martes, 15 de enero de 2019

Los nuevos caminos del sociólogo/a. Propuestas.






Por mucho tiempo la sociología ha sido identificada con la labor anacrónica de transformar la sociedad y volverla un espacio de paz social y prosperidad material. Desde sus orígenes ha sido diseñada para resolver las crisis culturales y sociales que la modernización capitalista obturaba en los pueblos cuyas formaciones sociales no estaban adaptadas a la implacable competencia empresarial. Siempre la sociología de modo empírico o teorético se ha renovado para responder a los desafíos y los problemas sociales que ha traído la expansión de la razón burocrática y tecnológica en la vida cotidiana, con el objetivo de reinsertar a esas poblaciones bloqueadas en la esfera de la producción de realidad y remercantilizarse. Desde la metodología modernista de Durkheim hasta el funcionalismo de Parsons y de Luhmann, pasando por el constructivismo libertario de Bourdieu y Giddens, los sociólogos nos hemos visto empeñados en estudiar la sociedad con el propósito de reinventarla y adecuar la idea clásica de relación social horizontal a los nuevos aires y enemigos que esta enfrenta, ya sea por razones de exceso de racionalidad, o por descomposiciones internas que enfrentan las sociedades a causa de alteraciones que produce la tecnificación del mundo.

Por ello, el sociólogo/a ha buscado no solo resolver los cuellos de botella estructurales que relentizan el progreso social como la delincuencia, el desempleo estructural, los problemas de salud mental, la corrupción institucionalizada, la desigualdad socioeconómica y el patriarcalismo cultural, sino que ha demostrado abandonar la esfera de la discusión académica y dar saltos hacia la reingeniería de procesos sociales,  haciendo sociología aplicada. En no pocas ocasiones según los procesos históricos las ideas sociológicas han acompañado revoluciones sociales y han asesorado las decisiones políticas de los gobernantes que se han basado en sus recetas para transformar los perfiles sociales condenados al yugo del poder regresivo. El tránsito entre la academia, la ingeniería social y el protagonismo político ha sido la norma que dicta la regla del juego que han instaurado los sociólogos para llevar las ideas del humanismo a su concreción en sistemas sociales objetivos. La idea de orden que ha acompañado al análisis social ha sido el propósito de todo sociólogo/a de restablecer el equilibrio perdido por una comunidad cultural a causa de un agente trasgresor que diluye las posibilidades de toda gobernabilidad y bienestar efectivo. Ahí donde el capitalismo cada vez más centrado en las necesidades impulsivas de las personas ha desmantelado los procesos sociales y condenado a las crisis sistémicas las formas de vida que desplaza y somete la cruel interés y al consumismo, la sociología ha buscado un puente de intersección entre la vida cotidiana cada vez más trastornada y los procesos privados de producción de la realidad que la usan como insumos de capital humano y generación de conocimiento.

Pero hoy la sociología decae peligrosamente en su intento de restablecer el orden social  cada vez que el capitalismo se decide a reorganizarla según sus intereses de hallar áreas de inversión privada y las lecturas de control a cargo de la sociedad de ciudadanos democráticos cede terreno ante la adaptación que todos los actores deben demostrar ante los procesos de destrucción creativa, y retransformación imparable que manifiesta el capitalismo, con el propósito de solo acumular y no desaparecer. Toda nueva forma de vida social que acontece como producto de las mutaciones inesperadas genera nuevas oportunidades de expansión para los inversionistas, que deseosos de alterar los cuerpos sociales y ganar nuevos y potenciales consumidores no escatiman esfuerzos en su aventura de desmantelar las protecciones sociales y conseguir un dócil productor o consumidor entregado a su tarea de reproducirse socialmente y solo prevalecer de modo a veces infrahumano. El capitalismo en su estado social comulgaba con una sociedad organizada, donde la política representativa recogía los apetitos populares de la sociedad civil en condiciones de vida organizada para la libre concurrencia de la vida cotidiana, y dialogaba con la inversión privada para llevar a la realidad estas necesidades en forma de bienestar social. Cuando esta época culmina, pues el Estado providencia o de bienestar produce el relajamiento de la productividad, no así del consumo que se dispara y descontrola, se toman medidas para desmontar poco a poco los privilegios sociales y las protecciones burocráticas y erigir de modo despiadado un régimen de trabajo y de creación de valor que hace de la competitividad y el crecimiento económico la clave para que todo actor social resuelva sus problemas por sí mismo. Al mismo tiempo que la sociedad se disgrega, y pierden afianzamiento las ideologías nativas que le deban articulación y orden sistémico al espíritu de los pueblos los canales morales que sublimaban el comportamiento social se devalúan y hacen sus aparición personalidades que buscan desesperadamente la diferencia y el reconocimiento social. Esto trae como consecuencia que necesidades que nada tienen que ver con la reproducción genética de la sociedad sean estimuladas y capturadas por la publicidad y las nuevas reglas de la producción, provocando un estado de violencia y soledad existencial donde la carencia de amor y comunicación real es la mina de oro para la comercialización legal o ilegal de sustitutivos que frenan la renovación salubre de los pueblos y colaboran con la entropía civilizatoria como forma de negocio.

En este panorama la sociología no solo pierde influencia en la política real, y en la confección de nuevos caminos ensayados por los politólogos, sino que sus conceptos y las áreas de interés que se despiertan se alejan ociosamente de los temas neurálgicos que preocupan a los actores comprometidos con la reproducción del socius vital. Se ha desperdiciado mucha energía mental en la desocultación de banalidades y temas superficiales que han desvirtuado no solo el talento para el análisis social, sino que han destruido los cimientos epistemológicos desde donde se ha creado conocimiento aplicado y provechoso para resolver problemas que no permiten la continuación de la vida social e individual. La sociología ha perdido interés para sus auditores porque no han alterado sus basamentos gnoseológicos atorados en el tiempo, y porque existe la inconsistente creencia de que se puede llevar el libro y el diagnostico ha su concreción utópica. En este sentido dogmas como el marxismo y el empirismo diletante de los estudios culturales han generado un daño terrible a la construcción de conocimiento no estereotipado, lo que ha desembocado en lecturas que ya nada dicen a cerca de la cruda realidad de los pueblos y sus manifestaciones concretas. La academia sociológica ha abandonado su noble tarea de redefinir la modernidad, y al mismo tiempo que la razón es solo razón de supervivencia la sociología muere con la modernización a la que tanto trato de controlar.  Sus pininos en la literatura testimonial o en la ruda pragmática de la gestión social han convertido al sociólogo/a en un comunicador de protocolos para evitar los conflictos sociales o en un caritativo logístico de  chocolatadas u obras de bien social, lo que hace mas trágica la noticia que nadie lee lo que la academia y sus clientelas políticas publican.

En ciernes los sociólogos/as han permitido que su quehacer pensante y aplicado se divorcie del curso de la sociedad, pues sus prejuicios contra-hegemónicos y criticistas han trastornado las miradas urgentes para diagnosticar de forma clara y resolver de modo contundente problemas sociales que amenazan a los ciudadanos y sus proyectos de vida. La sociología como la diatriba proselitista que la inspira actualmente se ha quedado en la proclama, y en la proposición altisonante que se vende como idea fuerza para intervenir en la sociedad. Su  discurso antaño crítico de las amenazas que rondaban la vida cotidiana, se ha vuelto un arma conductista para los propósitos de los activistas, y creo que desde el principio de la disciplina allá por los años sesenta del siglo pasado sigue cayendo en propagando inoperativa de un mundo cargado de protestas sociales y de descontento social en el que la misma sociología ha tropezado como insumo para adornar la violencia como lucha de clases. En el instructivo de los movimientos ecologistas y feministas la sociología se ha convertido en crónicas de privilegios e intereses de facción que le roban toda rigurosidad y análisis aplicado a los esporádicos esfuerzos por leer a cabalidad lo que está sucediendo realmente en el tejido social. Demás está decir que un saber no aplicado, ni respaldado por el cambio racional y tecnocrático no es saber, sino laberintos e información que pasan por la órbita de la academia como irrefutables verdades. Así acaba la sociología clásica. Entre la locura de solitariamente estudiar el  sistema que se ha hecho añicos, y la habilidad para divertir en la literatura o en la proclama social sin compromisos reales con los abismos de la sociedad actual. Esta actitud de solo ser arma que anticipa el proselitismo ha hecho daño no solo al poder analítico de la especialidad, sino que ha ensombrecido los caminos epistémicos y ontológicos para saber cómo funciona la sociedad peruana, lo que ha desembocado en producciones estúpidas y valoraciones sociales con fuerte carga estereotipada y de poco criterio. Hoy nuestra sociología en crisis es el resultado de nuestra falsa experiencia de modernidad, y también una disciplina que obsequia caminos y herramientas para que el poder destruya las culturas populares. Mercenarios en todos lados los hay.

Por eso en este sentido intento redirigir la especialidad hacia nuevos caminos y vetas del saber social, donde el conocimiento creado sea eminentemente aplicado y convertido en nuevas formas de vida social. Pero esto pasa necesariamente por combatir la falta de seriedad en la carrera y ese torpe espíritu de ocio intelectual que tantos desaciertos y frivolidad han despertado en los que eligen por primera vez estudiar y construir la sociedad.

1.       Un primero nuevo camino es llevar los saberes que el sociólogo ha hallado en su experiencia de ciencia vivencial al terreno rudo de la negociación empresarial. No solo aconsejar diseños de empresa a todos los niveles, sino hacer de la negociación por algún interés o espacios de poder la norma que protege el conocimiento empleado por las empresas y así elevar las chances de asesoría estratégica a los inversionistas y sus especializadas divisiones del trabajo profesional. Esto implica hacer del sociólogo un experto negociador y comunicador de propuestas, ahí donde el empresario desconoce  el tema social y sus enredos con la generación de lucro.

2.       Otro camino que se puede experimentar es hacer de los sociólogos/as coachings especializados en romper la cultura de la pobreza, y liberar voluntades del yugo vicioso de la pobreza cultural. En este sentido la sociología debe canalizar sus conocimientos sobre la sociedad en un discurso de motivación y de educación de líderes, que permitan constituir los fundamentos emocionales e históricos que facilitan la selección de una carrera y la revaloración de la eticidad social, como requisito de los actores sociales para reorganizar lentamente a la sociedad de ciudadanos. Si a nivel personal un terapeuta reprograma lentamente la mente de una persona en depresión, la sociología a través de una reafirmación motivacional de la vida está en condiciones de destejer las prenociones y los prejuicios justificatorios que impiden el ejercicio de la sana comunicación entre las personas. Su tarea ya no es la denuncia y la toma de razón, sino hacer entrar en realidad a los actores que quieran labrarse un futuro como arquitectos de su propio destino. Es un ir a las bases mismas de la sabiduría práctica de nuestra cultura actual.

3.       Un camino que ya está en proceso, pero que se mantiene a medias es la resolución y transformación de conflictos sociales por disputas de intereses sociales. En vez que se resuelva con arbitrajes y una exagerada  criminalización de la protesta, lo que es la visión del abogado y de la autoridad, debe entenderse que toda movilización por violenta y incomoda que sea persigue un interés soterrado. Cuando la conflictividad es elevada ya sea por un daño medioambiental o por una alarma de riesgo ante una obra de infraestructura de gran calado debe entenderse que la movilización social busca defender medios de vida prácticos y la no intervención en el discurrir natural de la vida cotidiana de las poblaciones.  Las disputas de intereses por un espacio territorial ante la llegada de una inversión privada deben conversarse con todos los actores involucrados en el área de influencia directa. Hallar los intereses que persiguen tras discursos llenos de fraternidad y humanitarismo, sus grados de influencia en la población y los reales poderes estratégicos que ostentan en la estructura de los poderes locales. Identificar estas dimensiones a nivel social  ubica al poder de negociación del sociólogo/a en la tarea de primero comprender las razones de los actores sociales, y luego tender una comunicación estratégica que detecte las debilidades y las oportunidades que representa para las poblaciones la presencia del ingreso de una inversión de gran calado. Pero no solo comunicar, sino desactivar preventivamente potenciales operadores mafiosos que lucren con la voluntad del pueblo, y hacer que la empresa invierta en campañas publicitarias de bajo costo en redes y con ingenio que llamen la atención de cadenas de productores y organicen el capital humano de acuerdo a las transformaciones inevitables que traerá la inversión privada. Todo conflicto de intereses por un recurso natural es la chance para un recoloca miento socioeconómico de las elites locales y la mejora en bienestar social de las poblaciones que se deciden a emprender ante el imán que representa la inversión privada. El sociólogo/a no solo comunica estos escenarios, sino está en la capacidad de tener proyecciones totales del movimiento organizado de una sociedad local, monitoreado en programas de desarrollo social y humano orientado a especificas zonas que refuerzan la cultura de la miseria. Los niños/as, las mujeres y los emprendedores potenciales. Más allá de ello las relaciones comunitarias son solo donaciones y prebendas que la empresa está en su libertad de usar como método para mantener a raya  toda hostilidad, y desactivar los liderazgos molestos que no permiten su misión estrictamente lucrativa y no social.

4.       Y un cuarto panorama que la sociología ha despreciado por su crítica saturada de pretextos para no huir de la pobreza y del encarecimiento de la vida es el hecho de que todo conocimiento social es una idea de empresa potencial. No podemos solo ser asesores o consejeros de lo que ha de ser aplicado, sino que debemos participar en la ejecución y en la experiencia de emprender y protagonizar políticas de generación de empleo autónomo, para cambiar lentamente esa anacrónica idea que la sociedad debe ser protegida de las fuerzas ciegas de la economía. El sociólogo/a no debe, es mi sugerencia, oponerse al capitalismo en su afán de restringirlo y querer controlarlo desde la democracia y la razón populista, sino que debe protagonizar los procesos de negociación y cambio de las mentalidades que solo han vivido del asistencialismo y el clientelaje a todo nivel. Es un redirigir al capitalismo en clave competitiva y de gestión social y hacer entender que toda carrera o profesión que demande el sistema económico es un producto que debe ser especializado  e innovado continuamente, para que la inversión pueda ingresar con ánimo de lucro a las zonas grises y olvidadas de la sociedad y así de ese modo remercantilizar la sociedad. Sin iniciativa de los actores, y sin proyectos de vida desplegados de modo organizado y realistas es imposible desarrollar una cultura del trabajo que atraiga la generación de valor que tanto busca el capitalismo para crear prosperidad. No se requiere poseer el capital para hacer dinero y transformar la sociedad de modo positivo, sino controlar y saber negociar de modo práctico lo que mejor sabe hacer el sociólogo/a: el conocimiento real y empírico de cómo funciona el todo social. En ese sentido los sociólogos/as son los explícitos representantes de la sociedad en saber aplicado a la despiadada  negociación, por el interés de que el conocimiento práctico de una cultura sea respetado y valorado por los agentes del capital que siempre están deseosos de invertir sobre-seguro. Nuestra misión es hacer empresa, y reconvertir el capital e invitarlo que a que quiebre la cultura de la pobreza y de su expresión política: el populismo de los diversos colores. Pero esto no se hará sino se redefine la visión de los organizaciones no gubernamentales, que en varias oportunidades lo que hacen es mantener condiciones de pobreza, sin tener una idea clara de cómo alterarlas de modo realista. Desarrollo de capacidades antes que asistencialismo disfrazado de economía social o ayuda humanitaria. Lo principal es la persona humana y su construcción sensible y pensante en relación con el medio que tiene que actuar y trastocar de modo realista e imaginario que les de la ansiada sensación de felicidad.

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