viernes, 1 de septiembre de 2023

Crisis de civilizacion.

 



El país se deshace en su propia contradicción estructural. Los cimientos del orden social se tambalean ante la ausencia de conocimientos y una inteligencia que con reformas estructurales pueda impedir la debacle del sistema social peruano. Nunca como antes el capitalismo se debate ante la propia encrucijada de una sociedad que lo rechaza con su trasgresion moral y psíquica. Tras casi 30 años de crecimiento capitalista sostenido la sociedad peruana ingresa en un escenario donde las ideologías que la amenazan consiguen bloquear los ciclos productivos de la economía y con ello disuelven en corrupción y delincuencia el régimen de poder democrático.

Las reformas estructurales son obviadas o no se halla la suficiente voluntad política para llevarlas a cabo,. De este modo, la captura del Estado por los políticos y empresarios mercantilistas es el muro que impide un claro funcionamiento del Estado , y lo que a la larga impide la formación de señales de confianza para que la inversión privada ancle en nuestro territorio, genere empleo y mejore las condiciones de vida de la población. La clase política es parte de esa rémora estructural que no facilita la modernización del Estado, y la principal fuerza social que estimula el caos social y la delincuencia organizada. A la clase política y sus esbirros no le conviene una sociedad del conocimiento,  y mucho menos una sociedad desarrollada. Tras la representación política se hallan fuerzas oscuras y antisistemas como el narcotrafico, el terrorismo, mineros informales y delincuencia organizada, que buscan un régimen de excepción donde la democracia detone en dictadura.

La democracia peruana no consigue arraigar en una cultura política autoritaria. Las fuerzas oscuras que buscan fisionarla no comprenden que sin ella la vida social individual sería inviable. El socavamiento del sistema democrático nace no de una ideología que busca una utopía  sino de un proyecto criminal trasnacional que odia con todo su ser enfermo la meritocracia y el autodesarrollo personal. En la búsqueda de una dialéctica que se devora los fundamentos del orden social, ella misma destruye y sangra pueblos y naciones con la búsqueda tiránica de la igualdad y la fragmentaciin multicultural. El hombre mediocre que tiene en su poder el hechizo del poder tecnológico desea las alturas sin esfuerzo, y anhela atragantarse de todo lo que el sistema económico puede generar. Su hambre es desbaratar todo aquello que lo empuja a superarse. Su mediocridad es la fuerza de la violencia y del vulgo para frenar la iniciativa privada y el emprendimiento popular. Bajo el disfraz del comunalismo se esconde el afán de ser parte de las jerarquías, sin haberse comprometido con la generación de la riqueza. Al dar pan y circo al pueblo  lo degradan y desennoblecen, lo conminan al hambre y a la inmadurez de los sometidos. Ahí donde la producción se detiene lo que gobierna es el impulso ciego, y la multiplicación de deseos pervertidos.

Asistimos ante la posibilidad de que el país se desangre en la desestructuracion social, o ante la oportunidad magnífica de un salto cualitativo en la estructura productiva. Las mafias internas y las manipulaciones de la casta política son hasta ahora los principales cuellos de botella que no permiten la modernización de la economía. Deshacerse de esta escoria es a largo plazo tarea de un robustecido sistema educativo, que no sólo busque ciencia y conocimiento, sino que cambie los principales usos y sentidos del pueblo. Es urgente ante tanta miseria y abandono civilizar la sociedad con educación y valores. Mientras la barbarie domine los espacios de la enseñanza y adoctrine a millones de niños y jóvenes se crearán doctrinas y hombres dependientes que no busquen por sus propios medios elevar sus niveles de vida. En tanto la violencia y la pobreza moral abatan al pueblo seguirá siendo complicado rescatar a las personas del miedo y la pobreza estructural. Y será fácil para las personas decidirse en sus opciones de vida por caminos ilegales y sombríos, con lo que reproducen unos tejidos sociales cada vez más decadentes y vacíos de sentido.

Nuestra entropia es la muerte del s XX. Este se resiste a desaparecer y desembocar en la sociedad del conocimiento. Lo que experimentamos como desarrollo capitalista es la marca de una productividad intensa sin valor agregado, sin conocimiento que lo maximice. Hay mucha subalternidad no solo en nuestro desordenado urbanismo, sino en la forma como se gestiona la cultura popular. Esta no sólo se ha vulgarizado por el impacto de las tecnologías de la información, sino que se han debilitado los vínculos de sentido, produciéndose una pérdida de cálidad en la producción de la vida social.  Nuestra cultura es pujante y creativa, pero vive amenazada por una racionalización de laa esferas de la vida que tienden a generar anomia y trasgresion. No sólo hay la apariencia de que se recae en la barbarie de los sentidos y certidumbres  sino que además las personas carecen de una conciencia común de integración. Se posee todas los elementos culturales y técnicos para ser hasta lo imposible, pero las personas parecen no hallarle rumbo a sus vidas. El sistema es hereronomo para todos, porque nuestro proyecto de civilización no asegura la realización de la vida individual, sino es que el individuo no se aferra a superarse. La vida parece ser ingrata y eso hace anidar el resentimiento estructural del cual se alimentan los discursos antisistemas. Elegir opciones radicales es lo mismo que ejercer violencia contra la sociedad que nos acoge y en la cual a fin de cuentas sobrevivimos. A esta generación golpeada por la fuerza de la globalizacion le hace falta una regeneración espiritual. Algo que integre al país,  que le dé sentido colectivo a las acciones emprendidas por todos los peruanos. De lo contrario nuestra civilización regresionara a los perfiles de una sociedad dictatorial y autoritaria donde la oscuridad de la delincuencia nos arrebataran la libertad pata poder crearnos una vida digna y colmada.

Vivimos una crisis de la civilización peruana. Nuestro mito nacional es una obra incompleta y abandonada. Referirse a la búsqueda de una conciencia nacional es una motivación urgente y necesaria. Pero dentro del abismo en que moramos suele ser una tarea que la inteligencia del país parece no reconocer ni debatir. Aun nos falta hallar en los espacios inciertos de nuestra historia los caminos alegóricos desde donde construir una religiosidad cívica y la vez diversa. Por lo pronto, los peruanos reproducimos el orden disfuncional de nuestro sistema, aún a salvo de proyectos criminales  pero sin participar en una construcción común más allá del mercado y el capitalismo. Mientras no superemos la guerra cultural en que nos hemos hundido por culpa de falsos activistas e intelectuales, no podremos ver con claridad los cimientos de una sociabilidad donde el esfuerzo y trabajo de cada quien nos permita vivir la realización y la gloria de un país autosuficiente y desarrollado. Por ahora nuestra civilización no se halla así misma, y vive amenazada por los ecos de comunistas y conservadores que buscan hundirnos en el atraso y la desolación.

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