lunes, 14 de septiembre de 2020

Pandemia y mundo de la vida.

 


 




Es la fenomenología en momentos de ausencia de materialidad y sensibilidad la mejor corriente que explora una vida arrinconada en el existencialismo y la precariedad de las condiciones de vida. No es la explotación en la que se sumergen los afortunados sino una vida de descartados y excluidos sociales la que enfrenta la adversidad de la pandemia. El COVID 19 ha vuelto la vida social insignificante, y aunque la socialidad y los vínculos afectivos se siguen urdiendo a pesar del miedo, no es una broma cuando digo que la vida se ha vuelto escandalosamente abstracta.

El mundo de la vida uno de las categorías de Edmund Husserl y que fue Alfred Schutz puso en circulación en la sociología se ha vuelto desgarrado y vaciado de significado. Del narcicismo en donde la vida cotidiana había sido resocializada hoy vivimos por el contrario una ausencia fuerte de solidaridad comunitaria, o simples normas  sociales de fraternidad. Ya desde antes esa sociedad de los vínculos sociales venía siendo socavada por el mundo del internet donde la abstracción de la virtualidad te quita antropología y la cara a cara. Hoy el mundo se vuelve peligroso por el  miedo al contagio y a la vez vaciado de amistad y contactos profusos.

Aunque la mala sangre evade las restricciones y el consejo al confinamiento intentado de volver al narcicismo consumista lo que vemos es un eclipsamiento por el momento de una conciencia colectiva. Si antes no había una cultura compartida hoy con la pandemia la sociedad queda atomizada y la soledad y el aburrimiento hunden sus garras en la emociones de la personas. El mundo de la vida se vuelve un sistema de personalidad que recibe discursos y da discursos sin que importe el mundo interior del sujeto o de las comunidades.

La llamada intersubjetividad de Berger y Luhmann también se ve mellada porque las unidades familiares y los grupos sociales sobre los que descansaba se ven partidos y fragmentados por los cuidados a la enfermedad y por un intersticio abrumante de falta de cordialidad y vínculos emocionales. La vida cotidiana se vuelve aún más rutinaria que  nunca y parece escaso el amable gesto de un te quiero y del amor incondicional. Si antes el amor ya era plástico el golpe que han recibido las personas se vuelve obsceno y el erotismo es sacudido como un mal poema en la avenida.

Toca saber si con la bendita vacuna la normalidad del mundo del consumidor volverá con su fuerza natural y así dejar de lado que nos hemos reducido a ser sujetos que reproducimos solo una vida natural y no una vida cultural y antropológica sana. Quizás en el futuro los riesgos de pandemias o de contaminación de la naturaleza sumerjan a la subjetividad ante peores amenazas y muerte simbólica. Hoy las máximas representaciones del mundo de la vida moderna, ese mundo inminente del que hablaba Schutz, se acondicionan a un mundo de riesgos inesperados donde la muerte es ya una categoría de sentido usual. La existencia de sobrevivir al precio que sea vulneran lo más sagrado: el mundo de la vida y sus tesoros de confortabilidad.

La pandemia no solo ha derribado naciones y sistemas sanitarios, y con ello ha puesto al filo de la recesión a nuestras economías. Sino que además ha quebrado los hilos más sensibles desde donde se tejen los comportamientos emocionales más liminares. Nuestra psicología inclusive la de los niños se ve abrumada por la violencia y el avance de la insignificancia y no son pocas las que merecen tratamientos médicos. La salud mental alterada deja la huella de un mundo que no se ha afiatado a normas compartidas y que de pronto se ve enfrentada ante circunstancias tan perversas que los horrores de la depresión y la angustia se apoderan de desempleados, pobres extremos o tal vez mujeres maltratadas o niños/as. Las tensiones que el miedo  y la violencia simbólica de los medios de comunicación han operado en  nuestras mentes no nos han evitado salir o continuar con nuestras vidas, pero le han dado un golpe de gracia a estructuras organizativas de las que depende la vida cotidiana porque los entramados más básicos del mundo de la vida es irresponsable y temerario. No es solo el hambre lo que nos empuja a enfrentar el virus con un toque de optimismo sino  esa  necesidad intrínseca de ser libre. Nuestra libertad ha sido restringida y por lo que se viene creo que se restringirá aún más. Los sistemas autoritarios y moralistas están ante el acecho de poner más cadenas a la libertad. El cambio climático sería la excusa.

Finalizando. Todo sistema de instituciones compartidas que le den un máximo de gobernabilidad al país debe partir desde la cultura más microfísica. Sino es así volveremos a la misma rutina de la explotación para ser consumistas voraces. Por lo pronto, la pandemia ha golpeado el mundo de la vida y nos ha sumido en la esclavitud más ordinaria.



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