Tecnología hedonística. Esbozos para una crítica de la razón estética.
Resumen.
En los límites de este ensayo se presenta un examen de la ideología
estética en las regiones periféricas sosteniendo que el reencantamiento artístico
que experimentan los centros del capitalismo avanzado encuentra a las
sociedades subdesarrolladas ante la ausencia de una infraestructura material
con la cual domesticar el impacto abrumador de los artefactos estéticos. El
enfoque que expongo es una aplicación de la teoría de la ideología desarrollada
por la escuela de Frankfurt al estudio de la subjetividad estética.
Condiciones
sociales de la inteligencia estética.
Las
calamidades exteriores a las cuales es expuesta la vida exilian prodigiosamente
a los frutos del espíritu de los hábitats materiales donde cobran realización.
Esta desproporción existente entre el cúmulo de aspiraciones emocionales,
asiladas ahí en la piel del individuo, y las posibilidades materiales para su
manifestación aceleran en gran medida el movimiento de la vida hacia la
subsistencia. La ofensiva del espectro objetivo, devorando en la interioridad
los contenidos oníricos del ser, impele a la propia carne a arrojarse a la caza
de los bienes existenciales más escasos. Esta actitud no sólo sirve para
preservarse de las ecuaciones imprevisibles del sistema, sino además para
evolucionar producto del hambre interior que le recorre esa dotación enfermiza
de placer, que lo convierte en un salvaje sediento de la subjetividad de otros hombres.
Pareciera polémico sostener que la represión psicológica de la individualidad
como consecuencia de la colonización de la razón[1], de
los ámbitos más significativos de la interioridad, estimula a la gran mayoría
de personas a divorciar su energía interior de los procesos concretos de la
vida social, prefiriendo hacer congénito a las propias falsificaciones que
representa en las relaciones sociales un ser interior demoníaco, que libera
estratégicamente en episodios íntimos de su existencia cotidiana
Vaciados
de sentido los espacios mecanizados de la sociedad, la presencia que el sujeto
desarrolla y modifica tácticamente según las circunstancias habla de un
conjunto de máscaras sutiles y apropiadas que se superponen de acuerdo a sus
prioridades. Desprovisto de saberes especializados con los cuales conformar un
fondo más rico de experiencias porque estos conocimientos están distribuidos
políticamente[2],
según los sectores de la sociedad, el individuo se conduce con lo desconocido,
y por lo tanto hostil, ampliando su campo de saberes implícitos en aquellas
facetas más elementales y corpóreas que posibilitan la asimilación de las
situaciones problemas. Es decir, ante lo inconmensurable y heterogéneo expresa
una inteligencia emocional[3] que
parapeta de severidad y agresividad, pero que diluye en la risa espasmódica y
en el hedonismo sobre limitado tan pronto la oscuridad y los recintos mágicos
del entretenimiento se apoderan salvajemente de su conducta cuadriculada. Al
extraviarse las condiciones ontológicas de un control científico de lo
cualitativo, pues se creía firmemente que el antropocentrismo debía subordinar
lo natural para liberar al hombre del irracionalismo de lo mítico[4], se
transita hacia una época en que la mimesis invade con su caoticidad todos los
ámbitos de la existencia cotidiana, disolviendo las certezas disciplinarias de
la sociedad moderna en una infinidad de discursos y acontecimientos que se
sostienen en la fragilidad y violencia de la razón estética. Cuanto más el
avance de la racionalidad del mercado deshumaniza el espacio social, tanto más
el sujeto se sumerge en la creatividad interminable de la ideología estética[5] como
un mecanismo de adaptación que reencanta la experiencia al precio de la
absurdidad económica.
Así
como existe una desigualdad exorbitante en la distribución de los recursos, así
también existe un brutal criterio de desigualdad en la distribución de los
saberes sociales, lo cual ocasiona la adaptación positiva de los que reconocen
rápidamente lo desconocido, y el descalabro de aquellos que no resuelven
situaciones problemas, por lo tanto, son incapaces de instrumentalizar su
biografía personal. En un mundo en que el desenvolvimiento en la abstracción se
paga al precio de la nulidad sensorial, la única estrategia para no ser devorado
por la estupidización tecnológica es desarrollar una vida en lo clandestino, en
la oscuridad de lo periférico, que suponga una expresión desbordada pero
transparente de lo que resulta reprimido en la civilización, y que a la vez
revela un camino de compensación contra todo el fisicalismo del mundo
burocratizado. El camino a la divinidad es el constante libertinaje, como diría
Hesse[6].
La
dinámica de un poder que organiza lo conocido dentro de una epistemia violenta
y miserable que desperdicia la existencia de otros saberes que escapan a la
socialización moderna[7]
introyecta en la desencantada línea del progreso autoritario un mecanismo de
producción del deseo[8] que
dirige lo que hoy resulta metafísico y ahistórico. En un determinado momento del
progreso histórico la racionalidad como facultad de escapar al discurso de la
naturaleza, cedió su lugar a la divinización del consumo, que como lógica de
los afectos y la subjetividad dirige actualmente la producción de bienes
culturales, so pena de perder la orientación de la humanidad hacia algo mejor.
En
las sociedades hegemónicas esta lógica de las preferencias y del consumo ha
desactivado como propósito implícito las expresiones socio-históricas que las
identidades locales osaron desarrollar, provocando no sólo una fragmentación de
los movimientos de vanguardia, sino además un desmantelamiento de las bases
concretas de socialización. Esto último trae consigo que al evaporarse la
soberanía sobre un determinado espacio-histórico los actores se aferren por la necesidad
de certidumbre a las nuevas simulaciones[9] que
elabora el capitalismo de los afectos, y por lo tanto, incorporan a los sujetos
en escenarios en los cuales los lenguajes pierden su base concreta de
producción, y uno sufre la deliciosa adicción a la máscara. Esta conversión de
un sujeto que se cimentaba en principios, que regía su acción según esquema
definido de experiencias, en un sujeto que devora lo efímero[10] que
vive atrapado en la absurdidad del fingimiento, habla de un fabricante de
ideologías de lo seductor que olvida toscamente el movimiento de estructuras
que lo determinan.
A medida que el sujeto huye con el placer de
la cárcel de la estandarización se evade audazmente de su responsabilidad con
la totalidad, construyéndose una semiótica de la resistencia que lo termina
atrincherando en los abismos de su temor, de su desconocimiento de lo
fundamental. Mientras el individuo persigue en la realidad la decadencia de una
magia que es la caricatura corrupta de la industria cultural[11]seguirá
siendo embaucado por un poder que desestructura las bases constitutivas de la
existencia, dejando sin condiciones de reproducción a los más desfavorecidos de
la sociedad. Si hoy se cree que el impacto de la hechura estética conmueve al
corazón al punto de hacernos olvidar la contundencia de los poderes fácticos es
porque se ha elegido la construcción de un mundo paralelo al funcional que
embruje afirmativamente a la persona al precio de la hambruna material.
La
malicia y la belleza como bienes melifluos se cazan con la opresión y la
injusticia, por que el arte de las masas crea mecanismos alternativos que le
permiten resistir creativamente el impacto negativo del mundo objetivo
devorando impunemente los contenidos interiores de la subjetividad social. Las
expectativas estimuladas, incapaces de ser colmadas por un orden de cosas en
que no pueden realizarse, más en que en minúsculos ghetos retirados de la vida
pública[12],
decepcionan al ser del mundo concreto retrayéndolo no sólo hacia religiosas
facetas ascéticas de la conciencia, sino especialmente hacia el fortalecimiento
de agresivas rutas hedonistas donde el ser libera y hace aflorar toda su
animalidad de modo hipócrita, a la lucha de los bienes más pretendidos de la
sociedad. No serían los canales institucionales los que acercarían al ser con
la libertad sino la desesperación filistea, el insaciable consumo de la
intensidad carnal que reemplazaría el afán de realización exterior por
necesidades sintéticas de privacía e intimidad que no completan al ser. La
noche y el misterio que ella otorga se han convertido con el paso del tiempo en
espacios sociales de relajación y recreamiento en que el sujeto aflora su
inteligencia estética, sin ser constreñido por los caminos objetivadores del
sistema social.
Sin
embargo, la tendencia a no ser sincero con la sociedad, a tener que desnudarse
en aquellos rincones donde puede diferenciarse y desenvolver su individualidad,
conducen al sujeto a legitimar solamente en lo necesario a la estructura social
en la cual habita. Ella es vista como una ruta obligada para abastecerse de los
recursos materiales para poder mantenerse y no como un concreto hábitat de
realización. El extrañamiento del ser con respecto al mundo, al cual siente
demasiado artificial para expresar su sensibilidad, demasiado deteriorado y
hostil, empujan no sólo a la individualidad a refugiarse en la privacía, sino
además a socavar la arquitectura material y normativa sobre la cual se asienta
la supervivencia de la especie[13].
Arrojado
a la captura de su propia vitalidad, al individualizarse, el sujeto entra en
crisis el mundo exterior y la naturaleza en la cual respira. Hambriento de
esencialidad, el ensimismamiento y la renuncia al ser con su mundo, en el cual
es materia, conducen a un individualismo sin fronteras que no sólo vacía de
contenido el progreso de la civilización sino que además sentencia a la soledad
más absoluta al ser narcotizado de existencia. Es decir, el apetito de
intimidad, por más que solace al hombre en los ámbitos de fruición – creados
por la maquinaria comercial del capital- no logrará realizar al mismo mientras
no se entienda que estos espacios sólo
lo llevan ser preso de sus propias
pulsiones, y por lo tanto, a la expresión de un racionalidad cínica[14] con
la cual infecta la convivencia social. Se convierte al hombre, a su voluntad
que utiliza la razón en una sorprendente máquina de placer, en una hiena
adoradora de la noche y de los suculentos elixires de la sensualidad y del
caos.
Y
aquí el origen del nihilista, de ese genio de la orgía, superdotados para amar
y succionar; utilizará todo el conocimiento que posee y la mente que sojuzga
para transmitirle a su cuerpo, a su mirada, a sus labios la violencia
inacabable para luchar en una selva de voluntades confusas por la satisfacción
de los bienes más escasos. La silueta que se contonea, el sabor que fluye y
cautiva el alma, lo locura que ataca y es mordaz, la sensualidad para violar
los espacios más secretos del espíritu humano, convierten a esta inspiración en
una religión caminante, usurpadora del néctar de otros seres. En la medida que
el día está cargado de una muchedumbre que deambula programadamente como un
zombi, el tiempo abstracto que esclaviza a los individuos es diluido en una
fiesta de la expresión estética que reencanta la experiencia al precio de una
mimesis de la peligrosidad que deja en suspenso la responsabilidad con la norma.
La represión de una socialización que hace gregaria y común la vida social
arroja a la existencia a desarrollar un comportamiento caótico y arriesgado,
con el propósito de llenar la subjetividad de un significado cosificador que la
ayude a diferenciarse agresivamente.
El
coqueteo con la absurdidad al punto de neutralizar mágicamente la reificación
del concepto hacen de la espontaneidad de una vida de lo no visible una
estrategia de la individuación que es negada por la cultura oficial, pero que
hace posible la emancipación sobre una base esquizofrénica y sumamente
violenta. En este mundo a la ingenuidad de la retórica del trato efervescente
que un espíritu decente puede desplegar es vapuleada intensamente por un
lenguaje corporal que hace de la belleza una propiedad que destruye toda
nobleza y transparencia que el sistema promociona y ayuda a edificar. Esta
economía de la sensualidad[15] en
la cual el embrujo de la silueta articulado a un razonamiento de la inversión
subjetiva, corrompe la eficacia del mundo moral genera una lógica del placer
furtivo que escapa al determinismo de la estructura social en los momentos
oscuros de la existencia.
Formación
histórica y cultura de la oligarquía.
En la periferia del mundo los
fenómenos estéticos adquieren un comportamiento profundamente diferente del que
habitualmente tienen en las sociedades del capitalismo avanzado. Aunque nuestra
condición precapitalista y de una modernidad inconclusa es seriamente
relativizada por el impacto de la cultura electronal[16] que
coge al tejido social en una situación se sintonía cultural con la lógica del
consumo, lo cierto es que este desmantelamiento de la modernización no llegó a
corromper del todo la demoledora experiencia de un discurso criollo legítimo
que impide la auténtica expresión de otras identidades culturales que soportan
su sometimiento. Es decir, sospecho que esta suerte de simpatía ontológica
entre una cultura oral que no logró
transitar exitosamente hacia un escenario urbano-industrial, y el
impacto asistemático y líquido[17] de
la mass media han conseguido sofisticar y hacer más oscuros los mecanismos de
construcción de la realidad peruana, provocando una regresión cultural hacia una
sociedad de castas en la cual los atributos y los beneficios existenciales se
ganan con la práctica de una racionalidad instrumental acriollada que invade y
empobrece la experiencia de la estratificación social. Aunque la
reprimarización de la economía[18]
ligada a una precariedad de los circuitos económicos internos no determina el
configuramiento de una cultura engarrotada, la verdad es que a pesar de la
habilidad sincrética y de hibridación[19] de
nuestros actores sociales las estrategias de supervivencia ontológica que estos
desarrollan no llegan a domesticar del todo la sensación de que la materialidad
de la economía se evapora irremediablemente en los flujos de la aldea global.
La
descomposición de un tejido social que fue traducido erróneamente por una
modernización autoritaria que hoy se cae a pedazos, obliga examinar
concienzudamente que en la periferia del mundo las prácticas culturales se
desenvuelven en una selva de precariedades y cruel fugacidad que dependen del
punto de vista del observador[20] y de
su subjetividad, casi sin ninguna compensación social y en la soledad y
esterilidad más absoluta. Al contrario de lo que piensan los sacerdotes de la
complejidad la acción social en las sociedades subdesarrolladas, ante el
impacto de las bombas de fragmentación, elabora personalidades y estructuras
sociales en las cuales la perdida de sentido no es reemplazada por una
experiencia de unidad con la sociedad en la cual habitan. En otras palabras, la
retirada hacia la interioridad y la creciente diferenciación crean disfraces de
una realidad que ha recuperado el impulso arcaico[21] al
precio de extraviar definitivamente los pocos refugios antropológicos desde los
cuales producir una contraofensiva que detenga el conjunto de transformaciones
estructurales que nos despoja de toda seguridad real. Cuanto más la complejidad
organizada[22]
crea su propio espacio de influencia,
gestionando audazmente la caoticidad de una realidad ingobernable tanto más el
sufrimiento de las poblaciones que no tienen la capacidad para entrar en esta
lógica nos habla de una epidemia de la atomización que es presentada como un
cambio evolutivo cuando es en realidad una sucia ficción para dejar afuera a
aquellas porciones de la sociedad global que no resultan rentables para el
capitalismo trasnacional.
En
la medida que el sistema global se crea su propia crítica esta no sólo descarta
la representación de testimonios que conoce confusamente, sino que además se atreve a justificar su propio
hedonismo cognoscitivo e irresponsable como una forma de vida libertaria y
antisistémica que debe servir de ejemplo a los aficionados del pensamiento
negativo. Esto no hace sino reproducir la trasnacionalización de símbolos y
tendencias culturales que rechazan un verdadero mundo plural en tanto despojan
de la universalidad a las demás identidades étnicas que sobreviven en los
laboratorios del mestizaje cultural, sin poder expandir sus visiones de mundo
La
brusca castración histórica que significó la conquista española trajo como
consecuencia que la diversidad étnica que caracterizaba al Tahuantinsuyo se
redujera radicalmente a la condición del indígena, separado drásticamente de
los privilegios criollos. En su carácter subordinado el indígena fue absorbido
paulatinamente al interior de la organización colonial, deseando ser siempre
incluido en las configuraciones institucionales del régimen colonial, pero a su
vez resistiendo y conservando parte esencial de su cultura que se transmutaba
según la explotación y el desprecio colonial cobraban una nueva dimensión. El
descabezamiento de la dirigencia indígena al caer derrotada la rebelión de
Tupac Amaru, significó que la transición independentista no contemplara mas que
dentro de los bloques de poder que sustituyeron al Virreynato a los grupos de
poder criollo, que ganaron la guerra de independencia, dejando fuera y
aplastando el derecho público de las categorías indígenas a participar en la
dirección de la política republicana[23].
Este
hecho histórico que supuso el cambio de administrador más no de régimen
político ni de acumulación significo a su vez la furibunda exclusión de los
esquemas y percepciones del mundo andino de los ámbitos legítimos en los cuales
se desarrollaba la remozada cultura criollo-oligárquica. Aunque el sincretismo religioso y la coexistencia de
fenómenos artísticos en el período colonial – y presumo en el primer período de
la república peruana – delataban la presencia impostergable de la cosmovisión
andina, lo cierto es que la recomposición del tejido idiosincrásico de los
andes fue expulsado de la historicidad de la política gubernamental, y de las
expresiones de conciencia nacional que eran privilegio exclusivo de la
oligarquía. A medida que la inmutable estabilidad de la estratificación por
castas recibía paradójicamente el rechazo de una identidad migrante que era
producto de la política educativa que ellos mismos impulsaron, y de una
conducta siempre deteriorada y festiva del actor social peruano, esta
clasificación estamental empezó a tambalearse y a recibir el desprecio político
de los valores y repertorios culturales que asfixiaban el desarrollismo
revolucionario.
Al desmantelarse la estructura tradicional los
códigos que resistieron audazmente el embate de los procesos revolucionarios
fueron los estilos de vida aburguesados que ya se habían masificado mucho antes
de que las ideologías políticas persuadieran de que la cultura peruana debía
abandonar esas pautas culturales precapitalistas por un horizonte cultural
disciplinado, racional y puritano. La industrialización fue tan acelerada y en
desorden que los efectos provisionales que provocó no lograron permear la
cultura criolla que ya se había escindido popularmente[24],
redefiniéndose estratégicamente y apoderándose de una conciencia subalterna que
ingresó en relaciones de mercado y de consumo masificado, sin enterarse
colectivamente que la modernización ya había destruido la presencia de un mundo
injusto, sin haber desactivado las
relaciones cognitivas que se mantuvieron intactas.
El
agotamiento de una cosmovisión que no fue más que una treta para corromper una
estructura que ya no era funcional con el carácter que adoptaba el capitalismo
postindustrial[25],
se correspondió con una realidad en la cual el sujeto periférico recibe el
bombardeo de los bienes culturales sin poder edificar un mundo de estrategias
con las cuales resistir el impacto desfigurador de la cultura de la
personalización[26],
recurriendo a un sentido de la autonomía y la soberanía ontológica que se van
difuminando poco a poco. La caída de los cimientos materiales que hacen posible
el éxito de las trayectorias biográficas en los capitalismos avanzados coloca a
la construcción de la identidad ante una situación de precariedad sensorial y
mentalización empobrecida, en donde los pocos códigos que constituyen la
falacia del individualismo postmoderno sirven no sólo para destruir las pocas
conexiones conscientes de los individuos con la realidad fáctica, sino además
sirven para erigir la materialización de un gusto legítimo y marcadamente
pretoriano.
La
elitización de las formaciones culturales en donde se decide el rumbo de las
prácticas individuales se da en un momento en donde la corrosión de la praxis
política, así como el desdibujamiento de las organizaciones populares despojan
a la subjetividad de las pocas compensaciones culturales para construir un
sentido de la autenticidad y de la fiscalización ciudadana. Al reducirse las
posibilidades de un sentido democrático de las prácticas culturales el sujeto
se aferra al mar de la globalidad como una manera de cercanía con los recursos
abstractos que hacen posible la existencia concreta, al precio de ir perdiendo
paulatinamente la visión de un horizonte cultural de la autonomía y de la
libertad personal. Cuanto más el individuo de la periferia es retirado de los
escenarios públicos en los cuales se podría negociar el impacto de la lógica
mercantil tanto más éste recurre al hechizo de la ideología estética[27] como
un antídoto eficaz para atenuar la irracionalidad del mundo real, que es
devorado por la lógica de la insignificancia[28].
El
ahogo del sujeto en el mundo empírico, en la realidad inminente[29]
impide que este desarrolle las habilidades prácticas para resolver las crisis
subjetivas inherentes al modelo de acumulación, extraviándose en la infinidad
de informaciones y de elecciones precarias que supone la condición de ciudadano
consumidor. Al perder la individualidad su base económica[30] el
sujeto intenta hallarla en la inestabilidad del mercado laboral o en la insipiencia
del mundo delictivo, pero la vacuidad es tan feroz que éste es capaz de
olvidarse de comer por deslumbrarse con un espectacular programa de televisión.
Se llega a un grado en el cual el mantenimiento de la apariencia y de la
desafortunada cultura que se construye el individuo entorpece el cambio social
que lo favorecería, ocasionándose un clima de prótesis, de rituales festivos,
de desórdenes alimenticios –como la anorexia y al bulimia- que delatan la petrificación de la realidad
biográfica en un mundo donde la aparente estabilidad no llega a ocultar la
velocidad de una realidad desbocada. La miseria de una historia abstracta que
ha definido la emergencia de las multitudes es proporcional a la retirada a la
vida hedonista; la crueldad de un mundo administrado que se redefine con
sagacidad incorporando el conocimiento de la biodiversidad[31] es
contrarrestada con la dolorosa experiencia de un placer estético que no es más
que una recaída en la existencia aconceptual y en el psicologismo de la
angustia[32]
que termina por favorecer a la sofisticada efervescencia de la industria cultural.
En
la actualidad la creciente aristocratización del gusto y la persecución de un
sentido de la belleza que pocos llegan a tener, es más reveladora en un mundo
como el peruano debido a la hegemonía de una cultura criolla que ha logrado su
heteronimia en base a su expansión desfigurada en el mundo popular. El racismo
que no se reduce al desprecio étnico-racial nos habla de una desvalorización
despiadada de nuestra identidad en un territorio exótico del cual todos nos
creemos turistas, pero del cual seguimos siendo productos apátridas, ajenos de
una realidad confusa que se va desdibujando a medida que queremos rechazarla y
reconfigurarla[33].
A medida que la sobrevivencia económica y la compulsión comercial van
transmutando los valores en la dirección de un nihilismo del consumo y de la
saturación de artefactos culturales, tanto más se produce el divorcio del
sujeto de su vida concreta, persiguiendo en una lucha enmascarada por los
convencionalismos de la totalidad un
conjunto de significados estéticos y sensoriales, a los cuales atribuye el
camino de la realización y de la expresión espontánea.
En
otras palabras, la bonanza de una vida ficticia pero que el sujeto hace real lo
va absorbiendo al interior de una red de interacciones estéticas y de cosificaciones
sensuales con el único propósito de no verse despojados de los misterios de una
existencia que ha sido rechazada hacia los abismos de la fantasía. El rostro
cosmético en un paraíso de cirugías distintivas desnuda la pobreza de una
existencia que ha decidido validar un orden de cosas en el cual la falsa
complacencia estática no llega a convulsionar y a enriquecer la trayectoria de
un individuo atrapado en un laberinto de máscaras. Y esta percepción de que
hemos comido aire se deja ver en los ebrios y en los adictos a las drogas, que
buscando huir del extrañamiento de la realidad[34] la
alteran con el único propósito de expandir la sensoriedad y probar la
experiencia de un carácter lúdico que evade todas las ecuaciones al precio de
sentirse, cuando acaba el ritual, como unos parias, arrojados a una calle que
es la marca artificial de una inmensidad sistémica que no quieren reconocer. O
se deja ver en los enfermos de anorexia y bulimia cuyos desórdenes alimenticios
por tratar de cuidar la apariencia del cuerpo demuestran el grado de alienación
estilística al cual ha llegado la humanidad; es decir, la contundencia de un
bello cuerpo que cobra inteligencia de improviso en la cárcel de la ideología
del vacío, ha llegado a ser más importante que la supervivencia material en un
mundo donde no sobran los recursos.
Pero
no es el impacto desprevenido de una racionalidad estética deformada lo que
embota la experiencia; además es la lógica de una distribución desigual de los
saberes estéticos lo que ocasiona la certeza de un mundo carente de verdadera
belleza natural. El monopolio legítimo sobre la economía libidinal, como diría
Bataille[35],
construye un espacio de jerarquías estilísticas en donde desenvolverse con
criterio de habilidad se da sobre estructuras objetivas que benefician el sabor
de los que tienen el fenotipo natural para expresar la riqueza de su
particularidad. Quien no posee ese código de prácticas estéticas, adquiridas
desde un hábitat que reconoce su herencia racial, simplemente no sería admitido
realmente dentro de los grupos de poder sensorial, y por lo tanto, se vería
ante la drástica decisión de sólo imitar rústicamente la inteligencia estética
que no posee, y que desea ardientemente. Para ello, estos grupos étnicos que
edifican su identidad en base al mestizaje cultural copian toda una
infraestructura de símbolos que no les pertenecen, sino relativamente,
persiguiendo el perfume y los horizontes de sentido de las clases superiores,
al precio de sufrir en carne propia el desengaño y la frustración por un
universo de alcurnia y festividad que los oprime.
La
falsa integración se describe en la evidencia de una ciudad donde se han dado
pasos importantes para fundamentar un criterio de tolerancia y de igualdad
social, pero donde las rutas distintivas huyen hacia la exclusividad de los
mundos privados; por consiguiente, la tolerancia se convierte en una estrategia
cínica que no reconoce la alteridad popular porque es calificada como de
demasiada vulgar y tosca para ser incluida en un mundo de símbolos desenfrenados
y de prácticas narcisistas que están destinadas para pocos. Las delicias que
propaga la maquinaria audiovisual y de la publicidad, elaboran los recintos
diferenciales y maneras de percibir el mundo social que ocultan estructuras de
poder del detalle y de la singularidad[36], que
tienden a reproducir y hacer estable un universo de estratos e instituciones
que hacen flexible el sometimiento y las formas como este se sofistica. La
estética particular que se constituya según las personas y la manera tan acriollada
como se reproduce la clandestinidad, dan por resultado una estructura que se
desmaterializa en la cosificación agresiva de los objetos artísticos,
ocasionándose la sensación de una realidad que se evapora irremediablemente en
la caricatura de una historicidad que es sólo combustible del placer desbordado
y esquizofrénico del sujeto burgués. La mortalidad de un lenguaje que despoja al
sujeto de la poca intimidad ontológica que pueda poseer nos relata la ficción
de una respuesta contrahegémonica desde los sentidos que no son suficientes
rivales para desactivar el tejido que ya se ha hecho profundamente abstracto.
La recaída en el lenguaje nos desnuda por completo.
Conclusiones.
En líneas generales, la narración
dialéctica que he propuesto intenta describir los pormenores de una ideología
estética en las regiones periféricas que oscurece las posibilidades concretas
de realización histórica. El movimiento de la objetividad social hacia la
reconciliación con el devenir mitológico, olvida el hecho de que tal
reencuentro en las sociedades marginales no se libra de la peligrosidad de caer
en la más desnuda cosificación de la experiencia individual. Mientras que el
impacto de la era virtual encuentra a los centros hegemónicos en una situación
de transmutación negociada, en el cual el vacío se va convirtiendo
paulatinamente en un estado de existencia cotidiana, en las regiones periféricas tal lógica de la
absurdidad expande arbitrariamente el reino del caos, de la descomunicación, y
por lo tanto, el estado de guerra permanente. Al contrario de lo que sucede en
los capitalismos avanzados, la sobresaturación de los repertorios culturales en
la periferia hurta a los cuerpos incipientes de la soberanía para construir un
sentido compartido de la realidad, transitándose hacia un universo de oscuridad
y de deformación de los recintos lingüísticos.
El
renacimiento masificado de la ideología estética edifica la falsa apariencia de
la identificación con la duración interna, como diría Bergson[37] ya
que el cansancio que soporta el espíritu social es de tal magnitud que este
ingresa en la irracionalidad del autista que se niega a transitar por el
concepto[38],
al precio de ir perdiendo aceleradamente en las infaustas condiciones
tecnológicas que lo siguen transformando, las pocas certezas psicológicas que
lo ayudan a sobrevivir. Cuanto más el individuo periférico se entrega
inocentemente a la corriente estilística del ser narcisista tanto más deja de
reconocer las variables claves para evitar la destrucción de la sociedad. Adicto
al puro placer etéreo el sujeto olvida los problemas de la reproducción
material esquivando el dolor que produce el desamparo existencial, pero no
trocándolo en verdadera felicidad.
Creo
firmemente que la perversión de la metafísica[39]de la
cual no se libera el conocimiento del sur, puede ser superada si es que se
abandona ese imperativo de adaptación de la mentalidad a las redes del sistema
por un programa de reconocimiento de los lenguajes olvidados de los oprimidos[40], con
el objetivo de recrear una imaginación libertaria que enriquezca la experiencia
y democratice la subversión estética para toda la humanidad. Transgredir la
espiritualidad de tal modo que las potencialidades que contiene la
efervescencia estética equilibren y hechicen los mecanismos productivos de los
cuales no podemos prescindir en un camino en donde todo se convierta en arte[41],
como diría Nietzsche, sin perder la coherencia con el mundo objetivo.
Hay
que superar el complot de la maquinaria productiva de incorporar como lógica de
acumulación, como plusvalía, el goce estético que propaga con la explosión
multidimensional de la diferencias; combatir aquella taimada tendencia de
volverse una matriz creadora de la pluralidad lingüística, que fabrica un ser
completamente succionado por los flujos del capital, y que recibe como
estupefaciente las dimensiones caóticas del erotismo. Luchar por un claro en el
bosque sería luchar por una oportunidad de resistirnos ante la embestida del
mito estético, en el momento en que éste se ha filtrado como la mano invisible
del capitalismo tardío.
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