La sociedad de los insectos





Nos dicen que somos libres. Pero hay libertad en destruirnos poco a poco como especie? Ser libre implica desarrollar una vida sujeta la razón. Solo en la madurez de juicios sanos alcanzamos el derecho a ser libres porque actuamos en el sentido de ocuparnos de nosotros mismos. Pero el sujeto que ha escapado de relaciones tradicionales que antes lo esclavizaban no deja de serlo. En plena modernidad no solo tiene que hacerse esclavo con el trabajo para comer, sino que la sociedad de dónde proviene no deja de condicionarlo con sus normas sociales. Por todas partes es vigilado y programado para que con sus acciones mecánicas reproduzca el orden social. Pero no son condicionamientos productos de un sistema educativo sino sobre todo represiones o invitaciones que no apuntan al juicio sino a la simple acción refleja. El sujeto es consciente de que es impelido a repetir rutinas que le permiten conservarse, pero en plena sociedad del hartazgo y del cinismo, poco cuenta demostrar una actitud rebelde o antisistema. Solos/as las personas buscan sobrevivir y ser parte de un mundo que solo sufre y a la vez goza sin control. Incluso en este descontrol placentero se reproducen rutinas y registros donde está presente la sociedad y sus sistemas de control y represión. 


La modernidad antes perseguía con obsesión al sujeto para atribuirle una razón. Mediante la educación y las familias edificaba conciencias que padecían la persecusión de la sociedad para hacerlo un hombre fuera del Estado natural. Lo hacía porque se necesitaba dar legitimidad a un sistema de vida donde todos eramos partes del capitalismo y sus fuerzas productivas. Se socializaba y se resocializaba al punto que se construía una sociedad neurotizada donde la sensación de represión y de una autoridad fuerte no dejaba espacio para la libertad más allá de la economía. Aspectos neurales de una vida feliz eran reprimidos y se prohibía la capacidad del hombre de expresar sus sentimientos y sus instintos como la sexualidad. Este tipo de sociedad sitiada, cómo dijera Bauman y Lipovesky se fue desmantelando con la búsqueda de más libertad para gestionarse a si mismo. Desde mayo del 68 se produce una cierta forma de cultura que cede ante el deseo y el consumo adictivo. El capitalismo no se reformula en base al hombre autoritario que dió origen psicológicos a las grandes guerras del s XX, sino que se reorienta para domesticar a la cultura emancipada de los jóvenes. Se puede definir que está fuerza histórica es el combustible de la sociedad de consumo actual, que atrofia el deseo y las aspiraciones en vicios y monstruosidades. Los consejos de Huntintong y la razón del Estado de bienestar europeos no consiguieron neutralizar la tendencia psicológica actual de los hombres a la violencia y violación de todas las normas.


Desde el asalto a la razón que significa el movimiento postmoderno asistimos a un sistema social que ya no persigue al sujeto creativo sino lo abandona y le va desmantelando todas las condiciones estructurales para sostener una vida auténtica. Cómo dijeran Deleuze y Guatari la realidad para los individuos que nacen se va diluyendo y se evapora de golpe, generando una gran incertidumbre y vacío social y psicológico. El hombre de las sociedades disciplinarias se ve de pronto licuado en la cultura y toda su vida se vuelve desrealizada y esquizofrénica. La muerte de la razón o más bien de un tipo de razón contemplativa cede su lugar a un tipo de racionalidad calculista y conformista que se recrea ante los caprichos de un hombre completamente adicto a sus más bajas pasiones como a aberraciones. La subjetividad ya no piensa ni reflexiona sino que se deshace y está situación se convierte en un patrón cultural que se reproduce y empeora con el tiempo que le queda al hombre para tratar de hacerse una vida razonable. Ahora sí una persona desea algo de felicidad debe demostrarle cada día al sistema productivo de que es capaz de crear valor y riqueza, y que por lo tanto, ya en ese grado o nivel que te concede la vida maquinal es el mayor grado de civilización y racionalidad, que toca al esfuerzo material. Por supuesto, la mayoría y las poblaciones anomizadas viven reproduciendo sus vidas en escenarios de pulsiones y descalabros donde lo menos que subsiste es la razón. 


Es aquí donde nace mi analogía de las sociedades capitalistas como sociedades de insectos. Aunque parezca mentira las personas incluso en los espacios más sordidos e inmorales las normas del sistema se siguen reproduciendo. La programación es más férrea ahí donde el hombre automatiza rutinas que no piensa. Si bien los insectos tienen instintos prefijados que determinan el comportamiento de sus elementos animales, el hombre ya no parece estar arriesgando su actuar en la incertidumbre y la libertad, sino que pareciera que cumple un rol animal cada día, sin detenerse a pensar o buscar la felicidad. Sus pulsiones más bajas y agresivas se imponen y poco importa para el sistema el sacrificio o el aplaste de los individuos. Este renuncia a su libertad para crear una vida con sentido y prefiere por el dolor que implica esforzarse y ser valiente, una forma de vida donde está hundido a sus necesidades. En este sentido, el pansexualismo, la vulgaridad, los problemas de obesidad, la mala alimentación, el estrés y la salud mental, los asesinatos, el crimen están de tal manera tan normalizados que parecen ser acciones de una especie que está hundido en el Estado de naturaleza. Somos como insectos pues no importa el sujeto sino un conjunto que debe permanecer. No nos importa el colectivo, pero el modo como la vida no vale nada o como se desperdicia pareciera significar que la muerte tiene un sentido no solo transgresor sino banal. 


En esta democracia donde todo es permitido porque en eso consiste las libertades civiles no está exenta de convertirse en una suerte de colmena de insectos. La delincuencia y la cultura trasgresora e informal en el comercio son expresiones reales del caos y el sacrificio del individuo al conjunto. La vida es absurda y vacia, pero el miedo a la muerte te hace sobrevivir para comer y reproducirse como un insecto. Ya no importa mucho los sueños y los ideales, solo comer y ser alguien libre para terminar con la libertad. Incluso las aberraciones que todos los días vemos en la prensa y TV sin explosiones de un alma o subjetividad donde se ha deshecho la conciencia racional. La democracia deja a cada quien cuidarse de si mismo, pero a la vez mediante el Estado y los aparatos de control nos reprime y nos prohíbe. El mal o el drama de la libertad cómo dijera Safransky implica que las personas actúan con perfidia porque gozan haciéndolo. El mal se ha vuelto un placer para las mentes sin razón, o con una razón que se ha vuelto el instrumento de la muerte y el desarraigo. Incluso en la democracia la estupidez y la violencia son atributos exasperantes de una personalidad que se dice democrática. Los festivales y la diversión de hoy son otros espacios donde el alma desfoga y se libera de un mundo sin valores. Cuando ya nadie busca ser algo más que un ser pulsional la democracia nutre a los enemigos de la libertad. La metáfora de los zombies de la serie The Walking Dead, cómo dijera mi profesor Manuel Castillo, es la expresión de una democracia donde unos pocos escapan atesorando la libertad para ser racionales y pensar. Los zombies, los ejércitos de insectos dominados por los instintos y la degradación.


Otro ejemplo de que nos comportamos como insectos y que la vida no vale nada, ha sido la respuesta ontológica que nuestra realidad supuso a la pandemia del COVID 19. Es de no esperarse que nuestra realidad disfuncional que funciona para nuestra cultura chicha, no mostrará resistencias a la infamia de la enfermedad. Desde que se expandió como una pestilencia el virus nos mató más de 200 000 personas en un sistema de salud publica que está hecho trizas. A pesar que las familias luchaban por no morir era el individualismo trasgresor de nuestra cultura lo que interrumpía el orden y el comportamiento racional. La necesidad, la pobreza y la anomia de nuestro sistema cultural nos deparo tragedia y muerte, y parecemos no entenderlo aún. Lo que nos hace fuertes en la economía, a pesar de nuestro total desorden es lo que nos hace débiles como comunidad. La sociedad peruana está enferma de lo que persigue, que va más allá de su propio esfuerzo y creatividad. No solo se sobrevive en el Perú sino que se edifican castillos e imperios lucrativos a partir de un trabajo duro que lo envenena al individuo como persona. No es el dinero la enfermedad, sino nuestra típica experiencia de modernización la que obstruye la plenitud en la cultura. Esa falta de una solidaridad orgánica como dijera Durkheim nos faltó a la hora de enfrentar la historia del COVID 19. Y aunque a su tiempo le perdimos el miedo y seguimos con la vida no aprendimos de nuestra mezquindad e hipocresía criolla. 


Ese estar harto del mecanismo privado para el que trabajamos nos vuelve soñadores como crueles con los demás. A parte de hacernos tragadores de materiales inservibles le hemos dado la espalda al espiritualismo ancestral que nos acompaña y al cual acorralamos cada día como solo turismo vivencial. Es este dar la espalda a nuestro pasado sin tratar de recrearlo o hacerlo fundamento ontológico de nuestro capitalismo, lo que nos condiciona como fracasados culturales. Tenemos a la cultura de nuestra parte, pero no sabemos o no queremos hacerla evolucionar hacia la hechura de una comunidad autosostenible. Y es esa terquedad la que nos hace devorar excusas ideológicas para deshacernos de la culpa de tener que ver con honestidad la vida. El peruano es un ser empecinado en justicarse siempre ante el tribunal de la razón, y no quiere ir más allá de la supervivencia o del facilisimo de vivir una vida sin grandes compromisos nacionales. Es ese no construir una nación, con espíritu propio lo que nos expulsa del mar de las intenciones necesarias, para poder vivir con un propósito. Mientras no tengamos una cultura y un estado fuertes siempre seremos presa de los estafadores y los enemigos de la democracia. 


El Perú tiene varias amenazas. Pero ahora en la ignorancia y la desinformación enfrentamos de modo silencioso la destrucción de la democracia y su economía de mercado. No es un ligera afición religiosa la que desafía la libertad sino más bien un proyecto criminal transnacional digitado por los comunistas del s XXI. Apoyados en el crimen y las económias ilegales del país alimentan un tipo de hombre domesticado y adoctrinado que no quiere encargarse de si mismo, ni mucho menos escuchar su corazón. Invadido por las necesidades y la envidia este esclavo y hombre formado quiere merecer el cielo sin haber trabajado para llegar a ello. Pervertido por las tecnologías de la información y su impacto en la cultura este hombre arribista pretende controlar nuestra economía y hacer un negocio eterno de ella. No les importa si se produce miseria y muerte. Lo importante para el comunista es hacer que el hombre no tenga ambiciones ni sueños. Que se sostenga con lo mínimo y no desee las alturas. Si perdieramos el país con ellos nuestra cultura se volvería más rápidamente en una colmena de insectos y lobos capaces de devorarse a si mismo. El hombre comunista no quiere hacer con su vida algo valioso, quiere atragantarse de la propiedad de otros y justificarlo con una gran teoría. Su máscara es la doctrina , su cara la de un ladrón.


Por eso, sino queremos parecernos a insectos creo debemos ser honestos y no tener miedo a la vida. Todo es mejor cuando el orden de cosas permite que mediante nuestro trabajo consigamos nuestros sueños. Si algo como el Estado o los políticos se inmiscuyen en la vida bajo un manto de eticidad, lo mejor es rechazarlos con nuestro voto en las urnas. De no hacerlo no sanearemos nuestra sociedad y lograremos solo elegir ladrones votados por nuestro propio fastidio o anidmaversion.

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