El abuelo de un amigo, allá en la tierra colorada de Pucallpa mientras peseaba por una chacra desolada vio una llama en pleno día en un rinconcito en la tierra. Y como sabía que era entierro de monedas antiguas de los antepasados, decidió no decir a nadie e ir solo en otra oportunidad.
Un día salió solo y guiado por la llama en el terreno, abrió una zanja a un metro de distancia de la ubicación, para que el gas del antimonio no lo matará. El gas se pudo disipar y conseguio acceder a las monedas de oro y plata que los antepasados dejaron para huir de los ambiciosos españoles.
Otra fue la historia. Dos amigos vieron la misma llama. Y fueron a desenterrar en un día medio gris. Cavaron en la tierra y como la codicia los alimentaba se pelearon por el entierro mientras respiración el antimonio y murieron envenenados.
Así se ha visto muchas veces en estos caminos del señor esa misma llamita en los terrenos. Y no cualquiera la ve. Solo el o la que el espíritu elige.