A mi cholita
Alguna vez estuve en los asentamientos humanos y conocí a una madre adolescente muy dulce. Llegue a ese lugar para dar a conocer las audiencias a los vecinos sobre la planta de tratamiento de aguas residuales de Chorrillos, y estuve siempre acompañado por movilidad pues la zona tenía fama de brava y mis jefes preferían que tuviera compañía. Recuerdo que tenía que caminar por cerros y arenales muy cerca a San Género, entre casuchas de esteras y madera. Donde no había agua ni servicios básicos. Era gente muy pobre pero trabajadora pues por todo sitio hallabas negocios y soledad en horas muy tempranas de la mañana.
Era gente alegre, devota de la virgencita. Recuerdo que como iba todos los días me ganaba con las actividades de los comedores populares y con madres muy jóvenes que llevaban a sus hijos a educarse, y mucho joven que vivía calentando las esquinas y te pedían una propina. Recuerdo que en los cerros de arena habían casas solitarias, cuidadas por perros, y muchos niños sin supervisión adulta. De muy temprano todo era tranquilo, pero por la noche habían muchos palomillas y rateros que te pulseaban desde lejos; como iba con movilidad era muy difícil que nos sorprendan a Armando o a mi, que de esos menesteres siempre supe salir bien librado.
En los días de las audiencias públicas para dar a conocer el proyecto, me dedicaba a recibir a los vecinos interesados, gremios y autoridades vecinales a los que había previamente invitado con documentos de invitación, que según protocolo yo debía repartir por toda la zona del proyecto. La gente estaba de acuerdo, pero no faltaba algún izquierdoso que trataba de infundir el caos e imponer ideas de proyectos que ya habían sido descartadas por las autoridades y especialistas. Recuerdo las agresiones verbales contra los representantes de la consultora y de la empresa ejecutora, y de las manifestaciones de obreros que buscaban imponer sus derechos a participar de la obra. Me limitaba a hacerlos pasar y hacer sus descargos con toda educación, pero ellos venían a sabotear o a beneficiarse, del desorden que causaban en los vecinos. Era una obra que iba a beneficiar a los pobladores pero muchos manipuladores del pueblo no lo veían así y metían su cuchara, a espaldas del desarrollo de la comunidad.
Durante los días que estuve trabajando en aquel lugar, yo promovía en la población los protocolos a favor de la empresa, y mientras dejaba las invitaciones y pegaba los afiches, acompañaba a los vecinos en sus pobladas o comía gentilmente en los comedores para ganarme a la gente. No tenía problemas de hacerlo, pues era de procedencia barrial y siempre me gustaba aprender de las personas. Ciertamente los vecinos, muchos de ellos gente humilde, me guiaban y me enseñaban las enormes dificultades que tenían para prosperar y salir adelante. No faltaban niños y niñas que jugaban sucios y en harapos en los arenales, entre mosquitos y basura. A pesar de eso siempre vi optimismo y capacidad de resiliencia para lograr el progreso de sus hijos o nietos.
Una de esas personas que lo daba todo por sus hijos era Karen. Ella era una sencilla muchacha que desde muy pequeña supo lo que era ser madre, y tuvo que dejar el colegio. Se dedicaba a administrar su bodeguita y a cuidar a sus tres criaturas que eran aún bebes. Cuando llegue a su tienda en búsqueda de una información, le compre una gaseosa en agradecimiento, y presta a ayudarme me acompaño por los cerros a dejar las invitaciones abriéndonos paso entre perros y sus ladridos. Ella era muy joven y agraciada. Cuando la conocí mejor me di cuenta de su hermosura e ingenuidad. No tenia marido y el padre de sus hijos, un pandillero, la había abandonado. Ella tenía muchas esperanzas en el futuro de sus retoños y en algún trabajo de limpieza de casas a los que se dedicaba. Cuando ya armonizamos en una amistad más profunda me resultó dulce y atractiva y yo no le era indiferente.
Cuando terminó mi trabajo en esos lugares regresaba por ella para sacarla a pasear a la avenida Huaylas. Era tímida conmigo y ante una mirada sugestiva de mi parte, se sonreía o se ponía nerviosa. Me pude dar cuenta que se sentía ilusionada conmigo, y en mi instinto de varón decidí aprovechar la ocasión. Su fervor e inocencia de mujer me fueron atrapando sobremanera y no sólo quería satisfacer mis bajas inclinaciones, sino que además la pensaba como pareja. Era gracioso experinentar su desconocimiento de modales o saberes, pero su dulzura de chica leal y ennoblecida me despertaban las ansias de estar a solas con ella. No lo pensé dos veces, me puse a seducirla y ella para nada me contestaba con lujuria o burdo erotismo, solo se sonrojada y se reían febrilmente de mis acometidas e intenciones.
Estuve saliendo con ella muchos meses. Nuestros encuentros eran tórridos y sensuales; pude conocer su cuerpo virginal de vedette, y por poco no caí rendido a su dulzura muy pronto. Cada vez que la tenía desnuda a mi merced, se avergonzaba, y ante cada caricia mía su piel estallaba de hechizos deliciosos. Lo daba todo para quedarse conmigo, y a la vez dejaba el alma en cada contoneo. Estuve muy cerca de hacerla mi enamorada, pero sentía que tal ilusión la golpeaba más a ella que a mi. Saqué partida de nuestros encuentros y un día deje de buscarla. En esos años no tenía ella teléfono y con mucha facilidad y malicia la aleje de mi corazón. Me dolió al principio, pero después me dije que no podía ser figura paterna de sis hijos. Ella, ciertamente, me veía como tal y eso me tenía preocupado. Una tarde de primavera, nos abrazamos, muy cerca a sí casita, le di un beso criminal, subí a mi combi y nunca más la volví a ver.
Desee volver muchas veces a volver a regocijarme de su calidez, y envolverme nuevamente en su inocencia. Pero nuestras vidas eran muy diferentes. Cuando nada más fue un recuerdo bonito, y tenía otras mujeres en mi vida, comparaba aquella bondad e inocencia con la perfidia y vulgaridad de todas las mujeres que conocí después. Y no pude dejar de sentirme disconforme y responsable de haberle roto el corazón a mi cholita de los arenales. Su perfume de mujer jamás los volví a sentir en mis noches de lujuria y sexualidad desbordada. Y recuerdo que una madrugada cuando todo estaba en silencio, y algunas de mis habituales conquistas estaba durmiendo a mi lado, sentía sus labios y una lágrima de contradicción en mi ser se apodera de incurable frivolidad. Adiós mi madre cita a la que perdí
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