Cronicas desde la via





Cuando era un adolescente imberbe deseaba ser futbolista. En los pistazos todos los fines de semana me ganaba un sencillo para la gaseosa, y de paso hacia gala de mis habilidades con mi pierna derecha, a lo Solano. Recuerdo que si no era contra la gente de Huamalies, era con la gente de Treinta Treinta, o con algún otro contrincante que se sucediera entre las callejuelas de Barrios Altos. Era rápido y técnico con la pelota, y siempre jugaba para adelante, llevándome yo un blanquito a cuanto morenaje o paisano se me cruzara en el camino. La facilidad que tenía para crear jugadas se debían a que aplicaba las jugadas que veía hacer a los viciosos en el Nintendo. Así como me volví un diestro con el fútbol del Nintendo, así también jugaba al vacío con mis amigos y causitas


Lo que me ayudaba a jugar era que solía ser un adolescente marrulengo y huesudo, y que tenía una gran condición física para correr durante muchas horas; así hubiera sol o hiciera frío con garúa. !Volaba en la pista! Y me sacudía no sólo de una ficha, sino que tenía que evadir los buzones abiertos, el tráfico de los autos, la cagada de los perros y a cuanta hojalata estaba abandonada en el barrio. Con el tiempo, los que eramos niños o puberes, nos hicimos hombres y ya no era tan fácil correrle a las patadas y codazos. Conmigo y con mis cumpas se maleaban los ladrones y faltes contra los que jugábamos por un sencillo. Cuando llego mi tiempo de probar mis capacidades en las divisiones menores del Cristal y de la U lo hice con talento, pero sin orden en la cancha. No tenía problemas para aguantar los entrenamientos, pero no sabía  a pesar de mi técnica, posicionarme en la cancha o saber marcar. Me hice varios goles y golazos, pero tendía a no ser un jugador táctico. Mis padres me ayudaron hasta los 17 años a pagar las academias de fútbol, pero cuando tuve que seguir estudiando para la postulacion a la universidad prefirieron que siguiera una carrera profesional y me olvidara de mis sueños futboleros. Al principio no acepte. Podía llevar las dos actividades al mismo tiempo, pero mis padres prefirieron que me educara y me alejara de esa mentalidad de callejero y jerguero. Al final asenti contra mi voluntad, pero a la vez me acerque a una actividad física que seria mi pasión por años.

Era como narro muy flaco y pálido, a pesar de mis rasgos de caballerito, y eso cuando me hice más hombre no me gustaba. Después de leer novelas y filosofía se me hizo costumbre ingresar a hacer pesas desde los 18 años. Repartía mi tiempo entre estudiar en la academia Aduni y hacer pesas. En unos meses con una buena alimentación gane unos kilos de masa muscular y conseguí un cuerpo curtido y forzudo. Ingrese a la universidad en el 98 a sociología, y descubrí junto con un amigo el gimnasio rústico de San Marcos, donde por varios años entrene en solitario y a veces probaba mi valor entrenando un arte marcial como el aikido y el box. Como mi única obligación era estudiar me podía quedar todo el día en el campus a leer y hacer deporte de pesas.

El levantamiento de pesas no es sólo un deporte que lo empuja la vanidad, es el deporte base de todas las disciplinas deportivas. El que te hace lento y sin tanta reacción pero eso hasta que controlas tu peso y puedes manejar con mucho esfuerzo hasta el triple de tu peso. Es una práctica que te ayuda a tener equilibrio y disciplina, fuerza y salud, siempre que vaya acompañado de una buena nutrición. Por muchos años ka lectura voraz de libros más el levantamiento de pesas me daban vigor, energía y mucha concentración. Luego de la universidad ya era todo un ropero lleno de músculos y a pesar de que practicaba en mi carrera o en su defecto trabajará viajando como consultor siempre me las arreglaba para entrenar pesas. Fue así como con mi propio peculio me inscribí con membresía al Golds Gym, me hice de amigos a los instructores y me relacionaba con bellas mujeres. Con mi carta inofensiva de niño malo más mi curtida presencia pude conquistar mujeres casadas o con pareja y era todo una delicia delictiva saber que esas mujeres le ponían el cuerno a sus esposos conmigo. No sólo era eso sino que me hacía amigo cariñoso de mujeres muy bellas que resultaban ser mujeres de la vida alegre. No faltaban los pleitos con los maridos o con los cafichos de las kines, pero me las arreglaba para divertirme. Lo mismo era en provincia cuando me volví consultor y me conocía mujeres muy bellas en los gimnasios y todo terminaba en camas vacías.

Así como era un pesista encumbrado y a la vez trabajaba como consultor en muchos lugares del Perú, me volví un amante pasional de toda bella mujer que conocía en la chamba, gimnasios o discotecas. La frivolidad y la vanidad que me inundaban y esa faceta pedante de creerme el mejor pensador de mi generación me volvieron un hombre gobernado por sus pulsiones. No era libre ni responsable con mi propia vida. Seguía escribiendo desde la oscuridad de una vida condenada al desatino y la insensatez. Y solamente me sobre pasaba en mis vicios para escribir más profundo y más y más. Era un hedonista que había convertido su propia sexualidad, su cuerpo en una metodología de estudio. Tenía que sentir en mi propia piel todo lo que se me ocurría como idea, y volver mi placer en una eudomonologia. Probaba el goce desmedido y a la vez el dolor de mis encuentros para escribir desde la maldición de lo oculto.

Cuando caí enfermo había sobrepasado los límites de la lujuria entre cuerpos, alcohol y drogas. Me dio cáncer  y aunque esto lo  conté en otra historia de mi milagrosa sanacion, puedo decir que me merecía pasar todo el infierno de la enfermedad; pues era un hombre ingobernable y violento, que había practicado el empirismo radical. En los lugares a los que había llegado para sanarme me di cuenta que tenia que renunciar a los malos hábitos que me habían echo caer. En el mayor miedo, con ansiedad, depresión y lastimado por los dolores del cáncer pude darme cuenta que había soñado ser un pensador para ayudar y no un egocéntrico que buscaba su propia pleitesia. Entre dietas y remedios sagrados toda la filosofía de la que me sentía orgulloso no valía nada frente a la desesperación de la propia aniquilación. Tuve que resetearme, reprender y perdonarme a mi mismo. En la humildad y la sencillez de los detalles me pude rehacer como persona y experimente la divinidad que mi vulgar empirismo jamás hallo. Dios era la razón que mis sentidos habían buscado desaforadamente en las noches de diversión, aunque en la concupiscencia más ardiente. No tenía sentido mi vida más allá de que siempre escribí desde la nobleza y el optimismo, sino en la vida marcada por la concupiscencia y la embriaguez. En ese sufrimiento interminable pude redirigir mis propósitos y encaminar mi vida hacia la piedad y la devoción de todo lo humano.

He vagado por muchos lugares del Perú como un fantasma hambriento. Me acerque a la muerte para escribir lo más sublime y maldito, pero no me di cuenta que ejercía un atentado contra mi propia y preciosa vida. Cuando valore mi vida como lo que era, una oportunidad para ser feliz, renuncie a todo y decidí empezar desde cero. Ahora lejos de personas y lugares puedo estudiar con mayor propiedad sin poner en riesgo mi vida. Aislado o acercándome a otras pasiones puedo escribir con calma y prolijidad. Dejo estas ideas en esta crónica como una enseñanza que la vida debe tener un propósito un plan sino no es vida. Nadie escapa a su destino, tan solo se niega a vivir lo. Por ahora pegado a los libros y en lares más seguros puedo ensayar unos pensamientos que aquel que puede escapar a la oscuridad y hacerse más fuerte puede quizás cambiarlo todo. Pero esa es otra guerra que todo ideologo debe conjurar, abrir los caminos donde los dioses otra vez caminarán. 

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