibimos el perjuicio de una fuerza oscura que  tratamos de disimular, pero que está ahí hiriente, acechando en los márgenes de lo que no es posible nombrar. Esa fuerza es la vida material que la epistemología cultural no logra enmascarar y que se cuela como una naturaleza vengativa que se levanta alrededor de los momentos de luz de la represión tecnocivilizatoria[22]. Este mundo oculto es la sustancia de lo que no es prolongado o ideologizado por la inteligencia emocional de las organizaciones sensoriales; una ruta indomesticable que  la razón estratégico-lingüística no logra leer oficialmente y que es retratada en la medida que el abismo de conocimiento no destruye las coordenadas pulsionales de donde brota lo que se trastoca en discurso frío. El lenguaje es el vestido místico que mantiene en la infantilidad lo que se escabulle en el inconsciente. Cuanto más la vida huye de lo abstracto en los confines indómitos e irracionales de la interioridad tanto  más la exterioridad del mecanismo helado del capital se las arregla para acrecentar la falsedad de los híbridos que dice representar. Pero es la audacia del interior, que a veces asoma la cabeza por los dominios del sistema, lo que conspira para reencantar de vida  rebelde las instalaciones disgregadas de la complejidad del capital, para reformarlo y a veces ponerlo festivo y jovial[23].

 

Tal vez en estos momentos en que se produce una indigestión de discursivismo es que se gesta la oportunidad para que la subalternidad logre aterrizar el idealismo de los sistemas abstractos, con el control reterritorializador de las culturas híbridas y locales. Tal vez sea el momento que los estudios culturales dejen la agencia exageradamente referencial del lenguaje y consigan regresarle a la vida el control sobre su sensoriedad idiosincrática, a salvo de una vez de las tecnologías estéticas que dividen el mundo entre los que saben gozar burguesamente y los que no saben hacerlo. El descontrol lingüístico, el libertinaje sígnico de la mass media ha ido bastante lejos en su intento de liberar a la naturaleza humana de sistemas cerrados y de visiones unilineales, consiguiendo en verdad hacer depender a la conciencia de estructuras ideológicas que desatan la cínica y oscura adicción de la irracionalidad aún a sabiendas de la conciencia sometida. La cultura que ha desbordado las instancias sólidas de la modernidad debe retirar su confianza en la habilidad integradora de las biografías sometidas, porque estas no se han tragado el cuentazo de que la felicidad reside en una existencia que devora ideologías, ya que de un modo inesperado las multitudes revolucionarias empiezan a creer que la emancipación depende de que la vida no confunda el apetito de materialidad por ideas  agradables que sólo empequeñecen la subjetividad.

 

La vuelta del desarrollismo.

 

Ante la crisis que atraviesa el capital global se abre la hipótesis que la trasnacionalización de las decisiones políticas en materia de crecimiento económico provocó una fuga deflacionaria de los flujos económicos, lo que a la larga desincentivo las coordinaciones lucrativas que sostenían el modelo y desalento el consumo de los mercados regionales del mundo globalizado. La excesiva desregulación de la economía mundial, aunado a un achicamiento despolitizado del Estado, que confería posibilidades de dominio a la economía empresarial, ha ocasionado que la excesiva concentración del capital en control de los grupos de poder global vaya excluyendo de la capacidad de consumo y de inclusión productiva a las multitudes empobrecidas, que por su inhabilidad para acceder a los estratos estereotipados del consumo se han aventurado a recrear caóticamente los lenguajes micro empresariales como la única alternativa de supervivencia que les faculta ingresar a las cárceles ideológicas del estatus y distinción burguesa[24].

 

El capital al confiar en la escandaloso psicologización y movilización de las tipificaciones del consumo ha cimentado erróneamente la producción de utilidades en una domesticación y culturización del tejido biopolítico de la producción, lo cual a conducido a que se vayan acumulando en núcleos monopólicos y en redes económicas periféricas las actividades cognitivas que hacen posible la reproducción de lo real. Esta culturización linguistizada de la producción hace que las ventajas de la vida empresarial se hallen atravesadas por ideologías, clasificaciones, estatus y complejos estéticos que movilizan la carne social para reproducir prerrogativas del desorden capitalista. Como no es fácil de suponer esta mescolanza de realidades diversas ha acercado a la dominación biopolítica a la habilidad de las clases subalternas de democratizar desde la creatividad psicoempresarial los ámbitos elitistas de la producción capitalista.

 

Es la concientización soberana de las multitudes  o de la razón populista que inunda el mezquino y unidimensional estado de derecho neoliberal, lo que hace que entre en una fase crítica el capital, porque recibe la presión democratizadora del proletariado cultural que exige una redefinición redistributiva de una constitución oligarca que se ha cerrado implacablemente[25]. No es sólo la subalternización antropologica, que desborda la estandarización de la hegemonía capitalista, lo que preocupa a la razón cínica sino además la crítica reformista que recibe el autoritarismo del imperio de las clases populares, para redefinir adecuadamente la civilización capitalista, lo que obstruye la continuación y permanencia de un edificio global que hizo depender el crecimiento económico de la estimulación individualista y del desgarramiento de las solidaridades tradicionales. En este sentido la pluralidad productiva del proletariado si aspira a reconfigurar el esqueleto misterioso de la producción  debe dirigir el deconstruccionismo subjetivista de la vida sometida  a la invasión solidaria de la exterioridad sistémica del capital como  la única estrategia para que el cambio de mentalidad este acompañado del necesario redimensionamiento de la estructura capitalista.

 

Al necesitar el imperialismo del capital de las diversas racionalidades económico-culturales de las sociedades populares, genera la oportunidad de democratizar radicalmente la globalización y de anular de una vez por todas el racismo e intolerancia de los enclaves culturales, de una burguesía asustadiza que se refugia en la ideologización estética y nihilista. El capital si ha de querer continuar con la globalización de los flujos de poder debe resolver los problemas de gobernabilidad de una sociedad popular que tiende a la mundialización, con la construcción de una economía social que se preocupe por la agenda social y por la poblaciones atrapadas en la pobreza estructural, ya no con la mendicidad de la política social sino nivelando a los actores políticos que van  quedando rezagados en la lucha socioeconómica y así combatir la desigualdad social[26].

 

No obstante, esta tarea viene siendo obstruida por el repliegue del capital hacia los dominios intervencionistas de los  Estados-nación buscando con ellos recuperar las coordinaciones de la inversión privada y restaurar la potencia globalizadora del tejido mercantil. El estado es el llamado a salvar la situación disgregada que experimenta el capital, mediante inyecciones importantes de capital líquido y por medio de ciertas prerrogativas constitucionales que indican donde debe ser repotenciado el mercado internacional. Se utiliza el poder público de un Estado que había sido menospreciado hasta la saciedad como único responsable del subdesarrollo y de la inestabilidad sociopolítica, para que remercantilice el tejido social de intereses privados que escapando al control soberano de los actores democráticos ponen la sociedad al servicio de los intereses particulares del capital. Hoy como nunca la hipocresía de la organización capitalista se hace cargo de la problemática social para arguyar que el futuro de la sociedad depende de que tanto reflote la rentabilidad del empresariado mundializado, cuando en realidad lo que se busca es mantener condiciones oligopólicas y elitizadas de control técnico para hacer creer a la opinión pública que lo que padece la sociedad de mercado es sólo una ligera dolencia o que es sólo pasajera[27]. Creo – para añadirle más leña al fuego- que el crack del capital no consiste en una patología pasajera, sino que es producto de la especulación cínica y nómada de los flujos de inversiones que han desestructurado y desmaterializado las sociedades para ir formateando singularidades proclives a desenvolverse en los vericuetos funcionales del sistema capitalista mundializado[28].

 

Frente a esta situación los movimientos sociales que tanto se han engullido la tragedia  de la traducción multicultural deben equilibrar la lucha por las diferencias excluidas con un replanteo táctico de su visión de economía solidaria, que a mi parecer no se quiere comer el lío de la competencia industrial, anarquizando y haciendo muy rudimentaria la producción de los sectores del mercado interno. Si las redes socioeconómicas de la supervivencia quieren convertirse en un pujante sector productivo, deben intentar como mecanismo de negociación política, internacionalizar y acrecentar el poder de los mercados regionales, generando circuitos económicos que vayan evadiendo la monopolización sistémica de la típica organización capitalista, para de este modo equilibrar la desterritorialización de los flujos del capital con vigilancia democrática local[29]. No es volver a mantener cautivo al capital bajo las coordendas del poder político estatal de donde sale la reconstitución de la agencia económica sino estar a la altura de lo que es irreversible y cuya respuesta debe ser ejecutada sólo a nivel trasnacional.

 

Lo nacional es sólo un nivel de amortiguamientos reticulares que se ve obligado a realizar los actores democráticos para construir bloques regionales de poder económico-político que hagan más fácil a su vez la eficacia de los modelos de desarrollo social en beneficio de la sociedad. El desarrollismo entra como aquel discurso progresista que reensambla lo social para recrear un patrón de crecimiento interno que se ejerza en correspondencia con la fiscalización de la naturaleza social y de la promesa política de que el rendimiento del capital sea desideologizado y descentralizado en la sustancia populista de la sociedad.

 

¿Deconstruccionismo o revolución?

 

Con el debate sobre la condición posmoderna quedo bien claro que la dinámica histórica de la maquinaria social había estallado en un sinnúmero disperso de narrativas que al no haber podido vulnerar la gramática de la razón instrumental se fueron paulatinamente resguardando del caos cultural en la profusión de un discursivismo ideológico que esquivo la necesidad de revolucionar la estructura social de la modernidad[30]. Se constató que la materialidad que  había sostenido ciertamente el proceso de hibridación de los repertorios culturales de la sociedad de consumo se fue perjudicialmente desvaneciendo a vista y paciencia de un derrotero cultural que contesto con la trágica culturización de los sistemas de referencia biográfica. Frente a la licuación de la estructura material y su ingreso en el biopoder cognitivo de los dominados se evidenció que la medida para desactivar el recorrido desenfrenado de la razón cínica del deseo, pasaba necesariamente por deconstruir solitariamente la sensoriedad del poder desde la experiencia corporal para alterar la verticalidad de la dominación en mentalidades rebeldes que evadan la instrumentalización[31].

 

La constitución moderna que había dirigido totalmente el decurso de la hibridación cultural hasta los límites históricos que permitía la creatividad lingüística, explosionó en la proliferación sobresaturada de innovaciones y renovaciones socio-lingüísticas que colisionan irremediablemente contra el muro ontológico de la desilusión dialéctica. Cuanto más la razón histórica promete que su esfuerzo democrático es capaz de atravesar el muro sistémico de la razón cínica tanto más el capital toma la apariencia de una corriente de duración interna que se le escapa a la conciencia[32]; es decir, el caudal incontrolable del capital se ha identificado con la vida que somete tornando las cosificaciones del poder simbólico en cárceles sistemáticas que se van apoderando de la existencia  que se rebela y resiste, haciendo naufragar sus esfuerzos disidentes y de inclusión en reintegraciones sensatas que reproducen lo real del poder, mandando , de este modo, toda la subversión subalterna hacia estereotipos ridículos dignos de ser despiadadamente apartados.

 

El cáncer que hoy amenaza la constitución de la modernidad es que las hibridaciones y mestizajes subalternos que resultan excluidos de los espacios monopólicos de la vida aburguesada ven alterados y rechazados sus legítimos pliegos de reclamos y protestas democráticas que plantean ante las oligarquías planetarias, viéndose obligados a mutar sus prácticas de reproducción cultural hacia las periferias delictivas y corrosibles de la vida pauperizada y peligrosa como una estrategia de supervivencia ontológica que les garantiza ilegalmente predominar objetivamente[33]. La ley es transgredida porque no resulta no ser más que una envoltura normativa que contiene el curso espontáneo y recíproco de la vida solidaria que observa cínicamente como el Estado de derecho y los laberintos jurídicos obstruyen el desarrollo histórico de la vida  social, lo cual lo obliga a caer cautivada bajo las seducciones de la cultura de la delincuencia que atrofia la existencia y torna  salvaje la civilización. La proliferación de los híbridos se agarra e instrumentalizan delictivamente los marcos institucionales de la sociedad burocrática, intentando deconstruir sensorialmente la cosificación, pero lo que consiguen es revitalizar la fuerza de un cinismo subalterno que corroe la sensibilidad de la vida honesta y comprometida. Lo que es honrado y justo muta en lo que amenaza desviadamente a la razón civilizatoria de las burguesías planetarias, pero no de un modo revolucionario sino deseando fácilmente las comodidades y ventajas de un narcisismo cultural, que tanto es achacada como una existencia a la cual todos pueden acceder libidinalmente, cuando no es verdad. Aunque la ley declare que el crimen obedece a la tendencia resentida y desviada de las clases populares, la verdad es que el deterioro sistemático de los contextos de significación, que protegen la vida cotidiana de los subalternos, empuja a la existencia empobrecida a restaurarlos con la captura ideológica de bondades económicas que sólo son posible con el saqueo absurdo de la propiedad privada.

 

El río caudaloso del capital que asemeja el mundo del detalle con los sofisticados ensamblajes etnotecnológicos del desarrollo económico ocasiona el desenvolvimiento de una conciencia subjetiva que aprende a tener un rastreo simbólico del mundo heterogéneo desarrollando una actitud pragmática e intuitiva que le permite desplegarse en un escenario de herramientas y significados culturales. Es justamente esta vida cosificada que detesta desvestirse de sus innumerables micro-ideologías, la que otorga validez a un mundo de reificaciones funcionales donde nadie se deshace de su lectura de sí mismo o varia sus pautas culturales, porque el temor al tránsito dialéctico de la identidad es más fuerte que la facticidad del empobrecimiento socio-económico. En otras palabras el dramatismo de una identidad atrincherada en refugios ideológicos que se desvanecen – poniendo en grave riesgo la certidumbre socio-psicológica del actor individual- es lo que facilita la desestructuración de un mudo complejo y desbocado donde cada relación que se establece con el entorno, implica reproducir el desorden cósmico del capital, que ha  logrado detener el impulso revolucionario con la desactivación de la acción política en una vida de asociaciones reticulares efímeras e invisibles[34]. El cambio ontológico que representa un escenario complejo y de construcciones provisionales que exponen la sensibilidad cultural al riesgo de una trayectoria accidentada, es la condición trágica que debe ser cambiada por la transformación ontológica del esfuerzo revolucionario, cuya acción política debe superar dialécticamente la proliferación del discursivismo postmetafísico porque de no hacerlo las intenciones hedonistas naufragarán en el desequilibrio de lo caótico y de la muerte sistémica.

 

Es urgente revolucionar la resignación ante la transgresión de un mundo desarraigado y complejo por una identidad  democrática que aprenda a vivir en el caos de las afirmaciones simbólicas, que sea capaz de controlar y adelantarse a las convulsiones sistemáticas del universo, y que este acostumbrada a rastrear positivamente los recursos escurridizos del capital global[35]. Se debe dejar a un lado el deconstruccionismo simbólico como cambio de pautas culturales y buscar una acción colectiva de corte político que ayude a desactivar la gramática exterior y economicista de los flujos del capital, reinsertando, si es posible una planificación desarrollista del mundo complejo que subordine las ganancias de un capitalismo reticular a consideraciones de bienestar general. En tanto el mecanismo organizacional y gerencial del espíritu cínico del capital logre aprovecharse del decurso vital de los subalternos – porque logra poseer una lectura más apropiada del caos cósmico – no se conseguirá derribar ni revolucionar la situación rizomática y esquizofrénica que padece le mundo de la vida[36]. Es ahí en las alteraciones irracionales y corpusculares de un mundo que se evapora objetivamente de donde la subjetividad rebelde debe extraer la fe en la superación de las contradicciones macroscópicas del mundo capitalista.

 

Si deseamos no ser víctimas de los desórdenes cósmicos de un mundo complejo debemos intentar incursionar con éxito en él, sólo a través de la consistencia que otorga un espacio de certidumbres culturales, que es a su vez producto de la gestión crítica y solidaria de una vida profundamente reticular. La sociedad no funda de una manera negativa y proteccionista sino como un organismo solidario y viviente que tendríamos que estar redefiniendo a cada instante y darle un sentido afirmativo, siempre estando alerta.

 

Rematerializar la vida.

 

Suene a una estrategia reaccionaria o no creemos que la única manera concreta de desactivar la gramática de los sublime, de lo que es por naturaleza abstracto y no humano, es volver hacer ingresar la práctica social en los confines materiales de un empirismo radical y pragmático[37]. Si queremos deshacernos del sometimiento y rebajamiento de lo que es sistémico y funcional debemos creo reintroducir los planes privados en fines prácticos y finitos de felicidad y belleza que no impliquen adherirnos a proyectos trascendentales de naturaleza teorética u ontológica. Pero para que ellos sea real la vida debe superar la despiadada carga de lo abstracto, y de la burocratización de los sentidos por un tránsito político de la identidad a una vida liberada de compromisos estructurales y de cosificaciones ideológicas. El concepto audaz y seductor de la razón tecnológica debe ser invadido por una lógica sensorial que relocalize o reterritorialice las tendencias trascendentales de la razón cínica capitalista. Creo que la misión de controlar un mundo desbocado pasa necesariamente por desactivar intuitivamente la violencia de la instrumentalización, de hacer aterrizar sensorialmente un mecanismo abstracto que sentencia la vida a ser sólo un reservorio absurdo de plusvalor y de legitimaciones mediáticas.

 

La naturaleza explotada por la modernidad rampante al regresar como una patología virulenta que amenaza la integridad de la civilización hace peligrar en la absurdidad de la inmadurez nihilista a toda la rescatable capacidad histórica por desconectar la sublime gramática ciberespacial del capital. El agigantamiento de singularidades criminales por obra de la emancipación electrónica debe ceder ante la arremetida revolucionaria de los actores democráticos, los únicos esfuerzos clínicos por detener una maquinaria que condena a la vida a la oscuridad lingüística y a la destrucción ecológica.

 

El hechizo de un organismo hambriento de sordidez digital, la cárcel íntima de los signo mediáticos debe ser contenida por la transvaloración revolucionaria de los valores abstractos y sistémicos, porque es esta lógica la que esta ocasionando el desarrollo vertiginoso de un animal de consumo que devora, depreda y saquea la naturaleza interna y externa del planeta[38]. En tanto la rentabilidad del capital descanse en el estímulo irreversible de una naturaleza pervertida se hará casi imposible rescatar la lucidez del pensamiento individual de los oscuros vacíos de la vida digital, la cual ha de conducir a una constante degradamiento de la naturaleza social e histórica. Es hoy la inconmensurable selva de lo abstracto, la que ha provocado el contagio de la existencia aislada del individuo de un biopoder mercantilista que hace responsable a cada individuo de la civilización del destino del mundo natural y social[39].

 

Quizás la estrategia para conjurar el desaforado mecanismo de la globalización consista en poner cotos a esta segunda naturaleza semiótica del consumo por medio de un proceso de organización local y subalterno de las identidades políticas que consiga crear conciencia ciudadana una cultura política responsable por el desarrollo y gestión de la sociedad democrática. En la media que los flujos y decisiones desterritorializadas del capitalismo sean vigilados desde los actores idiosincrásicos, la sociedad será capaz de entender que la permanencia d la vida privada y solidaria reposa en hacer que la economía capitalista sirva a los intereses de la civilización y no a la inversa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Referencias bibliográficas.

 

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[2] BECK Ulrich. ¿Qué es la globalización? Paidos. Estado y sociedad. 1ª edición 1998

[3] OFFE Claus. Contradicciones del Estado de Bienestar. Alianza editorial, S.A, Madrid 1994

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[6] LIPOVESTKY Pilles. La era del vacío. 5ª Edición. Editorial Anagrama. 2003.

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[39] SAFRANSKY Rüdiger. ¿Cuánta globalización podemos soportar? Ediciones Siruela. 2004

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