Pandemia y mundo de la vida.
Es la fenomenología en momentos
de ausencia de materialidad y sensibilidad la mejor corriente que explora una
vida arrinconada en el existencialismo y la precariedad de las condiciones de
vida. No es la explotación en la que se sumergen los afortunados sino una vida
de descartados y excluidos sociales la que enfrenta la adversidad de la
pandemia. El COVID 19 ha vuelto la vida social insignificante, y aunque la
socialidad y los vínculos afectivos se siguen urdiendo a pesar del miedo, no es
una broma cuando digo que la vida se ha vuelto escandalosamente abstracta.
El mundo de la vida uno de las categorías
de Edmund Husserl y que fue Alfred Schutz puso en circulación en la sociología
se ha vuelto desgarrado y vaciado de significado. Del narcicismo en donde la
vida cotidiana había sido resocializada hoy vivimos por el contrario una
ausencia fuerte de solidaridad comunitaria, o simples normas sociales de fraternidad. Ya desde antes esa
sociedad de los vínculos sociales venía siendo socavada por el mundo del
internet donde la abstracción de la virtualidad te quita antropología y la cara
a cara. Hoy el mundo se vuelve peligroso por el
miedo al contagio y a la vez vaciado de amistad y contactos profusos.
Aunque la mala sangre evade las
restricciones y el consejo al confinamiento intentado de volver al narcicismo
consumista lo que vemos es un eclipsamiento por el momento de una conciencia
colectiva. Si antes no había una cultura compartida hoy con la pandemia la
sociedad queda atomizada y la soledad y el aburrimiento hunden sus garras en la
emociones de la personas. El mundo de la vida se vuelve un sistema de
personalidad que recibe discursos y da discursos sin que importe el mundo
interior del sujeto o de las comunidades.
La llamada intersubjetividad de
Berger y Luhmann también se ve mellada porque las unidades familiares y los
grupos sociales sobre los que descansaba se ven partidos y fragmentados por los
cuidados a la enfermedad y por un intersticio abrumante de falta de cordialidad
y vínculos emocionales. La vida cotidiana se vuelve aún más rutinaria que nunca y parece escaso el amable gesto de un
te quiero y del amor incondicional. Si antes el amor ya era plástico el golpe
que han recibido las personas se vuelve obsceno y el erotismo es sacudido como
un mal poema en la avenida.
Toca saber si con la bendita vacuna
la normalidad del mundo del consumidor volverá con su fuerza natural y así
dejar de lado que nos hemos reducido a ser sujetos que reproducimos solo una
vida natural y no una vida cultural y antropológica sana. Quizás en el futuro
los riesgos de pandemias o de contaminación de la naturaleza sumerjan a la
subjetividad ante peores amenazas y muerte simbólica. Hoy las máximas representaciones
del mundo de la vida moderna, ese mundo inminente del que hablaba Schutz, se
acondicionan a un mundo de riesgos inesperados donde la muerte es ya una categoría
de sentido usual. La existencia de sobrevivir al precio que sea vulneran lo más
sagrado: el mundo de la vida y sus tesoros de confortabilidad.
La pandemia no solo ha derribado
naciones y sistemas sanitarios, y con ello ha puesto al filo de la recesión a
nuestras economías. Sino que además ha quebrado los hilos más sensibles desde
donde se tejen los comportamientos emocionales más liminares. Nuestra psicología
inclusive la de los niños se ve abrumada por la violencia y el avance de la
insignificancia y no son pocas las que merecen tratamientos médicos. La salud
mental alterada deja la huella de un mundo que no se ha afiatado a normas
compartidas y que de pronto se ve enfrentada ante circunstancias tan perversas
que los horrores de la depresión y la angustia se apoderan de desempleados,
pobres extremos o tal vez mujeres maltratadas o niños/as. Las tensiones que el
miedo y la violencia simbólica de los
medios de comunicación han operado en
nuestras mentes no nos han evitado salir o continuar con nuestras vidas,
pero le han dado un golpe de gracia a estructuras organizativas de las que
depende la vida cotidiana porque los entramados más básicos del mundo de la
vida es irresponsable y temerario. No es solo el hambre lo que nos empuja a
enfrentar el virus con un toque de optimismo sino esa necesidad
intrínseca de ser libre. Nuestra libertad ha sido restringida y por lo que se
viene creo que se restringirá aún más. Los sistemas autoritarios y moralistas están
ante el acecho de poner más cadenas a la libertad. El cambio climático sería la
excusa.
Finalizando. Todo sistema de instituciones
compartidas que le den un máximo de gobernabilidad al país debe partir desde la
cultura más microfísica. Sino es así volveremos a la misma rutina de la
explotación para ser consumistas voraces. Por lo pronto, la pandemia ha
golpeado el mundo de la vida y nos ha sumido en la esclavitud más ordinaria.
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