lunes, 21 de septiembre de 2020

El empobrecimiento cultural de las izquierdas.

 

 

 



 

Introducción.

Este ensayo me surgió a raíz de una velada poética a la que asistí allá por el verano del 2010 al sindicato de trabajadores de la telefónica. Entre otros detalles accesorios como la celebración de un festival de recitaciones de alumnos de literatura de San Marcos, y las improvisaciones de un artista popular del rap, se lanzó una pregunta en la presentación del evento que me dejo consternado y que nadie supo responder. El interlocutor de esta interrogación era un poeta que se preguntaba ¿Por qué en los espacios de izquierda se ha perdido la reproducción de obras artísticas, de festivales poéticos y obras dramatúrgicas, cuando todo esto era tan natural a principios del s. XX? Como no supo nadie explicar esta aporía que invadió toda la estancia, me halle de improviso dueño de una pregunta trascendental de investigación que creció en matices cuando me tope con las exploraciones culturales de Octavio Paz, al mundo alegórico de la artesanía, donde arte y utilidad estaban unidos.

Detrás de esta aparente inquietud filológica se esconde el origen de un cáncer, de una carencia socio-afectiva que ha atravesado nuestra constitución nacional. Preguntarse hoy en día porque arte y acción política ya no van juntas es escarbar en los cimientos de una mala decisión histórica, de la apuesta arrogante por un modelo que nos ha empequeñecido y arrojado al solipsismo de la violencia y de la insignificancia vital. Y en esta historia curiosa la formación del discurso de izquierda juega un rol determinante: la separación cartesiana entre arte y función como producto del industrialismo y del proceso de modernización que acompaño este período fáustico de la cultura peruana fue una decisión empujada por el historicismo de las izquierdas, en donde el programa cepalista de industrialización por sustitución de importaciones, y las avezadas reformas estructurales que tomó el gobierno de Velasco cancelaron abruptamente todo un horizonte sociocultural arcaico,  que fue disuelto por ser la base tradicional que se oponía al desarrollo secular de la modernidad.

La historia que narro en estas líneas pretende conjeturar que el divorcio intencional entre arte y sociedad industrial no supuso un salto cualitativo como habitualmente se había creído, sino que contrariamente a ello significó el inicio de la decadencia de nuestro espíritu de civilización y de toda aquella organicidad irracional que sobrevino después como remedio  a la feudalidad indígena. En esta disociación entre arte y función reside el meollo de nuestros desencuentros y de las disfuncionalidades actuales del modelo democrático, y por lo tanto, el germen de tanto sufrimiento y sujeción a la moralidad  y al esteticismo criollo. Pero pasemos a desarrollar los apartados.

Vanguardia y revolución.

Como bien lo afirma Lipovestky en su célebre libro “La era del vacío” el arte de la vanguardia estética se desplegó en contraposición y negando el espíritu conservador y disciplinario del mundo burgués[1]. Toda esta confluencia de ideas y prácticas estéticas que cuajarían en el modernismo, como bien lo señaló Adorno[2] desarrollarían en las variadas tendencias de las obras plásticas (Cubismo, Dadaísmo, Impresionismo, Expresionismo y Surrealismo) una producción de subjetividad trasgresora y alternativa al puritanismo autoritario de la cultura burguesa; que acapararía una elite de artistas y  bohemios intelectuales reacios a  aceptar la burocratización de la vida individual. Inspirados en las “Flores del mal” de Baudelaire o en las creaciones polémicas de los poetas malditos en los desenfados de Mallarme, el lema de batalla “el arte por el arte” iría constituyéndose una esfera de valores estéticos y de ideales antropológicos lejanos a aceptar los convencionalismos y rigideces moralistas de la cultura puritana, contraponiendo un gusto por lo fugaz y la innovación permanente, que compartirían las principales creaciones literarias y artísticas, que tratarían de disolver la solidez tradicional de los estamentos y las culturas anacrónicas de la feudalidad. En relación a una cultura vorágine del cambio y de la petrificación instantánea de la invención artística se iría gestando una intersubjetividad bohemia y diletante que en rebeldía contra el conservadurismo e hipocresía iconoclasta daría forma  aun programa político de masificación y de realización de los valores artísticos en política y en la vida cotidiana. Aunque la misma idea de vanguardia se volvería escolástica a medida que las subjetividades atrofiadas se separarían del ritmo convulsionado de la modernización –un ejemplo de ello sería el anarquismo existencialista de Mayo del 68- la noción de un mundo re encantado por la religiosidad estética iría tomando forma con la implosión de esta cultura diletante de elites esclarecidas.

Si en el manifiesto surrealista André Breton buscaría la reconciliación revolucionaria entre estética y vida cotidiana, ahí donde avanzaba imparable la instrumentalización, la rutina y la hegemonía de las grandes organizaciones, es con la aparición de las comunicaciones galácticas del cine, la radio, la publicidad, y posteriormente, la televisión donde al arte escaparía a sus captores ilustrados y sacerdotes esnobistas para producir el agotamiento de la ética puritana y el inicio de un reino de estímulos y de goces desmesurados. Es con el consumismo erosionador de las lealtades cívicas y de los colectivismos autoritarios como el populismo tercermundista y los totalitarismos nacionalistas conocerían su más indignante degradación, rindiéndose un culto sub-cultural a una erotización de la realidad y a un proceso de personalización que caotizaría la realidad planificada, y la volvería una selva de relativismos y de contactos vacíos. Ahí donde las grandes de la industrialización y de la secularización modernista cederían su paso al reino del individuo y del hiperconsumo se gestó un carácter, una resistencia vulnerable en el seno de las mentalidades que hallaría en la ideologización cosmética y de la risa espasmódica el mejor antídoto contra una realidad empobrecida y crecientemente precarizada por la violencia y el sinsentido de la vida. En la línea de las maestros de Frankfurt la emancipación cada vez más exaltante del arte, como cosmetología clínica de los padecimiento infructuosos del alma desguarnecida, encontraría en las sangre alborotada de los cuerpos glamorosos o en los murales exhibicionistas de las grandes ciudades las túnicas perfectas para vivir deliciosamente a pesar de todo, bajo la sombra de la técnica y de la autodestrucción nuclear.

Este arte cada vez más musicalizado e irresistible a la violencia postmoderna de lo erótico y al sarcasmo cool, como la serie norteamericana “Friends”, haría de la vida un evento liminal y vulnerable, donde el vacío de las psicoadicciones o la embriaguez totalitaria de un lenguaje cada vez más vulgar y representativo, como los repertorios clandestinos de las calles y de las minorías subyugadas (Gays, cultura afrolatina, pandillas) gestarían una realidad cruel y competitiva incapaz de detenerse a comprender o a descargarse de los dolores o traumas personales. Es visible que las culturas heroicas como los cuadros cantineros del bolero  y de la rancheras, o la pervivencia de ladrones sagrados como “Tatán” envueltos en la aventura de los submundos del robo y de la estafa, dejarían su lugar a ejércitos de hombres maquillados y de cuerpos protésicos, como señalo acertadamente McLuhann, donde la ironía descarada o el goce festivo pulverizan hasta hoy en día los cuadros depresivos o las olas desagradables de la estupidez sensorial y socio-afectiva.

Es visible que este proceso que describo se desplegó también con singulares matices en las sociedades de los capitalismos dependientes, donde el arte y su ideologización corporizada empatarían y revitalizarían los laboratorios insospechados de las migraciones y de la afluencia de mestizajes. Pero la vanguardia en el Perú no sería ciertamente más que un espíritu endeble, vertido mayormente en la fuerza poética y ensayística de la generación de los 20s, donde este encuentro indisoluble entre estética y política alcanzaría solo un ethos tímido; es decir, un poder accesorio ligado a las intenciones doctrinarias del marxismo temprano o del indigenismo rampante. Se diría que en las pinturas de Sabogal, donde los Andes incólumes se fusionarían con la modernización incontenible; en los ritmos criollos de Felipe Pinglo Alva, donde la estética criolla alcanza ribetes nacionalistas de veneración nostálgica de la tierra y del mundo costeño, de forma igual que Chabuca Granda; en la poética de Nicomé De Santa Cruz donde la jerga festiva canta a la negritud y al escenario público de la ironía y de las clases populares; en las piruetas estilísticas del postmodernismo peruano de Eguren, Martín Adán y Vallejo, donde el sentimentalismo andino y melancólico de una realidad apátrida se mezcla con la soledad del mundo administrado, o en el cada vez más sorprendente avance de la cultura artesanal y folklórica[3], es que se da una mímesis impuesta entre el panteísmo cultural de las tradiciones y los registros torbellinezcos de la modernización autoimpuesta.

Es decir, previo a la imposición del pathos eurocentrista del desarrollo, y su arquitectura económica el industrialismo se venía cocinando en los laboratorios arielistas de la tradición y de las clases populares una cierta identidad de interpretación de conjugar el espíritu festivo y barroco de nuestras culturas con los mejores aportes del formalismo fáustico de las sociedades occidentales. Así estas preocupaciones desde distintas miradas buscaban no la disolución enajenante del espíritu sacrificial o ritualista de lo andino, sino la apropiación nacional del Estado moderno y de la secularización modernista como un modelo normativo que enriqueciera la ya diversa estructura latinoamericana y no la confinara a ser un apéndice del sistema capitalista o del internacionalismo soviético.

En las contribuciones ensayísticas del largo ciclo de pensadores sociales posterior a la debacle de la Guerra con Chile, en la generación del 900, el anarquismo, la generación del 20, y el indigenismo se denota la originalidad razonar histórica y de forma antropológica el saber ancestral y cálido de estas tierras tan diversas y arcaicas, pero no con el afán de presentar una etnografía monástica o turística como es hoy la hermenéutica, y la racionalidad literaria, sino con la motivación de extraer la savia cultural de nuestra tradición y retratarla en teoría y propuestas de la larga duración. El proyecto nacional que persiguió a nuestros líderes políticos y audaces pensadores, y que tuvo su ingenuo nacimiento en la promesa de la independencia, con “los padres de la patria”, fue la pieza maestra de una reflexión que buscaba la realización armoniosa, la integración de nuestros pueblos en un destino nacional; una comunidad imaginaria, como señala Anderson[4], que superara los desencuentros geográficos, culturales y económicos que nos han atormentado desde siempre, y alcanzar la alternativa modernizadora de ser un espíritu orgánico, soberano y autodeterminante.

Por múltiples razones esta síntesis histórico-cultural alcanzó su apogeo con la llegada del Estado desarrollista, pero se agotó abruptamente porque la apuesta progresista interfirió un conjunto de mutaciones culturales que no fueron incorporadas, sino aplacadas por el cientificismo desarrollista de aquel entonces:

1.      La mimesis nacional que imaginó Mariátegui con su idea del socialismo indoamericano fue expulsada de una visión formalizada que dio hegemonía a un sujeto político netamente urbano y sindicalizado. La idea de un frente único, es decir, de una comunión heterogénea, fue desplazada por una práctica homogeneizadora que desechó rápidamente un enfoque étnico, y que sólo proyecto de modo unilateral y política la visión indigenista. Quizás el enarbolamiento aprista de lo quechua e incásico explica esta síntesis complicada e inauténtica.

2.      La decisión de seguir el camino del progreso imparable fue erosionando paulatinamente una supuesta praxis colectiva, ya que los valores incrustados previos a la gran comunión nacional eran  soterradamente particulares; la superación cualitativa de la fragmentación ontológica del país cedió ante el regreso de una nueva heterogeneidad estructural, como sostuvo Quijano[5] años atrás, donde las singularidades desconectadas de todo progreso social encontrarían en los espacios multiculturales de la urbe el escenario perfecto  para el surgimiento de una nueva identidad popular: “la choledad” de Nuggent[6], que desbordaría el edificio artificial y ajeno de la nación orgánica.

3.      Los valores anti-oligárquicos del indigenismo, aún siendo parte de visiones paternalistas de intelectuales urbanos e indianistas, pudieron cuajar en una síntesis nacional y cultural del país, pero es la inmediata realización cultural de todo este ethos en el seno de las ciudades industriales y modernistas lo que atrofiaría y cancelaría los valores democratizadores y conservacionistas de una real cultura o civilización andina. Como bien lo presentía Arguedas[7], la modernización desordenada y desarraigante que se ensayaba en los principales focos industriales, urbanos, como Chimbote como en la industrialización de la harina de pescado, de los años 60s fagocitó o distorsionó la nobleza y el idealismo antropológico de los campesinos andinos, invitándolos a migrar y apoderarse grotescamente de espacios desérticos y suburbios empobrecidos donde se lucharía por condiciones de vida y por ser reconocidos como ciudadanos y consumidores urbanos.

4.      Un cuarto proceso que fue interrumpido con la llegada del desarrollismo y que fue paulatinamente quien decidió el divorcio abrupto entre la cultura y la industrialización, fue el error histórico de cancelar todo el proceso de mímesis artística y de imaginación folklórica que los centros culturales de las vanguardias sindicales e intelectuales protegían de las inclemencias de la individualización y del mercantilismo. Y por consiguiente, desmontaron las bases biográficas y ritualizadas de las mentalidades que invitaron a la modernidad urbana. En el fondo el Estado populista no debió subestimar las demandas de reconocimiento étnico-cultural- no obstante su ambiciosa reforma educativa intercultural bilingüe- que torpemente trato de sustituir por la conciencia racional y asalariado del individuo ciudadano, pues tal desenlace desembocó en una seria crisis de legitimidad del Populismo, y como los vimos en los 80s un una crisis cultural anómica y de violencia política que desbaratarían el edificio moderno.

5.      Un último proceso que fue cancelado por los torbellinos de la modernización  fue la lenta culminación de estéticas populares y de artes plásticas nacionales, que fueron desdibujadas y absorbidas por la sociedad del espectáculo y del consumo posterior. El hermanamiento estratégico entre arte y revolución del arielismo, del indigenismo y del marxismo de Mariátegui fue arrebatado a la revolución socialista por la ideologización sensorial del arte en el consumo, y por la consiguiente, vulgarización y elitización del espíritu estético en el cortejo nocturno de bienales y galerías exclusivas donde el contenido esta neutralizado por una mentalidad del adorno y la colección. El arte pasaría a enmascarar y a refortalecer la segregación cultural y los sistemas de conocimiento social de estatus, generando un paradigma light de la belleza y de la comunicación arbitraria y competitiva.

Cultura popular y ethos festivo.

Es necesario echar una indagación general a la génesis de  las culturas populares y al ethos festivo previo  a la emergencia de los medios de comunicación, porque ahí he detectado hipotéticamente, en la línea de  José-Martín Barbero[8], un conjunto de tesis polémicas que ayudarían a explicar la experiencia cultural anterior a los cambios  transculturales posteriores operados por la llegada de la TV, radio, y en especial el mercado audiovisual de la escucha popular. Es en este entorno de plebe urbana cercana a la atracción de una tímida industria nacional donde he hallado la fusión armónica de varios elementos culturales, originarios, que serían proyectados por las industrias culturales posteriores, dando forma a un proceso de individualización racional, que disolvería las solidaridades tropicales y musicalizadas del mundo peruano.

Como es de notar la cultura popular previa a la modernización autoritaria iniciada en la década del 20 con Augusto Be. Leguía, y que hallaría su masificación desbordante con la mediatización de los símbolos nacionales y la propaganda publicitaria de la moda y del consumo ciudadano de los años 60s hasta la actualidad, era una amalgama estática de notables, profesionales, pequeños burgueses, obreros y lumpen-proletariado que compartían el espíritu aún virreinal y reservado de la ciudad colonial. Es decir, la cultura oficial hegemónica y la que servía de paradigma envolvente de exclusividad a las demás clases populares era la cultura barroca de las elites criollas- oligarcas, alrededor de la cual las sociedades populares constituían un mundo carnavalezco y festivo, que veneraba los honores y el linaje de las elites esclarecidas. Aunque era una sociedad de caballeros y de notables damas que paseaban por el concurrido Jirón de la Unión, o las calles tradicionales del centro de Lima, existían actores subalternos, como delincuentes o el comercio al menudeo que reproducían una estética popular francamente residual e instalada en los suburbios peligrosos de la ciudad[9].

La historia del mítico “Tatán” ladrón faite de los Barrios Altos es aleccionadora al respecto, pues aún cuando procedía de una familia pobre del Jirón Huánuco, cercano a las Carrozas, era según tengo conocimiento de niñez, un dechado de virtudes estilísticas y de modales galantes que confundían a pesar de sus mañas e intenciones delictivas. Era un ladrón heroico que robaba a las clases altas de entonces para darles a los pobres, un personaje que consideraba en ir contra la ley como un acto de emancipación y rebeldía en contra del glamour hipócrita de la aristocracia. En ciernes, la subalternidad previa a las modificaciones culturales que sufriría la identidad popular con las mass media se construía de modo orgánico en relación a un espíritu de ciudad integral y conservador, donde las prácticas culturales exclusivas detectaban los patrones de consumo y de acción cotidiana a las demás clases sociales. Es tal vez en la ruralidad donde más este patrón estático de castas se reproducía con mayor rudeza, dando forma a un mundo paralizado entre estructuras de parentesco y la dominación gamonal. Si existía como en la ciudad un ethos festivo y ceremonial, el cual incluso compartían los señores feudales pero esta celebración, pero esta celebración vernacular estaba lejos de plasmarse en una cultura institucional y moderna; por lo cual sostengo, que la antropología del cambio vendría con el acto de migración a las ciudades, y es en estos laboratorios de mestizaje, con la sindicalización laboral, y luego con la informalidad empresarial donde se sentarían las bases para una ciudadanía multicultural y respetuosa de un modelo abierto de desarrollo. Quizás quien retrata mejor esta ciudad anterior a la modernización sólida, que se aceleró con la industrialización es García Márquez, en sus novelas históricas “Cien años de Soledad” y “El amor en los tiempos del cólera”, donde la experiencia de la unidad popular alrededor de los diarios, y la práctica escritural perseguía un ideal tradicional de ciudad, que se desdibujaría con la introducción de los automóviles y los ferrocarriles. La disonancia posterior a la ciudad masificada, alterada por una lógica de la sobrevivencia funcional, no conocería la vivencia de un espacio donde carne y piedra se confunden; donde el artista iconoclasta practicaba el encuentro entre la palabra y la vida social. El efecto desocializador de los medios de comunicación, no sólo alterarían las solidaridades orgánicas de la ciudad tradicional y del campo feudal, sino que además embarcarían a la vivencia antigua en el proyecto espiritual de autonomía y personalización más ambiciosa de la historia: la sociedad de bienestar.

La fragmentación  territorial y cultural que había posibilitado el mundo de la felicidad gamonal y de los enclaves extractivos de la oligarquía y del capital extranjero, fue violentamente trastocada por la institucionalización nacional de las grandes movilizaciones campesinas, y por el avance de la plebe urbana en las ciudades alrededor del proyecto fáustico de industrialización. Es la construcción histórica y progresista de las reformas estructurales y revolucionarias del Estado populista propagandeada y sintetizada por los medios de comunicación (TV, radio, cine, publicidad) lo que consagraría la construcción de un proyecto de identidad nacional, de base popular y dirigido por las clases medias revolucionarias. En este período de acumulación de mutaciones en el seno de las formaciones culturales, con una dirección histórico unilateral de superar la fragmentación ontológica de la realidad peruana, es que se cimentaría de forma subalterna y nacional la adhesión cultural de las bases sociales organizadas y de los movimientos campesinos, cuyas consecuencias en la mass media y en el producto lingüístico de una cultura de ciudadanos serían parciales.

La dialéctica del desarrollo logro concitar el compromiso de las culturas populares, en la medida que los cambios operados buscaban realizar una democracia directa de ciudadanos “cholos”, sin embargo, es la inmediata negación étnico-cultural de un diseño formalista y estaliniano de progreso urbano lo que divorciaría a las biografías políticas de un proyecto autoritario que negaría la misma vida privada y singular a la que deseaba atraer. El período de una gran creatividad artística y folklórica, de una estética rebelde y subalterna, se interrumpiría cuando la escisión de la cultura criolla, es decir, su masificación como ethos hegemónico desplazaría al espíritu “grotesco” y carnavalezco del control  de la esfera pública. Creo que es necesario mencionar algunos rasgos que resumen este período de una síntesis nacional imaginaria:

1.      En primer lugar, la escribalidad popular de los comics, revistas, prensa escrita, folletines y  novelas, instaladas en el tejido de las culturas subalternas, además de una gigantesca labor editorial que hallaba mercado en las clases medias informadas, preparó el camino intelectual  para la tan necesaria síntesis histórica de la diversidad. Las tesis ensayísticas del Arielismo, indigenismo y del marxismo progresista encontrarían su comprobación científica y aplicada en las ciencias sociales de los años 60s, y en su movilidad político y planificada con el gobierno militar de Velasco Alvarado; porque existía una disposición cultural en la vida cotidiana con  tendencia a pensarse como sociedad. Un ejemplo de ello es el boom del regionalismo literario, el “realismo mágico” de los autores latinoamericanos cuyas fuerzas de sus expresiones noveladas no consistió sólo en retratar dionisiacamente los escenarios nacionales de América Latina, sino en ofrecer una  lectura sociológica y antropológica de lo que sucedía en las formaciones sociales. Este boom literario expresó una dimensión de síntesis cultural con los parabienes de la modernización nacional, como el legendario “macondo”, o la pregunta holística de Vargas Llosa “¿en que momento se jodió el Perú?” en boca de Zavalita, un mundo estilístico de formas y de contenidos narrativos que curiosamente no halló eco en la reflexión marxista y sociológica de ese entonces. En síntesis, las prisiones orales de la cultura tradicional fueron lentamente removidas con la escribalidad revolucionaria de la teoría marxista de la praxis política; pero ulteriormente ante el adormecimiento reflexivo que provocaría la imagen esta “Galaxia de Guttenberg”, como diría McLuhan[10], se desvanecería de la cultura pública entregada a las fuerzas populares a una oralidad relativista y con pérdida de calidad, propia de la sociedad de la información.

2.      Un segundo elemento que pudo ser removido de las estructuras culturales de la peruanidad fue la moral criolla, trasgresora o “sabiduría escéptica”[11]. En resumen, la práctica de un pensamiento político renovado colisionaba no sólo con los intereses estructurales de la dominación oligárquica, sino que además buscaba evaporar del escenario social a toda una gramática tradicional de la dominación criolla que se levantaba para reproducir todo un edificio desorganizado de la injusticia y la explotación social. La cultura cívica de los emergentes barrios populares de las ciudades, así como el despertar comunitario de las movilizaciones campesinos de los 60s por la toma de tierras, al parecer sentaron evidencias de un relativo despliegue de la habitual cultura autoritaria y antidemocrática del país, pero fue la secreta hegemonía del formalismo colonial y criollo, es decir, la ausencia de una ética del discurso deliberativo, la carencia de una flexibilidad y tolerancia para escuchar y comprender, lo que avinagraría los avances declarativos que se conquistaron. Es esta acción moral aún muy cargada de escorias criollas, paternalistas y prebendatarias en el interior de la base popular lo que aceleraría el posterior envenenamiento de la cultura pragmática y de su envilecimiento mercantil. Soy de la tesis, que más adelante examinaré que la pervivencia de una moral colonial absurdamente antisocial y manipulatoria fue el resultado sorprendente de la sistemática mutilación de las pasiones y sueños románticos que anidan en toda promesa de éxito y de  realización personal originalmente, y que esta separación entre el reconocimiento estético y la vida real de las funciones y responsabilidades, es lo que ha reforzado la expansión de una moral degradada y pérfida, donde hacer el bien, ser noble o hacer lo correcto es sólo obra de “cojinovas”.

3.       Un tercer rasgo que describe esta unificación nacional parcial de la cultura, lo representa el fenómeno de la escucha musical de este período. Siendo una cultura festiva, donde el cortejo carnavalezco y el desatamiento dionisiaco de las identidades populares es corriente, se puede observar en la música de este tiempo un proceso de síntesis grandilocuente de las diversas tradiciones musicales del mundo popular. No sólo la música criolla alcanzaría su hegemonía en las ciudades entre los 60s y 70s con himnos festivos al Perú, en las composiciones de Augusto Polo campos y el “Zambo Cavero”, en las épocas de gloria del fútbol peruano, sino que además fenómenos orgiásticos como la música tropical o la cumbia invadirían todos los espacios festivos de las clases populares comunicando no sólo la jovialidad y renacimiento de nuevas generaciones de obreros y profesionales, sino acompañando con himnos festivos a lo popular, como la salsa brava de Héctor Lavoe, la Sonora Ponceña o el Gran Combo de Puerto Rico el proceso de síntesis nacional que producía el proyecto industrial. Eso es algo que no se ha identificado pero así como la liberación del ethos andino folklórico, la trova rebelde y la música rock hablaban de una eticidad juvenil clasista y politizada  que daba legitimidad cultural a los grandes cambios ontológicos que operaba el desarrollismo, gran parte de la severa reflexión científica se cegó frente a la fuerza de estos detalles culturales creando por lo mismo una brecha entre la musicalidad mitológica de las culturas populares y los soberbios postulados hegelianos del marxismo, divorcio que daría crédito a la autonomía incorregible de los político sobre los psicosocial. Ahí donde la escucha salsera, en sus rimbombantes estridencias subalternas emitía la fuerza de una síntesis emotiva y nacional, el discurso político reduccionista se congregaba en lecturas estereotipadas de la ´plebe y las clases populares, no entendiendo a los sujetos en sus impresiones y concepciones de mundo.

4.      Un último elemento que pregonó esta asociación estrecha entre la cultura y el discurso nacional lo ejemplifica el desarrollo de la técnica aplicada en este período. La hipótesis que persigo al respecto es que el apoyo teórico del conocimiento desarrollista, más las grandes disposiciones productivas que experimentaba la economía peruana en ese período permitieron dar los fundamentos sociales y  científicos para conseguir la construcción de una tecnología propia. Es decir, no sólo el voluntarismo histórico de superar la estructura económica de régimen feudal fue lo único que bastó para generar un salto cualitativo de enorme trascendencia histórica sino como los sostengo, existía toda un apoyo rudimentario y artesanal en las sabidurías productivas de ese entonces para dotar a la economía de una técnica organizativa e industrial sui-generis. Expresión de esto fue el movimiento comercial de pequeños empresarios agrícolas y artesanales de la ruralidad, y el tejido pequeño burgués de las ciudades. La presunta facilidad como la aplicación del paradigma cepaliano se traslucía en nuestra capacidad para instalar trust industriales en Lima y en diversos puntos del país justifica que existió una disposición sociocultural para romper con la mentalidad de enclave extractivista; disposición que le confirió una orientación social  a la técnica organizativa, creando una ética del respeto a procedimientos y ordenanzas administrativas, que se dio naturalmente en la medida que tal proyecto de cambio estructural era la expresión de una pujante democratización y reconocimiento de las identidades populares movilizadas. Es como sostengo el complicado tránsito para ocasionar una ruptura con la formación de enclave tradicional lo que despotenció la conformación de una capacidad tecnológica propia, y lo que divorció a las escasas reservas profesionales de ese entonces de un proyecto industrial nativo con raigambre en la sociedad popular. Esta mala condición de no zanjar con visiones eurocéntricas y arrogantes, lo que se tradujo en la formación de un islote modernizador en medio de una realidad económico colonial, sin conexión real con los mercados internos y la estructura agraria, es lo que produjo la debacle de la experiencia desarrollista y la posterior entrega del paradigma técnico y organizativo a visiones instrumentales y oportunistas de la administración económico y social. Como lo sostengo, en otra parte, esta autonomización de la técnica ha posibilitado su posterior elitización y su escasa raigambre social en las potencias organizativas del mundo popular, lo que significa la imposibilidad de construir una disciplina técnico-burocrática acorde con la complejidad sociocultural del país.

Escisión entre lo estético y lo ético-político.

La presumible ruptura ontológica que imprimió el desarrollismo y  la praxis política de los movimientos populares de ese entonces, sentaron las bases para una recuperación nacionalista del ethos plural andino, expresión esta encarnada en el gobierno militar Velasquista. La conjetura que despacho es que la democratización revolucionaria de la sociedad peruana, expresión esta en los movimientos campesinos, en la migración hacia las ciudades, en la legitimidad inicial que despertó la industrialización, y en toda esa efervescencia popular inusitada que despertó la modernización de masas, dotó al cambio social de la modernidad de una cultura parcialmente secular y cívica que estaba invitando e involucrando ideológicamente a todos los saberes y concepciones sacrificiales de nuestros mundo popular movilizado y emancipado de relaciones feudales.

Esta adhesión sociocultural al proyecto nacional-desarrollista fue un logro orquestado porque el agotamiento de la estructura tradicional y el desencanto con una mentalidad paternalista que respiraba maltrato y discriminación cultural, concita el apoyo de las sociedades populares, que vieron en la tentación moderna la oportunidad de ser reconocidos y de ser iguales, de fundar un nación que los sacara del atraso y de la miseria real. Por diversos motivos estructurales, esta rica alianza ontológica que fundaba una nueva relación Estado-sociedad se contrajo, sobre todo porque en algún momento del camino la aventura de crear valores mitológicos de un socius político colectivo se divorció de un proceso histórico de la severidad y del racionalismo, que se delataría como un nuevo pathos de la dominación y del engaño administrado. En este acápite contaré esta historia.

Citando a Octavio Paz[12], en los orígenes a la gran transformación que operaria el molino satánico del capitalismo, como señala Polanyi[13], en el ethos artesanal, religioso, en los gremios y solidaridades productivas, residen condensados dos principios de realidad: el arte y la utilidad, la cultura y la moral técnico-política. No sólo el oficio del artesano significa producir una función, es decir, ser útil, sino que este bien reproducía toda la plasticidad e inventiva artística del mundo popular, era alegórico y transfería un espíritu de romance y de armonía. Ante la aparición del capitalismo, la autonomización de los medios de producción de sus productores, se produciría la separación entre la utilidad y los valores estéticos. La hegemonía del valor de cambio y la voraz demanda de objetos funcionales a la expansión de Europa industrial del s. XIX, diferente a ese encuentro armonioso entre la función utilitaria y la inventiva artística que se experimentó con los logros de la primera revolución industrial de la Inglaterra del s. XVIII (1750) generaría una depreciación o menosprecio de los valores estéticos, reducidos a ser un mero adorno decorativo o simple retórica publicitaria para el comercio. El interés desnudo del que hablaba Marx, en el manifiesto comunista[14], y la creación de necesidades ideológicas que devorarían los viene sólidos de la industrialización y de la sociedad de consumo, trastocaría la dimensión estética tradicional, ingresando a la cultura de masas como compensación emocional o como actividad de bohemios y snobs.

La seriedad y la disciplina autoritaria de la modernización europea, el imperio de una moralidad teleológica, exegética al fin y al cabo mesiánica del valle de lágrimas del progreso imparable, desencantaría violentamente todos lo órdenes sagrados bañados en  musicalidad y mana estético, confinando la diferencia del arte en el formalismo y autismo de la vanguardia orgiástica. No obstante, su propósito de reestetizar la experiencia social infectada de funcionalismo y represión, la vanguardia tendría que aguardar a las mutaciones mediáticas del cine, la publicidad, la TV y la moda para conseguir la resignificación estética del arte. Aún cuando Mayo del 68 es el rencuentro rebelde y global con una religión del arte,  expulsada de la burocratización de la vida social, tal dimensión estética desfigurada de sus valores críticos y rebeldes se iría desvinculando poco a poco del proyecto de fijar la Ilustración y los tesoros de la razón histórica. La inmediata inscripción de los valores postmateriales juveniles, la química del goce y de la embriaguez estimulada por el capitalismo cínico, darían un nuevo vigor a un sistema de acumulación que valora el plusvalor comunicativo y la inteligencia emocional; es decir, se neutralizaría toda esa ruptura creativa del deseo reinscribiéndolo en el universo de los servicios, y del ciberespacios pulsional, bloqueando de este modo todo el rico magma vitalista e histórico del cambio social, que desde entonces quedaría separada de la sacralización del goce estético, agazapado en el conservadurismo moral o en una población de despreciados o zoombies revolucionarios.

Ahí donde arte y moral política se separan en este país indescifrable, es una lectura enciclopédica y psicohistórica que aquí sólo delinearé en sus coordenadas generales. Como hipótesis de trabajo suelto la idea  de que este divorcio macabro produjo no sólo una incomunicación entre dos mundos opuestos, sino que además dicha ruptura aplastó arbitrariamente nuestra naturaleza ritualista y mitológica por largo tiempo, condenando a la vida cotidiana y la subjetividad popular de migrantes y capas medias, también a venerar hipócritamente por mor de la supervivencia a un maquinaria industrial en sus orígenes, a una culturización del libre mercado, y al reino de las organizaciones empresariales, posteriormente. Esta adhesión convenida, esta lenta hegemonía de la iniciativa empresarial y de la sociedad de mercado, rechazarían los anhelos estéticos y del reconocimiento cultural al imperio de un pragmatismo festivo e inmanente del pequeño club, de la localidad; imitando acertadamente y resignificando los valores estéticos de la postmodernidad, anclados curiosamente en el rentismo de las clases altas adineradas. Esta reingeniería de lo criollo, en ghettos del arte hechos cuerpos y glamour frívolo, no sólo atrofia la contención de la segregación racial empujada por la cholificación emergente, por los procesos democratizadores empalmados desde los 60s, sino que además despierta en las clases populares trabajadoras una gran frustración estructural al sentir como su gran esfuerzo laboral, su gran osadía de dar una economía resplandeciente a los sectores populares olvidados por el Estado, no es suficiente garantía para interactuar de forma equitativa en un mundo de individuos aristocratizados. Ahí donde la masificación estética de los valores criollos fue extendida como una gramática dominante por los medios de comunicación, se produjo ciertamente la irrupción de los valores panteístas y pujantes del mundo migrante, la informalidad microempresarial da fe de ello, pero es la aniquilación ulterior del asociativismo popular, la descomposición totalitaria de los 80s, el ajuste estructural neoliberal, y el reflorecimiento de un individuo trasgresor y egoísta,  lo que permitiría la reinstauración de la pastoral criolla en el tejido social, como un océano de recursos y sabidurías ilegales que atropellarían toda tentativa orgullosa y noble de crecer con hidalguía y afecto verdadero.

Para retomar al punto original. La decisión para arrojarse a un mundo de transformaciones seculares, modernizadoras y democráticas, inspiradas por la radicalidad de las agrupaciones masificadas de izquierda, y los planteamientos modernizadores de la sociología del desarrollo, no fue ciertamente más que nuestro accidente socrático, el ingreso en un platonismo peruano de civilizar la barbarie, como fue la promesa de los padres de la patria, sin darse cuenta que toda aquella pompa ideológica – el marxismo voluntarista es expresión de ello-  no eran más que un conjunto de postulados celestiales e irresponsables, incompatibles con la naturaleza sacrificial y compleja de nuestro mítico Perú. Todo el gran mito del desarrollo autocentrado, la industrialización, la secularización de la sociedad, la democracia liberal y el gigantesco como insuficiente Estado moderno, incluso el discurso del exitismo de los emprendedores actual, no serían más que proyectos o medios que colisionarían vergonzosamente con el espíritu en red de las culturas populares de nuestros país, en cuyo seno caótico e indescriptible ha engarzado las coordenadas sublimatorias del intercambio dinerario, como única institución radical que mantiene unido un cuerpo social mutilado y fracturado en todos sus niveles.

Es más me animaría a argumentar, con ánimo de polemizar, que esta decisión socrática tal como se dio sin romper con los objetivos eurocéntricos, y con los impulsos secretamente mesiánicos, nos arrojó a una regresión civilizatoria, a una crisis de valores permanente donde la anomia y la sabiduría delincuencial son expresiones de nuestros desencuentros profundos, y el fundamento que hace realidad un desarrollo capitalista que despierta un gran descontento cultural y un resentimiento generalizado. Nuestro sentido compartido es sólo declarativo, y todo aquello que apuesta por lo alternativo algo infantil y decadente. Por eso no es extraño que debajo de un creciente padecimiento y dolor incomprendido, en los ancianos olvidados y desatendidos, en los niños maltratados y abandonados, en los jóvenes incomprendidos de las calles y la delincuencia, y en las mujeres discriminadas y violentadas se levante todo un gran disfraz del nihilismo estético, de vivir la alegría y lo orgiástico a pesar de todo, pero de una manera que agrede y que sobrepasa los sentimientos de los hombres y mujeres que intentan vivir con cierto respeto por el prójimo  dentro de creencias compartidas. Ahí donde la desconfianza y el menosprecio reinan se ha erigido un imperio de lo frívolo y de la seducción, una erotización que alardea y ríe, que se droga y estimula, que se ha liberado de dictados morales e instituciones puritanas, y que ha creado una nueva intersubjetividad erótica y esquizoide, pero al precio de contener todo un sueño de reconciliación y real progreso vitalista en el culto a una era postmoderna, que nos desintegra y enemista entre nosotros.

Muy a pesar que el regreso de los mitológico, de lo religioso y lúdico se da sobre bases infectadas de desigualdad y pobreza, creemos que todavía subsiste un gran océano de creatividad y de plasticidad simbólica que no consigue cuajar en un sistema social. Que a diferencia de otras latitudes territoriales en nuestra condición social de intensos contrastes esta energía telúrica y fecunda, no aterriza en un contrato sociopolítico definido, y que la gran razón de ello reside sólo en la enjundia sincrética, heterogénea y huidiza de nuestra cultura interna, sino en el gran desperdicio cultural que significa conservar y proteger un universo de instituciones anacrónicas y defectuosas que sólo favorecen a minorías privilegiadas. A pesar que haya surgido en esta actualidad en crecimiento una intersubjetividad constitutiva y reafirmante – los emprendedores populares son prueba de ello- creo con  humildad que este poder paralelo no es lo suficientemente fuerte para sobrepasar y desbaratar esta red de poderes centralizados que es Lima y los circuitos urbanizados, y que no basta con desdecirse de esta realidad de manera particular, pues se acepta de este modo la violencia que predomina. Creo fervientemente que un verdadero rencuentro político entre el arte y la moral pública, permitiría la renovación social de nuestra condición humana, pero esto solo se hará si se abraza revolucionariamente el diálogo y la comunicación radical sin prejuicios y prenociones autoritarias.

Regresión dogmática y violencia. El maoísmo y la guerra popular.

Hasta ahora y a grandes rasgos he narrado la historia de nuestra soberbia y frivolidad; es decir, de nuestra ilusión por ser individuos realizados. Toca ahora contar la otra historia en clave constructiva y psicohistórica: la historia de los ofendidos humillados, los vencidos del tiempo.

Sostendré desde el saque la tesis siguiente: que si rastreamos los orígenes culturales de nuestra rabia y rencor acumulado, de toda aquella Catarsis purificadora, que postuló desacertadamente Arguedas, había que detenernos en la ambigua construcción de nuestra individualidad periférica. Contrariamente a lo que se podría suponer nuestra singularidad individual ha estado bloqueada históricamente por proyectos psicológicos de poder, que si bien despertaron el deseo incontenible de serlo, no crearon ya sea por racismo directo o asolapado, o por la actual concepción de la miseria cultural que predomina, oportunidades escasas para tal realización. Aún cuando tal construcción de nuestro yo no tiene nada que ver con el individuo auto-represivo y puritano de la Europa capitalista anterior, en realidad si tiene que ver con aquella faceta estilística y diletante del hombre burgués que evidencio Sombart[15]. Y que la automática reafirmación de nuestra herencia festiva y ritualista por intermedio de este individuo disipado e irresponsable, es la razón secreta que explica la ulterior violencia que ha asolado desde siempre nuestro cuerpo social.

Creo con certeza que el motivo que empujo a los sectores subordinados a sublevarse en diversos momentos de nuestra historia – el levantamiento de Túpac Amaru, los movimientos campesinos de los años 60s, y el levantamiento genocida de Sendero Luminoso- no sólo fue un clima generalizado de privaciones y explotación, sino que se fue acumulando con el tiempo un descontento secreto con una realidad que aplasta nuestras creencias más sagradas e íntimas, que nos invita a esforzarnos por ciertas verdades socializadas, pero que en verdad nos niega toda posibilidad y camino para alcanzar el reconocimiento, el afecto y la ansiada felicidad integral.

Bajo el terreno psicológico, pues creo que la importación de la escolástica colonial, con su desprecio de los sentidos y del juego ritualista de los indios, y ulteriormente con la República y la transmisión de la herencia colonial que negó aún más el derecho a la cultura, y a las idiosincrasias regionales, son los orígenes psicoanalíticos de nuestra construcción subjetiva. La nefasta tarea diabólica de erigir instituciones sublimes, como diría Rorty[16], y con ellos caracteres culturales que los veneraban, sobre la negación represiva de nuestros orígenes arcaicos y sensoriales, nos ha perseguido como el trauma fundacional de lo que es la razón escolástica, y su cara opuesta la violencia subterránea emocional y autodestructiva. Creo que actualmente este discurso de la negación existencial de lo que somos se sustenta en dos posiciones que sin dejar ser enemigas a muerte comparten el mismo desprecio radical por nuestras costumbres y ceremonias ancestrales: hablo del marxismo, y del liberalismo reaccionario.

En este acápite contare la historia de la que para muchos representa la principal ideología moderna que defiende las expectativas postergadas de los vencidos de la historia: el marxismo peruano tal como fue adoptado por una parte de nuestro mundo subalterno. De saque quiero decir que el habitual desencuentro entre el marxismo y América Latina a decir de Arico[17], no se halla sólo depositada en la visión eurocéntrica y evolucionista que tenía Marx de América Latina, como bárbaros, cuando elaboró su monografía sobre Bolívar[18]. Sino como sostengo en la incompatibilidad entre un mundo sacrificial, mágico religioso[19], y una apuesta racionalizadora y nihilista como es Europa. Aún cuando el marxismo de la luchas sindicales, atribuyó a América latina la etiqueta de agraria y feudalista,  y que su bienestar se hallaba en transitar hacia una estructura secular y europeizante, como también fue la conjetura del Cepalismo y del liberalismo socialdemócrata de ese entonces, creo con cierta sospecha que este reduccionismo modernista no rompió con la fe bíblica del mundo colonial, usando el concepto de Strauss[20], sino que dejó intacto un móvil milenarista y de redención en la historia descalabrada que despertó, reproduciendo con el tiempo las mismas enfermedades culturales de siempre. La derrota del socialismo autoritario y de su persistencia genocida en Sendero Luminoso y el MRTA, permiten comprender como forzar y leer a las personas  con los ojos del explotador y del abuso sistemático –aún cuando se nos seduce con llevar sus ropajes y merendar sus manjares- puede despertar una violencia inusitada y explosiva, producto de una modernización desordenada y despiadada.

Si buscamos los orígenes culturales de esta acumulación de odio, con derecho a polemizar, hay que detectarlos, como he defendido en otra parte[21],  que tal desastre y conflicto interno se halla en la parálisis dictatorial, y por supuesto biopolítica del discurso nacional-desarrollista en el Perú. Que esta economía de ira y del deseo ser Dios no escondía sino una gran pobreza cultural, una arrogancia desmesurada con el  derecho a desatar un baño de sangre entre hermanos como si fuera una grana hazaña; pero a la vez una gran estupidez, una automentira por creerse salvadores cristológicos, azotes de malhechores degradados en que se había convertido nuestro país. Si bien al día siguiente de este infierno rojo que fue la sierra, la selva y gran parte del país, con un terrorismo implacable de bombas y asesinatos selectivos, fue como si nada hubiera pasado: la misma cultura oficial del egoísmo y la distancia insolidaria criolla seguía reinando, a pesar de las lecciones que nos dio la historia reciente. La pérdida de memoria que padecemos como cultura de este episodio sangriento de nuestra historia, no es sino expresión de que jamás hemos sido una comunidad nacional, ni en el imaginario de las grandes metas sociales, ni siquiera a la hora de conocer nuestros orígenes, nuestras costumbres, nuestros personajes históricos ilustres. El haber tenido una memoria, por defecto, hubiera significado ser un organismo viviente al que todos cuidamos y mantenemos.

A modo de recuento solitario suelto algunos móviles sintéticos que explican el origen de este trauma autoritario:

1.      Tenía que pasar. El modo como se había embarcado al país en una estructura social a espaldas de un mundo subalterno y sin historia, desde la Colonia, reforzándose disciplinariamente con el tiempo, tenía que manifestarse en una gran erupción social  para justificar la consiguiente reorganización de las sociedad, y para dar paso al proceso de individualización nihilista y vacío que son los valores de la actualidad. Fue nuestro golpe de Estado mental entes de pasar al caos global.

2.      Contrariamente a la tesis que sostiene que fue originada por la privación consciente de territorios y culturas internas, sostengo que el marxismo dio forma y significó para muchos desplazados y olvidados de la historia un discurso que canalizó las enormes represiones autoritarias en que vivía gran parte de nuestra serranía y selva exótica.

3.      Fue como dije anteriormente un proyecto de ira, una economía del castigo y del sufrimiento en oposición a la cultura hegemónica dizque de naturaleza erótica y bohemia. La divinización del sacrificio físico, del derecho ideológico a matar buscaba barrer fácticamente del escenario histórico a toda esa cultura oficial de los grupos de poder, que garantizaban la dominación y el abuso sistemático. Su discurso de clase escondía una violencia arcaica, un afán de revancha, de rencor religioso que trato de eliminar la risa y la sensoriedad erótica de nuestra cultura interna. La negación de las fiestas patronales y de las actividades ritualizadas de la Amazonía, por una posición del hombre bolche y clasista ejemplifica este razonamiento del terror y del odio a la diferencia.

4.      En parte cómo encajó el marxismo decimonónico de la Rusia soviética y del maoísmo en nuestra tradición del pensamiento de izquierda, ayuda a entender este trance de odio y venganza. La manera acrítica y estereotipada como se asimiló la literatura marxista en las vanguardias sindicales y en las regiones atrasadas, universidades y comunidades campesinas, es prueba de  una gran estupidez, y  un síntoma de miedo existencial a perderlo todo como producto de una modernización accidentada y violenta. La necesidad de un discurso justificatorio hizo que muchos abrazaran ideologías elementales como si fueran verdades consagradas.

5.      En  el fondo esta idea escribal de violencia y de revancha, y de un fundamentalismo racional de cascarón, que esta en las reflexiones de Degregori[22], esconde un resentimiento estructural, una envidia, una incapacidad por escapar a la mendicidad individual. Móvil que justifica abrazar ideologías comunitarias impracticables como una manera de ajusticiar a todos aquellos que si pueden vivir plenamente, como si fueran expoliadores y responsables de un contexto de atraso y de precariedad. Más allá de que esta razón sea cierta, creo por extensión que el socialismo proselitista – no ciertamente sus bases renovadoras- representó un discurso de poder, que sólo moviliza en criterio a ciertos intereses.

6.      Creo que la gran pobreza y rusticidad actual para no leer el cambio cultural que vivimos, reside en no comprender que una economía de ira, un proyecto thymótico, como arguye Sloterdijk[23], ya no podrá cuajar realistamente en un proyecto socialista o nacionalista. La desvinculación con los ciudadanos y la vida cotidiana, que viven en lo práctico, concreto y vitalista, en una singularidad que acepta este mundo relativista y caótico, es la gran razón del  porqué se ha alejado las izquierdas de los presuntos ignorantes y engañados. El no saber representar las necesidades actuales de la población es la causa de su aislamiento empobrecedor, a pesar de que todavía hay tanto que hacer y construir.

Frívolos y aburridos: La elitización del arte y el conservadurismo moral.

Esta es una cultura ambigua: retoza y prejuzga. Condena con aplomo pero clandestinamente acuchilla y se divierte. Se muerde los bolsillos para consumir y emborracharse pero a la vez se arrepiente y crece en ella un gran sentido de culpabilidad. Hay como se dice un gran desfase cultural, una realidad de dos caras: por una parte una cultura real con sus precariedades y complejos; y otra una cultura aparente, con su optimismo y banalidad. Todos aquellos que hemos hecho trabajo de campo, recolectando testimonios y la vez observando empíricamente el accionar de los actores sociales hemos comprobado que detrás de un discurso crítico, moralista y audazmente sensato se oculta una personalidad erosionada, acomplejada y con tendencia a la irresponsabilidad orgiástica y festiva. La pregunta que toca hacer aquí: ¿es porqué no se produce una exposición democrática del narcisismo que todos practicamos, en distintos grados, y en vez de ella predomina una moral conservadora y de la buenas costumbres como máscara? ¿Porqué se ha preservado un sentido residual de la culpabilidad y no se hegemoniza esta cultura hedonista de forma pública, sino en la privacidad de la noche, la cultura del goce que todos compartimos?

A manera de supuesto en construcción lanzo la proposición de que la manera cómo se ha construido, cómo ha devenido la figura de los valores estéticos, y de reconocimiento al fin y al cabo de la identidad social en  gran parte del  país se ha erigido sobre una profunda desigualdad y miseria real. Que no sólo la irrupción de nuevos valores autónomos que determinan nuestras conciencias y que movilizan nuestros corazones ha sido un proceso traumático y de desgarramiento psicohistórico, sino  que tal envoltura y tal vivencia de distinción estética, de glamour sobrenatural perseguido con desesperación y adicción gloriosa se da para huir de un gran dolor social, a manera de rechazo, violencia y trasgresión erótica, de atropello sobre el otro. Despertando sin embrago, un remordimiento generalizado que condena nuestra ilegalidad y patologías colectivas,  aún  cuando se adore cínicamente a dioses maliciosos y presuntuosos.

No se desprende de mi observación más que un diagnóstico hipotético de lo que ha devenido, de lo que bajo la careta de  lo sublime y metafísico ha escondido una gran soledad y amargura civilizatoria. Contra todo lo declarado por nuestros mandarines hermeneutas, y positivistas tecnocráticos, sostengo que existe una historicidad cultural, un gran imaginario resistido y aplastado, en las profundidades de un mundo partido y desarticulado. De cierta manera esta conservación residual de una cultura ahogada y subterránea se manifiesta en lo que he venido exponiendo al principio de este acápite: esa infeliz oposición entre un proceso estético que se elitiza con el paso del tiempo, y la cada vez más hipócrita y fundamentalista moralidad santurrona de los sectores populares. Ahí donde hay despreocupados ganadores, atletas de la frivolidad y del erotismo, existen perdedores fácticos por la lotería de la vida y por miedo a esta, que se refugian en un discurso maniqueo del bien moral sólo por frustración y por falta de iniciativa personal. Expliquemos brevemente estos dos procesos y figuras culturales:

Como sostuvo Nietzsche “sino existiera la musicalidad la vida sería insoportable”[24]. Bajo esta premisa la socialización musicalizada y lúdica del arte actual, en esta civilización del espectáculo y del deseo generalizado, no sigue precisamente un derrotero de realización heroica y auténtica. La música y el juego, eros travieso ha invadido el espacio público, pero al precio de detener la sociedad en una gran inmadurez y desconexión con objetivos comunes. La idea de una multitud política y estetizada es una hazaña parcial que despotencia y nos vuelve engreídos privatizados, capaces de liberar una gran energía corporal en la danza y en la risa espasmódica de los estimulantes, pero atribulados y despectivos cuando se trata de pensar en el interés general. No sólo eso. Aún cuando esta religiosidad estética no halla límites a su enamoramiento apolítico, esta fuerza light termina por reproducir, enmascarar y volver más democráticas relaciones de poder, que deciden ganadores y sometidos. Aún cuando nuestro arte corporal, nuestro cortejo audaz y reilón, nuestro fuego interno, ha permitido la aparición insospechada de explosiones artísticas del pueblo, como la cumbia a veces resistida, el reggaetón juvenil que es juzgado como tribalismo cultural, el hip hop como encuentro poético testimonial y descontento callejero, el deslizamiento voluntarista de actuaciones múltiples en los videos colgados en las redes sociales o “YouTube”,   e incluso una erotización irónica de las conversaciones, creo que estas ricas interacciones estetizantes todavía se dan bajo el molde de un arte muy elitista y jerárquico.

Ciertamente la bohemia en las cantinas, en los espacios del “trans”, en las reuniones sociales con amigos concitan una creatividad subalterna del lenguaje seductor y del cuerpo, pero esta reproducción de lo dionisiaco es rápidamente reinsertada bajo los ropajes del hedonismo y la frivolidad maquinal, prevaleciendo ciertos cánones de belleza, ciertas figuras festivas que moldean la hegemonía de un discurso estético que todavía no está suficientemente pluralizado. Tal vez el problema mayor es que bajo criterios analíticos que sea el despliegue de este ethos del arte vivo, esta aún muy mal distribuido, y su práctica se da con los excesos de una convencional violencia, que todos aceptamos de forma resignada porque ahí reside curiosamente la complacencia y lo distintivo.

No quiero herir susceptibilidades, ni deseo que se tache a mi análisis de modernista, pero estos valores estéticos que todos prejuzgamos como banales e irresponsables, han llegado para quedarse. Aún cuando la historia de su apogeo, es la historia del fracaso de nuestra modernización  autoritaria, y su disolución en la heterotopía[25] del goce incontenible, creemos que urgente denunciar que su supuesta autonomía radical es sin lugar a dudas un proyecto de musicalidad, una mitología estética que aún no se ha realizado sino parcialmente, y que su supuesta fuerza meteórica justifica la displicencia e intransigencia de nuestra cultura social. Hay que depurar este arte vivo, realizarlo radicalmente para limpiarlo del control aún muy criollo y hostil de las relaciones de poder, divorciarlo al fin y al cabo de esa  cruel competencia del glamour y del estatus, y abrirse paso a una estética realmente plural, en consonancia con el origen multicultural de nuestros pueblos. Creo que aún cuando el calor amazónico y la desfachatez de nuestras juventudes urbanas han dado saltos cualitativos en esa dirección, todavía subsiste una gran cojera mental en poblaciones donde reina la reserva y la piadosa moral. Un ejemplo de ello lo representan las poblaciones adultas, sectores rezagados, y sectores arcaicos de la serranía.

De un tiempo a esta parte la reserva moral que bajo criterios de justicia debería recibir nuestra cultura,  dado el imperio de la corrupción, la explotación y el abuso en todas sus formas reposa en poblaciones relegadas en organizaciones y formas sociales cuyas ideologías resultan desfasadas. La moral consecuente de estas agrupaciones, expresión más coherente de una conducta moralista, y me refiero a generaciones ancladas en los viejos sindicatos y gremios, es un discurso que condena la suerte de los nuevos valores surgidos, como ideológicos e incoherentes con la injusticia y esa necesidad judaica de redimir una experiencia ensombrecida. Aún cuando es cierto que se necesita moralizar la sociedad, esta fórmula salvífica de contraer lo supuestamente falso, conlleva al resurgimiento de una rigidez y persecución autoritaria. Y que bajo esta pública moralización existe un rechazo agresivo a dimensiones lúdicas, eróticas y de sentidos que seguro deben irrumpir sin menoscabo, y no ser sustituidas por un rostro estaliniano, puritano o severo. Me parece que el dominio de un conservadurismo moral en  nuestra cultura, expresado en el machismo que desprecia o infravalora el deseo de la mujer, la homofobia, la moratoria autoritaria que padecen los jóvenes y niños sin libertad para autoconstruirse, no sólo ha generado una gran distancia entre las generaciones, sino que además no ha permitido una transmisión sin prejuicios del saber social, lo que ha causado un empobrecimiento cultural de la experiencia y el concitado tránsito hacia valores cada vez más inestables y agresivos.

El citado desconocimiento de este cambio cualitativo en la vida cotidiana, en diversas organizaciones de base ha originado una crítica estereotipada de estos valores del éxtasis sin límites, recreando la figura de una reflexión escolástica y fundamentalista, que alimenta el odio y la enemistad hacia los supuestos degenerados. Si bien hay soterrado en esta actitud socializada una gran disconformidad por no alcanzar ciertamente la plenitud de estos nuevos valores orgiásticos, si esta posición de crítica moralista calza con la expansión de cierto sentido de culpa que empieza a ser testimoniado como el placer que se consigue atropellando el derecho y los sentimientos del prójimo. Si creo que detrás de estas posiciones encolerizadas hay un gran sentido de reivindicación  de lo que no vive y no es reconocido, y que si existe claramente una reserva honrada  de renovación de lo corrupto e inmoral, aún cuando el día a día de la supervivencia nos arrastre hacia lo deshonesto e informal.. Yo creo que la gran anomia que experimentamos en la actualidad es parte de un enorme deseo contrahecho de irrumpir en la vida institucionalizada recibiendo el rechazo sistemático a todas nuestras propuestas y creatividad, y no necesariamente el rechazo hacia normas y reglas como anticuadas y aburridas por sí mismas. Y en el origen de este rechazo de nuestras alternativas, reside creo no sólo una gran decepción y desaliento, sino además una cultura que desea plegarse a lo ilícito y corrupto como síntoma de una mal atribuida madurez, o un cansarse del camino correcto por ser poco rentable. Ciertamente un shock moralizador es urgente, en la línea del respeto a un contrato institucional que nos convenga a todos, pero debe ser un llamado de atención que involucre propuesta y renovación afirmativa, una moralización que potencia la iniciativa en post del crecimiento personal pero a la vez la expansión social.

Esa reserva de eticidad diferente a la que poseen inclinaciones fundamentalistas, se concentra en la juventud, y aunque muy larvariamente en poblaciones que recientemente están abrazando causas de respeto a la naturaleza y a la ecología, como son las comunidades amazónicas y andinas; pero aún esta cultura acumulada esta encerrada en grandes prejuicios de racismo y marginalidad doctrinaria y urbanista, que los mantiene confinados en las desorientación y desarraigo cultural. En la medida que esta posibilidad de renovación cultural no se cumpla  o no se democratice, habrá una jungla de vidas desperdiciadas[26] y la hegemonía de un  discurso de poder unilateral y racista que niega y reduce la enorme riqueza cultural que encierra este país. Y por lo tanto, seguirá existiendo una miseria real no sólo generada por falta de actitud o ausencia de oportunidades estructurales, sino sobre todo porque no se sobrepaso esa negativa transmisión intergeneracional de la pobreza que nos vuelve más prejuiciosos, conservadores, pero a la vez despilfarradores e irresponsables, sin importarnos dejar un mundo sano para las siguientes generaciones.

Conclusiones.

Ante el acrecentamiento inesperado de una eticidad política entorno a la sociedad civil organizada, producto del renacimiento de una clase media politizada, la mayor gravitación de la vida organizada en las regiones con crecimiento económico, y sobre todo a la resolución de esta aporía estructural que han suscitado los conflictos socio ambientales  que ha hecho que surja un nuevo espacio de combate ideológico como es el discurso ecológico, se transita lentamente hacia la superación aún embrionaria de este abismo que es la separación entre la estética y la moral política. Creo que las señales de un cambio expectante habría que buscarlos en las experiencias vivas que se están creando por fuera de los sistemas de conocimiento y proyectos tradicionales que existen, sólo habría que darles un canal orgánico y político:

1.      Uno de estos procesos vivos que habría que explorar con atención serían los renacimientos barriales que se están suscitando en variadas zonas urbano-marginales. Aunque este canal político barrial ha tendido desde el fujimorismo  hacia la degradación total, y hacia la diversificación de una cultura de clientelismos y operadores corruptos y autoritarios, la insurgencia de problemáticas como el abandono y el maltrato infantil, la drogadicción, la delincuencia juvenil, la violencia intrafamiliar y la mala calidad de los servicios sociales, ha originado la preocupación de líderes y vecinos empoderados, empujándolos a la reorganización de las dirigencias vecinales como un plataforma inicial para conseguir apoyos especializados y sensibilizar a estas poblaciones en riesgo. Creo que en diversos niveles y con experiencias asociativas distintas estas realidades sub-políticas estarían logrando resultados compensatorios muy importantes, renaciendo las identidades barriales e insertando nuevos líderes en escenarios locales no establecen una ruta política partidaria en muchos casos, debido al desprestigio del sistema político. Fusionar esta rica asociatividad cultural con proyecto políticos comunes, permitiría superar la desarticulación y a tendencia al protagonismo individual.

2.      Una segunda bifurcación que debería ser sobrepasado lo representa ese alejamiento sobredimensionado entre la política y las energías juveniles. Aunque este desenlace es difícil de ser resuelto con audacia, pues es una dualidad estructural que esta cargada de prejuicios socioculturales profundos, creo que un acertado discurso social y de reconocimiento de las necesidades juveniles, podría volcar toda esta rica eticidad a desactivar el carácter gerontocrático de las dirigencias políticas en todos sus niveles, y devolverle al sistema político instrumentalista y corrupto una cuota de imaginación y de empuje solidario, fusionándose las nuevas instituciones que  nacerían con la hegemonía por fin sin menoscabo de los valores juveniles y sus proyectos de vida.

3.      Una tercera cultura alternativa que podría superar este habitual divorcio entre la cultura y la política, es la emergencia cada vez más sólida de las economías populares en red. Aunque digámoslo así su poder de influencia ha crecido con el tiempo, resolviendo en  sus límites el problema del desempleo estructural, y siendo la base económica para la rica fuerza que concita la actual cultura popular, este tercer sector asociado aún no se libera de pre-definiciones elitistas que ha ocasionado el desarrollo empresarial en el Perú. Es decir, esta acumulación microempresarial aún se ve con los anteojos de los valores económicos de nuestras elites sociales, lo cual me parece, impide dar un salto cualitativo en la estructura productiva que supere esa idea de que la informalidad es el colchón de resistencia de la economía, y así acrecentar sus proyecto económicos en red. Quizás esta autonomización de la cultura económica popular se esta dando, pero aún existen muchas resistencias políticas y jurídicas que tienden a la desnacionalización de nuestra estructura económica.

4.      Un cuarto signo de cambio, que obturaría esa arraigada percepción racista de que los movimientos indígenas o campesinos son sucesos organizativos desfasados y arcaicos, que denotan una premisa maoísta o de Catarsis andina, lo representa el movimiento amazónico. Ya no sólo estarían defendiendo causas localistas, a la defensa en los conflictos socio ambientales, sino que se habrían dado cuenta que sus organizaciones macro regionales en pueblos y federaciones, sintetizada en AIDESEP, tendría que pasar a combatir y defender sus derechos postergados en el escenario nacional para conseguir rescatar a sus culturas nativas de la aniquilación, a causa de la depredación de la selva peruana. Su arribo al escenario público aún vista como algo exótica y arcaica podría derramar en una cultura política dominada por lo criollo y accidental un ethos cultural  mágico religioso, una nueva sensoriedad capaz de derrotar la violencia social que vivimos. Podría cambiar las coordenadas espacio-temporales de nuestra intersubjetividad consiguiendo la construcción de una comunidad nacional.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] LIPOVESTKY Giles. La era del vacío. Ed. Anagrama.

[2] ADORNO Theodor. W. Teoría Estética.

[3] Aquí es de notar  la escucha andina de los Huaynos y melodías serranas previos al contacto en la ciudad que significaría la mediatización del folklore como es Dina Páucar, la muñequita Sally o el chato Grados.

[4] ANDERSON Benedict.

[5] QUIJANO Aníbal. “La nueva heterogeneidad estructural”

[6] NUGGENT  Guillermo. El laberinto de la Choledad.

[7] ARGUEDAS José María.

[8]

[9] Expresión de ello lo demuestra la jarana criolla en los solares y callejones de Lima Cercado, o la reproducción festiva de música negra durante el s.XX.

[10] McLUHAN Marshall. La galaxia de Guttenberg.

[11] Esta expresión es acuñada por Sinesio López.

[12] PAZ Octavio.

[13] POLANYI Karl.

[14] MARX. Karl. El Manifiesto Comunista.

[15] SOMBART. El hombre burgués

[16] RORTY Richard.

[17] ARICO. Marx y América Latina

[18] MARX Karl. Simón Bolívar

[19] Las expresiones son de Pedro Morandé.

[20] STRAUSS Leo. ¡Progreso o retorno?

[21] TORRES Ronald. Insurgencia y traición a la cultura en el Perú contemporáneo.

[22] DEGREGORI Carlos Iván. Que difícil es ser Dios.

[23] SLOTERDIJK Peter. Ira y tiempo.

[24] NIETZSCHE Friedrich.

[25] La expresión es de Vattimo.

[26] La expresión es de Zygmunt Bauman.

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