El empobrecimiento cultural de las izquierdas.
Introducción.
Este
ensayo me surgió a raíz de una velada poética a la que asistí allá por el
verano del 2010 al sindicato de trabajadores de la telefónica. Entre otros
detalles accesorios como la celebración de un festival de recitaciones de
alumnos de literatura de San Marcos, y las improvisaciones de un artista
popular del rap, se lanzó una pregunta en la presentación del evento que me
dejo consternado y que nadie supo responder. El interlocutor de esta
interrogación era un poeta que se preguntaba ¿Por qué en los espacios de
izquierda se ha perdido la reproducción de obras artísticas, de festivales
poéticos y obras dramatúrgicas, cuando todo esto era tan natural a principios del
s. XX? Como no supo nadie explicar esta aporía que invadió toda la estancia, me
halle de improviso dueño de una pregunta trascendental de investigación que
creció en matices cuando me tope con las exploraciones culturales de Octavio
Paz, al mundo alegórico de la artesanía, donde arte y utilidad estaban unidos.
Detrás
de esta aparente inquietud filológica se esconde el origen de un cáncer, de una
carencia socio-afectiva que ha atravesado nuestra constitución nacional.
Preguntarse hoy en día porque arte y acción política ya no van juntas es
escarbar en los cimientos de una mala decisión histórica, de la apuesta
arrogante por un modelo que nos ha empequeñecido y arrojado al solipsismo de la
violencia y de la insignificancia vital. Y en esta historia curiosa la
formación del discurso de izquierda juega un rol determinante: la separación
cartesiana entre arte y función como producto del industrialismo y del proceso
de modernización que acompaño este período fáustico de la cultura peruana fue
una decisión empujada por el historicismo de las izquierdas, en donde el
programa cepalista de industrialización por sustitución de importaciones, y las
avezadas reformas estructurales que tomó el gobierno de Velasco cancelaron
abruptamente todo un horizonte sociocultural arcaico, que fue disuelto por ser la base tradicional
que se oponía al desarrollo secular de la modernidad.
La
historia que narro en estas líneas pretende conjeturar que el divorcio
intencional entre arte y sociedad industrial no supuso un salto cualitativo como
habitualmente se había creído, sino que contrariamente a ello significó el
inicio de la decadencia de nuestro espíritu de civilización y de toda aquella
organicidad irracional que sobrevino después como remedio a la feudalidad indígena. En esta disociación
entre arte y función reside el meollo de nuestros desencuentros y de las
disfuncionalidades actuales del modelo democrático, y por lo tanto, el germen
de tanto sufrimiento y sujeción a la moralidad
y al esteticismo criollo. Pero pasemos a desarrollar los apartados.
Vanguardia y revolución.
Como
bien lo afirma Lipovestky en su célebre libro “La era del vacío” el arte de la
vanguardia estética se desplegó en contraposición y negando el espíritu
conservador y disciplinario del mundo burgués[1].
Toda esta confluencia de ideas y prácticas estéticas que cuajarían en el
modernismo, como bien lo señaló Adorno[2]
desarrollarían en las variadas tendencias de las obras plásticas (Cubismo,
Dadaísmo, Impresionismo, Expresionismo y Surrealismo) una producción de subjetividad
trasgresora y alternativa al puritanismo autoritario de la cultura burguesa;
que acapararía una elite de artistas y
bohemios intelectuales reacios a
aceptar la burocratización de la vida individual. Inspirados en las
“Flores del mal” de Baudelaire o en las creaciones polémicas de los poetas
malditos en los desenfados de Mallarme, el lema de batalla “el arte por el
arte” iría constituyéndose una esfera de valores estéticos y de ideales
antropológicos lejanos a aceptar los convencionalismos y rigideces moralistas
de la cultura puritana, contraponiendo un gusto por lo fugaz y la innovación
permanente, que compartirían las principales creaciones literarias y
artísticas, que tratarían de disolver la solidez tradicional de los estamentos
y las culturas anacrónicas de la feudalidad. En relación a una cultura vorágine
del cambio y de la petrificación instantánea de la invención artística se iría
gestando una intersubjetividad bohemia y diletante que en rebeldía contra el
conservadurismo e hipocresía iconoclasta daría forma aun programa político de masificación y de
realización de los valores artísticos en política y en la vida cotidiana.
Aunque la misma idea de vanguardia se volvería escolástica a medida que las
subjetividades atrofiadas se separarían del ritmo convulsionado de la
modernización –un ejemplo de ello sería el anarquismo existencialista de Mayo
del 68- la noción de un mundo re encantado por la religiosidad estética iría
tomando forma con la implosión de esta cultura diletante de elites esclarecidas.
Si
en el manifiesto surrealista André Breton buscaría la reconciliación
revolucionaria entre estética y vida cotidiana, ahí donde avanzaba imparable la
instrumentalización, la rutina y la hegemonía de las grandes organizaciones, es
con la aparición de las comunicaciones galácticas del cine, la radio, la
publicidad, y posteriormente, la televisión donde al arte escaparía a sus
captores ilustrados y sacerdotes esnobistas para producir el agotamiento de la
ética puritana y el inicio de un reino de estímulos y de goces desmesurados. Es
con el consumismo erosionador de las lealtades cívicas y de los colectivismos
autoritarios como el populismo tercermundista y los totalitarismos
nacionalistas conocerían su más indignante degradación, rindiéndose un culto
sub-cultural a una erotización de la realidad y a un proceso de personalización
que caotizaría la realidad planificada, y la volvería una selva de relativismos
y de contactos vacíos. Ahí donde las grandes de la industrialización y de la
secularización modernista cederían su paso al reino del individuo y del
hiperconsumo se gestó un carácter, una resistencia vulnerable en el seno de las
mentalidades que hallaría en la ideologización cosmética y de la risa
espasmódica el mejor antídoto contra una realidad empobrecida y crecientemente
precarizada por la violencia y el sinsentido de la vida. En la línea de las
maestros de Frankfurt la emancipación cada vez más exaltante del arte, como
cosmetología clínica de los padecimiento infructuosos del alma desguarnecida, encontraría
en las sangre alborotada de los cuerpos glamorosos o en los murales
exhibicionistas de las grandes ciudades las túnicas perfectas para vivir
deliciosamente a pesar de todo, bajo la sombra de la técnica y de la
autodestrucción nuclear.
Este
arte cada vez más musicalizado e irresistible a la violencia postmoderna de lo
erótico y al sarcasmo cool, como la serie norteamericana “Friends”, haría de la
vida un evento liminal y vulnerable, donde el vacío de las psicoadicciones o la
embriaguez totalitaria de un lenguaje cada vez más vulgar y representativo,
como los repertorios clandestinos de las calles y de las minorías subyugadas
(Gays, cultura afrolatina, pandillas) gestarían una realidad cruel y
competitiva incapaz de detenerse a comprender o a descargarse de los dolores o
traumas personales. Es visible que las culturas heroicas como los cuadros
cantineros del bolero y de la rancheras,
o la pervivencia de ladrones sagrados como “Tatán” envueltos en la aventura de
los submundos del robo y de la estafa, dejarían su lugar a ejércitos de hombres
maquillados y de cuerpos protésicos, como señalo acertadamente McLuhann, donde
la ironía descarada o el goce festivo pulverizan hasta hoy en día los cuadros
depresivos o las olas desagradables de la estupidez sensorial y socio-afectiva.
Es
visible que este proceso que describo se desplegó también con singulares
matices en las sociedades de los capitalismos dependientes, donde el arte y su
ideologización corporizada empatarían y revitalizarían los laboratorios
insospechados de las migraciones y de la afluencia de mestizajes. Pero la
vanguardia en el Perú no sería ciertamente más que un espíritu endeble, vertido
mayormente en la fuerza poética y ensayística de la generación de los 20s,
donde este encuentro indisoluble entre estética y política alcanzaría solo un
ethos tímido; es decir, un poder accesorio ligado a las intenciones
doctrinarias del marxismo temprano o del indigenismo rampante. Se diría que en
las pinturas de Sabogal, donde los Andes incólumes se fusionarían con la
modernización incontenible; en los ritmos criollos de Felipe Pinglo Alva, donde
la estética criolla alcanza ribetes nacionalistas de veneración nostálgica de
la tierra y del mundo costeño, de forma igual que Chabuca Granda; en la poética
de Nicomé De Santa Cruz donde la jerga festiva canta a la negritud y al
escenario público de la ironía y de las clases populares; en las piruetas estilísticas
del postmodernismo peruano de Eguren, Martín Adán y Vallejo, donde el
sentimentalismo andino y melancólico de una realidad apátrida se mezcla con la
soledad del mundo administrado, o en el cada vez más sorprendente avance de la
cultura artesanal y folklórica[3],
es que se da una mímesis impuesta entre el panteísmo cultural de las
tradiciones y los registros torbellinezcos de la modernización autoimpuesta.
Es
decir, previo a la imposición del pathos eurocentrista del desarrollo, y su
arquitectura económica el industrialismo se venía cocinando en los laboratorios
arielistas de la tradición y de las clases populares una cierta identidad de
interpretación de conjugar el espíritu festivo y barroco de nuestras culturas
con los mejores aportes del formalismo fáustico de las sociedades occidentales.
Así estas preocupaciones desde distintas miradas buscaban no la disolución
enajenante del espíritu sacrificial o ritualista de lo andino, sino la
apropiación nacional del Estado moderno y de la secularización modernista como
un modelo normativo que enriqueciera la ya diversa estructura latinoamericana y
no la confinara a ser un apéndice del sistema capitalista o del
internacionalismo soviético.
En
las contribuciones ensayísticas del largo ciclo de pensadores sociales
posterior a la debacle de la Guerra con Chile, en la generación del 900, el
anarquismo, la generación del 20, y el indigenismo se denota la originalidad
razonar histórica y de forma antropológica el saber ancestral y cálido de estas
tierras tan diversas y arcaicas, pero no con el afán de presentar una
etnografía monástica o turística como es hoy la hermenéutica, y la racionalidad
literaria, sino con la motivación de extraer la savia cultural de nuestra
tradición y retratarla en teoría y propuestas de la larga duración. El proyecto
nacional que persiguió a nuestros líderes políticos y audaces pensadores, y que
tuvo su ingenuo nacimiento en la promesa de la independencia, con “los padres
de la patria”, fue la pieza maestra de una reflexión que buscaba la realización
armoniosa, la integración de nuestros pueblos en un destino nacional; una
comunidad imaginaria, como señala Anderson[4],
que superara los desencuentros geográficos, culturales y económicos que nos han
atormentado desde siempre, y alcanzar la alternativa modernizadora de ser un
espíritu orgánico, soberano y autodeterminante.
Por
múltiples razones esta síntesis histórico-cultural alcanzó su apogeo con la
llegada del Estado desarrollista, pero se agotó abruptamente porque la apuesta
progresista interfirió un conjunto de mutaciones culturales que no fueron
incorporadas, sino aplacadas por el cientificismo desarrollista de aquel
entonces:
1. La mimesis nacional que imaginó
Mariátegui con su idea del socialismo indoamericano fue expulsada de una visión
formalizada que dio hegemonía a un sujeto político netamente urbano y
sindicalizado. La idea de un frente único, es decir, de una comunión
heterogénea, fue desplazada por una práctica homogeneizadora que desechó
rápidamente un enfoque étnico, y que sólo proyecto de modo unilateral y
política la visión indigenista. Quizás el enarbolamiento aprista de lo quechua
e incásico explica esta síntesis complicada e inauténtica.
2. La decisión de seguir el camino del
progreso imparable fue erosionando paulatinamente una supuesta praxis
colectiva, ya que los valores incrustados previos a la gran comunión nacional
eran soterradamente particulares; la
superación cualitativa de la fragmentación ontológica del país cedió ante el
regreso de una nueva heterogeneidad estructural, como sostuvo Quijano[5]
años atrás, donde las singularidades desconectadas de todo progreso social
encontrarían en los espacios multiculturales de la urbe el escenario
perfecto para el surgimiento de una
nueva identidad popular: “la choledad” de Nuggent[6],
que desbordaría el edificio artificial y ajeno de la nación orgánica.
3. Los valores anti-oligárquicos del
indigenismo, aún siendo parte de visiones paternalistas de intelectuales
urbanos e indianistas, pudieron cuajar en una síntesis nacional y cultural del
país, pero es la inmediata realización cultural de todo este ethos en el seno
de las ciudades industriales y modernistas lo que atrofiaría y cancelaría los
valores democratizadores y conservacionistas de una real cultura o civilización
andina. Como bien lo presentía Arguedas[7],
la modernización desordenada y desarraigante que se ensayaba en los principales
focos industriales, urbanos, como Chimbote como en la industrialización de la
harina de pescado, de los años 60s fagocitó o distorsionó la nobleza y el idealismo
antropológico de los campesinos andinos, invitándolos a migrar y apoderarse
grotescamente de espacios desérticos y suburbios empobrecidos donde se lucharía
por condiciones de vida y por ser reconocidos como ciudadanos y consumidores
urbanos.
4. Un cuarto proceso que fue interrumpido
con la llegada del desarrollismo y que fue paulatinamente quien decidió el
divorcio abrupto entre la cultura y la industrialización, fue el error
histórico de cancelar todo el proceso de mímesis artística y de imaginación folklórica
que los centros culturales de las vanguardias sindicales e intelectuales
protegían de las inclemencias de la individualización y del mercantilismo. Y
por consiguiente, desmontaron las bases biográficas y ritualizadas de las
mentalidades que invitaron a la modernidad urbana. En el fondo el Estado
populista no debió subestimar las demandas de reconocimiento étnico-cultural-
no obstante su ambiciosa reforma educativa intercultural bilingüe- que
torpemente trato de sustituir por la conciencia racional y asalariado del
individuo ciudadano, pues tal desenlace desembocó en una seria crisis de
legitimidad del Populismo, y como los vimos en los 80s un una crisis cultural
anómica y de violencia política que desbaratarían el edificio moderno.
5. Un último proceso que fue cancelado por
los torbellinos de la modernización fue
la lenta culminación de estéticas populares y de artes plásticas nacionales,
que fueron desdibujadas y absorbidas por la sociedad del espectáculo y del
consumo posterior. El hermanamiento estratégico entre arte y revolución del
arielismo, del indigenismo y del marxismo de Mariátegui fue arrebatado a la
revolución socialista por la ideologización sensorial del arte en el consumo, y
por la consiguiente, vulgarización y elitización del espíritu estético en el
cortejo nocturno de bienales y galerías exclusivas donde el contenido esta
neutralizado por una mentalidad del adorno y la colección. El arte pasaría a
enmascarar y a refortalecer la segregación cultural y los sistemas de
conocimiento social de estatus, generando un paradigma light de la belleza y de
la comunicación arbitraria y competitiva.
Cultura popular y ethos festivo.
Es
necesario echar una indagación general a la génesis de las culturas populares y al ethos festivo
previo a la emergencia de los medios de
comunicación, porque ahí he detectado hipotéticamente, en la línea de José-Martín Barbero[8],
un conjunto de tesis polémicas que ayudarían a explicar la experiencia cultural
anterior a los cambios transculturales
posteriores operados por la llegada de la TV, radio, y en especial el mercado
audiovisual de la escucha popular. Es en este entorno de plebe urbana cercana a
la atracción de una tímida industria nacional donde he hallado la fusión
armónica de varios elementos culturales, originarios, que serían proyectados
por las industrias culturales posteriores, dando forma a un proceso de
individualización racional, que disolvería las solidaridades tropicales y
musicalizadas del mundo peruano.
Como
es de notar la cultura popular previa a la modernización autoritaria iniciada
en la década del 20 con Augusto Be. Leguía, y que hallaría su masificación
desbordante con la mediatización de los símbolos nacionales y la propaganda
publicitaria de la moda y del consumo ciudadano de los años 60s hasta la
actualidad, era una amalgama estática de notables, profesionales, pequeños
burgueses, obreros y lumpen-proletariado que compartían el espíritu aún
virreinal y reservado de la ciudad colonial. Es decir, la cultura oficial
hegemónica y la que servía de paradigma envolvente de exclusividad a las demás
clases populares era la cultura barroca de las elites criollas- oligarcas,
alrededor de la cual las sociedades populares constituían un mundo carnavalezco
y festivo, que veneraba los honores y el linaje de las elites esclarecidas.
Aunque era una sociedad de caballeros y de notables damas que paseaban por el
concurrido Jirón de la Unión, o las calles tradicionales del centro de Lima,
existían actores subalternos, como delincuentes o el comercio al menudeo que
reproducían una estética popular francamente residual e instalada en los
suburbios peligrosos de la ciudad[9].
La
historia del mítico “Tatán” ladrón faite de los Barrios Altos es aleccionadora
al respecto, pues aún cuando procedía de una familia pobre del Jirón Huánuco,
cercano a las Carrozas, era según tengo conocimiento de niñez, un dechado de
virtudes estilísticas y de modales galantes que confundían a pesar de sus mañas
e intenciones delictivas. Era un ladrón heroico que robaba a las clases altas
de entonces para darles a los pobres, un personaje que consideraba en ir contra
la ley como un acto de emancipación y rebeldía en contra del glamour hipócrita
de la aristocracia. En ciernes, la subalternidad previa a las modificaciones
culturales que sufriría la identidad popular con las mass media se construía de
modo orgánico en relación a un espíritu de ciudad integral y conservador, donde
las prácticas culturales exclusivas detectaban los patrones de consumo y de
acción cotidiana a las demás clases sociales. Es tal vez en la ruralidad donde
más este patrón estático de castas se reproducía con mayor rudeza, dando forma
a un mundo paralizado entre estructuras de parentesco y la dominación gamonal.
Si existía como en la ciudad un ethos festivo y ceremonial, el cual incluso
compartían los señores feudales pero esta celebración, pero esta celebración
vernacular estaba lejos de plasmarse en una cultura institucional y moderna;
por lo cual sostengo, que la antropología del cambio vendría con el acto de
migración a las ciudades, y es en estos laboratorios de mestizaje, con la
sindicalización laboral, y luego con la informalidad empresarial donde se
sentarían las bases para una ciudadanía multicultural y respetuosa de un modelo
abierto de desarrollo. Quizás quien retrata mejor esta ciudad anterior a la
modernización sólida, que se aceleró con la industrialización es García
Márquez, en sus novelas históricas “Cien años de Soledad” y “El amor en los
tiempos del cólera”, donde la experiencia de la unidad popular alrededor de los
diarios, y la práctica escritural perseguía un ideal tradicional de ciudad, que
se desdibujaría con la introducción de los automóviles y los ferrocarriles. La
disonancia posterior a la ciudad masificada, alterada por una lógica de la
sobrevivencia funcional, no conocería la vivencia de un espacio donde carne y
piedra se confunden; donde el artista iconoclasta practicaba el encuentro entre
la palabra y la vida social. El efecto desocializador de los medios de
comunicación, no sólo alterarían las solidaridades orgánicas de la ciudad
tradicional y del campo feudal, sino que además embarcarían a la vivencia
antigua en el proyecto espiritual de autonomía y personalización más ambiciosa
de la historia: la sociedad de bienestar.
La
fragmentación territorial y cultural que
había posibilitado el mundo de la felicidad gamonal y de los enclaves
extractivos de la oligarquía y del capital extranjero, fue violentamente
trastocada por la institucionalización nacional de las grandes movilizaciones
campesinas, y por el avance de la plebe urbana en las ciudades alrededor del
proyecto fáustico de industrialización. Es la construcción histórica y
progresista de las reformas estructurales y revolucionarias del Estado
populista propagandeada y sintetizada por los medios de comunicación (TV,
radio, cine, publicidad) lo que consagraría la construcción de un proyecto de
identidad nacional, de base popular y dirigido por las clases medias
revolucionarias. En este período de acumulación de mutaciones en el seno de las
formaciones culturales, con una dirección histórico unilateral de superar la
fragmentación ontológica de la realidad peruana, es que se cimentaría de forma
subalterna y nacional la adhesión cultural de las bases sociales organizadas y
de los movimientos campesinos, cuyas consecuencias en la mass media y en el
producto lingüístico de una cultura de ciudadanos serían parciales.
La
dialéctica del desarrollo logro concitar el compromiso de las culturas
populares, en la medida que los cambios operados buscaban realizar una
democracia directa de ciudadanos “cholos”, sin embargo, es la inmediata
negación étnico-cultural de un diseño formalista y estaliniano de progreso
urbano lo que divorciaría a las biografías políticas de un proyecto autoritario
que negaría la misma vida privada y singular a la que deseaba atraer. El
período de una gran creatividad artística y folklórica, de una estética rebelde
y subalterna, se interrumpiría cuando la escisión de la cultura criolla, es
decir, su masificación como ethos hegemónico desplazaría al espíritu “grotesco”
y carnavalezco del control de la esfera
pública. Creo que es necesario mencionar algunos rasgos que resumen este
período de una síntesis nacional imaginaria:
1. En primer lugar, la escribalidad
popular de los comics, revistas, prensa escrita, folletines y novelas, instaladas en el tejido de las
culturas subalternas, además de una gigantesca labor editorial que hallaba
mercado en las clases medias informadas, preparó el camino intelectual para la tan necesaria síntesis histórica de
la diversidad. Las tesis ensayísticas del Arielismo, indigenismo y del marxismo
progresista encontrarían su comprobación científica y aplicada en las ciencias
sociales de los años 60s, y en su movilidad político y planificada con el
gobierno militar de Velasco Alvarado; porque existía una disposición cultural
en la vida cotidiana con tendencia a
pensarse como sociedad. Un ejemplo de ello es el boom del regionalismo
literario, el “realismo mágico” de los autores latinoamericanos cuyas fuerzas
de sus expresiones noveladas no consistió sólo en retratar dionisiacamente los
escenarios nacionales de América Latina, sino en ofrecer una lectura sociológica y antropológica de lo que
sucedía en las formaciones sociales. Este boom literario expresó una dimensión
de síntesis cultural con los parabienes de la modernización nacional, como el
legendario “macondo”, o la pregunta holística de Vargas Llosa “¿en que momento
se jodió el Perú?” en boca de Zavalita, un mundo estilístico de formas y de
contenidos narrativos que curiosamente no halló eco en la reflexión marxista y
sociológica de ese entonces. En síntesis, las prisiones orales de la cultura
tradicional fueron lentamente removidas con la escribalidad revolucionaria de
la teoría marxista de la praxis política; pero ulteriormente ante el
adormecimiento reflexivo que provocaría la imagen esta “Galaxia de Guttenberg”,
como diría McLuhan[10],
se desvanecería de la cultura pública entregada a las fuerzas populares a una
oralidad relativista y con pérdida de calidad, propia de la sociedad de la
información.
2. Un segundo elemento que pudo ser
removido de las estructuras culturales de la peruanidad fue la moral criolla,
trasgresora o “sabiduría escéptica”[11].
En resumen, la práctica de un pensamiento político renovado colisionaba no sólo
con los intereses estructurales de la dominación oligárquica, sino que además
buscaba evaporar del escenario social a toda una gramática tradicional de la
dominación criolla que se levantaba para reproducir todo un edificio
desorganizado de la injusticia y la explotación social. La cultura cívica de
los emergentes barrios populares de las ciudades, así como el despertar
comunitario de las movilizaciones campesinos de los 60s por la toma de tierras,
al parecer sentaron evidencias de un relativo despliegue de la habitual cultura
autoritaria y antidemocrática del país, pero fue la secreta hegemonía del
formalismo colonial y criollo, es decir, la ausencia de una ética del discurso
deliberativo, la carencia de una flexibilidad y tolerancia para escuchar y
comprender, lo que avinagraría los avances declarativos que se conquistaron. Es
esta acción moral aún muy cargada de escorias criollas, paternalistas y
prebendatarias en el interior de la base popular lo que aceleraría el posterior
envenenamiento de la cultura pragmática y de su envilecimiento mercantil. Soy
de la tesis, que más adelante examinaré que la pervivencia de una moral
colonial absurdamente antisocial y manipulatoria fue el resultado sorprendente
de la sistemática mutilación de las pasiones y sueños románticos que anidan en
toda promesa de éxito y de realización
personal originalmente, y que esta separación entre el reconocimiento estético
y la vida real de las funciones y responsabilidades, es lo que ha reforzado la
expansión de una moral degradada y pérfida, donde hacer el bien, ser noble o
hacer lo correcto es sólo obra de “cojinovas”.
3. Un
tercer rasgo que describe esta unificación nacional parcial de la cultura, lo
representa el fenómeno de la escucha musical de este período. Siendo una
cultura festiva, donde el cortejo carnavalezco y el desatamiento dionisiaco de
las identidades populares es corriente, se puede observar en la música de este
tiempo un proceso de síntesis grandilocuente de las diversas tradiciones
musicales del mundo popular. No sólo la música criolla alcanzaría su hegemonía
en las ciudades entre los 60s y 70s con himnos festivos al Perú, en las
composiciones de Augusto Polo campos y el “Zambo Cavero”, en las épocas de
gloria del fútbol peruano, sino que además fenómenos orgiásticos como la música
tropical o la cumbia invadirían todos los espacios festivos de las clases
populares comunicando no sólo la jovialidad y renacimiento de nuevas
generaciones de obreros y profesionales, sino acompañando con himnos festivos a
lo popular, como la salsa brava de Héctor Lavoe, la Sonora Ponceña o el Gran
Combo de Puerto Rico el proceso de síntesis nacional que producía el proyecto
industrial. Eso es algo que no se ha identificado pero así como la liberación
del ethos andino folklórico, la trova rebelde y la música rock hablaban de una
eticidad juvenil clasista y politizada
que daba legitimidad cultural a los grandes cambios ontológicos que
operaba el desarrollismo, gran parte de la severa reflexión científica se cegó
frente a la fuerza de estos detalles culturales creando por lo mismo una brecha
entre la musicalidad mitológica de las culturas populares y los soberbios
postulados hegelianos del marxismo, divorcio que daría crédito a la autonomía
incorregible de los político sobre los psicosocial. Ahí donde la escucha
salsera, en sus rimbombantes estridencias subalternas emitía la fuerza de una
síntesis emotiva y nacional, el discurso político reduccionista se congregaba
en lecturas estereotipadas de la ´plebe y las clases populares, no entendiendo
a los sujetos en sus impresiones y concepciones de mundo.
4. Un último elemento que pregonó esta
asociación estrecha entre la cultura y el discurso nacional lo ejemplifica el
desarrollo de la técnica aplicada en este período. La hipótesis que persigo al
respecto es que el apoyo teórico del conocimiento desarrollista, más las
grandes disposiciones productivas que experimentaba la economía peruana en ese
período permitieron dar los fundamentos sociales y científicos para conseguir la construcción de
una tecnología propia. Es decir, no sólo el voluntarismo histórico de superar
la estructura económica de régimen feudal fue lo único que bastó para generar
un salto cualitativo de enorme trascendencia histórica sino como los sostengo,
existía toda un apoyo rudimentario y artesanal en las sabidurías productivas de
ese entonces para dotar a la economía de una técnica organizativa e industrial
sui-generis. Expresión de esto fue el movimiento comercial de pequeños empresarios
agrícolas y artesanales de la ruralidad, y el tejido pequeño burgués de las
ciudades. La presunta facilidad como la aplicación del paradigma cepaliano se
traslucía en nuestra capacidad para instalar trust industriales en Lima y en
diversos puntos del país justifica que existió una disposición sociocultural
para romper con la mentalidad de enclave extractivista; disposición que le
confirió una orientación social a la
técnica organizativa, creando una ética del respeto a procedimientos y
ordenanzas administrativas, que se dio naturalmente en la medida que tal
proyecto de cambio estructural era la expresión de una pujante democratización
y reconocimiento de las identidades populares movilizadas. Es como sostengo el
complicado tránsito para ocasionar una ruptura con la formación de enclave
tradicional lo que despotenció la conformación de una capacidad tecnológica
propia, y lo que divorció a las escasas reservas profesionales de ese entonces
de un proyecto industrial nativo con raigambre en la sociedad popular. Esta
mala condición de no zanjar con visiones eurocéntricas y arrogantes, lo que se
tradujo en la formación de un islote modernizador en medio de una realidad
económico colonial, sin conexión real con los mercados internos y la estructura
agraria, es lo que produjo la debacle de la experiencia desarrollista y la
posterior entrega del paradigma técnico y organizativo a visiones
instrumentales y oportunistas de la administración económico y social. Como lo
sostengo, en otra parte, esta autonomización de la técnica ha posibilitado su
posterior elitización y su escasa raigambre social en las potencias
organizativas del mundo popular, lo que significa la imposibilidad de construir
una disciplina técnico-burocrática acorde con la complejidad sociocultural del
país.
Escisión entre lo estético y lo
ético-político.
La
presumible ruptura ontológica que imprimió el desarrollismo y la praxis política de los movimientos
populares de ese entonces, sentaron las bases para una recuperación
nacionalista del ethos plural andino, expresión esta encarnada en el gobierno
militar Velasquista. La conjetura que despacho es que la democratización
revolucionaria de la sociedad peruana, expresión esta en los movimientos
campesinos, en la migración hacia las ciudades, en la legitimidad inicial que
despertó la industrialización, y en toda esa efervescencia popular inusitada
que despertó la modernización de masas, dotó al cambio social de la modernidad
de una cultura parcialmente secular y cívica que estaba invitando e
involucrando ideológicamente a todos los saberes y concepciones sacrificiales
de nuestros mundo popular movilizado y emancipado de relaciones feudales.
Esta
adhesión sociocultural al proyecto nacional-desarrollista fue un logro
orquestado porque el agotamiento de la estructura tradicional y el desencanto
con una mentalidad paternalista que respiraba maltrato y discriminación
cultural, concita el apoyo de las sociedades populares, que vieron en la
tentación moderna la oportunidad de ser reconocidos y de ser iguales, de fundar
un nación que los sacara del atraso y de la miseria real. Por diversos motivos
estructurales, esta rica alianza ontológica que fundaba una nueva relación
Estado-sociedad se contrajo, sobre todo porque en algún momento del camino la
aventura de crear valores mitológicos de un socius político colectivo se
divorció de un proceso histórico de la severidad y del racionalismo, que se
delataría como un nuevo pathos de la dominación y del engaño administrado. En
este acápite contaré esta historia.
Citando
a Octavio Paz[12], en los
orígenes a la gran transformación que operaria el molino satánico del
capitalismo, como señala Polanyi[13],
en el ethos artesanal, religioso, en los gremios y solidaridades productivas,
residen condensados dos principios de realidad: el arte y la utilidad, la
cultura y la moral técnico-política. No sólo el oficio del artesano significa
producir una función, es decir, ser útil, sino que este bien reproducía toda la
plasticidad e inventiva artística del mundo popular, era alegórico y transfería
un espíritu de romance y de armonía. Ante la aparición del capitalismo, la
autonomización de los medios de producción de sus productores, se produciría la
separación entre la utilidad y los valores estéticos. La hegemonía del valor de
cambio y la voraz demanda de objetos funcionales a la expansión de Europa
industrial del s. XIX, diferente a ese encuentro armonioso entre la función
utilitaria y la inventiva artística que se experimentó con los logros de la
primera revolución industrial de la Inglaterra del s. XVIII (1750) generaría
una depreciación o menosprecio de los valores estéticos, reducidos a ser un
mero adorno decorativo o simple retórica publicitaria para el comercio. El
interés desnudo del que hablaba Marx, en el manifiesto comunista[14],
y la creación de necesidades ideológicas que devorarían los viene sólidos de la
industrialización y de la sociedad de consumo, trastocaría la dimensión
estética tradicional, ingresando a la cultura de masas como compensación
emocional o como actividad de bohemios y snobs.
La
seriedad y la disciplina autoritaria de la modernización europea, el imperio de
una moralidad teleológica, exegética al fin y al cabo mesiánica del valle de
lágrimas del progreso imparable, desencantaría violentamente todos lo órdenes
sagrados bañados en musicalidad y mana
estético, confinando la diferencia del arte en el formalismo y autismo de la
vanguardia orgiástica. No obstante, su propósito de reestetizar la experiencia
social infectada de funcionalismo y represión, la vanguardia tendría que
aguardar a las mutaciones mediáticas del cine, la publicidad, la TV y la moda
para conseguir la resignificación estética del arte. Aún cuando Mayo del 68 es
el rencuentro rebelde y global con una religión del arte, expulsada de la burocratización de la vida
social, tal dimensión estética desfigurada de sus valores críticos y rebeldes
se iría desvinculando poco a poco del proyecto de fijar la Ilustración y los
tesoros de la razón histórica. La inmediata inscripción de los valores
postmateriales juveniles, la química del goce y de la embriaguez estimulada por
el capitalismo cínico, darían un nuevo vigor a un sistema de acumulación que
valora el plusvalor comunicativo y la inteligencia emocional; es decir, se
neutralizaría toda esa ruptura creativa del deseo reinscribiéndolo en el
universo de los servicios, y del ciberespacios pulsional, bloqueando de este
modo todo el rico magma vitalista e histórico del cambio social, que desde
entonces quedaría separada de la sacralización del goce estético, agazapado en
el conservadurismo moral o en una población de despreciados o zoombies
revolucionarios.
Ahí
donde arte y moral política se separan en este país indescifrable, es una
lectura enciclopédica y psicohistórica que aquí sólo delinearé en sus
coordenadas generales. Como hipótesis de trabajo suelto la idea de que este divorcio macabro produjo no sólo
una incomunicación entre dos mundos opuestos, sino que además dicha ruptura
aplastó arbitrariamente nuestra naturaleza ritualista y mitológica por largo
tiempo, condenando a la vida cotidiana y la subjetividad popular de migrantes y
capas medias, también a venerar hipócritamente por mor de la supervivencia a un
maquinaria industrial en sus orígenes, a una culturización del libre mercado, y
al reino de las organizaciones empresariales, posteriormente. Esta adhesión
convenida, esta lenta hegemonía de la iniciativa empresarial y de la sociedad
de mercado, rechazarían los anhelos estéticos y del reconocimiento cultural al
imperio de un pragmatismo festivo e inmanente del pequeño club, de la
localidad; imitando acertadamente y resignificando los valores estéticos de la
postmodernidad, anclados curiosamente en el rentismo de las clases altas
adineradas. Esta reingeniería de lo criollo, en ghettos del arte hechos cuerpos
y glamour frívolo, no sólo atrofia la contención de la segregación racial
empujada por la cholificación emergente, por los procesos democratizadores
empalmados desde los 60s, sino que además despierta en las clases populares
trabajadoras una gran frustración estructural al sentir como su gran esfuerzo
laboral, su gran osadía de dar una economía resplandeciente a los sectores
populares olvidados por el Estado, no es suficiente garantía para interactuar
de forma equitativa en un mundo de individuos aristocratizados. Ahí donde la
masificación estética de los valores criollos fue extendida como una gramática
dominante por los medios de comunicación, se produjo ciertamente la irrupción
de los valores panteístas y pujantes del mundo migrante, la informalidad
microempresarial da fe de ello, pero es la aniquilación ulterior del
asociativismo popular, la descomposición totalitaria de los 80s, el ajuste
estructural neoliberal, y el reflorecimiento de un individuo trasgresor y
egoísta, lo que permitiría la reinstauración
de la pastoral criolla en el tejido social, como un océano de recursos y
sabidurías ilegales que atropellarían toda tentativa orgullosa y noble de
crecer con hidalguía y afecto verdadero.
Para
retomar al punto original. La decisión para arrojarse a un mundo de
transformaciones seculares, modernizadoras y democráticas, inspiradas por la
radicalidad de las agrupaciones masificadas de izquierda, y los planteamientos
modernizadores de la sociología del desarrollo, no fue ciertamente más que
nuestro accidente socrático, el ingreso en un platonismo peruano de civilizar
la barbarie, como fue la promesa de los padres de la patria, sin darse cuenta
que toda aquella pompa ideológica – el marxismo voluntarista es expresión de
ello- no eran más que un conjunto de
postulados celestiales e irresponsables, incompatibles con la naturaleza
sacrificial y compleja de nuestro mítico Perú. Todo el gran mito del desarrollo
autocentrado, la industrialización, la secularización de la sociedad, la
democracia liberal y el gigantesco como insuficiente Estado moderno, incluso el
discurso del exitismo de los emprendedores actual, no serían más que proyectos
o medios que colisionarían vergonzosamente con el espíritu en red de las
culturas populares de nuestros país, en cuyo seno caótico e indescriptible ha
engarzado las coordenadas sublimatorias del intercambio dinerario, como única
institución radical que mantiene unido un cuerpo social mutilado y fracturado
en todos sus niveles.
Es
más me animaría a argumentar, con ánimo de polemizar, que esta decisión
socrática tal como se dio sin romper con los objetivos eurocéntricos, y con los
impulsos secretamente mesiánicos, nos arrojó a una regresión civilizatoria, a
una crisis de valores permanente donde la anomia y la sabiduría delincuencial
son expresiones de nuestros desencuentros profundos, y el fundamento que hace
realidad un desarrollo capitalista que despierta un gran descontento cultural y
un resentimiento generalizado. Nuestro sentido compartido es sólo declarativo,
y todo aquello que apuesta por lo alternativo algo infantil y decadente. Por
eso no es extraño que debajo de un creciente padecimiento y dolor
incomprendido, en los ancianos olvidados y desatendidos, en los niños
maltratados y abandonados, en los jóvenes incomprendidos de las calles y la
delincuencia, y en las mujeres discriminadas y violentadas se levante todo un
gran disfraz del nihilismo estético, de vivir la alegría y lo orgiástico a
pesar de todo, pero de una manera que agrede y que sobrepasa los sentimientos de
los hombres y mujeres que intentan vivir con cierto respeto por el prójimo dentro de creencias compartidas. Ahí donde la
desconfianza y el menosprecio reinan se ha erigido un imperio de lo frívolo y
de la seducción, una erotización que alardea y ríe, que se droga y estimula,
que se ha liberado de dictados morales e instituciones puritanas, y que ha
creado una nueva intersubjetividad erótica y esquizoide, pero al precio de
contener todo un sueño de reconciliación y real progreso vitalista en el culto
a una era postmoderna, que nos desintegra y enemista entre nosotros.
Muy
a pesar que el regreso de los mitológico, de lo religioso y lúdico se da sobre
bases infectadas de desigualdad y pobreza, creemos que todavía subsiste un gran
océano de creatividad y de plasticidad simbólica que no consigue cuajar en un
sistema social. Que a diferencia de otras latitudes territoriales en nuestra
condición social de intensos contrastes esta energía telúrica y fecunda, no
aterriza en un contrato sociopolítico definido, y que la gran razón de ello
reside sólo en la enjundia sincrética, heterogénea y huidiza de nuestra cultura
interna, sino en el gran desperdicio cultural que significa conservar y
proteger un universo de instituciones anacrónicas y defectuosas que sólo
favorecen a minorías privilegiadas. A pesar que haya surgido en esta actualidad
en crecimiento una intersubjetividad constitutiva y reafirmante – los
emprendedores populares son prueba de ello- creo con humildad que este poder paralelo no es lo
suficientemente fuerte para sobrepasar y desbaratar esta red de poderes
centralizados que es Lima y los circuitos urbanizados, y que no basta con
desdecirse de esta realidad de manera particular, pues se acepta de este modo
la violencia que predomina. Creo fervientemente que un verdadero rencuentro
político entre el arte y la moral pública, permitiría la renovación social de
nuestra condición humana, pero esto solo se hará si se abraza
revolucionariamente el diálogo y la comunicación radical sin prejuicios y
prenociones autoritarias.
Regresión dogmática y violencia. El
maoísmo y la guerra popular.
Hasta
ahora y a grandes rasgos he narrado la historia de nuestra soberbia y
frivolidad; es decir, de nuestra ilusión por ser individuos realizados. Toca
ahora contar la otra historia en clave constructiva y psicohistórica: la
historia de los ofendidos humillados, los vencidos del tiempo.
Sostendré
desde el saque la tesis siguiente: que si rastreamos los orígenes culturales de
nuestra rabia y rencor acumulado, de toda aquella Catarsis purificadora, que
postuló desacertadamente Arguedas, había que detenernos en la ambigua
construcción de nuestra individualidad periférica. Contrariamente a lo que se
podría suponer nuestra singularidad individual ha estado bloqueada
históricamente por proyectos psicológicos de poder, que si bien despertaron el
deseo incontenible de serlo, no crearon ya sea por racismo directo o asolapado,
o por la actual concepción de la miseria cultural que predomina, oportunidades
escasas para tal realización. Aún cuando tal construcción de nuestro yo no
tiene nada que ver con el individuo auto-represivo y puritano de la Europa
capitalista anterior, en realidad si tiene que ver con aquella faceta
estilística y diletante del hombre burgués que evidencio Sombart[15].
Y que la automática reafirmación de nuestra herencia festiva y ritualista por
intermedio de este individuo disipado e irresponsable, es la razón secreta que
explica la ulterior violencia que ha asolado desde siempre nuestro cuerpo
social.
Creo
con certeza que el motivo que empujo a los sectores subordinados a sublevarse
en diversos momentos de nuestra historia – el levantamiento de Túpac Amaru, los
movimientos campesinos de los años 60s, y el levantamiento genocida de Sendero
Luminoso- no sólo fue un clima generalizado de privaciones y explotación, sino
que se fue acumulando con el tiempo un descontento secreto con una realidad que
aplasta nuestras creencias más sagradas e íntimas, que nos invita a esforzarnos
por ciertas verdades socializadas, pero que en verdad nos niega toda
posibilidad y camino para alcanzar el reconocimiento, el afecto y la ansiada
felicidad integral.
Bajo
el terreno psicológico, pues creo que la importación de la escolástica
colonial, con su desprecio de los sentidos y del juego ritualista de los
indios, y ulteriormente con la República y la transmisión de la herencia
colonial que negó aún más el derecho a la cultura, y a las idiosincrasias
regionales, son los orígenes psicoanalíticos de nuestra construcción subjetiva.
La nefasta tarea diabólica de erigir instituciones sublimes, como diría Rorty[16],
y con ellos caracteres culturales que los veneraban, sobre la negación
represiva de nuestros orígenes arcaicos y sensoriales, nos ha perseguido como
el trauma fundacional de lo que es la razón escolástica, y su cara opuesta la
violencia subterránea emocional y autodestructiva. Creo que actualmente este
discurso de la negación existencial de lo que somos se sustenta en dos
posiciones que sin dejar ser enemigas a muerte comparten el mismo desprecio
radical por nuestras costumbres y ceremonias ancestrales: hablo del marxismo, y
del liberalismo reaccionario.
En
este acápite contare la historia de la que para muchos representa la principal
ideología moderna que defiende las expectativas postergadas de los vencidos de
la historia: el marxismo peruano tal como fue adoptado por una parte de nuestro
mundo subalterno. De saque quiero decir que el habitual desencuentro entre el
marxismo y América Latina a decir de Arico[17],
no se halla sólo depositada en la visión eurocéntrica y evolucionista que tenía
Marx de América Latina, como bárbaros, cuando elaboró su monografía sobre
Bolívar[18].
Sino como sostengo en la incompatibilidad entre un mundo sacrificial, mágico
religioso[19], y una
apuesta racionalizadora y nihilista como es Europa. Aún cuando el marxismo de
la luchas sindicales, atribuyó a América latina la etiqueta de agraria y
feudalista, y que su bienestar se
hallaba en transitar hacia una estructura secular y europeizante, como también
fue la conjetura del Cepalismo y del liberalismo socialdemócrata de ese
entonces, creo con cierta sospecha que este reduccionismo modernista no rompió
con la fe bíblica del mundo colonial, usando el concepto de Strauss[20],
sino que dejó intacto un móvil milenarista y de redención en la historia
descalabrada que despertó, reproduciendo con el tiempo las mismas enfermedades
culturales de siempre. La derrota del socialismo autoritario y de su
persistencia genocida en Sendero Luminoso y el MRTA, permiten comprender como
forzar y leer a las personas con los
ojos del explotador y del abuso sistemático –aún cuando se nos seduce con
llevar sus ropajes y merendar sus manjares- puede despertar una violencia
inusitada y explosiva, producto de una modernización desordenada y despiadada.
Si
buscamos los orígenes culturales de esta acumulación de odio, con derecho a
polemizar, hay que detectarlos, como he defendido en otra parte[21], que tal desastre y conflicto interno se halla
en la parálisis dictatorial, y por supuesto biopolítica del discurso
nacional-desarrollista en el Perú. Que esta economía de ira y del deseo ser
Dios no escondía sino una gran pobreza cultural, una arrogancia desmesurada con
el derecho a desatar un baño de sangre
entre hermanos como si fuera una grana hazaña; pero a la vez una gran
estupidez, una automentira por creerse salvadores cristológicos, azotes de
malhechores degradados en que se había convertido nuestro país. Si bien al día
siguiente de este infierno rojo que fue la sierra, la selva y gran parte del
país, con un terrorismo implacable de bombas y asesinatos selectivos, fue como
si nada hubiera pasado: la misma cultura oficial del egoísmo y la distancia
insolidaria criolla seguía reinando, a pesar de las lecciones que nos dio la historia
reciente. La pérdida de memoria que padecemos como cultura de este episodio
sangriento de nuestra historia, no es sino expresión de que jamás hemos sido
una comunidad nacional, ni en el imaginario de las grandes metas sociales, ni
siquiera a la hora de conocer nuestros orígenes, nuestras costumbres, nuestros
personajes históricos ilustres. El haber tenido una memoria, por defecto,
hubiera significado ser un organismo viviente al que todos cuidamos y
mantenemos.
A
modo de recuento solitario suelto algunos móviles sintéticos que explican el
origen de este trauma autoritario:
1. Tenía que pasar. El modo como se había
embarcado al país en una estructura social a espaldas de un mundo subalterno y
sin historia, desde la Colonia, reforzándose disciplinariamente con el tiempo,
tenía que manifestarse en una gran erupción social para justificar la consiguiente
reorganización de las sociedad, y para dar paso al proceso de individualización
nihilista y vacío que son los valores de la actualidad. Fue nuestro golpe de
Estado mental entes de pasar al caos global.
2. Contrariamente a la tesis que sostiene
que fue originada por la privación consciente de territorios y culturas
internas, sostengo que el marxismo dio forma y significó para muchos
desplazados y olvidados de la historia un discurso que canalizó las enormes
represiones autoritarias en que vivía gran parte de nuestra serranía y selva
exótica.
3. Fue como dije anteriormente un proyecto
de ira, una economía del castigo y del sufrimiento en oposición a la cultura
hegemónica dizque de naturaleza erótica y bohemia. La divinización del
sacrificio físico, del derecho ideológico a matar buscaba barrer fácticamente
del escenario histórico a toda esa cultura oficial de los grupos de poder, que
garantizaban la dominación y el abuso sistemático. Su discurso de clase
escondía una violencia arcaica, un afán de revancha, de rencor religioso que
trato de eliminar la risa y la sensoriedad erótica de nuestra cultura interna.
La negación de las fiestas patronales y de las actividades ritualizadas de la
Amazonía, por una posición del hombre bolche y clasista ejemplifica este
razonamiento del terror y del odio a la diferencia.
4. En parte cómo encajó el marxismo
decimonónico de la Rusia soviética y del maoísmo en nuestra tradición del
pensamiento de izquierda, ayuda a entender este trance de odio y venganza. La
manera acrítica y estereotipada como se asimiló la literatura marxista en las
vanguardias sindicales y en las regiones atrasadas, universidades y comunidades
campesinas, es prueba de una gran
estupidez, y un síntoma de miedo
existencial a perderlo todo como producto de una modernización accidentada y
violenta. La necesidad de un discurso justificatorio hizo que muchos abrazaran
ideologías elementales como si fueran verdades consagradas.
5. En
el fondo esta idea escribal de violencia y de revancha, y de un
fundamentalismo racional de cascarón, que esta en las reflexiones de Degregori[22],
esconde un resentimiento estructural, una envidia, una incapacidad por escapar
a la mendicidad individual. Móvil que justifica abrazar ideologías comunitarias
impracticables como una manera de ajusticiar a todos aquellos que si pueden
vivir plenamente, como si fueran expoliadores y responsables de un contexto de
atraso y de precariedad. Más allá de que esta razón sea cierta, creo por
extensión que el socialismo proselitista – no ciertamente sus bases
renovadoras- representó un discurso de poder, que sólo moviliza en criterio a
ciertos intereses.
6. Creo que la gran pobreza y rusticidad
actual para no leer el cambio cultural que vivimos, reside en no comprender que
una economía de ira, un proyecto thymótico, como arguye Sloterdijk[23],
ya no podrá cuajar realistamente en un proyecto socialista o nacionalista. La
desvinculación con los ciudadanos y la vida cotidiana, que viven en lo
práctico, concreto y vitalista, en una singularidad que acepta este mundo
relativista y caótico, es la gran razón del
porqué se ha alejado las izquierdas de los presuntos ignorantes y
engañados. El no saber representar las necesidades actuales de la población es
la causa de su aislamiento empobrecedor, a pesar de que todavía hay tanto que
hacer y construir.
Frívolos y aburridos: La elitización
del arte y el conservadurismo moral.
Esta
es una cultura ambigua: retoza y prejuzga. Condena con aplomo pero
clandestinamente acuchilla y se divierte. Se muerde los bolsillos para consumir
y emborracharse pero a la vez se arrepiente y crece en ella un gran sentido de
culpabilidad. Hay como se dice un gran desfase cultural, una realidad de dos
caras: por una parte una cultura real con sus precariedades y complejos; y otra
una cultura aparente, con su optimismo y banalidad. Todos aquellos que hemos
hecho trabajo de campo, recolectando testimonios y la vez observando
empíricamente el accionar de los actores sociales hemos comprobado que detrás
de un discurso crítico, moralista y audazmente sensato se oculta una
personalidad erosionada, acomplejada y con tendencia a la irresponsabilidad
orgiástica y festiva. La pregunta que toca hacer aquí: ¿es porqué no se produce
una exposición democrática del narcisismo que todos practicamos, en distintos
grados, y en vez de ella predomina una moral conservadora y de la buenas
costumbres como máscara? ¿Porqué se ha preservado un sentido residual de la
culpabilidad y no se hegemoniza esta cultura hedonista de forma pública, sino
en la privacidad de la noche, la cultura del goce que todos compartimos?
A
manera de supuesto en construcción lanzo la proposición de que la manera cómo
se ha construido, cómo ha devenido la figura de los valores estéticos, y de
reconocimiento al fin y al cabo de la identidad social en gran parte del país se ha erigido sobre una profunda
desigualdad y miseria real. Que no sólo la irrupción de nuevos valores
autónomos que determinan nuestras conciencias y que movilizan nuestros
corazones ha sido un proceso traumático y de desgarramiento psicohistórico,
sino que tal envoltura y tal vivencia de
distinción estética, de glamour sobrenatural perseguido con desesperación y
adicción gloriosa se da para huir de un gran dolor social, a manera de rechazo,
violencia y trasgresión erótica, de atropello sobre el otro. Despertando sin
embrago, un remordimiento generalizado que condena nuestra ilegalidad y
patologías colectivas, aún cuando se adore cínicamente a dioses
maliciosos y presuntuosos.
No
se desprende de mi observación más que un diagnóstico hipotético de lo que ha
devenido, de lo que bajo la careta de lo
sublime y metafísico ha escondido una gran soledad y amargura civilizatoria. Contra
todo lo declarado por nuestros mandarines hermeneutas, y positivistas
tecnocráticos, sostengo que existe una historicidad cultural, un gran
imaginario resistido y aplastado, en las profundidades de un mundo partido y
desarticulado. De cierta manera esta conservación residual de una cultura
ahogada y subterránea se manifiesta en lo que he venido exponiendo al principio
de este acápite: esa infeliz oposición entre un proceso estético que se elitiza
con el paso del tiempo, y la cada vez más hipócrita y fundamentalista moralidad
santurrona de los sectores populares. Ahí donde hay despreocupados ganadores,
atletas de la frivolidad y del erotismo, existen perdedores fácticos por la
lotería de la vida y por miedo a esta, que se refugian en un discurso maniqueo
del bien moral sólo por frustración y por falta de iniciativa personal.
Expliquemos brevemente estos dos procesos y figuras culturales:
Como
sostuvo Nietzsche “sino existiera la musicalidad la vida sería insoportable”[24].
Bajo esta premisa la socialización musicalizada y lúdica del arte actual, en
esta civilización del espectáculo y del deseo generalizado, no sigue
precisamente un derrotero de realización heroica y auténtica. La música y el
juego, eros travieso ha invadido el espacio público, pero al precio de detener
la sociedad en una gran inmadurez y desconexión con objetivos comunes. La idea
de una multitud política y estetizada es una hazaña parcial que despotencia y
nos vuelve engreídos privatizados, capaces de liberar una gran energía corporal
en la danza y en la risa espasmódica de los estimulantes, pero atribulados y
despectivos cuando se trata de pensar en el interés general. No sólo eso. Aún
cuando esta religiosidad estética no halla límites a su enamoramiento
apolítico, esta fuerza light termina por reproducir, enmascarar y volver más
democráticas relaciones de poder, que deciden ganadores y sometidos. Aún cuando
nuestro arte corporal, nuestro cortejo audaz y reilón, nuestro fuego interno,
ha permitido la aparición insospechada de explosiones artísticas del pueblo,
como la cumbia a veces resistida, el reggaetón juvenil que es juzgado como
tribalismo cultural, el hip hop como encuentro poético testimonial y
descontento callejero, el deslizamiento voluntarista de actuaciones múltiples
en los videos colgados en las redes sociales o “YouTube”, e incluso una erotización irónica de las
conversaciones, creo que estas ricas interacciones estetizantes todavía se dan
bajo el molde de un arte muy elitista y jerárquico.
Ciertamente
la bohemia en las cantinas, en los espacios del “trans”, en las reuniones
sociales con amigos concitan una creatividad subalterna del lenguaje seductor y
del cuerpo, pero esta reproducción de lo dionisiaco es rápidamente reinsertada
bajo los ropajes del hedonismo y la frivolidad maquinal, prevaleciendo ciertos
cánones de belleza, ciertas figuras festivas que moldean la hegemonía de un discurso
estético que todavía no está suficientemente pluralizado. Tal vez el problema
mayor es que bajo criterios analíticos que sea el despliegue de este ethos del
arte vivo, esta aún muy mal distribuido, y su práctica se da con los excesos de
una convencional violencia, que todos aceptamos de forma resignada porque ahí
reside curiosamente la complacencia y lo distintivo.
No
quiero herir susceptibilidades, ni deseo que se tache a mi análisis de
modernista, pero estos valores estéticos que todos prejuzgamos como banales e
irresponsables, han llegado para quedarse. Aún cuando la historia de su apogeo,
es la historia del fracaso de nuestra modernización autoritaria, y su disolución en la
heterotopía[25] del
goce incontenible, creemos que urgente denunciar que su supuesta autonomía
radical es sin lugar a dudas un proyecto de musicalidad, una mitología estética
que aún no se ha realizado sino parcialmente, y que su supuesta fuerza
meteórica justifica la displicencia e intransigencia de nuestra cultura social.
Hay que depurar este arte vivo, realizarlo radicalmente para limpiarlo del
control aún muy criollo y hostil de las relaciones de poder, divorciarlo al fin
y al cabo de esa cruel competencia del
glamour y del estatus, y abrirse paso a una estética realmente plural, en
consonancia con el origen multicultural de nuestros pueblos. Creo que aún
cuando el calor amazónico y la desfachatez de nuestras juventudes urbanas han
dado saltos cualitativos en esa dirección, todavía subsiste una gran cojera
mental en poblaciones donde reina la reserva y la piadosa moral. Un ejemplo de
ello lo representan las poblaciones adultas, sectores rezagados, y sectores
arcaicos de la serranía.
De
un tiempo a esta parte la reserva moral que bajo criterios de justicia debería
recibir nuestra cultura, dado el imperio
de la corrupción, la explotación y el abuso en todas sus formas reposa en
poblaciones relegadas en organizaciones y formas sociales cuyas ideologías
resultan desfasadas. La moral consecuente de estas agrupaciones, expresión más
coherente de una conducta moralista, y me refiero a generaciones ancladas en
los viejos sindicatos y gremios, es un discurso que condena la suerte de los
nuevos valores surgidos, como ideológicos e incoherentes con la injusticia y
esa necesidad judaica de redimir una experiencia ensombrecida. Aún cuando es
cierto que se necesita moralizar la sociedad, esta fórmula salvífica de
contraer lo supuestamente falso, conlleva al resurgimiento de una rigidez y
persecución autoritaria. Y que bajo esta pública moralización existe un rechazo
agresivo a dimensiones lúdicas, eróticas y de sentidos que seguro deben
irrumpir sin menoscabo, y no ser sustituidas por un rostro estaliniano,
puritano o severo. Me parece que el dominio de un conservadurismo moral en nuestra cultura, expresado en el machismo que
desprecia o infravalora el deseo de la mujer, la homofobia, la moratoria
autoritaria que padecen los jóvenes y niños sin libertad para autoconstruirse,
no sólo ha generado una gran distancia entre las generaciones, sino que además
no ha permitido una transmisión sin prejuicios del saber social, lo que ha
causado un empobrecimiento cultural de la experiencia y el concitado tránsito
hacia valores cada vez más inestables y agresivos.
El
citado desconocimiento de este cambio cualitativo en la vida cotidiana, en
diversas organizaciones de base ha originado una crítica estereotipada de estos
valores del éxtasis sin límites, recreando la figura de una reflexión
escolástica y fundamentalista, que alimenta el odio y la enemistad hacia los
supuestos degenerados. Si bien hay soterrado en esta actitud socializada una
gran disconformidad por no alcanzar ciertamente la plenitud de estos nuevos
valores orgiásticos, si esta posición de crítica moralista calza con la
expansión de cierto sentido de culpa que empieza a ser testimoniado como el
placer que se consigue atropellando el derecho y los sentimientos del prójimo.
Si creo que detrás de estas posiciones encolerizadas hay un gran sentido de
reivindicación de lo que no vive y no es
reconocido, y que si existe claramente una reserva honrada de renovación de lo corrupto e inmoral, aún
cuando el día a día de la supervivencia nos arrastre hacia lo deshonesto e
informal.. Yo creo que la gran anomia que experimentamos en la actualidad es
parte de un enorme deseo contrahecho de irrumpir en la vida institucionalizada
recibiendo el rechazo sistemático a todas nuestras propuestas y creatividad, y
no necesariamente el rechazo hacia normas y reglas como anticuadas y aburridas
por sí mismas. Y en el origen de este rechazo de nuestras alternativas, reside
creo no sólo una gran decepción y desaliento, sino además una cultura que desea
plegarse a lo ilícito y corrupto como síntoma de una mal atribuida madurez, o
un cansarse del camino correcto por ser poco rentable. Ciertamente un shock
moralizador es urgente, en la línea del respeto a un contrato institucional que
nos convenga a todos, pero debe ser un llamado de atención que involucre
propuesta y renovación afirmativa, una moralización que potencia la iniciativa
en post del crecimiento personal pero a la vez la expansión social.
Esa
reserva de eticidad diferente a la que poseen inclinaciones fundamentalistas,
se concentra en la juventud, y aunque muy larvariamente en poblaciones que
recientemente están abrazando causas de respeto a la naturaleza y a la
ecología, como son las comunidades amazónicas y andinas; pero aún esta cultura
acumulada esta encerrada en grandes prejuicios de racismo y marginalidad
doctrinaria y urbanista, que los mantiene confinados en las desorientación y
desarraigo cultural. En la medida que esta posibilidad de renovación cultural
no se cumpla o no se democratice, habrá
una jungla de vidas desperdiciadas[26]
y la hegemonía de un discurso de poder
unilateral y racista que niega y reduce la enorme riqueza cultural que encierra
este país. Y por lo tanto, seguirá existiendo una miseria real no sólo generada
por falta de actitud o ausencia de oportunidades estructurales, sino sobre todo
porque no se sobrepaso esa negativa transmisión intergeneracional de la pobreza
que nos vuelve más prejuiciosos, conservadores, pero a la vez despilfarradores
e irresponsables, sin importarnos dejar un mundo sano para las siguientes
generaciones.
Conclusiones.
Ante
el acrecentamiento inesperado de una eticidad política entorno a la sociedad civil
organizada, producto del renacimiento de una clase media politizada, la mayor
gravitación de la vida organizada en las regiones con crecimiento económico, y
sobre todo a la resolución de esta aporía estructural que han suscitado los
conflictos socio ambientales que ha
hecho que surja un nuevo espacio de combate ideológico como es el discurso
ecológico, se transita lentamente hacia la superación aún embrionaria de este
abismo que es la separación entre la estética y la moral política. Creo que las
señales de un cambio expectante habría que buscarlos en las experiencias vivas
que se están creando por fuera de los sistemas de conocimiento y proyectos
tradicionales que existen, sólo habría que darles un canal orgánico y político:
1. Uno de estos procesos vivos que habría
que explorar con atención serían los renacimientos barriales que se están
suscitando en variadas zonas urbano-marginales. Aunque este canal político
barrial ha tendido desde el fujimorismo
hacia la degradación total, y hacia la diversificación de una cultura de
clientelismos y operadores corruptos y autoritarios, la insurgencia de
problemáticas como el abandono y el maltrato infantil, la drogadicción, la
delincuencia juvenil, la violencia intrafamiliar y la mala calidad de los
servicios sociales, ha originado la preocupación de líderes y vecinos
empoderados, empujándolos a la reorganización de las dirigencias vecinales como
un plataforma inicial para conseguir apoyos especializados y sensibilizar a
estas poblaciones en riesgo. Creo que en diversos niveles y con experiencias
asociativas distintas estas realidades sub-políticas estarían logrando
resultados compensatorios muy importantes, renaciendo las identidades barriales
e insertando nuevos líderes en escenarios locales no establecen una ruta política
partidaria en muchos casos, debido al desprestigio del sistema político.
Fusionar esta rica asociatividad cultural con proyecto políticos comunes,
permitiría superar la desarticulación y a tendencia al protagonismo individual.
2. Una segunda bifurcación que debería ser
sobrepasado lo representa ese alejamiento sobredimensionado entre la política y
las energías juveniles. Aunque este desenlace es difícil de ser resuelto con audacia,
pues es una dualidad estructural que esta cargada de prejuicios socioculturales
profundos, creo que un acertado discurso social y de reconocimiento de las
necesidades juveniles, podría volcar toda esta rica eticidad a desactivar el
carácter gerontocrático de las dirigencias políticas en todos sus niveles, y
devolverle al sistema político instrumentalista y corrupto una cuota de
imaginación y de empuje solidario, fusionándose las nuevas instituciones
que nacerían con la hegemonía por fin
sin menoscabo de los valores juveniles y sus proyectos de vida.
3. Una tercera cultura alternativa que
podría superar este habitual divorcio entre la cultura y la política, es la
emergencia cada vez más sólida de las economías populares en red. Aunque
digámoslo así su poder de influencia ha crecido con el tiempo, resolviendo en sus límites el problema del desempleo
estructural, y siendo la base económica para la rica fuerza que concita la
actual cultura popular, este tercer sector asociado aún no se libera de
pre-definiciones elitistas que ha ocasionado el desarrollo empresarial en el
Perú. Es decir, esta acumulación microempresarial aún se ve con los anteojos de
los valores económicos de nuestras elites sociales, lo cual me parece, impide
dar un salto cualitativo en la estructura productiva que supere esa idea de que
la informalidad es el colchón de resistencia de la economía, y así acrecentar
sus proyecto económicos en red. Quizás esta autonomización de la cultura
económica popular se esta dando, pero aún existen muchas resistencias políticas
y jurídicas que tienden a la desnacionalización de nuestra estructura
económica.
4. Un cuarto signo de cambio, que
obturaría esa arraigada percepción racista de que los movimientos indígenas o
campesinos son sucesos organizativos desfasados y arcaicos, que denotan una
premisa maoísta o de Catarsis andina, lo representa el movimiento amazónico. Ya
no sólo estarían defendiendo causas localistas, a la defensa en los conflictos socio
ambientales, sino que se habrían dado cuenta que sus organizaciones macro
regionales en pueblos y federaciones, sintetizada en AIDESEP, tendría que pasar
a combatir y defender sus derechos postergados en el escenario nacional para
conseguir rescatar a sus culturas nativas de la aniquilación, a causa de la
depredación de la selva peruana. Su arribo al escenario público aún vista como
algo exótica y arcaica podría derramar en una cultura política dominada por lo
criollo y accidental un ethos cultural
mágico religioso, una nueva sensoriedad capaz de derrotar la violencia
social que vivimos. Podría cambiar las coordenadas espacio-temporales de
nuestra intersubjetividad consiguiendo la construcción de una comunidad
nacional.
[1]
LIPOVESTKY Giles. La era del vacío. Ed. Anagrama.
[2]
ADORNO Theodor. W. Teoría Estética.
[3]
Aquí es de notar la escucha andina de
los Huaynos y melodías serranas previos al contacto en la ciudad que
significaría la mediatización del folklore como es Dina Páucar, la muñequita
Sally o el chato Grados.
[4]
ANDERSON Benedict.
[5]
QUIJANO Aníbal. “La nueva heterogeneidad estructural”
[6]
NUGGENT Guillermo. El laberinto de la
Choledad.
[7]
ARGUEDAS José María.
[9]
Expresión de ello lo demuestra la jarana criolla en los solares y callejones de
Lima Cercado, o la reproducción festiva de música negra durante el s.XX.
[10]
McLUHAN Marshall. La galaxia de Guttenberg.
[11]
Esta expresión es acuñada por Sinesio López.
[12]
PAZ Octavio.
[13]
POLANYI Karl.
[14]
MARX. Karl. El Manifiesto Comunista.
[15]
SOMBART. El hombre burgués
[16]
RORTY Richard.
[17]
ARICO. Marx y América Latina
[18]
MARX Karl. Simón Bolívar
[19]
Las expresiones son de Pedro Morandé.
[20]
STRAUSS Leo. ¡Progreso o retorno?
[21]
TORRES Ronald. Insurgencia y traición a la cultura en el Perú contemporáneo.
[22]
DEGREGORI Carlos Iván. Que difícil es ser Dios.
[23]
SLOTERDIJK Peter. Ira y tiempo.
[24]
NIETZSCHE Friedrich.
[25]
La expresión es de Vattimo.
[26]
La expresión es de Zygmunt Bauman.
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