El sujeto y la máscara.
Hipocresía y cultura en
el mundo contemporáneo.
Ronald Jesús Torres Bringas.
ronsubalterno@gmail.com
Una perdida del origen.
Es irrelevante preguntarse sobre
las consecuencias negativas de la mentira y el cinismo en el mundo actual. Lo
valido es cerciorarse como se originó esta manía espiritual en el mundo moderno, y como de cierto modo imperceptible los grandes sistemas de
conocimiento, y sus aplicaciones prácticas en la realidad social y material, no
son formas categoriales y juiciosas de acercarse a los subsuelos de la verdad.
La premisa de la que se parte es que no hay nada que subyazca en realidad a las
grandes ilusiones, sino que el sentido del que parte la acción social, es ya
por si misma una lectura aproximada, una interpretación sesgada del movimiento
objetivo de la realidad inmediata. Cuando se nombra objetividad se quiere
mencionar algo probado, y que resulta existente para los ojos. La razón en ese
sentido, es un arma para brindarles seguridad a las personas, un gobierno de
control y de orientación, que persigue estructuras más o menos regulares en el
mundo para cobijar la reproducción de la vida social, y permitir la
supervivencia de una civilización signada por el miedo, y las ansías de poder.
La búsqueda de la verdad ha
descansado en el interés perpetuo de vencer el miedo a lo incomprensible, a
aquello que se teme pero se siente atraído. Cuando un mundo sagrado se hace
trizas, o se percibe que en él las orientaciones rituales naturales se
deshacen, la inteligencia sacerdotal busca nuevos fundamentos y crea la ilusión
de que el caos de impresiones y discursos es perverso y muy peligroso para la
conservación de la especie. Hablar de verdad es ya por sí mismo el interés de
dominar y modificar la realidad en base a ciertos presupuestos, es un modo de
negar la transparencia de los sentidos y de los desnudamientos cuando estos son
señalados con envidia. Conocer ha sido un atentado en contra del espíritu,
cuando las reglas de la indagación tuvieron que hacer de lo cercano y lejano
cosas inanimadas sometidas a la auscultación, mutilación y alteraciones
irracionales. El lenguaje, y las formas más sofisticadas de teorización son
preocupaciones obsesivas por someter la plasticidad de las cosas vivientes,
perdiéndose el acceso claro a su naturaleza. Hablar de verdad, y de
conocimiento es ya un acto de sometimiento a lo distinto, a lo que no se
entiende, más que una iluminación a las regularidades que el mundo expresa,
pero que ha profundidades de mayor complejidad no existen. En ese sentido
nombrar por semejanza es un acto de seguridad frente a lo que resulta
misterioso, y la vez una forma de
imposición homogénea que empobrece y que define un mundo que cambia, y que no
se percibe como tal.
De ahí que la develación de lo
oculto, de lo que no se constata este obstruida por un lenguaje inapropiado y
que se comporta como mecanismo cultural de dominación. Las ilusiones y las
mentiras de las que parte la certidumbre de lo real, no son sólo como piensan
los maestros de la ideología artefactos que esconden la dominación de
clase. Son estados de ánimos reactivos,
falta de honestidad por aquello que no se entiende, se aborrece y se desea.
Ocultar una gran verdad parte del sentimiento de no soportar la responsabilidad
de querer mejorar. Donde pesa la obligación de expresarse con vigor y
desenfreno, se provoca una fuerza negativa que hace del orden social, y las
relaciones artificiales de poder formas convencionales de esconder la negativa
a vivir, y el miedo horrendo a que otros lo hagan. Justificar la pobreza de la
vivencia se representa con la moralidad de denunciar lo distinto y de lo que se
atreve a la creación.
Pensar es entonces un acto
arbitrario de identificar las cosas que nos rodean con un proyecto hegemónico
de poder, con una conciencia y un estado de ánimo aterrorizado. Pensar es un
poder de conocer que somete la pluralidad de lo real de modo superficial y
heterónomo, y que no le importa respetar las emociones que emana de aquello a
lo que no se escucha, y no se entiende. Ahí donde hay más poder de modelación
sobre la realidad, hay mayor impotencia y anarquía. Conocer y guiarse con ese
conocimiento es un acto de ceguera, una desviación y alejamiento del corazón de
las cosas vivientes a las que no se escucha sus gritos de desesperación. Cuanto
más se conoce más se prevalece pero menos se ama lo que se rodea. La razón
sostenida sobre evidencias que se repiten y que evaden el desgobierno, es como
una linterna queriendo alumbrar el cielo de la noche negra, y persistir con
obstinación en esa miseria. Desde que se abandonó erróneamente lo sagrado, el
poder del saber conceptual ha descansado sobre el reordenamiento neurótico de
una realidad que no posee ninguna lógica, y de la cual no se deriva ninguna
regulación técnica, sólo dominio y mayor anarquía y enfermedad.
La oralidad y los
conceptos.
Pensar y actuar sobre la realidad
eran parte de una misma sensación, y actividad sobre el medio circundante. No
había ese principio determinante de causalidad en el examen de las cosas
vivientes que rodeaban el mundo del hombre. Antes que buscar regularidades
provenientes de un pensamiento identificante, se actuaba por corazonadas, por
vinculación instintiva con el medio, y la tierra a la que se pedía consejo. Las
culturas y pueblos accedían al saber por medio de las recreación permanente y
religiosa de sus mitos originarios y de consagración afectiva sobre la
naturaleza y sus misterios amigables. No pensaban lo que hacían, sino que cada
acción práctica era una contingencia creativa integrada al paso cíclico y
eterno de las cosas. Y la resolución de un problema o la acción ejercida sobre
el medio era una extensión intuitiva de los flujos y energías que el cuerpo
concebía en relación a la naturaleza. Antes que explicar se ejercía una especie
de intuición musical de las cosas vivientes que rodeaban a las poblaciones, y
toda la supervivencia de las culturas dependía de que tanto escucharan y se
conectaban emocionalmente con el medio al que no se entendía en términos de
espacio y tiempo.
Ahí donde hay afirmación de la
vida, donde hay contacto emocional y festivo con la tierra el pensamiento que
actúa sobre la realidad es un campo de redes interminables y sensoriales de
información inconsciente, donde el sujeto se sumerge, y en su defecto hace de
los grandes peligros de la vida un tema susceptible de contingencia a la que se
resta importancia. Cantarle a las cosas y desarrollar por acumulación de
conexiones vitales una memoria interminable de los orígenes sagrados y de los
saberes ancestrales de los pueblos, conduce a un saber que se comporta como
música, y es más que sensaciones empíricas, sino un holismo de imágenes
infinitas que se transmite de modo oral. Ahí donde no hay nada que subyazca, no
hay necesidad de no actuar con sinceridad y alegría. Un estado de ánimo en el
que se ve el espíritu en la piel y en el rostro sólo puede producir un saber
como acto de recreación orgánica, como un registro inconsciente de felicidad y
de que las personas son genuinas y ven con todos los sentidos de modo integral.
La descomposición de estas
sensibilidades religiosas fue interpretada como un acto de confusión cósmica,
como un derrumbe peligroso de las redes emocionales y los universos afectivos
que las culturas habían construido. El colapso de este espíritu terreno al que
se llamo mana, y en el que las impresiones fácticas de la realidad posterior
como espacio, y tiempo no caben, no fue precisamente un colapso. Sentimientos
inferiores que habían quedado rezagados en estas emanaciones exteriores de
energía percibieron que el caos abrumador que se intensificaba no era armónico,
sino una amenaza para la supervivencia de lo sagrado. Ahí donde la mutación del
mana se volvía poder creativo, la repetición de la memoria oral se interrumpe,
y se cae en la necesidad de corregir a la sagrada tradición del origen. Esa
interferencia se ejecutó como un reordenamiento político del espíritu. Lo
estético como experiencia divina se sintió como inicio de la muerte, para los
inhibidos, para los débiles.
Ahí donde había necesidad de
poseer y sentir amor, los que sintieron la finitud del alma, abandonaron el
saber de los sentidos, y abrazaron torpemente la seguridad de los conceptos, y
del poder del verbo. El poder de la verdad, y su forma fáctica de conjurar
aquello que no se poseía y se deseaba, a lo que se temía y a lo que se
aborrecía, fue llamado filosofía, ciencia, política, la ciencia de los que
interpretaron la lucha festiva y ritual de los cuerpos como un acto de
injusticia y de violencia pura. La búsqueda y administración del amor hacía las
cosas se convirtió en negocio de
especialistas y magistrados. Amor fue identificado con mesura y equilibrio. El
poder es un acto de impotencia inmanente que nos alejó de lo sagrado. La envidia
hacia la vida que no se tiene, se convirtió en contrato, y en normas comunes.
Ahí solo podía residir la decadencia del todo, y la muerte de la trascendencia
a través de la piel que se atrevía a todo.
La gripe del cuerpo natural se
convirtió en un acto de desarraigo colectivo, un cáncer interminable. La salida
accidentada de los sentidos, de la inocencia inmortal depositó la seguridad de
la vida en el conjuramento represivo del lenguaje. Las imágenes que se
presentaban como dimensiones envolventes de una piel que recibía sin detenerse
las impresiones amigables de las cosas vivientes a su alrededor se trocaron por
un acto de control obsesivo en metódica, disciplina y registro organizado de
datos de la realidad. El concepto hizo de las imágenes, destellos visibles
probados y lógicos de una existencia que pensaba su exterior. Eso incremento el
control e influencia sobre los cuerpos, pero detuvo el diálogo con dimensiones
plurales y sagradas de la vida en las que el hombre es una especie de
unificador natural. El poder no es un acto de seducción, sino coacción por
intermedio del dinero, el terror, y la adicción. Nombrar se volvió un acto
violento de usurpación y de asemejamiento político de los seres vivientes a su
nueva clasificación funcional de cosas e insumos materiales. Conocer y hablar
se volvió una disciplina de irrespetuosidad ante los seres vivientes, vistos
como materia y recursos para una humanidad que se restregó en su poder, como su
impotencia ante la falta de sentimientos. Representar lo que se sentía en medio
de palabras fue una primera forma de negarse a si mismo, y volverse ciego en la
objetividad ante las dimensiones y planos de conciencia múltiples que se
desvanecieron por puro orgullo, como por puro miedo y terror a la vida intensa.
Pero el lenguaje fue una manera
de conjurar la realidad, de brindarse seguridad ante una atmósfera desolada y
amenazante. Pero a la vez los sonidos fueron formas aún plásticas y creativas
de jugar con una naturaleza aún rebelde y jugosa. En la medida que las culturas
eran redes de energía envolventes y locuaces, cada representación de la
realidad, que se dividía y empezaba a verse como espacio de relaciones
infinitas eran ya entidades vivientes que morirían en los escritos y registros
de cronistas, pero aún eran símbolos vivientes que transmitían alientos y
sabiduría. Hablar era un acto de juego, de carga emocional, y de unificación de
criterios que aún expresaba un mundo festivo, y a la vez que entraba
paulatinamente en el ruido, y en el silencio espantoso de la soberbia estatal.
El campo de relaciones en que se
integraba la vida, se fue dispersando. No sólo la ceguera ante lo que se
aniquilaba como innecesario para regular
el caos escondió aspectos fundamentales de la vida ritual, sino que la
emergencia compulsiva de formas de nombrar las cosas por miedo a perderlas hizo
que la realidad se partiera en sistemas, sectores, y partes. Ante la mejor
forma de organizar las cosas vivientes que se evadían del poder, la memoria
musical en que recaían las formas infinitas de sentir y de ver la realidad se
agotó en el olvido de lo sólo
instrumental para la supervivencia. El poder de gobernar el mundo basto, lo
convirtió en ámbito enfermizo de dominio y de saqueo, ante el terror de que la
naturaleza desalojada regresará a recobrar su posesión estética sobre las cosas
vejadas. Arruinar la vida fue una manera de sojuzgarla y de construir un nuevo
espacio de protección donde guarecer la identidad ante la enfermedad que se
volvió absurdamente en moral y orden político. Cada nuevo surgimiento de
plasticidad creativa, de emoción excepcional ha sido sitiado como insumo para
la producción, para la arquitectura de una sociedad artificial donde la muerte
de la vida es ladrillos para inmunizar a los arrogantes y temerosos de su
esquizofrenia ante el mundo del que fueron expulsados.
El lenguaje fue un modo de
apoderarse del mundo vital al que no se conocía, sino al que se obligaba a
modelarse sin escuchar su riqueza. Hablar conecta, pero también separa,
almacena el talento y las creaciones que se pierden. Si hay miedo,
desconfianza, y urgencia por prevalecer en una realidad que se violenta, la
memoria se interioriza, y es requerible inmortalizar el saber de los pueblos y
sus secretos vitales. Ya no se habla a secas, o se confía en la oralidad que se
distorsiona en las personas por tener que defenderse de un espacio normado y
repleto de guerra. Ante las mentiras que se vuelven dominio, acontece la
necesidad de gestionar la sociedad con los secretos de la antigüedad que se
olvidan. Escribir acerca de ese mundo perdido, hace del libro una fuente de
inmortalidad, de búsqueda de permanencia ante el miedo a morir, y ante la
inminencia del accidente inesperado del que se huye. Escribir es un acto de
rebeldía, de iluminación en las malezas de los susurros y de las alteraciones
de los hechos. Cuando la vida pierde su memoria, los pensadores reclaman la
representación lingüística del centro extraviado como un modo de recrearlo y
volver a la armonía cultural anterior en tiempos de los Estados tiranos.
El libro es una carta que conserva la fuerza
de una vida legendaria, y a la vez las
historias de emociones que nadie se atreve a vivir. Guiarse con el libro es un
acto de educación formal, de escapar con grandeza de un mundo infestado de
patrañas y tragedia. Pero a la vez es un rincón para el miedo, para el elitismo
de los héroes rendidos. Soñar que lo escrito volverá vivir, o que se contribuye al crecimiento de
la inteligencia con lo escrito es ya un comentario excesivo. Nadie es peligroso
con leer o escribir, pues lo que se inmortaliza es ya un medio de rechazo a si
mismo, de envidia de lo que si vive. Eternizar lo vivido es un modo de acabar
con el, una tecnología de recursos para modificar lo que se resiste al terror.
Todo lo que conocemos como técnica y disciplina de civilidad y de domesticación
de lo irracional es una institucionalidad para hacer de las letras un negocio
que engaña y detiene a los que se atreverían a pensar y vociferar. Ante las
urgencias de las multitudes y las divisiones en las que cae la economía de
sobrevivir, hallar una verdad traslúcida es un momento extraño de soledad y de grandeza.
Lo que se descubre es un sistema de ideas que permite la reproducción del
poder, y también su culminación, pero difícilmente la vuelta al mito. Lo
escrito es creer que se ve lo que no se puede ver, un acto de secularidad y de
miseria científica ante el poder de crear que se vuelve literatura o poesía de
jovenzuelos atemorizados. Si la pluma no invita a la palabra que se vuelva
piel, lenguaje corporal, entonces el libro es sólo ficción y arte de dominio y
de ruina.
Por ello la academia es un medio de
consejeros y visires que no han viajado ni vivido más allá del turismo de los
libros. Su lenguaje es el sentido de corazonadas infantiles, de conceptos muy
superficiales. Registrar lo nuevo con los ojos de la objetividad es hallar lo
que se necesita para la producción. Datos acumulados a través del tiempo son
formas hidalgas de conservar lo excepcional, pero a la vez advertencias ocultas
para que nadie se atreva a volver unir a
las personas. Los consensos frente a los que los investigadores rinden sus descubrimientos,
son formas de contener el nacimiento de nuevas sensibilidades hechas ideología,
y a la vez espacios para vigilar lo nuevo. Cuando alguien piensa el mundo que
rodea con la materia escrita de lo actual, sin sentir eso que esta afuera,
entonces cae en repetir lo dicho, de nombrar lo nuevo con las categorías de lo
viejo, de simular lo que no se intuye. Cuando se requiere que la vida
reflorezca la idea de los especialistas puede ser una forma de estigmatizarla
para que no alcance la forma de organización o de proclama. Hoy dolientemente
eso que es el magma de lo nuevo, no tiene forma escrita de cambio de
realización social, sólo es celebrada como ornamentos para repintar la
hipocresía del poder. Pero lo escrito no trasciende hoy, su verdad aún contiene
la amenaza de que los dioses retornen, por eso el habla sincera y feraz es
devorada por la imagen, la publicidad y
la selva de la electrónica. El ojo hoy esta esclavizado, y sólo se enfoca en
flash electrizantes, no tiene tiempo para escapar a su soberbia miseria, pues
aligera el dolor con la desinformación, y la ingesta de banalidades.
Ciencia y cultura.
La verdad sagrada no reporta
seguridad. Lo escrito que sugería bienestar y seguridad para los gobernados no
acapara un mundo, que se hace por el contrario, complejo, oculto, y que se
desorganiza hacia la natural anarquía. Ahí donde los sistemas de protección
social, los usos y costumbres de la vida social se deshacen, la sociedad se
reordena en sectores sociales, con influencias y roles específico. El poder
atraviesa a la sociedad, y es el laboratorio y mercado para el uso experimental
de lo que la inteligencia hace con el saber heredado de la antigüedad. Ahí
donde se pierde toda habilidad para entender la magia, y las transferencias de
energía, se hace necesario analizar y desmontar los secretos de la naturaleza
para extraer los recursos para la manutención de la sociedad y así poder conservarla del accidente. Cuanto
menos se entiende lo que pasa con la vida y lo que se deja atrás tanto más se
define a la vida, y a la materia viviente como meros fenómenos de investigación
y de análisis. La lógica del dividir permite separar los elementos del medio
ambiente, y mezclar sus propiedades de acuerdo a ciertas necesidades y
criterios hegemónicos de poder. Pero es esta tarea no compatible con el regreso
a la viviente olvidado hace que las miradas, y las acumulaciones de invenciones
e intervenciones sobre esta realidad la desmiembren aún más. El método observa
lo exterior, e ingresa al ente, no como ser, sino como entramado al que
desconstruir sin saber ensamblarlo. Toda apertura es una perdida de lo mágico y
energético que lo uno y lo hace vivo.
La ciencia queda impregnada por
el hecho de que los saberes deben obedecer a un fin instrumental y de
reproducción del poder. Cuando el interés es sólo funcional, lo que se dice, y
como se interviene en la realidad impone una lectura superficial del fenómeno
viviente al que se accede, y porque no una estrategia de sólo sobrepujamiento de
la realidad. Actuar sobre el cascarón de los objetos, es verlos como muertos y
simples, es decir se descarta capturar las realidad más compleja de la vida porque
no es relevante. El pensar profundo sobre las cosas, y sus relaciones se
deposita en la causalidad de lo inmediato, y se confía en que lo útil para
proteger los sistemas sociales es hallar regularidades confiables. Todo lo que
no se ajusta a la lógica del método, es superstición debe ser desechado. La sociedad y sus
certidumbres se levantan sobre las ruinas de un mundo al que se ignora, pero
que es fuerte. El conocimiento basado en el poder ofende a ese mundo natural al
que no se escucha, y construye ciudades y culturas masivas sobre el
acallamiento de sensibilidades a las que saquea y devora como fuente inagotable
de recursos. La comodidad y la huida del dolor del trabajo se alcanza sobre
modelar la naturaleza, desorganizarla, y volverla mero medio de seguridad para
el hombre atemorizado.
Ese alejamiento del ser de la
conciencia natural, hace que descanse su seguridad en una ceguera, en una falta
de identidad originaria que crece como una locura mítica. Busca la integración
de la sociedad, pero vive de desintegrarla, de desordenar todo lo que toca. La
pertenencia a un medio expropiado y cercado ante el temor del horror vacui,
acaba en destruir todo lazo con la tierra, en la mecanización exterior de la
vida urbana, y curiosamente en la
metástasis de la cultura, de la que la gente se siente avergonzado. El sentido
común se levanta sobre la negación del origen, de nuestros sentidos atrofiados.
El instinto de sobrevivir en un medio arrancado a lo sagrado, hace que la
experiencia viva en el engaño de ocultar su desastre interno. La violencia es
desalojada de un mundo policiaco, pero las inconformidades y las discordias se
alojan en la idea de una psicología interior de la que la mayoría se siente
orgulloso, como desperdiciado. La herencia genética de los saberes sociales,
son sólo convenciones generales que permiten la convivencia, pasan como
verdades a las siguientes generaciones. Una sociedad que dice cada vez menos y
no vive lo que crece en la piel, extravía la riqueza social para los siguientes
períodos, y se apoya con soberbia en películas muy tenues. El poder reprime para unir y mantener
articulado, pero la vivencia se hace menos real, más solitaria, más miserable,
pero a la vez más egocéntrica. La
complejidad de lo que no se manifiesta y tiende al olvido hace que la ciencia
se escape al control social, y se particularice peligrosamente, en la búsqueda
de los secretos no nombrados. Investigar se vuelve una receta para recopilar y
armar, sin sentir esas cosas con las que se topa la inteligencia. Se mezcla y
se separa con arbitrariedad, generando más desorden e incapacidad del método
para contrarrestar a la naturaleza que se vuelve viral y rebelde.
El modo como se ha buscado la
salud del hombre cartesiano ha quebrado toda armonía de lo que nos rodea. La
simplicidad de la sociedad ha vivido de descubrir leyes simples, que permitían
un cierto orden. A medida que el medio es alterado por la ambición de la
industria, y por el crecimiento de las ciudades toda se vuelve desierto, pero a
la vez se pierde toda conciencia de lo que puede pasar. Cada solución a un
sismo, o una epidemia causa mayor daño del que se quiere resolver. Las
limitaciones de la técnica hallan su triunfo en esconder en las grandes
metrópolis mecanizadas por el poder de la ciencia, la atribulada identidad de
un espíritu que se vuelca en la violencia y en el desarraigo adictivo. El
cinismo y la cobardía de no responsabilizarse por la enfermedad de la cultura,
hace que se pierda todo control sobre la ciencia, la que es empresa de un poder
arrinconado por el terror de que lo genial acontezca. La técnica y la
producción viven de erosionar la sociedad a toda costa para volver las
enfermedades y compulsiones en sistema de consumo. La degradación es un negocio
y a la vez un medio de evitar que la naturaleza sacerdotal retorne. Todo
talento es encapsulado y previo aviso incorporado. De esta forma vive de la
pobreza de los ojos, y hace de su ignominia un estatus profesional. Cada vez es
más cierto que los problemas de degeneración celular que ha ocasionado el
tiempo de los débiles, sólo se resuelven escondiendo el veneno y enamorando con
una técnica que hace del desarraigo y el sedentarismo un máximo placer de
felicidad engañosa.
El olvido de sí mismo, o su
remembranza en pequeños espacios privados donde se administra con desconfianza
el afecto hace que la fuerza vital de una época se pierda en la privacidad de
desahogos efímeros. Amar se ha vuelto una técnica, una capacidad de gobernar y
de capturar, y con ello los lazos vitales dependen de lo que es el cálculo y la
responsabilidad de la mesura. Lo que se ama no se controla se pierde. Lo que
insiste en volver al amor, y a la pasión ámbito de dominio basa su captura en
el dinero, en la coacción y en el terror. Los cuerpos son objetos deseados,
pero no comprendidos. Se los ama como productos de supermercado, pero no se
echa raíces, pues el miedo a descubrirse como mediocre y vació de poesía hace
que el deseo descanse sobre el odio, y la violencia de un instante. Al
esfumarse el amor, o no pregonarse, las personas se separan en el orgullo. Su
erotismo actual, y las adicciones en que cae el ser humano para olvidar su
falta de completamiento cósmico son formas menos gratificantes de amarse sin
límites más allá del alardeo de un mundo frívolo.
El debilitamiento de los cuerpos
ante la falta de afecto, y de una intensidad sexual natural, hace que el placer
no institucionalizado, en estables relaciones sociales de afectividad y de
nuevas familias, se transmita a la violencia y al control oscuro de los
cuerpos, que empiezan a hallar en el maltrato una forma de existir. Lo que no
se comprende, y se desea termina en fuente de manipulación. Ahí donde las
personas han maduramente entendido que las personas no aman para siempre, sino
en base a criterios racionales de confianza y de seguridad, el afecto se
entrega cada vez menos. Se evacua por una vida descontrolada y adicta a lo
nuevo, como forma de olvidar de que se quiere ser genuino. Ver a los cuerpos
como objetos de placer, hace que no se entienda que somos, y que son los
hombres y las mujeres. Se dice lo que se quiere escuchar, como un hechizo, pero
no importa lo que se conquista. Cuando las personas han interiorizado que lo
más melifluo e irónico depende de mentir, sin tener intención de quedarse, las
personas ponen muchas exigencias, y los sexos se separan, entran en guerra. Hoy
el medio técnico de consumo y la ciencia de la psiquiatría viven de esta
separación que se ha dicho evolutiva. La promesa es juntarse, luego de
inmunizarse frente a un medio despersonalizado, confiando en que el prestigio y
el poder de la educación resuelvan por uno los mejores partidos.
El amor es un producto que se
entrega a los que se esfuerzan, pero no sus corazones intactos. La atracción no
se basa en la educación, ni en la sabiduría, es algo que debe estar libre de
todo juicio. Lo estable no puede controlar y enseñar a seducir y ser seducido,
es un arte que depende de que la piel cobre autonomía. Lo salvaje, y como se
presenta en comportamientos es lo más estético. La pureza reclama la sordidez y
que todo sea subvertido, devorado. Lo que menos es domesticado atrae la locura,
pues concentra una brutalidad natural que cautiva. El orden de los roles de
género sueña, con el caos originario. Educarse ha sido una forma de echar
prejuicios y miedos sobre nuestros cuerpos. La seducción no posee formas ni
lenguajes en su esencia real, es sólo magia del que se atreve, del alquimista
que halla los ingredientes secretos. El destino es no pensar lo que se ama,
sino fusionarse. Esto no se puede tecnificar, pero resulta un arte, que es la
proyección de un cuerpo que piensa más que con los ojos. El poder más noble y
más peligroso es saber amar en todas las regiones. Amor y erotismo no deben
estar separados, ello comunica miedo, y hace pensar que las personas se
aprovechan de que las amemos. Amor es poseer, sólo así se puede llagar al
siguiente nivel que es contagiar la pasión social, y romper con lo privado. Lo
que se posee con ferocidad no se violenta se invita a la perdición consentida,
solo así el cuerpo comunica su liberación hacia el querer. El cuerpo es cuerpo
sólo cuando retoza, ahí es sagrado, y se vive con todas las dimensiones de la
vida. Quien se avergüenza de su cuerpo, recurre a la calumnia, y al poder, a la
moral hipócrita, y por tanto no es escucha la magia de los mitos. La mayor
espiritualidad del que se busca con autenticidad, del que no vive en le cálculo
y en la máscara de lo social alcanza un deseo ingobernable. Lo más deseable es
aquello que emana amor, no lo que sugiere astucia, eso es miseria.
La ciencia con su técnica de
dominio ha arrancado a los hombres del gobierno sagrado del mundo. Por ello
inconscientemente se hurgan como esclavos que no se comprenden pero se desean.
Eso sólo puede hablar de un placer despotenciado en que las formas
extrovertidas de darse, son formas de venganza ante el amor que no llega. Las
nuevas formas de identidad sexual que proliferan viven de negar que exista el
amor, y toda su confianza reside en la anarquía empobrecida de la industria del
sexo. Programados en su ausencia de cariño y de afecto, el poder puede hacer de
la técnica de dominio un oficio liberado de toda rendición de cuentas.
Degradado en la perdida de sentido y equilibrio social, puede asegurarse que de
la división violenta de la humanidad aflore un laboratorio gratuito sobre la
naturaleza reproductiva del hombre y de la mujer. El ingrediente secreto que
permite un control mágico de lo existente reposa en que lo excepcional sea
descubierto, ante tanta banalidad
orgullosa. Lo que imprime aire a lo reensamblado puede garantizar la evolución
de los poderosos, a un siguiente plano de conciencia creativa. De la genialidad
de los que se sienten inconformes nace toda sofisticación de la técnica de
dominio, y nuevas vetas de investigación real. La ciencia quiere intuir, y
pensar más que con conceptos, quiere hacer del saber pleno técnica mejorada y
productiva. Pero lo distinto no obedece a procesos y métodos de control, sólo
quiere incrementarse, y anegarse. Lo que es libre debe ser estigmatizado,
persuadido de su locura, pero lo que concentra lo vivo se las arregla para
hacerse voz, o piel. El mayo riesgo para un mundo sitiado es que lo libre haga
de la seducción salvaje e espiritual una forma de remoción de las emociones
bloqueadas.
Lo genial busca conectar las almas,
impregnarlas de un aire, y fragancias que rompan las jerarquías, y los feudos
aristocráticos. La verdadera meta de la
ciencia debe ser unirnos, así como proclama indirectamente el arte sedimentado
en galerías y bienales. Lo que podría redefinir nuestra actitud hacia las cosas
vivientes y las personas se mantiene encerrado, o administrado como arte o
ciencia de poder. Pensar científicamente es preocuparse de la reproducción de
una sociedad que se ha distanciado de su reinserción en el cosmos. Los caminos
de nuestra ciencia es apoderarse de las formas de racionalidad mítica que no
importaban; de ese modo neutralizan su probable sublevación, y de ese modo
nutren a sus desiertos industriales de nueva savia para la producción
inclemente.
La ciencia no investiga lo nuevo,
lo que conduce al progreso, sino que
mantiene lejos del bienestar social los secretos a lo que ha accedido en los
últimos tiempos. El estancamiento que vive el mundo de hoy, hace de la falta de
comunicación y de cercanía, terreno para las tecnologías que nos desvían de
hallarnos en el cosmos. Lo virtual es ser tragado por el olvido del cuerpo. Con
esta programación la ciencia, y el sujeto moderno se aseguran de desnaturalizar
lo que nos rodea, y sostener al capital que en esencia vive hoy del saqueo, y
del filisteísmo financiero. La matematización de la ciencia, y el financiamiento
interesado de investigaciones, campos del saber y sistemas educativos precisos,
por empresas multinacionales, son expresiones de que se busca el origen de las
cosas para volverlo fuente de energía. No escuchar nuevamente a la naturaleza
sería no poder evadir el nihilismo en que ha ingresado, y reforzar el
extrañamiento en que se vive actualmente. Un método único, y por lo tanto un
sistema de gobierno único que es la democracia, acaban en el colonialismo
científico y tecnológico, y no en la reapropiación de lo llegado. La vida que
se rebele no sólo es una explosión cultural que inunda la realidad, debe
osificarse en técnica y orden social. Pero estas no serían las palabras, pues
las nuevas emociones liberadas cambiarían lo nombrado. La ciencia ya no busca
la observación desinteresada, o el determinismo, ahora comprende y trata de
saber que es lo que permanece vivo y nos une. Pero aún le falta la sazón, y eso
sólo es algo entre la tierra, y los seres que nacen en sus fronteras. Lo nuevo
no puede ser fabricado, sólo puede ser reprimido, y luego copiado.
La ciencia y el poder que la
financia, han desviado la inteligencia y el amor por los secretos del universo
de las grandes intenciones. No sólo se han levantado sistemas ortodoxos, y
medios académicos para contener en cada tiempo colapsado el germen de lo nuevo,
sino que el control de estas ideas mediocres y ruines han permitido el
desperdicio de grandes amores y romances de la juventud con la tierra y todas
sus riquezas. El amor por la vida, ha hecho que la injusticia haya sido
desafiada con recetas y pathos ideológicos que han destruido toda sustancia de
lo vital, y la promesa de cada generación, arrinconándola en el odio, y en los
sentimientos de desobediencia y anarquía. La fuerza de la vida ante la ceguera
del poder al que rebaten, ha caído presa de una gran decepción, desidia y de
interpretaciones sesgadas del mundo que a lo único a lo que han conducido es a
más represión y delincuencia. Las formas necesarias de las que parte todo
sistemas de degradación y de consumo humano, han requerido la rebeldía no
pensante y no sintiente para generar ofertas y consuelos adictivos. La fuerza
de la domesticación sobre la libertad humana ha partido no del control
conspirativo del poder, sino sobre todo de los fantasmas deshonestos e
irresponsables en que se solaza el rebelde para negar el sistema. La falta de
honradez para hacerse una vida de modo autentico ha generado el resentimiento
como teoría del cambio social, cuando no se sabe en que usar la fuerza que nos
secuestra como singularidad. El no abrirse hacia más cosas que pensar, ha hecho
que el conformismo, se vuelque en retórica bohemia, y con ello en un negocio de
mata-talentos. Las disciplinas y los campos académicos de los que parten estas
utopías de falso progreso han sido y son formas de encubrir la real naturaleza
del poder sobre las relaciones humanas, y porque no sistemas de envidia y de
ira para que lo nuevo no nazca y el rostro mítico de lo genial no acontezca. Lo
peligroso no puede provenir de estas interpretaciones y medios académicos, eso
es absurdo. Confundir información con genio es tanto como hablar maravillas del
mundo observando una postal o leer una revista de consultorio. Lo alternativo
proviene de lo excepcional, y de como este sale de las sombras y del hedor más
inconcebible. La liberación provendrá del exterior.
El despegue de la ciencia hacia
los límites ignorados del poder, ha generado en las disciplinas asociadas a ese
propósito campos del saber del desperdicio, y sistemas de productividad inservibles
que permiten el desfogue de las expectativas de progreso social. Estos sistemas
de conocimiento, y la información que usan han reportado el principio de
realidad actual basado en la economía de servicios y en el trabajo desregulado.
Su objetivo es la creación de vidas desperdiciadas, y el ocultamiento de una
lógica secreta de poder y ciencia de alta tecnología que se ha liberado de todo
control de la sociedad. Su espacio
impensado de exploración y de experimentación son las áreas de menos regulación
de la vida social, que han escapado a los rigores de la programación política,
y que son los rincones de recreación que la vida haya para prevalecer en medio
de la guerra objetiva. Esos campos ya no se detienen en el examen de la vida
inorgánica, sino que son temas de investigación que corresponden a las
preocupaciones de la física cuántica, las energías biológicas y las
plasticidades esotéricas de la psicología humana. SE busca controlar lo que se
resiste a la vigilancia, y volcarlo de modo bélico para conservar lo heterónomo
que nos rodea. La programación de la vida ya no descansa en la coacción, sino
en la manipulación indirecta y ruinosa de la vida social en la que se basa la
emergencia de sentidos y nuevas energías creativas originarias de lo que escapa
del dolor social. Los descubrimientos y aplicaciones de estos campos de la
nueva ciencia garantizan un control más sutil de la vida que sucede con
libertad, alterando los fundamentos del medio ambiente, a un nivel tan
superlativo e imperceptible que las desestabilizaciones que se provocan son el
riesgo latente del que parte la locura de alta tecnología escondida de los
poderes actuales. La descomposición esquizoide de la realidad abre paso a
nuevas dimensiones olvidadas por la razón política. Es un acordarse de la magia
y de lo viviente para contagiarlo de la espuria técnica y volverlo negocio para
desarraigados vitales, y a la vez aprovechar la insurgencia de que lo nuevo no
se vaya por otra alternativa. El poder productivo parte del desequilibrio que
incide para retornar a un nuevo equilibrio.
La máscara y la cultura.
La gran decadencia en la que ha
sido devorada la vida ha buscado volcar todo lo interno que se ha escondido y
olvidado en osificaciones productivas para aparentar por fuera una seguridad y
una sofisticación que no se posee. El olvido del ser, del que habla Heidegger,
en pos de hacer de la savia de la vida una concretización tecnocrática de
certidumbre y protección ante lo
misterioso que sigue vivo ha hecho del milagro de la creación el combustible de
un sistema de relaciones artificiales que no cesa en su hambre de expropiar y
aglotonarse. El terror ante la sensación de que el accidente y el acoso de las
enfermedades se escabullan favorece la multiplicación de los sistemas de
control, así como la reacción natural de que la actividad vital de las personas
se inhiba de expresarse y expandirse. El miedo que es la base del poder, así
como el origen de que la conciencia se arranque a lo que siente, hace que el desastre en que queda silenciada
la cultura que nace y se forma, quede petrificada en inventos y en sistemas de
producción estandarizado que devuelven en vez de realización de lo sentido
falsos nutrientes y quietud adictiva. La urgencia de que lo que late en la
piel, y que no sale se puede liberar de la represión con que se define la
identidad hace de la madurez en un encubrimiento de estrategias y de artefactos
personalizados donde la salud y el juicio es un acto de incansable reafirmación
como ilusión auto-motivada.
La persecución de los sueños sólo
por vehemencia y con las armas de un mundo esclavizado por la creencia en lo
fáctico que oferta control, hace que la magia se reproduzca como una simiente
condenada al uso estandarizado. En lo producido el hombre aterrorizado halla el
sueño de que lo único y excepcional permanezca como forma eterna de felicidad,
como supermercado de piedras filosofales. La obsesiva marca de la separación y
la mezcla indiscriminada en que cae el mundo producido, ofende al mundo sagrado
en que respira lo empobrecido y sintiente a la vez. La soledad de una
singularidad que no concibe su propia expansión más allá de un mundo
condicionado y de seguridades publicitadas
no permite a la persona que se busca conocerse con honestidad. Aquietado
por un espacio sentenciado a la rutina y al hambre global de estupidez, ignora
la fuerza de su milagro acontecido. Debilitado entre impulsos y emociones que
no cuajan, como remedios venenosos ante
los que rinde sus humores dolientes las personas huyen de su propia
autenticidad poética. Su universo vive dormido y desconectado de los otros.
Cosificados, idos de sí mismos, y sordos a los que se lleva como trayectoria de
huellas y recuerdos las personas son sólo mundos extraños a los que se desea sentir
y vibrar, pero a los que se tiene miedo de verse en un espejo. Lo mágico vive
ahí en cada potencia que camina y respira, pero el conformismo ante lo que no
se ve, y el miedo de que lo que más añoran los golpee cuando los confronte con
su gloria soñada, los engarrota en el hábito de tragar miseria y autodestrucción.
A cada época acumulada de no haberse completado se le agrega la emergencia de
milagros atrofiados donde la responsabilidad de desenlazar lo que se ha
enterrado vivo late como una herencia sangrante que no oye más que patrañas
organizadas.
En los orígenes la unidad de las
cosas era sentida como un universo en que las dimensiones, y los elementos
inundaban algo único y a la vez infinito. No había la sensación de algo lejano, y
condenado a la muerte. La materia era algo viviente e integrado a impresiones
que se conectaban y se desvanecían en un universo sagrado y musical, todo cabía
en un punto pulverizado y a la vez se sentía la intensidad de un paisaje
interminable y que nos sorprendía con muestras de creatividad y de invenciones
inquietantes. Nuestra singularidad era un milagro acaecido en un océano sagrado
de múltiples formas y dimensiones que se entrelazaban y que envolvían a la vida
y a los instintos en una mansa corriente de energía. El mana que animaba el
todo nos expandía, y nos acogía en la humildad de que los tesoros del mundo se
hallaban presentados sin misterio, y conectados como niños traviesos en junglas
sonrientes. Éramos el mismo río sintiente del devenir, y por tanto no teníamos
conciencia de las formas y del modo de nombrarlas. Sentir era algo que nos
atrapaba en el todo, pues éramos algo que sentía el todo, y lo que se creaba se
sumergía en la inmensidad de una interminable y repetitiva armonía indescifrable. El sueño y la realidad,
el espacio y el tiempo, las palabras y las cosas, eran sólo flujos, y agregados
de huellas y de impresiones que nadaban en la complejidad de una inexplicable
inocencia. Sentir el todo era amarlo, ser tierra y magia a la vez. Lo singular,
y el hecho de que se respiraba y andaba, perseguían acontecer en la
universalidad de emociones que se conectaban y que amaban estar en todas partes
y desaparecer de todas partes. Crear y desear eran la misma cosa, ya todo
estaba ahí y nada se escondía. En esa eterna ignorancia del todo se era por el
contrario vivo.
Advertencia: Nombrar y hacer que
imaginen este origen mítico es ya una falta de respeto y un atentado. Haber
olvidado y sólo tener melancolía de nuestra grandeza perdida, a través de
palabras es ya un hurgamiento patético y estúpido. Desfigurar las cosas, es
sólo un resultado de invocar lo que se ha extraviado a modo de imágenes
visuales, y teorías insensibles; hay que ver y probar para que se le declare
vivo, y existente, ¡es un buen chiste! Lo que no se comprende y se le teme ha
generado que las grandes verdades hayan provenido de exageraciones, conceptos
vacíos, chismes, y calumnias para matar lo que no se permite vivir y no se
puede sentir. Nombrar algo que surge es destruirlo, desconocerlo, controlarlo y
volverlo insumo de un mundo producido, donde apropiarse y tecnificarse es la
obsesión por escapar al naufragio, a la soledad de no escuchar nada, y que se
habita entre escombros. Nombrar algo y no renovarlo es la adicción del homo sapiens de volver piedra
y fierro todo lo que le rodea para protegerse e ignorar que se esta enfermo de
conocimiento. Al final la nada es la amiga de los que no miran de frente, y no
aman.
Perder esta inocencia original ha
generado todo lo que se ha considerado, ¡qué gracioso¡ un avance cualitativo.
Aunque este es un tema que amerita otra historia (tema de otro ensayo), quiero
sólo decir que la orfandad en que se halla el mundo moderno es un resultado de
un enfermizo desarraigo del hombre (perdonen el insulto) con la tierra y
consigo mismo. No escuchar, ni conectarse con las cosas vivientes que le
rodean, y creer que en ello se basa su poder es desperdiciarse, enloquecerse.
Buscar la sanación en una jungla de significados y representaciones
publicitarias, es sólo prepararse para sobrevivir, cansarse y llenarse de
hastío ante la vida que no vivimos. La
inteligencia de los exiliados es escapar al dolor con la que protesta su
esencia menospreciada, en la comodidad autista de las ciudades, de sus
ilusiones depresivas y de tecnificaciones espectaculares. Alejándose de los
secretos del universo por no tener el valor de escuchar nuestros propios
corazones, el hombre se restriega en la soberbia de los desiertos industriales.
Sin saber que esta indiferencia ante nuestras potencialidades nos empobrece y a
la larga nos hace olvidar que el cáncer del mundo moderno, proviene del miedo a
desnudarse y sincerarse en todos los rincones.
Esa obstinación y engreimiento al
no reconocer que la falta de amor a las cosas y a la vida, es lo que ha
fortalecido la religión de las mentiras, favorece la cosificación de las
personas. Negarse a buscarse y a mejorar, lleva a la irrelevancia del otro como
fin de sí mismo. El que no se enfrenta, y no es honesto consigo mismo, miente
para aplastar el avance de su insignificancia y de su terror crónico. Halla en
la mentira y en la simulación, en la celada y en la diplomacia una forma de
saciar sus apetitos sin tener que responsabilizarse por sus sueños y
obligaciones frente al mundo inmediato que le rodea. La suplantación y el hablar a medias, llevan a
la desconfianza y al placer de abusar del otro. Quien no es lo que dice, quien
se atemoriza ante el hecho de ser conocido o desnudado al final se vuelve
despreciable e incapaz de oír su misión en la vida, se vuelve la mentira y el
maquillaje que ha montado de si mismo. Toda la habilidad de la supervivencia y
de pasar desapercibido frente a la sociedad conduce a la enfermedad de
convertir todo en ámbito de dominio y de un antagonismo criminal.
No expresarse es lo mismo que odiarse a sí mismo,
pues quien no se proyecta en el mundo en el que vive se atrofia, y queda preso
de las mentiras que ha fabricado para no sufrir y sin embargo, controlar lo que más ama, sin que logre despertar jamás
ese amor que tanto busca. No sólo el poder y sus elites odian al mundo al que
desean, sino que su dominio parte del miedo de que los subordinados descubran
sus potencias sensibles dormidas. Su control se nutre de la obsesión de que las
personas se preocupen más de la seguridad ante el terror que nos acecha, que de
redescubrirse en contacto con los otros y las cosas vivientes que le rodean.
Ingresar miedo a la vida acrecienta el deseo sobre aquello que requiere
espontaneidad para conseguirlo. Hace que las personas se vuelvan más
hambrientas, y por tanto más necesitadas de espiar y cosificar al otro para
apropiarse de las adicciones que no sacian su apetito. Su obsesión por escapar
al dolor hace que prevalezcan modos
alternativos al amor al que se teme, modos que acrecientan el olvido de sí
mismo, así como un inevitable desprecio ante aquello que es más vital, y por
tanto hacia sí mismo como persona incapaz de crear amor real.
El avance de la nada sobre las
cosas es no sólo el error o intransigencia de sólo nombrarlas sin querer en
realidad conocerlas, es en esencia la sordera o ceguera ante el hecho de que la
vida completamente cosificada y perseguida huye de nuestros propios corazones,
porque no queremos inevitablemente conocernos más allá de una chata razón que
nos imprime odio ante nosotros mismos como ante la vida inmediata que nos
atemoriza, pero a la que deseamos con insaciable afán conspirativo. El
accidente de que amemos nos enfrenta contra el doble desafío de no sólo superar
las limitaciones que nos derruyen por conservar al ángel que lo sagrado puso
para nosotros en este infierno, sino sobre todo ante el descubrimiento de que
cuando amamos a alguien más allá de nuestro torpe envoltura de egoísmos nos
topamos sin desearlo con la tarea de amar al todo que nos rodea, de incrementar
nuestra vida y con ella contagiar a todo el universo de esclavos de una nueva
fe intramundana. Concientizarnos no es parte de una historia objetiva donde el
mundo halla coherencia en la medida que desoculta las nefastas relaciones de poder
que nos desperdician, sino un acto de intencionalidad agregada donde cada quien
se busca en relación al otro por un acto sagrado de crecimiento espiritual y de aprendizaje de lo que la vida nos
obsequio para realizar. En la máscara, en lo privado los homo sapiens viven
desgarrados en la soberbia de un mundo producido, donde se cree hallar sosiego,
y a la vez en un alma esquizoide donde los sueños quedan mutilados en miles de
adicciones y apropiaciones, donde la
cabeza ya no reconoce lo que desea y sufre de su propia falta de honestidad.
Los sueños olvidados quiebran la razón y nos alejan de escuchar las potencias
dormidas que nos constituyen.
La historia de la mascara es la
historia de una gran abstinencia. El poder ha basado su fuerza en hacer de la enfermedad
y sus epidemias afanes vibrantes. Los suplicios que proceden de una gran
sordera y terquedad han asfixiado a las personas entre jardines de
compresas y relajantes. La ignorancia de
lo que cada época hace surgir, así como la negligencia de lo que cada época no
enfrenta y no desoculta refuerza el dolor originario del que se pretende
escapar. La indiferencia ante el dolor, la tolerancia ante el accidente del que
se acoraza desvía a las personas anhelantes de bienestar a los parajes del
funcionamiento y del conformismo alucinatorio. El olvido de lo que se es lleva
a la desorientación de cómo llegar a ser lo que se puede ser. Desconectarse de
lo que está vivo es arrancarse de lo que requiere para existir, es volverlo
atesoramientos y propiedades para una apetito insaciable de confortes y
estupefacientes. La fuerza sobre la enfermedad es negar lo que nos acecha,
aislarse, alejarse de lo que nos daña. La salud es saquear y rodearse de
pertenencias incalculables para sentirse que
se existe. Se es lo que se posee, lo que nos avitualla de apariencias y
poderes para maquillar nuestra originaria impotencia. Es un modo de olvidar las
heridas y cicatrices La madurez de lo
vivo reside en alejarse de lo auténtico de lo que grita como sueño sagrado y
nuestra amistad.
La propiedad material, lo que se
cosifica, es la forma de inmunizarse ante el acoso de lo insalubre, es
descansar plenamente de jornadas llenas de simulaciones, oficios agotadores e
insignificantes para poder prevalecer como material viviente, como pieza de
trabajo. Estar exhausto o estresado es la prueba de que la supervivencia en la
maquinaria consiste en alejarse de lo
que nos constituye como fuerza vital. Mantener vivo el cuerpo como herramienta
de trabajo es atentar en contra de los sentimientos y sueños personales. Dejar
de soñar es envejecer y protegerse en un medio doméstico donde lo vivo se
limpia y se prepara para nuevas jornadas de lucha y de hipocresía. Uno es los
objetos que le rodean, los medios inmunizadores donde se resguarda, las esferas
higiénicas donde se esconde de los vientos huracanados de infección y de
descomposición en que se ha convertido la sociedad resultado de una abstinencia
y terquedad originaria. El desequilibrio de las personas en los medios sociales
es un ser consumido en los medios de producción en los que se gana el pan, en
los que se enriquece o empobrece. Dormir e incluso reprimir los sueños donde se
descansa de un cuerpo instrumentalizado es volver al mito originario de donde
nunca se escapa, pero al que se menosprecia como visiones de un sistema
nervioso que sólo desfoga e imagina. Los
vestuarios y los medios protectores de los que vive lo que no quiere vivir con
originalidad, es el laberinto de máscaras y de camuflajes materiales de los que
hace dinero el mundo económico. El mundo civilizado lleno de tecnificaciones en
curso y de espacios repletos de limpieza y espectacularidad es la cumbre de
configuraciones y esqueletos donde el alma colectiva es deshecha en
innumerables soledades y disfraces audaces. El dolor en un mundo de espacios
desencantados y racionalizados sólo es combatido a base de una gran distracción
o de un empoderamiento oscuro que parasita y vive en paralelo al mundo
saludable de convenciones que todos hablamos.
La mentira como la máscara de la
actualidad vive de una atmósfera donde las personas se hallan separadas e
irreconocibles, donde el poder para no estar sólo y alimentarse de lo esencial
parte de una gran desconfianza como de la necesidad compulsiva de vivir en
creencias idílicas de desinformación y estupidez auto-consentida. Ser lo que se
pone uno para seguir respirando es o hallarse en las circunstancias peligrosas
de nadar en los submundos oscuros y aberrantes desde donde se maneja realmente
el poder, un mundo donde el nombre no existe para controlarlo todo, o por
conformismo blando residir en relaciones idílicas y despreocupadas donde la
frivolidad como el cuerpo buscan el estar en forma para consumir o ser
consumido con la astucia más cosmética.
Ambas máscaras agitan un poder que requiere el escondite y las
trincheras ya naturalizadas como forma de ser o conducta, y su génesis es
propia de la decisión como del cinismo para desconocer con rabia y educación la
misión natural y sagrada de saber amar lo que nos rodea. En estas culturas que
se traslapan el cuerpo y su acceso complaciente es el destino como negocio y
como supuesto opio que nos da salud y reconocimiento. La privacidad como
premisa para existir es la clave para adquirir la seducción que no se tiene.
Hoy una sociedad que no escucha y que se excita con lo que apropia, es un
habitual comensal de estos mundos de la posesión corporal donde la decencia al
ultranza es la única base de personalidad que se puede tener para no
avergonzarse de insignificancia progresiva.
Desde que lo moderno y la
soberbia de los socráticos persuadieron al mundo de que la naturaleza y los
sentidos son peligrosos para la supervivencia de lo humano las sociedades han
fabricado camuflajes para obtener poder como para conseguir salud. Una primera
ilusión de ello lo conocimos como la idea de un misterio religioso único, que
fundó el monoteísmo de los desiertos. Esta tendencia se modelo de forma secular
con la filosofía y el magma de la verdad oculta. Estos son lo amaneceres de la
ideología. La sociedad esta repleta de nociones vulgares y de mentiras
convencionalizadas que no dejan paso a la objetividad pura. La ciencia y la
sospecha de que el sentido común esta impuesto por los poderosos que nos
engañan para prevalecer parte de esta premisa: todo tiene estructura y hay que
descubrirla para reordenar el mundo vacío de orden y de salud. La modernidad y
su cruzada en contra de la superstición y la inmadurez han bebido de esta
urgencia por desmantelar los escondites donde se protege las grandes verdades
esenciales, para ganar equilibrio y saber caminar.
Pero hoy se ha decantado en una
transformación sacrílega. Hasta los años de la gran planificación y de las
guerras mundiales el poder buscaba programar de modo sistémico las conductas y
comportamientos que requería para reproducir
la vida productiva como principio. No había nobleza sino la seguridad de
que la heteronomía basaba su eficacia en que la íntegra tecnificación de todo
lo vivo daba mayor margen de ganancia y de productividad. Una época abstraída
por la búsqueda del orden a ultranza, por modernizar lo vivo heredaba el
proyecto remoto de anular esa originaria responsabilidad de que lo sagrado
busque su restitución. El sistema ha sido esa idea de sitiar lo vivo y de
impedir el retorno de los sentidos y de la naturaleza. Y lo ha logrado con el
proyecto nefasto de hacer de la vida que nace y de la conciencia un medio
ambiente de degradaciones y de destrucciones psíquicas. Alterar los medios de
vida, los medios físicos que nos rodean, desconectar a las personas y re-afianzar
el cinismo histórico de los ciudadanos que golpean como mecanismo de defensa y
de intransigencia ha provocado un caos destructivo e infeccioso. En la
fragmentación de lo orgánico y de los ecosistemas naturales y culturales del
mundo el poder busca inmunizar sus palacios y cuarteles rodeados de escombros y
de ruinas cada vez más ignoradas. Hoy no hay ideología, no hay nada que
esconder, pues esto presumiría que se puede verlo, desenmascararlo, y hacerlo
ciencia. Nada de eso. La urgencia de existir a través de la apropiación
continua ha hecho que las singularidades desconectadas, sin que se las pueda
integrar en un orden sistémico, devoren y sean las máscaras y los antibióticos
que la cultura de masas y la sociedad
del espectáculo han producido para aliviar ese olvido originario cada vez más
depresivo e insano.
Como dije en pasajes anteriores
la división es la base de toda infelicidad y de todo proyecto de dominación.
Aunque esta es otra historia el no saber amar a las personas y vivir en la
desconfianza ante lo que te da bienestar ha sido birlado mediante estrategias
históricas de hacerse de los amores esenciales sin saberlos amar, apropiarse de
ellos, sin querer y sin saber como hacer que te quieran y sean tus aliados
incondicionales. El no saber amar, y por defecto no encontrar amor ha generado
las dos culturas de máscaras que mencionaba líneas atrás. Una por supuesto proviene
de la violencia oscura y de la coacción como forma segura de conseguir poder, y
por supuesto las delicias del mundo. Y la otra máscara proviene de esa habitual
sutilidad, influencia indirecta y manipulaciones culturales que no buscan sino
el lujo y la estética como ámbito de bienestar y de veneración. Como señalo la
espontaneidad y la generosidad natural siguen cosechando laureles en las mentes
y cuerpos, pero se han vuelto deficitarias para esa búsqueda de seguridad y de
control que define al hombre de hoy. Se ha naturalizado como moral y como forma
de acción que cosificar con elegancia y mentir es la salud y la felicidad. Esta
idea psicosomática es ya el rasgo secreto de cada persona de que se enfrenta el
sufrimiento y la miseria de las cosas de modo cínico y cruel, de que nos
defendemos de la contaminación cultural ejerciendo violencia sobre los otros y
hallamos en ello placer y respeto.
La máscara política y lo masculino.
Hablar de los hombres y lo
masculino es parte de otro trabajo. Aquí sólo voy a comentar de manera
aleatoria lo que es necesario para pensar la máscara de la violencia, que por
naturaleza procede de los hombres. En el Perú hemos conocido como la influencia
del cristianismo y de sus enfermedades en el fondo de nuestra cultura, academia
y organización política nos han hecho vivenciar un machismo y una construcción
cultural de la masculinidad profundamente autoritarios y con secuelas violentas
en todo el tejido socio-cultural de nuestra sociedad. Como en todas las
culturas de hegemonía greco-judaica la cultura dominante sobre la que se
organiza y progresa la sociedad se ha sostenido sobre la acción y psicología de
los hombres. Aquí ha calado el espíritu desde antaño de que la historia de la
sociedad obedece a saber administrar y dirigir con dureza la hacienda o espacio
familiar que se hereda. Somos una aldea que se transmite de generación en
generación y se pide de los hombres que la heredan fiscalizarla con una
esencial rectitud, como con un rentismo palaciego.
Nuestro poder y sus extensiones
proceden de una genealogía que ha hecho de los hombres actores indiferentes
ante las culturas que dependen de su hacienda, y por ello, duros represores cuando aquello que les
pertenece y no comprenden busca liberarse de su hermetismo como crueldad. Esa
hosquedad como confianza en que lo que se posee es el camino seguro a saber ser
macho lo han vuelto sordo a los cambios que han sufrido las culturas en el
proceso de una modernización que lo ha desmantelado todo. El rentismo
improductivo y la ilegitimidad de un poder político que sólo ha explotado y
olvidado la amistad con la naturaleza, han debilitado la eficacia de la
coacción y de la amenaza como forma de control. Su sordera histórica ante lo
vivo y ante aquello que más ama los han refugiado en la violencia del poder de
todo tipo y en la apropiación delictiva. Al mismo tiempo la incomprensión ante
lo que los ama, lo han construido como incapaz de ser modelos de vida para las
subculturas de niños y niñas que llegan, así como ha los ha vuelto indiferente
a todo alegre romanticismo y preocupación por los intereses de la mujer. La
masculino es cosificar y garantizar que la fuerza se reproduzca sea como sea.
Hablar y saber comprender es lo mismo que ser afeminado o cursi.
Aunque la historia para regresar
al origen ha sido el proyecto noble como rentable hecho por lo hombres, hoy el
dominio en que se mueven es la marca de su esencial enfermedad de soledad, como
la hacienda secreta desde donde niegan el ablandamiento de la cultura y ese
humanismo recalcitrante que llena a la sociedad de modales hipócritas. La
violencia de lo masculino es parte de su infravaloración como ese rechazo
visceral a ser más productivo y romántico. La ausencia de amor los refugia en
el poder de todo tipo, y cuanto más sólo e inestable más comprometido con
formas de poder corruptas y terroríficas que son las premisas para saciar ese
insaciable hambre de aquello que no comprenden, que se rebela, que es huidizo,
a lo que a veces odian pero que desean
con un incontenible deseo trasgresor. En
todas las culturas y niveles sociales ese deseo insaciable es traducido en
formas criminales de poder que convierten lo más vivo, bueno y bello en
posesión suculenta, en algo que corromper. El ascenso cultural de las mujeres,
como esa conspiración para separar a los sexos mediante el miedo a todos los
hombres como fuente segura de agresividad y de falta de libertad han violentado
la sociedad y la cosificación de aquello que más se desea. La miseria ha sido
combatida en “la jungla de cemento” como cantaba el finado Héctor lavoe
principalmente no con búsqueda de educación y éxito económico, sino con la
huida hacia la trasgresión y el saqueo mafioso. Deseducar a las personas o
privarlas de un sistema educativo que entienda nuestras culturas con propiedad
ha provocado una regresión hacia la violencia y la ira en lo masculino. La
mejor forma de destruir nuestra esencial magia mítica ha sido divorciarnos de
la historia de la nación, así como empobrecer a los hombres con la obscenidad
publicitaria y con la estigmatización de su cultura como retrógrada y fuente de
violencia. Ablandar a los hombres y estresarlos los corrompe, violenta, y los
vuelve secuaces seguros de un sub-mundo de poderes donde la violencia y el
crimen es una forma de vida original. El objetivo: que el Perú como otras
culturas no quieran su tierra y no tengan valor.
Dejar sin amor a los hombres los
vuelve lo que son ahora. Su excesiva confianza en que el poder político, la
coacción, y el dinero rápido y mal habido son el camino a que te quieran ha
facilitado el avance de la violencia en las calles, el tráfico de drogas, el
servilismo político y profesional en todos los niveles de poder estatal y
privado, y la lujuria infartante que alimenta la pornografía y la trata de
blancas. La máscara de la violencia ha levantado en la opinión pública que las
instituciones públicas, las organizaciones privadas y sociales son las
depositarias soberanas del poder social. Se
bebe de un esencial cinismo como ingenuidad. No sólo la pobreza material
sino el escepticismo ante una vida que no ofrece certidumbres afectivas ha
hecho que la criminalidad se vuelva una actividad que florece sin escrúpulos. Hace
de todo lo inocente y deseable negocio rentable, de todo lo vil y nauseabundo
empresa lucrativa. La reproducción de este poder requiere invadir de forma
secreta todos los niveles organizativos y culturales de la sociedad para no
desaparecer y para acrecentar el goce oscuro y enfermizo. Ahí donde el contrato
social republicano y la hipocresía de las personas matan el talento y la bondad,
el hombre acechado por el racismo, y la fobia a lo que carece de dinero y de
modales, acrecienta su ingreso en las esferas de un poder corrupto que vive de
la violencia y de la política destructiva. Conseguir fortuna y amor depende de
saber nadar en el peligro de una vida accidentada y violenta que es en esencia
el verdadero poder oscuro, como el requisito para mantener la degradación y
decadencia de la cultura de la que se nutre la psicología de consumo. Medicarse
en esta cultura es ser valiente para proteger a los seres queridos y que no se
enteren nunca de los riesgos y aberraciones que acechan a las capas más
inocentes y frágiles de la sociedad. Esto último es quizás inmunizar como el
rasgo cultural que hace posible el despliegue de la otra máscara de las
relaciones sociales.
En fin, esta forma de
encubrimiento ha sido clásica y es de la que dependido la conformación de las
sociedades estatales. Ahí donde no hay guerra y sólo antagonismo político esta
máscara se transfigura no en las relaciones culturales hegemónicas sino ya esta sedimentada como hechos objetivos y
culturas materiales en las formaciones organizativas y funcionales en los que
se divide la sociedad. Las culturas y sus medios pedagógicos de transmisión de
saberes sociales convierten estas máscaras, etiquetas y publicidades de formalidad en formulas
operativas desexualizadas que aseguran la vida genérica de hombres y mujeres.
La técnica organizativa y sus incrustaciones arquitectónicas en las ciudades
son objetividades de usos y costumbres que son netamente masculinas.
Neutralizar su poder pasa por cambiar estas configuraciones organizativas, y no
sólo cambiar las disposiciones o actitudes culturales que se sirven de ellas.
Emociones nuevas y que sienten al mundo de forma distinta como las mujeres
requieren lentamente que sus sensibilidades se objetualicen en otra cultura
material y técnica propia de su género expresado. Hasta ahora este programa
femenino es sólo de una epistemia centrada en relaciones cotidianas de vida y
personales. Y diré luego porqué no se avanza hacia el movimiento objetivo de la
sociedad, y a su reconexión en un nuevo poder estatal y unificado con los
hombres.
Aunque no es este el lugar para
hacer de médico de la cultura sólo podría observar que en nuestro país el
remedio a este mal que nos separa y que es el factor central que esta haciendo
crecer al narcotráfico y a toda forma de poder ilegal que corroe la sociedad,
es reencontrar al hombre con su destino originario, con su pastoreo de esta
tierra sagrada como protector y como guerrero ante las amenazas que nos
desarraigan y fracturan como nación. Esto es esencialmente enamorarlo
nuevamente de las cosas vivientes, y emocionarlo con una nueva fe cívica. Esa
decisión no es fácil y no sólo depende de los hombres, sino que los trasciende
como cultura y como cuerpo. Ser hombre en el Perú es trabajar duro, saber
emocionarse, y guerrear si el destino de una sociedad lo amerita. Ese secreto
es tema de otro ensayo.
La máscara y la simulación en lo femenino.
Si hablo de mujeres es porque el
derecho y el deber de relacionarme con ellas permite a todo hombre la
obligación de conocerlas y quererlas. Se sabe de ellas a través del desarrollo
genérico de un hombre en la medida que se habla con ellas y se logra sacarlas de
su habitual privacidad cosmetizada, es decir, que se enamoren de uno. En las
relaciones formales los hombres y las mujeres están conectados por legislaciones
y procedimientos que no permiten acercamientos profundos y mayores relaciones
afectivas. En las formas en que se hallen los hombres y las mujeres están
desconectados por los roles y los estereotipos que producen los resultados y
calificaciones que produce la trayectoria de una persona. La razón de que los
hombres y las mujeres busquen la mejoría de sus condiciones de vida es escapar
a las privaciones propias de la pobreza, pero sustancialmente conseguir la
aprobación y el afecto del otro sexo mediante su empuje para progresar y
enfrentar la vida. Aunque en las relaciones sociales el poder materializado y
los prestigios conseguidos favorecen cierto acercamiento y la salud emocional
de que te quieran y respeten, lo cierto es que las formas que se adquieran y en
las que se viva no son determinantes para profundizar una relación
afectiva. El romance requiere lugares y
manejo de relaciones sociales pero esencialmente enamorar y querer es una
acción y una fuerza que nos hace iguales a todas las personas, y que se
consigue por una educación personalizada de contactos y compartir momentos de
alegría y dificultades. Trabajar nos hace fuertes y duros, pero amar y saber
seducir nos hace emocionarnos y conseguir la felicidad. El medio es sólo una
condición, la seducción un arte de conexión y de lenguaje corporal que no se
aprende en ningún lado, sólo en la práctica asertiva y constante.
Por eso hablar sobre las flores
requieres saber regarlas. Ir más allá de las palabras y las circunstancias. Es
conocerlas en aquello que no son disfraces y que es inconsciente. Saber como
acceder a su afecto y su entrega febril es un acto de seducción animal y
segura. Cualquier hombre esta capacitado para hacerlo sólo es cuestión de
hallar su propio ritmo. Es una cuestión de aires y energías, y por supuesto un
acto de compromiso con sus intereses y con un proyecto de vida si el propósito
es quererlas y compartir un tramo de la vida con ellas. La seducción es un acto de juegos y de
creaciones constantes. La sociedad no posee jurisdicción sobre ella. Cuando se
ama y se erotiza la vida cambia porque
el acceso a lo sagrado y a los orígenes, no depende de palabras y de
representaciones, sino de estar con ella a pesar de cualquier obstáculo.
Respetarlas y amarlas es al mismo tiempo desnudarse con ellas y no
cosificarlas, cambiar las cosas y los aires que las envuelven, es crear todo el
tiempo algo nuevo y excitante, reír, luchar, conversar, halagarlas e invitarlas
a que todo sea directo y sin bochornos. La sociedad y sus sistemas se suprimen
cuando se ama. Cuando se enamora nos
damos cuenta que el poder no es dominio sino creación de vida y de perfumes,
humores y locuras. Haber naufragado en los islotes de lo privado y cosificar a
las mujeres ha sido una insolencia al
único remedio que mitiga estos infiernos de simulaciones: el amor al todo a
través de ellas.
Aunque el origen de la conducta
femenina en la actualidad lleva a contar una historia secreta de como se
origino el poder y el miedo, aquí sólo diré que la causa a varios niveles de la
falta de plasticidad masculina en el mundo de hoy, obedece a que ambos sexos
han decidido separarse el uno del otro por varios prejuicios. Desarrollar esta
idea requiere un estudio de los orígenes de la vergüenza y del funesto divorcio
entre el amor y el erotismo. Sólo presupondré que la fuerza de los débiles se
basa en separar a los sexos, y que toda la civilización que se ha montado para
hacernos felices parte de esta incrementada desvinculación. Haber elegido que
el acceso a lo deseado y que no se quiere amar se hace mediante el poder, ha
sido un asunto de avergonzados y reprimidos, y esto es una responsabilidad
tanto de mujeres como hombres, no hay diferencia. En algún lugar de la historia
se empezó a propagar que el cuerpo es una carga, un objeto que no permite el
acceso a lo espiritual, a la gracia divina. La mentira y su desarrollo evolutivo ha
partido de esta vergüenza y de que amar es que se aprovechen de tu cuerpo.
Avergonzarse de tu cuerpo o hacer del sexo una experiencia necesaria pero
sucia, ha introducido que el amor como el sexo es violencia y un acto desigual
de goce y de afecto. Incrementar este prejuicio ha sido el centro de poder de
las grandes religiones conservadoras, como de los amantes del contractualismo y
de la razón de Estado. Modelar a las mujeres bajo esta idea ha asegurado su
administración como rebaño aparente de deleite, y a la vez ha generado una zona
oscura de la historia donde la manipulación del alma, y el encubrimiento de la
magia de lo femenino, ha conformado el miedo como el odio de las mujeres.
La historia de la abstinencia es
también la historia de que lo decente esconde la indecencia. El autoritarismo
de los sacerdotes y de los soldados ha perseguido controlar con violencia y
diplomacia este deseo incontrolable e inexplicable. Para ello han impuesto
representaciones y adoctrinamientos que intentan reducir la magia inconsciente
del deseo femenino, estigmatizándolo y haciéndolas olvidar su energía
primordial, haciéndolas sentir que el hombre las caza y las devora. Hechizar e
influenciar al lado de la violencia a la que se teme es un acto de mujeres. Ha
sido su respuesta para sobrevivir y satisfacerse. Aunque también han incorporado como forma de
ser las convenciones que el poder vende para
visualizarlas en el lenguaje de la sociedad, es la simulación histórica
de que viven en mundo común con los hombres lo que ha garantizado el desarrollo
de su astucia para luchar por el amor. Y lo que también, las ha desfigurado en
la cosificación de su ser a medida que el erotismo de las grandes pasiones ha
muerto en el drama de la moralización y sólo quedaba la simulación y las tretas
para saciar su apetito de intimidad. Su esencia es lo privado y la máscara en
las grandes relaciones. Su desconfianza ante el poder de los hombres que las
han martirizado, y sólo protegido las ha vuelto indiferentes ante las tareas de
recuperar lo sagrado y el mito originario.
Su marca es renunciar al amor que buscan a
medida que el hombre se corrompe compartiendo dicha corrupción como objeto de
deseo de los hombres, y ocultando dicha verdad con la desaprobación y la
decencia. Dicha actitud de inexpresión y privacidad a ultranza las divorcia del
movimiento objetivo de la sociedad en la que sobreviven y reproducen con
lealtad ciega. La lucha por un lugar en ella, por una cultura de la equidad, se reduce al logro de respeto y estatus
mediante el empoderamiento económico y el continuo antagonismo con lo
masculino. Su fuerza como su tragedia es la instrumentalización psicológica de
lo que desea, ignorando que su máximo poder de cautividad no está en la cultura
y sus ficciones, ni en las capas periféricas de las relaciones sociales a las
que Alfred Schütz llamo “realidad inminente”. Negarse a enfrentar las relaciones más oscuras de poder por el miedo
a la violencia originaria es desconocer lo que despierta la ira del hombre y su
manipulación a través de la coerción. Construir su personalidad sobre el olvido
permanente de esta oscuridad es caer en la mentira, y padecer de ella, es
buscar la seguridad de lo que las protege y las venera en la riqueza y en las
demostraciones de poder como condición de un idilio lleno de rosas y
simulaciones que las fascina.
Reforzar la condena que pesa
sobre su etiqueta de sólo objeto sexual es parte de un proyecto que interpreta
mal al amor y al erotismo, es la idea equivocada de que los sexos se aprovechan
y se abusa el uno del otro. Sentirse fascinadas y diosas parte de que se
las desee, de que se despierte el interés por sus cuerpos. Señalar que su
cuerpo es una cosa, una flor a la que hay que mantener inmarcesible de los
abusos de los hombres es lo mismo que perder sensualidad y amargarse. Hoy como
ayer el poder al que recurren es parte de la incapacidad de despertar ese
deseo, no hay iluminación en ello y su programa. Olvidar su sexualidad o
privarse de amar con locura es enmascararse y desquitarse de los hombres, y contradictoriamente
adorar cada ilusión y espectáculo que ellos fabrican para poseerlas. No hay
moral en ello, no hay buenos y malos hombres de manera sustancial. Lo que atrae
y las cautiva es el manejo secreto de los aires y los secretos que ellas se
niegan a reconocer y eso es algo animal
y primitivo. Vivir el estigma de su sexo
en el antagonismo constante al que prometen cambiar con su empoderamiento en
una realidad infernal es desperdiciar su fuerza vital en la aceptación de lo
existente. Aires de libertad y camuflaje al mismo tiempo es conseguir lo que se
quiere al precio de caer víctima de lo que más señalan odiar, pero más aman con
locura: la habitual politización de un hombre que destruye el todo sólo por
ambicionar el amor de su ingrediente secreto.
La mercantilización del mundo
halla el origen de la cosificación y el extrañamiento de la vida en haber
objetualizado a la mujer y su cuerpo y que ella haya echo lo mismo consigo
mismo y con los hombres. Todo el realismo de lo objetivo y el exilio permanente
del misterio de la vida al que no se quiere vivir reside en la naturalizada
separación de los hombres y las mujeres. Hoy el desorden que padece el mundo se
despliega sobre la coexistencia de dos mundos que se ignoran pero que se
complementan con cinismo. La economía especulativa y criminal del capital, que
vive de la decadencia infinita de las personas es sostenida por la violencia de
los hombres, en donde el film de alegría
y turismo utópico que hurgan las mujeres es el modo que haya la cultura que
nace, de inmunizarse del infierno que se cuela como accidente y guerra en las
calles. Como dijera por ahí Adorno lo más bello que puede fabricar el show del
capital se levanta sobre un espacio de ruinas y de padecimientos originado por
la obstinación de no saber amar. Lo privado como búsqueda incisiva de placer y
de autoconocimiento es el lugar de una herida mítica que sólo se cura cuando
las personas se conecten y se amen sin pudor. Mientras se oculten las personas
estas no vivirán todo aquello que los define, estarán muertas. Será como el
país de donde provengo donde su identidad es avergonzarse todo el tiempo de su
origen, y vivir con orgullo de las grandes mentiras a las que adquiere y
desarrolla. Esto que es la marca de su gran miseria, como riqueza. Recuerden:
sólo en la tierra en que más se esconden sus habitantes y no se conectan, en
aquellos que tragan adulteraciones con avidez reside un gran secreto de como
reunir a las personas. “Lo que no mata te hace más fuerte”
15 de junio del 2014
Comentarios
Publicar un comentario