viernes, 11 de septiembre de 2020

Civilización o barbarie.

 


 




A puertas de Bicentenario de la Republica peruana se reabren los antiguos debates por los cuales no hemos logrado ser un proyecto exitoso de país. Nuestra sociedad se ha visto de pronto confrontada con una realidad cruel y devastadora donde todo lo que habíamos creído superado se ha vuelto en contra de nosotros. La tanta veces mencionada crisis sanitaria que ha traído el COVID19 ha hecho trizas nuestra economía y los criterios mínimos de civilidad que han sacado lo peor de todos los peruanos.

El no saber gestionar desde el ciudadano de a pie hasta las más altas formas de organización social los protocolos bioseguridad para hacer frente a la pandemia ha destruido la endeble funcionalidad desordenada de nuestro sistema económico y político. La miseria ha regresado, el desplome de la PEA desocupada que bordea el 16.4% (INEI. 2020) el PBI ha caído -30.2% (INEI. 2020) y  todo en ello en medio de un caos organizativo donde la delincuencia y la corrupción campean a su estilo. Y no hay que olvidarse de las pugnas entre el Congreso y el poder ejecutivo que demuestran la insensibilidad frente al clima de descontrol que ha causado la pandemia.

“Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas” es un libro escrito en 1845 por el educador, periodista, escritor y político argentino, Domingo Faustino Sarmiento donde el autor hace un análisis de Sudamérica frente a la dicotomía internacional civilización y barbarie que no deja ni ha dejado que la modernización racional sea alcanzada  por los países latinoamericanos. En el caso peruano esa apuesta por la civilización democrática ha devenido en dos siglos de enfrentamientos políticos y culturales por traducir la enorme diversidad cultural en una institucionalidad republicana a la altura de las urgencias populares, que no ha contado con el liderazgo de nuestros grupos de poder ni con la racionalidad en ciernes de nuestra población sin educación y sumida en el atraso cultural.

Gobernar el Perú es un reto. Lo ha  sido desde siempre. A  pesar de la enorme riqueza y biodiversidad material con la que cuenta el territorio el pueblo peruano ha permitido que nuestras clases dirigentes y el ´poder económico nos alejen de la tan ansiada modernización industrial. A nuestros dirigentes les ha caído grande la responsabilidad política de conducir al país por la senda del desarrollo económico y social.  Nadie hasta la fecha pesar de los incontables debates que ha suscitado el tema de la nación desde empiezos del siglo XX con figuras como Manuel Gonzales Prada, José Carlos Mariátegui, Jorge Basadre, y José María Arguedas, ha podido pasar por el rasero de la dialéctica de la modernización a nuestra enorme fragmentación psico-cultural. Nadie ha podido entender nuestra realidad nacional y edificar un Estado a la altura de nuestra idiosincrasia social logrando así dar un salto cualitativo que nos aleje de la colonia y el gamonalismo racista. La promesa de nuestros padres de la patria ha decaído en un absurdo montaje de burocratización e ignorancia supina donde el más fuerte hace negocio del sufrimiento de los desposeídos, y nadie se siente vinculado a valores sociales y cívicos compartidos como una tradición nacional.

Ell neoliberalismo rampante había parecido convencer al pueblo que la perorata del autodesarrollo y el emprendimiento social conseguían resolver todos los problemas de carencia y calidad de vida que la crisis económica de los años 80s trajo consigo. Nadie había advertido que sostener el desarrollo sobre un enfoque extractivista de minerales y de exportaciones hacia afuera era una decisión que nos conduciría  al marasmo económico al llegar una fuerte amenaza contra la democracia: la pandemia del COVID 19. En un santiamén   el tan mentado desarrollo capitalista que había  traído la minería y las agro-exportaciones fue derribado volviendo las antiguas dudas sobre nuestro derecho sagrado a considerarnos una civilización consumada como los obstáculos estructurales que siempre nos sumen en el desgobierno y la anarquía.

Hoy como antes toca hacerse la pregunta ¿cómo construir instituciones sólidas que nos den un alma colectiva que sienta el orgullo de establecer una nación? Pensar en  nuevas formas de organización social de vida, un nuevo mundo de la vida cotidiano que vaya más allá del interés frio y desnudo del capital y que forje una diversidad de vínculos y valores sociales a la altura de las circunstancias que nos toque enfrentar. La globalización y la internacionalización del capitalismo nos ubican como una civilización con un enorme pasado tradicional y con fuertes promesas de progreso social. La barbarie en que nos hemos visto envueltos es una secuela aleatoria de nuestro desinterés por el otro, y el perverso individualismo, acendrados como vicios ontológicos que han sacado a relucir los abismos culturales y racionales que la debacle de la modernización ha traído.

No podemos volvernos para atrás. Toca vencer del mejor modo la pandemia, y en un escenario pospandemia hacer las cirugías estructurales para no renunciar a la constitución de una nación rica y solidaria, donde la civilización peruana se reencuentre consigo misma y el pueblo alcance el desarrollo y el progreso cultural.



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