Felicidad y realidad peruana
Si uno escruta los testimonios de los peruanos de a pie hallará muchas historias de estrés, dolor y tragedia. Pero a la vez formidables ejemplos de superación y resiliencia. Ahí donde hay muchas veces éxito y desarrollo, no se está acompañado de realidades de alegría y plenitud. Por lo general, los entramados en los que se produce nuestra experiencia de individualidad están llenos de un gran descontento, donde la vida social está sumergida en la incompletud y en la ingratitud. Y la razón no parece obvia. A pesar de que en esta nación cualquiera que emprende puede hacerse de una vida con significado y aprovechamiento, lo cierto es que el poder mercantil no consigue vulnerar los muros etniclasistas y las segregaciones que existen en nuestra estructura social. A medida, que una persona se auto desarrollo e invierte en su propia búsqueda individual, siempre hay la sensación que la realidad nos vuelve infelices y que nos golpea con una fuerza de la autodestrucción. Nuestra civilización en el tiempo histórico como en el presente metafísico está anegado de crueldad y perversión. Esa anomia o trasgresion que caracteriza al comportamiento individual como colectivo parece ser la marca de una subjetividad donde el desconsuelo generalizado está acompañado de una violencia estructural, como respuesta ante tanta descomposición de la sociedad.
Nuestra particular experiencia de modernidad ha construido como deconstruido una personalidad autoritaria. La realidad peruana e institucional ha sido marcada con un exceso de violencia y autoritarismo. Todo la inocencia y los planes expectantes de vida prueban los golpes de la trasgresion y la locura civilizatoria. Cuesta hacer el bien y atraer el bienestar, porque la persona que llega es envuelta y confundida en un mar de avisos y despropositos, dónde cada golpe que recibimos de la realidad lo devolvemos con belicosidad y existencialismo. La extrema sensibilidad con la que es edificada la persona, por la forma agresiva por la que pasa la existencia, hace que se desorganice los deseos del individuo, y no se llegue a acaparar con certeza todo el proyecto vital que previamente se propone el sujeto. El que llega a está realidad aprende a recibir y dar golpes, por lo que la prevalencia de la supervivencia reemplaza con arbitrariedad todo el esfuerzo que las personas y la sociedad puedan hacer para llegar a alcanzar la felicidad. No es una ingratitud solo individual la que experimenta la persona, sino que la escasez colectiva por la prosperidad y la paz devora en la razon índolente a los grupos sociales, perjuicio que todos los que llegan pagan con el trauma de cada realidad social.
Ahí donde las protecciones organizativas se vulneran y los lazos culturales destruidos y relajados dejan expuestos a los individuos la realidad queda fracturada en diversos espacios culturales precariamente articulados con el holismo del Estado social. En la medida que la sociedad se fragmente y por lo tanto es ingobernable para la estructura del Estado la cultura peruana, todo proyecto de vida que acontezca en esta realidad chocara con una objetividad racional dónde este proyecto se despliegue o quede contenido. Se llega a la vida para transitar siempre sin hallarle sentido a la existencia. No solo porque en su vida se demora en procesar las confusiones de la estructura social, sino además porque la reacción de muchas de las personas es impulsiva y reactiva. Se delinea una historia personal que usa cada vez menos la razón para ser feliz, y se deja envolver por lo más básico y bárbaro. El Perú no ha conseguido construir una soberanía que concilie la cultura con el territorio, lo que deviene en atomización y falta de identidad nacional. Porque no estamos integrados y unidos se le hace difícil para el peruano hacerse parte de una realidad que lo golpea y los desmantela en la locura de una vida cada vez más peligrosa. El precio de estar orgulloso de nuestra diversidad es edificar un principio de individuación que está marcado por la vulgaridad y la sinrazón. Cómo el sistema educativo no genera soberanía cognitiva, las grandes mayorías quedan sumergidas en una cultura popular y económica que desconocen más de lo debido lo gigantesca y profunda que es nuestra peruanidad. Aquí ser peruano es ser localizado.
Es difícil sentirse pleno en el Perú. A nivel intergeneracional asistimos a una confusión de las edades. Debido al fenómeno de la juvenilizacion, todos quieren ser eternos jóvenes y arroparse con su ridícula displicencia. Ese especial permiso para practicar en la vida, y concentrarse en la diversión se vuelve para las edades que siguen en inmadurez e intransigencia, lo que significa desorden y pulsiones. Muchas veces ese afán de vivir alocadamente termina en trasgresion y delincuencia. El no querer asumir obligaciones es lo mismo que no respetar la vida de los que si asumen deberes y responsabilidades. La rebeldía y la inmoralidad que abrazan los jóvenes, se extiende a las siguientes edades lo que termina en resentimiento y dolor. El no poder vivir siempre joven acelera la descomposición de la persona. Se es consciente y se actúa con cinismo , pero no importa. La persona no se controla y obedece a sus instintos sobre excitados. Una vida anclada en la desidia y en el desproposito no conoce la felicidad y el balance, lo que se acerca a la pobreza y la envidia. Las edades no se viven quemando etapas, sino buscando una juventud falsificada que encubre desgobierno e infelicidad, que solamente es aplacado con más placer y desiquilibrio. Hay ideas políticas que representan este ridículo avatar, y lo acrecientan, lo que es la base de la corrupción y la ilegalidad. Por eso se presume en estas líneas que la vanidad y la búsqueda irresponsable del goce culmina en delito e inmoralidad. Lo que siempre es enseñado y mal imitado.
Los desencuentros étnicos y localismos absurdos son también signos históricos de nuestra desunión. A este estigma geográfico se le ha adjuntado un matiz doctrinario y felon que detiene el desarrollo de la personalidad en el orgullo étnico social sin que importe que este negacionismo a histórico a la modernizacion sea sinónimo de hambre y atraso cultural. Se es infeliz porque el éxito económico y el orgullo oriundo desconectan a la subjetividad étnica de toda desarrollo personal con la totalidad. Ahí donde el sistema educativo no crea conciencia de civismo y desarrollo personal la subjetividad y la cultura se atrinchera en la incompletud como síntoma de resentimiento y rechazo de los caminos individuales que lo harían feliz o exitoso. Hemos conseguido que las fuerzas de la etnicidas hallan echó dinero y tejido un variopibto mundo de economías populares, pero es poco este esfuerzo para convencer a la totalidad que esa identidad sea reconocida por la exclusión y el racismo al cual son destinadas. Hay empoderamiento y además etnometodologia para conseguir reconocimiento social e individual, pero estos caminos aún son escasos y muchos de ellos decaen en la atomización social y en la experiencia de lo fragmentada que es nuestra cultura para alcanzar la felicidad. Puede hacer algarabía y disfrute personal en las sendas del éxito, pero aún las clases criollas y el racismo de la inteligencia que imprime el patrón cultural de la modernizacion expulsan a lo verbacular y provinciano de los espacios de lo diferente y de lo que es ser feliz. Se puede decir, que la felicidad es solo un momento de ilusión y demostración de voluntad de poder, ahí donde reina la ingratitud y la tragedia de la civilización. Uno es la proyección en miniatura del destino mal querido de los que quieren destruir la sociedad. En su decadencia cada cultura es anegada por el espíritu incompleto e infeliz de la totalidad.
Si entendemos con acierto que los claros del bosque de la felicidad solo son proyecciones accidentadas de nuestra experiencia de vida, entenderemos también que la sociedad es también el objeto de un ataque de sus bases oscuras y delictivas. Nadie es ajeno a que el delito ya sea organizado o denotado por nuestras clases políticas corruptas está destruyendo las bases morales y pedagógicas de nuestra cultura. Y es un ataque que hostiliza y estanca el desarrollo de nuestro capitalismo popular y empresarial. El miedo y la zozobra a ser victima de este poder violento amedrentan el despliegue de la vida que busca la efervescencia y el bienestar. Y hacen que en base en ese miedo los actores que hacen negocio del caos y la pobreza se terminen reproduciendo y escalando en todos los sectores organizativos e institucionales de nuestro sistema social. Hay un propósito de querer hacer colapsar los fundamentos racionales de nuestra democracia y entregar el cuerpo social a la delincuencia y la miseria. El peligro que la dictadura de los esclavos y de sus huestes criminales se apoderen del Estado y de sus organismos públicos hace que está fuerza demoníaca amenaze con la violencia y la miseria económica a toda la población. Nadie es ajeno a dejarse engañar por el discurso de la pobreza y la justicia social. Pero muchos caen en esta infección colectivizada porque no hallan en su individualidad de ningún modo atisbos de plenitud o conciencia feliz. Se nos hace difícil ser personas honestas o hambrientas de superación y muchas veces cedemos nuestro poder público para que los criminales nos lo hagan todo más fácil y placentero. Quien renuncia a su libertad por sus necesidades e inclinaciones está sentenciado a vivir un infierno interminable donde se hace para ser pobre y no vivir sin lugar a dudas. El capitalismo y su racionalidad son salvajes, pero luchar para destruirlo es lo mismo que luchar contra si mismo, en contra del princio individual que hace posible la búsqueda de la felicidad y del amor. Renunciar al regalo de la vida por favorecer doctrinas e ideologías demenciales que odian a la sociedad, es lo mismo que volverse un delincuente que odia su vida como la vida de los que está dispuesto a asesinar o estafar. El socialismo y toda clase de fascismo son discursos que están en contra de la realidad burguesa o capitalista, y en ese intento de querer destruirlas lo que hacen es ahogar en el dominio y la locura administrada todo milagro de vida y de libertad que la sociedad hace posible
La demostracion de amor más grande que una persona puede hacer por otra es el sexo. Debería ser más sencillo para todos entregar su cuerpo y no dejar que nadie estigmatice su sexualidad. Pero lo cierto es que su vileza y contaminacion por las identidades intermedias ha hecho que el disfrute sexual, y la intimidad estén anegados de vicios y distorsiones estúpidas, que lo que han hecho es desmerecer el encuentro afectivo hombre-mujer. En la búsqueda de un placer distorsionado y más esclavizante se arroja a la cultura a una cruel necesidad y bajezas, dónde el vehículo de la razón y de la espiritualidad solo son negaciones de estas culturas intermedias que han hecho de sús necesidades derechos sociales o culturales. Y el cuadro es más doliente cuando lo atravesamos de discriminación étnico-racial, donde el desprecio por los cuerpos se convierte en separación y dolor psicológico. Las pulsiones han sido enervadas por la tecnología y la mass media, y es solo el dinero quien puede disfrutar de la intimidad pero sin amor, y si con mucha infelicidad y asco. La ecxarcevacion de un sexo hiperreal y deformado han generado como contraparte mucho odio y represión de sublimada, lo que deviene en odio y violencia irracional. La desdemocratizacion de la sexualidad y su elitismo implícito han generado que nuestra sexualidad sea una experiencia cargada de mucho dolor y desmoralización. En el mapa de nuestras culturas el autoritarismo fragmenta nuestro espíritu social en la experiencia de una sexualidad degradada y cercana a la enfermedad. Hay tanto deseo pero a la vez mucho odio. Y es solo una sexualidad democrática la que puede evitar que ese odio esencialize las economías ilegales de los cuerpos y la trata de blancas.
Hay esfuerzo y plusvalor en nuestra cultura, pero a la vez hay caos y cobardía. Ser feliz no es ya propiamente un designio del estado o del sistema social. Sino una búsqueda valerosa y tragica de cada individuo. Ahí donde la decadencia de nuestra civilización es un acto adrede y demencial lo único que podemos hacer para no caer en esa locura del poder y de los intereses económicos es encontrarnos nosostros mismos y construir con honradez un mundo de la vida propio. Pero si la enfermedad del capital nos llega tendremos que luchar por lo más preciado que es nuestra libertad natural. La felicidad en una realidad donde el criminal y el corrupto devastan todo es un camino donde cada quien debe luchar por no perderse en la soledad o la barbarid. Y eso como en todo luchador es una aventura individual como colectiva.
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