Recuerdos de academia.




Cuando ingrese a Aduni en el año 97 era un chiquillo con intactas ilusiones de estudiar literatura. Al principio como todo muchacho despistado no era testigo del sesgo revolucionario que tenía esta institución cuando preparaban a los jóvenes para la universidad. Ahí de mis atentas lecciones de historia como economía pude ser seducido para estudiar sociología. Desde mi procedencia barrial se me había metido en la cocotera ayudar a mi país, y cuando pude distinguir que era la política el mejor modo de luchar por un mundo mejor deduje que debía abrazar esta disciplina. Aunque no sabía mucho a lo que me metía pronto me aburrí de las clases, y me dispuse a vagar por Tacna y Wilson jugando ajedrez o al Nintendo. De seis clases a la semana entraba solo en tres o cuatro. Había hecho buenos amigos en el salón, pero más me llamaba estar apostando al ajedrez con los tíos de la plaza Francia, o enviciado en los video juegos de las galerías de Wilson. Poco a poco me fui interesando por chupar cerveza en la calle Ocho o la ramadita en Washintong.


A pesar de mi precoz bohemia recuerdo que no dejaba de estudiar o arreglármelas para fotocopiar las separadas de los cursos. Ingresaba todos los miércoles al simulacro y a pesar de mis faltas constantes no tenía problemas para arrancar excitantes resultados. Mis fuertes conocimientos matemáticos y razonamiento verbal como matemático me facilitaban un posible ingreso a la universidad. Recuerdo que los fines de mes acudía a los simulacros para condonar el mes, y frente a futuros médicos e ingenieros, lograba las notas superiores. Claro está, me quedaba mes a mes con la mensualidad de mis padres y la usaba para embriagarme con amigos de la academia. Era divertido saber que a pesar de mi displicencia era un chiquillo preparado. ! Gracias Lasalle! Me decía a mi mismo. Es ahi donde con toda conchudez me salía de las clases o intervenía para joder a los profesores. El sesgo marxistoide de aquellas épocas era velado por, pese a todo, buenas clases en donde a ratos salía el criticismo socialista y comentarios políticos.

Poco a poco me fui quedando más a clases pues había una señorita a la que le había echado el ojo. Ella se llamaba Raquel y era natural de la Victoria. Una dulce morochita que ante mis miradas se sonrojaba y ante mis comentarios desfachatados sonreía de oreja a oreja. Recuerdo que nos hicimos buenos amigos, y mientras me permitía ciertas licencias con ella, y conversábamos en los descansos y ya fuera de clases, nunca me anime a pedirle que fuera mi enamorada. No le era indiferente y en más de una vez nos pasábamos caminando por Tacna mucho tiempo, hasta que mi tozuda timidez no me permitía proferir las palabras mágicas. De cierta manera también me contuve porque un buen amigo del salón también se había fijado en ella, y para poner el parche me había confesado su tórrido interés. Poco a poco fui retrocediendo en mis intenciones y al parecer la cosa se enfrió. Otro interés en la inocencia de mi ser se estaba gestando.

Era la invisible. Ella era una flaquita de cabello rizado y de rostro angelical que se sentaba bastante adelante en el salón y había echo una fuerte amistad con el grupo duro de los que si estudiaban para ingresar y no se perdían un dictado de clases. Pronto mis saludas a la calle fueron siendo mínimas y me fui dejando llevar por la amistad de esa blanquiñosa a la que después entregaría mi corazón y mi todo. Hice buenos amigos en salón y ya como para septiembre salíamos juntos los viernes y sábados a tonear en los salsodromos de Washintong y todo era diversión sana. Recuerdo que se nos unían grupos de otros salones y en pleno bailongo solo tomábamos  cerveza y todo era risa y bromas pesadas. Jalaba siempre que podía a la invisible a la pista y aunque ella no quería, pues no sabía bailar, nos arreglabamos para no pisarnos los pies entre los dos. Recuerdo que siempre que la acompañaba a tomar su combinación rumbo al Callao una sonrisa nerviosa pero auténtica se dibujaba en nuestros rostros. Ella era me decía, pero otra vez esa terca timidez que me invadía me alejaba de gozar de una chica que hasta lo que la conocía era pura inocencia y dulzura. Estuvimos así lance que lance sin que el miedo me abandonará y ella se fue acercando como una amiga que se reía de mis bromas y desataba carcajadas, y yo más me liquidaba el nerviosismo.

Cuando estaba en las calles hasta muy tarde, me pasaba que al recorrer esos tugurios abarrotados de negocios y muchedumbres una sensación de impotencia y vacío existencial se apoderaba de mis expresiones y de todo mi cuerpo. Así también cuando no nos acompañaba la invisible, pues ella no era aún muy de fiestas, recuerdo que había una chiquilla muy hermosa a la que mis encantos de niño bohemio no le eran indiferentes. Mis frenos interiores no me impedían acercarme como un buen amigo hacia las chicas, pero sentía como un muro se interponía entre mis intenciones más profundas de afecto. Una tarde mientras bailaba en grupo con los amigos de la academia y la chela iba y venía esa chiquilla de los enormes ojos se tropezó conmigo y me reconoció en la oscuridad de las luces psicodelicas. Me jalo a bailar con ella y aunque me defiendo en la pista con la salsa no se porque no podía dar un paso sin que los nervios se apoderaban de mi. Ella solo atino a sonreír, pero cuando de casualidad le golpie una pierna, esa sonrisa se trocó en sorpresa y luego vergüenza. Se alejó de mi de modo similar a como llego a mi vida. Esa chica pretendió sacar lo mejor de mi y no se porque hechizo de impotencia no salio ninguna magia de mi orgullo de hombre. Pasados los años recordaría esa sensación de inacción y las cicatrices de este sentimiento que jamás salió como huellas de un duro trauma. Por eso me enterraba en libros y escritos para hacerme fuerte y tapar, como de una máscara se tratara, mis heridas existenciales a las que no supe enfrentar hasta mi encuentro con la selva y la ayahuasca.

Recuerdo que se celebró un festival de la academia en un centro deportivo del naranjal en el cono norte. Había que elegir de nuestro salón a la más bella, y estaba entre la invisible y Raquel. Nos represento la invisible a regañadientes pues era muy vergonzosa; al desfilar entre las chicas con un ramo de flores en los brazos la recuerdo nubil y radiante, con cierta cólera e inquietud, pues todo le parecía una huachafada. Para su timidez ella fue elegida la más guapa. Toda roja como un tomate era coronada mientras su belleza virginal hacían entorpecer mis rodillas y me decía ella es. Cuando en grupo nos divertíamos y la música amenizaba el festival me acerque a felicitar a Angie, y ella en un arranque de rabia desapareció en la calle. La perseguí pero fue tarde. La vi subida a su bus mientras la vergüenza y la frustración se dibujaban en su rostro.

El festival marcaba el fin del ciclo de Aduni y había que inscribirse para el repaso de verano. Tarde en apuntarme y tuve que recalar en la academia Pitagoras,.mientras que el recuerdo de Angie no salía de mi mente. En mi pensamiento estaba volver a verla. Cusndo ingrese segundo a sociología en muchos meses no me acorde de ella. La cosmopolita San Marcos me recibía y a la vez me impresionaba con su calor revolucionario y de esfuerzo. Solo se que en el gimnasio halle a una amiga en común que teníamos y pronto me consiguió el teléfono. Estuve semanas dudando en llamarla mientras mi ajedrez derrotada a media universidad. Y los libros me corregian la mente de colegial. Cuando la llame y nos volvimos a vernos mucho mar había pasado entre nosotros. Ella ya no era ella. Lo que aconteció después lo he contado en otros relatos. Sólo se aquí en estas líneas que cuando la perdía en las calles de la Perla del Callao y no volvería a verla nunca jamás le prometí que destacaría como pensador para arrancarme al amor que sentía por ella. Aún esa sonrisita de fastidio como de desprecio me atravesaba el alma como un dolor inmundo. Nunca sintió lo mismo que yo sentí. Aún su perfume es una sensación que conservo en mis memorias. Pero confieso que todo mi asalto a la razón y en mis más profundas reflexiones lo único que hago es tratar de huir de su recuerdo. Como filósofo soy una raza que no conoce lo habitual. Solo amamos una vez, y eso hiere mi terco espíritu de escritor. 

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