sábado, 10 de junio de 2023

Adios a la colombiana






Cuando termine con la colombiana quede destrozado en mi orgullo. No ere el hecho de que estuviera enamorado de ella, sino que se atrevió a terminar me en un 14 de febrero, y eso era maligno. Me sentía estafado, decepcionado en mi mismo. Lo que se me ocurrió aquella noche fue desestresarme en un night club, y olvidarme de aquella bruja a la que había llenado de atenciones y dulzura. Lo que hice al entrar al templo fue escoger a la mejor mujer que viera sola y seducirla a más no poder.


Eso hice. Ella se llamaba Ingrid. Era una charapa espectacular. Era mi compañera de noche. Una mujer al que el dinero podía comprar y que te mostraba cariño y deseos consumados, solo porque uno tenia hinchada la billetera. Salí con ella varias veces a bailar a vista y paciencia de los otros hombres que veián el espectáculo de nudistas y mujeres desbordadas de placer.

En un momento ya con algunas copas encima se me ocurrió pedirle sus servicios íntimos, pero el recuerdo de Morgana era penetrante. A lo único que reaccione fue a decirle que me esperara, que iba al baño  y me escabulli del templo, precipitandome hacia la calle. Tomé un taxi y mareado por el licor y el aire de la madrugada empecé a derramar pequeñas lágrimas de dolor y de impaciencia. Creo que el taxista se dio cuenta, porque puso música para que se me pasara la conmoción nerviosa, pero era inútil, un dolor enorme en el corazón me agobiaba y una gran frustración se apoderaba de mis pensamientos.

Llegue a mi casa casi al amanecer. No le dije nada a mi madre. Necesitaba hablar con alguien, pero me trague mi furor, esperando que pase el día, haciendo ejercicios y pesas para relajarme y se me fuera el drama emocional que fuera mi vida. Era Lunes ya y por la noche fui a mi cita con el sesionista y le conté lo que me había echo Morgana, y asintió con la cabeza que todo había sido una fuerte perrada. Sólo busco que me calmara y que por intermedio de la logoterapia botara toda la frustración que sintiera.

Salí a la calle y camine por el mar en la noche. Aún el recuerdo del perfume de esa mujer era melifluo. Y me dolía en el orgullo recordarla. Sabía que debía estar con otro, con alguien que si podía cumplirle sus caprichos y era envolvente no poder sacar de mi ser las escenas íntimas y fervientes que había tenido con ella. Maldije cada segundo o momento que tuve a lado de ella. Pero esa colombiana tenía justo el veneno por el que un hombre sufre. Llegue a Barranco, era lunes en la noche, y caminaba cerca de la plaza principal. Me senté en el parque principal. Cogi mi celular y le escribí unos palabras de despedida, casi sin darme cuenta. Volví a leerlas y era amor y rabia lo que había escrito. No era el momento para flaquear, quizás ni lo leyera, no importa, una tonada de las baladas de Guillermo Davila me sobrecogió el pensar. Tome un bus y regrese a casa maltratado y sin ganas de hablar con nadie.

Era martes y debía regresar a trabajar al sur. Era un lindo verano y tenía responsabilidades que resolver con las poblaciones de Cañete. El trabajo me mantuvo ocupado y por varios espacios del día el dolor del amor no correspondido se esfumó de mi cabeza. Las risas de mis compañeros de trabajo y las buenas comidas y tragos del sur sirvieron de un dulce néctar que aplaco mi rencor. Y así estuve por varios días, trabajando hasta tarde, olvidando un poco más y más a Morgana. Y pude cavilar que ella no valía nada, que mejor era no buscarla ni pensar en ella. Que en Cañete el fuego de otra mujer podía ser el bálsamo a mi desconsuelo. Y así fue.

Ella era Marjorie. Una dulce y fatal cañetana con la que tuve una pasión antojadiza. Ella no me amaba. Ni tampoco yo. Pero si que luego de pasear por las discotecas y saliéramos de San Vicente terminábamos desnudos en mi hotel, dueños de una pasión irrefrenable. Su aroma de mujer y su juventud devolvieron a mi ser el orgullo de hombre que tanto necesitaba restituir. Ella era la ecuación que debía desvestir para derrotar al dolor de una mala mujer.

Me fui de Cañete dejando la promesa a Marjorie que volvería a verla. No fue verdad. Tenía la suficiente experiencia para no embotarme con nadie y me sumergí en mis escritos filosóficos para darle una nobleza superior a mi locura dd creador. No sé cómo se pasaron los meses y olvidé con drogas, licor y mujeres a Morgana. Su recuerdo era solo un mal aire. Un chiste mal contado. Era para mi una humillación que me la nombrarán o la recordará.

Hasta que en una madrugada vi mi messenger y había una nota de Morgana. El cuerpo se me estremeció de cólera. No sólo había leído lo que escribí una noche, sino que me invitaba sibilinamente a que nos viéramos y habláramos. No me decía ningún motivo. Yo ya no la quería,  pero su piel era una formula de manjares que deseaba poseer otra vez. Le contesté el mensaje y ya era de noche de un sábado cuando la esperaba en miraflores. Ella llegó radiante en minifalda azul y con su cabellera azabache que tanto suspiros me arrancaba. Fuimos a una discoteca a tomar unos tragos y mientras fingiamos que nada había pasado entre nosotros, yo la apretaba más contra mi cuerpo, sintiendo su respiración cada vez más agitada y sus ojos inyectados de deseo. Le propuse privacidad del modo más vulgares posible y ya estábamos desnudos haciendo el amor como dos animales. Me hundía en su piel y me envolvía en su sabor. Era una experiencia trágica la que se apoderaba dd mi ser. Quería amarla de nuevo, pero el orgullo y la conciencia me decían que esto no era real, que era otro engaño. Estuve con ella piel con piel, hasta que sobrevino el amanecer y ella ingreso a la ducha para asearse.

No me duche con ella. Me volví a vestir y le escribí que no me volviera a buscar en el messenger. Que nada sería igual y que había sido una mala idea que pensáramos en acaso volver. Nunca jamás sería la luz dd mis ojos. Que se largara de mi vida. Escribí este mientras me precipite a la calle, chape mi bus y en unos minutos ella me timbraba al celular, y como no le respondia me escribía que ka perdonara que como yo no hay otro. Que nada en la vida es real sin mi. Eludi el dolor que me causaba dejar atrás a Morgana, pero me dije: que nada bueno sale del engaño. Y que ya antes me había comparado y dejado por pobre. Volví a viajar con la mente clara en mis propósitos y con ninguna roca que pudiera destruirme. Creo que volví a llorar por ella, no lo percibí. Solo recuerdo que el aliento de esa boca jamás lo volví a sentir jamás. Adiós musa de la salsa. Y se fue Yare, se marchó Yare.

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