Resumen:
Hoy más que nunca que el
descarrilamiento de la cultura del consumo y del deconstruccionismo simbólico
desestructuran y colocan en la incertidumbre a las culturas subalternas, se
hace necesario una crítica de este modelo de liberalismo cultural asentado en
una economía desbocada, como el único antídoto para que la sociedad democrática
obtenga un control participativo y fijado de contextos de significados y sistemas
de creencias que entumecen la acción política y convierten el derrotero de las
identidades en una pluma desarraigada en manos de las manipulaciones de la
anarquía global del capitalismo.
Abstract:
Today more than ever that the derailment of consumer culture and the
symbolic deconstruction unstructured and placed in subordinate cultures
uncertainty, it is necessary a review of this model of cultural liberalism
anchored in a runaway economy, as the only antidote to get a democratic society
and participatory control set of contexts of meaning and belief systems numbing
political action and make the route to the uprooted identities in a pen in the
hands of the operations of global anarchy of capitalism.
Palabras claves: Consumo, ideología, deconstrucción, modernidad,
estudios culturales, subalternidad
¿Cultura o ideología?
Más allá de que este bache en
el capitalismo sólo sea un ligero traspié o resfrío ilusorio del patrón de
desarrollo occidental, la verdad es que el aparente desprendimiento de identidades
híbridas que han sido estimuladas por la explosión infinita de la mass media
evidencia el desvío histórico del sistema productivo de consumo para perseguir
y devorar los sistemas de significación y de creencias que se han agotado, en
un momento donde la vida excluida presiona por ser incluida en el modelo de
desarrollo. Si bien la huida de la referencia social de la reificación
industrial ha sido perseguida hacia los confines de la intersubjetividad por
una proliferación de bienes culturales que consiguió deshacer la protesta
histórica, lo cierto es que la fragmentación y caos cultural que ha provocado
han culminado por derribar un patrón de crecimiento soberano que ofrecía
garantías de control histórico y autonomía a las identidades subalternas del mundo.
El agotamiento de lo que se conoció como Estado de Bienestar o populista ha desencadenado el
desdibujamiento de la narrativa del progreso histórico, ingresando la
construcción de la personalidad en un escenario donde la estructura social se
hace añicos y todos los referentes culturales que antes daban cobijo a la vida
socializada son desmanteladas en centenares de ruinas, dejando un cuerpo social
desbaratado y al acecho de singularidades agigantadas.
El desarrollismo keynesiano
económico como sostén material de una sociedad que salía salvada del holocausto
bélico fue la respuesta institucional que ofreció la sociedad ante los ultrajes
económicos de la desregulación financiera que provocaron las guerras mundiales.
El mundo capitalista ante la presión del socialismo realmente existente, ante
los movimientos de liberación nacional del tercer mundo, y ante las propias
contradicciones internas de sus sociedades específicas, tuvo que cerrar un pacto de reconciliación con los
actores democráticos inaugurando un estado de crecimiento que vinculaba el
capitalismo, los actores mercantiles con las organizaciones de la sociedad
civil de tal modo que el Estado se comprometió a garantizar e incentivar la
producción empresarial siempre y cuando la rentabilidad se hiciera en
correspondencia y en beneficio de los actores civiles.
El Estado nivelaba las desigualdades en la medida que remercantilizaba a los
agentes económicos que quedaban rezagados en la tendencia a la monopolización,
al capacitarlos y al hacerlos ingresar en relaciones de oferta y demanda.
El acuerdo democrático hasta cierto punto resulta en la medida que bloqueaba
las contradicciones sociales que las sociedades avanzadas experimentaban,
disciplinando las fuerzas sociales y asegurando la gobernabilidad del Estado en
relación a la planificación económica que acallaba la multiplicación de las
demandas sociales.
Es en este escenario de
modernización hasta cierto punto autoritaria del sistema cultural, incentivado por los
medios de comunicación que va ir
paulatinamente liberándose de la lógica disciplinaria un proceso de
personalización que permitió modelar
psicología proclives a consumir los bienes materiales y simbólicos, de una
sociedad sumida en la segmentación simbólica, y es lo que va a crear una ontología
cultural que huye de los edificios estandarizados de la lógica sistémica,
porque percibe en la racionalización de la vida social relaciones de dominación
que persiguen rutinizar la vida y sumirla en la vida conformista.
Hasta cierto punto esta cultura consumista liberada de su referencia material
provocó poco después el agotamiento y acoso del estado desarrollista, ya que la
culturización postmoderna que producirá irá atrofiando lentamente el predominio
de la industrialización como modelo de desarrollo social.
A la larga este giro cultural
y de apropiación estratégica de la vida cultural ocasionó el despliegue y
desarrollo de una razón tecnológica y científica que asentará la producción y
los intereses de capital en la dominación estratégica de los sistemas de
creencia y hábitus individual. Es decir, la huida de la vida de la razón
histórica, el descontento cultural de un proceso de revolución que solo botaba
dominación y estandarización, decidirá que la intersubjetividad se replegará
hacia un existencialismo vanidoso, pero solitario, que abandonará el exterior
por una agitación espasmódica de una mente que se refugiará en el consumo y en
estilo de vida ideológico-narcisista.
El deseo cínico y gastador de reconocerá como la lógica sistémica que estimulará
la construcción y proliferación de la complejidad organizativa, ya que el
sistema productivo capitalista, en este
contexto de desorden cósmico, se va a organizar y va a succionar su plusvalor
en función del montaje de una industrialización cultural que fomenta y exarceba
el estereotipo y la hibridación sociocultural.
En algunas sociedades donde la
expansión institucional del sector público va a significar el sostén material
que facilitará la asimilación y control ciudadano de la alienación consumista,
es donde recaerá una simetría y coexistencia entre el tiempo de trabajo y
tiempo del ocio. En otras palabras, la culturización gigantesca que representa
la sociedad del conocimiento y del consumo va estar amortiguada por una
estructura organizativa de actores ciudadanos, lo cual determinara que la
alienación consumista no hecha a perder la iniciativa laboral y disciplinaria
de los agentes económicos.
Esta situación no sucederá con
similar forma en las regiones periféricas del sistema capitalista donde el
agotamiento de las economías nacionales, aunado a las resistencias que
supondrán las relaciones culturales tradicionales, desactivará de plano los
esfuerzos históricos por completar el ciclo de formación de la auténtica
modernidad racional. Más
allá de que este completamiento socioestructural de la formación histórica no
se consolidó, debido a la crisis de recesión que experimentó el capitalismo en
los años 70s, y a la presión socialista que desestabilizaba las condiciones
para introducir correctivos legítimos en la estructura social, creemos que lo
que explica el degradamiento del estado populista es la dependencia
económico-cultural que padecían los capitalismos periféricos y el hecho de que
la planificación moderna se iría paulatinamente evaporando para rediseñar un
escenario productivo donde el conocimiento, la información y el deseo
resquebrajarán las relaciones de dominación civilizatorias, en una vida
reticular y compleja donde el poder ideológico se decide en función del
voluntarismo y creatividad empresarial.
La vida colectiva, la
vanguardia revolucionaria se desintegrará en una multitud de nuevos movimientos
sociales, que además de buscar la tan ansiada redistribución económica, irán
detrás del desmantelamiento de la relaciones de dominación simbólica. En otras
palabras, la lucha por el reconocimiento irá desalojando las preocupaciones por
eliminar la explotación social, redefiniendo el capitalismo multinacional en
función de la solidaridad global e internacional que buscara equilibrar con la
democracia directa la escandalosa sensorialización del poder y su introyección
descarada en la vida significativa.
El crecimiento de una red
interminable de referentes culturales irá sacando de la preocupación pública el
tema utópico de la revolución social, lo cual irá otorgando al sistema
desorganizado de la existencia cultural una centralidad absoluta en la medida
que las tipicidades burguesas o yuppies que legitiman la sociedad de consumo se irán expandiendo por el universo
planetario, hibridizándose y en otra ocasiones hegemonizando con los sistemas
de referencia, local, regional o nacional. Mientras que la producción cultural
es cercada por el capitalismo de flujos e inversiones trasnacionales tanto más
esta invierte las relaciones de poder en sistemas de expectativas locales y
democráticos, deconstruyendo el sometimiento en una vida que padece el cáncer
de la ideología mercantilizada.
Es decir, el asentamiento del capitalismo en la apropiación descarada de las
culturas tradicionales y de las idiosincrasias locales, no sólo busca convertir
el peligro de la revolución en vida domesticada y servil, sino que esquiva
elegantemente el propósito de los actores democráticos de enriquecer
igualitariamente las condiciones de vida social que ofrece el desarrollo
global. Es decir, el plusvalor supracultural que consigue vive de la regresión
sociopsicólogica del actor singular, de su no completamiento dialéctico, de la
contención ahistórica que promueve un modelo de desarrollo social que no
cancela la industrialización, pero que la restringe para pocas sociedades que
monopolizan las atribuciones del desarrollo tecnocientífico.
En la medida que los descubrimientos e invenciones de la ciencia se orquestan
en función del despliegue de las industrias culturales y de la razón cínica,
será muy difícil liberar los beneficios del desarrollo tecnológico del control
autoritario de las ideologías planetarias, masificar su aprovechamiento
democrático, ya que la tendencia demuestra que los adelantos tecnocientíficos
son utilizados para saciar las expectativas hedonistas de una individualidad
saturada y bombardeada de espectacularidad cínica.
La proliferación de los
híbridos culturales, liberados de la lógica unidimensional y autoritaria genera
toda una gran conspiración ideológica en contra del espíritu subalterno que
persigue democráticamente transformar las condiciones jerárquicas y
antidemocráticas de la globalización socioeconómica. Es la obstinación del
ánimo histórico de seguir siendo un esclavo glotón de la razón del deseo
capitalista lo que impide la desestructuración de la complejidad del poder, ya
que tal revolución cultural no podrá partir para su éxito de un solo cambio de
horizonte mental sino que tendrá que afincarse en el desarrollo responsable de
las fuerzas productivas, que le dan a la individualidad potenciada una base
material donde hacer concreta su felicidad.
Crítica de los estudios culturales.
Al amparo del repliegue
político que padecieron las fuerzas de izquierda con el neoliberalismo, se
mantuvo la estrategia desde el pensamiento comprometido de relegar el análisis
crítico hacia aquellas posiciones donde el liquidamiento neoliberal no lograra
desalojar la potencia de la filosofía de izquierda. Quizás el problema de esta
resistencia táctica haya sido que la fuerza para continuar con la crítica
despiadada de la vida mistificada se convirtió con el paso del tiempo en la
siembra de un estilo de vida que ha terminado por capitular ante las
arremetidas culturalistas de la razón lingüística y de la ideología neoliberal.
¿En que consiste este conservadurismo repentino? Que ante la licuación de la
estructura social y de las condiciones objetivas que posibilitaban la
revolución del horizonte capitalista la vida contestataria se protegió de la
ofensiva neoliberal en la crítica cultural, en el cuestionamiento acendrado del
estilo de vida aburguesado y de las industrias culturales como una manera de
conservar vital una forma de pensamiento que no había podido evitar la intensa
culturalización de la estructura capitalista.
Al haberse definido que la
transformación del capital dejaba sin aliento a la teoría crítica ya que este
giro ontológico significaba el engarrotamiento y la pérdida de seducción de la
filosofía negativa las capas sociales que antaño le daban validez cognitiva
cambiaron arriesgadamente su campo de creencia revolucionaria por un
deconstruccionismo cultural que empieza a leer el idealismo de los sistema
abstractos en función de los esfuerzos de integración individual y de
resistencia semántica que la particularidad golpeada por la globalización
ejercía peligrosamente. Es decir el individualismo metodológico de las
individualidades más calificadas se convierte en el etnométodo para alcanzar supervivencia en un escenario
histórico donde la preservación del mundo de la vida se va a dar en función de
que tanto la subjetividad sepa maniobrar con audacia en la sociedad del
conocimiento, de que tanto su habilidad para reproducir información le facilite
el reconocimiento de su estructura doméstica de vida cotidiana.
En este sentido, los estudios
culturales van a reflejar según las características de las sociedades
subalternas las diversas estrategias de resistencia cultural de las identidades
dominadas en tanto la desestructuración de la modernidad sólida va a implicar
un proceso de desmaterialización de la gramática del poder capitalista, en
campos de exclusión sociocultural donde se sensorializa la dominación y esta se
recubre de ideologización estética.
A diferencia del hombre
unidimensional y estandarizado se irá modelando una mentalidad compleja que va
a disponer de la prerrogativa de desactivar el poder corporalizado en el propio
centro de la experiencia cognitiva, lo cual va a denotar una transgresión
valorativa de las coordenadas del poder mistificado pero en función de la
naturaleza singular del actor solitario. Por ello si bien el escape de la
gramática de la dominación va a implicar una subjetividad que se las arregla
para integrarse a los repertorios de acción
colectiva aceptando el racismo de los sistemas de conocimiento, lo cierto es
que tal acomodamiento etnometodológico va a significar instrumentalizar los
espacios de socialización y los contextos de significación donde se forma la psicología de los actores
más vulnerables y empobrecidos, poniendo el cuerpo social en función de los
intereses egoístas y de reproducción sensorial del actor individual. Es decir,
la vida mistificada va a deconstruir las ideologías que pretenden dominarla
siempre en relación de concretar los apetitos de reconocimiento estético que
los actores se propongan edificar, y todo esto en función de concretar
biografías que otorguen provisionales máscaras de certidumbre cultural.
Para decirlo de otro modo el poder va ser barrido cuando los actores deseen hacerlo,
y lo harán siempre y cuando le resulte agradable y divertido; en tanto la
dominación les resulte confortable no la dejarán, haciendo creer al capitalismo
que sus reificaciones son discursos eficaces de poder que embrutecen al agente
social, cuando en realidad son sólo revestimientos cómodos que otorgan
identificación y cierto cobijo étnico.
La integración es legitimada
porque a través de ella el actor consigue acceder a las facilidades e
informaciones que hacen posible la reproducción social; no hay sistema moral que movilice al individuo a utilizar los marcos
institucionales; la verdad es que la sociedad es rehecha porque sin el
amortiguamiento emocional que ofrece el actor no se decide a mediarse a través
de ella; la realidad social no existe a excepción de las intermitentes
iluminaciones y solidaridades convenidas que dan la simulación de que ésta
existe. A las raíces sociales cada quien las manipula a su antojo, lo que
quiere decir que el proceso de individualización bloquea y desaparece la
socialización a despecho del desarrollo integral de la personalidad que queda
detenida según las circunstancias en desarrollo embrionarios e infantilidades
socio-psicológicas.
Al quedar desamparada la identidad por obra del desmantelamiento político de la
realidad social la subjetividad recrea toda una variedad de instalaciones
populares y folklóricas propias de su desenvolvimiento cultural, creyéndose
todas las aventuras ideológicas que el subconsciente enfermo imagina como
auténticas formaciones sociales.
De acuerdo a esta terquedad de
proseguir la subjetividad inscrita en las maniobras de la espectacularidad
ideológica es de donde la epistemología culturalista recoge signos de
asentamiento de su posición neoconservadora. Al admitir que el giro lingüístico
ha hecho ingresar al espíritu social ante las embestidas y riesgos de un mundo
desbocado, que es difícil de ser predecible, creen que el poder puede ser
rebatido solo de manera etnocultural o deconstructiva, lo cual genera que la
lucha por democratizar las estructura mundializadas de la globalización
económica sea abandonada por ser anticuada. El integrado, el multiculturalista
cree que sólo puede revolucionar las jerarquías del poder simbólico con una
cuota de voluntarismo constructivista, cuando esta estrategia de saturación
discursiva se desarrolla a costa de referencias sociales que hacen posible la
materialización del beneficio individual. Al intensificarse el relativismo y el
enraizamiento temporal y desechable de las mutaciones ideológicas se ingresa en
un escenario objetivo donde la explosión y fragmentación de órdenes sociales no
es capaz de encubrir la evolución real de la estructura social, con el
consiguiente añadido de la inmadurez de los sometidos.
La cultura jala la atención
del individuo hacia la deliciosa actividad de los sentidos, pero aún cuando lo
sepulta en la hipercomplejidad de lo recreativo y supra-estético no cancela la
sensación de que envejecemos y que no estamos preparados para abandonar la
vida. Cuando la facticidad del lenguaje nos hace ingresar en la juguetería
emocional de lo que se deshace en nuestras manos, percibimos el perjuicio de
una fuerza oscura que tratamos de
disimular, pero que está ahí hiriente, acechando en los márgenes de lo que no
es posible nombrar. Esa fuerza es la vida material que la epistemología
cultural no logra enmascarar y que se cuela como una naturaleza vengativa que
se levanta alrededor de los momentos de luz de la represión tecnocivilizatoria.
Este mundo oculto es la sustancia de lo que no es prolongado o ideologizado por
la inteligencia emocional de las organizaciones sensoriales; una ruta
indomesticable que la razón
estratégico-lingüística no logra leer oficialmente y que es retratada en la
medida que el abismo de conocimiento no destruye las coordenadas pulsionales de
donde brota lo que se trastoca en discurso frío. El lenguaje es el vestido
místico que mantiene en la infantilidad lo que se escabulle en el inconsciente.
Cuanto más la vida huye de lo abstracto en los confines indómitos e
irracionales de la interioridad tanto
más la exterioridad del mecanismo helado del capital se las arregla para
acrecentar la falsedad de los híbridos que dice representar. Pero es la audacia
del interior, que a veces asoma la cabeza por los dominios del sistema, lo que
conspira para reencantar de vida rebelde
las instalaciones disgregadas de la complejidad del capital, para reformarlo y
a veces ponerlo festivo y jovial.
Tal vez en estos momentos en
que se produce una indigestión de discursivismo es que se gesta la oportunidad
para que la subalternidad logre aterrizar el idealismo de los sistemas
abstractos, con el control reterritorializador de las culturas híbridas y
locales. Tal vez sea el momento que los estudios culturales dejen la agencia
exageradamente referencial del lenguaje y consigan regresarle a la vida el
control sobre su sensoriedad idiosincrática, a salvo de una vez de las
tecnologías estéticas que dividen el mundo entre los que saben gozar
burguesamente y los que no saben hacerlo. El descontrol lingüístico, el libertinaje
sígnico de la mass media ha ido bastante lejos en su intento de liberar a la
naturaleza humana de sistemas cerrados y de visiones unilineales, consiguiendo
en verdad hacer depender a la conciencia de estructuras ideológicas que desatan
la cínica y oscura adicción de la irracionalidad aún a sabiendas de la
conciencia sometida. La cultura que ha desbordado las instancias sólidas de la
modernidad debe retirar su confianza en la habilidad integradora de las
biografías sometidas, porque estas no se han tragado el cuentazo de que la
felicidad reside en una existencia que devora ideologías, ya que de un modo
inesperado las multitudes revolucionarias empiezan a creer que la emancipación
depende de que la vida no confunda el apetito de materialidad por ideas agradables que sólo empequeñecen la
subjetividad.
La vuelta del desarrollismo.
Ante la crisis que atraviesa
el capital global se abre la hipótesis que la trasnacionalización de las
decisiones políticas en materia de crecimiento económico provocó una fuga deflacionaria
de los flujos económicos, lo que a la larga desincentivo las coordinaciones
lucrativas que sostenían el modelo y desalento el consumo de los mercados
regionales del mundo globalizado. La excesiva desregulación de la economía
mundial, aunado a un achicamiento despolitizado del Estado, que confería
posibilidades de dominio a la economía empresarial, ha ocasionado que la
excesiva concentración del capital en control de los grupos de poder global
vaya excluyendo de la capacidad de consumo y de inclusión productiva a las
multitudes empobrecidas, que por su inhabilidad para acceder a los estratos
estereotipados del consumo se han aventurado a recrear caóticamente los
lenguajes micro empresariales como la única alternativa de supervivencia que
les faculta ingresar a las cárceles ideológicas del estatus y distinción
burguesa.
El capital al confiar en la
escandaloso psicologización y movilización de las tipificaciones del consumo ha
cimentado erróneamente la producción de utilidades en una domesticación y
culturización del tejido biopolítico de la producción, lo cual a conducido a
que se vayan acumulando en núcleos monopólicos y en redes económicas
periféricas las actividades cognitivas que hacen posible la reproducción de lo
real. Esta culturización linguistizada de la producción hace que las ventajas
de la vida empresarial se hallen atravesadas por ideologías, clasificaciones,
estatus y complejos estéticos que movilizan la carne social para reproducir
prerrogativas del desorden capitalista. Como no es fácil de suponer esta
mescolanza de realidades diversas ha acercado a la dominación biopolítica a la
habilidad de las clases subalternas de democratizar desde la creatividad
psicoempresarial los ámbitos elitistas de la producción capitalista.
Es la concientización soberana
de las multitudes o de la razón populista
que inunda el mezquino y unidimensional estado de derecho neoliberal, lo que
hace que entre en una fase crítica el capital, porque recibe la presión
democratizadora del proletariado cultural que exige una redefinición
redistributiva de una constitución oligarca que se ha cerrado implacablemente.
No es sólo la subalternización antropologica, que desborda la estandarización
de la hegemonía capitalista, lo que preocupa a la razón cínica sino además la
crítica reformista que recibe el autoritarismo del imperio de las clases
populares, para redefinir adecuadamente la civilización capitalista, lo que
obstruye la continuación y permanencia de un edificio global que hizo depender
el crecimiento económico de la estimulación individualista y del desgarramiento
de las solidaridades tradicionales. En este sentido la pluralidad productiva
del proletariado si aspira a reconfigurar el esqueleto misterioso de la
producción debe dirigir el
deconstruccionismo subjetivista de la vida sometida a la invasión solidaria de la exterioridad
sistémica del capital como la única
estrategia para que el cambio de mentalidad este acompañado del necesario
redimensionamiento de la estructura capitalista.
Al necesitar el imperialismo
del capital de las diversas racionalidades económico-culturales de las
sociedades populares, genera la oportunidad de democratizar radicalmente la
globalización y de anular de una vez por todas el racismo e intolerancia de los
enclaves culturales, de una burguesía asustadiza que se refugia en la
ideologización estética y nihilista. El capital si ha de querer continuar con
la globalización de los flujos de poder debe resolver los problemas de
gobernabilidad de una sociedad popular que tiende a la mundialización, con la
construcción de una economía social que se preocupe por la agenda social y por
la poblaciones atrapadas en la pobreza estructural, ya no con la mendicidad de
la política social sino nivelando a los actores políticos que van quedando rezagados en la lucha socioeconómica
y así combatir la desigualdad social.
No obstante, esta tarea viene
siendo obstruida por el repliegue del capital hacia los dominios
intervencionistas de los Estados-nación
buscando con ellos recuperar las coordinaciones de la inversión privada y
restaurar la potencia globalizadora del tejido mercantil. El estado es el
llamado a salvar la situación disgregada que experimenta el capital, mediante
inyecciones importantes de capital líquido y por medio de ciertas prerrogativas
constitucionales que indican donde debe ser repotenciado el mercado
internacional. Se utiliza el poder público de un Estado que había sido
menospreciado hasta la saciedad como único responsable del subdesarrollo y de
la inestabilidad sociopolítica, para que remercantilice el tejido social de
intereses privados que escapando al control soberano de los actores
democráticos ponen la sociedad al servicio de los intereses particulares del
capital. Hoy como nunca la hipocresía de la organización capitalista se hace
cargo de la problemática social para arguyar que el futuro de la sociedad
depende de que tanto reflote la rentabilidad del empresariado mundializado,
cuando en realidad lo que se busca es mantener condiciones oligopólicas y
elitizadas de control técnico para hacer creer a la opinión pública que lo que
padece la sociedad de mercado es sólo una ligera dolencia o que es sólo
pasajera.
Creo – para añadirle más leña al fuego- que el crack del capital no consiste en
una patología pasajera, sino que es producto de la especulación cínica y nómada
de los flujos de inversiones que han desestructurado y desmaterializado las
sociedades para ir formateando singularidades proclives a desenvolverse en los
vericuetos funcionales del sistema capitalista mundializado.
Frente a esta situación los
movimientos sociales que tanto se han engullido la tragedia de la traducción multicultural deben
equilibrar la lucha por las diferencias excluidas con un replanteo táctico de
su visión de economía solidaria, que a mi parecer no se quiere comer el lío de
la competencia industrial, anarquizando y haciendo muy rudimentaria la
producción de los sectores del mercado interno. Si las redes socioeconómicas de
la supervivencia quieren convertirse en un pujante sector productivo, deben
intentar como mecanismo de negociación política, internacionalizar y acrecentar
el poder de los mercados regionales, generando circuitos económicos que vayan
evadiendo la monopolización sistémica de la típica organización capitalista,
para de este modo equilibrar la desterritorialización de los flujos del capital
con vigilancia democrática local.
No es volver a mantener cautivo al capital bajo las coordendas del poder
político estatal de donde sale la reconstitución de la agencia económica sino
estar a la altura de lo que es irreversible y cuya respuesta debe ser ejecutada
sólo a nivel trasnacional.
Lo nacional es sólo un nivel
de amortiguamientos reticulares que se ve obligado a realizar los actores
democráticos para construir bloques regionales de poder económico-político que
hagan más fácil a su vez la eficacia de los modelos de desarrollo social en
beneficio de la sociedad. El desarrollismo entra como aquel discurso
progresista que reensambla lo social para recrear un patrón de crecimiento
interno que se ejerza en correspondencia con la fiscalización de la naturaleza
social y de la promesa política de que el rendimiento del capital sea
desideologizado y descentralizado en la sustancia populista de la sociedad.
¿Deconstruccionismo o revolución?
Con el debate sobre la
condición posmoderna quedo bien claro que la dinámica histórica de la
maquinaria social había estallado en un sinnúmero disperso de narrativas que al
no haber podido vulnerar la gramática de la razón instrumental se fueron
paulatinamente resguardando del caos cultural en la profusión de un
discursivismo ideológico que esquivo la necesidad de revolucionar la estructura
social de la modernidad.
Se constató que la materialidad que
había sostenido ciertamente el proceso de hibridación de los repertorios
culturales de la sociedad de consumo se fue perjudicialmente desvaneciendo a
vista y paciencia de un derrotero cultural que contesto con la trágica
culturización de los sistemas de referencia biográfica. Frente a la licuación
de la estructura material y su ingreso en el biopoder cognitivo de los
dominados se evidenció que la medida para desactivar el recorrido desenfrenado
de la razón cínica del deseo, pasaba necesariamente por deconstruir
solitariamente la sensoriedad del poder desde la experiencia corporal para
alterar la verticalidad de la dominación en mentalidades rebeldes que evadan la
instrumentalización.
La constitución moderna que
había dirigido totalmente el decurso de la hibridación cultural hasta los
límites históricos que permitía la creatividad lingüística, explosionó en la
proliferación sobresaturada de innovaciones y renovaciones socio-lingüísticas
que colisionan irremediablemente contra el muro ontológico de la desilusión
dialéctica. Cuanto más la razón histórica promete que su esfuerzo democrático
es capaz de atravesar el muro sistémico de la razón cínica tanto más el capital
toma la apariencia de una corriente de duración interna que se le escapa a la
conciencia; es
decir, el caudal incontrolable del capital se ha identificado con la vida que
somete tornando las cosificaciones del poder simbólico en cárceles sistemáticas
que se van apoderando de la existencia
que se rebela y resiste, haciendo naufragar sus esfuerzos disidentes y
de inclusión en reintegraciones sensatas que reproducen lo real del poder,
mandando , de este modo, toda la subversión subalterna hacia estereotipos
ridículos dignos de ser despiadadamente apartados.
El cáncer que hoy amenaza la
constitución de la modernidad es que las hibridaciones y mestizajes subalternos
que resultan excluidos de los espacios monopólicos de la vida aburguesada ven
alterados y rechazados sus legítimos pliegos de reclamos y protestas
democráticas que plantean ante las oligarquías planetarias, viéndose obligados
a mutar sus prácticas de reproducción cultural hacia las periferias delictivas
y corrosibles de la vida pauperizada y peligrosa como una estrategia de
supervivencia ontológica que les garantiza ilegalmente predominar objetivamente.
La ley es transgredida porque no resulta no ser más que una envoltura normativa
que contiene el curso espontáneo y recíproco de la vida solidaria que observa
cínicamente como el Estado de derecho y los laberintos jurídicos obstruyen el
desarrollo histórico de la vida social,
lo cual lo obliga a caer cautivada bajo las seducciones de la cultura de la
delincuencia que atrofia la existencia y torna
salvaje la civilización. La proliferación de los híbridos se agarra e
instrumentalizan delictivamente los marcos institucionales de la sociedad
burocrática, intentando deconstruir sensorialmente la cosificación, pero lo que
consiguen es revitalizar la fuerza de un cinismo subalterno que corroe la
sensibilidad de la vida honesta y comprometida. Lo que es honrado y justo muta
en lo que amenaza desviadamente a la razón civilizatoria de las burguesías
planetarias, pero no de un modo revolucionario sino deseando fácilmente las
comodidades y ventajas de un narcisismo cultural, que tanto es achacada como
una existencia a la cual todos pueden acceder libidinalmente, cuando no es
verdad. Aunque la ley declare que el crimen obedece a la tendencia resentida y
desviada de las clases populares, la verdad es que el deterioro sistemático de
los contextos de significación, que protegen la vida cotidiana de los
subalternos, empuja a la existencia empobrecida a restaurarlos con la captura
ideológica de bondades económicas que sólo son posible con el saqueo absurdo de
la propiedad privada.
El río caudaloso del capital
que asemeja el mundo del detalle con los sofisticados ensamblajes
etnotecnológicos del desarrollo económico ocasiona el desenvolvimiento de una
conciencia subjetiva que aprende a tener un rastreo simbólico del mundo
heterogéneo desarrollando una actitud pragmática e intuitiva que le permite
desplegarse en un escenario de herramientas y significados culturales. Es
justamente esta vida cosificada que detesta desvestirse de sus innumerables
micro-ideologías, la que otorga validez a un mundo de reificaciones funcionales
donde nadie se deshace de su lectura de sí mismo o varia sus pautas culturales,
porque el temor al tránsito dialéctico de la identidad es más fuerte que la
facticidad del empobrecimiento socio-económico. En otras palabras el dramatismo
de una identidad atrincherada en refugios ideológicos que se desvanecen – poniendo
en grave riesgo la certidumbre socio-psicológica del actor individual- es lo
que facilita la desestructuración de un mudo complejo y desbocado donde cada
relación que se establece con el entorno, implica reproducir el desorden
cósmico del capital, que ha logrado
detener el impulso revolucionario con la desactivación de la acción política en
una vida de asociaciones reticulares efímeras e invisibles.
El cambio ontológico que representa un escenario complejo y de construcciones
provisionales que exponen la sensibilidad cultural al riesgo de una trayectoria
accidentada, es la condición trágica que debe ser cambiada por la
transformación ontológica del esfuerzo revolucionario, cuya acción política
debe superar dialécticamente la proliferación del discursivismo postmetafísico
porque de no hacerlo las intenciones hedonistas naufragarán en el desequilibrio
de lo caótico y de la muerte sistémica.
Es urgente revolucionar la
resignación ante la transgresión de un mundo desarraigado y complejo por una
identidad democrática que aprenda a
vivir en el caos de las afirmaciones simbólicas, que sea capaz de controlar y
adelantarse a las convulsiones sistemáticas del universo, y que este
acostumbrada a rastrear positivamente los recursos escurridizos del capital global.
Se debe dejar a un lado el deconstruccionismo simbólico como cambio de pautas
culturales y buscar una acción colectiva de corte político que ayude a
desactivar la gramática exterior y economicista de los flujos del capital,
reinsertando, si es posible una planificación desarrollista del mundo complejo
que subordine las ganancias de un capitalismo reticular a consideraciones de
bienestar general. En tanto el mecanismo organizacional y gerencial del
espíritu cínico del capital logre aprovecharse del decurso vital de los
subalternos – porque logra poseer una lectura más apropiada del caos cósmico –
no se conseguirá derribar ni revolucionar la situación rizomática y
esquizofrénica que padece le mundo de la vida.
Es ahí en las alteraciones irracionales y corpusculares de un mundo que se
evapora objetivamente de donde la subjetividad rebelde debe extraer la fe en la
superación de las contradicciones macroscópicas del mundo capitalista.
Si deseamos no ser víctimas de
los desórdenes cósmicos de un mundo complejo debemos intentar incursionar con
éxito en él, sólo a través de la consistencia que otorga un espacio de
certidumbres culturales, que es a su vez producto de la gestión crítica y
solidaria de una vida profundamente reticular. La sociedad no funda de una
manera negativa y proteccionista sino como un organismo solidario y viviente
que tendríamos que estar redefiniendo a cada instante y darle un sentido
afirmativo, siempre estando alerta.
Rematerializar la vida.
Suene a una estrategia
reaccionaria o no creemos que la única manera concreta de desactivar la
gramática de los sublime, de lo que es por naturaleza abstracto y no humano, es
volver hacer ingresar la práctica social en los confines materiales de un
empirismo radical y pragmático.
Si queremos deshacernos del sometimiento y rebajamiento de lo que es sistémico
y funcional debemos creo reintroducir los planes privados en fines prácticos y
finitos de felicidad y belleza que no impliquen adherirnos a proyectos
trascendentales de naturaleza teorética u ontológica. Pero para que ellos sea
real la vida debe superar la despiadada carga de lo abstracto, y de la
burocratización de los sentidos por un tránsito político de la identidad a una
vida liberada de compromisos estructurales y de cosificaciones ideológicas. El
concepto audaz y seductor de la razón tecnológica debe ser invadido por una
lógica sensorial que relocalize o reterritorialice las tendencias
trascendentales de la razón cínica capitalista. Creo que la misión de controlar
un mundo desbocado pasa necesariamente por desactivar intuitivamente la
violencia de la instrumentalización, de hacer aterrizar sensorialmente un
mecanismo abstracto que sentencia la vida a ser sólo un reservorio absurdo de
plusvalor y de legitimaciones mediáticas.
La naturaleza explotada por la
modernidad rampante al regresar como una patología virulenta que amenaza la
integridad de la civilización hace peligrar en la absurdidad de la inmadurez
nihilista a toda la rescatable capacidad histórica por desconectar la sublime
gramática ciberespacial del capital. El agigantamiento de singularidades
criminales por obra de la emancipación electrónica debe ceder ante la
arremetida revolucionaria de los actores democráticos, los únicos esfuerzos
clínicos por detener una maquinaria que condena a la vida a la oscuridad
lingüística y a la destrucción ecológica.
El hechizo de un organismo
hambriento de sordidez digital, la cárcel íntima de los signo mediáticos debe
ser contenida por la transvaloración revolucionaria de los valores abstractos y
sistémicos, porque es esta lógica la que esta ocasionando el desarrollo
vertiginoso de un animal de consumo que devora, depreda y saquea la naturaleza
interna y externa del planeta.
En tanto la rentabilidad del capital descanse en el estímulo irreversible de
una naturaleza pervertida se hará casi imposible rescatar la lucidez del
pensamiento individual de los oscuros vacíos de la vida digital, la cual ha de
conducir a una constante degradamiento de la naturaleza social e histórica. Es
hoy la inconmensurable selva de lo abstracto, la que ha provocado el contagio
de la existencia aislada del individuo de un biopoder mercantilista que hace
responsable a cada individuo de la civilización del destino del mundo natural y
social.
Quizás la estrategia para
conjurar el desaforado mecanismo de la globalización consista en poner cotos a
esta segunda naturaleza semiótica del consumo por medio de un proceso de
organización local y subalterno de las identidades políticas que consiga crear
conciencia ciudadana una cultura política responsable por el desarrollo y
gestión de la sociedad democrática. En la media que los flujos y decisiones
desterritorializadas del capitalismo sean vigilados desde los actores
idiosincrásicos, la sociedad será capaz de entender que la permanencia d la
vida privada y solidaria reposa en hacer que la economía capitalista sirva a
los intereses de la civilización y no a la inversa.
Referencias bibliográficas.
- ORTIZ Renato.
La mundialización de la cultura. S XXI Editores. 1998