domingo, 16 de abril de 2017


La espada y la gangrena.





Este ensayo de filosofía temperamental es un viaje a los fundamentos de nuestras creencias. Lo he elaborado con el ánimo de quien rebusca nuevas referencias, nuevos sentimientos en donde asentar nuestros sueños e ilusiones. Pero en el camino me he visto desilusionado, pues a cada paso que daba me veía limitado por la sorpresa de que no había profundidad que escarbar, que no había conciencia a la cual interpelar, que el oficio de los psiquiatras es una fanfarronada pues los traumas de esta época ya no tendrían psique que visitar.

El esfuerzo de cronista que he ejercitado describe el estallido de un programa, de una pomposa procesión racional. Ahora pensar desde las emociones de la historia se ha vuelto un suicidio inconsolable, no porque no haya nada que cambiar o reivindicar, sino porque la peligrosidad para provocar esta intentona en muestras almas colisiona con una época donde el show de la crueldad, de la extroversión maquinal ha engullido dolorosamente el vivir en coherencia con nuestros presuntos ideales. La personalidad juiciosa, autónoma y arrogante ha muerto, y en su lugar vemos un bípedo que aparente formalidad y deseos de superación, pero que esconde una osamenta repleta de inconsistencias e incertidumbres. Adicta al lenguaje de las mentiras, vive de la especulación y del alardeo, de la vergüenza de que se sepa que no hay contenido en el que refugiarse y por eso a veces estalla y se violenta.

Al fenecer la sociedad, como campo familiar en donde uno se protegía y sentía a gusto, donde uno recibía orientación y confiaba en la vida de los otros, va pereciendo más silenciosamente la subjetividad que la hace posible. Ser sujeto, interioridad parlante se ha vuelto una carga doliente. Atreverse a darle una construcción coherente a nuestras profundidades es cada vez no estar a la altura del imperativo de la época: gozar sin límites y a toda costa. Este deseo que no espera, que ha engullido las soberbias ecuaciones de la ciencia unilateral, no ha ciertamente evaporado ciertos atisbos de convivencia y de orden en las ciudades y en los sistemas tecnológicos de la producción, pero estas estructuras son cada vez más ajenas a las expectativas de la persona.

Me atrevo a conjeturar que estos esqueletos y esta orgullosa mecanización de lo que esta afuera sólo se mantienen a través de la represión y la vigilancia, pues ya son el marco en donde se siente y respira una cultura cada vez más caótica y violenta, donde el sentido de la vida, de aquilatar honestidad y amor es una empresa que no siempre alcanza compañía, que se adquiere con mucha iniciativa y a veces por azar, pero que por accidente se pierde o se esfuma. El relajamiento de los sistemas de normas y de convenciones de la sociedad moderna, ha conducido a que el milagro de existir soporte la insistencia de que nuestra vida no sea algo que podamos narrar con orgullo sino situaciones desconectadas, pedazos inconsistentes, palabras que no hallan aliados, o tal vez sensaciones geniales que no encuentran fuertes abrazos.

La torpeza de consentir esta barbarie, de acoplarse como especialistas o adoradores del crédito ilimitado, halla en las personas un resuelto apoyo no porque la dominación y el terror de los sistemas policiacos nos contenga, sino porque el pensamiento de la época es saber que esta selva con sus peligros y miserias promueve no obstante, como ninguna otra época un agigantamiento insospechado de nuestro deseo de gozar y de despilfarrar. No es una buena decisión planificar y ahorrarse un antojo por tener que asociarse o apoyar el civismo de algún azote de malhechores. A pesar que este poder pueda existir, que esta hazaña de criticar lo existente pueda invocar nuestra atención y nuestra lástima, es sólo una demostración de poder, el hecho de que no es más que un lindo cortejo o un pregón rebelde y retórico, al cual no apoyaríamos con locura, pues en el fondo su contenido, lo sabemos, cuestiona nuestras creencias de supermercado y desnuda nuestras miserias y notable egoísmo.

La singularidad es bella y un milagroso accidente. Vivir a pesar de que nos acechen los muertos y el cáncer de la estupidez es una proeza en esta época sin historia y sin dioses. Lo único vital y que se escurre de las fauces de la mediocridad y de la despersonalización es la risa totalitaria, el hecho de que nos burlemos, de que nos atrevemos a rebuznar con el poder. Este mono rodeado de ojivas nucleares se ríe del universo, se ríe de su cojera y de sus valles de ortopedias técnicas, pero lo hace cada vez con sordidez y sarcasmo, reforzando por lo tanto, el hecho de que aún se desea amar con ternura y que hay separaciones y crueles cadenas que nos limitan. Su ciencia incomprensible, llena ahora del culto a las probabilidades y a la magia de las galaxias se nos hace algo frio o rotundamente extraño, pero aquello que no nos importa nos programa y nos va modificar en el largo plazo.

Esta técnica desconectada de toda interpelación humanista a pesar de nuestras risas y chistes soberbios es peligrosa no porque nos vaya a robotizar, eso es el problema de las sociedades mas avanzadas, sino que es amenazadora porque su poder nos adormece y nos idiotiza, y nos arrebata con el tiempo toda posibilidad de darle sentido a la vida con realismo y autonomía. Reírse en estos paraísos tecnológicos de muerte y de domesticación es un pésimo augurio, pues su celeridad, su velocidad atronadora es del todo extraña para el modo como se ha definido el hombre moderno en todo este tiempo, lo va trasmutar, lo deshumaniza y con el tiempo lo va desorganizar y se va olvidar de darle significado a sus acciones.

La carcajada soltada para burlarse de la sarna y de la tartamudez, es en el fondo un arma para engarrotar nuestra búsqueda de realización. En un mundo donde la pastoral de las técnicas para escapar a la pobreza y a la incapacidad de hacer lo más sencillo esta presente, desde los salones de ejercicio, el orientalismo y las técnicas para hablar y darle armonía al esqueleto, el hecho de darle un sentido a la vida se vuelve un bajel naufragado en los mas remoto de nuestros sufrimientos. Quien sabe si la estupidez universal que nos gobierna no nos desaparezca algún día, solo porque es rentable hacerlo, tan sólo apretando un botón.

El cuento de haberse liberado el deseo de una sociedad automatizada y que se atrevió a programar totalitariamente todo, ha sido posible porque las transformaciones más riesgosas del capitalismo tardío han perseguido a esta vida hasta los confines traumáticos de nuestros instintos y deseos más íntimos. El producto de esta persecución ha sido la invención de la revolución tecnológica, del mundo digital, a donde la resignación de no hallarle sentido a un mundo extraño y violento se convierte en mercancía gratuita que hace posible tales sueños al interior de una computadora, dejando el exterior expuesto a los abusos de la manipulación, la hostilidad, y de un cara a cara cada vez mas cosificado y reticente. Esta técnica presuntamente más democrática y cercana a lo orgánico, que nos expande y nos devora en la erotización simulada, ha despotenciado a las personas ciertamente, la extravía en los laberintos esquizoides de las imágenes y de la conversación de cavernícolas, entregando los productos de la espontaneidad a una vida mucho más calculadora y que sabe negociar con audacia, pero que ha renunciado a conseguir y respetar la humanidad de los sublime.

En realidades donde estas prótesis de los perfiles, blogs y de las redes sociales nos amplían toda capacidad de comunicación, el mundo se convierte un collages de exhibiciones y de presentaciones corporales a la carta. La moda  es ya por si misma, un exterior que piensa por sí mismo, donde la forma espasmódica y colorida le da a los primates sin valores una indumentaria que taponea un mundo psicológico sin propósito y sin fuerza realmente. La anarquía del color en los memes, en la moda de pieles sin espíritu, y en el arte sublimado de creadores sin sociedad, apátridas con pincel, es la expresión de una época devorada por sus propias ilusiones temáticas y por la incapacidad de crear más allá del café o del cigarrillo libertario.

Estos adictos al Facebook y a una información saturada y despolitizada en los blogs y ensayos colgados, demuestran la inhabilidad para comunicarse con libertad y con valor, para transmitir con sinceridad un algo interno que no se tiene, y que se descubre cuando se apuesta por relacionarse, apostar por una relación. Estos espionajes consentidos, estos escaparates de analfabetos fagocitan toda nuestra vitalidad para atrevernos y producir un algo compartido. No se habla más que con transparencia y juego en estos desiertos de lo hiperreal para escapar a la vergonzosa necesidad de tener que aguantarnos y aceptar nuestros defectos cuando vemos a los ojos de una persona. Este lenguaje telepático, descarnado y del blofeo estandarizado es el retrato fiel de una humanidad acobardada y profundamente dividida, cuando todo lo que esta ahí afuera entre edificios y estructuras de hierro y asfalto nos resultan poco familiares y hostiles.

En la era de la comunicación generalizada, de flujos de intercambio y de saludos afectuosos el mundo virtual de opinar y discutir en red es la prueba fiel del miedo y de la falta de civismo, de una acción atrofiada y de una existencia por tanto atrofiada y empobrecida. A la larga esta riqueza de intenciones y de bombardeos de solidaridad digital esconde un antropoide temeroso y descomprometido, y por lo tanto poco preparado para plasmar esta rebeldía y fe por la humanización del mundo y de la naturaleza en un proyecto concreto y efectivo.

Al derruirse la humildad y la coherencia por lo que somos, al abandonarse la gentileza de vivir en comunión con los deberes y derechos de nuestros amigos asistimos a un ser que sueña con la fama de ser adorado como estampilla y que para lograr un flash o un balconazo farandulero ha desfigurado su propio ser. El hecho de concretar sobredosis de admiración y de experiencias intensas de distinción y lujo lo ha alejado de su responsabilidad de encargarse de su propio desarrollo vital, confundiendo el hecho de ser diferente a toda costa, con los excesos que pisotean y desborda violencia. Una realidad empobrecida e irracional arroja a un ser vaciado de modales y de progreso a negar el camino de la corrección y de la moral pública.

Esta legalidad interna de convenciones y de preceptos intersubjetivos a estallado en mil pedazos, porque, ciertamente homogeneizaba y sumergía al ser racional en el aburrimiento y la apatía, pero el resultado de haber eliminado principios elementales de respeto y de cuidado del espacio que nos rodea ha hecho de que las personas secretamente cometan todo tipo de crímenes y violencia simbólica en contra de sus contemporáneos. Aprovecharse con indecencia y a veces porque tomar el pelo es algo fresco y divertido ha legitimado a gran escala la construcción de una ética de la irresponsabilidad donde todos abusan y depredan con cinismo lo existente. Al diluirse las grandes verdades que todos cuidábamos y que a veces odiábamos, pues ahora ser distinto coquetea desvergonzadamente con no tener límites de respeto por nada, matar y tal vez violar con una risita diplomática, permitimos que también nadie nos tenga respeto.

Conocer a ese alguien que nos importa es complicado en una cultura urbana donde reina la crueldad y la desconfianza. Mientras esta osamenta que tiene miedo sea devorada por toda pastoral tecnocrática de la formalidad o de la mentira light para asombrar, siempre conoceremos del otro sólo lo que el o ella nos quiere demostrar, y lo sabemos, pero la esperanza inquebrantable de que no obstante los idilios furtivos y lo atractivo de la personalidad hay que darle espacio a que algo surja, permitiremos secretamente apostar por relaciones que no duran nada y que son insoportablemente opresiva. Un mundo de esqueletos preparados para enamorar, y fingir que se responsabiliza de los atentados de estabilizar una relación no hace más que acorazarse de flores para vivir el cortejo y la aventura, pero es incapaz de estar enlazado de modo comprensivo y a la vez desafiante con los proyectos y las ausencias de quien se ama. Sino hay sintonía, sino hay compromiso para construirse una personalidad, algo que ya narre se esta evaporando lentamente en el mundo de hoy, seremos animales sin conciencia no merecedores de algo que es escaso, de algo que nos desequilibra y nos llena vitalmente, porque fuera de esta experiencia hemos toda la vida aceptado el ingreso de las instrumentalidad y de la guerra de posiciones en algo tan sublime que se hace extraño y que ya empieza a tener precio por doquier.

En la crueldad invisible de una cultura secuestrada por el carnaval de mercancías el amor ha sido expulsado de las relaciones de las personas con las cosas. Todo lo que no esta concentrado en la persona que pensamos nos resulta gobernada por el pragmatismo y por la repetición maquinal de una cartera de obligaciones y procedimientos, un algo que hemos aceptado a regañadientes aunque nos quejemos y promovamos la vida ecológica a toda prisa. El mundo no merece nuestra atención, sobrevivir y salir de perdedores resulta más económico y fácil para un ser incompleto y desorganizado, amar cada cosa que se nos presenta es una cosa de cineastas y de amiguitos de las mascotas. Cuando amamos por fin luego de habernos esforzado por pulir nuestros ser de extravagancias y de especializaciones ególatras es tan poco lo que hemos realmente aprendido-  pues educarse es crecer no simular que hay modales y etiqueta solamente- que el amor se acaba, porque ya no hay más descubrir y exponer como cariño.

Entonces ahí donde el ser es un manojo de inseguridades y de modificaciones imprevisibles siempre se apegara a modelos que ama y pretende, siempre se preparará para alcanzar esas alturas, pero por falta de sinceridad consigo mismo, y  miedo a completarse y realizarse en el amor, escogerá las cloacas y las perdiciones, el amor plástico a toda costa, porque cultivar el sentimiento que nos hace falta, merecer toda la calidez sobrecogedora que trae es algo que nos puede destruir y demostrar el desastre cosmológico y existencial que realmente somos.

El ser que no llega a ser lo que es, es demasiado inmaduro y atrofiado, demasiado preocupado en no esforzarse, envuelto en creencias que lo aplaca y lo confunde, que al descubrir el amor puede en lo insólito llegar a conocerse con el otro con aceleraciones y frenos, embelesarse a cuenta gotas y de ese modo producirse en él o ella una reeducación, una reforma, unas ganas para salir de una vida llena de escombros y de la rutina de no hacer nada. Pero si el amor no llega, el delito de no buscarlo mas que en relaciones furtivas y encimando cuerpos con el perfume de nuestras miradas se convierte en ceguera de aquello que deseamos y que nos resulta con el tiempo cursi y poco realista. Ese es el sello de este tiempo, ardientemente desea el amor, pero como no hay compromiso para dejar der ser un fantasma hecho de muchos jirones y complejos se prefiere jugar a ser viajeros de pieles, románticos sólo de ropajes, pero cada vez más aterrorizados, inmaduros que duda cabe para gobernar en toda esa transformación volcánica que es el amor.

A veces sin amor, por hidalguía o por inocencia puedes entregarte al heroísmo de romantizarlo todo, o tal vez descargues tu furia contra las personas, verlas sólo como cosas, o tal vez halles malos sustitutos, ideologías, drogas o poderes envolventes, quien sabe, pero si por azar te das de bruces con el estar enamorado la sensación es sobrecogedora, es un movimiento social dentro de ti, un sismo que te expande y te hace reír de la nada, tiemblas y que saben los poetas que el tiempo deja de existir. Estar ahí delante de sus palabras, mirar la profundidad en sus ojos es sencillamente romper las leyes de la materia, es hallarle la magia en cada estremecimiento que provocan tus manos, tus besos desesperados, y saber que mientras se aman, se suspende la pesada carga de ser lenguaje, y vuelves a los orígenes.

Ahí te das cuenta cuan hambriento estabas, que exhausto uno se hallaba de postergar la anarquía en las responsabilidades y las añejas ecuaciones, el poder se disuelve y solo eres una unidad sin Dios, una osamenta que se funde en la respiración y en los sonidos de su cuerpo y que se sale de sí, la historia deja de existir y se vuelve fluido, y toda gramática o sistema arrogante se contagia de la armonía que es perderte en sus aromas. Tal vez toda esta heroicidad cada vez más escasa de emancipar a los vencidos con la historia no este mas que pidiendo a gritos silenciosamente recobrar el amor extraviado, y tal vez esa torpeza de tragar ideologías y lenguajes sea una fabrica de espectros, espíritus oficiosos que ya están muertos, y que tienen miedo de hallar la reconciliación en la pasión.
Por eso jugamos, pero es un juego que agrede y rebaja. Al haber consentido que nuestra integridad, nuestro derecho a ser autónomos y decidir se vea secuestrado por una realidad violenta que nos hace trizas internamente, nos quedamos sin interioridad y sin valores, aceptamos el hecho de que el azar construya una personalidad descentrada y sin ubicación en su entorno, una persona que no es persona sino un amasijo revuelto y confuso de fuerzas reactivas  de sensaciones deformadas que nos subvierte. El hecho secreto y hasta inexplicable que este antropoide fabricante de ilusiones no sea merecedor de vivir con realismo y con equilibrio las pomposas utopías que confecciona, estados dulcificantes que nos harían unificarnos y vivir nuevas dimensiones, como el amor, la libertad, tal vez Dios, hace que sospechemos de que estas proyecciones son producto de corazones llenos de abismos y precipicios.

A pesar que la promesa de este mundo tecnificado y repleto de sueños individuales es realizarnos como persona, llegar a ser un proyecto que se concreta y que progresa moralmente, la verdad es que todo empieza como una linda aventura, y termina muchas veces como una muy realista pesadilla. Mientras el hombre sea un viajero que va dejando el equipaje que lleva en el camino y se va quedando desnudo, no podrá a veces detenerse con seguridad y fumarse un porrito con holgura, pues este progreso del que todo nos salimos escasamente es ya una fuerza que el sólo hecho de dejarla nos sume en la insignificancia, y en la pobreza.

Pero estar ahí en la cresta de la hola de un progreso ajeno a nuestras percepciones es una empresa que conduce a la locura, pues tener una vida controlada con funciones y desempeños relucientes es ser devorado por los desiertos industriales que nos emplean, y culminar al final, partido y olvidado, repletos de razón y de capacidades pero inválido de vida. Aletargado por el poder de resolver y administrar problemas de competencia el ejecutivo en verdad no piensa, y no siente lo que gestiona. Su ciencia de los rendimientos perfectos y de la formalidad simpática, es demasiado nihilista, demasiado poco comprometida y poco dotada para reformular lo que aplica y dirige. Envuelto de un personalismo que descuella diplomacia y etiqueta el funcionario de nuestro tiempo es alguien que no ama el trabajo creativo sino que se encarga de disfrazar y taponear los gigantescos agujeros negros de problemas y bombas de tiempo que el capitalismo provoca.

Diría yo que el trabajar en nuestro tiempo no moldea nada, no te hace menos niño, sino que te viste con los modales de un cerdo que va al gimnasio y se viste bien. No hago solo una crítica de su afamado poder del calculo para negociar y vender mercancías, sino que este filisteo de oficina es ya de por sí un ingeniero que hermosea ciudades y domestica el caos que nos acecha, pero es incapaz de no ser comido por la sensación de soledad y de desperdicio de toda su vitalidad en los palacios del papeleo por las puras, y por lo tanto, atesora poder porque es inhábil para vivirlo de modo real y verdadero. Todo el afecto que recibe, y los reconocimientos que despierta es sólo halagos a su poder y no a él mismo. Acumula pero no vive.

Pero los estragos de esta personalidad descentrada que a veces busca en el poder operativo una manera de huir de la tendencia a la disociación de la vida, como hemos narrado, son también letales en las hordas de vagabundos y auto-expulsados de la vida. Aunque esta categoría de hombres o mujeres libres ha decidido desobedecer y apartarse de toda tarea de ejercer poder y no cumplir el esfuerzo de educarse en la deseducación, estos anarquistas del capitalismo tardío sin que lo piensen realmente viven atrapados a los valores y al canon estético de aquel mundo al que deciden renunciar con su autogestión cultural u orientalista. Son que duda cabe con su rebeldía y animismo sociocultural los laboratorios trasgresores donde se da génesis, previamente, a toda la cultura que luego el consumismo y la maquinaria del espectáculo incorpora y comercia. Alejados de toda responsabilidad de eliminar el poder con el poder, sólo se desentienden de él con su arte de gitanos y de viajes transcorporales, estos grupos transhumantes crean una cultura alternativa al capital más comunitaria, sencilla y de cuidado de la vida que no da el salto de convertirse en organización política y social, y porque no un diseño técnico y material.

El problema que observo en el anarquismo contemporáneo es que el mundo ya lo es. La promoción que hace el capital de desmantelar todo tipo de resguardo material que le suponga un contrapoder, es decir triturar la sociedad y toda posibilidad de que surja un poder colectivo, no elimina sin embargo la enfermedad de sojuzgar y abusar en las personas de este tiempo. El anarquismo que experimenta la sociedad es un desorden radical de los cuerpos, instintos y conciencias, que hace del poder una inteligencia emocional al servicio de prevalecer y consumir, pero no es una organización natural de la sociedad en donde el poder autogestionario haya diluido la jerarquía y superado al capital.

Yo si creo que el destino de un mundo sin poder, y sin los sujetos y cuerpos que produce, es toda una empresa necesaria y libertaria, pero ahí donde hay poder y ganas cosméticas de adquirir los productos anarquistas del capitalismo tardío esta noción muy elemental de desobedecer nos será más que conducta de jóvenes eticistas y desheredados con dinero, y no un diseño que restablezca los poderes equilibrados y sabios de la naturaleza. La idea es llegar a un anarquismo sin poder, donde la comunidad permita la expansión personal y la decencia de vivir con autenticidad, pero para llegar a eso debe realizar y completar la naturaleza reformadora y civilizadora de un Estado hoy capturado para quebrarnos e idiotizarnos. Todo poder neutralizado pasa por  embrujar al sujeto de un bien y de una belleza que no signifique dominación y aprovechamiento. Y eso es tarea de una dialéctica que vaya al corazón del mundo…

Pero ya este poder que disuelve y que se hace piel y fluidos obtiene nuestra lealtad. Al interior de este paraje atiborrado de bestias y delincuentes, como dije la personalidad es ya un discurso vacío y de cascarón. Una realidad que ha quebrantado los grandes relatos y ha hecho de Dios una idea para no ahogarse en la nada, sólo es, como dije, un encuentro milagroso y accidentado de fuerzas y de convulsiones desesperadas, donde razón y poder ya no son recursos idóneos para crear vida, sino identidades similares que no escapan al magma escalofriante de las pulsiones mas arcaicas.

Como ninguna época esta es la sociedad donde modernizarse y ser racional no significa reordenarse y buscar el equilibrio con el medio que nos rodea, sino instrumentalizar y hacer de todos y todas utensilios para dar de comer a un deseo interno que es rabioso y glotón. Pero es un recluso que pregona escapar a si mismo en el deseo y en el éxito, pero en realidad no inunda los infinitos espacios y rincones de lo que lleva dentro, pues no tiene nada, mas que un deseo ingobernable y anárquico que prefiere lo privado y lo clandestino, la sospecha y la máscara. La decencia de ser sincero y directo, le perece poco elegante y útil. Prefiere los submundos y la risa espasmódica de los estupefacientes pues sus simulaciones y mentiras esquizoides lo hacen negar aunque sea una poquita esa raquítica interioridad que no sale y pasea. Este no atreverse a salir de sí mismo, y sólo hacerlo en actividades ridículas y pasatiempos banales, lo hace acumular aunque quiera sobreponerse a ello  un deseo y energías dictatoriales que liquidan la razón y la convierten en un lenguaje que en su formalidad bárbara desea mucho pero puede poco.

Este erotismo que cubre de  nuevos bríos esta sociedad hipócrita y llena de crueldad no es la marca de una época donde los sentidos por fin hayan alterado  una sociedad enferma de vigilancia y locura administrativa. Aunque la magia de su atracción sólo es posible en una realidad que come y traspira caos, en ello radica la esclavitud y la libertad de esta época, la verdad es que su aparición sobredimensionada no revela coherencia entre las expectativas que despierta y las posibilidades, sino todo lo contrario: el hiperrealismo del erotismo, al haber ultrajado el amor, y por lo tanto el respeto a toda ley se convierte en un poder autónomo que no es capaz sino de esconder ideológicamente todo el deseo volcánico que este sistema del vivir sin límites genera.

Los golpes del lenguaje, de una sociedad de la comunicación generalizada, de la formalidad y especialización en las relaciones humanas crean en un deseo que no halla satisfacción, una ira acumulada que es el resultado de que hasta lo más íntimo y natural es invadido por la lógica de las capacidades. Inocular las relaciones humanas de una formalización descarada y opresiva, contagia por necesidad de tener éxito y bienestar en todas las oscuridades del cuerpo, una racionalidad de la competencia en el goce desbocado. Esta instrumentalización del deseo crea grandes aristocracias del vivir plenamente la sexualidad, las relaciones de poder ingresan con más violencia en la vida privada, reforzando el erotismo y los cánones estéticos de un racismo y discriminación despiadada donde hallar placer se concentra en elites especializadas, en selvas tecnificadas de lujuria y de seducción vibrante, que arrebatan a la confirmación sensorial del sexo de un placer democratizado y librado de relaciones de fuerza.

Esta lenta tecnificación del sexo lo desestabiliza, y aunque en el hombre y en la mujer en cuanto al sexo todo es posible, esto revela que el deseo no halla institucionalización gozificante en la identidad sexual que se construye; este no tiene formas ni dimensiones y halla los caminos que mejor le parecen cuando la identidad y el carácter que deberían darle salida no cumplen ciertamente su función. De cierta manera mantener una identidad que nombre lo que llevamos en la sangre es ya una ruta condenada a la represión, pues la realidad te empuja a gozar sin discreción y ese imperativo te lleva a probar de todo, claro si es que antes no has sido más que un fracaso en conseguir amor.

Por lo regular quien esta dispuesto a todo no conoce el amor, se queda solo, lo ve muy cursi para su empoderamiento corporal o busca estos amores plásticos porque aun siendo capaz de enamorar es incapaz de respetar una relación. Asimismo el quien es capaz de amar con locura, no ciertamente es muy atractivo o interesante. Ahí donde el amor escasea o es olvidado por la metafísica de un nuevo poder sensorial que nos perfora de desequilibrio y a veces de descontento, el erotismo ocupa su lugar, pero ya es un espíritu despotenciado que despierta el deseo pero lo vuelve cada vez más instantáneo y empobrecido.

A veces el conocimiento de este saber sexual que se nos resbala no depende de los usos y modales refinados que consigamos. Yo diría que la violencia que es hermana del placer, de hacer lo más distinto y extravagante en el lecho se conculca y se complica cuando le agregamos adornos estúpidos como la educación y el ego profesional. El deseo es algo primitivo, experimentarlo significa desembarazarse de la odiosa carga de la cultura y del lenguaje más cínico, vivirlo implica ser un forajido, atreverse a todo para embriagarse de los poderes mas arcaicos y eso implica cierta brutalidad y aromas trasgresores. Los sonidos y las mañas que nos estremecen no proceden de un técnico en la materia, sino de las almas más subalternas. Lo grotesco es sexo, y de ahí es sacado por los diversas concepciones sagradas que le damos y eso lo despotencia y lo educa. Domesticado el sexo es sólo eternidad en un placer instantáneo, y miserable por lo tanto. Verlo como algo que debe tener ciertas reglas y ser vivido de modo sublime es perderse toda la carga que contiene, y entregarlo, esto es, porque estamos domados y desestabilizados a una experiencia elitizada y gobernada por un erotismo de juguete.

Tal vez la pregunta ¿no será que el amor europeo, lo debilito, lo redujo a ser una experiencia estable y venerable? ¿No será que ahora que se dan cuenta que sus engarrotados modales no saben amar, han eliminado la sublimidad del enamorar y sentirse enamorado, porque están profundamente golpeados por una realidad donde se tiene que estar taimado y vivir en la máscara? No lo se. Pero lo que se es que al haberse precipitado hacia un amor más económico y público, y por lo tanto menos privado y juguetón lo que han difuminado por el mundo de los sentidos, son emociones desgastadas y cohibidas que entregan desesperadamente el cuerpo pero no lo conocen, no saben sino entregarse desconfiadamente en la seducción, con el engaño y la ilusión, y por lo tanto han construido una identidad sexual que esta totalmente fuera de control, racionalizada y que ya no ve en la forma del amor romántico una buena sacralización de los instintos.

Por eso aunque la evidencia es de una época que experimenta un sexo desenfrenado, este erotismo es ya una proyección fantasmal  de un ser profundamente aterrorizado por lo deseos arcaicos y no sublimados de este tiempo. El imperativo de gozar sin límites anula la carga hipócrita de toda legalidad moral que quiera asfixiarlo, pero este desembarazarse de toda prescripción del cuerpo, esta autonomía en la forma esconde una energía volcánica que ya no respeta nada que ya no halla en el amor, ningún canal realizador de los sueños y expectativas que la sociedad hipócrita nos introyecta en la educación. Por eso este vivir sin límites en el eros si bien ya no representa ningún problema para las capas más jóvenes de la sociedad, si que se hace algo cuestionable en la medida que los usos y  costumbres de una sociedad del control y de la competencia desalmada lo aprisionan en las formalidades hipócritas de los cánones estéticos y de los valores de la interioridad.

Crear una psicología interna que sublima las pasiones más arcaicas es edificar una selva de sistemas represivos y anárquicos que la convierten en combustible, pero que por el mismo estrés y sojuzgamiento que atizan en las emociones la hacen estallar, a medida que esta interioridad tiene que deshacerse de la carga inútil de la conciencia, de la estructura edípica, del sentido de culpa, sino que quiere verse superado donde todo es competencia y nos acecha la miseria más estúpida.

En este sentido, una sociedad que de cierta manera va eliminando la carga sobrenatural del amor, es ciertamente capaz hasta cierto punto, de vivir una sexualidad feliz y acrecentable, pero refuerza en las instalaciones de una sociedad del control y de organismos tecnocráticos relaciones sensoriales de poder que la trastornan y por lo tanto, la despotencian. Ahí donde el sexo no halla salida hasta cierto punto convencional se traduce en empobrecimiento de sus connotaciones emancipadoras, y busca canales mas oscuros y criminales, que cosifican y corrompen a la persona deseada. Solo esta persona que mantiene en el erotismo un escape a sus vicisitudes internas es capaz de desvanecer estas relaciones de fuerza, estas asimetrías en la experiencia del deseo, pero esta ya renuncia por sí mismo a toda  regulación en su vida, o tal vez trastoca toda racionalidad y los aprendizajes normativos que le rodean en recursos audaces que potencian la perdición.

Un deseo empobrecido o que no sale porque la personalidad que le daría realización ha perecido convierte a la cultura en objeto de estímulo y corrupción. Esa tecnificación o empoderamiento de la personalidad que se denomina inteligencia emocional es, no obstante, las sugerencias de los psicólogos la señal de una ausencia en la vida: la imposibilidad de potenciar y escapar  a la gangrena que nos acecha, porque prevalecer es ya de por sí negarse, frenarse; sobrevivir es morir comiendo lo necesario para seguir agonizando.

Si toda la sociedad es el innoble rodeo de no darle de comer al corazón, la promesa de que al entregarnos nuestra lealtad viviremos los campos elíseos, es un proceso que esta sentenciado al espantoso final de olvidarnos de nosotros mismos. Todo aquel que vive tras los ropajes del poder, y se enamora de él le va quedando poco espacio para disfrutarlo de modo sincero. Así, esta resensorialización de los espacios que vemos en el erotismo de la  época es la proyección consciente y a veces enceguecida de sensaciones que no llegan a expresarse, pero no porque el poder sea perfecto y nos haya administrado o aprisionado sino porque las personas hemos sido divididas y fragmentadas internamente, ha muerto el sujeto y todo lo que lo moviliza, es sólo una osamenta que esta fuera del control y que no esta interesada en restaurar una vida donde sólo devora migajas y que es la consumación de generaciones que no se atrevieron a vivir sin los vacíos del poder. Esta sociedad ha vivido su deseo en la oscuridad en lo privado, porque no esta a la altura de los deseos y expectativas que se propone. Ha permitido en la consumación de esta civilización construida sobre la abstinencia institucionalizada no dar salida mas que deformada y delincuencial a un deseo fragilizado y privatizado, que al ser, como dije, gobernado por la lógica del poder y de la desigualdad a veces es contenido y expresado como odio o economías de ira.

La modernidad conservó la necesidad de su negación de los sentidos, como premisa para domesticar y socializar a las personas, y conseguir con esto los recursos humanos eficientes para su crecimiento ilimitado. No sólo la sofisticación autoritaria de las represiones a que conducía este sistema acumularon mucho deseo insatisfecho, sino que pronto los grandes referentes sublimatorios como la nación, la historia, el progreso, el desarrollo no lograron canalizar en felicidad practica las expectativas que estos programas abstractos despertaban o daban forma. La absurda legalización del mundo confeccionó sobre la base de esta represión una personalidad en base a la forma y el contenido que fue anulando en la hipócrita formalidad de las obligaciones y las instituciones el contenido que en teoría debería expresarse en cada sistema de vida. La identificación de la vida con el  Estado, que se gobernaba como cosa y como hecho objetivo hacia a fuera, sin embargo, no pudieron contener todo el deseo secreto que la luz pública de la severidad y de la política ocultaban y le daban una forma reverencial a través del amor.

Conforme la historia del progreso se revelaba como un proyecto de dominación que no permitía la diferencia, pero sobre todo un programa de reforma del alma que no consiguió construir un equilibrio entre los instintos y la madurez de la razón, se experimento una implosión de esta revolución del alma: los sentidos que antes eran recurso docilizado de los proyectos de crecimiento económico cobraron de modo imprevisto su propia lógica flexible y democrática, diluyendo en la búsqueda de darle salida al deseo insatisfecho todo legalidad objetiva que orientaba la conducta, provocando lentamente la disolución como dije más arriba de toda maniobrabilidad racional en la persona. Si bien esta fue una implosión cultural que no hallo forma de organización política y que convirtió a la ley en el pretexto perfecto para trasgredir y vivir sin sentido de culpa, el capitalismo reformulado por su terror a que este deseo se desconectara de la producción lo persiguió hasta los submundos grotescos de las sensaciones causadas por su propio sistema de consumo cultural, haciendo que el sólo poder, o la racionalidad del mercado, le diera coherencia hipócrita y diplomática a una personalidad que se convirtió en un desastre y en abismo.

La forma vacía, la piel desatada en afán de lucro y de devorar hallo en la ley represiva y domesticadora, ya no un proyecto educativo de dar vida a un organismo centrado y sensato, sino que nos devolvió a la inmadurez y a los abismos de los complejos, de tal forma que hoy la persona es un ser aniquilado por su propia carga de predominar, acción reactiva que lo desorganiza y lo va fragmentando por dentro. Las normas insensibles que regulan la vida, ya no son éticas que produzcan libertad, sino excusas para trasgredir y delinquir en el pellejo de otros, porque esto es consentido, y porque indomablemente la moral pública es algo que hay que ultrajar y abusar, porque es delicioso y conveniente. La independización del deseo en los aromas soberbios del erotismo encuentra a las osamentas con el ánimo incontenible de ser tragados por esta fuerza arcaica, pero al mismo tiempo acorralados y decepcionados por una realidad estandarizada y empobrecida que nos despotencia y nos golpea.

Esa fuerza espiritual que es el amor, que nos orientó hacia el cuidado de las instituciones nos volvió hipócritas y nos dividió entre el mundo de adentro cada vez más místico y romántico sin esperanza de salir, y el mundo de afuera cada vez más temible y al que no conocíamos y no amábamos; por eso mismo a medida que el mundo abstracto y técnico nos golpeaba aprendimos a golpear y deshacernos de la embustera promesa de que el amor nos tenía aparejado un sitio de paz y bienestar. Cuando el idilio probó no ser más que momentos melifluos condenados al agarrotamiento y al conflicto, preferimos envolvernos y perdernos en el cinismo o tal vez en la inconsciencia del deseo, pues el amor probó ser una experiencia que deseamos fervientemente pero la cual nunca estuvimos cercanamente preparados para disfrutar. Hoy que el amor es capacidad y elitismo el sexo es el mas delicioso y desgarrador consuelo para una realidad vaciada de sinceridad y de respeto por las instituciones que nos rodean.

Lo que describo es quizás el curso de los acontecimientos de las sociedades avanzadas, pero creo que esta indumentaria de la desesperación halla también cierta concordancia en las culturas que recibieron su influencia individualista. La modernidad no halló sólo su tentación por medio de la movilización del lucro y el poder, sino sobre todo porque la construcción de la personalidad que creo, proporcionó la esperanza de ser sujetos íntimos y reconocidos por el amor. Pero esta vana promesa que aún funciona  como estupefaciente que moviliza las emociones internas sólo puede ser realizada en base a la autodestrucción y la predominancia de una personalidad interna que se hace añicos.

En tanto el egoísmo autocomplaciente siga siendo el mecanismo psicológico que permite la supervivencia toda estabilidad que el individuo logre no será más que desgarramiento producidos en su propio ser, incapaz de expresar todo lo que lleva dentro con sinceridad y transparencia, y por lo tanto, aliado triste de la destrucción de su subjetividad emocional. Solo la conciencia y el juicio perdido hallan existencia al interior de nosotros como huellas, como soledad insoportable, pero por su misma sensación de vacío, y de incomprensión generalizada en un mundo donde todos son cálculo e instrumentalización arrojados a una falsa felicidad que sólo es vista como vicio y asesinato.

El desgobierno interno, la desaparición paulatina de toda interioridad producto de un existencia que no es capaz honradamente de crear más allá del poder hacen que vivamos por la vergüenza de no reconocer nuestra pobreza, y el desastre que es el fondo la intersubjetividad, arrinconados entre discursos y simulaciones, entre lenguaje repletos de retórica y de diplomacia, ilusiones que nos maquillan y nos desvían de toda honestidad consigo mismo. A la larga un ser que se contenta con estar embutido de lenguajes inservibles y lúdicos se neutraliza a si mismo, se vuelve ahistórico y se entrega ya sea por cinismo o por desesperación a la tecnificación de caricias simuladas, a las junglas del empoderamiento corporal, pero sin reconocer ciertamente que aquello que lo empuja a las fauces de este caos de los sentidos es la profunda decepción de que la vida en la que soñó lo va desbaratando y olvidando.

Los hombres libres, aquellos que perciben con radicalidad su propia soledad experimentan con mayor agresividad esta tendencia a lo efímero y la atomización intersubjetiva que nos acecha, y a veces trasladan todo este potencial de derruir las metafísicas severas que nos rodean en itinerarios de revolución y de protesta callejera, pero aún viven encapsulados en la ignorancia de no saber que su tendencia a dinamitar el poder y sus microfísicas carece de toda valentía para crear y construir institucionalidad anárquica en un mundo sin él. El poder que acaba con el poder necesita aprender en la nada que sigue de forma creativa, sin verse tentado a regresar a él. Mientras los intentos de hacerlo explotar residan en subjetividades deshabilitadas para vivir en la celeridad de una cultura que necesita la negación de sí mismo como madurez, toda revolución no será más una empresa cercenada de sensorialidad, y por lo tanto caerá en la tentación de la dictadura y en la desconfianza a toda forma de vida. Los hambrientos solo pueden ocasionar las rupturas con el poder, sinceramente no pueden pulverizarlo.

Una sociedad que se deseduca para no respetar lo que le rodea, solo conserva los cascarones de modales y convenciones que le permiten negociar y regular un mundo donde la crueldad lleva la forma de sistemas y grandes organizaciones. Aunque ya la educación no modela  nada adentro, no crea conciencia donde afinquen valores de respeto y de civilidad, pero si competidores desalmados que repiten y aplican complicados procedimientos técnicos que logran resultados y productos, si que constituye un ego inflexible que se ubica en el carácter mucho antes que ese carácter ame lo que hace. La vocación y la formación en valores que podría despertar toda educación es un proceso raro y accidentado, pues depende de que las personas tengan voluntad de cooperación con los sistemas sociales que le rodean, y ya ciertamente más allá de los motivos personales, ya esta educación sólo entrena, pero no enseña a amar la sociedad. Educarse es hoy especializarse y volverse estúpido en cuanto al resto. La educación no genera visiones ni crea inteligencias más allá de la predominancia y la cruel competencia, sino que crea administradores, formalistas y ejecutivos hartos de sus responsabilidades, no porque esta época abandere la bohemia y el desenfreno solamente, sino porque las personas soportan estas tareas depresivas para dar de comer a su ego, y a su deseo de acaparar poder, ahí donde no hay por naturaleza saber para alcanzar amor.

Un mundo sin amor, o que resuelve dejarlo de lado porque considerarlo es hoy cosa de débiles y soñadores vive golpeándolo todo, vive en la violencia de los retrógrados y en la agresividad de los sofismas y construcciones simbólicas. Al no haber canalizado esta violencia introvertida y arcaica por medio del amor, y eros, el mundo civilizado tiene que vivir amenazado por su poder explosivo, por su ira suculenta. A veces esta ira no es solo propia de las culturas rezagadas por dinero o por educación, sino que es manifestación de una cultura de pordioseros internos que a todos nos invade. Si la razón ha abandonado todo proyecto de domesticar y transformar los instintos, lo que queda es un submundo que solo se expresa hacia a fuera mediante la venganza y las economías de ira, una forma de guerra simbólica y retórica que responde con malicia una realidad sumergida en la microfísica de los poderes sugestivos y calculadores.

La consecuencia a la larga de una conciencia que se polítiza como señale no es sólo que se destruya a si misma, sino que hace del significado de la vida algo que esta ausente y que ya no importa. El valor de las cosas que nos rodean no quedaría ya en alguna utilidad o bienestar que podría reportarnos sino en que se vive, porque se tiene miedo a morir; sería algo instintivo, amedrentado, y devorado por ilusiones e ideologías relativas, el miedo y no la ignorancia nos hace permanecer en la esclavitud y es al final lo que no nos permite vivir con locura una realidad llena de probabilidades y desequilibrios. Heredar la pobreza de una osamenta que se ha acostumbrado al vacío aterrorizante del espacio es quedarse en la vida, es no oír los ecos de su propio corazón, y por lo tanto, entregado a sustituir los bienes complejos de la vida por pésimas pasiones y religiones que nos desconocen y nos estupidizan.
Yo creo que esta época es un tiempo donde se vive amenazado por la gangrena, por el pudrimiento y el cáncer de toda decadencia. La modernidad o lo que conocimos como el majestuoso proyecto de colocarnos en el centro de la historia no terminó en el control social del poder y de lo que su ciencia ha creado en la historia, sino en ruinas y escombros desolados que viven en nuestro interior. El capitalismo desembarazado de sus fiscalizadores sociales en base al poder especulativo y al control cada vez más transformador de su técnica desnaturalizadora ha hecho que la vida sea líquida e inestable, accidentada y entregada al miedo y a la violencia.

Lo que es hoy moderno en medio de esta jungla sin contrato y sin respeto por la vida seguiría siendo obstinarse en el proyecto de ser individuo y gozar de esta. Aunque se haya producido la descomposición de todo lo que creemos y de todo espacio y realidad que nos protegía con anterioridad, este ser social gangrenado debe escapar a la muerte en vida, a la espectralidad de un mundo gobernado por el lenguaje, con la infinita creatividad y las fuerzas activas que le recorren. Tal vez las personas en esto que se denomina la inmanencia, es decir el deseo de no desparejarse en proyectos trascendentes, y por lo tanto sólo utópicos, este entregado de manera honrada a construirse una vida modesta y por último real.

Pero en si soy escéptico en este sentido, pues esta inmanencia hambrienta de la vida que generaciones enteras retuvieron solo se da en un proyecto que nunca deja de serlo. La promesa de no enfermar de mediocridad o de locura en un medio que tiende a la gangrena y a la descomposición no puede depositarse en una idea de individuo hoy exhausto y rodeado de la totalitaria estupidez. Ser individuo sin ser persona, sin ingresar razón en la sociedad es aceptar que tarde o temprano el azar nos enferme del cáncer que promueve. No apuesto por neuróticamente controlar lo existente, eso es la idiotez más grande, sino en vincular esta enorme iniciativa a vivir después de todo en el respeto y amor a principios comunes de comunicación y de compromiso por diseñar comunidades y nuevas formas de narración y de vida. Se que las personas son amantes de las mentiras y del secreto de fabricarlas con astuta sordidez, pero si no vinculan sus proyectos vitales, más allá de la palabras, con los proyectos vitales de otras personas sus propias vidas tendrán que embutirse de adicciones y de poder para poder seguir.  Se necesita, sobre todo en este país tan alegórico como es el Perú un cambio de actitud y un enlazamiento material de todas las formas de vida y sus expectativas en base a un proyecto colectivo, que domestique a los poderes descarriados y que sobre la base de esta intersubjetividad pública edifique nuevas estructuras y nuevos sentidos históricos acordes con los valores y las nuevas practicas de un tiempo que sólo las desvía, las persigue, y las desperdicia.

Por ello utilizo la metáfora de la espada, no sólo luchar para aguantar y aguantar, sino pensar lo que se vive, y  vivir lo que se piensa. Este es un mundo de simulaciones que han alterado nuestra  relación con la vida, porque no nos hemos atrevido a vivir nuestras vidas con autenticidad, saliendo de nosotros mismos. Ahora lo que se requiere es creer en el poder creador de la espada, para deshacer las ideologías embusteras que nos empequeñecen y nos neutralizan, y poder vivir con alegría la naturaleza lúdica y misteriosa de un universo lleno de sorpresas y de muerte. Si una sociedad juega de modo valiente, y crea una anarquía sin poder habrá superado una época y habrá llegado a un estadio con otras vivencias, problemas y nuevos enriquecimientos.

05 de Abril del 2013





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