viernes, 4 de septiembre de 2020

La vuelta del existencialismo

 

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Vivimos un estado de guerra frente a la pandemia del covid 19. Lo que creíamos fijo y solido en   nuestra economía y sociedad se ha desvanecido. Ahora frente al hambre y la miseria y la recesión galopante las personas prefieren el riesgo de evadir las reglas y protocolos de bioseguridad para granjearse recursos económicos o tal vez escapar del vacío y aturdimiento existencial que ´produce el confinamiento.

Lo ocurrido en los Olivos, en la discoteca Restobar con la muerte de 13 personas, 12 mujeres, es la prueba palpable de que el ser social, y los vínculos de civilidad se han resquebrajado, al punto que enfrentar la amenaza del virus resulta una barbarie con ínfulas de irresponsabilidad e indiferencia. En tan solo más de cinco meses el estado de emergencia ha debilitado la normalidad de vidas entregadas a la explotación y al consumismo. Lo que sentimos los que vivimos el confinamiento es que el hombre consumista y narcisista ha sido desalojado por una especie de ser zombi que enfrenta la muerte como si no existiera. Y que lo hace motivado por el derecho a seguir existiendo a pesar que la muerte acosa toda vida.

Jean Paul Sartre y Albert Camus lo dijeron bien en el holocausto de la Segunda Guerra Mundial el ser social ha cedido su lugar al existir. Pues la Europa civilizada y orgullosa de su clima académico y artístico se vio de pronto engullida por un enfrentamiento que no solo dejo 60 millones de muertos sino que trajo de vuelta los horrores del vacío nihilista como actitud de supervivencia.

Hoy el mundo enfrenta a una pandemia que desafía el derecho a la civilización  a seguir siendo racional y pública. La vida normalizada entre el individualismo consumista y la explotación capitalista ha sido de pronto paralizada por serias restricciones y estados de confinamiento social donde la democracia civilizada enfrenta la amenaza de perfiles autoritarios. El modelo asiático de un perfil autoritario y drástico se ve como un futuro posible ante los desafíos del cambio climático y la explosión demográfica. El humanismo de un ser social que vive conectado entre la web y una vida consumista se imponen ante la precariedad de la vida individual y sus deseos.

Hoy en el Perú vivimos un estado de emergencia interminable que solo la llegada de la vacuna parece deshacer. La evasión de la leyes de civilidad y las trasgresiones incluso criminales en que ha caído el ciudadano de a pie han demostrado que este país vive envenenado por un severo individualismo irracional. Donde la autoridad y las más mínimas reglas de civismo han sido deterioradas por la inmadurez y la ignorancia supina. No nos sentimos representados por los políticos y por lo tanto caemos en el anarquismo de desobeceder y caer presa de la peste como saberse el que no le sucede nada. El mal criollo del vivazo y de una sabiduría escéptica que nos hacia vivir en un desorden funcional se vio de pronto desafiada por una enfermedad que elimina el contacto y el apego afectuoso y humano de la socialidad. No solo no hemos soportado las reglas del estado de emergencia por la pobreza económica que cunde sino que hemos desobedecido por no soportar el aburrimiento y la eterna necesidad de los impulsos narcisistas más bajos e irresponsables.

El estado de excepción que no hemos soportado y que hemos ignorado en pos de una libertad que no respeta derechos y al otro nos ha vuelto existencialistas al extremo de perder la sociabilidad como fundamento de una cultura normativa. Como si fuera una guerra se ha perdido toda solidaridad y se ha entregado la acción cotidiana a un fuerte vacio psíquico donde las restricciones del poder sacan lo peor de las personas. El humanismo ha sido derribado y el mal criollo cunde victorioso ante la propaganada que hemos perdido la guerra, y que hoy como antes nos preguntamos ¿Cuándo se jodió el Perú?

Mientras dure este estado de emergencia con la pandemia acosándonos volveremos con la vacuna a plantearnos las principales reformas estructurales que habrá que obturar para tener el derecho a ser una civilización con un contrato social compartido y obedecido desde nuestra idiosincrasia cultural. El no ser una nación unida nos ha envuelto en la pesadilla otra vez de la tragedia civilizatoria que creíamos superada.

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