La
espada y la gangrena.
Este ensayo de
filosofía temperamental es un viaje a los fundamentos de nuestras creencias. Lo
he elaborado con el ánimo de quien rebusca nuevas referencias, nuevos
sentimientos en donde asentar nuestros sueños e ilusiones. Pero en el camino me
he visto desilusionado, pues a cada paso que daba me veía limitado por la
sorpresa de que no había profundidad que escarbar, que no había conciencia a la
cual interpelar, que el oficio de los psiquiatras es una fanfarronada pues los
traumas de esta época ya no tendrían psique que visitar.
El esfuerzo de cronista
que he ejercitado describe el estallido de un programa, de una pomposa
procesión racional. Ahora pensar desde las emociones de la historia se ha
vuelto un suicidio inconsolable, no porque no haya nada que cambiar o
reivindicar, sino porque la peligrosidad para provocar esta intentona en
muestras almas colisiona con una época donde el show de la crueldad, de la
extroversión maquinal ha engullido dolorosamente el vivir en coherencia con
nuestros presuntos ideales. La personalidad juiciosa, autónoma y arrogante ha
muerto, y en su lugar vemos un bípedo que aparente formalidad y deseos de
superación, pero que esconde una osamenta repleta de inconsistencias e
incertidumbres. Adicta al lenguaje de las mentiras, vive de la especulación y
del alardeo, de la vergüenza de que se sepa que no hay contenido en el que
refugiarse y por eso a veces estalla y se violenta.
Al fenecer la sociedad,
como campo familiar en donde uno se protegía y sentía a gusto, donde uno
recibía orientación y confiaba en la vida de los otros, va pereciendo más
silenciosamente la subjetividad que la hace posible. Ser sujeto, interioridad
parlante se ha vuelto una carga doliente. Atreverse a darle una construcción
coherente a nuestras profundidades es cada vez no estar a la altura del
imperativo de la época: gozar sin límites y a toda costa. Este deseo que no
espera, que ha engullido las soberbias ecuaciones de la ciencia unilateral, no
ha ciertamente evaporado ciertos atisbos de convivencia y de orden en las
ciudades y en los sistemas tecnológicos de la producción, pero estas
estructuras son cada vez más ajenas a las expectativas de la persona.
Me atrevo a conjeturar
que estos esqueletos y esta orgullosa mecanización de lo que esta afuera sólo
se mantienen a través de la represión y la vigilancia, pues ya son el marco en
donde se siente y respira una cultura cada vez más caótica y violenta, donde el
sentido de la vida, de aquilatar honestidad y amor es una empresa que no
siempre alcanza compañía, que se adquiere con mucha iniciativa y a veces por
azar, pero que por accidente se pierde o se esfuma. El relajamiento de los
sistemas de normas y de convenciones de la sociedad moderna, ha conducido a que
el milagro de existir soporte la insistencia de que nuestra vida no sea algo
que podamos narrar con orgullo sino situaciones desconectadas, pedazos
inconsistentes, palabras que no hallan aliados, o tal vez sensaciones geniales
que no encuentran fuertes abrazos.
La torpeza de consentir
esta barbarie, de acoplarse como especialistas o adoradores del crédito
ilimitado, halla en las personas un resuelto apoyo no porque la dominación y el
terror de los sistemas policiacos nos contenga, sino porque el pensamiento de
la época es saber que esta selva con sus peligros y miserias promueve no
obstante, como ninguna otra época un agigantamiento insospechado de nuestro
deseo de gozar y de despilfarrar. No es una buena decisión planificar y
ahorrarse un antojo por tener que asociarse o apoyar el civismo de algún azote
de malhechores. A pesar que este poder pueda existir, que esta hazaña de
criticar lo existente pueda invocar nuestra atención y nuestra lástima, es sólo
una demostración de poder, el hecho de que no es más que un lindo cortejo o un pregón
rebelde y retórico, al cual no apoyaríamos con locura, pues en el fondo su
contenido, lo sabemos, cuestiona nuestras creencias de supermercado y desnuda
nuestras miserias y notable egoísmo.
La singularidad es
bella y un milagroso accidente. Vivir a pesar de que nos acechen los muertos y
el cáncer de la estupidez es una proeza en esta época sin historia y sin
dioses. Lo único vital y que se escurre de las fauces de la mediocridad y de la
despersonalización es la risa totalitaria, el hecho de que nos burlemos, de que
nos atrevemos a rebuznar con el poder. Este mono rodeado de ojivas nucleares se
ríe del universo, se ríe de su cojera y de sus valles de ortopedias técnicas,
pero lo hace cada vez con sordidez y sarcasmo, reforzando por lo tanto, el
hecho de que aún se desea amar con ternura y que hay separaciones y crueles
cadenas que nos limitan. Su ciencia incomprensible, llena ahora del culto a las
probabilidades y a la magia de las galaxias se nos hace algo frio o
rotundamente extraño, pero aquello que no nos importa nos programa y nos va
modificar en el largo plazo.
Esta técnica
desconectada de toda interpelación humanista a pesar de nuestras risas y
chistes soberbios es peligrosa no porque nos vaya a robotizar, eso es el
problema de las sociedades mas avanzadas, sino que es amenazadora porque su
poder nos adormece y nos idiotiza, y nos arrebata con el tiempo toda
posibilidad de darle sentido a la vida con realismo y autonomía. Reírse en
estos paraísos tecnológicos de muerte y de domesticación es un pésimo augurio,
pues su celeridad, su velocidad atronadora es del todo extraña para el modo
como se ha definido el hombre moderno en todo este tiempo, lo va trasmutar, lo
deshumaniza y con el tiempo lo va desorganizar y se va olvidar de darle
significado a sus acciones.
La carcajada soltada
para burlarse de la sarna y de la tartamudez, es en el fondo un arma para
engarrotar nuestra búsqueda de realización. En un mundo donde la pastoral de
las técnicas para escapar a la pobreza y a la incapacidad de hacer lo más
sencillo esta presente, desde los salones de ejercicio, el orientalismo y las
técnicas para hablar y darle armonía al esqueleto, el hecho de darle un sentido
a la vida se vuelve un bajel naufragado en los mas remoto de nuestros
sufrimientos. Quien sabe si la estupidez universal que nos gobierna no nos
desaparezca algún día, solo porque es rentable hacerlo, tan sólo apretando un
botón.
El cuento de haberse
liberado el deseo de una sociedad automatizada y que se atrevió a programar
totalitariamente todo, ha sido posible porque las transformaciones más
riesgosas del capitalismo tardío han perseguido a esta vida hasta los confines
traumáticos de nuestros instintos y deseos más íntimos. El producto de esta
persecución ha sido la invención de la revolución tecnológica, del mundo
digital, a donde la resignación de no hallarle sentido a un mundo extraño y
violento se convierte en mercancía gratuita que hace posible tales sueños al interior
de una computadora, dejando el exterior expuesto a los abusos de la
manipulación, la hostilidad, y de un cara a cara cada vez mas cosificado y
reticente. Esta técnica presuntamente más democrática y cercana a lo orgánico,
que nos expande y nos devora en la erotización simulada, ha despotenciado a las
personas ciertamente, la extravía en los laberintos esquizoides de las imágenes
y de la conversación de cavernícolas, entregando los productos de la
espontaneidad a una vida mucho más calculadora y que sabe negociar con audacia,
pero que ha renunciado a conseguir y respetar la humanidad de los sublime.
En realidades donde
estas prótesis de los perfiles, blogs y de las redes sociales nos amplían toda
capacidad de comunicación, el mundo se convierte un collages de exhibiciones y
de presentaciones corporales a la carta. La moda es ya por si misma, un exterior que piensa por
sí mismo, donde la forma espasmódica y colorida le da a los primates sin
valores una indumentaria que taponea un mundo psicológico sin propósito y sin
fuerza realmente. La anarquía del color en los memes, en la moda de pieles sin
espíritu, y en el arte sublimado de creadores sin sociedad, apátridas con
pincel, es la expresión de una época devorada por sus propias ilusiones
temáticas y por la incapacidad de crear más allá del café o del cigarrillo
libertario.
Estos adictos al
Facebook y a una información saturada y despolitizada en los blogs y ensayos
colgados, demuestran la inhabilidad para comunicarse con libertad y con valor,
para transmitir con sinceridad un algo interno que no se tiene, y que se
descubre cuando se apuesta por relacionarse, apostar por una relación. Estos
espionajes consentidos, estos escaparates de analfabetos fagocitan toda nuestra
vitalidad para atrevernos y producir un algo compartido. No se habla más que
con transparencia y juego en estos desiertos de lo hiperreal para escapar a la
vergonzosa necesidad de tener que aguantarnos y aceptar nuestros defectos
cuando vemos a los ojos de una persona. Este lenguaje telepático, descarnado y
del blofeo estandarizado es el retrato fiel de una humanidad acobardada y
profundamente dividida, cuando todo lo que esta ahí afuera entre edificios y
estructuras de hierro y asfalto nos resultan poco familiares y hostiles.
En la era de la
comunicación generalizada, de flujos de intercambio y de saludos afectuosos el
mundo virtual de opinar y discutir en red es la prueba fiel del miedo y de la
falta de civismo, de una acción atrofiada y de una existencia por tanto
atrofiada y empobrecida. A la larga esta riqueza de intenciones y de bombardeos
de solidaridad digital esconde un antropoide temeroso y descomprometido, y por
lo tanto poco preparado para plasmar esta rebeldía y fe por la humanización del
mundo y de la naturaleza en un proyecto concreto y efectivo.
Al derruirse la
humildad y la coherencia por lo que somos, al abandonarse la gentileza de vivir
en comunión con los deberes y derechos de nuestros amigos asistimos a un ser
que sueña con la fama de ser adorado como estampilla y que para lograr un flash
o un balconazo farandulero ha desfigurado su propio ser. El hecho de concretar
sobredosis de admiración y de experiencias intensas de distinción y lujo lo ha
alejado de su responsabilidad de encargarse de su propio desarrollo vital,
confundiendo el hecho de ser diferente a toda costa, con los excesos que
pisotean y desborda violencia. Una realidad empobrecida e irracional arroja a
un ser vaciado de modales y de progreso a negar el camino de la corrección y de
la moral pública.
Esta legalidad interna
de convenciones y de preceptos intersubjetivos a estallado en mil pedazos,
porque, ciertamente homogeneizaba y sumergía al ser racional en el aburrimiento
y la apatía, pero el resultado de haber eliminado principios elementales de
respeto y de cuidado del espacio que nos rodea ha hecho de que las personas
secretamente cometan todo tipo de crímenes y violencia simbólica en contra de
sus contemporáneos. Aprovecharse con indecencia y a veces porque tomar el pelo
es algo fresco y divertido ha legitimado a gran escala la construcción de una
ética de la irresponsabilidad donde todos abusan y depredan con cinismo lo
existente. Al diluirse las grandes verdades que todos cuidábamos y que a veces
odiábamos, pues ahora ser distinto coquetea desvergonzadamente con no tener
límites de respeto por nada, matar y tal vez violar con una risita diplomática,
permitimos que también nadie nos tenga respeto.
Conocer a ese alguien
que nos importa es complicado en una cultura urbana donde reina la crueldad y
la desconfianza. Mientras esta osamenta que tiene miedo sea devorada por toda
pastoral tecnocrática de la formalidad o de la mentira light para asombrar,
siempre conoceremos del otro sólo lo que el o ella nos quiere demostrar, y lo
sabemos, pero la esperanza inquebrantable de que no obstante los idilios
furtivos y lo atractivo de la personalidad hay que darle espacio a que algo
surja, permitiremos secretamente apostar por relaciones que no duran nada y que
son insoportablemente opresiva. Un mundo de esqueletos preparados para
enamorar, y fingir que se responsabiliza de los atentados de estabilizar una
relación no hace más que acorazarse de flores para vivir el cortejo y la
aventura, pero es incapaz de estar enlazado de modo comprensivo y a la vez
desafiante con los proyectos y las ausencias de quien se ama. Sino hay
sintonía, sino hay compromiso para construirse una personalidad, algo que ya
narre se esta evaporando lentamente en el mundo de hoy, seremos animales sin
conciencia no merecedores de algo que es escaso, de algo que nos desequilibra y
nos llena vitalmente, porque fuera de esta experiencia hemos toda la vida aceptado
el ingreso de las instrumentalidad y de la guerra de posiciones en algo tan
sublime que se hace extraño y que ya empieza a tener precio por doquier.
En la crueldad
invisible de una cultura secuestrada por el carnaval de mercancías el amor ha
sido expulsado de las relaciones de las personas con las cosas. Todo lo que no
esta concentrado en la persona que pensamos nos resulta gobernada por el
pragmatismo y por la repetición maquinal de una cartera de obligaciones y
procedimientos, un algo que hemos aceptado a regañadientes aunque nos quejemos
y promovamos la vida ecológica a toda prisa. El mundo no merece nuestra
atención, sobrevivir y salir de perdedores resulta más económico y fácil para
un ser incompleto y desorganizado, amar cada cosa que se nos presenta es una
cosa de cineastas y de amiguitos de las mascotas. Cuando amamos por fin luego
de habernos esforzado por pulir nuestros ser de extravagancias y de
especializaciones ególatras es tan poco lo que hemos realmente aprendido- pues educarse es crecer no simular que hay
modales y etiqueta solamente- que el amor se acaba, porque ya no hay más
descubrir y exponer como cariño.
Entonces ahí donde el
ser es un manojo de inseguridades y de modificaciones imprevisibles siempre se
apegara a modelos que ama y pretende, siempre se preparará para alcanzar esas
alturas, pero por falta de sinceridad consigo mismo, y miedo a completarse y realizarse en el amor,
escogerá las cloacas y las perdiciones, el amor plástico a toda costa, porque
cultivar el sentimiento que nos hace falta, merecer toda la calidez
sobrecogedora que trae es algo que nos puede destruir y demostrar el desastre
cosmológico y existencial que realmente somos.
El ser que no llega a
ser lo que es, es demasiado inmaduro y atrofiado, demasiado preocupado en no
esforzarse, envuelto en creencias que lo aplaca y lo confunde, que al descubrir
el amor puede en lo insólito llegar a conocerse con el otro con aceleraciones y
frenos, embelesarse a cuenta gotas y de ese modo producirse en él o ella una
reeducación, una reforma, unas ganas para salir de una vida llena de escombros
y de la rutina de no hacer nada. Pero si el amor no llega, el delito de no
buscarlo mas que en relaciones furtivas y encimando cuerpos con el perfume de
nuestras miradas se convierte en ceguera de aquello que deseamos y que nos
resulta con el tiempo cursi y poco realista. Ese es el sello de este tiempo,
ardientemente desea el amor, pero como no hay compromiso para dejar der ser un
fantasma hecho de muchos jirones y complejos se prefiere jugar a ser viajeros
de pieles, románticos sólo de ropajes, pero cada vez más aterrorizados,
inmaduros que duda cabe para gobernar en toda esa transformación volcánica que
es el amor.
A veces sin amor, por
hidalguía o por inocencia puedes entregarte al heroísmo de romantizarlo todo, o
tal vez descargues tu furia contra las personas, verlas sólo como cosas, o tal
vez halles malos sustitutos, ideologías, drogas o poderes envolventes, quien
sabe, pero si por azar te das de bruces con el estar enamorado la sensación es
sobrecogedora, es un movimiento social dentro de ti, un sismo que te expande y
te hace reír de la nada, tiemblas y que saben los poetas que el tiempo deja de
existir. Estar ahí delante de sus palabras, mirar la profundidad en sus ojos es
sencillamente romper las leyes de la materia, es hallarle la magia en cada
estremecimiento que provocan tus manos, tus besos desesperados, y saber que
mientras se aman, se suspende la pesada carga de ser lenguaje, y vuelves a los
orígenes.
Ahí te das cuenta cuan
hambriento estabas, que exhausto uno se hallaba de postergar la anarquía en las
responsabilidades y las añejas ecuaciones, el poder se disuelve y solo eres una
unidad sin Dios, una osamenta que se funde en la respiración y en los sonidos
de su cuerpo y que se sale de sí, la historia deja de existir y se vuelve
fluido, y toda gramática o sistema arrogante se contagia de la armonía que es
perderte en sus aromas. Tal vez toda esta heroicidad cada vez más escasa de
emancipar a los vencidos con la historia no este mas que pidiendo a gritos
silenciosamente recobrar el amor extraviado, y tal vez esa torpeza de tragar
ideologías y lenguajes sea una fabrica de espectros, espíritus oficiosos que ya
están muertos, y que tienen miedo de hallar la reconciliación en la pasión.
Por eso jugamos, pero
es un juego que agrede y rebaja. Al haber consentido que nuestra integridad,
nuestro derecho a ser autónomos y decidir se vea secuestrado por una realidad
violenta que nos hace trizas internamente, nos quedamos sin interioridad y sin
valores, aceptamos el hecho de que el azar construya una personalidad
descentrada y sin ubicación en su entorno, una persona que no es persona sino
un amasijo revuelto y confuso de fuerzas reactivas de sensaciones deformadas que nos subvierte.
El hecho secreto y hasta inexplicable que este antropoide fabricante de
ilusiones no sea merecedor de vivir con realismo y con equilibrio las pomposas
utopías que confecciona, estados dulcificantes que nos harían unificarnos y
vivir nuevas dimensiones, como el amor, la libertad, tal vez Dios, hace que
sospechemos de que estas proyecciones son producto de corazones llenos de
abismos y precipicios.
A pesar que la promesa
de este mundo tecnificado y repleto de sueños individuales es realizarnos como
persona, llegar a ser un proyecto que se concreta y que progresa moralmente, la
verdad es que todo empieza como una linda aventura, y termina muchas veces como
una muy realista pesadilla. Mientras el hombre sea un viajero que va dejando el
equipaje que lleva en el camino y se va quedando desnudo, no podrá a veces
detenerse con seguridad y fumarse un porrito con holgura, pues este progreso
del que todo nos salimos escasamente es ya una fuerza que el sólo hecho de
dejarla nos sume en la insignificancia, y en la pobreza.
Pero estar ahí en la
cresta de la hola de un progreso ajeno a nuestras percepciones es una empresa
que conduce a la locura, pues tener una vida controlada con funciones y desempeños
relucientes es ser devorado por los desiertos industriales que nos emplean, y
culminar al final, partido y olvidado, repletos de razón y de capacidades pero
inválido de vida. Aletargado por el poder de resolver y administrar problemas
de competencia el ejecutivo en verdad no piensa, y no siente lo que gestiona.
Su ciencia de los rendimientos perfectos y de la formalidad simpática, es
demasiado nihilista, demasiado poco comprometida y poco dotada para reformular
lo que aplica y dirige. Envuelto de un personalismo que descuella diplomacia y
etiqueta el funcionario de nuestro tiempo es alguien que no ama el trabajo
creativo sino que se encarga de disfrazar y taponear los gigantescos agujeros
negros de problemas y bombas de tiempo que el capitalismo provoca.
Diría yo que el
trabajar en nuestro tiempo no moldea nada, no te hace menos niño, sino que te
viste con los modales de un cerdo que va al gimnasio y se viste bien. No hago
solo una crítica de su afamado poder del calculo para negociar y vender
mercancías, sino que este filisteo de oficina es ya de por sí un ingeniero que
hermosea ciudades y domestica el caos que nos acecha, pero es incapaz de no ser
comido por la sensación de soledad y de desperdicio de toda su vitalidad en los
palacios del papeleo por las puras, y por lo tanto, atesora poder porque es
inhábil para vivirlo de modo real y verdadero. Todo el afecto que recibe, y los
reconocimientos que despierta es sólo halagos a su poder y no a él mismo.
Acumula pero no vive.
Pero los estragos de
esta personalidad descentrada que a veces busca en el poder operativo una
manera de huir de la tendencia a la disociación de la vida, como hemos narrado,
son también letales en las hordas de vagabundos y auto-expulsados de la vida.
Aunque esta categoría de hombres o mujeres libres ha decidido desobedecer y
apartarse de toda tarea de ejercer poder y no cumplir el esfuerzo de educarse
en la deseducación, estos anarquistas del capitalismo tardío sin que lo piensen
realmente viven atrapados a los valores y al canon estético de aquel mundo al
que deciden renunciar con su autogestión cultural u orientalista. Son que duda
cabe con su rebeldía y animismo sociocultural los laboratorios trasgresores
donde se da génesis, previamente, a toda la cultura que luego el consumismo y la
maquinaria del espectáculo incorpora y comercia. Alejados de toda
responsabilidad de eliminar el poder con el poder, sólo se desentienden de él
con su arte de gitanos y de viajes transcorporales, estos grupos transhumantes
crean una cultura alternativa al capital más comunitaria, sencilla y de cuidado
de la vida que no da el salto de convertirse en organización política y social,
y porque no un diseño técnico y material.
El problema que observo
en el anarquismo contemporáneo es que el mundo ya lo es. La promoción que hace
el capital de desmantelar todo tipo de resguardo material que le suponga un
contrapoder, es decir triturar la sociedad y toda posibilidad de que surja un
poder colectivo, no elimina sin embargo la enfermedad de sojuzgar y abusar en
las personas de este tiempo. El anarquismo que experimenta la sociedad es un
desorden radical de los cuerpos, instintos y conciencias, que hace del poder
una inteligencia emocional al servicio de prevalecer y consumir, pero no es una
organización natural de la sociedad en donde el poder autogestionario haya
diluido la jerarquía y superado al capital.
Yo si creo que el
destino de un mundo sin poder, y sin los sujetos y cuerpos que produce, es toda
una empresa necesaria y libertaria, pero ahí donde hay poder y ganas cosméticas
de adquirir los productos anarquistas del capitalismo tardío esta noción muy elemental
de desobedecer nos será más que conducta de jóvenes eticistas y desheredados
con dinero, y no un diseño que restablezca los poderes equilibrados y sabios de
la naturaleza. La idea es llegar a un anarquismo sin poder, donde la comunidad
permita la expansión personal y la decencia de vivir con autenticidad, pero
para llegar a eso debe realizar y completar la naturaleza reformadora y
civilizadora de un Estado hoy capturado para quebrarnos e idiotizarnos. Todo
poder neutralizado pasa por embrujar al
sujeto de un bien y de una belleza que no signifique dominación y
aprovechamiento. Y eso es tarea de una dialéctica que vaya al corazón del
mundo…
Pero ya este poder que
disuelve y que se hace piel y fluidos obtiene nuestra lealtad. Al interior de
este paraje atiborrado de bestias y delincuentes, como dije la personalidad es
ya un discurso vacío y de cascarón. Una realidad que ha quebrantado los grandes
relatos y ha hecho de Dios una idea para no ahogarse en la nada, sólo es, como
dije, un encuentro milagroso y accidentado de fuerzas y de convulsiones
desesperadas, donde razón y poder ya no son recursos idóneos para crear vida,
sino identidades similares que no escapan al magma escalofriante de las
pulsiones mas arcaicas.
Como ninguna época esta
es la sociedad donde modernizarse y ser racional no significa reordenarse y
buscar el equilibrio con el medio que nos rodea, sino instrumentalizar y hacer
de todos y todas utensilios para dar de comer a un deseo interno que es rabioso
y glotón. Pero es un recluso que pregona escapar a si mismo en el deseo y en el
éxito, pero en realidad no inunda los infinitos espacios y rincones de lo que
lleva dentro, pues no tiene nada, mas que un deseo ingobernable y anárquico que
prefiere lo privado y lo clandestino, la sospecha y la máscara. La decencia de
ser sincero y directo, le perece poco elegante y útil. Prefiere los submundos y
la risa espasmódica de los estupefacientes pues sus simulaciones y mentiras
esquizoides lo hacen negar aunque sea una poquita esa raquítica interioridad
que no sale y pasea. Este no atreverse a salir de sí mismo, y sólo hacerlo en
actividades ridículas y pasatiempos banales, lo hace acumular aunque quiera
sobreponerse a ello un deseo y energías
dictatoriales que liquidan la razón y la convierten en un lenguaje que en su
formalidad bárbara desea mucho pero puede poco.
Este erotismo que cubre
de nuevos bríos esta sociedad hipócrita
y llena de crueldad no es la marca de una época donde los sentidos por fin
hayan alterado una sociedad enferma de vigilancia
y locura administrativa. Aunque la magia de su atracción sólo es posible en una
realidad que come y traspira caos, en ello radica la esclavitud y la libertad
de esta época, la verdad es que su aparición sobredimensionada no revela
coherencia entre las expectativas que despierta y las posibilidades, sino todo
lo contrario: el hiperrealismo del erotismo, al haber ultrajado el amor, y por
lo tanto el respeto a toda ley se convierte en un poder autónomo que no es
capaz sino de esconder ideológicamente todo el deseo volcánico que este sistema
del vivir sin límites genera.
Los golpes del
lenguaje, de una sociedad de la comunicación generalizada, de la formalidad y
especialización en las relaciones humanas crean en un deseo que no halla
satisfacción, una ira acumulada que es el resultado de que hasta lo más íntimo
y natural es invadido por la lógica de las capacidades. Inocular las relaciones
humanas de una formalización descarada y opresiva, contagia por necesidad de
tener éxito y bienestar en todas las oscuridades del cuerpo, una racionalidad
de la competencia en el goce desbocado. Esta instrumentalización del deseo crea
grandes aristocracias del vivir plenamente la sexualidad, las relaciones de
poder ingresan con más violencia en la vida privada, reforzando el erotismo y
los cánones estéticos de un racismo y discriminación despiadada donde hallar
placer se concentra en elites especializadas, en selvas tecnificadas de lujuria
y de seducción vibrante, que arrebatan a la confirmación sensorial del sexo de un
placer democratizado y librado de relaciones de fuerza.
Esta lenta
tecnificación del sexo lo desestabiliza, y aunque en el hombre y en la mujer en
cuanto al sexo todo es posible, esto revela que el deseo no halla
institucionalización gozificante en la identidad sexual que se construye; este
no tiene formas ni dimensiones y halla los caminos que mejor le parecen cuando
la identidad y el carácter que deberían darle salida no cumplen ciertamente su
función. De cierta manera mantener una identidad que nombre lo que llevamos en
la sangre es ya una ruta condenada a la represión, pues la realidad te empuja a
gozar sin discreción y ese imperativo te lleva a probar de todo, claro si es
que antes no has sido más que un fracaso en conseguir amor.
Por lo regular quien
esta dispuesto a todo no conoce el amor, se queda solo, lo ve muy cursi para su
empoderamiento corporal o busca estos amores plásticos porque aun siendo capaz
de enamorar es incapaz de respetar una relación. Asimismo el quien es capaz de
amar con locura, no ciertamente es muy atractivo o interesante. Ahí donde el
amor escasea o es olvidado por la metafísica de un nuevo poder sensorial que
nos perfora de desequilibrio y a veces de descontento, el erotismo ocupa su
lugar, pero ya es un espíritu despotenciado que despierta el deseo pero lo
vuelve cada vez más instantáneo y empobrecido.
A veces el conocimiento
de este saber sexual que se nos resbala no depende de los usos y modales
refinados que consigamos. Yo diría que la violencia que es hermana del placer,
de hacer lo más distinto y extravagante en el lecho se conculca y se complica
cuando le agregamos adornos estúpidos como la educación y el ego profesional.
El deseo es algo primitivo, experimentarlo significa desembarazarse de la
odiosa carga de la cultura y del lenguaje más cínico, vivirlo implica ser un
forajido, atreverse a todo para embriagarse de los poderes mas arcaicos y eso
implica cierta brutalidad y aromas trasgresores. Los sonidos y las mañas que
nos estremecen no proceden de un técnico en la materia, sino de las almas más
subalternas. Lo grotesco es sexo, y de ahí es sacado por los diversas
concepciones sagradas que le damos y eso lo despotencia y lo educa. Domesticado
el sexo es sólo eternidad en un placer instantáneo, y miserable por lo tanto.
Verlo como algo que debe tener ciertas reglas y ser vivido de modo sublime es
perderse toda la carga que contiene, y entregarlo, esto es, porque estamos
domados y desestabilizados a una experiencia elitizada y gobernada por un
erotismo de juguete.
Tal vez la pregunta ¿no
será que el amor europeo, lo debilito, lo redujo a ser una experiencia estable
y venerable? ¿No será que ahora que se dan cuenta que sus engarrotados modales
no saben amar, han eliminado la sublimidad del enamorar y sentirse enamorado,
porque están profundamente golpeados por una realidad donde se tiene que estar
taimado y vivir en la máscara? No lo se. Pero lo que se es que al haberse
precipitado hacia un amor más económico y público, y por lo tanto menos privado
y juguetón lo que han difuminado por el mundo de los sentidos, son emociones
desgastadas y cohibidas que entregan desesperadamente el cuerpo pero no lo conocen,
no saben sino entregarse desconfiadamente en la seducción, con el engaño y la
ilusión, y por lo tanto han construido una identidad sexual que esta totalmente
fuera de control, racionalizada y que ya no ve en la forma del amor romántico
una buena sacralización de los instintos.
Por eso aunque la
evidencia es de una época que experimenta un sexo desenfrenado, este erotismo
es ya una proyección fantasmal de un ser
profundamente aterrorizado por lo deseos arcaicos y no sublimados de este
tiempo. El imperativo de gozar sin límites anula la carga hipócrita de toda
legalidad moral que quiera asfixiarlo, pero este desembarazarse de toda
prescripción del cuerpo, esta autonomía en la forma esconde una energía
volcánica que ya no respeta nada que ya no halla en el amor, ningún canal
realizador de los sueños y expectativas que la sociedad hipócrita nos
introyecta en la educación. Por eso este vivir sin límites en el eros si bien
ya no representa ningún problema para las capas más jóvenes de la sociedad, si
que se hace algo cuestionable en la medida que los usos y costumbres de una sociedad del control y de
la competencia desalmada lo aprisionan en las formalidades hipócritas de los cánones
estéticos y de los valores de la interioridad.
Crear una psicología
interna que sublima las pasiones más arcaicas es edificar una selva de sistemas
represivos y anárquicos que la convierten en combustible, pero que por el mismo
estrés y sojuzgamiento que atizan en las emociones la hacen estallar, a medida
que esta interioridad tiene que deshacerse de la carga inútil de la conciencia,
de la estructura edípica, del sentido de culpa, sino que quiere verse superado
donde todo es competencia y nos acecha la miseria más estúpida.
En este sentido, una
sociedad que de cierta manera va eliminando la carga sobrenatural del amor, es
ciertamente capaz hasta cierto punto, de vivir una sexualidad feliz y
acrecentable, pero refuerza en las instalaciones de una sociedad del control y
de organismos tecnocráticos relaciones sensoriales de poder que la trastornan y
por lo tanto, la despotencian. Ahí donde el sexo no halla salida hasta cierto
punto convencional se traduce en empobrecimiento de sus connotaciones emancipadoras,
y busca canales mas oscuros y criminales, que cosifican y corrompen a la
persona deseada. Solo esta persona que mantiene en el erotismo un escape a sus
vicisitudes internas es capaz de desvanecer estas relaciones de fuerza, estas
asimetrías en la experiencia del deseo, pero esta ya renuncia por sí mismo a
toda regulación en su vida, o tal vez
trastoca toda racionalidad y los aprendizajes normativos que le rodean en
recursos audaces que potencian la perdición.
Un deseo empobrecido o
que no sale porque la personalidad que le daría realización ha perecido convierte
a la cultura en objeto de estímulo y corrupción. Esa tecnificación o
empoderamiento de la personalidad que se denomina inteligencia emocional es, no
obstante, las sugerencias de los psicólogos la señal de una ausencia en la
vida: la imposibilidad de potenciar y escapar
a la gangrena que nos acecha, porque prevalecer es ya de por sí negarse,
frenarse; sobrevivir es morir comiendo lo necesario para seguir agonizando.
Si toda la sociedad es
el innoble rodeo de no darle de comer al corazón, la promesa de que al
entregarnos nuestra lealtad viviremos los campos elíseos, es un proceso que
esta sentenciado al espantoso final de olvidarnos de nosotros mismos. Todo
aquel que vive tras los ropajes del poder, y se enamora de él le va quedando
poco espacio para disfrutarlo de modo sincero. Así, esta resensorialización de
los espacios que vemos en el erotismo de la
época es la proyección consciente y a veces enceguecida de sensaciones
que no llegan a expresarse, pero no porque el poder sea perfecto y nos haya
administrado o aprisionado sino porque las personas hemos sido divididas y
fragmentadas internamente, ha muerto el sujeto y todo lo que lo moviliza, es
sólo una osamenta que esta fuera del control y que no esta interesada en
restaurar una vida donde sólo devora migajas y que es la consumación de
generaciones que no se atrevieron a vivir sin los vacíos del poder. Esta
sociedad ha vivido su deseo en la oscuridad en lo privado, porque no esta a la
altura de los deseos y expectativas que se propone. Ha permitido en la
consumación de esta civilización construida sobre la abstinencia
institucionalizada no dar salida mas que deformada y delincuencial a un deseo
fragilizado y privatizado, que al ser, como dije, gobernado por la lógica del
poder y de la desigualdad a veces es contenido y expresado como odio o
economías de ira.
La modernidad conservó
la necesidad de su negación de los sentidos, como premisa para domesticar y
socializar a las personas, y conseguir con esto los recursos humanos eficientes
para su crecimiento ilimitado. No sólo la sofisticación autoritaria de las
represiones a que conducía este sistema acumularon mucho deseo insatisfecho,
sino que pronto los grandes referentes sublimatorios como la nación, la
historia, el progreso, el desarrollo no lograron canalizar en felicidad
practica las expectativas que estos programas abstractos despertaban o daban
forma. La absurda legalización del mundo confeccionó sobre la base de esta
represión una personalidad en base a la forma y el contenido que fue anulando
en la hipócrita formalidad de las obligaciones y las instituciones el contenido
que en teoría debería expresarse en cada sistema de vida. La identificación de
la vida con el Estado, que se gobernaba
como cosa y como hecho objetivo hacia a fuera, sin embargo, no pudieron
contener todo el deseo secreto que la luz pública de la severidad y de la
política ocultaban y le daban una forma reverencial a través del amor.
Conforme la historia
del progreso se revelaba como un proyecto de dominación que no permitía la
diferencia, pero sobre todo un programa de reforma del alma que no consiguió
construir un equilibrio entre los instintos y la madurez de la razón, se
experimento una implosión de esta revolución del alma: los sentidos que antes
eran recurso docilizado de los proyectos de crecimiento económico cobraron de
modo imprevisto su propia lógica flexible y democrática, diluyendo en la
búsqueda de darle salida al deseo insatisfecho todo legalidad objetiva que
orientaba la conducta, provocando lentamente la disolución como dije más arriba
de toda maniobrabilidad racional en la persona. Si bien esta fue una implosión
cultural que no hallo forma de organización política y que convirtió a la ley
en el pretexto perfecto para trasgredir y vivir sin sentido de culpa, el
capitalismo reformulado por su terror a que este deseo se desconectara de la
producción lo persiguió hasta los submundos grotescos de las sensaciones
causadas por su propio sistema de consumo cultural, haciendo que el sólo poder,
o la racionalidad del mercado, le diera coherencia hipócrita y diplomática a
una personalidad que se convirtió en un desastre y en abismo.
La forma vacía, la piel
desatada en afán de lucro y de devorar hallo en la ley represiva y
domesticadora, ya no un proyecto educativo de dar vida a un organismo centrado
y sensato, sino que nos devolvió a la inmadurez y a los abismos de los
complejos, de tal forma que hoy la persona es un ser aniquilado por su propia
carga de predominar, acción reactiva que lo desorganiza y lo va fragmentando
por dentro. Las normas insensibles que regulan la vida, ya no son éticas que
produzcan libertad, sino excusas para trasgredir y delinquir en el pellejo de
otros, porque esto es consentido, y porque indomablemente la moral pública es
algo que hay que ultrajar y abusar, porque es delicioso y conveniente. La
independización del deseo en los aromas soberbios del erotismo encuentra a las
osamentas con el ánimo incontenible de ser tragados por esta fuerza arcaica,
pero al mismo tiempo acorralados y decepcionados por una realidad estandarizada
y empobrecida que nos despotencia y nos golpea.
Esa fuerza espiritual
que es el amor, que nos orientó hacia el cuidado de las instituciones nos
volvió hipócritas y nos dividió entre el mundo de adentro cada vez más místico
y romántico sin esperanza de salir, y el mundo de afuera cada vez más temible y
al que no conocíamos y no amábamos; por eso mismo a medida que el mundo
abstracto y técnico nos golpeaba aprendimos a golpear y deshacernos de la
embustera promesa de que el amor nos tenía aparejado un sitio de paz y
bienestar. Cuando el idilio probó no ser más que momentos melifluos condenados
al agarrotamiento y al conflicto, preferimos envolvernos y perdernos en el
cinismo o tal vez en la inconsciencia del deseo, pues el amor probó ser una
experiencia que deseamos fervientemente pero la cual nunca estuvimos
cercanamente preparados para disfrutar. Hoy que el amor es capacidad y elitismo
el sexo es el mas delicioso y desgarrador consuelo para una realidad vaciada de
sinceridad y de respeto por las instituciones que nos rodean.
Lo que describo es quizás
el curso de los acontecimientos de las sociedades avanzadas, pero creo que esta
indumentaria de la desesperación halla también cierta concordancia en las
culturas que recibieron su influencia individualista. La modernidad no halló
sólo su tentación por medio de la movilización del lucro y el poder, sino sobre
todo porque la construcción de la personalidad que creo, proporcionó la
esperanza de ser sujetos íntimos y reconocidos por el amor. Pero esta vana
promesa que aún funciona como
estupefaciente que moviliza las emociones internas sólo puede ser realizada en
base a la autodestrucción y la predominancia de una personalidad interna que se
hace añicos.
En tanto el egoísmo
autocomplaciente siga siendo el mecanismo psicológico que permite la supervivencia
toda estabilidad que el individuo logre no será más que desgarramiento
producidos en su propio ser, incapaz de expresar todo lo que lleva dentro con
sinceridad y transparencia, y por lo tanto, aliado triste de la destrucción de
su subjetividad emocional. Solo la conciencia y el juicio perdido hallan
existencia al interior de nosotros como huellas, como soledad insoportable,
pero por su misma sensación de vacío, y de incomprensión generalizada en un
mundo donde todos son cálculo e instrumentalización arrojados a una falsa
felicidad que sólo es vista como vicio y asesinato.
El desgobierno interno,
la desaparición paulatina de toda interioridad producto de un existencia que no
es capaz honradamente de crear más allá del poder hacen que vivamos por la
vergüenza de no reconocer nuestra pobreza, y el desastre que es el fondo la
intersubjetividad, arrinconados entre discursos y simulaciones, entre lenguaje
repletos de retórica y de diplomacia, ilusiones que nos maquillan y nos desvían
de toda honestidad consigo mismo. A la larga un ser que se contenta con estar
embutido de lenguajes inservibles y lúdicos se neutraliza a si mismo, se vuelve
ahistórico y se entrega ya sea por cinismo o por desesperación a la
tecnificación de caricias simuladas, a las junglas del empoderamiento corporal,
pero sin reconocer ciertamente que aquello que lo empuja a las fauces de este
caos de los sentidos es la profunda decepción de que la vida en la que soñó lo
va desbaratando y olvidando.
Los hombres libres,
aquellos que perciben con radicalidad su propia soledad experimentan con mayor
agresividad esta tendencia a lo efímero y la atomización intersubjetiva que nos
acecha, y a veces trasladan todo este potencial de derruir las metafísicas severas
que nos rodean en itinerarios de revolución y de protesta callejera, pero aún
viven encapsulados en la ignorancia de no saber que su tendencia a dinamitar el
poder y sus microfísicas carece de toda valentía para crear y construir
institucionalidad anárquica en un mundo sin él. El poder que acaba con el poder
necesita aprender en la nada que sigue de forma creativa, sin verse tentado a
regresar a él. Mientras los intentos de hacerlo explotar residan en
subjetividades deshabilitadas para vivir en la celeridad de una cultura que
necesita la negación de sí mismo como madurez, toda revolución no será más una
empresa cercenada de sensorialidad, y por lo tanto caerá en la tentación de la
dictadura y en la desconfianza a toda forma de vida. Los hambrientos solo
pueden ocasionar las rupturas con el poder, sinceramente no pueden
pulverizarlo.
Una sociedad que se
deseduca para no respetar lo que le rodea, solo conserva los cascarones de
modales y convenciones que le permiten negociar y regular un mundo donde la crueldad
lleva la forma de sistemas y grandes organizaciones. Aunque ya la educación no
modela nada adentro, no crea conciencia
donde afinquen valores de respeto y de civilidad, pero si competidores
desalmados que repiten y aplican complicados procedimientos técnicos que logran
resultados y productos, si que constituye un ego inflexible que se ubica en el
carácter mucho antes que ese carácter ame lo que hace. La vocación y la
formación en valores que podría despertar toda educación es un proceso raro y
accidentado, pues depende de que las personas tengan voluntad de cooperación
con los sistemas sociales que le rodean, y ya ciertamente más allá de los
motivos personales, ya esta educación sólo entrena, pero no enseña a amar la
sociedad. Educarse es hoy especializarse y volverse estúpido en cuanto al
resto. La educación no genera visiones ni crea inteligencias más allá de la
predominancia y la cruel competencia, sino que crea administradores,
formalistas y ejecutivos hartos de sus responsabilidades, no porque esta época
abandere la bohemia y el desenfreno solamente, sino porque las personas
soportan estas tareas depresivas para dar de comer a su ego, y a su deseo de
acaparar poder, ahí donde no hay por naturaleza saber para alcanzar amor.
Un mundo sin amor, o que
resuelve dejarlo de lado porque considerarlo es hoy cosa de débiles y soñadores
vive golpeándolo todo, vive en la violencia de los retrógrados y en la
agresividad de los sofismas y construcciones simbólicas. Al no haber canalizado
esta violencia introvertida y arcaica por medio del amor, y eros, el mundo
civilizado tiene que vivir amenazado por su poder explosivo, por su ira
suculenta. A veces esta ira no es solo propia de las culturas rezagadas por
dinero o por educación, sino que es manifestación de una cultura de pordioseros
internos que a todos nos invade. Si la razón ha abandonado todo proyecto de
domesticar y transformar los instintos, lo que queda es un submundo que solo se
expresa hacia a fuera mediante la venganza y las economías de ira, una forma de
guerra simbólica y retórica que responde con malicia una realidad sumergida en
la microfísica de los poderes sugestivos y calculadores.
La consecuencia a la
larga de una conciencia que se polítiza como señale no es sólo que se destruya
a si misma, sino que hace del significado de la vida algo que esta ausente y
que ya no importa. El valor de las cosas que nos rodean no quedaría ya en
alguna utilidad o bienestar que podría reportarnos sino en que se vive, porque
se tiene miedo a morir; sería algo instintivo, amedrentado, y devorado por
ilusiones e ideologías relativas, el miedo y no la ignorancia nos hace
permanecer en la esclavitud y es al final lo que no nos permite vivir con
locura una realidad llena de probabilidades y desequilibrios. Heredar la
pobreza de una osamenta que se ha acostumbrado al vacío aterrorizante del
espacio es quedarse en la vida, es no oír los ecos de su propio corazón, y por
lo tanto, entregado a sustituir los bienes complejos de la vida por pésimas
pasiones y religiones que nos desconocen y nos estupidizan.
Yo creo que esta época
es un tiempo donde se vive amenazado por la gangrena, por el pudrimiento y el
cáncer de toda decadencia. La modernidad o lo que conocimos como el majestuoso
proyecto de colocarnos en el centro de la historia no terminó en el control
social del poder y de lo que su ciencia ha creado en la historia, sino en
ruinas y escombros desolados que viven en nuestro interior. El capitalismo
desembarazado de sus fiscalizadores sociales en base al poder especulativo y al
control cada vez más transformador de su técnica desnaturalizadora ha hecho que
la vida sea líquida e inestable, accidentada y entregada al miedo y a la
violencia.
Lo que es hoy moderno
en medio de esta jungla sin contrato y sin respeto por la vida seguiría siendo
obstinarse en el proyecto de ser individuo y gozar de esta. Aunque se haya
producido la descomposición de todo lo que creemos y de todo espacio y realidad
que nos protegía con anterioridad, este ser social gangrenado debe escapar a la
muerte en vida, a la espectralidad de un mundo gobernado por el lenguaje, con la
infinita creatividad y las fuerzas activas que le recorren. Tal vez las
personas en esto que se denomina la inmanencia, es decir el deseo de no
desparejarse en proyectos trascendentes, y por lo tanto sólo utópicos, este
entregado de manera honrada a construirse una vida modesta y por último real.
Pero en si soy
escéptico en este sentido, pues esta inmanencia hambrienta de la vida que
generaciones enteras retuvieron solo se da en un proyecto que nunca deja de
serlo. La promesa de no enfermar de mediocridad o de locura en un medio que
tiende a la gangrena y a la descomposición no puede depositarse en una idea de
individuo hoy exhausto y rodeado de la totalitaria estupidez. Ser individuo sin
ser persona, sin ingresar razón en la sociedad es aceptar que tarde o temprano
el azar nos enferme del cáncer que promueve. No apuesto por neuróticamente
controlar lo existente, eso es la idiotez más grande, sino en vincular esta
enorme iniciativa a vivir después de todo en el respeto y amor a principios
comunes de comunicación y de compromiso por diseñar comunidades y nuevas formas
de narración y de vida. Se que las personas son amantes de las mentiras y del
secreto de fabricarlas con astuta sordidez, pero si no vinculan sus proyectos
vitales, más allá de la palabras, con los proyectos vitales de otras personas
sus propias vidas tendrán que embutirse de adicciones y de poder para poder
seguir. Se necesita, sobre todo en este
país tan alegórico como es el Perú un cambio de actitud y un enlazamiento
material de todas las formas de vida y sus expectativas en base a un proyecto
colectivo, que domestique a los poderes descarriados y que sobre la base de
esta intersubjetividad pública edifique nuevas estructuras y nuevos sentidos
históricos acordes con los valores y las nuevas practicas de un tiempo que sólo
las desvía, las persigue, y las desperdicia.
Por ello utilizo la
metáfora de la espada, no sólo luchar para aguantar y aguantar, sino pensar lo
que se vive, y vivir lo que se piensa.
Este es un mundo de simulaciones que han alterado nuestra relación con la vida, porque no nos hemos
atrevido a vivir nuestras vidas con autenticidad, saliendo de nosotros mismos.
Ahora lo que se requiere es creer en el poder creador de la espada, para deshacer
las ideologías embusteras que nos empequeñecen y nos neutralizan, y poder vivir
con alegría la naturaleza lúdica y misteriosa de un universo lleno de sorpresas
y de muerte. Si una sociedad juega de modo valiente, y crea una anarquía sin
poder habrá superado una época y habrá llegado a un estadio con otras
vivencias, problemas y nuevos enriquecimientos.
05 de Abril del
2013
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