La vuelta del existencialismo
.
Vivimos un estado de guerra
frente a la pandemia del covid 19. Lo que creíamos fijo y solido en nuestra economía y sociedad se ha
desvanecido. Ahora frente al hambre y la miseria y la recesión galopante las
personas prefieren el riesgo de evadir las reglas y protocolos de bioseguridad
para granjearse recursos económicos o tal vez escapar del vacío y aturdimiento
existencial que ´produce el confinamiento.
Lo ocurrido en los Olivos, en la
discoteca Restobar con la muerte de 13 personas, 12 mujeres, es la prueba
palpable de que el ser social, y los vínculos de civilidad se han
resquebrajado, al punto que enfrentar la amenaza del virus resulta una barbarie
con ínfulas de irresponsabilidad e indiferencia. En tan solo más de cinco meses
el estado de emergencia ha debilitado la normalidad de vidas entregadas a la
explotación y al consumismo. Lo que sentimos los que vivimos el confinamiento
es que el hombre consumista y narcisista ha sido desalojado por una especie de
ser zombi que enfrenta la muerte como si no existiera. Y que lo hace motivado
por el derecho a seguir existiendo a pesar que la muerte acosa toda vida.
Jean Paul Sartre y Albert Camus
lo dijeron bien en el holocausto de la Segunda Guerra Mundial el ser social ha
cedido su lugar al existir. Pues la Europa civilizada y orgullosa de su clima
académico y artístico se vio de pronto engullida por un enfrentamiento que no
solo dejo 60 millones de muertos sino que trajo de vuelta los horrores del vacío
nihilista como actitud de supervivencia.
Hoy el mundo enfrenta a una
pandemia que desafía el derecho a la civilización a seguir siendo racional y pública. La vida
normalizada entre el individualismo consumista y la explotación capitalista ha
sido de pronto paralizada por serias restricciones y estados de confinamiento
social donde la democracia civilizada enfrenta la amenaza de perfiles
autoritarios. El modelo asiático de un perfil autoritario y drástico se ve como
un futuro posible ante los desafíos del cambio climático y la explosión demográfica.
El humanismo de un ser social que vive conectado entre la web y una vida
consumista se imponen ante la precariedad de la vida individual y sus deseos.
Hoy en el Perú vivimos un estado
de emergencia interminable que solo la llegada de la vacuna parece deshacer. La
evasión de la leyes de civilidad y las trasgresiones incluso criminales en que
ha caído el ciudadano de a pie han demostrado que este país vive envenenado por
un severo individualismo irracional. Donde la autoridad y las más mínimas
reglas de civismo han sido deterioradas por la inmadurez y la ignorancia
supina. No nos sentimos representados por los políticos y por lo tanto caemos
en el anarquismo de desobeceder y caer presa de la peste como saberse el que no
le sucede nada. El mal criollo del vivazo y de una sabiduría escéptica que nos hacia
vivir en un desorden funcional se vio de pronto desafiada por una enfermedad
que elimina el contacto y el apego afectuoso y humano de la socialidad. No solo
no hemos soportado las reglas del estado de emergencia por la pobreza económica
que cunde sino que hemos desobedecido por no soportar el aburrimiento y la
eterna necesidad de los impulsos narcisistas más bajos e irresponsables.
El estado de excepción que no
hemos soportado y que hemos ignorado en pos de una libertad que no respeta
derechos y al otro nos ha vuelto existencialistas al extremo de perder la
sociabilidad como fundamento de una cultura normativa. Como si fuera una guerra
se ha perdido toda solidaridad y se ha entregado la acción cotidiana a un
fuerte vacio psíquico donde las restricciones del poder sacan lo peor de las
personas. El humanismo ha sido derribado y el mal criollo cunde victorioso ante
la propaganada que hemos perdido la guerra, y que hoy como antes nos
preguntamos ¿Cuándo se jodió el Perú?
Mientras dure este estado de
emergencia con la pandemia acosándonos volveremos con la vacuna a plantearnos
las principales reformas estructurales que habrá que obturar para tener el
derecho a ser una civilización con un contrato social compartido y obedecido
desde nuestra idiosincrasia cultural. El no ser una nación unida nos ha
envuelto en la pesadilla otra vez de la tragedia civilizatoria que creíamos superada.
Comentarios
Publicar un comentario