lunes, 2 de enero de 2023

La cultura de la periferia

 


 


La relación de dependencia económica entre el centro y la periferia alcanza en la época de la globalización límites insospechados. Al autonomizarse los agentes económicos de sus fiscalizadores políticos son capaces de subordinar a su antojo a las élites políticas de los países subdesarrollados provocando que las sociedades periféricas con todos sus esquemas de pensamiento se modelen de acuerdo a los intereses de los susodichos agentes económicos. Obligados a disputarse una posición en el universo del capital los sectores más diversos de la periferia ajustan sus socializaciones específicas a los moldes culturales que exportan los centros hegemónicos. Esto ocasiona, entre otras cosas, el abandono sistemático de las matrices culturales en donde originariamente se socializó la personalidad periférica por el predominio progresivo de referentes culturales en los cuales se acepta la forma mercancía, típica de la sociedad burguesa.

 

La individualidad, que es la forma hacia la cual se reduce la existencia cultural cobra en contextos periféricos una doble relación. Por una parte, el individuo lleva inscrito en su existencia la marca revolucionaria del intercambio burgués, y por otra parte, el individuo sintetiza en su persona los efectos dramáticos de la cosificación social. El esfuerzo por darle sentido a la existencia individual es reemplazado paulatinamente por una existencia en la cual toda significación pierde relevancia histórica. La necesidad imperiosa de articularse a las convulsiones mercantiles, para poder obtener los recursos con los cuales poder sobrevivir, obliga al sujeto periférico a adaptar sus primarias matrices culturales a las artificiales normas culturales del universo burgués.

 

Se genera, lo que se dice, un mosaico temporal desde el cual interpretar la existencia subjetiva, ya que aferrarse inútilmente a marcos de socialización que revisten períodos históricos tradicionales significa la autodestrucción sistemática del universo físico y mental. El individuo sobre le cual reposa la subsistencia material, combina transitoriamente elementos culturales tradicionales con elementos biográficos modernos que empiezan a predominar a medida que se va imponiendo la modernidad como forma de experiencia subjetiva. El desarraigo es doble: por una parte, el individuo se ve desprovisto de sus originarios referentes culturales, los cuales se disuelven paulatinamente, y por otra parte, el individuo ingresa en contextos de sentido en los cuales la sobrevivencia física se paga al precio de nulidad cultural

 

En un contexto social en el cual lo más importante, objetivamente hablando, es conseguir los medios para integrarse económicamente al sistema, la verdadera integración social no puede ser mas que el resultado de una legitimidad cultural a un orden de cosas que excluye día a día los significados acumulados de las clases populares. Estos, obligados a proveerse los recursos materiales para poder sobrevivir, conservan un universo inagotable de expectativas culturales en los abismos de la mente; prácticamente todas las aspiraciones que confecciona el sistema audiovisual quedan anuladas en los laberintos de la fantasía. Aún cuando la existencia cotidiana de la mayoría se quede estática, producto del concentramiento de los recursos económicos,  existen, sin embargo,  rutas alternativas en las cuales se realizan las expectativas estancadas. Esto ocasiona que segmentos cada vez más minúsculos, logran movilizarse socialmente hacia posiciones económicas exitosas, pero esto siempre y cuando, interioricen una moral pragmatista carente de valores; la instrumentalización de los recursos culturales hasta de los que conforman la biografía del actor social, son requisitos indispensables a la hora de procurarse una posición de sostenimiento material y cultural en la sociedad. El éxito es un resultado necesario de la progresiva cosificación de la vida social.

 

En los centros hegemónicos la vida social también cae presa del hechizo objetivo, pero a diferencia de la periferia existen normas sociales que contienen y domestican el avance de la técnica sobre las esferas culturales. El cinismo, que es una condición para la subsistencia material en la periferia, prácticamente se ausenta de las relaciones de los centros hegemónicos. El problema de la periferia es que para poder predominar el sujeto se ve obligado a liquidar su energía histórica en los laberintos de la producción, en cambio el sujeto de los centros hegemónicos se siente parte de un proceso en el cual su esencia individual contiene los gérmenes de un discurso histórico concreto. La subjetividad en la periferia debe reducirse a la libertad interior mientras toda la sustancia mental se va trocando lentamente en necesidades fabricadas por el sistema de consumo, en tanto que en los centros hegemónicos la libertad de competencia reafirma el potencial expresivo del individuo; aquí la subjetividad no tiene más peligro que la absorción del individuo en la maquinaria social.

 

La dualidad entre sujeto-objeto se va haciendo más notoria en la periferia en la medida que las aspiraciones del individuo se ven reducidas a la mera existencia y en la medida que la naturaleza física es invadida por la racionalidad técnica. El abismo entre esencia y representación se hace unilateral deacuerdo a que los fenómenos lingüísticos se van convirtiendo en auténtica realidad. El lenguaje, de este modo, a parte de reducirse a instrumento de comunicación se troca en auténtica objetividad que no admite enmascaramiento. En un contexto en que todo es convertido en mercancía la comunicación es contemplada solamente como acuerdos que no anulan el conflicto; tan pronto como la tregua no puede evitar la secuencia del conflicto se corrompe severamente el protocolo. El dialogo que verdaderamente funciona en los centros hegemónicos es expulsado de un ambiente en el cual la esencialidad de la autoconservación rompe con todos los marcos interpretativos que contemplen la racionalidad comunicativa. La alarma por verse despojado del alma fuerza al individuo a considerar el dialogo como recurso inservible en un espacio en donde huir del dolor se vuelve prioritario para la existencia. Relativamente, en los centros hegemónicos, la incorporación sistemática en un clima urbano aliena al sujeto con respecto a los complejos objetivos, pero también le otorga al sujeto condiciones históricas para afirmar su biografía interior. La locura que reside en los estadios avanzados del capitalismo es un producto de la sobreexplotación cualitativa del trabajador, en cambio en la periferia la sensación de verse excluido del panorama objetivo no sólo convierte en orate al marginal, sino que además obliga al individuo a elaborar discursos lingüísticos marginales al discurso oficial con los cuales consigue una comprensión explícita de sus contenidos existenciales. La cultura a medida que es derrotada en la realidad exterior por el pensamiento técnico es atrincherada en la imaginación, en la propaganda publicitaria y sublimada paulatinamente hacia refugios existenciales desde donde se resiste el poder salvaje del capitalismo. El auténtico pensamiento periférico no obtiene por los altos niveles de usurpación que ha alcanzado la cultura occidental, medios potenciales de expresión en las clases populares; prácticamente los intentos constituidos de descolonización del saber se repliegan hacia el discurso demagógico o hacia elucubraciones intelectuales sin desprenderse de los residuos conceptuales de la metafísica occidental

 

Los orgullosos humanistas del saber con sus pretensiones de modernizar el país deacuerdo a los moldes exteriores no hacen más que modificar las bases estructurales de  la vida cotidiana en correspondencia a los intereses de los agentes empresariales, ocasionando la total  sujeción de la savia espiritual a los cánones de la tecnificación del mundo social. El mundo de la vida en la periferia no alcanza a convertirse en un ámbito de expresión familiar y de reconocimiento social, como en los centros hegemónicos, sino en una trinchera existencial en donde se resiste los ataques del mundo objetivo muy a pesar de saber que la vida cotidiana tiende hacia su desaparición. La contención simbólica del desastre del nicho existencial es que el sujeto moderno de la periferia se ve obligado a relativizar su sustancia cultural en comunicación con otros ámbitos culturales: algo que se suele llamar cosmopolitismo. La necesidad imperiosa de hallar espacios para su expansión biográfica obliga al individuo a hacer suyos en circunstancias variables los esquemas subjetivos de otros mundos culturales, abandonando los fundamentos específicos sobre los cuales se edificó originalmente su proyecto vital.

 

La vida en la periferia es una cuestión de continua mutación psicológica; poner a prueba los cimientos emocionales de que el sujeto es portador en contextos se significación bruscos y fugaces. En cambio en los centros hegemónicos a pesar de que la vida es más abstracta, existen marcos societales compensadores en donde la vitalidad haya expresión diversa sin perder las raíces originales de su identidad. Es decir, el cosmopolita de los centros hegemónicos pierde las bases tradicionales de su imaginario por una constante reafirmación de su identidad en contextos de significación cambiantes. La personalidad ejecutiva, que es la identidad funcional del capitalismo avanzado, es también el modelo de personalidad carente de valores que necesita el sistema productivo. El lenguaje en los centros hegemónicos es sinónimo de manifestación individual, en la periferia un instrumento de formalización que no cumple muchas veces su labor de comunicación; los discursos lingüísticos transmiten a los nichos existenciales significados con los cuales se construye la personalidad, pero estos significados son negados en la medida que se objetualiza la existencia en el sistema productivo; prácticamente en la periferia los recursos lingüísticos son utilizados como elementos objetivos que refuerzan estructuras de dominación; la identidad en la periferia es un resultado de procesos de dominación que se informalizan y que son enmascarados por ideologías que publicitan consenso y comunicación.

 

La racionalidad que se convierte en un cimiento institucional de la cultura burguesa hegemónica al imponerse en la periferia a las matrices culturales vernaculares destruye la base anímica sobre la cual se sostiene la acción social con sentido. El impacto de la racionalidad instrumental en la periferia reduce la existencia cotidiana a reacciones operativas con las cuales sobrevive el sujeto de estas dimensiones tan precarias. La realización individual que adquieren los centros hegemónicos se impone al precio de la sistemática destrucción de los complejos culturales de la periferia; es como si para lograr la expansión del bienestar que alcanzan los centros hegemónicos estos se ven precisados a expulsar hacia la periferia toda la muerte cultural que hace nacer el pensamiento científico-técnico.

 

La cultura es una posibilidad en los centros hegemónicos, en la periferia una mera ilusión. Cuanto más la racionalidad técnica se expande por el planeta tanto más se convierten las expectativas de reconocimiento social en vitalidad condenada al exterminio. Al propagarse el eurocentrismo como requisito para no que dar al margen del sistema la realización cultural se va concentrando en una pequeña élite que no sólo comanda los destinos del sistema sino que además monopoliza el potencial estético de la cultura occidental. La normatividad con la cual se aprende a mediar las demandas por los marcos institucionales  se revierte policialmente en contra del individuo tan pronto este crea ideologías  subversivas que pretenden mínimamente transgredir el orden existente. Se debe controlar la conciencia  de la periferia porque esta es susceptible a asimilar la ideología de resentidos censurada de los centros hegemónicos,  muy a pesar que la inmadurez intelectual de la periferia impide el desarrollo de una conciencia cognoscitiva en nuestras clases progresistas.

 

 La lucha política que nazca de lo ámbitos periféricos deberá conseguir su emancipación especulativa a medida que va comprometiendo la praxis social de las categorías populares. La ideología que haga posible el bienestar universal de los pueblos, surgirá ahí donde las contradicciones objetivas del sistema se mudan a la esfera cultural, ahí en donde en apariencia no se encuentran conectores lógicos en una diversidad que niega la transformación total del sistema. Según esto, el pensamiento periférico deberá desvincularse de los constructos cognoscitivos exteriores al fusionar la reflexión con la realidad en un nuevo proyecto de sociedad que niegue la frivolidad del razonamiento científico-técnico. Cuanto más el pensamiento cosificador fragmente la conciencia de los pueblos en pos de la creación que alimente le sistema, tanto más las potencias cognoscitivas estarán comprometidas con la transformación de lo existente. Las aporías que aprisionan el desarrollo del pensamiento occidental son los puntos de arranque desde los cuales surgirá un orden que favorezca la solidaridad de las clases  marginadas del discurso oficial. Mientras la severidad del medio social se siga considerando como un resultado inevitable  de la sociedad capitalista será casi imposible convertir en acción política la especulación filosófica que huye cada vez más de la realidad. Se seguirá considerando que la autoconservación es la característica metafísica de la vida social aún cuando la nobleza del imaginario social clame instintivamente al emancipación de este orden absurdo. La nada es el destino de occidente, que no nos arrastre hacia ella a las poblaciones periféricas que merecen construir un entorno exterior deacuerdo a nuestras necesidades específicas.

 

Aunque los productos del progreso objetivo extienden las regresiones espirituales hacia la periferia, ésta no es incapaz de elaborar paulatinamente un análisis lo suficientemente desvinculado de los centros intelectuales hegemónicos. En la medida que se asentúa la pauperización y la ignorancia, la periferia es capaz de concentrar el saber social en sujetos geniales. Al ser marginadas las enfermedades del sistema hacia la periferia, la capacidad histórica de esta es susceptible de acumularse en la trayectoria académico-política de algunos sujetos brillantes. Los frutos de la razón histórica son aislados hacia la periferia ocasionando que en ella se den las condiciones objetivas para el despegue revolucionario. Lamentablemente en la medida que el nihilismo es sinónimo se supervivencia material las bondades del pensamiento quedan conservadas en el limbo académico de los intelectuales. La reflexión perecerá si es que no se concreta una propuesta política concreta de desarrollo concertado de la periferia. Debemos dejar de ser los basureros de occidente.

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