La cultura de la periferia
La relación de dependencia económica
entre el centro y la periferia alcanza en la época de la globalización límites
insospechados. Al autonomizarse los agentes económicos de sus fiscalizadores
políticos son capaces de subordinar a su antojo a las élites políticas de los
países subdesarrollados provocando que las sociedades periféricas con todos sus
esquemas de pensamiento se modelen de acuerdo a los intereses de los susodichos
agentes económicos. Obligados a disputarse una posición en el universo del
capital los sectores más diversos de la periferia ajustan sus socializaciones
específicas a los moldes culturales que exportan los centros hegemónicos. Esto
ocasiona, entre otras cosas, el abandono sistemático de las matrices culturales
en donde originariamente se socializó la personalidad periférica por el
predominio progresivo de referentes culturales en los cuales se acepta la forma
mercancía, típica de la sociedad burguesa.
La individualidad, que es la forma
hacia la cual se reduce la existencia cultural cobra en contextos periféricos
una doble relación. Por una parte, el individuo lleva inscrito en su existencia
la marca revolucionaria del intercambio burgués, y por otra parte, el individuo
sintetiza en su persona los efectos dramáticos de la cosificación social. El
esfuerzo por darle sentido a la existencia individual es reemplazado
paulatinamente por una existencia en la cual toda significación pierde
relevancia histórica. La necesidad imperiosa de articularse a las convulsiones
mercantiles, para poder obtener los recursos con los cuales poder sobrevivir,
obliga al sujeto periférico a adaptar sus primarias matrices culturales a las
artificiales normas culturales del universo burgués.
Se genera, lo que se dice, un mosaico
temporal desde el cual interpretar la existencia subjetiva, ya que aferrarse
inútilmente a marcos de socialización que revisten períodos históricos
tradicionales significa la autodestrucción sistemática del universo físico y
mental. El individuo sobre le cual reposa la subsistencia material, combina
transitoriamente elementos culturales tradicionales con elementos biográficos
modernos que empiezan a predominar a medida que se va imponiendo la modernidad
como forma de experiencia subjetiva. El desarraigo es doble: por una parte, el
individuo se ve desprovisto de sus originarios referentes culturales, los
cuales se disuelven paulatinamente, y por otra parte, el individuo ingresa en
contextos de sentido en los cuales la sobrevivencia física se paga al precio de
nulidad cultural
En un contexto social en el cual lo
más importante, objetivamente hablando, es conseguir los medios para integrarse
económicamente al sistema, la verdadera integración social no puede ser mas que
el resultado de una legitimidad cultural a un orden de cosas que excluye día a
día los significados acumulados de las clases populares. Estos, obligados a
proveerse los recursos materiales para poder sobrevivir, conservan un universo
inagotable de expectativas culturales en los abismos de la mente; prácticamente
todas las aspiraciones que confecciona el sistema audiovisual quedan anuladas
en los laberintos de la fantasía. Aún cuando la existencia cotidiana de la
mayoría se quede estática, producto del concentramiento de los recursos
económicos, existen, sin embargo, rutas alternativas en las cuales se realizan
las expectativas estancadas. Esto ocasiona que segmentos cada vez más
minúsculos, logran movilizarse socialmente hacia posiciones económicas
exitosas, pero esto siempre y cuando, interioricen una moral pragmatista
carente de valores; la instrumentalización de los recursos culturales hasta de
los que conforman la biografía del actor social, son requisitos indispensables
a la hora de procurarse una posición de sostenimiento material y cultural en la
sociedad. El éxito es un resultado necesario de la progresiva cosificación de
la vida social.
En los centros hegemónicos la vida
social también cae presa del hechizo objetivo, pero a diferencia de la
periferia existen normas sociales que contienen y domestican el avance de la
técnica sobre las esferas culturales. El cinismo, que es una condición para la
subsistencia material en la periferia, prácticamente se ausenta de las
relaciones de los centros hegemónicos. El problema de la periferia es que para
poder predominar el sujeto se ve obligado a liquidar su energía histórica en
los laberintos de la producción, en cambio el sujeto de los centros hegemónicos
se siente parte de un proceso en el cual su esencia individual contiene los gérmenes
de un discurso histórico concreto. La subjetividad en la periferia debe
reducirse a la libertad interior mientras toda la sustancia mental se va
trocando lentamente en necesidades fabricadas por el sistema de consumo, en
tanto que en los centros hegemónicos la libertad de competencia reafirma el
potencial expresivo del individuo; aquí la subjetividad no tiene más peligro
que la absorción del individuo en la maquinaria social.
La dualidad entre sujeto-objeto se va
haciendo más notoria en la periferia en la medida que las aspiraciones del
individuo se ven reducidas a la mera existencia y en la medida que la
naturaleza física es invadida por la racionalidad técnica. El abismo entre
esencia y representación se hace unilateral deacuerdo a que los fenómenos lingüísticos
se van convirtiendo en auténtica realidad. El lenguaje, de este modo, a parte
de reducirse a instrumento de comunicación se troca en auténtica objetividad
que no admite enmascaramiento. En un contexto en que todo es convertido en
mercancía la comunicación es contemplada solamente como acuerdos que no anulan
el conflicto; tan pronto como la tregua no puede evitar la secuencia del
conflicto se corrompe severamente el protocolo. El dialogo que verdaderamente
funciona en los centros hegemónicos es expulsado de un ambiente en el cual la
esencialidad de la autoconservación rompe con todos los marcos interpretativos
que contemplen la racionalidad comunicativa. La alarma por verse despojado del
alma fuerza al individuo a considerar el dialogo como recurso inservible en un
espacio en donde huir del dolor se vuelve prioritario para la existencia.
Relativamente, en los centros hegemónicos, la incorporación sistemática en un
clima urbano aliena al sujeto con respecto a los complejos objetivos, pero
también le otorga al sujeto condiciones históricas para afirmar su biografía
interior. La locura que reside en los estadios avanzados del capitalismo es un
producto de la sobreexplotación cualitativa del trabajador, en cambio en la
periferia la sensación de verse excluido del panorama objetivo no sólo
convierte en orate al marginal, sino que además obliga al individuo a elaborar
discursos lingüísticos marginales al discurso oficial con los cuales consigue
una comprensión explícita de sus contenidos existenciales. La cultura a medida
que es derrotada en la realidad exterior por el pensamiento técnico es
atrincherada en la imaginación, en la propaganda publicitaria y sublimada
paulatinamente hacia refugios existenciales desde donde se resiste el poder
salvaje del capitalismo. El auténtico pensamiento periférico no obtiene por los
altos niveles de usurpación que ha alcanzado la cultura occidental, medios
potenciales de expresión en las clases populares; prácticamente los intentos constituidos
de descolonización del saber se repliegan hacia el discurso demagógico o hacia
elucubraciones intelectuales sin desprenderse de los residuos conceptuales de
la metafísica occidental
Los orgullosos humanistas del saber
con sus pretensiones de modernizar el país deacuerdo a los moldes exteriores no
hacen más que modificar las bases estructurales de la vida cotidiana en correspondencia a los
intereses de los agentes empresariales, ocasionando la total sujeción de la savia espiritual a los cánones
de la tecnificación del mundo social. El mundo de la vida en la periferia no
alcanza a convertirse en un ámbito de expresión familiar y de reconocimiento
social, como en los centros hegemónicos, sino en una trinchera existencial en
donde se resiste los ataques del mundo objetivo muy a pesar de saber que la
vida cotidiana tiende hacia su desaparición. La contención simbólica del
desastre del nicho existencial es que el sujeto moderno de la periferia se ve
obligado a relativizar su sustancia cultural en comunicación con otros ámbitos
culturales: algo que se suele llamar cosmopolitismo. La necesidad imperiosa de
hallar espacios para su expansión biográfica obliga al individuo a hacer suyos
en circunstancias variables los esquemas subjetivos de otros mundos culturales,
abandonando los fundamentos específicos sobre los cuales se edificó
originalmente su proyecto vital.
La vida en la periferia es una
cuestión de continua mutación psicológica; poner a prueba los cimientos
emocionales de que el sujeto es portador en contextos se significación bruscos y
fugaces. En cambio en los centros hegemónicos a pesar de que la vida es más
abstracta, existen marcos societales compensadores en donde la vitalidad haya
expresión diversa sin perder las raíces originales de su identidad. Es decir,
el cosmopolita de los centros hegemónicos pierde las bases tradicionales de su
imaginario por una constante reafirmación de su identidad en contextos de
significación cambiantes. La personalidad ejecutiva, que es la identidad
funcional del capitalismo avanzado, es también el modelo de personalidad
carente de valores que necesita el sistema productivo. El lenguaje en los
centros hegemónicos es sinónimo de manifestación individual, en la periferia un
instrumento de formalización que no cumple muchas veces su labor de comunicación;
los discursos lingüísticos transmiten a los nichos existenciales significados
con los cuales se construye la personalidad, pero estos significados son
negados en la medida que se objetualiza la existencia en el sistema productivo;
prácticamente en la periferia los recursos lingüísticos son utilizados como
elementos objetivos que refuerzan estructuras de dominación; la identidad en la
periferia es un resultado de procesos de dominación que se informalizan y que
son enmascarados por ideologías que publicitan consenso y comunicación.
La racionalidad que se convierte en un
cimiento institucional de la cultura burguesa hegemónica al imponerse en la
periferia a las matrices culturales vernaculares destruye la base anímica sobre
la cual se sostiene la acción social con sentido. El impacto de la racionalidad
instrumental en la periferia reduce la existencia cotidiana a reacciones
operativas con las cuales sobrevive el sujeto de estas dimensiones tan
precarias. La realización individual que adquieren los centros hegemónicos se
impone al precio de la sistemática destrucción de los complejos culturales de
la periferia; es como si para lograr la expansión del bienestar que alcanzan
los centros hegemónicos estos se ven precisados a expulsar hacia la periferia
toda la muerte cultural que hace nacer el pensamiento científico-técnico.
La cultura es una posibilidad en los
centros hegemónicos, en la periferia una mera ilusión. Cuanto más la
racionalidad técnica se expande por el planeta tanto más se convierten las
expectativas de reconocimiento social en vitalidad condenada al exterminio. Al
propagarse el eurocentrismo como requisito para no que dar al margen del
sistema la realización cultural se va concentrando en una pequeña élite que no
sólo comanda los destinos del sistema sino que además monopoliza el potencial
estético de la cultura occidental. La normatividad con la cual se aprende a
mediar las demandas por los marcos institucionales se revierte policialmente en contra del
individuo tan pronto este crea ideologías
subversivas que pretenden mínimamente transgredir el orden existente. Se
debe controlar la conciencia de la
periferia porque esta es susceptible a asimilar la ideología de resentidos
censurada de los centros hegemónicos,
muy a pesar que la inmadurez intelectual de la periferia impide el
desarrollo de una conciencia cognoscitiva en nuestras clases progresistas.
La lucha política que nazca de lo ámbitos
periféricos deberá conseguir su emancipación especulativa a medida que va
comprometiendo la praxis social de las categorías populares. La ideología que
haga posible el bienestar universal de los pueblos, surgirá ahí donde las
contradicciones objetivas del sistema se mudan a la esfera cultural, ahí en
donde en apariencia no se encuentran conectores lógicos en una diversidad que
niega la transformación total del sistema. Según esto, el pensamiento
periférico deberá desvincularse de los constructos cognoscitivos exteriores al fusionar
la reflexión con la realidad en un nuevo proyecto de sociedad que niegue la
frivolidad del razonamiento científico-técnico. Cuanto más el pensamiento
cosificador fragmente la conciencia de los pueblos en pos de la creación que
alimente le sistema, tanto más las potencias cognoscitivas estarán
comprometidas con la transformación de lo existente. Las aporías que aprisionan
el desarrollo del pensamiento occidental son los puntos de arranque desde los
cuales surgirá un orden que favorezca la solidaridad de las clases marginadas del discurso oficial. Mientras la
severidad del medio social se siga considerando como un resultado
inevitable de la sociedad capitalista
será casi imposible convertir en acción política la especulación filosófica que
huye cada vez más de la realidad. Se seguirá considerando que la
autoconservación es la característica metafísica de la vida social aún cuando
la nobleza del imaginario social clame instintivamente al emancipación de este
orden absurdo. La nada es el destino de occidente, que no nos arrastre hacia
ella a las poblaciones periféricas que merecen construir un entorno exterior
deacuerdo a nuestras necesidades específicas.
Aunque los productos del progreso
objetivo extienden las regresiones espirituales hacia la periferia, ésta no es
incapaz de elaborar paulatinamente un análisis lo suficientemente desvinculado
de los centros intelectuales hegemónicos. En la medida que se asentúa la
pauperización y la ignorancia, la periferia es capaz de concentrar el saber
social en sujetos geniales. Al ser marginadas las enfermedades del sistema
hacia la periferia, la capacidad histórica de esta es susceptible de acumularse
en la trayectoria académico-política de algunos sujetos brillantes. Los frutos
de la razón histórica son aislados hacia la periferia ocasionando que en ella
se den las condiciones objetivas para el despegue revolucionario.
Lamentablemente en la medida que el nihilismo es sinónimo se supervivencia
material las bondades del pensamiento quedan conservadas en el limbo académico
de los intelectuales. La reflexión perecerá si es que no se concreta una propuesta
política concreta de desarrollo concertado de la periferia. Debemos dejar de
ser los basureros de occidente.
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