Los nuevos caminos del sociólogo/a. Propuestas.
Por mucho tiempo la sociología ha
sido identificada con la labor anacrónica de transformar la sociedad y volverla
un espacio de paz social y prosperidad material. Desde sus orígenes ha sido
diseñada para resolver las crisis culturales y sociales que la modernización
capitalista obturaba en los pueblos cuyas formaciones sociales no estaban
adaptadas a la implacable competencia empresarial. Siempre la sociología de
modo empírico o teorético se ha renovado para responder a los desafíos y los
problemas sociales que ha traído la expansión de la razón burocrática y
tecnológica en la vida cotidiana, con el objetivo de reinsertar a esas
poblaciones bloqueadas en la esfera de la producción de realidad y
remercantilizarse. Desde la metodología modernista de Durkheim hasta el
funcionalismo de Parsons y de Luhmann, pasando por el constructivismo
libertario de Bourdieu y Giddens, los sociólogos nos hemos visto empeñados en
estudiar la sociedad con el propósito de reinventarla y adecuar la idea clásica
de relación social horizontal a los nuevos aires y enemigos que esta enfrenta,
ya sea por razones de exceso de racionalidad, o por descomposiciones internas
que enfrentan las sociedades a causa de alteraciones que produce la
tecnificación del mundo.
Por ello, el sociólogo/a ha
buscado no solo resolver los cuellos de botella estructurales que relentizan el
progreso social como la delincuencia, el desempleo estructural, los problemas
de salud mental, la corrupción institucionalizada, la desigualdad
socioeconómica y el patriarcalismo cultural, sino que ha demostrado abandonar
la esfera de la discusión académica y dar saltos hacia la reingeniería de
procesos sociales, haciendo sociología
aplicada. En no pocas ocasiones según los procesos históricos las ideas
sociológicas han acompañado revoluciones sociales y han asesorado las
decisiones políticas de los gobernantes que se han basado en sus recetas para
transformar los perfiles sociales condenados al yugo del poder regresivo. El
tránsito entre la academia, la ingeniería social y el protagonismo político ha
sido la norma que dicta la regla del juego que han instaurado los sociólogos
para llevar las ideas del humanismo a su concreción en sistemas sociales
objetivos. La idea de orden que ha acompañado al análisis social ha sido el propósito
de todo sociólogo/a de restablecer el equilibrio perdido por una comunidad
cultural a causa de un agente trasgresor que diluye las posibilidades de toda
gobernabilidad y bienestar efectivo. Ahí donde el capitalismo cada vez más
centrado en las necesidades impulsivas de las personas ha desmantelado los
procesos sociales y condenado a las crisis sistémicas las formas de vida que
desplaza y somete la cruel interés y al consumismo, la sociología ha buscado un
puente de intersección entre la vida cotidiana cada vez más trastornada y los
procesos privados de producción de la realidad que la usan como insumos de
capital humano y generación de conocimiento.
Pero hoy la sociología decae
peligrosamente en su intento de restablecer el orden social cada vez que el capitalismo se decide a
reorganizarla según sus intereses de hallar áreas de inversión privada y las
lecturas de control a cargo de la sociedad de ciudadanos democráticos cede
terreno ante la adaptación que todos los actores deben demostrar ante los procesos
de destrucción creativa, y retransformación imparable que manifiesta el
capitalismo, con el propósito de solo acumular y no desaparecer. Toda nueva
forma de vida social que acontece como producto de las mutaciones inesperadas
genera nuevas oportunidades de expansión para los inversionistas, que deseosos
de alterar los cuerpos sociales y ganar nuevos y potenciales consumidores no
escatiman esfuerzos en su aventura de desmantelar las protecciones sociales y
conseguir un dócil productor o consumidor entregado a su tarea de reproducirse
socialmente y solo prevalecer de modo a veces infrahumano. El capitalismo en su
estado social comulgaba con una sociedad organizada, donde la política
representativa recogía los apetitos populares de la sociedad civil en condiciones
de vida organizada para la libre concurrencia de la vida cotidiana, y dialogaba
con la inversión privada para llevar a la realidad estas necesidades en forma
de bienestar social. Cuando esta época culmina, pues el Estado providencia o de
bienestar produce el relajamiento de la productividad, no así del consumo que
se dispara y descontrola, se toman medidas para desmontar poco a poco los
privilegios sociales y las protecciones burocráticas y erigir de modo
despiadado un régimen de trabajo y de creación de valor que hace de la
competitividad y el crecimiento económico la clave para que todo actor social
resuelva sus problemas por sí mismo. Al mismo tiempo que la sociedad se
disgrega, y pierden afianzamiento las ideologías nativas que le deban articulación
y orden sistémico al espíritu de los pueblos los canales morales que sublimaban
el comportamiento social se devalúan y hacen sus aparición personalidades que
buscan desesperadamente la diferencia y el reconocimiento social. Esto trae
como consecuencia que necesidades que nada tienen que ver con la reproducción
genética de la sociedad sean estimuladas y capturadas por la publicidad y las
nuevas reglas de la producción, provocando un estado de violencia y soledad
existencial donde la carencia de amor y comunicación real es la mina de oro
para la comercialización legal o ilegal de sustitutivos que frenan la
renovación salubre de los pueblos y colaboran con la entropía civilizatoria
como forma de negocio.
En este panorama la sociología no
solo pierde influencia en la política real, y en la confección de nuevos
caminos ensayados por los politólogos, sino que sus conceptos y las áreas de
interés que se despiertan se alejan ociosamente de los temas neurálgicos que
preocupan a los actores comprometidos con la reproducción del socius vital. Se
ha desperdiciado mucha energía mental en la desocultación de banalidades y
temas superficiales que han desvirtuado no solo el talento para el análisis
social, sino que han destruido los cimientos epistemológicos desde donde se ha
creado conocimiento aplicado y provechoso para resolver problemas que no
permiten la continuación de la vida social e individual. La sociología ha
perdido interés para sus auditores porque no han alterado sus basamentos
gnoseológicos atorados en el tiempo, y porque existe la inconsistente creencia
de que se puede llevar el libro y el diagnostico ha su concreción utópica. En
este sentido dogmas como el marxismo y el empirismo diletante de los estudios
culturales han generado un daño terrible a la construcción de conocimiento no
estereotipado, lo que ha desembocado en lecturas que ya nada dicen a cerca de
la cruda realidad de los pueblos y sus manifestaciones concretas. La academia
sociológica ha abandonado su noble tarea de redefinir la modernidad, y al mismo
tiempo que la razón es solo razón de supervivencia la sociología muere con la
modernización a la que tanto trato de controlar. Sus pininos en la literatura testimonial o en
la ruda pragmática de la gestión social han convertido al sociólogo/a en un
comunicador de protocolos para evitar los conflictos sociales o en un
caritativo logístico de chocolatadas u
obras de bien social, lo que hace mas trágica la noticia que nadie lee lo que
la academia y sus clientelas políticas publican.
En ciernes los sociólogos/as han
permitido que su quehacer pensante y aplicado se divorcie del curso de la
sociedad, pues sus prejuicios contra-hegemónicos y criticistas han trastornado
las miradas urgentes para diagnosticar de forma clara y resolver de modo
contundente problemas sociales que amenazan a los ciudadanos y sus proyectos de
vida. La sociología como la diatriba proselitista que la inspira actualmente se
ha quedado en la proclama, y en la proposición altisonante que se vende como
idea fuerza para intervenir en la sociedad. Su
discurso antaño crítico de las amenazas que rondaban la vida cotidiana,
se ha vuelto un arma conductista para los propósitos de los activistas, y creo
que desde el principio de la disciplina allá por los años sesenta del siglo
pasado sigue cayendo en propagando inoperativa de un mundo cargado de protestas
sociales y de descontento social en el que la misma sociología ha tropezado
como insumo para adornar la violencia como lucha de clases. En el instructivo
de los movimientos ecologistas y feministas la sociología se ha convertido en
crónicas de privilegios e intereses de facción que le roban toda rigurosidad y
análisis aplicado a los esporádicos esfuerzos por leer a cabalidad lo que está
sucediendo realmente en el tejido social. Demás está decir que un saber no
aplicado, ni respaldado por el cambio racional y tecnocrático no es saber, sino
laberintos e información que pasan por la órbita de la academia como irrefutables
verdades. Así acaba la sociología clásica. Entre la locura de solitariamente
estudiar el sistema que se ha hecho
añicos, y la habilidad para divertir en la literatura o en la proclama social
sin compromisos reales con los abismos de la sociedad actual. Esta actitud de
solo ser arma que anticipa el proselitismo ha hecho daño no solo al poder
analítico de la especialidad, sino que ha ensombrecido los caminos epistémicos
y ontológicos para saber cómo funciona la sociedad peruana, lo que ha
desembocado en producciones estúpidas y valoraciones sociales con fuerte carga
estereotipada y de poco criterio. Hoy nuestra sociología en crisis es el
resultado de nuestra falsa experiencia de modernidad, y también una disciplina
que obsequia caminos y herramientas para que el poder destruya las culturas
populares. Mercenarios en todos lados los hay.
Por eso en este sentido intento
redirigir la especialidad hacia nuevos caminos y vetas del saber social, donde
el conocimiento creado sea eminentemente aplicado y convertido en nuevas formas
de vida social. Pero esto pasa necesariamente por combatir la falta de seriedad
en la carrera y ese torpe espíritu de ocio intelectual que tantos desaciertos y
frivolidad han despertado en los que eligen por primera vez estudiar y
construir la sociedad.
1. Un
primero nuevo camino es llevar los saberes que el sociólogo ha hallado en su
experiencia de ciencia vivencial al terreno rudo de la negociación empresarial.
No solo aconsejar diseños de empresa a todos los niveles, sino hacer de la
negociación por algún interés o espacios de poder la norma que protege el
conocimiento empleado por las empresas y así elevar las chances de asesoría
estratégica a los inversionistas y sus especializadas divisiones del trabajo
profesional. Esto implica hacer del sociólogo un experto negociador y
comunicador de propuestas, ahí donde el empresario desconoce el tema social y sus enredos con la
generación de lucro.
2. Otro
camino que se puede experimentar es hacer de los sociólogos/as coachings
especializados en romper la cultura de la pobreza, y liberar voluntades del
yugo vicioso de la pobreza cultural. En este sentido la sociología debe
canalizar sus conocimientos sobre la sociedad en un discurso de motivación y de
educación de líderes, que permitan constituir los fundamentos emocionales e
históricos que facilitan la selección de una carrera y la revaloración de la
eticidad social, como requisito de los actores sociales para reorganizar
lentamente a la sociedad de ciudadanos. Si a nivel personal un terapeuta
reprograma lentamente la mente de una persona en depresión, la sociología a
través de una reafirmación motivacional de la vida está en condiciones de
destejer las prenociones y los prejuicios justificatorios que impiden el
ejercicio de la sana comunicación entre las personas. Su tarea ya no es la
denuncia y la toma de razón, sino hacer entrar en realidad a los actores que
quieran labrarse un futuro como arquitectos de su propio destino. Es un ir a
las bases mismas de la sabiduría práctica de nuestra cultura actual.
3. Un
camino que ya está en proceso, pero que se mantiene a medias es la resolución y
transformación de conflictos sociales por disputas de intereses sociales. En
vez que se resuelva con arbitrajes y una exagerada criminalización de la protesta, lo que es la
visión del abogado y de la autoridad, debe entenderse que toda movilización por
violenta y incomoda que sea persigue un interés soterrado. Cuando la
conflictividad es elevada ya sea por un daño medioambiental o por una alarma de
riesgo ante una obra de infraestructura de gran calado debe entenderse que la
movilización social busca defender medios de vida prácticos y la no
intervención en el discurrir natural de la vida cotidiana de las
poblaciones. Las disputas de intereses
por un espacio territorial ante la llegada de una inversión privada deben
conversarse con todos los actores involucrados en el área de influencia
directa. Hallar los intereses que persiguen tras discursos llenos de
fraternidad y humanitarismo, sus grados de influencia en la población y los
reales poderes estratégicos que ostentan en la estructura de los poderes
locales. Identificar estas dimensiones a nivel social ubica al poder de negociación del sociólogo/a
en la tarea de primero comprender las razones de los actores sociales, y luego
tender una comunicación estratégica que detecte las debilidades y las oportunidades
que representa para las poblaciones la presencia del ingreso de una inversión
de gran calado. Pero no solo comunicar, sino desactivar preventivamente
potenciales operadores mafiosos que lucren con la voluntad del pueblo, y hacer
que la empresa invierta en campañas publicitarias de bajo costo en redes y con
ingenio que llamen la atención de cadenas de productores y organicen el capital
humano de acuerdo a las transformaciones inevitables que traerá la inversión
privada. Todo conflicto de intereses por un recurso natural es la chance para
un recoloca miento socioeconómico de las elites locales y la mejora en
bienestar social de las poblaciones que se deciden a emprender ante el imán que
representa la inversión privada. El sociólogo/a no solo comunica estos
escenarios, sino está en la capacidad de tener proyecciones totales del
movimiento organizado de una sociedad local, monitoreado en programas de
desarrollo social y humano orientado a especificas zonas que refuerzan la
cultura de la miseria. Los niños/as, las mujeres y los emprendedores
potenciales. Más allá de ello las relaciones comunitarias son solo donaciones y
prebendas que la empresa está en su libertad de usar como método para mantener
a raya toda hostilidad, y desactivar los
liderazgos molestos que no permiten su misión estrictamente lucrativa y no
social.
4. Y
un cuarto panorama que la sociología ha despreciado por su crítica saturada de
pretextos para no huir de la pobreza y del encarecimiento de la vida es el
hecho de que todo conocimiento social es una idea de empresa potencial. No
podemos solo ser asesores o consejeros de lo que ha de ser aplicado, sino que
debemos participar en la ejecución y en la experiencia de emprender y
protagonizar políticas de generación de empleo autónomo, para cambiar
lentamente esa anacrónica idea que la sociedad debe ser protegida de las
fuerzas ciegas de la economía. El sociólogo/a no debe, es mi sugerencia,
oponerse al capitalismo en su afán de restringirlo y querer controlarlo desde
la democracia y la razón populista, sino que debe protagonizar los procesos de
negociación y cambio de las mentalidades que solo han vivido del
asistencialismo y el clientelaje a todo nivel. Es un redirigir al capitalismo
en clave competitiva y de gestión social y hacer entender que toda carrera o
profesión que demande el sistema económico es un producto que debe ser
especializado e innovado continuamente,
para que la inversión pueda ingresar con ánimo de lucro a las zonas grises y
olvidadas de la sociedad y así de ese modo remercantilizar la sociedad. Sin
iniciativa de los actores, y sin proyectos de vida desplegados de modo
organizado y realistas es imposible desarrollar una cultura del trabajo que
atraiga la generación de valor que tanto busca el capitalismo para crear
prosperidad. No se requiere poseer el capital para hacer dinero y transformar
la sociedad de modo positivo, sino controlar y saber negociar de modo práctico
lo que mejor sabe hacer el sociólogo/a: el conocimiento real y empírico de cómo
funciona el todo social. En ese sentido los sociólogos/as son los explícitos
representantes de la sociedad en saber aplicado a la despiadada negociación, por el interés de que el
conocimiento práctico de una cultura sea respetado y valorado por los agentes
del capital que siempre están deseosos de invertir sobre-seguro. Nuestra misión
es hacer empresa, y reconvertir el capital e invitarlo que a que quiebre la
cultura de la pobreza y de su expresión política: el populismo de los diversos
colores. Pero esto no se hará sino se redefine la visión de los organizaciones
no gubernamentales, que en varias oportunidades lo que hacen es mantener
condiciones de pobreza, sin tener una idea clara de cómo alterarlas de modo
realista. Desarrollo de capacidades antes que asistencialismo disfrazado de
economía social o ayuda humanitaria. Lo principal es la persona humana y su
construcción sensible y pensante en relación con el medio que tiene que actuar
y trastocar de modo realista e imaginario que les de la ansiada sensación de
felicidad.
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